Se acerca la noche


person Autor: Christian BRIEM 26

flag Temas: Las siete iglesias de Asia Los últimos días, la última hora del actual periodo de la gracia


1 - La Epístola a Laodicea y su finalidad

La Epístola a Laodicea muestra proféticamente a la cristiandad en su última fase sobre la tierra. Es un cuadro solemne el que el Señor Jesús pinta de ella. Incluso si verdaderos hijos de Dios pueden estar influenciados por el espíritu de Laodicea, nunca podrán ser ellos mismos «Laodicea». De hecho, el juicio del Señor sobre esta asamblea es el siguiente: «Así, porque eres tibio, y ni caliente ni frío, voy a vomitarte de mi boca» (3:16).

Por graves y humillantes que sean las cosas, no deja de ser una gran bendición que Dios nos dé a conocer su juicio sobre el estado de la cristiandad a nuestro alrededor. Debemos aprender a verlo todo a través de Sus ojos, para poder juzgarlo todo como él lo hace. Estar de acuerdo con él y con sus pensamientos es siempre algo de lo que gozarse. De hecho, ¿cómo puedo alejarme de algo que es falso si ni siquiera reconozco que es falso?

Por eso debemos reflexionar sobre el verdadero carácter de la cristiandad actual a la luz de la Palabra de Dios. Pero también debemos aprender a sacar conclusiones prácticas de lo que hemos aprendido. Y por eso la segunda parte de la Epístola a Laodicea sigue ofreciendo algunas enseñanzas importantes de la boca del Señor.

2 - La corrección y el castigo

Después de haberse dirigido, en los versículos 14-18, al ángel de la asamblea, es decir, al elemento responsable de la asamblea, y de haber hablado, por tanto, a la asamblea como tal, el Señor se dirige a partir del versículo 9 al individuo, y más concretamente al creyente individual que puede estar todavía en relación con el sistema cristiano muerto de «Laodicea». A él le dice: «Yo reprendo y disciplino a todos los que amo; ten fervor, pues, y arrepiéntete» (3:19).

Observemos que: El Señor no castiga al mundo; él solo castiga a los que ama –los hijos (comp. Prov. 3:11-12; Hebr. 12:5-6). Quiere llevarlos al arrepentimiento de su condición y de sus relaciones, y para ello, no es raro que, en su providencia, utilice medios dolorosos de educación. No a la Iglesia responsable, no es a la cristiandad como tal a la que llama al arrepentimiento –¡él está a punto de vomitarla por la boca!– sino que, en su gracia y amor, sigue cuidando de los suyos para corregirlos. Busca despertar las conciencias de los que ama.

¡Qué consuelo hay en este pensamiento, queridos lectores, cuando pensamos en todos los sufrimientos, enfermedades graves y otras desgracias por las que los suyos, me parece, deben estar pasando en nuestros días de una manera especial! ¿No es como si el Señor estuviera redoblando sus esfuerzos llenos de amor en estos últimos días para instruirnos –si es necesario– incluso mediante el castigo y para preservarnos o liberarnos del mal de «Laodicea» que nos envuelve por todas partes como el aire? El mundo puede señalar con malicia los muchos sufrimientos del pueblo de Dios, pero nosotros sabemos por qué el Señor nos los envía. Él tiene un bendito propósito en mente: nuestra santificación.

3 - Un llamado al individuo

«He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo» (3:20).

3.1 - El Señor está fuera

¿En qué posición solemne vemos aquí al Señor? Está a la puerta. Ha tomado su lugar fuera del sistema cristiano porque no puede identificarse con su malvado estado moral. Sin embargo, el otro lado es igual de cierto: la cristiandad en el estado de «Laodicea» le ha cerrado la puerta. Lo deja fuera, no lo desea. ¿No es esta una situación que debería humillarnos profundamente?

3.2 - El Señor llama a la puerta

Pero entonces el Señor hace algo extremadamente reconfortante, algo que es una expresión conmovedora de los afectos de su corazón hacia los suyos –Él llama, no a la puerta de «Laodicea», sino a la puerta de los corazones de los suyos individualmente. Este pasaje no tiene nada que ver con la predicación del Evangelio, como a menudo se entiende. Como ustedes lo pueden ver, queridos lectores, él no le ha abandonado; también está llamando a su puerta. Ciertamente lo ha hecho muchas veces antes. ¿Nunca han oído al amado Señor parado a la puerta de su corazón, pidiéndoles entrar? Tal vez las líneas que tiene ante ustedes para leer son parte de ese llamado a la puerta. Él está lleno de paciencia y de misericordia y quiere liberarnos a ustedes y a mí, no solo de las cadenas, sino también del espíritu soporífero de «Laodicea».

3.3 - Escuchar es solo una etapa

Escuchar la voz del Señor Jesús es una cosa, abrirle la puerta es otra. Ambas cosas son necesarias. Muchos se detienen en la primera etapa. Ya han escuchado la voz del Señor muchas veces, ya han oído muchas buenas predicaciones, ya han tenido muchas charlas útiles y muchos han captado ciertas cosas, pero se han detenido ahí. No han abierto la puerta de su corazón al Maestro. No basta con oír la voz del Señor. Lo que él quiere es obediencia, seguir su palabra por amor a él. Eso es abrir la puerta. «Si alguno me ama, guardará mi palabra. Y mi Padre lo amará, y vendremos a él, y haremos morada en él» (Juan 14:23).

3.4 - Abrir la puerta

Puede que usted sea uno de los que todavía están en «Laodicea» y deshonran al Señor por las asociaciones que mantienen. Hay muchas razones para permanecer en estas relaciones, y algunas voces lo aconsejarán que lo haga. Pero esa no es la voz del Señor, el buen pastor, que no solo viene a sus ovejas, sino que siempre las aparta de aquello que ya no cuenta con su aprobación (Juan 10:3). ¿No quiere abrir la puerta a Aquel que murió por usted y que tan amorosamente le busca? ¡Qué tristeza si, como la esposa del Cantar de los Cantares, no estamos en condiciones de abrir al amado cuando llama a la puerta! «La voz de mi amado que llama: Ábreme, hermana mía…» (Cant. 5:2).

4 - Comer la comida del anochecer

4.1 - La primera bendición: el Señor come con nosotros

El Señor quiere entrar en casa de cualquiera que escuche su voz y abra la puerta, y comer la cena con él, y a la inversa, él comería la cena con el Señor. Él nunca permite que se le ofrezca nada, y si le abrimos la puerta justo antes del final del tiempo de gracia (que es de lo que habla la «cena» o “comida del anochecer”), nos recompensará ricamente.

Nos hace 2 propuestas. Tomará la comida del anochecer con nosotros. Esta es la primera bendición. ¡Ella es maravillosa! Cuando entra en nuestra casa, nos revela toda su gracia. Sí, entra en nuestras circunstancias y las comparte con nosotros. ¿Les preocupan lo que pensarán sus amigos si dan este paso de fe, y se alejan de lo que han reconocido como falso a la luz de Dios? ¿Tienen temor de las consecuencias de alejarse de él? Él lo sabe todo. ¡Ánimo! Él entrará en su casa, se inclinará hacia ustedes con misericordia y les hará saborear toda su gracia –si les abre la puerta.

4.2 - La segunda bendición: el Señor nos ofrece cenar con él

La segunda bendición va aún más lejos que la primera. Quiere ofrecernos cenar con él. Quiere elevarnos hacia él y hacia sus pensamientos, más allá de las circunstancias que nos abruman en la tierra. Quiere que tengamos comunión con su persona alabada en gloria, con sus intereses e incluso con su corazón. Esto solo puede significar el gozo más profundo. «Nuestra comunión es con el Padre y con su Hijo Jesucristo. Estas cosas os escribimos para que vuestro gozo sea cumplido» (1 Juan 1:3-4).

4.3 - Los discípulos de Emaús, Lucas 24

Cuando el Señor habla de la comida del anochecer, no puedo evitar pensar en la conmovedora escena de los discípulos de Emaús en Lucas 24. Volvían a casa desde Jerusalén, donde su Señor había sido crucificado 3 días antes. Unidos al hombre despreciado y crucificado, al que creían todavía muerto, regresaban a casa abatidos. Pero, de repente, un desconocido se une a ellos y les habla por el camino, de manera incomparable, de los sufrimientos de Cristo y de las glorias que vendrían después (comp. 1 Pe. 1:11). Más tarde, tienen que confesar: «¿No ardía nuestro corazón en nosotros mientras nos hablaba por el camino y nos abría las Escrituras?» (Lucas 24:32).

Pronto llegan a la aldea. El forastero fingió querer continuar. ¿Dejarían que esta persona misteriosa siguiera su camino? Y entonces salió de sus labios lo que Su corazón había anhelado, por lo que había llamado a la puerta de sus corazones durante el camino: «Quédate con nosotros, porque ya es tarde y el día se va acabando» (24:29). Así que se detuvo en casa de ellos y se convirtió en su anfitrión (huésped), dispuesto a cenar con ellos. Pero la situación cambia: el huésped se convierte en anfitrión (que recibe). «Al sentarse a la mesa con ellos, tomó el pan y lo bendijo; y partiéndolo, se los dio». Ahora, está cenando con ellos. Y en la fracción del pan, símbolo de su muerte por ellos, le reconocen. ¡Acaso vieron las heridas de sus manos!

5 - Felices consecuencias de abrir la puerta al Señor que llama

Queridos hermanos, hoy haremos la misma experiencia. Si le abrimos la puerta, él entrará en nuestras circunstancias. Es más, él se dará a conocer a nosotros, y nada se compara con eso.

Si le concedemos una entrada personal –y hasta aquí se trata de algo puramente personal–, ciertamente él podrá hacernos precioso lo que hay en su corazón para los suyos en un sentido corporativo (colectivo), y nos llevará a apreciar las relaciones que él mismo ha forjado entre los santos.

Gottes kostbaren Gedanken, p.289-296