Habacuc


person Autor: Hamilton SMITH 89

library_books Serie: Bosquejo Expositivo


La profecía de Habacuc difiere de otras profecías en que no hace un llamamiento directo a Israel o a las naciones, ni se da ninguna fecha específica para su cumplimiento. Sin embargo, es evidente que Habacuc vivió en un día en que el pueblo de Dios había fracasado completamente, con el resultado de que la mano de Dios estaba sobre ellos en juicio gubernamental.

La profecía adopta la forma de una conversación entre el profeta y Jehová, en la que el profeta, abrumado en su espíritu por todo el fracaso del pueblo de Dios, arroja su carga sobre Dios, para encontrar que no solo es sostenido por Jehová en su dolor (Sal. 55:22), sino que es llevado a regocijarse en Él en las alturas (Hab. 3:18-19).

1 - Habacuc 1

1.1 - Versículos 1-4

En los primeros versículos nos enteramos de la angustia del alma del profeta al confesar a Jehová la baja condición del pueblo de Dios. Su espíritu está turbado, no solo por la maldad de las naciones, sino por la maldad del pueblo de Dios. En el lugar que debería estar marcado por la mansedumbre y la justicia, la paz y la concordia, ve violencia y corrupción, luchas y disputas.

Además, ve que no hay poder en el pueblo de Dios para hacer frente al mal. No usan la Palabra de Dios, pues tiene que admitir que «la ley es debilitada, y el juicio no sale según la verdad» (v. 4). Los malvados están en el poder, por lo que cualquier juicio al que lleguen está equivocado o pervertido.

Además, a juzgar por las apariencias, parecería que Jehová no escucha el clamor de los piadosos, ni salva a su pueblo de sus penas.

En presencia de todas estas tristezas, el profeta gime en espíritu, pues la Palabra de Dios permite un gemido, pero nunca una queja (Rom. 8:22-27). Además, el profeta expresa sus gemidos a Dios. Desgraciadamente, con demasiada frecuencia hay una tendencia en nosotros, como creyentes, a discutir entre nosotros sobre los fracasos del pueblo de Dios con tal espíritu de amargura que el gemido se convierte en mera queja, o se queja de lo que Dios permite en su trato con su pueblo. Así, las palabras quejumbrosas de unos a otros pueden traicionar un espíritu de rebelión acechante contra Dios, o un esfuerzo por exaltarnos a nosotros mismos menospreciando a los demás. Tanto mejor para nosotros, si escapamos de estas asechanzas derramando la angustia de nuestro espíritu, y los ejercicios de nuestra alma ante el Señor.

1.2 - Versículos 5-10

En los versículos que siguen tenemos la respuesta de Jehová al clamor de esta alma angustiada. Esta respuesta nos presenta lo que ocupa un lugar tan prominente en la profecía de Habacuc, –el trato gubernamental de Dios, tanto con su pueblo fracasado como con un mundo malvado.

Dios no puede ser indiferente al mal. Cuando su pueblo ha caído en una condición moral baja, Dios debe abandonarlo o tratar con él en justicia. Vivimos en un día de gracia; pero la gracia no deja de lado el gobierno de Dios. Como en los días de Habacuc, el pueblo de Dios ha caído, y la Iglesia, como testigo responsable de Dios, está arruinada; el resultado es, como nos recuerda el apóstol Pedro: «Llegó el tiempo de comenzar el juicio por la casa de Dios; y si comienza por nosotros, ¿cuál será el fin de los que no obedecen al evangelio de Dios?» (1 Pe. 4:17). Este gobierno de Dios puede no tomar la forma de una intervención directa, ya que es el día de la gracia longánima de Dios, y Cristo está esperando hasta que sus enemigos sean puestos por escabel. Sin embargo, Dios no puede ser indiferente al mal y sigue siendo cierto que lo que los hombres siembran, cosecharán.

En los días de Habacuc el pueblo de Dios había caído, y las naciones estaban marcadas por la violencia y la corrupción. En medio de estos males, el profeta es llamado a contemplar la solemne obra del juicio de Dios. Detrás de todo lo que ocurría entre los hombres, Dios estaba obrando, y el hombre de Dios debe mirar más allá de las obras de los hombres para ver la obra de Dios (v. 5).

Hoy en día vivimos en los últimos días, descritos por el apóstol Pablo, cuando la cristiandad profesa se hunde rápidamente al nivel del paganismo, como puede verse claramente al comparar 2 Timoteo 3:1-5 con Romanos 1:21-32. En estos tiempos peligrosos le corresponde al creyente contemplar lo que Dios está obrando para el castigo de su pueblo y para el juicio gubernamental del mundo.

En los días de Habacuc, Dios había levantado a los caldeos para esta obra de juicio gubernamental. Sin embargo, se nos dice que la condición del pueblo de Dios era tan baja que no quería creer el testimonio de Dios sobre la obra de ellos. Se negaba a ver la mano de Dios detrás de sus enemigos que estaban siendo utilizados para su castigo. Sabemos que el apóstol cita este pasaje cuando predicaba el evangelio en Antioquía. Allí anunció la gracia de Dios que proclama el perdón por medio de Cristo, y que todos los que creen son justificados de todas las cosas. Inmediatamente después cita al profeta Habacuc para advertirles que no desprecien la obra de la gracia por incredulidad, como sus antepasados habían despreciado la obra del gobierno por incredulidad (Hec. 13:41).

Sin embargo, a pesar de la incredulidad del hombre, la obra de Dios, ya sea en gracia o en gobierno, continúa. Así, en su día, se le dice al profeta que Dios había levantado a los babilonios para llevar a cabo su obra de justicia. Poco pensaban los babilonios que habían sido elevados al pináculo del poder simplemente para ser un instrumento en la mano de Dios para castigar a su pueblo y frenar los males de las naciones. Sin embargo, así fue en los días del profeta, y así ha sido una y otra vez, en la historia del mundo, cuando a los tiranos despiadados se les ha permitido durante un tiempo seguir su carrera de agresión sobre las naciones circundantes.

Esta nación de los caldeos se describe como una nación amarga e impetuosa, marcada por la crueldad y la violencia. Con una energía agresiva, avanzaban a través de la tierra para poseer moradas que no eran suyas. Inspiraban terror y pavor con sus actos espantosos, en los que eran una ley para sí mismos, sin tener respeto por las costumbres de las naciones. Hundiéndose por debajo del nivel del hombre natural, de los animales salvajes y feroces, son utilizados como figuras para establecer la ferocidad inhumana con la que atacaban a las naciones. Durante un tiempo arrasarían todo ante ellos; los reyes y los príncipes serían apartados, y «toda fortaleza» derribada.

1.3 - Versículo 11

Luego, en el apogeo de su carrera conquistadora, su mente cambiaría y, no contentos con la destrucción despiadada de los hombres, pasarían a ofender a Dios. Sin darse cuenta de que no eran más que instrumentos en la mano de Dios, y envanecidos por sus propios éxitos, rechazaron al verdadero Dios y erigieron un dios de su propia invención, adorando el propio poder de ellos. Así sabemos qué sucedió, cuando Nabucodonosor dijo: «¿No es ésta la gran Babilonia que yo edifiqué para casa real con la fuerza de mi poder, y para gloria de mi majestad?» (Dan. 4:30). Tuvo que aprender, como todos los otros tiranos en el curso de la historia, que el Dios que lo había levantado para ocuparse de los infractores, también lo derribará cuando ofenda al verdadero Dios reclamando para sí los honores divinos.

El profeta ha vertido su gemido ante Jehová (2-4); y Jehová ha respondido a la angustia de su alma asegurándole que, detrás de la crueldad «formidable… y terrible» del enemigo contra el pueblo de Dios y las naciones, Dios mismo estaba obrando mediante el castigo gubernamental (v. 5-11).

En los versículos siguientes (11-17), oímos al profeta dirigirse de nuevo a Jehová; no como antes, para derramar la angustia de su alma a causa de la baja condición del pueblo de Dios, sino para apelar a Dios a causa de la maldad de aquellos a quienes se les había permitido castigar al pueblo de Dios. Las palabras finales de Jehová insinuaban claramente que la nación malvada a la que se le había permitido invadir las tierras de otros terminaría dejando de lado al Dios verdadero y haciendo un dios falso de su propio poder.

1.4 - Versículo 12

De inmediato el profeta aprovecha esta blasfemia para apelar a Dios para que juzgue a esta nación malvada. Pueden negar al Dios verdadero, pero, pregunta el profeta, «¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío?» ¿Puede Dios, en consonancia con su propia gloria y santidad, ser indiferente a la maldad de quienes lo desafían, arrogándose poderes divinos? ¡Imposible! El profeta se inclina ante lo que Jehová ha dicho, y confiesa que el pueblo de Dios ha sido castigado por Dios para su corrección, pero, puede añadir: «No moriremos». Si Dios castiga a su pueblo, es para que viva en consonancia con Él mismo; si trata en juicio con sus enemigos, es para su destrucción eterna según sus propios méritos. Por lo tanto, ve claramente que, a pesar de los éxitos aparentemente abrumadores de los caldeos, estaban realmente en el camino del juicio, aunque, mientras tanto, estaban siendo utilizados por Dios para el juicio de otros.

1.5 - Versículo 13

El profeta basa sus conclusiones, no simplemente en la maldad del enemigo, sino, en la santidad de Dios. Dios es: «Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio». ¿Mirará Dios y permanecerá en silencio cuando el enemigo blasfema de Dios, cuando hace tratos traicioneros con las naciones y actúa con mayor injusticia contra aquellos que son más justos que él?

1.6 - Versículos 14-16

Esta nación malvada trataba a los hombres como si fueran simples peces del mar, o reptiles, que no tienen ningún gobernante que los guíe o proteja. Habiéndose apoderado de los débiles e indefensos, los utilizaban para proveerse de una buena porción, y de abundancia, para ellos mismos. Además, su pecado más grave es que hacen un dios del poder con el cual han obtenido sus éxitos, y así poner de lado al verdadero Dios.

1.7 - Versículo 17

El profeta resume su alegato preguntando si se les permitirá seguir matando a las naciones y adorando su red, es decir el medio con el que hacen todas estas tropelías.

2 - Habacuc 2

2.1 - Versículo 1

Una vez concluida su apelación a Jehová, el profeta se pone en su atalaya para mirar y escuchar lo que Dios hará y dirá. Actúa de acuerdo con la exhortación que nos dice que velemos y oremos (Lucas 21:36; Efe. 6:18). No vigila simplemente para ver lo que harán los hombres, y así dejarse guiar por la vista; vigila para ver lo que dirá Dios, y así caminar por la fe.

En los versículos 2 al 20 del capítulo 2, tenemos la respuesta de Jehová a la petición del profeta; una respuesta que está llena de consuelo para el pueblo de Dios en todo momento de prueba. Las palabras de Jehová presentan una visión del juicio venidero sobre los enemigos del pueblo de Dios, y de la bendición para la cual estos juicios prepararán el camino, cuando «La tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar» (v. 14).

2.2 - Versículo 2

Al profeta se le ordena que escriba la visión con tal claridad, que el que la lea se anime a correr con paciencia la carrera que ha sido propuesta –para usar la exhortación del Nuevo Testamento. Este es seguramente el significado de estas palabras, y no, como a menudo se supone, “para que el corredor lea”, sino “para que el lector corra” (William Kelly).

2.3 - Versículo 3

En segundo lugar, estamos asegurados de la absoluta certeza de la visión. Hay un tiempo señalado para el juicio de los impíos y la liberación del pueblo de Dios. Puede que tengamos que esperar ese tiempo, pero seguramente vendrá y no se demorará ni un momento más allá del tiempo señalado.

2.4 - Versículo 4

Como siempre, si Dios, en su misericordia, se demora en ejercer el juicio, los malvados lo aprovechan para exaltarse a sí mismos y proseguir sus propias codicias y vanidades; así también se nos advierte que en estos últimos días habrá «burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento?» (2 Pe. 3:3-4). En contraste con los malvados, los piadosos encontrarán en este retraso una ocasión para el ejercicio de la fe, ya que «el justo vivirá por la fe», un pasaje citado por el apóstol en la Epístola a los Hebreos para animar a los creyentes a correr con fe y paciencia, viendo que es solo «dentro de muy poco de tiempo, y el que ha de venir vendrá: no tardará» (Hebr. 10:36-38; 12:1). El pueblo de Dios, ya sea en los días del profeta o en los nuestros, es exhortado a correr con energía espiritual; a esperar con paciencia; y a vivir por fe.

2.5 - Versículo 5

Después de estas exhortaciones al creyente, Jehová pronuncia formalmente el juicio, en cinco calamidades, que vendría sobre los enemigos de su pueblo (v. 5 al 19). En primer lugar, se nos habla de los males excepcionales que conducen a estos tratos gubernamentales de Dios. Embriagado por su propia vanidad y orgullo, este inquieto enemigo no se contenta con permanecer en su propio país. Su ansia insatisfecha de poder sobre los demás le lleva a actuar con un deseo maléfico de someter a todas las naciones bajo su control.

2.6 - Versículos 6-8

La opresión y la injusticia de esta nación clama en voz alta para que Dios la juzgue. Así como Jehová se había servido de los caldeos para castigar a su pueblo y a las naciones, ahora utiliza a las naciones para juzgar a los caldeos. Porque son las naciones las que son utilizadas para retomar un proverbio burlón contra estos opresores, y pronunciar estas calamidades sobre ellos.

La primera calamidad es provocada por la rapacidad que lleva al enemigo a aumentar sus posesiones apoderándose de tierras que no son suyas, a pesar de las “promesas” que no cumple. Semejante maldad reúne a las naciones en un repentino levantamiento contra él, por el que se ve preocupado y vejado, y finalmente se convierte en un botín para aquellos a los que ha despojado con derramamiento de sangre y violencia.

2.7 - Versículos 9-11

La segunda calamidad es provocada por la codicia que le lleva a despojar a otros para establecer su propia casa, con el propósito de poner «en alto su nido». De este modo, pretende ser supremo sobre las naciones y ponerse a salvo de los ataques. Para alcanzar este fin, no duda en rebajarse a asolar «muchos pueblos». Puede aplastar a naciones y matar a millones de personas si con ello puede satisfacer sus ansias de poder. Pero tiene que aprender que toda esta maldad despiadada se volverá contra él. Las mismas piedras y vigas de las casas que ha destruido serán testigos contra él y clamarán por su juicio.

2.8 - Versículos 12-14

La tercera calamidad, pronunciada contra esta nación que ha tratado de establecerse con poder sobre un fundamento de sangre derramada e iniquidad, nos dice que estos hombres caerán bajo el fuego del juicio contra el que se cansarán en vano. El poder universal sobre las naciones está reservado a Jehová. «Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar».

2.9 - Versículos 15-17

Una cuarta calamidad es suscitada por la visión de la corrupción, seguida de la violencia, que marca las actividades del enemigo. Con engaño y astucia, seducen a las naciones hasta dejarlas indefensas, y así preparan el camino para atacarlas con violencia, con el fin de buscar su propia gloria. Al final, serán repletos de vergüenza en lugar de gloria, cuando se les haga beber de la copa del juicio de la mano de Jehová. Se verán abrumados por la violencia que han ejercido sobre los demás.

2.10 - Versículos 18-19

La calamidad final sobre esta nación malvada es provocada por su mayor pecado –un pecado directamente contra Dios. La idolatría y la práctica de la mentira, que llevan a los hombres a confiar en un dios falso y a negar así al verdadero Dios, traerán un juicio abrumador sobre esta nación malvada.

2.11 - Versículo 20

El juicio que alcanza a esta nación malvada establece el gran y bendito hecho de que, a pesar de todo el fracaso del pueblo de Dios y de la creciente maldad del mundo, «Jehová está en su santo templo». En su presencia, toda boca abierta en rebelión para blasfemar su santo Nombre será finalmente cerrada. Ante el juicio venidero sobre los malvados, «calle delante de él toda la tierra».

En la respuesta de Jehová a la apelación del profeta, se nos asegura que, en el tiempo señalado por Dios, él tratará en juicio toda la maldad del mundo. Puede haber un tiempo de espera, que exige el ejercicio de la fe, pero la fe es sustentada por la seguridad de que, pase lo que pase entre los hombres, Jehová está en su santo templo, el recurso infalible de su pueblo.

3 - Habacuc 3

3.1 - Versículo 1

Después de haber estado en su atalaya, y haber escuchado la respuesta de Jehová a su petición, el profeta se pone ahora de rodillas en oración. En medio de todos sus ejercicios y pruebas, se vale del recurso infalible que tenemos en Jehová que está en su santo templo. Se acerca al trono de la gracia para encontrar ayuda en el momento de la necesidad.

3.2 - Versículo 2

El profeta había visto el fracaso del pueblo de Dios y la obra del enemigo en medio de él. Ahora, con el santo temor de Dios en su corazón, ora para que Jehová actúe. Puede decir: «Oh Jehová, aviva tu obra». No ora por un gran reavivamiento público en el pueblo de Dios, que pudiera ponerlo en evidencia, sino que anhela ver a Jehová obrar en medio de sus pruebas, –ver a Jehová actuar en misericordia hacia aquellos que, por su fracaso, se han atraído el castigo de Jehová.

3.3 - Versículos 3-6

Luego, en un lenguaje sublime, recuerda las diferentes maneras en que Dios había actuado, en el pasado, para su propia gloria y la bendición de su pueblo. Se refiere a Temán y Parán, donde se habían producido las manifestaciones más sorprendentes del poder y la gloria divinos, como sabemos por Deuteronomio 33:2. «Delante de su rostro» los enemigos de su pueblo fueron desbaratados y dispersados, y todo poder opositor fue abatido.

3.4 - Versículos 7-12

Las moradas de los paganos estaban en aflicción, y sus tierras temblaban cuando, a la palabra de Jehová, «con furor trillaste» las naciones (v. 9). Todos los poderes de la naturaleza –los ríos, las montañas, el sol y la luna– no fueron de ninguna utilidad para detener la obra de juicio de Jehová, cuando fue por la tierra con indignación, para trillar a las naciones con ira.

3.5 - Versículos 13-15

Al actuar así, Jehová no solo se ocupaba de la maldad de las naciones, sino que trabajaba por la salvación de su pueblo –su ungido. Con este fin, los líderes de la maldad, que venían como un torbellino para dispersar y devorar a los afligidos, fueron derribados por el poder de Dios.

3.6 - Versículo 16

Este solemne trato de Dios en el juicio con las naciones en el pasado, puede, ciertamente, hacer que el profeta se dé cuenta de la debilidad y la pobreza del pueblo de Dios, y por lo tanto que tiemble en presencia de las manifestaciones divinas; sin embargo, llevará al profeta a estar «quieto en el día de la angustia» cuando su invasor suba contra el pueblo.

3.7 - Versículos 17-19

El resultado de las experiencias del profeta se resume en el sublime estallido de alabanza con que se cierra su profecía. Había aprendido los caminos de Dios en gobierno, en el castigo a su pueblo y en el juicio de sus enemigos. Había tenido una visión que le decía que todas las obras de Dios, en el castigo y el juicio, conducirían a la salvación eterna de su pueblo y, sobre todo, a que la tierra se llenara del conocimiento de la gloria de Jehová. Puede que tenga que esperar el cumplimiento de la visión, pero, viviendo por fe, en este glorioso futuro y en Aquel que lo llevará a cabo, está preparado para afrontar todas las pruebas del camino. La necesidad puede mirarlo a la cara, porque los frutos de la tierra pueden faltar, los campos pueden no dar pan, y los rebaños no dar carne. Sin embargo, Jehová está en su santo templo, y en Jehová se alegrará, y se gozará en el Dios de su salvación. Débil en sí mismo, encontrará en Jehová Dios su fuerza, que le permitirá caminar por lugares elevados, muy por encima de las distracciones y las penas de la tierra.

Qué alentador es trazar la manera con la que este hombre temeroso de Dios es conducido, después de encontrarse sobre su faz en la angustia del alma ante Dios por el fracaso del pueblo de Dios; a tomar su posición en la atalaya, para escuchar las palabras de Jehová. Luego, habiendo aprendido el pensamiento de Jehová, verlo de rodillas en la oración con el resultado de que finalmente camina sobre las alturas con el gozo en su corazón y la alabanza en sus labios.

Vivimos en los tiempos difíciles de los últimos días en los que, la Iglesia, habiendo fracasado en su responsabilidad de dar testimonio de Cristo, el juicio comienza en la Casa de Dios; en los que, el mundo, habiendo fracasado en su responsabilidad de gobernar, está lleno de violencia y corrupción, y, mientras pasa a los juicios del día de Jehová, ahora debe cosechar en dolor lo que ha sembrado en maldad. En un día así, cuando el fin de todas las cosas se acerca, seguramente nos corresponde aprender las lecciones de Habacuc, y ser «sobrios, y velar en oración» (1 Pe. 4:7). No corresponde a los creyentes, en este día de gracia, apelar el juicio sobre sus enemigos, sino que, al igual que el profeta de antaño, en todas las aflicciones que tengamos que enfrentar, ya sea entre el pueblo de Dios, o en el mundo que nos rodea, tenemos un recurso infalible: «Jehová está en su santo templo» (2:20). Cristo permanece, el Mismo ayer, hoy y para siempre. Ha ido al «cielo mismo, para ahora comparecer ante Dios por nosotros» (Hebr. 9:24). Como el profeta de antaño, podemos derramar ante él los ejercicios de nuestras almas; podemos velar para ver su mano obrando; podemos expresarle todas nuestras necesidades en la oración; y, desde ahora, ser conducidos en espíritu a lugares altos por encima de todas las tormentas para regocijarnos en Jehová, y alegrarnos en el Dios de nuestra salvación.

Que podamos entonces, a su debido tiempo, estar sobre nuestros rostros en confesión; en la atalaya para aprender el pensamiento de Jehová; de rodillas en oración; y en los lugares altos en alabanza.