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¿Somos nosotros laodicenses?
Apocalipsis 3:14-22
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(Fuente autorizada: graciayverdad.net)
«Escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: Esto dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios:
Conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Quisiera yo que fueras frío o caliente!
Así, porque eres tibio, y ni caliente ni frío, voy a vomitarte de mi boca.
Porque dices: ¡Soy rico, me he enriquecido, y de nada tengo necesidad! Y no sabes que tú eres el desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo;
te aconsejo que compres de mí oro acrisolado en el fuego, para que seas rico; y vestiduras blancas, para que te vistas, y no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y colirio, para ungirte los ojos, para que veas.
Yo reprendo y disciplino a todos los que amo; ten fervor, pues, y arrepiéntete.
He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
Al que venciere, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono.
El que tiene oído, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias.»
Cada vez que nosotros leemos la Palabra, es una gran responsabilidad. El aspecto profético de estos capítulos ha sido considerado a menudo, pero mi deseo hoy es considerar el aspecto moral de ellos. Cada vez que yo leo esta epístola a Laodicea, me siento escudriñado. Me reprocho a mí mismo por mi tibieza y puedo sentir la Palabra tocando mi conciencia.
Yo me siento dispuesto a decir que todos nosotros somos, demasiado a menudo, indiferentes. Nosotros consideramos varias comunidades de cristianos y vemos que algunas son entusiastas en la aplicación de la verdad que ellas tienen. Hay, a menudo, una falta de conocimiento de la verdad Divina. Ellos tienen un ojo sencillo para el evangelio, aunque quizás no mucha separación. ¿Cómo pueden aquellos que han recibido de Dios un tesoro completo de la verdad, recuperado por gracia para nosotros, ser indiferentes? ¡Cuán lamentable! Este es el caso demasiado a menudo. Esta epístola a Laodicea debería despertarnos a una convicción más profunda de nuestra condición y a la necesidad de un cambio decidido para mejor.
La carta es dirigida al ángel de la iglesia (asamblea) en Laodicea. El ángel representa el elemento responsable: se trata de una de las siete estrellas que están en la diestra del Señor y que dan luz (Apocalipsis 1: 16, 20). Así, el ángel debería ser un portador de luz. Hay muy pocos en la asamblea que toman esta responsabilidad, no obstante, ¿no somos todos responsables?
Semana tras semana los laodicenses se reunían para responder a Hechos 2: 42, partiendo el pan y participando en otros rasgos exteriores de una asamblea.[1] Quizás algunos se ausentaban de tanto en tanto, y quizás estaban los que asistían regularmente, pero exteriormente había una asamblea local.
[1] Desde hace tiempo se me ha sugerido que la reunión de oración probablemente había cesado en Laodicea, porque ellos no tenían necesidad de nada y, por tanto, no tenían nada por qué orar.
Es importante observar que la palabra «Laodicea» significa: “la voz, o los derechos, del pueblo”. Vemos que esta carta trata con las circunstancias de hoy en día, ya que nosotros hablamos fácilmente de “mis derechos”, de “los derechos de las mujeres”, de la “justicia para todos”, etc… pero, ¿y qué de la voz del Señor? La esencia de la democracia es la voluntad del pueblo, pero el deseo de los cristianos debería ser: “¿Cuál es la voluntad del Señor para que la hagamos?” Por ejemplo, si nos preguntamos: “¿qué hacemos aquí hoy?”, responderemos: “encontrarnos con el Señor”. Pero, ¿encuentra él realmente eso en nuestros corazones? ¿Discernimos todos nosotros la voz del Señor? Si no lo hacemos, entonces experimentamos una gran pérdida. Es importante venir a oír su voz. Debería haber un profundo deseo en nuestros corazones de ver su rostro y su persona.
1 - Versículo 14
«Escribe al ángel de la iglesia en Laodicea: Esto dice el Amén, el testigo fiel y verdadero, el principio de la creación de Dios».
El Señor se presenta a sí mismo como el Amén, el testigo fiel y verdadero. Incluso si la mayoría es infiel, él es fiel. Nosotros deberíamos haber sido un testimonio fiel de la nueva creación. Si consideramos el testimonio que hemos dado, debemos reconocer que hay muchos fracasos. Al considerar estos fracasos podríamos desalentarnos. Miremos más bien al Señor; ¡hay amplios recursos con él! Él es el único Verdadero cuando todos los demás han fallado.
2 - Versículo 15
«Conozco tus obras, que no eres frío ni caliente. ¡Quisiera yo que fueras frío o caliente!»
El Señor lee lo que hay en nuestros corazones y puede decir: «Conozco», aunque nos dé vergüenza hablar de nuestro fracaso y alejamiento a nuestros esposos y esposas, o contarlo a nuestros hijos. Para él es como si todos nuestros hechos estuviesen exhibidos públicamente sobre una pared. Cuando una persona es fría, ustedes lo pueden ver; así también si él, o ella, es caliente en el afecto para con Cristo. Pero aquí nosotros tenemos que ver con una situación terrible: los afectos están divididos. Cuando tenemos semejante tesoro de verdad a nuestra disposición, ¿cómo podemos tener un corazón dividido? Él conoce lo que nos imaginamos que es un secreto, ya que nada puede estar oculto de él. Ciertamente esta carta toca nuestras conciencias.
La compañía a la cual se le habla aquí tenía alguna verdad, pero ellos no eran conmovidos por ella. Ellos estaban sufriendo una crisis de identidad. No tenían convicciones firmes y ningún compromiso decidido con Cristo, su causa o sus intereses en este mundo.
3 - Versículo 16
«Así, porque eres tibio, y ni caliente ni frío, voy a vomitarte de mi boca».
El Señor coloca su dedo sobre el estado de ellos conforme a su conocimiento perfecto, y dice a los laodicenses de qué se trataba. Él conoce acerca de las libertades que ellos se habían tomado con su Palabra. El Señor es todo para los fieles en la asamblea en Filadelfia. En Laodicea hay verdad, pero no hay convicción; ellos son tibios. La moralidad de los laodicenses se encuentra en todo lugar. El gran mensaje universal de ellos es: la moderación:
- Ni muy bueno, ni muy malo;
- ni muy correcto, ni muy errado;
- no muy consagrado, pero no muy indiferente,
- ni muy malo, ni muy bueno,
- no muy divididos, pero no muy unidos.
- No seas diferente ni extraordinario,
- no tiene sentido ser solamente común.
- Ni muy real, ni muy falso,
- ni muy sediento, ni muy satisfecho,
- el lema de los laodicenses es la amabilidad perfecta.
- Ni mucho más, ni mucho menos;
- ¡ni muy caliente, ni muy frío!
- Ellos no están en el barco, ni en el muelle, sino justo en medio.
- Ellos ocupan el lugar de neutralidad, “entre dos aguas”.
Esto puede ser agradable al hombre natural, pero ¡ello conducirá inevitablemente a una caída! El Señor no quiere esta condición. Él murió por cada uno de nosotros. Él hizo lo bueno por mi alma. Yo no merecía nada, pero él me dio gracia sobre gracia. ¿Qué deberíamos hacer para responder al deseo del Señor de que podamos ser conformados a su voluntad? ¿Cuándo comenzaremos a andar con él? ¿Mañana? ¡No! ¡En este preciso momento! Y con corazones que estén decididos. Renunciando a toda neutralidad, nosotros debemos ser valientes para la verdad, manteniendo escrupulosamente lo que es correcto y no aceptando ningún compromiso con respecto a la verdad de Dios. Tenemos que mantener lo que es verdadero, y debemos rehusar el compromiso. Muchos cristianos que rehúsan el compromiso han sido perseguidos como mártires. ¿Vamos a pisotear su martirio? ¿Consideraremos como siendo de poca importancia las verdades por las cuales ellos murieron?
Un sistema eclesiástico completo ha sido construido sobre la neutralidad ante la verdad, con lamentable indiferencia a las glorias más profundas de Cristo. En pos de la comodidad personal muchos siguen lo que es contrario a la Palabra de Dios. Parece que los laodicenses tenían como su principio: “un poco de lo que te gusta te hará bien”, incluso si no es conforme a la santa Palabra de Dios. No, el Señor quiere que nosotros seamos totalmente para él. Las siete iglesias del Apocalipsis recibieron varias reconvenciones. No hay nada tan despectivo, ni aun a Tiatira. Había allí inmoralidad, clericalismo y corrupción eclesiástica. En Sardis: «tienes nombre de que vives, y estás muerto» (Apocalipsis 3: 1). Pero aquí en Laodicea, la reprensión es: «voy a vomitarte de mi boca» (Apocalipsis 3: 16), porque la tibieza es terrible. La corrupción de lo mejor es la peor de las corrupciones. Esto llena al Señor de disgusto y de repugnancia absoluta. ¿Nos llena también de horror esta condición? Si es así, esto demuestra a nuestra alma que hemos oído su voz. Pero si no es así, ello muestra que estamos completamente permeados con el espíritu de Laodicea. Los que creen en el Señor jamás serán desechados. Por lo tanto, ¿es consistente que nosotros manifestemos de algún modo los rasgos que serán rechazados en Laodicea?
4 - Versículo 17
«Porque dices: ¡Soy rico, me he enriquecido, y de nada tengo necesidad! Y no sabes que tú eres el desdichado, miserable, pobre, ciego y desnudo».
«Soy rico», ¡qué peligro! Santiago 2: 5 nos dice: «¿No eligió Dios a los pobres según el mundo, para ser ricos en fe…?» Este es un gran motivo de preocupación entre algunos de nosotros, ya que nuestra riqueza no nos ayuda a vivir cerca del Señor. Hay muchas cosas buenas: comida, vestimentas, casas, pero, ¿son ellas las únicas cosas que ocupan nuestro corazón? Los laodicenses habían oído la verdad, y la Palabra de Dios les decía que ellos eran pobres y no eran nada. Pero ella no les fue de beneficio, al no estar mezclada con fe. Ellos rechazaron el testimonio de Dios y consideraban su propia estimación como la única evaluación válida de ellos mismos.
Muchos entre nosotros están en peligro de pensar que todo está bien. Pero el Señor nos está hablando en esta carta y nosotros tenemos que inclinar nuestras cabezas en vergüenza, pero después tenemos que levantar nuestros ojos hacia la luz divina. Él es Dios. Él no nos desamparará, porque él es fiel y él nos ofrece un remedio. Sería necio no aceptarlo. Imaginen un hombre ahogándose en medio del océano rehusando el rescate porque él piensa que puede nadar los 3.000 kilómetros que lo separan de la costa. Nosotros tenemos que aceptar el remedio del Señor. «Es la última hora» dice Juan (1 Juan 2: 18), y ahora es el último minuto de la última hora. Si nosotros tenemos el carácter de Laodicea, es hora de prestar atención a su Palabra.
Los laodicenses son muy desventurados y miserables. Ninguna otra iglesia llevaba este carácter. El Señor piensa lo contrario de lo que ellos estaban pensando. La vida es difícil para una persona ciega que camina con un bastón blanco. Pero la ceguera espiritual es mucho más terrible. Sansón, el último juez, estuvo ciego, así como lo estuvo Sedequías, el último rey. Laodicea está tan ciega que ¡ella ni siquiera lo nota! Su condición es desesperada.
5 - Versículos 18, 19
«Te aconsejo que compres de mí oro acrisolado en el fuego, para que seas rico; y vestiduras blancas, para que te vistas, y no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y colirio, para ungirte los ojos, para que veas. Yo reprendo y disciplino a todos los que amo; ten fervor, pues, y arrepiéntete».
Estos son versículos magníficos. El Señor se los ha dejado aún a ellos. Él está preocupado de ellos, y ofrece un remedio quíntuple. Cuán diferente a nosotros. ¡Qué consejo! ¡Que amable paciencia! Su reprimenda demuestra su fuerte amor infalible por los suyos.
1. El oro que ha pasado por el fuego del juicio es ofrecido gratuitamente. Ello sugiere excelencia divina, su gloria, su justicia. Daniel dice a Nabucodonosor: «Tú eres aquella cabeza de oro» (Daniel 2: 38). Por demasiado tiempo nos hemos satisfecho con la mediocridad y el Señor quiere lo mejor para nosotros. Él desea darnos lo que es muy excelente. ¿Quieren ustedes riquezas que durarán por la eternidad?
2. Las vestiduras blancas nos recuerda la justicia de los santos. En la vida diaria es importante estar vestido. Nosotros vivimos en un mundo donde la falta de modestia prevalece. Hablando en forma práctica, ¿nos vestimos apropiadamente en nuestra vida diaria? Aquí el asunto va mucho más allá. Pero se trata de un asunto importante en un mundo donde los hombres, y en relación con esto más particularmente las mujeres, no tienen vergüenza. A menos que expliquemos a nuestros hijos lo que es la modestia, entonces ellos se verán seriamente impedidos en lo que respecta a llevarles el evangelio. Ellos no entenderán el evangelio para el pecador si no existe el concepto de la vergüenza.
3. Él desea sanar su quebrantado corazón y su visión distorsionada. Cuántos están ciegos a las preciosas verdades actuales del cristianismo. Háblenles de alguna faceta de la verdad escritural y ellos se burlan, y quizás ellos dicen incluso que: “¡eso no está en la Biblia!” ¡Es lamentable! Cuántas veces se pronuncian tales expresiones. El corazón de Cristo se agita con la más profunda piedad con respecto a estos pobres ciegos.
6 - Versículo 19
«A todos los que amo»: Cristo nos ama hasta el final, independientemente de la condición en que nos podamos encontrar, y este amor no es emocional y débil, sino fuerte. Él ama entrañablemente a los suyos. Él demuestra su amor reprendiendo y castigando. Si yo pienso que soy más sabio que Dios, entonces yo no castigaré a mis hijos. Un padre terrenal puede rechazar a sus hijos, pero Cristo no nos abandona.
4. «Ten fervor, pues, y arrepiéntete». Ser celoso es la antítesis de la tibieza. Debe haber fervor en las cosas de Cristo. Cuánto interés propio ha llenado nuestras vidas provocando el decidido descuido de los intereses del Señor. Nos hemos divertido más de lo que hemos reflexionado en las glorias de nuestro Señor. Somos exhortados aquí a ser diligentes en nuestra vida cristiana. Pero a ser diligentes, también, en limpiarnos de nuestro olvido de Aquel que ha velado sobre nosotros con un cuidado constante.
5. Dios no nos pide que hagamos algo nuevo, sino que nos arrepintamos. No es algo agradable volver y arrepentirse. De hecho, no hay nada más molesto para un espíritu autocomplaciente que esto. Si algunos trazos laodicenses se han de encontrar en nosotros, vayamos al Señor y arrepintámonos. Este versículo es la voz del Señor para el tiempo actual. Que podamos oírla.
7 - Versículo 20
«He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo».
Este versículo es usado a menudo al predicar el evangelio a los inconversos, pero es especialmente para creyentes. El Señor está afuera, ¡mientras los laodicenses piensan que ellos le tienen en medio de ellos conforme a Mateo 18:20! Pero la condición de Laodicea es tan mala que el Señor se ve obligado a estar afuera. La ceguera de Laodicea significa que ella no se da cuenta que él está afuera. ¡Qué circunstancia tan seria, tan solemne! No obstante, vemos aquí la tierna paciencia y longanimidad. Él se ve obligado a golpear a la puerta para ser admitido. Él está golpeando a la puerta, y a pesar del gran alejamiento e indiferencia a lo que es debido a Cristo, hay esperanza.
El llamamiento es al individuo. ¿Le prestarán ustedes atención? ¿Serán ustedes de los que disfrutan de la comunión con el Señor Jesús y que entran en sus pensamientos con aprecio, comprendiéndolos debido a que ustedes han leído su Palabra y han pasado tiempo en oración con él? Este fue el secreto en el pasado entre aquellos que caminaban con Dios. Es posible tener comunión con el Señor, aun en esta hora tardía y en este tiempo de corrupción. Él les ofrece esta oportunidad en la figura de una cena, la última comida hacia el fin del día. ¿Responderán ustedes a esto?
El Señor no nos pide que caminemos solos sino, «con los que de corazón puro invocan al Señor» (2 Timoteo 2: 22). Las cosas son difíciles en el testimonio y podemos desanimarnos. Pero, aunque no haya más que unos pocos andando en la senda estrecha, será posible, no obstante, expresar juntos comunión con un testimonio adecuado al hecho. Será nuestro deber buscar a los tales. Que el Señor nos conceda esta gracia en los últimos momentos del testimonio cristiano en la tierra.
8 - Versículo 21
«Al que venciere, le concederé sentarse conmigo en mi trono, como yo también vencí y me senté con mi Padre en su trono».
Mientras más dejamos que el Señor entre, más seremos vencedores. Él ofrece al vencedor un premio, su propia recompensa. Entonces el mundo conocerá que el Padre nos ama como le ha amado a él (Juan 17: 23). El Señor nos ha dado una responsabilidad de estar por sus derechos dominicales, justo antes de su regreso. Él no ha dado este privilegio a Guillermo Farel, a Juan Calvino, o a John Nelson Darby, sino a nosotros. Tenemos esta responsabilidad. El testimonio descansa sobre nuestros hombros hasta su regreso. Aquellos que predicaron su palabra en el siglo 19, esperaban correctamente que el Señor viniese. ¿Se caracteriza nuestra conducta, nuestra vida, por esta expectativa? Él va a venir y nosotros le veremos. Su recompensa está con él, pero hay más: «le concederé sentarse conmigo en mi trono». Nuestra recompensa es él mismo, estar con él para siempre.
9 - Versículo 22
«El que tiene oído, escuche lo que el Espíritu dice a las iglesias».
Una persona ciega no tiene ojos con los cuales poder ver. Una persona sorda no puede usar sus oídos. Dios habla a aquellos que tienen sus cinco sentidos espirituales, los cuales funcionan por fe. ¿Están nuestros oídos abiertos a su voz? En el Antiguo Testamento encontramos escrito: «Oye, Israel», y en el Nuevo: «Escuche lo que el Espíritu dice». El solo deseo del Espíritu Santo es que Cristo pueda ser glorificado. ¿Pondremos hoy atención a su voz?
Publicado originalmente en Inglés en la revista: «Truth & Testimony», Año 2000