Inédito Nuevo

Filadelfia

Apocalipsis 3:7-13


person Autor: Hamilton SMITH 92

flag Tema: Las siete iglesias de Asia


1 - Introducción

La Iglesia ha sido dejada en la tierra para ser testigo de Cristo durante el tiempo de su ausencia. Este es su gran privilegio, y esta es su responsabilidad.

En los discursos a las 7 Iglesias, el Señor, con ojos como una llama de fuego, repasa toda la historia de la Iglesia en la tierra en su responsabilidad hacia él. De esta solemne revisión aprendemos: En primer lugar, que desde el principio la Iglesia, en su conjunto, ha fracasado en su testimonio a Cristo, y que el fracaso se acentúa a lo largo del tiempo.

En segundo lugar, aprendemos que en medio de todo el fracaso ha habido a lo largo de las edades, y habrá hasta el final, aquellos de los que el Señor habla como vencedores, y que responden a su pensamiento, y tienen su aprobación.

Aprendemos, además, que la raíz de todo el fracaso en el testimonio a Cristo fue que la Iglesia dejó su primer amor por Cristo, y que esto terminará en poner a Cristo fuera de la puerta. Habiendo puesto fuera de la puerta a Aquel por quien debía dar testimonio, la iglesia se convierte en testigo de sí misma y dice: «¡Soy rico, me he enriquecido, y de nada tengo necesidad!». Cristo se vuelve así intolerable para la iglesia profesa, y la iglesia profesa se vuelve nauseabunda para Cristo.

Teniendo el pensamiento de Cristo revelado, será posible, en medio de la confusión, para el que tiene oídos para oír y un corazón que desea ser fiel al Señor, rechazar lo que el Señor reprende y seguir lo que él aprueba. En la medida en que actuemos así, podremos enfrentar y superar las dificultades del día, tener la aprobación del Señor en el tiempo presente y recibir la recompensa prometida en el día venidero.

Entre los 7 discursos, el de Filadelfia ocupa un lugar notable, ya que la Palabra del Señor a esta iglesia es de entera aprobación. Contiene, ciertamente, una palabra de advertencia, pero ninguna palabra de reprimenda. Rodeada de aquellos que, por un lado, estaban en su mayoría marcados por las corrupciones de Tiatira y la profesión sin vida de Sardis y, por otro lado, por la nauseabunda autosuficiencia de Laodicea, había una compañía de santos que tenía la aprobación del Señor. ¿Acaso no indica el Señor que, en los últimos días de la cristiandad, marcados por un lado por la corrupción del papado y la profesión sin vida que caracteriza al protestantismo, y por otro lado por la autosuficiencia jactanciosa del modernismo, se encontrarán hasta el final aquellos que tendrán la Su aprobación?

Siendo así, si deseamos ser de la compañía de aquellos que responden a la mente del Señor, bien podemos prestar atención diligente a las palabras del Señor al ángel de la iglesia en Filadelfia, para que podamos aprender, y buscar ser marcados por las características que Él aprueba, prestar atención a su advertencia, y disfrutar del apoyo de su estímulo.

2 - La presentación del Señor

En las alocuciones a las iglesias, el Señor se presenta generalmente con un carácter judicial, ya que hay muchas cosas que exigen condenación. En esta iglesia, donde encuentra lo que puede aprobar, se presenta en sus perfecciones personales y morales como «el Santo» y «el Verdadero». El Señor indica así las cualidades que busca en los suyos, y que son las únicas que pueden tener su aprobación. Si, en medio de todas las corrupciones de la cristiandad, los creyentes han de dar testimonio de Cristo, deben ser ante todo moralmente como Cristo.

Él es, y siempre fue, «el Santo». Él es: «Santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores» (Hebr. 7:26). De ello se desprende que todos los que invocan el Nombre del Señor son responsables, no solo de apartarse de la iniquidad, sino de separarse de los vasos… para deshonor, a fin de ser «santificado, útil al dueño» (vean 2 Tim. 2:20-21).

Como «el Verdadero», es absolutamente fiel a Dios en su testimonio de la verdad. Todo lo que hace, y todo lo que dice, está en absoluta perfección. Él no es nada parcialmente, él es todo perfectamente. Si él es la Luz, él es «la verdadera luz» (Juan 1:9); si él es el Pan bajado del cielo, él es el «verdadero pan» (Juan 6:32); si él es la Vid, él es la «vid verdadera» (Juan 15:1); si él es el Testigo, él es el «testigo fiel y verdadero» (Apoc. 3:14). ¿Da él un testimonio de sí mismo? Su «testimonio es verdadero» (Juan 8:14); ¿juzga él? Su «juicio es verdadero» (Juan 8:16).

La semejanza con Cristo como «el Santo» y «el Verdadero», exigirá la separación de las corrupciones de la cristiandad, que encuentran su mayor expresión en Tiatira; del formalismo sin vida de Sardis; y de la autosuficiencia de Laodicea.

Además, para hacer frente a la escasa fuerza de la asamblea en Filadelfia, el Señor se presenta con todo el poder como poseedor de la llave de David. Él es uno «que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre». En el pasaje del profeta Isaías que presenta a Cristo de esta bendita manera, aprendemos que el gobierno está en «su mano»; la llave está en «su hombro»; y toda la gloria de Israel como nación «colgarán de él» (Is. 22:21-24). La fuerza poderosa e irresistible que pronto ejercerá en favor de su pueblo terrenal se usa ahora en favor de una débil compañía en Filadelfia para eliminar toda dificultad que impida su servicio al Señor, y para enfrentar toda oposición por la que Satanás trataría de inducirlos a negar el cristianismo puro adoptando un judaísmo espurio.

Se ha señalado por otros que el carácter en el que el Señor se presenta, y las cualidades que aprueba en los filadelfios, fueron perfectamente expuestos en Cristo mismo, cuando estaba en la tierra. En cada paso de su camino fue «el Santo» y «el Verdadero». Él también se contentó con pasar por este mundo en circunstancias de debilidad como Aquel que se hizo pobre y no tenía donde reclinar la cabeza. Se contentó con ser tratado como el despojo de la tierra, y con ser pisoteado por los hombres, por el bien de los suyos. Los hombres pueden echarlo de sus ciudades, y los fariseos y los escribas, los gobernantes y los sacerdotes, se esfuerzan por cerrarle la puerta. Pero, leemos: «A este le abre el portero» (Juan 10:3), y las ovejas oyen su voz. Ningún poder del enemigo puede impedir que el Señor encuentre a sus ovejas perdidas, las reúna a su alrededor y las lleve a casa. Y ningún poder del enemigo puede impedir que el filadelfio responda al pensamiento del Señor y lleve a cabo la Palabra del Señor en un día de ruina.

3 - La palabra de aprobación del Señor

Es, a primera vista, notable que, en una asamblea en la que el Señor encuentra tanto que aprobar, se diga tan poco en cuanto a sus obras. En otras alocuciones el Señor hace un recuento de las obras; a esta asamblea le dice simplemente: «Conozco tus obras». De la asamblea en Éfeso el Señor tiene mucho que decir de sus obras, pero los reprende por haber dejado su primer amor. En Filadelfia no hubo un gran despliegue de obras que los llevara a la prominencia en el mundo religioso, pero hubo un retorno al primer amor que fue muy precioso a los ojos del Señor. Siempre existe el peligro de dar un gran valor a las obras, que nos hacen ser algo ante los demás, y pasar por alto la condición moral, que es la primera consideración a los ojos del Señor. Los santos de Filadelfia no buscaban la aprobación de los hombres: se contentaban con la aprobación del Señor. Les bastaba con que el Señor hubiera tenido en cuenta sus obras. Descansaban en el hecho de que él había dicho «Conozco tus obras».

Sin embargo, si el Señor no tiene nada que decir de sus obras, se complace en presentar las características morales que tienen tanto valor a sus ojos.

La asamblea en Filadelfia tenía 4 características sobresalientes que atrajeron la aprobación del Señor:

  • En primer lugar, el Señor dice: «Tienes poca fuerza».
  • En segundo lugar: «Has guardado mi palabra».
  • En tercer lugar: «No has negado mi Nombre».
  • En cuarto lugar: «Has guardado y perseverado en mi palabra».

Si estas son las marcas características que tienen la aprobación del Señor, entonces haremos bien en considerar sus palabras, buscando comprender su verdadero significado.

3.1 - «Tienes poca fuerza»

Al principio de la historia de la Iglesia hubo un poderoso despliegue de poder en el testimonio público ante el mundo. Por el milagroso don de lenguas los hombres se enteraron de las maravillosas obras de Dios. «Eran muchas las señales y maravillas que por mano de los apóstoles se hacían en el pueblo». (Hec. 5:12). Una multitud de personas llevó sus enfermos a los apóstoles y, leemos: «Todos eran sanados» (Hec. 5:16).

Recordemos, sin embargo, que en el día de este poderoso despliegue de poder divino se reconocía la única autoridad del Señor, se poseía prácticamente la presencia del Espíritu Santo, y la multitud de los «creyentes era de un corazón y un alma» (Hec. 4:32). Ahora todo ha cambiado. Los hombres han dejado de lado la autoridad del Señor; la presencia del Espíritu Santo es ignorada, y el pueblo de Dios está dividido y disperso. Así, la Iglesia ha fracasado por completo como testigo público y unido de Cristo en el mundo. Como resultado de este fracaso ha cesado toda manifestación externa ante el mundo. Los dones de señales han sido retirados, el poder de sanar ya no existe, el hablar en lenguas ha terminado, y el día de los milagros ha pasado.

Enfrentemos entonces el hecho de que vivimos en un día en que la Iglesia en su conjunto ha fracasado completamente en su testimonio público ante el mundo. En tales circunstancias, tratar de asumir poder ante el mundo, la pretensión de hablar en lenguas, y ejercer los dones de curación, y la realización de milagros, es totalmente contraria al pensamiento del Señor. Además, cualquier pretensión de este tipo ignora por completo el gobierno de Dios que ha retirado estos dones de señales a causa del fracaso de la Iglesia. Los filadelfios no hicieron tal pretensión. No buscaban ningún lugar de prominencia o distinción en el mundo. No pretendían, como los que «dicen ser judíos y no lo son», ser el pueblo de Dios a nivel nacional. No asumían ningún título de posición religiosa en la tierra; reconocían que tenían poca fuerza. Sin embargo, la misma expresión «poca fuerza» supone que tenían algo de fuerza. Esto es más de lo que podría decir de Sardis, o de Laodicea. El Señor tiene que decir de Sardis «estás muerto». Un hombre muerto no tiene fuerza. De Laodicea el Señor dice, «eres el desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo». Tal persona no tiene fuerza. Filadelfia tiene, ciertamente, solo un poco de fuerza, pero es suficiente para elevarse por encima de la muerte de Sardis y la autosuficiencia de Laodicea, y al hacerlo, tuvo la aprobación del Señor. Además, es en relación con su pequeña fuerza que el Señor se presenta como Aquel que tiene la llave, y por lo tanto puede ordenar todas las circunstancias a favor de los suyos. Esto no implica ninguna exhibición externa de poder ante los hombres, sino un poder utilizado en favor de los suyos, ya que él puede decir: «He puesto delante de ti una puerta abierta que nadie puede cerrar».

3.2 - «Has guardado mi palabra»

El segundo rasgo de la iglesia en Filadelfia, que obtuvo la aprobación del Señor, fue que, en medio de la oscuridad circundante, guardaron la palabra del Señor. Si deseamos tener esta marca de la aprobación del Señor, haremos bien en investigar el significado de estas palabras.

Vivimos en un día en el que la Palabra de Dios está siendo atacada por todas partes en la cristiandad, y en el que los cristianos profesos niegan la inspiración de las Escrituras. Ciertamente, hay quienes poseen la inteligencia de las Escrituras y defienden la autoridad absoluta de la Biblia, de toda la Biblia y de nada más que la Biblia. Sin embargo, guardar la Palabra de Cristo implica mucho más que simplemente mantener la autoridad de las Escrituras. Un padre puede escribir una carta a 2 hijos instruyéndoles en cuanto a su propósito para ellos, y diciéndoles en cuanto a su conducta. Uno de los hijos podría cuestionar la autenticidad de la carta, mientras que el otro hijo repudia con indignación tales sugerencias, y sostiene con valentía que de principio a fin la carta es auténtica. Y, sin embargo, ambos hijos podrían pasar por alto el consejo del Padre contenido en la carta, y ser indiferentes a sus instrucciones. De la misma manera, podemos ser celosos de la Biblia, y nada más que la Biblia, y sin embargo ser totalmente ignorantes, o incluso indiferentes, al consejo de Dios contenido en la Palabra. Limitar la observancia de su palabra al reconocimiento de que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios sería privar al pasaje de su verdadero significado. En verdad, alguien no podría guardar su Palabra sin sostener la inspiración de las Escrituras; pero guardar su Palabra es más que esto.

La Palabra de Dios es el pensamiento de Dios revelado a nosotros. La palabra de Cristo es todo el pensamiento de Dios en cuanto al cristianismo, ya sea dada directamente por el Señor, como él puede decir: «Las palabras que me diste, yo se las he dado» (Juan 17:8), o por boca del apóstol Pablo, a quien le fue dada «para completar la Palabra de Dios» al desplegar la verdad de Cristo y la Iglesia (Col. 1:25-27).

Cuando se comprenda el verdadero significado de la palabra de Cristo, seremos estimulados y ejercitados, no simplemente para mantener el canon de las Escrituras, sino para que conozcamos el pensamiento de Dios para Cristo y para la Iglesia; y, conociendo su pensamiento, para que busquemos a toda costa responder a este.

Se ha dicho en verdad que “Dios ha dado su pensamiento en cada época y tiempo, y su pueblo ha sido preservado y liberado de toda dificultad en la medida en que ha caminado de acuerdo con la revelación; mientras que ha sufrido cuando se ha apartado de él de alguna manera”.

Se pueden sacar 3 conclusiones con seguridad en cuanto a los que guardan la Palabra de Cristo. Primero, probaría que tales eran una compañía que amaba al Señor, pues el Señor dijo a sus discípulos: «Si alguno me ama, guardará mi palabra» (Juan 14:23). En segundo lugar, implicaría que eran una compañía limpia de las influencias contaminantes del mundo, pues, de nuevo, el Señor puede decir de sus discípulos: «Vosotros ya estáis limpios mediante la palabra que os he dicho» (Juan 15:3). En tercer lugar, sugeriría que eran una compañía apartada del mundo y dedicada a Cristo, pues el Señor oró: «Santifícalos en la verdad; tu Palabra es [la] verdad» (Juan 17:17). Por lo tanto, podemos concluir del bendito hecho de que guardaban la Palabra de Cristo, que eran una compañía que amaba al Señor, que estaban separados del mal y dedicados a Cristo.

3.3 - «No has negado mi Nombre»

La tercera marca en la iglesia en Filadelfia, que tenía la aprobación del Señor, era que no habían negado su Nombre.

En un día en que la Persona del Señor está siendo atacada, y las verdades de su deidad y encarnación están siendo negadas, es de la primera importancia mantener inquebrantablemente cada verdad de su gloriosa Persona. Sin embargo, no negar su Nombre implica más que afirmar firmemente la verdad de su Persona.

Leemos: «No hay otro nombre bajo el cielo, dado entre los hombres, en el que podamos ser salvos» (Hec. 4:12). Admitir la posibilidad de salvación a través de cualquier otro sería, por lo tanto, una negación de su Nombre.

Además, está escrito: «Todo aquel que en él cree, recibe perdón de pecados en su nombre» (Hec. 10:43). Entonces, proclamar el perdón de los pecados a través de la absolución de un sacerdote, o por cualquier otro medio, sería una negación de su Nombre.

Además, está escrito: «Todo lo que pidáis al Padre en mi nombre, él os lo dará» (Juan 16:23-26). Por lo tanto, se nos exhorta a orar en su Nombre; así que, cualquier oración ofrecida en el nombre de María, o de cualquier otro santo, sería una negación de su Nombre.

Además, el Señor nos dice que «donde dos o tres se hallan reunidos a mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mat. 18:20). Por lo tanto, el Nombre de Cristo es el único centro de reunión para los suyos. Reunirse en el nombre de cualquier hombre, eclesiástico o político, que asuma una posición oficial hereditaria, o sea designado por los hombres, como líder entre el pueblo de Dios, es negar su Nombre.

Entonces se nos instruye a ejercer la disciplina que mantiene la santidad de la Casa de Dios: «En el nombre del Señor Jesús» (1 Cor. 5:4). Negarse a ejercer tal disciplina sería una indiferencia a la santidad y una negación de su Nombre.

Finalmente, en vista de las corrupciones de la cristiandad, leemos: «Apártese de la iniquidad todo aquel que invoca el nombre del Señor» (2 Tim. 2:19). Su Nombre exige la separación de la iniquidad. Para un creyente, estar vinculado a sabiendas con la iniquidad es la negación de su Nombre.

Por lo tanto, no negar su Nombre implica, no solo que mantenemos la verdad de su Persona, sino que nos negamos a sustituir cualquier otro nombre para la salvación, para el perdón, para la oración, para la reunión, para el ejercicio de la disciplina y para la separación de la iniquidad. Si entonces deseamos tener la marca de la aprobación del Señor, debemos caminar separados de todo lo que, en estas diferentes formas, es una negación de su Nombre.

3.4 - «Has guardado y perseverado en mi palabra»

Tal como lo predijo el Señor en la parábola de las 10 vírgenes, la bendita esperanza que caracterizaba a la Iglesia al principio ha sido perdida durante mucho tiempo por la iglesia profesa. Pero durante el último siglo la esperanza ha revivido, y el grito ha salido: «He aquí el Esposo» (Mat. 25:6). A la iglesia en Filadelfia el Señor puede decir: «Vengo pronto».

Esta bendita verdad es muy generalmente sostenida y enseñada por los cristianos evangélicos, pero guardar la palabra de la paciencia de Cristo implica más que sostener la verdad del segundo advenimiento, y esperar el regreso del Señor.

Cuando el Señor pasó por este mundo, sus enemigos lo acusaron de tener un demonio, de estar loco, de ser un hombre glotón y bebedor de vino. Le lanzaron todos los insultos, le escupieron en la cara, le coronaron con una corona de espinas y le clavaron en una cruz. Todos estos insultos solo pusieron de manifiesto la perfecta paciencia de Cristo en presencia de sus enemigos. Se sometió sin quejarse, y a todos los insultos de los hombres no respondió ni una palabra.

La paciencia de Cristo en presencia de sus enemigos, que se expresó tan perfectamente en su camino por este mundo, sigue siendo la paciencia que caracteriza a Cristo ahora que está en la gloria. No es indiferente a los duros discursos que los pecadores impíos pronuncian contra él; no es indiferente a las persecuciones, aflicciones, insultos y martirios que los suyos pueden estar llamados a soportar, sino que, con paciencia, lo soporta todo durante este tiempo en que Dios está tratando en gracia con un mundo culpable.

Todo este período presente, en el que Cristo está sentado a la diestra de Dios, es el tiempo de su paciencia. La Palabra de Dios a Cristo es: «Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies» (Sal. 110:1). Se acerca el momento en que el Señor tratará en juicio con todos sus enemigos, acabará con todo el mal y reinará en justicia. Hoy está reuniendo a sus amigos fuera del mundo; en el día que tan pronto se prepara tratará con sus enemigos en el mundo.

Cuando estuvo en la tierra, Cristo dio testimonio de una audaz confesión de la verdad; exhibió el carácter y mantuvo la gloria del Padre; pero, en presencia de la oposición y los insultos, «no abrió su boca» (Is. 53:7). Cuando fue injuriado, no volvió a injuriar. Sufrió en paciente silencio. Si Cristo actuó con paciencia, y si Cristo sigue esperando con paciencia, a nosotros nos corresponde esperar también con paciencia. Estamos llamados a seguir sus pasos. Haciendo esto, testificaremos con valentía a favor de la verdad, buscaremos honrar el Nombre de Cristo exhibiendo el carácter de Cristo; pero, en presencia de la persecución y los insultos, guardaremos silencio, no buscando vengarnos, sino esperando en paciencia hasta que Cristo, en su venida, retribuya la tribulación a los que perturban a los suyos (2 Tes. 1:6). Así, el apóstol Santiago exhorta: «Hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor» (5:7). Además, el redactor de la Epístola a los Hebreos puede decir, en presencia de todos los «oprobios y aflicciones» (v. 33) que los santos pueden estar llamados a enfrentar: «Tenéis necesidad de paciencia para que, habiendo hecho la voluntad de Dios, recibáis la promesa. Porque dentro de muy poco tiempo, y el que ha de venir vendrá: no tardará» (10:36-37).

Guardando la palabra de su paciencia, no solo esperaremos la aprobación de Cristo, sino que, en presencia de reproches, aflicciones e insultos, vengan de donde vengan, exhibiremos el carácter de Cristo enfrentándonos a todo con la paciencia de Cristo.

Estas son, pues, las grandes características que, en un día de ruina y confusión, tienen la aprobación de Cristo. A su alrededor existe la asunción del poder, eclesiástico y temporal, pero no hay fuerza para elevarse por encima de las corrupciones de la cristiandad y permitir que la gran profesión guarde su Palabra y no niegue su Nombre. En Filadelfia no hubo aceptación de poder exterior, pero hubo un poco de fuerza que les permitió escapar de las corrupciones de alrededor, para guardar la Palabra de Cristo, no negar su Nombre, y guardar la palabra de su paciencia.

4 - La palabra de advertencia y aliento

Aquellos que buscan guardar la Palabra de Cristo y no negar su Nombre encontrarán que la mayor oposición vendrá de aquellos «que dicen ser judíos y no lo son». Esto seguramente representa a aquellos que, en lugar de tener a Cristo ante ellos como «el Santo» y «el Verdadero», establecen un sistema de religión según el orden judío. Tales sistemas están marcados por la tradición, las ordenanzas y las ceremonias, que pueden ser llevadas a cabo por la carne, sin ninguna fe personal en Cristo. Acreditan la carne, pero dejan el corazón lejos de Dios y la conciencia intacta.

Tales sistemas se presentan en gran medida ante el mundo, mientras que los filadelfios, con su poca fuerza, apenas se notan, o si se notan solo se desprecian. Sin embargo, se acerca el día en que todo se invertirá; cuando los que han sido altamente aprobados por el mundo tendrán que aprender que aquellos a los que despreciaron y se opusieron, son aprobados y amados por el Señor.

En presencia de esta oposición, la palabra de aprobación del Señor es seguida por las palabras de advertencia y estímulo del Señor. La necesidad de la advertencia indica que, en presencia de la oposición, existe el peligro de dejar de lado las cosas que el Señor aprueba. Podemos estar seguros de que a lo que el Señor aprueba, el diablo se opondrá. Si el Señor dice: «Retén firme», el diablo los tentará para que se suelten.

El Señor había dicho a esta asamblea: «Tienes poca fuerza»; «has guardado mi palabra»; «no has negado mi nombre»; y «has guardado y perseverado en mi palabra». Ahora él dice: «Reten firme lo que tienes»: «Mi palabra», «mi nombre» y la perseverancia en mi Palabra».

Los rasgos característicos que el Señor aprueba en la iglesia en Filadelfia son las mismas cosas que la cristiandad profesa ha dejado de mantener. Mantener lo que la masa ha dejado de lado implicará conflicto y oposición. Bajo la tensión de este conflicto continuo que implica guardar la palabra de Cristo y no negar su Nombre, y para escapar del reproche y la oscuridad de una pequeña fuerza, existe la tentación siempre presente de desviarse a una esfera más amplia y popular, y a un camino más fácil. Allí, ciertamente, podemos escapar del conflicto y del reproche, pero también podemos perder nuestra corona.

Ante esta tentación, no solo tenemos la advertencia del Señor para que no nos rindamos, sino que también nos anima a mantenernos firmes. Primero, él nos anima diciendo: «Vengo pronto». Si se nos advierte de «retener firme» lo que tenemos, y si implica un conflicto, recordemos que no será por mucho tiempo. Él viene pronto.

En segundo lugar, el Señor nos dice que hay una corona para el que se mantiene firme. Puede que tengamos que enfrentarnos a la oposición, a los conflictos, a los reproches y a los insultos, pero el día de la coronación llegará pronto.

En tercer lugar, el Señor despliega ante nosotros el futuro glorioso y nos da así una visión del día venidero con sus brillantes recompensas. El que se ha contentado con un poco de fuerza en el tiempo del rechazo de Cristo, se mostrará como una columna de fuerza en el día de su gloria. El que ha guardado su palabra en cuanto a la Iglesia, en el día en que la gran profesión ignoró totalmente la verdad, será exhibido como perteneciente a la Iglesia en el día en que la Iglesia descienda del cielo resplandeciente en toda la gloria de la nueva Jerusalén. El nombre de Dios y el nombre de la ciudad de Dios estarán escritos en ella. Aquellos que no han negado el nombre de Cristo, cuando la masa profesa deshonró ese nombre, saldrán con su nuevo Nombre sobre su frente, porque «verán su rostro; y su nombre estará en sus frentes».

Se ha señalado la frecuencia con que se utiliza la pequeña palabra «Mi» en este discurso. Indica muy benditamente la identificación de estos santos con Cristo en el tiempo y en la eternidad. Cristo puede decir de aquellos que en el día de su rechazo están vinculados con «Mi Nombre» y «Mi palabra», y la perseverancia en «Mi palabra», que serán identificados con el templo de «Mi Dios», el Nombre de «Mi Dios», la ciudad de «Mi Dios» y «Mi nuevo Nombre».

Tales son, pues, las palabras de aprobación, advertencia y estímulo del Señor, y, al prestar atención a sus palabras, encontraremos una dirección y una guía definidas en medio de toda la corrupción de la cristiandad, y de la confusión entre su verdadero pueblo. Por su palabra de aprobación sabemos lo que encuentra su corazón en estos días difíciles; con su palabra de advertencia sabemos dónde está nuestro peligro; y con su palabra de aliento conocemos la gloria que está ante el que vence manteniéndose firme en presencia de toda la oposición de los hombres y de todo el poder del diablo.