La Segunda Epístola de Juan

El rechazo de los falsos maestros


person Autor: Hamilton SMITH 89

library_books Serie: Bosquejo Expositivo


En los días del apóstol Juan, ya habían surgido maestros anticristianos y falsos profetas en la profesión cristiana. Por lo tanto, era de suma importancia que los creyentes estuvieran en guardia en cuanto al verdadero carácter de los que ocupaban el lugar de maestros entre el pueblo de Dios. Existía el peligro, por una parte, de acreditar a un falso maestro o, por otra, de rechazar a un verdadero siervo de Dios. La Segunda y Tercera Epístolas del apóstol responden a estas dificultades. La Segunda Epístola fue escrita para advertir a los fieles que no recibieran a los que negaban la verdad sobre Cristo. La Tercera Epístola nos anima a recibir y ayudar a los que enseñan la verdad.

En estas 2 breves Epístolas se hace mucho hincapié en la verdad, pues solo si probamos a los maestros con la verdad podremos descubrir si son falsos maestros o verdaderos siervos de Dios.

(V. 1). En esta Segunda Epístola el apóstol se dirige a un individuo, la señora elegida, y a sus hijos. Habla, pues, de nuestra responsabilidad individual. Su motivo para escribir esta carta de advertencia fue el amor, al que se unirían otros, que habían conocido la verdad y así habían sido introducidos en el círculo del amor cristiano.

(V. 2). Después, lo mueve a escribir: «A causa de la verdad que permanece en nosotros, y estará con nosotros para siempre». Busca que los santos sean preservados de los engañadores y que la verdad se mantenga libre del error.

(V. 3). Desea que esta señora goce de la bendición de la gracia, la misericordia y la paz «de Dios Padre y de Jesucristo, Hijo del Padre, en verdad y en amor». De este modo, el apóstol subraya las mismas verdades puestas en duda por los engañadores contra los que nos previene, como ya hizo en la Primera Epístola. Además, desea que estas bendiciones de gracia, misericordia y verdad se disfruten, no de una manera meramente humana, sino como estos santos se encuentran caminando en la verdad y el amor.

(V. 4-6). En los versículos que siguen, el apóstol aplica esta verdad y amor a nuestro caminar práctico. Solo en la medida en que estemos cimentados en la verdad y el amor, y caminemos de acuerdo con ellos, seremos capaces de resistir a los falsos maestros. El apóstol escribe a los que conocen la verdad y en los que mora la verdad (v. 1-2). Ahora se alegra de que sean hallados «andando en la verdad». Si queremos huir del error y rechazar a los engañadores, no bastará con conocer la verdad, sino que debemos practicarla según el mandamiento que hemos recibido del Padre. Por la Primera Epístola sabemos que el mandamiento del Padre es «que creamos en el nombre de su Hijo Jesucristo, y nos amemos unos a otros» (1 Juan 3:23).

No es un mandamiento nuevo lo que escribe el apóstol, sino lo que hemos oído desde el principio. Lo que teníamos desde el principio, expuesto en Cristo, era la verdad plena en cuanto a las Personas divinas, el Padre y el Hijo, y que debíamos andar según la nueva naturaleza en amor mutuo.

Además, el amor se manifiesta en un caminar en obediencia a los mandamientos del Padre, según los cuales estamos llamados a caminar en la verdad expresada en Cristo desde el principio. Esto significaría caminar en santidad y amor, pues las grandes verdades dadas a conocer en Cristo son que Dios es amor y Dios es luz.

(V. 7). Así, con la verdad conocida y morando en nosotros, y con un caminar en consonancia con la verdad, estaremos preparados para detectar y rechazar a los muchos engañadores que han salido por el mundo. Estos engañadores son expuestos por su actitud hacia Cristo. Pueden afirmar que Jesucristo fue un buen Hombre, pero se niegan a confesar que él ha «venido en carne». Confesar que Jesucristo ha venido en carne es reconocer que él existía antes de hacerse carne. No tendría sentido decir de un mero ser humano que ha venido en carne. ¿De qué otra manera podría haber venido? Negar que Jesucristo ha venido en carne es, pues, negar su existencia anterior y, por tanto, negar que es una Persona divina, Dios. El que niega esta gran verdad acerca de Cristo se presenta de inmediato como el «engañador y el anticristo».

(V. 8). Como hay tales en el mundo, el apóstol nos exhorta a mirarnos a nosotros mismos, no sea que en alguna medida estemos influenciados por estos engañadores y desviados de la verdad, perdiendo así una recompensa completa por nuestros trabajos en el día venidero.

(V. 9). Para preservarnos de la mala influencia de los que profesan haber avanzado sobre la verdad revelada en Cristo desde el principio, dice: «Todo el que se adelanta y no permanece en la enseñanza de Cristo, no tiene a Dios». Rechazar la verdad del Padre y del Hijo dada a conocer en Cristo, es estar en total ignorancia de Dios. Permanecer en la verdad, es tener el conocimiento del Padre y del Hijo.

(V. 10-11). Si, pues, alguien viene a casa y no trae esta doctrina, no se le debe recibir ni dar ningún saludo común. Cuando se cuestiona la verdad en cuanto a la persona de Cristo, no basta con expresar desacuerdo con la falsa opinión; no debe hacerse nada que sancione la mala doctrina o a quien la sostiene.

Puede haber mucha aprehensión defectuosa de muchas verdades e interpretaciones defectuosas de la Palabra, pues todos tenemos mucho que aprender, pero cuando se niega la verdad en cuanto a la persona de Cristo, no se debe transigir con el mal ni tolerar a quien sostiene el mal. Decirle a alguien así que Dios le acompañe sería participar de sus malas acciones.

(V. 12-13). El apóstol tenía muchas cosas sobre las que escribir que podían esperar hasta que se encontraran cara a cara, pero, como estos engañadores estaban negando la verdad en cuanto a la persona de Cristo, este asunto era urgente y requería una carta que exhortara a esta señora, e indirectamente a todos los creyentes, a defender con firmeza inflexible las grandes verdades vitales de nuestra fe relativas al Padre y al Hijo.


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