Hageo, el mensajero y su mensaje


person Autor: Hamilton SMITH 84

library_books Serie: Bosquejo Expositivo


1 - Introducción

El profeta Hageo tiene la distinción de ser llamado «el enviado de Jehová», y de hablar «por mandato de Jehová al pueblo» (1:13), en un día de ruina y debilidad exterior. Sus mensajes fueron dirigidos a Zorobabel, el gobernador de Judá, y a Josué, el sumo sacerdote, demostrando claramente que el profeta fue enviado al remanente de los judíos que regresaron a Jerusalén en los días de Ciro, rey de Persia, como se registra en el libro de Esdras (Esdras 3:2).

Para entender el significado de estos mensajes es necesario recordar las circunstancias especiales de este remanente. 70 años antes de su regreso, el profeta Jeremías, que vivió en los últimos días del reino de Judá, había predicho que el juicio alcanzaría a la nación. A causa de su maldad serían llevados al cautiverio en Babilonia y su tierra se convertiría en una desolación. Sin embargo, se profetizó que después de 70 años Jehová los haría regresar a su tierra (Jer. 25:12; 29:10; Dan. 9:2-3). La historia de este retorno está registrada en el libro de Esdras, que se abre en el primer año de Ciro, el rey de Persia, o sea 70 años después del cautiverio. En ese momento, para que se cumpliera la palabra de Jehová por medio de Jeremías, Jehová despertó el espíritu de Ciro, quien emitió una proclamación al pueblo de Dios dejándolo en libertad para regresar al país para trabajar «en la casa de Jehová de los ejércitos, su Dios» (1:14).

Esta proclamación se convirtió en una prueba de la condición moral del pueblo de Dios. Por un lado, planteaba la pregunta: ¿Estaban sus afectos tan ocupados en su país?, por su Dios y la casa de Dios, que con simple fe estarían dispuestos a enfrentar pruebas y dificultades, oposiciones y reproches, para responder al pensamiento de Dios y cumplir su voluntad. O, por el contrario, ¿preferían permanecer en Babilonia con sus facilidades y comodidades materiales? La gran mayoría del pueblo de Dios prefirió permanecer en las circunstancias fáciles de un cautiverio humillante, antes que enfrentar las pruebas y los reproches que implicaba cumplir la voluntad de Dios.

Para comprender el significado del encargo de construir la casa, es bueno recordar el gran lugar que ocupa la casa de Dios en los consejos y caminos de Dios. La primera mención de la casa de Dios está en Génesis 28:17; la última, en Apocalipsis 21:3. Desde el primer libro hasta el último –desde la presente creación en el tiempo hasta los nuevos cielos y tierra en la eternidad– la casa de Dios ocupa un lugar muy importante en el propósito de Dios. La composición de la casa puede variar en diferentes épocas –en los días del Antiguo Testamento estaba formada por tablas y cortinas, o más tarde por piedras, mientras que hoy está formada por creyentes, o piedras vivas–, pero el propósito de la casa es siempre el mismo, es decir, formar una morada para Dios entre los hombres.

De ello se desprende que todo lo que hay en la casa de Dios debe tomar el carácter de Aquel que habita en la casa y ser coherente con él. Así, la primera característica de la casa de Dios es la santidad, como leemos: «La santidad conviene a tu casa, oh Jehová, por los siglos y para siempre» (Sal. 93:5). Además, cada uno en la casa de Dios debe depender de Dios y estar sujeto a su voluntad. Esta dependencia encuentra su expresión en la oración; así leemos: «Mi casa será llamada casa de oración para todos los pueblos» (Is. 56:7). Además, si en la casa de Dios todos dependen de él, entonces todos en esa casa serán bendecidos por Dios; y la casa en la que el hombre es bendecido será el lugar donde se adora a Dios.

Así, aprendemos de la Escritura que el deseo de Dios es morar en medio de su pueblo; y que su morada está marcada por la santidad, por la dependencia de Dios y la sujeción a Dios; por la bendición para el hombre y la adoración a Dios.

En relación con estas grandes verdades, y con el fin de reconstruir el templo, un remanente había sido liberado de las corrupciones de Babilonia y llevado de vuelta a la tierra de Dios. La proclamación de Ciro declaró definitivamente que se le encargó construir a Jehová una «casa en Jerusalén». Su llamamiento a cualquier persona del pueblo de Dios que «suba a Jerusalén… y edifique la casa a Jehová Dios de Israel». Los que permanecieron en el cautiverio fueron exhortados a ayudar con «ofrendas voluntarias para la casa de Dios, la cual está en Jerusalén». En respuesta a este llamamiento se presentó un remanente «cuyo espíritu despertó Dios para subir a edificar la casa de Jehová, la cual está en Jerusalén» (Esdras 1:1-5).

Con estas Escrituras ante nosotros, queda muy claro que el gran objetivo por el cual el remanente había sido liberado para regresar a la tierra de Dios, era de «edificar la casa de Dios, la cual está en Jerusalén». Como se ha dicho: “De esto dependía todo su destino, y según se prosiguiera o se descuidara, su prosperidad disminuía o aumentaba”.

Sin embargo, a lo largo de la historia del pueblo de Dios, se ha encontrado invariablemente que lo que ha sido la voluntad de Dios por el momento, ha sido siempre el objeto especial del ataque del enemigo. Así lo encontró el remanente vuelto en su día. Dos años después de su llegada a Jerusalén, tomaron en sus manos la obra especial para la cual habían sido traídos de vuelta al país; como leemos, activaron «la obra de la casa de Jehová», y «echaban los cimientos» del templo de Jehová (Esdras 3:8-11). Durante dos años, el enemigo los había dejado en paz; pero en cuanto emprendieron la obra que les correspondía, de acuerdo con la voluntad de Dios, el enemigo levantó oposición (Esdras 4).

Además, es muy instructivo observar el carácter de la oposición. Los adversarios no condenan al principio a este remanente piadoso por construir la casa; por el contrario, dicen: «Edificaremos con vosotros» (Esdras 4:2). Solo cuando el pueblo de Dios se negó a asociarse en la obra de Jehová con los que adoraban a Dios a la manera humana, surgió la tormenta de la oposición. Ante esta tormenta, que el santo espíritu de separación había levantado, su fe cedió, y durante 12 años la obra para la que Dios los había traído de vuelta a Jerusalén quedó en suspenso.

El pueblo había fracasado, pero Dios nunca renuncia a su propósito, ni abandona a su pueblo a causa de su fracaso. Así sucedió que, en la misericordia de Dios, al final de los 14 años después de su regreso a Jerusalén, el profeta Hageo –«el enviado de Jehová», es enviado con varios mensajes definitivos de Jehová.

Antes de examinar estos mensajes profundamente solemnes e instructivos, podemos detenernos a preguntar: ¿Hay algo en estos días que se ilustre con la historia del remanente que regresó, como se registra en el libro de Esdras? Mirando hacia atrás en la historia de la Iglesia profesa, no podemos dejar de reconocer que durante largos siglos la Iglesia profesa ha estado completamente bajo el dominio del mundo. Ha habido, ciertamente, un gran número de verdaderos creyentes que fueron fieles a la luz que tenían, y en el día venidero caminarán con Cristo en blanco, y tendrán su brillante recompensa. Sin embargo, la Iglesia profesa, como un todo, estaba, y todavía está, esclavizada en el cautiverio de Babilonia. Luego, a principios del siglo pasado, hubo una obra de Dios muy definida por la que se recuperaron para el pueblo de Dios las grandes verdades relativas a Cristo y a la Iglesia.

Como resultado de esta obra, un grupo del pueblo de Dios, para responder a la verdad, se separó de los sistemas de los hombres que, en diferentes medidas, dejaron de lado la verdad de Cristo y de la Iglesia. Abandonaron las tradiciones y costumbres de los hombres, y todos los ritos y ceremonias de invención humana, y, rechazando todo liderazgo humano, y actuando sobre la única autoridad de la Palabra de Dios, se reunieron buscando dar a Cristo su lugar como Cabeza de la Iglesia, y al Espíritu Santo su lugar como morador en medio del pueblo de Dios. Se separaron de las corrupciones de la cristiandad para caminar a la luz de estas grandes verdades bajo el liderazgo de Cristo, y su prosperidad espiritual dependía totalmente de su mantenimiento en estas verdades.

Desgraciadamente, la energía espiritual de ese renacimiento no se ha mantenido. Muchos, ciertamente, despertados a las crecientes corrupciones de la cristiandad, se han separado de los sistemas de los hombres, como el remanente que escapó de las corrupciones de Babilonia, pero se han convertido en poco más que compañías de creyentes separados de lo que es groseramente malo y condenado por la Palabra de Dios, pero cayendo muy lejos del cuidado y la preocupación positivos por los principios de la casa de Dios como se revela en la Palabra de Dios. Así como en los días de antaño se descuidó la construcción de la casa material, así también, aunque seamos liberados de las groseras corrupciones religiosas de la cristiandad, también podemos dejar de mantener los grandes principios de la casa espiritual de Dios, y dejar de caminar a la luz de las muchas verdades que nos han sido recuperadas, las cuales son nuestro privilegio y responsabilidad de mantener, y con las cuales están envueltas nuestra bendición y prosperidad. Podemos «salir» de las corrupciones de la cristiandad «fuera del campamento», y fracasar por completo en «salir… hacia él fuera del campamento». Así nos convertimos en reuniones de creyentes meramente independientes, y no caminamos en el reconocimiento del Cuerpo único del cual Cristo es la Cabeza, y de la casa donde mora el Espíritu.

Recordemos que «reconstruir» es algo positivo. Por muy correcto que sea separarse de lo que la Palabra de Dios condena, es, en el mejor de los casos, un testimonio contra lo que está mal. Si Dios nos indica que nos apartemos de la iniquidad, y que nos separemos de los vasos para deshonor, es para que podamos seguir «la justicia, la fe, el amor, la paz, con los que de corazón puro invocan al Señor» (2 Tim. 2:22). Caminando así en la práctica de las grandes verdades de la casa de Dios –santidad, dependencia de Dios, sujeción a Dios– nos convertiremos en un testimonio positivo de la gracia de Dios, y podremos adorar a Dios en espíritu y en verdad.

Si entonces nos damos cuenta, en alguna medida, de nuestro fracaso, la palabra de Jehová por el profeta Hageo tendrá seguramente una voz que habla a la conciencia y apela al corazón.

2 - El primer mensaje (Hageo 1:1-11)

La primera palabra de Jehová se abre con una apelación (= un llamamiento) a la conciencia (2-4); le sigue una exhortación (5-6), y se cierra con una palabra de aliento y advertencia (7-11).

2.1 - Hageo 1:2-4

La historia de estos tiempos, tal y como se presenta en el libro de Esdras, presenta a los adversarios como los que detienen la construcción de la casa, pero guarda silencio en cuanto a la condición del pueblo. El profeta Hageo no hace ninguna alusión a los adversarios, sino que pone al descubierto de inmediato la baja condición moral del remanente. La historia tiene que ver con los acontecimientos; la profecía con la condición moral que subyace a las acciones del pueblo de Dios.

Juzgando simplemente por la historia, podríamos concluir que la construcción de la casa fue detenida por lo que dijeron los adversarios. Por la palabra de Jehová, a través del profeta, aprendemos que la verdadera razón se encuentra en lo que dijo el pueblo. Así, el mensaje se abre con las palabras: «Este pueblo dice: No ha llegado aún el tiempo… de que la casa de Jehová sea edificada». Durante 12 años habían dejado de hacer la única cosa por la que habían sido liberados de Babilonia. Tratan de excusar su fracaso diciendo: «No ha llegado aún el tiempo» de construir la casa de Jehová.

Cuántas veces se puede invocar la misma excusa hoy en día. Podemos tener la tentación de decir: “Todos han fracasado y la Iglesia está en ruinas, y como todavía no ha llegado el momento de arreglar todas las cosas con la venida de Cristo, debemos pasar ligeramente por alto la confusión moral que caracteriza a la cristiandad, y cerrar los ojos ante las irregularidades y el alejamiento del orden bíblico de la casa de Dios”.

Sin embargo, si hablamos así, el Señor nos llama, como a su pueblo de antaño, con la pregunta que llega a la conciencia: «¿Es para vosotros tiempo, para vosotros, de habitar en vuestras casas artesonadas, y esta casa está desierta?». Así aprendemos que, cualesquiera que sean las excusas que se presenten en cuanto a que el tiempo es inoportuno, la verdadera razón de la indiferencia para llevar a cabo los principios de la casa de Dios se encuentra en la ocupación con nuestras propias cosas. Incluso en los días del apóstol leemos de los creyentes que: «Todos buscan sus propios intereses, no los de Cristo Jesús» (Fil. 2:21). Uno ha dicho: “Es una alternativa inevitable que debemos ocuparnos o de las cosas del Señor, o de las nuestras”.

Algunos pueden buscar lo suyo instalándose para “ocuparse de las cosas terrenales”. Pero aparte de la trampa de la mundanidad y la mentalidad terrenal, podemos ocuparnos de nuestras propias cosas en el sentido de limitar simplemente nuestros pensamientos y actividades a la bendición individual de las almas, y descuidar por completo las grandes verdades relativas a Cristo y a la Iglesia, y dejar así de caminar según los principios de la casa de Dios. Este era un gran peligro incluso en los días del apóstol Pablo, pues pudo escribir sobre el “gran conflicto” que tuvo para que los creyentes pudieran entrar en el misterio de Dios. En la actualidad, cuando se ha recuperado la verdad de la Iglesia, el peligro constante es volver a renunciar a estas verdades e instalarse en una evangelización sin el misterio. Es posible dedicarse a muchas actividades evangélicas que pueden exaltarnos en el mundo religioso, y conllevar poco o ningún reproche; pero, mantener las verdades de la Iglesia, y actuar a la luz de la verdad, implicará a la vez reproche y conflicto. A causa de tal conflicto, nuestro amor natural por la facilidad se reducirá, con el resultado de que, donde hay una falta de fe, corremos el peligro de convertirnos (únicamente) en una misión evangélica, y dejar de lado todas las verdades que han sido tan graciosamente recuperadas.

2.2 - Hageo 1:5-6

Este solemne llamamiento a la conciencia le sigue la exhortación: «Meditad bien sobre vuestros caminos». Se pide al remanente, como se nos pide a nosotros, que consideremos cuál es el resultado de ocuparnos de nuestras propias cosas, y de la bendición de nuestra alma individual, mientras descuidamos los intereses más profundos de Jehová, y las cosas que conciernen a su gloria.

El resultado entonces, como ahora, se expresa en las palabras: «Sembráis mucho, y recogéis poco» –gran actividad, pero poco rendimiento. Además, este descuido de la casa de Dios conduce a la inanición espiritual, pues, dice el profeta: «Coméis, y no os saciáis». Además, no trae ninguna satisfacción espiritual, pues: «Bebéis, pero no quedáis satisfechos»; deja fríos los afectos espirituales: «Os vestís, y no os calentáis»; y no conlleva ninguna recompensa: «El que trabaja a jornal recibe su jornal en saco roto». Tal era entonces la triste condición, no del pueblo de Dios que todavía estaba en Babilonia, sino del remanente altamente privilegiado que, en la misericordia de Dios, había sido liberado de Babilonia –una condición que es totalmente el resultado de haber abandonado en gran medida el propósito para el cual habían sido traídos de vuelta al país. ¿No tiene esto voz para el pueblo de Dios, en nuestros días, que busca responder al pensamiento de Dios?

2.3 - Hageo 1:7-9

Por segunda vez Jehová exhorta al remanente a considerar sus caminos. La primera vez fue a modo de reprimenda, ahora, es para animarlos a retomar la obra de la casa de Dios. Sabemos que entonces, como ahora, era un día de pequeñas cosas. Como veremos, la casa que construyeron era «como nada» comparada con la gloria anterior de la casa. Sin embargo, Jehová dice a este débil remanente: «Subid al monte, y traed madera, y reedificad la casa; y pondré en ella mi voluntad, y seré glorificado, ha dicho Jehová».

Como con el remanente de antaño, así con nosotros mismos, la baja condición espiritual que tan a menudo tenemos que lamentar, es el resultado de hacer nuestro propio placer y buscar nuestra propia gloria. La voluntad propia y la prepotencia están en la raíz de nuestro fracaso. Sin embargo, ¿no es el más profundo gozo y estímulo saber que, en un día de debilidad, y a pesar de todo nuestro fracaso, todavía es posible juzgar nuestros caminos y hacer aquello en lo que Dios puede complacerse y, a través de lo cual, Dios puede ser glorificado?

Además, se nos asegura que el «placer» y la «gloria» de Dios están relacionados con su casa, marcada por la santidad, la oración, el culto y el testimonio de la gracia y la bondad de Dios. Puede haber con nosotros mucho celo, y actividad, como con el remanente de la antigüedad que «buscaba mucho», pero hallaron «poco», porque la casa de Dios fue descuidada.

2.4 - Hageo 1:10-11

Descuidando el gran propósito de Dios por el cual habían sido liberados del cautiverio, atrajeron sobre sí mismos el castigo de Jehová.

3 - El segundo mensaje (Hageo 1:12-15)

El día 24 del mismo mes, Jehová envía un segundo mensaje mediante Hageo, a quien se honra llamándolo «el enviado de Jehová». Qué bueno es comprender que, aunque el remanente retornado había fracasado tan gravemente en llevar a cabo el propósito para el que habían sido liberados de Babilonia, Jehová no los abandona. Todavía tiene a su mensajero para entregar su mensaje al pueblo.

Así también, en nuestros días de debilidad y ruina, cuando los hombres malvados y los seductores son cada vez peores, leemos acerca del «hombre de Dios», que este debe predicar «la palabra», insistir «a tiempo y fuera de tiempo»; convencer, reprender, exhortar «con toda longanimidad y enseñanza» (2 Tim. 3:17; 4:2).

El mensajero de Jehová se dirigió al pueblo con una palabra de reprimenda. Felizmente el pueblo «oyó… la voz de Jehová su Dios» y «temió el pueblo delante de Jehová». De inmediato se envía a Hageo con este segundo mensaje de aliento. Habiendo obedecido a Jehová, pueden contar con la presencia de Jehová: «Yo estoy con vosotros, dice Jehová». ¡Cuánta bendición hay en este breve mensaje! Como uno ha dicho: “Yo estoy con vosotros es el principio salvador para la fe en el día más débil… y ¿qué tenían mejor en el día más brillante?”

El remanente que regresó de Babilonia en aquellos días, así como los que han sido liberados de la esclavitud de los sistemas humanos en aquellos días, pueden encontrarse en circunstancias de gran debilidad, con la oposición de muchos adversarios, y en el oprobio; pero, si el Señor está con ellos su bendición es segura; el socorro necesario en toda su debilidad estará próximo; y toda la protección necesaria contra sus enemigos asegurada. Así, en la parábola de Juan 10, tenemos un hermoso cuadro de un rebaño de ovejas que depende totalmente del Pastor. Abandonadas a sí mismas, las ovejas son estúpidas e insensatas, propensas a vagar y a asustarse fácilmente, pero con el Pastor delante todo está bien.

Es bueno entonces que nosotros, como el remanente de antaño, obedezcamos la Palabra del Señor, temamos «ante el Señor», y salgamos fuera del campamento «a él». Actuando así con simple fe, encontraremos en cada dificultad que surja, en cada oposición que encontremos, en cualquier reproche que tengamos que soportar, que tenemos al Señor presente, con toda la sabiduría para dirigir, todo el amor para consolar, y todo el poder para sostener. Obedeciendo la Palabra del Señor, y caminando en su temor, podemos contar con su presencia, y recurrir siempre a sus palabras: «Estoy con vosotros todos los días», dice el Señor (Mat. 28:20).

Además, si el Señor está con nosotros encontraremos, como encontró el remanente de antaño, que él despertará nuestros espíritus para «trabajar en la casa» del Señor.

4 - El tercer mensaje (Hageo 2:1-9)

El remanente ha sido estimulado para trabajar «en la casa de Jehová». Sin embargo, en un día de ruina, existe el peligro siempre presente de desanimarse en la obra de Jehová, a causa de la pequeñez de los resultados aparentes, y de la poca visibilidad exterior. Para hacer frente a este peligro, y para animar al remanente a continuar en la obra de la casa de Jehová, el profeta envía un tercer mensaje. En este mensaje se pide al remanente que recuerde, la gloria de la casa en el pasado (1-3); se le recuerdan sus recursos en el presente (4-5); y se le anima a mirar hacia la gloria venidera en el futuro (6-9).

4.1 - Hageo 2:1-3

En primer lugar, este remanente se enfrentaba al peligro siempre presente de desanimarse por su debilidad exterior y, por tanto, de despreciar el día de las cosas pequeñas. El profeta no trata de minimizar su debilidad: al contrario, quiere que el remanente la afronte mirando hacia atrás y comparando la gloria pasada de la casa con su propia obra. Salomón, en su tiempo, había construido la casa en circunstancias de poder y riqueza, y sin obstáculos de oposición; y algunos en medio de ellos podían recordar la gloria de esa casa. Ahora, un remanente está llamado a construir la casa en circunstancias de pobreza y debilidad, acosado por la oposición y en presencia del oprobio. La obra de este débil remanente puede parecer «nada» en comparación con la antigua gloria de la casa. Sin embargo, estaban haciendo la obra de Jehová según el pensamiento de Jehová en un día de ruina. Se trata de una obra en la que Jehová puede complacerse, y ser glorificado (Hag. 1:8).

Así, en la actualidad, mantener los grandes principios de la casa de Dios en un día de ruina, no hará buena exhibición ante el mundo, y a los ojos de muchos cristianos aparecerá «como nada». Siendo que a la carne le gusta ser importante, y busca a exhibirse, tales circunstancias de debilidad externa se convierten en una gran prueba para nuestra fe. Uno ha dicho: “¡Qué difícil es recibir que la obra de Dios y de su Cristo es siempre en la debilidad! Los dirigentes del pueblo veían en Pedro y Juan a hombres indoctos e ignorantes. La debilidad de Pablo en Corinto fue la prueba de sus amigos, la burla de sus enemigos, la jactancia de sí mismo. La fuerza del Señor se perfecciona en la debilidad… Todo debe apoyarse en el poder de Dios, de lo contrario la obra de Dios no puede realizarse según su pensamiento”.

4.2 - Hageo 2:4-5

Así, a pesar de toda su debilidad exterior, se anima al remanente a ser fuerte en la obra de Jehová. Para ello, se les recuerda además sus recursos actuales.

En primer lugar, se les recuerda de nuevo la presencia de Jehová: «Yo estoy con vosotros, dice Jehová de los ejércitos». En un día de debilidad, se les anima a ser fuertes; sin embargo, que recuerden siempre que la fuente de su fuerza es la presencia de Jehová. Así, en nuestros días, en presencia de la oposición se nos exhorta: «Fortaleceos en el Señor y en el poder de su fuerza» (Efe. 6:10).

En segundo lugar, «la palabra» de Jehová permaneció en toda su fuerza, como en los días de antaño cuando salieron de Egipto. Para nosotros mismos, ¿no recordamos especialmente que, en un día de ruina, tenemos las Escrituras inspiradas para guiarnos? Para que, por grande que sea el fracaso de la profesión cristiana, «el hombre de Dios sea apto y equipado para toda buena obra» (2 Tim. 3:16-17).

En tercer lugar, para animarlos, Jehová dice: «Mi Espíritu estará en medio de vosotros». En los días de antaño hubo un poderoso despliegue del poder de Dios, cuando: «Reprendió al mar Rojo y lo secó, y les hizo ir por el abismo como por un desierto» (Sal. 106:9). En sus circunstancias actuales no había nada que respondiera a este despliegue milagroso de poder. Ciertamente habían sido liberados de Babilonia, pero ninguna nube de día, ni columna de fuego de noche, les había señalado el camino; ninguna roca fue hendida para apagar su sed; ningún maná fue dado para satisfacer su hambre. Todas las señales externas de poder habían desaparecido, pero, en la misericordia de Dios, el Espíritu permanecía con el mismo poder, aunque ahora se mostraba, no en apariencia, sino en poder espiritual que permitía a la fe elevarse por encima de todo adversario y preocuparse por la gloria del Señor.

Tampoco es de otra manera en nuestros días. Del Espíritu, el Señor puede decir: «Para que esté con vosotros para siempre» (Juan 14:16). Ya no se muestra su poder de manera externa mediante milagros y lenguas, como en el día de Pentecostés; pero sigue estando presente para guiarnos a toda la verdad, para mostrarnos las cosas que han de venir, tomar de las cosas de Cristo y mostrárnoslas. Así, como el remanente de antaño, si procuramos mantener los principios de la casa de Dios, encontraremos que tenemos la presencia del Señor con nosotros, la Palabra de Dios para guiarnos, y el Espíritu de Dios para desplegar esa Palabra y conducir nuestros corazones a Cristo. Así, cualesquiera que sean las dificultades del día, podemos animarnos al oír que el Señor nos dice, como al remanente de antaño, «No temáis» (v. 5).

4.3 - Hageo 2:6-9

Habiendo recordado la gloria de la casa en el pasado, y recordado al remanente sus recursos en el presente, la palabra del Jehová por el profeta les da un nuevo ánimo al dirigir sus pensamientos a la futura venida de Cristo, y al poder y la gloria de su aparición. Por el momento, la obra en relación con la casa de Dios parecía «como nada» en comparación con su gloria pasada. Pero la fe es alentada a ver su trabajo en relación con la gloria venidera. Cristo –el deseo de todas las naciones– viene, y, en ese día, todas las grandes obras de los hombres, que hoy parecen tan imponentes, serán sacudidas. El establecimiento del reino de Cristo será introducido por el juicio, y la puesta a un lado, de los reinos de los hombres. Entonces la casa de Dios se llenará de la gloria de Dios, y esta última gloria será mayor que la primera.

En el día del remanente, los imperios del mundo parecían muy imponentes, y la obra del remanente en relación con la casa de Dios parecía muy insignificante; pero cualquiera que fuera la apariencia externa, en realidad, el remanente estaba comprometido con una obra que durará, y será exhibida con toda la gloria del Señor cuando los reinos más poderosos de la tierra hayan sido desmoronados y hayan desaparecido. En ese día de gloria, se verá que este débil remanente, en el día de su mayor debilidad, estaba en realidad vinculado con los poderosos designios de Dios que pronto serán manifestados en gloria.

Para nuestro consuelo y estímulo, el apóstol Pablo utiliza esta profecía para sostener al pueblo de Dios en el camino de la fe, en nuestra época. Nos recuerda que las cosas visibles, que son tan imponentes en el mundo de hoy, son cosas que pueden ser sacudidas, y por lo tanto serán quitadas. Pero el pueblo de Dios está vinculado con un reino que no puede ser sacudido. Por eso dice: «Tengamos gratitud, y por ella sirvamos a Dios como a él le agrada, con temor y reverencia» (Hebr. 12:25-29). Si trabajamos y servimos a Dios en la línea de su propósito, por muy débil que parezca nuestra obra, perdurará cuando toda la tierra sea removida.

Andar en la luz de la verdad de la casa de Dios, y así andar dignamente de nuestro llamamiento, no será un gran espectáculo ante el mundo, y, en este día de ruina, puede acarrear el desprecio y el oprobio de muchos cristianos, los cuales prefieren la facilidad y la exhibición de los sistemas religiosos del hombre. Pero, en el día de la gloria venidera, se verá que los tales estaban en la línea del propósito de Dios, y, aunque tenían poca fuerza, sin embargo, en el día de la gloria tendrán un lugar de honor como pilares en el templo de Dios (Apoc. 3:12).

5 - El cuarto mensaje (Hageo 2:10-19)

El cuarto mensaje transmite una verdad profundamente importante que hacemos bien en tomar en serio. Muestra claramente que la raíz de todos los fracasos del remanente de aquel día, así como del pueblo de Dios en este día, se puede atribuir a una baja condición moral. En otras palabras, se nos advierte que la actividad externa en el servicio del Señor no prosperará a menos que vaya acompañada de una condición moral correcta.

Además, aprendemos que esta condición moral solo puede ser mantenida mediante la separación de lo que sabemos que es contrario a la Palabra. En aquel tiempo, el remanente solo podía asumir correctamente la obra de Jehová si se mantenía alejado de lo que era impuro según la ley. Hoy, en medio de las corrupciones de la cristiandad, el creyente que invoca el nombre del Señor debe apartarse de la iniquidad, y purificarse de todo vaso de deshonor, si quiere estar «santificado, útil al dueño, y preparado para toda obra buena» (2 Tim. 2:21).

5.1 - Hageo 2:11-13

La pregunta que Jehová dirige a los sacerdotes pone de relieve dos importantes verdades que deben regir la práctica de quienes desean responder a su pensamiento en un día de ruina. Por un lado, aprendemos que lo que es santo no puede purificar por asociación; por otro lado, lo que es inmundo puede contaminar por asociación. De ello se desprende que la noción común de que podemos purificar el mundo por asociación con él, o ayudar al pueblo de Dios asociándonos con los sistemas corruptos en los que tal vez se encuentre, es un error, y algo peor, pues actuar así no solo no ayuda a los demás, sino que nosotros mismos nos contaminamos, pues lo inmundo contamina por asociación.

5.2 - Hageo 2:14-17

El remanente de Hageo había actuado según este falso principio, con el resultado de que la obra de sus manos era impura a los ojos de Jehová. En consecuencia, Jehová les había infligido una disciplina gubernamental y los había golpeado «con viento solano, con tizoncillo».

5.3 - Hageo 2:18-19

Sin embargo, se nos permite ver que, por grande que sea el fracaso del pueblo de Dios, si se arrepiente y actúa en obediencia a la Palabra, será bendecido. Así, directamente el remanente retoma la obra de la casa, Jehová puede decir: «Desde este día os bendeciré».

¿Esta solemne advertencia, y a la vez profundo estímulo, no tiene hoy voz para el pueblo del Señor? Por un lado, ¿no se nos advierte que cualquier desviación, en la práctica, de la luz que Dios nos ha dado en cuanto a los principios de su casa, traerá sobre nosotros la disciplina de Dios?; mientras que, por otro lado, si en obediencia a la Palabra actuamos a la luz de la verdad, ¿seremos bendecidos de inmediato?

6 - El quinto mensaje (Hageo 2:20-23)

6.1 - Hageo 2:20-22

El último mensaje está dirigido a Zorobabel y, por lo tanto, si bien es una palabra del mayor estímulo para el remanente, tiene especialmente en cuenta al que fue instrumento para llevar al pueblo a obedecer la Palabra de Jehová.

El pueblo de Dios en ese día estaba rodeado por poderes paganos a los que se les había confiado el gobierno del mundo. En aquel tiempo, al igual que en este, utilizaban su poder de forma despiadada para aplastar a todos los que se oponían a su voluntad. Frente a todo este poder del mal, el remanente solo tenía que obedecer la Palabra de Jehová, y ocuparse con simple fe de la obra de Jehová. No se trataba para ellos de oponerse al mundo, derrocar su poder o tratar de corregir sus errores. Se les instruye que Jehová, en su propio tiempo, se ocupará de toda la maldad del mundo. Su palabra es: «Yo haré temblar los cielos y la tierra»; «Trastornaré el trono de los reinos, y destruiré la fuerza de los reinos de las naciones», y «Trastornaré los carros».

En nuestros días, no le corresponde al pueblo de Dios intentar arreglar el mundo. Esta es la obra del Señor, pues viene «con sus santas miriadas» para ejecutar el juicio sobre todos los impíos. Nuestra parte es, en simple obediencia a la Palabra, «que luchéis por la fe», «edificándoos sobre vuestra santísima fe», «orando» en el Espíritu Santo, manteniéndonos en el amor de Dios, y «esperando» la misericordia de nuestro Señor Jesucristo (Judas 14-15, 3, 20-21).

6.2 - Hageo 2:23

Obedeciendo la Palabra de Dios, continuando la obra de Jehová, y dejando que el juicio del mundo fuera tratado por el poder de Jehová, Zorobabel no solo encontraría la bendición presente, sino que también heredaría la recompensa futura. En el día de la gloria venidera, ocuparía un lugar de gran honor como elegido de Jehová.

Tampoco es de otra manera en nuestros días. Obedecer la Palabra del Señor, y hacer la obra del Señor, según el pensamiento mente del Señor, en un día de debilidad, y ante el oprobio y la oposición, puede parecer «como nada» a la gran profesión religiosa, pero llevará su brillante recompensa en el día de la gloria venidera. Al que tiene solo «poca fuerza» y, sin embargo, guarda la Palabra del Señor, y no niega su nombre, el Señor puede decir: «Al que venciere, haré que sea una columna en el templo de mi Dios, y no saldrá más de allí; y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, que desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo» (Apoc. 3:12).