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El misericordioso (o buen) samaritano
Lucas 10:25-37
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La parábola del buen samaritano es una de las más conocidas del Nuevo Testamento. Solo Lucas la relata, mas la mayoría de los lectores de la Biblia están familiarizados con su contexto. Pero vale la pena echarle un vistazo. No solo nos permitirá comprender mejor la parábola, sino que también nos iniciará desde el principio en lo que es el hombre y en lo que es el Señor Jesús frente al hombre. Este contraste continúa como un hilo conductor a lo largo de todo el relato que precede a la parábola, y a través de la parábola misma.
1 - Un justo
1.1 - Lucas 10:25
«Entonces un doctor de la Ley se levantó para tentarlo, diciendo: Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?» (Lucas 10:25).
Cuando Lucas introduce el relato de un acontecimiento con la expresión «y he aquí», generalmente establece una relación con lo anterior. Ahora bien, aquí el Señor Jesús acababa de hablar en una oración a su Padre de los «sabios y entendidos», y había dicho: «¡Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y entendidos, y las revelaste a los niños! ¡Sí, Padre, porque así te pareció bien!» (Lucas 10:21). Parece que la intención del Espíritu Santo es utilizar al doctor de la Ley para presentar a uno de esos «sabios y entendidos», que en realidad es insensato e ignorante.
Este hombre conocedor de la Ley comienza a poner a prueba al Señor Jesús. La cuestión de la vida eterna preocupaba mucho a los israelitas (vean Mat. 19:16-22; Marcos 10:17-22; Lucas 18:18-23), y probablemente quería ver qué diría Jesús al respecto y si él mismo lograría ponerlo en contradicción con las ideas que los judíos tenían sobre la Ley.
Su pregunta «Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna?», manifiesta que este hombre era un justo, que quería hacer algo para merecer la vida eterna. Para él era evidente que tenía que hacer algo; lo único que no tenía claro era lo que tenía que hacer. Sin embargo, parece que se trataba de una cuestión puramente teórica, y no hay que suponer que quien planteaba esta pregunta se proponía de ninguna manera hacer lo que Jesús iba a responder. Al contrario, lo estaba poniendo a prueba, y esperaba una respuesta que pudiera utilizar contra Él.
Lo único positivo de este hombre era que se preocupaba por la vida eterna, aunque tal vez fuera por motivos confusos.
Sin embargo, la pregunta sobre la vida eterna era demasiado poco por sí sola, y todas las disposiciones internas eran falsas. Porque este hombre no preguntaba, como más tarde el carcelero de Filipos: «¿Qué debo hacer para ser salvo?» (Hec. 16:30). Hacer una pregunta así es reconocer que uno está perdido y que no tiene otra ayuda que la gracia de Dios. La pregunta del doctor de la Ley estaba muy lejos de esta convicción. Quería hacer algo para ganar la vida eterna. Pero razonar así es situarse en el terreno de la Ley y considerarse competente y capaz de hacer lo que Dios requiere. ¡Qué error fatal y, al mismo tiempo, qué locura! Porque, en primer lugar, nadie ha podido cumplir la Ley, de lo contrario seguiría vivo hoy en día, y en segundo lugar, Dios no dio la Ley como medio de salvación, sobre la base de la cual un pecador puede alcanzar la vida eterna (Gál. 3:21). Dios dio la Ley para poner a prueba a aquellos que creen estar en condiciones de cumplir con los requisitos de Dios (Éx. 24:3, 7).
La respuesta del Señor va en este sentido. Mientras el carcelero podía escuchar la feliz noticia: «Cree en el Señor Jesús, y serás salvo, tú y tu casa» (Hec. 16:31), el Señor responde primero al doctor de la Ley con 2 preguntas.
1.2 - Lucas 10:26
«Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?» (Lucas 10:26).
Nos sorprende la paciencia del Señor con este justo, pero también la sabiduría con la que responde a la pregunta. Se sitúa en el terreno de su interlocutor. Esto también lo encontramos en otras ocasiones. Esto permite al Señor llevar al doctor de la Ley a responder él mismo a su propia pregunta, y hacerlo con la ayuda de la Ley en la que se basa. Se había dirigido al Señor como «Maestro», y este Maestro le pide ahora algo partiendo de que él, el doctor de la Ley, conoce esa Ley, lo cual resulta ser cierto. ¿No era esto precisamente desarmador? ¿Había todavía lugar para malas intenciones?
En el texto original hay una frase que, mediante el lugar del término «en la Ley», pone el énfasis precisamente en este término. «En la Ley», pregunta el Señor Jesús, «¿qué está escrito?». Con la segunda pregunta «¿cómo lees?», el Señor solo quiere obligar al doctor a citar el pasaje correspondiente de la Palabra. También en esto presupone el conocimiento suficiente para responder y la capacidad de hacerlo. ¿No debería esta forma de actuar del Señor hacer desaparecer todo sentimiento de enemistad en el corazón de este hombre?
1.3 - Lucas 10:27-28
«Él respondió: Amarás al SEÑOR tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. Jesús le dijo: Has respondido bien. Haz esto y vivirás» (Lucas 10:27-28).
En sí misma, la respuesta del doctor de la Ley es muy buena. Demuestra que no había estudiado la Ley en vano y que conoce muy bien los 2 mandamientos que forman el corazón de lo que Dios exige del hombre en la Ley (vean Deut. 6:4-5; Lev. 19:18). De ellos depende toda el Ley y los profetas (Mat. 22:40). De hecho, el amor es la suma de la Ley (Rom. 13:10).
Así, es como si el Señor Jesús dijera: “Tienes toda la razón. Todo lo que te queda por hacer es comportarte según tu respuesta y vivir así”. La forma verbal de «haz esto» es notable. Significa: “¡haz esto constantemente, de manera ininterrumpida!” Un solo incumplimiento en este sentido sería considerado por Dios como una violación de toda la Ley. Porque está escrito: «¡Maldito todo el que no persevera en todo lo que está escrito en el libro de la Ley, para hacerlo!» (Gál. 3:10). «Porque el que guarda toda la Ley, pero falta en un solo precepto, se hace culpable de todos» (Sant. 2:10). ¿Han sopesado bien estas consecuencias inexorables aquellos que aún hoy piensan que pueden lograr presentarse ante Dios en el terreno de la Ley, es decir, en el terreno de las obras realizadas?
Amar significa vivir, y vivir realmente es amar. En cualquier caso, la respuesta del Señor al doctor de la Ley lo deja claro. La obligación moral del ser humano tanto hacia el Creador como hacia el prójimo es el amor. El Señor Jesús se atiene aquí a este principio eterno, un principio válido en todo momento y en todas las épocas de la historia de la humanidad. El carácter inmutable de la vida eterna es el amor, y el que permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él (1 Juan 4:16).
¿Puede Dios estar satisfecho con las fórmulas vacías de una fidelidad exterior a la Ley? El doctor de la Ley se jactaba de saber mucho sobre la observancia de la Ley ceremonial, de lo que también se jactó Saulo de Tarso (Fil. 3:6). Pero el Señor le dijo en cierto modo: “¿Quieres ganarte la vida eterna? Entonces cumple con amor las formas externas y vacías de la piedad, porque eso ya es vivir realmente”.
En cierto sentido, esto también es válido para nosotros los creyentes de hoy, como muestra claramente el pasaje ya citado de Romanos 13. El versículo 8 da el siguiente estímulo: «No debáis nada a nadie, sino el amaros los unos a los otros; puesto que el que ama al otro, ha cumplido [la] Ley» (Rom. 13:8). Y Santiago se refiere así en su Epístola a la ley real: «Si en verdad cumplís la ley real conforme a la Escritura: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, hacéis bien» (Sant. 2:8 y ss.). Ahora bien, si creemos en el Hijo de Dios, tenemos la vida eterna (Juan 3:16-18, 36; 1 Juan 5:1, 13) –¡bendito sea Dios! Pero esta vida eterna se manifiesta en el amor a Dios y al prójimo.
A menudo tendemos a olvidar esta conexión y, en cualquier caso, a conformarnos con formas externas de piedad. Por eso, la siguiente parábola, desde el punto de vista de su significado puramente práctico, también es de gran importancia para nosotros.
El Señor Jesús se había expresado como si el tema estuviera ahora cerrado y la cuestión definitivamente aclarada. ¿Qué más había que decir? La intención del doctor de la Ley de poner a prueba al Señor había fracasado. En manos del Señor, el asunto se había mostrado en verdad muy simple: ¿pueden los que buscan obtener la justicia por obras atenerse a lo que dice la Ley y hacer lo que han sido convencidos de que es el elemento esencial de esta Ley? Para un corazón sincero, esta puesta a punto habría sido suficiente. Convencido por el Señor, tal hombre debería haber visto su incapacidad y haberse refugiado bajo la gracia de Dios. Pero el doctor de la Ley vuelve a hablar:
1.4 - Lucas 10:29
«Pero él, queriendo justificarse, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?» (Lucas 10:29).
En este punto, uno de los 2 malhechores en la cruz estaba mucho más avanzado en sinceridad e inteligencia espiritual que este doctor, y confesó ante los otros condenados: «Porque estamos recibiendo lo que nuestros hechos merecieron; pero este nada malo hizo» (Lucas 23:41). Este malhechor justificaba a Dios, mientras que el doctor de la Ley solo buscaba justificarse a sí mismo. La gente hace lo mismo que este último cuando no quiere inclinarse ante los pensamientos de Dios por los que se sienten juzgados.
Quizás, al hacer su maniobra evasiva, el doctor de la Ley tenía la intención de justificarse por haber hecho su pregunta inicial. Jesús había reducido el asunto a un denominador tan simple, ¿no debería él, el doctor, haber encontrado la respuesta por sí mismo? Para demostrar que la respuesta no era tan simple, añade la segunda pregunta, la de saber quién es su prójimo. ¡Pero qué certificado de indigencia estaba presentando! ¡Y al mismo tiempo qué confesión de no haber actuado nunca según este mandamiento! ¡Ni siquiera sabía quién era su prójimo! En cualquier caso, eso es lo que parecía. Entonces, ¿cómo podía amar a este prójimo?
¡Efectivamente, el doctor llevaba una vida miserable en Israel! La respuesta sencilla del Señor había sacado a la luz todo lo que había en este hombre: incredulidad, ceguera, ignorancia y un corazón dividido. Necesitaba que le enseñaran con una parábola sencilla quién era «su prójimo».
2 - La parábola en su significado moral
Los judíos de la época pensaban, según la enseñanza de sus maestros, que el término «prójimo» se refería únicamente a aquellos que tenían parentesco por sangre. Las personas de los pueblos paganos en general, y los samaritanos en particular, no tenían cabida en sus pensamientos. Por lo tanto, trataban de eludir el mandamiento y atenuarlo. Pero el Señor muestra en su maravillosa parábola que Dios no reconocía ninguna frontera nacional o parental en la cuestión del amor al prójimo.
«Jesús le contestó: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó y cayó en manos de ladrones; los cuales le quitaron todo lo que tenía y, tras herirlo, se fueron dejándolo medio muerto. Por casualidad, un sacerdote bajaba por aquel camino; y cuando lo vio, se fue por el lado opuesto. De igual manera un levita llegó junto al lugar, lo vio y se fue por el lado opuesto» (Lucas 10:30-32).
El Señor utiliza una imagen que podría haber ocurrido de esta manera todos los días en Israel. Representa a un hombre que va de Jerusalén a Jericó. El camino descendía y siempre había sido desierto, sinuoso y peligroso; atravesaba una región deshabitada, infestada de ladrones y bandidos de caminos.
Este hombre era judío, sin que se describiera con ningún detalle. Esta particularidad de ser judío tiene su importancia en la parábola. Si el viajero no hubiera sido judío, el Señor no habría dejado de señalarlo. De lo contrario, habría proporcionado al sacerdote y al levita un pretexto muy bienvenido para no acercarse al hombre caído en manos de los ladrones, aunque fuera un pretexto injustificado.
Así que era un hermano judío el que había caído en manos de los ladrones en el camino de Jericó. Estos lo despojaron, lo hirieron hasta poner su vida en peligro y lo dejaron en ese estado lamentable, sin cuidados. Todo esto, por supuesto, estaba diametralmente opuesto a amar al prójimo como a uno mismo.
2.1 - El sacerdote
Pero he aquí que en el cuadro aparece un sacerdote que recorre el mismo camino. Probablemente ha terminado su servicio semanal en el templo de Jerusalén y regresa a casa. Según la tradición judía, había una colonia de sacerdotes en Jericó. Ve al hombre medio muerto y se pasa al otro lado de la carretera tan lejos como lo permite la anchura de esta. Aunque es representante de la Ley, no ve que tenga la obligación de ayudar a este hombre. No tiene corazón para él. Es cierto que acaba de salir del santuario de Dios, donde el pueblo era instruido regularmente en la Ley del amor, pero él mismo infringe este mandamiento sobre lo que es más imperdonable. Ve al hombre medio muerto en el suelo; tal vez oye gritos de ayuda y gemidos. ¡Y es uno de sus hermanos! Pero no le preocupa nada de eso. De ninguna manera querría mancharse. Así que se apresura a alejarse, porque nadie lo ve, tal vez ni siquiera el hombre medio muerto, nadie, excepto Dios.
¿No es a veces nuestro reflejo, queridos amigos? ¿Hemos nosotros comprendido quién es nuestro prójimo? Por gracia ocupamos una alta posición espiritual. Pero ¿no nos falta a menudo ver a nuestro prójimo en aquel que está en verdadera necesidad y que el Señor pone en nuestro camino? ¿Le ayudamos con amor? En cualquier caso, este sacerdote sabía tan poco como el doctor de la Ley que era su prójimo. Con una actitud legal nunca se encuentran los buenos motivos para actuar, ni la fuerza para hacer lo que agrada a Dios. Solo el amor es capaz de hacerlo.
2.2 - El levita
La siguiente persona que aparece es un levita. Según su posición, es justo después del sacerdote (el prójimo en cierto modo), y se comporta de la misma manera. Él también llega al lugar donde yace el hombre medio muerto, lo ve en su miseria y pasa de largo por el lado opuesto. Repite la forma de actuar tan mala del sacerdote. Como levita, tenía que ver con los utensilios del templo, pero eso no fue suficiente para calentar su corazón hacia su prójimo. ¿No debemos temer también esta duplicidad en nuestros caminos, esta falta de corazón?
2.3 - ¿Quién es el prójimo?
“¿Quién es nuestro prójimo?”. Nuestro prójimo es aquel que necesita nuestra ayuda y nuestro amor. Sin embargo, de lo que se acaba de decir se desprende que no debemos buscarlo solo entre los no convertidos. En Éxodo 12, en relación con la Pascua, encontramos una indicación muy útil: «Mas si la familia fuere tan pequeña que no baste para comer el cordero, entonces él y su vecino inmediato [el prójimo] a su casa tomarán uno según el número de las personas» (Éxodo 12:4). Nuestro prójimo es también aquel con quien nos alimentamos juntos del cordero sacrificado. Así, encontramos al prójimo en 2 sentidos: entre los hijos del mundo, con los que no hay ninguna comunión espiritual, y entre los hijos de Dios, con los que estamos íntimamente unidos de muchas maneras.
En las parábolas de la oveja perdida y de la dracma perdida de Lucas 15, encontramos a los vecinos cercanos y a los amigos cercanos. Allí están los que se alegran por lo que se había perdido y con el que lo ha encontrado. Es una verdad conmovedora: estamos llamados a ser un pueblo cercano a él, el Buen Pastor, y dignos, como sus «próximos», de compartir su alegría con Él. Esto, naturalmente, va más allá del objeto de nuestra parábola.
3 - Lucas 10:33-37
«Pero un samaritano, que viajaba, llegó junto a él y, cuando lo vio, sintió compasión de él; y acercándose, le vendó las heridas derramando sobre ellas aceite y vino, y poniéndolo sobre su propia cabalgadura, lo llevó al mesón y cuidó de él. Al día siguiente, sacando dos denarios, los dio al mesonero y le dijo: Cuida de él, y todo lo que gastes de más, a mi regreso yo te lo pagaré. ¿Quién de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Le respondió: El que tuvo misericordia de él. Jesús entonces le dijo: Ve, y haz tú lo mismo» (Lucas 10:33-37).
Entre los judíos y los samaritanos, el rechazo y la enemistad eran profundos. Los samaritanos eran de origen pagano y eran maldecidos públicamente en la sinagoga. Nunca se les aceptaba como prosélitos; su comida se equiparaba a la carne de cerdo; un judío prefería sufrir antes que recurrir a su ayuda.
Observamos cuánto enfatiza el Señor en su parábola el hecho de que aquel que reconoce a su prójimo en el hombre medio muerto es precisamente un hombre así, odiado por los judíos. Conmovido por el amor y la compasión, hace todo lo posible para salvarlo de una ruina segura. ¡Qué gracia se manifiesta aquí! El extranjero se preocupa incluso de lo que sucedería durante el tiempo de su ausencia. Él se ocupa de todo. Y al continuar su viaje, no iba a olvidar al hombre caído en manos de los ladrones, sino que iba a volver en el momento oportuno y recompensar la fidelidad que se había mostrado. Con esta seguridad termina la parábola.
A la pregunta de quién de estos 3 personajes es el prójimo del que cayó en manos de los ladrones (10:36), el doctor de la Ley vuelve a dar la respuesta correcta. En ella, utiliza una expresión que dio nombre a nuestra parábola: «El que tuvo misericordia de él». Sí, en este caso se ejerció misericordia. Debía aplicarse a este tipo de sentimientos, y estos deberían caracterizarnos a nosotros también, que hemos sido objeto de la gran misericordia de Dios.
4 - El significado típico de la parábola
El lector atento habrá notado que la pregunta del Señor en el versículo 36 contiene una inversión de la dirección de la mirada. Hasta ahora, el «prójimo» era siempre aquel a quien se debía tener misericordia. Pero ahora el «prójimo» es aquel que ejerce la misericordia. ¿No quiere el Señor con ello dirigir la mirada hacia sí mismo, el verdadero samaritano misericordioso? Él es el prójimo del que cayó en manos de los ladrones, el prójimo de cada uno de nosotros.
Desde diversos puntos de vista, se cuestiona que esta parábola, o este asunto, tenga un significado típico y profético además del significado ante todo moral. Los argumentos que se plantean quedan anulados por la simple constatación siguiente: cuando el Señor Jesús responde a una pregunta, en su gracia y en su sabiduría, normalmente va mucho más allá de la pregunta planteada, y presenta verdades más grandes y principios más elevados, que están bien incluidos en lo que se preguntaba, pero que en sí mismos tienen un alcance más elevado.
Esto es lo que también encontramos aquí. El mandamiento sobre el amor al prójimo se desarrolla y ejemplifica mediante la forma de actuar de Dios en el Evangelio. Esto también es lo que da a nuestra parábola su belleza particular.
¿Quién de nosotros no se regocija al pensar que el ejemplo perfecto de amor al prójimo es el verdadero “Buen Samaritano”, y más precisamente nuestro Señor y Salvador? Ciertamente debemos tener cuidado de no hacer «sobre-interpretaciones», sin embargo, varias particularidades mencionadas por el Señor tienen un sentido absolutamente figurado, lo hayan entendido o no los oyentes de la época. Limitar el mensaje de la parábola a su único aspecto moral sería una gran pérdida.
Consideremos rápidamente algunas de estas particularidades, y en primer lugar al hombre que baja de Jerusalén a Jericó. ¿No abandona el lugar de la bendición para ir al lugar de la maldición? En esto es una imagen del hombre natural, de toda la humanidad, que avanza por este camino. El camino lejos de Dios es siempre un camino que desciende, un camino en el que caemos bajo el poder de Satanás y hacemos daño a nuestra alma.
En cuanto al sacerdote y al levita, personifican la Ley y su incapacidad para liberar al hombre de su miserable estado. La religión no puede salvar a un hombre muerto en sus pecados. Lo que necesita es un Salvador, que no solo lo salve de la perdición, sino que lo lleve a la vida.
El samaritano es una imagen de ese Salvador, el Señor Jesús. Introduce la parábola con un bendito «pero», que refuerza el contraste: «Pero un samaritano...». Esto nos recuerda el pasaje de Efesios: «Pero Dios, siendo rico en misericordia, a causa de su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en nuestros pecados, nos vivificó con Cristo» (2:4-5). También pensamos en Romanos: «Pero Dios demuestra su amor hacia nosotros, en que, siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros» (5:8).
El samaritano que iba «de camino». Esto nos habla de la encarnación del Señor, o al menos está incluida en ella. En la parábola del «hombre de noble linaje» de Lucas 19, también se habla de un viaje, pero en otra dirección, hacia la gloria. Allí se prefiguraba la ascensión del Señor. Pero en cada uno de estos 2 viajes, se prefiguraba el regreso. Es muy hermoso. Aquí el Hijo del hombre viene del cielo a la tierra, para buscar y salvar lo que está perdido (Lucas 19:10). Por lo tanto, estaba de viaje y llegó en el momento adecuado junto al herido. No descendió como los demás a Jericó, el lugar de la maldición. Solo se dice que «iba de su camino». ¡Y qué camino fue el que emprendió para venir hasta nosotros, los miserables y los perdidos! Por eso tenía que hacerse hombre.
¿Quién puede comprender plenamente este amor?
Que vino aquí entre los pecadores.
Él, a quien el mundo entero no puede contener
¡Quería ser el siervo perfecto!
Pero hay más; tuvo que humillarse hasta nosotros, pobres pecadores, y responder a nuestras necesidades más profundas. Lo hizo, alabado sea su nombre. Hizo por nosotros mucho más que el samaritano de la parábola: dio su vida por nosotros, para que pudiéramos vivir por Él.
El amor debe ir aún más profundo
Él tomó nuestro lugar:
Colgado de la cruz en la vergüenza y el dolor
Él murió por un mundo perdido.
Una indicación nos conmueve mucho: «Cuando lo vio, sintió compasión de él» (Lucas 10:33). Cuando el Señor Jesús ve la miseria del hombre caído, se conmueve de compasión. Encontramos repetidamente esta conmovedora indicación en los Evangelios. En Lucas 15, es el Padre quien, al ver a su hijo desde lejos, se conmueve de compasión (15:20). Así, los mismos sentimientos llenan al Padre y al Hijo, cuando «ven» hasta dónde ha caído el hombre bajo el dominio de Satanás.
Estos sentimientos santos en el corazón del Señor también se presentan en la parábola por el hecho de que el extranjero usa abiertamente parte de su ropa para vendar las heridas del hombre medio muerto. Usa su propio vino como su propio aceite para vendar las heridas. Luego instala al herido en su propia bestia y lo lleva a la posada. ¿No nos recuerda esto a 2 Corintios 8:9?: «Porque conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por vosotros, para que por medio de su pobreza vosotros llegaseis a ser ricos».
La parábola termina con la indicación de la vuelta del benefactor. Sí, el Señor Jesús volverá. Mientras tanto, estamos confiados al otro Consolador, el Espíritu Santo, que nos guía a toda la verdad.
La posada puede hacer pensar a la Asamblea (comunidad) que, en tiempos del Evangelio, está abierta a todo tipo de personas que el samaritano misericordioso ha traído.
Y, finalmente, ¿de qué nos hablan los 2 denarios? La explicación más hermosa me parece que es que la cantidad de alojamiento y cuidados del protegido no es suficiente para un largo período de tiempo. El samaritano misericordioso regresa muy pronto.