La Tercera Epístola de Juan

La acogida de los siervos de Dios


person Autor: Hamilton SMITH 84

library_books Serie: Bosquejo Expositivo


En la Tercera Epístola, el apóstol nos anima a recibir y ayudar a avanzar a los que se mueven en medio del pueblo del Señor, predicando el Evangelio y ministrando la verdad.

Nos presenta a tres personajes muy diferentes –Gayo, Diótrefes y Demetrio– y nos ofrece una visión extraordinaria del círculo cristiano de aquel tiempo. De este cuadro de los primeros cristianos, aprendemos que en aquellos primeros días existían las mismas circunstancias y las mismas dificultades que surgen entre los que tratan de caminar en la verdad en estos últimos días.

(V. 1-4). En «Gayo, el amado» vemos a un santo de mentalidad espiritual cuyos intereses se centraban en el pueblo del Señor. En breves palabras, el apóstol describe las hermosas virtudes cristianas que caracterizaban a este hermano.

En primer lugar, era un creyente bien instruido en la verdad, pues el apóstol puede hablar del «testimonio de tu verdad». Tenía un lugar de alojamiento en su corazón. Además, esto lo sabía, no por ningún conocimiento jactancioso de su parte, sino por el testimonio de los hermanos.

En segundo lugar, no solo tenía la verdad, sino que dio evidencia de ella al caminar en la verdad. Su vida práctica era consistente con la verdad que profesaba. ¡Qué mayor gozo puede tener un siervo que saber que aquellos que han sido bendecidos por medio de la verdad que él ha ministrado, están caminando de acuerdo con ella! Este gozo tuvo el apóstol cuando oyó a través de otros acerca de Gayo, su hijo en la fe.

(V. 5). En tercer lugar, teniendo la verdad y andando en la verdad, actuó fielmente con los hermanos y los extranjeros que dedicaban por entero su vida al servicio del Señor.

(V. 6-7). En cuarto lugar, no solo se caracterizó por su fidelidad, sino también por su amor. Es posible ser fiel, pero carecer de amor, o, tratando de mostrar amor, fracasar en la fidelidad. En Gayo, la fidelidad y el amor se combinaban felizmente. Además, observamos de nuevo que su amor, al igual que su caminar, no era motivo de jactancia por su parte, sino que era atestiguado por los demás.

En quinto lugar, aparentemente Gayo era un hombre de recursos e hizo bien en utilizarlos para ayudar a seguir adelante en sus viajes a aquellos hermanos que, como predicadores itinerantes, habían salido por causa de Cristo, apoyándose en Dios.

(V. 8). En sexto lugar, Gayo no solo ayudó a los santos en sus viajes, sino que se unió a otros para recibirlos en sus casas y asambleas. Si, en efecto, es el Gayo de quien el apóstol Pablo escribe como «Gayo, que me hospeda», en su día había hospedado al apóstol Pablo (Rom. 16:23).

En séptimo lugar, como resultado de su amor práctico, Gayo se convirtió con los demás en un colaborador de la verdad.

No hay ninguna palabra que indique que Gayo estaba dotado como maestro o predicador, pero poseía esas cualidades espirituales, sin las cuales el don no sirve para nada, pero con las que tendrá un gran lugar en el día venidero. Se nos presenta como un santo humilde, bondadoso y devoto, uno que apreciaba la verdad, caminaba en la verdad, actuaba con fidelidad y amor, ayudaba a los santos en sus viajes, los acogía en las asambleas, y así ayudaba a difundir la verdad. No es de extrañar que el apóstol hable de él como «Gayo, el amado», pues en Gayo había de todo para suscitar el afecto de los santos. ¿Quién no desearía ser un Gayo?

(V. 9-10). Si en Gayo tenemos un bello ejemplo de un santo gobernado por la verdad, en Diótrefes tenemos una solemne advertencia de la forma en que toda la vida cristiana puede verse empañada por la vanidad desprejuiciada de la carne. No hay ninguna sugerencia de que Diótrefes no fuera cristiano. Evidentemente era un hermano prominente en una asamblea, y por lo tanto podemos concluir que era un hombre dotado, pero todo se echó a perder por su amor a la preeminencia. Le movía la «vanagloria» contra la que nos advierte otro apóstol, cuando escribe: «No seamos vanagloriosos, provocándonos unos a otros, envidiándonos unos a otros» (Gál. 5:26); y, de nuevo, exhorta: «Nada se haga por rivalidad o por vanagloria» (Fil. 2:3).

Movido por la vanidad, a Diótrefes le gustaba ocupar el primer lugar en la asamblea. Esta prepotencia, como siempre, le hizo sentir celos de los demás, y los celos se expresaron en «palabras maliciosas», y no contento con ello, procedió a actos violentos que le llevaron, no solo a negarse a recibir a los siervos del Señor, sino a expulsar de la asamblea a los que quisieran hacerlo.

Bien podemos tomar la advertencia de Diótrefes, porque la carne está en nosotros, y por naturaleza todos nos creemos importantes. A menos que sea juzgada, nos llevará a ignorar por completo la gloria del Señor, el bien de su pueblo y el avance de la verdad. Cegados por una vanidad no juzgada, podemos olvidar fácilmente todo lo que es coherente en un cristiano, y como antaño actuar con celos, dando paso a palabras maliciosas y actos violentos.

(V. 11). Habiéndonos presentado estos dos caracteres diferentes, uno exhibiendo las gracias de Cristo, el otro los rasgos de la carne, el apóstol nos exhorta a rechazar el mal y a seguir el bien, probando así que tenemos una naturaleza que es «de Dios», en lugar de demostrar que tenemos en nosotros la carne que «no ha visto a Dios».

(V. 12). Finalmente, el apóstol nos presenta en Demetrio a uno que era bien conocido por «todos». Podemos concluir, por tanto, que era uno de los siervos dotados que se movían entre «todo» el pueblo del Señor ministrando la Palabra.

Tenía 3 características que todo siervo trabajador puede codiciar. En primer lugar, tenía «buen testimonio de todos». Es evidente, entonces, que no era un hombre vanidoso, afirmativo de sí mismo, que buscaba un lugar prominente, ni un chismoso malicioso, que se burlaba de los demás. Si hubiera sido así, nunca habría tenido un buen informe de todos los hombres. Por otra parte, la verdad estaba tan ejemplificada en Demetrio que fue testigo de su buena reputación. Si hubiera sido de otro modo, la verdad lo habría condenado. Por último, como andaba de acuerdo con el ejemplo y las enseñanzas de los apóstoles, ellos también dieron testimonio de su integridad y devoción.

Qué bueno, entonces, cuando los siervos del Señor que se mueven entre las asambleas ministrando la Palabra son tan cuidadosos de sus palabras, su andar, sus caminos, que tienen un buen informe de todos, que ejemplifican la verdad que enseñan, y moldean sus vidas de acuerdo con la enseñanza y la práctica de los apóstoles.

Que podamos, entonces, emular la humildad y espiritualidad de Gayo, tomar la advertencia de Diótrefes, y tratar de vivir de tal manera que, como Demetrio, tengamos un buen informe de todos.


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