La efusión del Espíritu Santo

Hechos 2:1-4


person Autor: Christian BRIEM 26

flag Tema: El Espíritu Santo


Este es un capítulo muy importante. Con la ayuda de Dios, trataremos de comprender su significado con el mayor cuidado y oración. En efecto, el hecho mismo de que muchos queridos hijos de Dios no hayan comprendido el contenido de este capítulo ha dado lugar a las interpretaciones más extrañas e incluso falsas, con repercusiones fatales en su vida de fe.

1 - Resumen del capítulo

Este capítulo describe acontecimientos de extraordinaria importancia, el primero de los cuales es la efusión del Espíritu Santo. El efecto de esta efusión fue la formación del Cuerpo de Cristo, la Asamblea del Dios Vivo. En segundo lugar, hay otros resultados muy interesantes de la efusión del Espíritu Santo, y debemos preguntarnos si todavía hoy debemos esperar estos mismos resultados. En tercer lugar, escucharemos la primera predicación cristiana. Profundizaremos en su contenido. En cuarto lugar, encontraremos algunos resultados esenciales producidos por el discurso de Pedro a sus oyentes judíos. Por último, conoceremos lo que caracterizaba a los primeros cristianos en su camino común, un tema al que no podemos prestar demasiada atención. Todas estas verdades nos devuelven en todos los aspectos a «lo que era desde el principio» (1 Juan 1:1), no tanto en la doctrina como en la práctica.

Las 5 partes de este capítulo 2 son las siguientes:

  1. La efusión del Espíritu Santo (v. 1-4),
  2. Los resultados inmediatos de Su presencia (v. 5-13),
  3. El discurso de Pedro (v. 14-36),
  4. Los resultados de este discurso (v. 37-41),
  5. Las características de los primeros cristianos (v. 42-47).

2 - El día de Pentecostés – Hechos 2:1

«Cuando llegó el día de Pentecostés, estaban todos juntos en el mismo lugar» (2:1).

La promesa del Padre (1:4), de la que ya había hablado Juan el Bautista (Juan 1:33), y luego particularmente el propio Señor Jesús (Lucas 11:13; Juan 7:37-39; Juan 14 al 16), estaba a punto de cumplirse: El Espíritu Santo iba a venir a la tierra como una persona de la Deidad, para hacer su morada tanto en creyentes individuales (1 Cor. 6:19) como en el Cuerpo de creyentes como un todo (2 Cor. 3:16), y así unirlos, para que pudieran ser bautizados en un solo Cuerpo, el Cuerpo de Cristo en la tierra (1 Cor. 12:13). Este iba a ser el comienzo de algo totalmente nuevo, el comienzo de una nueva creación.

No habían pasado muchos días desde que el Señor habló a sus discípulos antes de su ascensión, diciendo: «Vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo, dentro de pocos días» (1:5). En efecto, esto ocurrió solo 10 días después de que su Salvador hubiera ascendido al cielo ante sus propios ojos. Habían sido consolados por el mensaje de los mensajeros celestiales de que su Señor, que había sido arrebatado de ellos al cielo, regresaría del mismo modo que le habían visto subir al cielo. Sin embargo, los ángeles no habían indicado ninguna hora o fecha concreta para este regreso.

Tampoco el Señor había dado un tiempo preciso para la venida del Espíritu Santo. Solo había dicho que tendría lugar dentro de «pocos» días. Por tanto, es evidente que los discípulos no sabían cuándo descendería sobre ellos el Espíritu Santo. Pero en previsión de este gran acontecimiento que esperaban, habían hecho lo único correcto: permanecer en el aposento alto y perseverar unánimes en la oración (1:14). En los 10 días que transcurrieron entre la ascensión del Señor y la venida del Espíritu Santo, solo se nos habla de un acontecimiento: La elección de Matías como duodécimo apóstol en lugar del traidor, que se había ido a «su propio lugar» (1:25).

Pero el momento de la venida del Espíritu Santo ya había sido determinado con precisión en el calendario divino 1.500 años antes, aunque los discípulos no lo supieran: era el día de Pentecostés. Se trata de una fiesta israelita, a la que los judíos de lengua griega no dieron este nombre (griego Pentecostés = el quincuagésimo [día] hasta más tarde). Originalmente, se llamaba de otra manera. El Antiguo Testamento cita 3 nombres: Fiesta de la Cosecha (Éx. 23:16), Fiesta de las Semanas (Éx. 34:22; Deut. 16:10) y Día de las Primicias (Núm. 28:26), es decir, las primicias de la cosecha de trigo (comp. Éx. 34:22).

2.1 - El significado de las 3 fiestas importantes de Jehová

Según el mandato divino, los israelitas debían contar 7 semanas completas a partir del día de la presentación de la gavilla (Lev. 23:15-16), para poder celebrar la fiesta de las Semanas. La presentación de la gavilla se prescribía para el día después del sábado (Lev. 23:11), que seguía a la fiesta de la Pascua. El orden cronológico de las «fiestas… de Jehová» es el siguiente:

• El día 14 del mes de Nisán se celebraba la Pascua a Jehová,

• Al día siguiente del sábado, que formaba parte de la semana de la Pascua, la “mañana después del sábado” (es decir, el primer día de la semana, nuestro domingo), se mecía ante Jehová la gavilla de las primicias de su cosecha (cosecha de cebada). Esta mañana después del sábado pertenecía a la fiesta de la Pascua (Lev. 23:5-8) o la semana de la Pascua [fiesta de los panes sin levadura],

• Luego, 7 semanas enteras más tarde, de nuevo en la “mañana después del sábado”, el séptimo sábado, se celebraba la fiesta de las Semanas. Además de los sacrificios prescritos, había que traer una nueva oblación, consistente en 2 panes de 2 décimas de harina fina –excepcionalmente tenían que ser cocidos con levadura.

Todo esto tiene un profundo significado pictórico, incomprensible para cualquier hombre hasta entonces. El verdadero significado de las fiestas de Jehová solo podía comprenderse después de que las cosas que prefiguraban hubieran tenido su pleno cumplimiento en el Señor Jesús. El Señor Jesús, como verdadero Cordero pascual, como «nuestra pascua» (1 Cor. 5:7), fue inmolado exactamente en el tiempo señalado, el día 14 del mes de Nisán. Había celebrado la Pascua con sus discípulos la víspera de su muerte. Las fiestas judías comenzaban por la tarde (a las 18 horas) y duraban hasta el día siguiente (a las 18 horas). Así fue como el Señor comió la Pascua la primera noche, y murió antes de la segunda noche en la cruz del Gólgota, él, el Cordero sin mancha. Era alrededor de las 15 horas de la tarde. El cuerpo del Señor yacía en el sepulcro en sábado (Lucas 23:53-56; Juan 19:31-42).

El primer día de la semana siguiente, resucitó como la verdadera «gavilla mecida», victoriosa sobre la muerte y el diablo. En esta ocasión, la expresión «gavilla de primicias» de Levítico 23:10 apunta a Cristo como primicia de los que han dormido (1 Cor. 15:20, 23). Así como Cristo, las primicias, resucitó de entre los muertos en el tiempo de la «siega», así todos los que son de Cristo resucitarán de entre los muertos en su venida, o bien, según el caso, serán transformados (1 Cor. 15:23, 51-52). ¡Bendita parte! Querido lector, ¿participará usted también de la «primera resurrección» (Apoc. 20:6)? ¿Es usted ya “de Cristo”? Si no es así, ¡dese prisa en ir a él hoy mismo! Aquel que es el Salvador del mundo (Juan 4:42) también quiere ser su Salvador.

Exactamente 50 días después, ni un día antes ni un día después, se cumplió lo que había sido prefigurado en la fiesta de las Semanas. Para Pentecostés, Dios había fijado un solo día para la fiesta –a diferencia de la fiesta de los Panes sin levadura, que duraba 7 días, o la fiesta de los Tabernáculos, que duraba 8 días.

Mediante el descenso del Espíritu Santo, la Asamblea de Dios fue formada de judíos y gentiles (comp. los «dos panes», Lev. 23:17). Era el comienzo de una nueva dispensación, a la que aludía la nueva oblación que había de ser aportada a Jehová. Ahora bien, los 2 panes debían ser cocidos con levadura (la levadura es siempre una figura de pecado), mientras que en todas las demás oblaciones no debía haber «levadura» (Lev. 2:11): este hecho se comprende rápidamente, si pensamos en que las oblaciones en general hablan del Señor Jesús en su santidad y pureza como hombre, mientras que los 2 panes de Pentecostés son una figura de la Asamblea.

Los creyentes no están libres de pecado; incluso después de su conversión todavía tienen pecado en ellos. Pero los panes leudados fueron ofrecidos a Dios en su estado «cocido». Esto es una alusión al hecho de que el pecado de los creyentes ha sido juzgado (y condenado) en la muerte de Cristo, aunque todavía está presente en ellos (1 Juan 1:8). Pero en el poder del Espíritu que mora en ellos, son capaces de permanecer como muertos al pecado (y así se les exige), y vivos para Dios en Cristo Jesús (Rom. 6:11).

2.2 - Pentecostés: El día en que nació la Iglesia

Pentecostés es el día del nacimiento de la Iglesia y, por tanto, el comienzo de una nueva era. Antes no había Iglesia, ni nació después. Que no pudo haber una Iglesia antes queda claro por las palabras del Señor en Mateo 16:18, cuando dice: «Sobre esta roca edificaré mi Iglesia». Ni siquiera existía en la época de la vida del Señor en la tierra. Como dice Efesios 3:1-10, estuvo oculta en el corazón de Dios como un secreto [o: misterio] durante todo el periodo del Antiguo Testamento. Nadie podía saberlo, ni Abraham, ni Moisés, ni ningún otro creyente del Antiguo Testamento.

El pensamiento de algunos de que la Iglesia comenzó solo después de que comenzó el ministerio de Pablo no es más sostenible que la idea de que los 12 apóstoles nunca fueron parte de la Iglesia, sobre la base de que siempre permanecieron en la tierra del reinado. Es cierto que la doctrina de la Iglesia como la Casa de Dios y el Cuerpo de Cristo aún no se había dado a conocer en el momento de la efusión del Espíritu Santo. Pablo era absolutamente el único llamado a este servicio, y en aquel momento ni siquiera estaba convertido.

No tenemos derecho a cometer el error de creer que algo no puede existir hasta que se haya dado la enseñanza sobre ello. La Iglesia como Cuerpo de Cristo existía antes de que el apóstol diera a conocer la revelación recibida de Dios acerca de ella; la prueba de ello la da claramente el hecho de que, en la conversión de Saulo de Tarso, este oyó desde el cielo la voz del Señor Jesús glorificado: «¡Saulo! Saulo, ¿por qué me persigues? Puesto que él era el instrumento elegido por Dios para proclamar la doctrina de la unidad de Cristo y de la Iglesia, el primer indicio de esta gran verdad le fue dado en su conversión. ¡Cómo pone esto de manifiesto la sabiduría de Dios!

Hechos 2 nos enseña que una cosa puede existir, y que incluso podemos participar en ella sin saberlo. En este capítulo se dice que el Cuerpo de Cristo se formó por el bautismo del Espíritu Santo, pero los discípulos no lo sabían: la enseñanza al respecto no llegó hasta años más tarde. Lo mismo ocurre, por ejemplo, con la cuestión de si los creyentes del Antiguo Testamento tenían la vida de Dios. Sin duda, Dios les había dado, por anticipación, el beneficio de la obra de Cristo. Sin embargo, sin todos los resultados que conlleva dicha obra. Pero ellos no lo sabían, pues esta verdad solo se reveló plenamente en el Nuevo Testamento.

También aprendemos aquí –y señalémoslo una vez más– lo que unía a los discípulos en un solo Cuerpo. Fue el descenso del Espíritu Santo, no su fe personal. Algunos dicen que fue la fe lo que nos unió, pero eso no es correcto. En realidad, es solo el Espíritu Santo quien lo produce. Los discípulos ya tenían fe cuando el Señor estaba con ellos. El Señor Jesús les dijo: «Si el grano de trigo cayendo en tierra no muere, queda solo, pero si muere, lleva mucho fruto» (Juan 12:24). No hay unión con un Cristo que se ha hecho carne. Tuvo que morir primero, resucitar como vencedor y enviar desde lo alto al Espíritu Santo como sello de una redención consumada. Esto es lo que produjo la nueva unidad entre Cristo y los suyos, de modo que ahora todos los que están unidos al Señor «un solo espíritu es con él» (1 Cor. 6:17).

2.3 - Todos juntos en un mismo lugar – Hechos 2:1

Pero ahora volvamos a la secuencia histórica de los acontecimientos. «Cuando llegó el día de Pentecostés», no mientras se acercaba a su fin, sino mientras seguía su curso (este es el significado de la forma del verbo en griego), durante la fiesta de Pentecostés «todos estaban juntos en el mismo lugar» (2:1). ¡Qué hermoso! Los discípulos se habían reunido previamente en un mismo lugar el día de la resurrección del Señor; después de su ascensión, habían subido al aposento alto y permanecido allí; y ahora oímos repetir que estaban reunidos en un mismo lugar.

No sabemos de qué tipo de lugar se trataba. Tal vez era el mismo aposento alto donde habían pasado 10 días en oración esperando el cumplimiento de la promesa. También pudo ser una casa que formaba parte de los edificios exteriores del templo. El hecho de que la multitud de judíos que se encontraba en Jerusalén con ocasión de la fiesta oyera el ruido, o el estruendo, como podría traducirse el versículo 6, habla en favor de esta última idea.

En cualquier caso, los creyentes estaban allí todos juntos, no faltaba ni uno. Admito que eran los 120, los conversos de Jerusalén que vimos en el capítulo 1, y no, por ejemplo, los 500 hermanos de Galilea mencionados en 1 Corintios 15. Era importante que todas estas personas estuvieran reunidas al mismo tiempo en el mismo lugar, y no dispersas por el atrio del templo o en las casas de unos pocos judíos piadosos que habían venido a Jerusalén para la fiesta. Ciertamente, era el Espíritu quien había obrado así.

3 - El bautismo del Espíritu Santo – Hechos 2:2-3

«De repente vino del cielo un estruendo, como de un viento fuerte e impetuoso, y llenó toda la casa donde estaban sentados. Aparecieron lenguas divididas como de fuego, y se repartieron posándose sobre cada uno de ellos» (2:2-3).

¡Considere la expresión de repente! La Asamblea no es el resultado de un proceso largo y doloroso, sino que Dios la creó en un instante. No existía antes, y ahora estaba allí, de repente. Es un milagro de Dios, y no podemos explicarlo, ni queremos hacerlo. Pero lo creemos, porque la Palabra de Dios nos lo dice.

De la misma manera, cuando la Asamblea sea sacada de este mundo, volverá a suceder muy de repente. El cambio y el arrebato de los santos tendrán lugar en un abrir y cerrar de ojos (1 Cor. 15:52) [1]. Estos acontecimientos serán un puro milagro. Qué hermoso es que se nos permita saber esto: nuestro Esposo viene deprisa, viene pronto; ¡pues ese es el significado de la palabra «pronto» en Apocalipsis 22:20!

[1] Nota: el período de un abrir y cerrar de ojos en 1 Corintios 15 se refiere solo a la resurrección de los muertos y al cambio (transmutación) de los vivos, no al arrebato descrito en 1 Tesalonicenses 4.

3.1 - No hay renovación del bautismo del Espíritu

El sonido, o estruendo, vino del cielo, y esto muestra que esta obra vino del cielo y fue hecha por Dios, el Espíritu Santo. Fue el bautismo «con» el Espíritu Santo, o «en el poder del» Espíritu Santo (véanse Rom. 15:19) –una verdad de la que habla el apóstol Pablo en 1 Corintios 12. El versículo 13 de ese importante capítulo contiene una afirmación absoluta, significativamente expresada en tiempo pasado y que apunta a un proceso completado y pasado: «Porque todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo… y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu». Esto me indica claramente que no hay un nuevo bautismo del Espíritu cada día. El Cuerpo no se forma de nuevo cada día. El Señor Jesús habló en Hechos 1:5 sobre este bautismo, y el acto real tuvo lugar en el día de Pentecostés en el capítulo 2.

Al principio, solo creyentes salidos de los judíos formaban la Asamblea. En Hechos 8 y 10 se introducen creyentes samaritanos y gentiles. El Cuerpo de Cristo solo alcanzó su plena estatura prevista cuando los creyentes de los gentiles fueron añadidos a esta unidad. Por eso el apóstol dice «judíos o griegos». Ahora bien, esta adición posterior de individuos al Cuerpo de Cristo nunca se denomina en las Escrituras “bautismo del Espíritu Santo”, sino sellamiento, recepción de la unción o unción (2 Cor. 1:21-22; Efe. 1:13-14; 4:30; 1 Juan 2:20).

El creyente que hoy, en el período de gracia, se apoya por la fe en la obra redentora del Señor Jesús, y puede decir en verdad «¡Abba, Padre!», –este es el que recibe personalmente el Espíritu Santo: «Por cuanto sois hijos, Dios envió el Espíritu de su Hijo en nuestros corazones, clamando: ¡Abba, Padre!» (Gál. 4:6). Así pues, el cristiano posee el Espíritu Santo como sello, como unción y, en cuarto lugar, también como testigo (1 Juan 5:6). Siempre es el mismo Espíritu Santo el que mora en el creyente, solo que cada vez se le ve bajo un aspecto diferente. Pero como Dios, el Espíritu Santo, habita ahora en el cuerpo del creyente como en un templo (1 Cor. 6:19), este creyente se convierte también en miembro del Cuerpo de Cristo. Es este lado el que nos ocupa aquí de manera muy especial. ¡Un privilegio inmenso!

Sin embargo, el que no tiene el Espíritu de Cristo, el que no es de él (Rom. 8:9), no es de Cristo en el poder de la redención. Este pasaje no se refiere al carácter de Cristo, sino a la posesión del Espíritu Santo que, es cierto, quiere transformar al creyente en la imagen de Cristo en poder práctico, como nos muestra 2 Corintios 3:18. La Escritura evita la expresión “bautismo en el Espíritu Santo” en relación con la adición de individuos después de Pentecostés; algunos ejemplos del libro de los Hechos lo demostrarán:

«¡Arrepentíos, y sea bautizado cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo, para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo!» (2:38).

«… Descendiendo, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo; porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos; tan solo habían sido bautizados en el nombre del Señor Jesús» (8:15-16).

«Mientras Pedro aún hablaba estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían la palabra» (10:44).

«Tras imponerles Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo» (19:2, 6).

He tratado de demostrar que el bautismo en el Espíritu Santo es un acontecimiento único, por el cual se formó el Cuerpo de Cristo en la tierra, y que los creyentes individuales participan posteriormente de esta bendición mediante la recepción personal del Espíritu Santo.

Tal vez ayude a explicarlo mejor añadir una imagen que utilizó un siervo del Señor desaparecido hace mucho tiempo. Imaginemos un hermoso día de verano con un estanque frente a nosotros cuya superficie está totalmente plana debido a la ausencia total de viento. Los juncos han crecido densamente alrededor del borde del estanque, extendiéndose esporádicamente hacia el centro. Tiramos una piedra al centro del estanque; cae al fondo, pero en la superficie se forman ondas redondas que se extienden. Este lanzamiento de la piedra corresponde al día de Pentecostés, y la pequeña ola del principio englobó al pequeño rebaño, los 120 del aposento superior.

Volviendo a esta imagen: la ola se ensancha rápidamente formando un círculo, y pronto alcanza los juncos más cercanos y los rodea. A medida que la onda circular continúa extendiéndose y alcanza finalmente el borde, rodea más y más juncos, hasta que los incluye a todos. De la misma manera, cada alma salvada por la fe en Cristo y sellada con el Espíritu Santo está incluida en el bautismo del Espíritu Santo. Nunca se trata de un nuevo bautismo, sino que todos los sellados participan de esta bendición, pertenecen a esta maravillosa unidad.

3.2 - Signos acompañantes

Dado que lo que ocurrió en Pentecostés fue tan absolutamente nuevo, Dios, en su gracia, dio señales acompañantes perceptibles a los sentidos humanos. Dios no siempre hace esto. Las verdades divinas, las bendiciones espirituales, son puramente en sí mismas objetos de fe, y solo pueden ser captadas por la fe, no por los órganos sensoriales externos del hombre. Pero en ciertos momentos y en ocasiones muy concretas, Dios se ha dignado confirmar los fenómenos espirituales mediante signos externos visibles. Dios hace esto precisamente cuando hay algo nuevo. No podemos asimilar este principio con suficiente profundidad. Nos salvaría de muchas expectativas e ideas malsanas y fantasiosas. Volveremos sobre este tema más adelante.

Para el cumplimiento de la Palabra del Señor, 3 cosas la acompañan: un sonido que se oyó, una señal visible que se vio y un efecto que se manifestó. Sin embargo, antes de referirme a estas 3 cosas, quisiera señalar brevemente que no debemos confundir los signos que acompañan a la Palabra con la Persona misma del Espíritu Santo, ni con su morada en el creyente. El Espíritu Santo provoca efectos diferentes. Él puede, si lo considera necesario, concretar su presencia de muchas maneras. Pero esto no es lo mismo que su persona o el hecho de su habitación. No es trivial: puede ser que él haga su morada en un hombre, sin que haya ningún signo exterior perceptible. No dudo en añadir que este es incluso el caso normal.

3.3 - El ruido

Pasemos a las señales propiamente dichas. El ruido era como el sonido o rugido de un viento violento e impetuoso; llenaba toda la casa donde estaban sentados. Esto nos trae a la memoria otro acontecimiento. Cuando Salomón terminó el templo, «cuando los sacerdotes salieron del santuario, la nube llenó la casa de Jehová. Y los sacerdotes no pudieron permanecer para ministrar por causa de la nube; porque la gloria de Jehová había llenado la casa de Jehová» (1 Reyes 8:10-11).

Pero, ¡qué diferencia tan significativa! Es la diferencia entre la Ley y la gracia. Bajo el Antiguo Pacto, cuando la nube, la señal visible de la presencia de Dios, llenaba la casa, los sacerdotes no podían soportarlo. Tenían que salir de la casa. Pero en la dispensación de la gracia, los creyentes redimidos y purificados por la sangre de Cristo forman ellos mismos la Casa de Dios, la morada de Dios por el Espíritu (Efe. 2:22). Son piedras vivas, y como tales son edificados para ser una casa espiritual (1 Pe. 2:4-5). Mejor aún, según lo que dice más adelante 1 Pedro 2, son también un sacrificio santo y real. Pero bajo la gracia no son expulsados de Su santa presencia; al contrario, Dios mismo hace de ellos su morada. No podemos acercarnos más. ¡Maravillosa gracia! ¡Benditos resultados de una redención consumada!

El hecho de que toda la casa se llene del viento violento muestra sin duda el aspecto colectivo de la presencia del Espíritu Santo. En 1 Corintios 3 aprendemos que los creyentes juntos forman el templo de Dios en la tierra: «Vosotros sois labranza de Dios, edificio de Dios» (v. 9). «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?… Porque el templo de Dios es santo, y ese templo sois vosotros» (1 Cor. 3:16-17). Por desgracia, muchos hijos de Dios no son conscientes de ello. Porque este edificio de Dios no debe quedarse solo en una hermosa doctrina o en una bella teoría, sino que debe estar concretado por los creyentes en la práctica y en la doctrina. Donde Dios habita, la santidad es siempre el principio rector (Sal. 93:5; 1 Tim. 3:15; 1 Pe. 4:17).

Me parece que este sonido, o rugido, como de un viento violento e impetuoso pudo y debió ser percibido por la gente de afuera. Pues la primera frase del versículo 6 también puede traducirse así: «Cuando esto se supo, se juntó la multitud». Ciertamente, esta «voz» también puede aplicarse al rumor sobre estas cosas, pero tengo la impresión de que Lucas, el autor inspirado, quiso referirse menos al rumor que al poderoso ruido en sí que la multitud oyó y que hizo que se reunieran. Si esto es así, entonces esta «voz» (griego phoné = ruidoso, ruido, voz, lenguaje hablado), era precisamente el «ruido» que percibió la multitud, y no cualquier relato sobre el tema.

3.4 - Lenguas como de fuego – Hechos 2:3

La segunda señal por la cual el Espíritu Santo manifestó su presencia fueron lenguas divididas como de fuego: «Aparecieron lenguas divididas como de fuego, y se repartieron posándose sobre cada uno de ellos» (2:3)

Mientras que el sonido del viento impetuoso fue, según creo, percibido también por otros, no ocurrió lo mismo con las lenguas divididas: se les aparecieron a ellos, es decir, a los 120 creyentes. La multitud de fuera no vio nada de esto, porque no lo mencionan después.

Lo que aquí se manifiesta es el aspecto personal de la habitación interior del Espíritu Santo: «¿No sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que está en vosotros, el cual tenéis de Dios?» (1 Cor. 6:19). Pues aquí se dice expresamente de las lenguas que «se repartieron posándose sobre cada uno de ellos». Esta recepción personal del Espíritu Santo corresponde a todos los creyentes, en la medida en que han aceptado por la fe la obra de la redención realizada por Cristo. Ya hemos hablado de ello. El cristiano más anciano y maduro no tiene el Espíritu Santo más verdaderamente que el creyente más joven que acaba de aprender, en cuanto a la salvación de su alma, a confiar entera y únicamente en lo que el Salvador realizó por él en la cruz. Tal fe es sellada por el Espíritu Santo, que viene en Persona para hacer su morada en el creyente individual. No es meramente un poder o influencia dentro de él.

1.3.4.1. Una bendición inmensa

No podemos apreciar demasiado el inmenso alcance de esta gran bendición. Lamentablemente, prestamos muy poca atención a la presencia del Espíritu Santo en nosotros, y somos demasiado inconscientes de ello. ¿Hemos pensado alguna vez lo que nos estaríamos perdiendo si él no hubiera hecho su morada en nosotros como Persona?

Por ejemplo, ¿cómo podríamos orar en el Espíritu Santo (Judas 20) si él no habitara en nosotros? ¿Cómo podríamos adorar en Espíritu y en verdad? (Juan 4:23-24); ¿cómo podríamos ser conscientes de nuestra relación como hijos de Dios? (Rom. 8:16); ¿cómo podríamos ser guiados a toda la verdad? (Juan 16:13-15); ¿cómo podríamos disfrutar de la esperanza del regreso de Cristo para llevarse a su Esposa? (Apoc. 22:17), y disfrutar de todas las demás verdades cristianas, si ese «otro Consolador» no estuviera en nosotros? ¿No tenemos acceso por medio de él al Padre? (Efe. 2:18). ¿No intercede el Espíritu por nosotros según Dios (Rom. 8:27)? La ley del Espíritu de vida, ¿no nos ha liberado de la ley del pecado y de la muerte, para que tengamos poder sobre el pecado que mora en nosotros? (Rom. 8:2ss.). ¿Cómo, si no, podemos hacer morir las obras del cuerpo, sino por el Espíritu (Rom. 8:13)? ¿Y cómo hacer para andar por el Espíritu y dar el fruto del Espíritu (Gál. 5:16, 22)? ¿De qué otra manera podemos luchar con la espada del Espíritu, si no es con el poder del Espíritu que mora en nosotros? (Efe. 6:17). ¿Cómo podríamos regocijarnos en el amor de Dios a pesar de todas las aflicciones y angustias de este mundo, si no es por medio del Espíritu Santo que «ha sido derramado en nuestros corazones» (Rom. 5:5)?

El Espíritu de Dios habita en nosotros tan verdaderamente que ya no estamos «en la carne»: estamos «en el Espíritu» (Rom. 8:9). ¿Puede un cristiano inteligente, ante la plenitud de bendiciones que provienen de la morada del Espíritu, seguir orando para que el Espíritu Santo venga sobre él, o para recibir más del Espíritu, o una porción mayor del Espíritu? Pedir esto no solo es inapropiado, sino que en última instancia es incredulidad.

Dios no da el Espíritu por medida (Juan 3:34), no da una porción mayor o menor, sino que lo da sin medida, sin reserva, es decir, lo da como Persona. Este es un privilegio que caracteriza al verdadero cristianismo. Y mejor aún, podemos decir: Es la marca característica principal de los santos del tiempo de gracia –un privilegio que los creyentes de tiempos anteriores no conocieron, y que los creyentes de tiempos posteriores nunca poseerán. No, no podemos pedir una nueva efusión del Espíritu Santo. Por otro lado, pedir una comprensión más profunda de su presencia en nosotros es, por supuesto, otra cosa. Deberíamos hacerlo más.

1.3.4.2. Como de fuego

Consideremos ahora el carácter con el que el Espíritu Santo hace visible su presencia. Aquí se trata de fuego. Por el contrario, cuando el Señor Jesús fue bautizado en el Jordán, Juan el Bautista vio al Espíritu de Dios descender como una paloma y venir sobre él (Mat. 3:16). La paloma es símbolo de inocencia y pureza. El Señor Jesús no hacía oír su voz en las calles (Mat. 12:19), era «santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores» (Hebr. 7:26), era el verdadero José, el «que fue apartado de entre sus hermanos» (Gén. 49:26).

Consideremos también cómo el esposo en el Cantar de los Cantares se dirige 2 veces a la esposa llamándola su paloma, su perfecta (Cant. 5:2; 6:9). Ante la impureza de la ciudad santa y la opresión de los impíos, el salmista se lamenta: «¡Quién me diese alas como de paloma!» (Sal. 55:6); quería huir lejos de los impíos y separarse de los pecadores. El mismo Señor Jesús utilizó una vez el símbolo de la paloma, cuando advirtió a los discípulos que fueran prudentes como serpientes, y añadió: «E inofensivos como palomas» (Mat. 10:16).

Pero no fue así como vino el Espíritu Santo el día de Pentecostés: los creyentes, que estaban reunidos en un mismo lugar, no eran por naturaleza «santos, inocentes, sin mancha», como el Señor Jesús, su Salvador, era y es en su Ser. Por eso se menciona aquí el fuego. Las lenguas que se posaron sobre cada uno de ellos eran semejantes al fuego. El fuego es una figura de la justicia y el juicio de Dios. Así que aquí aprendemos una verdad muy importante: el testimonio de la gracia de Dios, aunque sea una gracia sin mezcla, se fundamenta, no obstante, en la justicia y santidad de Dios. La gracia reina –alabado sea Dios– pero reina por medio de la justicia (Rom. 5:21).

Algunas personas tienen una idea muy personal de la gracia de Dios. Por un lado, la confunden con la licencia (en lo que se refiere al creyente) y, por otro, con la indiferencia (en lo que se refiere a Dios), y piensan que, si todo es gracia, entonces los creyentes pueden pecar sin freno. Este era también el lenguaje de los oponentes escondidos en Romanos 6, a los que el apóstol Pablo opone inmediatamente su: «¡De ninguna manera!» (Rom. 6:2). Más bien, la conciencia de la gracia que ha recibido lleva al creyente a una vida de justicia y santidad. Si estamos en la gracia, es decir, con el favor de Dios, esto nos obliga fuertemente a mantenernos alejados de todo lo que no sea agradable a Aquel que tanto nos amó.

He dicho muchas veces: Si puedo decir de una mujer querida que es la mía, entonces, precisamente porque me ama, no puedo actuar descuidadamente, ni hacer lo que la hiere o es contrario a su corazón. La idea de que, estando bajo la gracia, podemos pecar con toda tranquilidad, es una idea completamente estúpida. Como todos los inventos de Satanás, esta idea no solo es estúpida, es falsa y engañosa, porque desvía a la gente de Dios.

Muchas personas no solo tienen ideas falsas sobre la gracia, sino también sobre el «Dios de toda gracia» (1 Pe. 5:10). Se imaginan que Dios puede simplemente actuar en gracia hacia el pecador, si así lo desea. Pero esto es absolutamente falso (sería indiferencia ante el pecado) y ha dado lugar a peligrosas falsas doctrinas. Dios solo puede usar la gracia según el principio de la justicia. Por muy misericordioso que Dios sea siempre con el pecador, Dios no puede renunciar a su santidad, que exigió un sacrificio por el pecado. ¡Alabado sea Dios! Como nos muestra Hebreos 10, Dios encontró ese sacrificio en la persona de su Hijo, nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Sobre la base de este único sacrificio, «perfeccionó para siempre a los santificados» (Hebr. 10:14). Era por eso por lo que las lenguas eran «como de fuego»: para atestiguar que la buena nueva, sí, que el Evangelio mismo, es incompatible con el mal.

1.3.4.3. ¿Por qué las lenguas estaban «divididas»?

Esto nos lleva al significado de las lenguas divididas. El hecho de que estas señales fueran vistas, ciertamente habla del hecho de que en adelante el Evangelio de la gracia de Dios debía ser proclamado –y no solo a un pueblo, los judíos (el único pueblo con el que Dios había tratado hasta entonces), sino también a todas las naciones de la tierra. Esta es probablemente la razón por la que las lenguas estaban divididas. Habiendo Dios concebido y obtenido la redención eterna (Hebr. 9:12), ahora le era imposible seguir siendo solo un Dios de los judíos, era imposible que el Cristo glorificado fuera el Salvador de un solo pueblo. Judíos y gentiles tenían que oír el precioso mensaje de la gracia.

Por el momento, Dios estaba obrando en su gracia solo entre los judíos, el pueblo de la promesa. Pero el principio de que el Evangelio debía ser predicado también a los gentiles ya estaba indicado en las lenguas divididas. Era solo cuestión de tiempo antes de que la Palabra llegara a ellos –y ese tiempo estaba muy cercano. Ya en Juan 10, el Señor Jesús había hablado de sus ovejas del «redil», los creyentes del pueblo judío, y había añadido que también tenía otras ovejas, «que no son de este redil»; a estas también tendría que traer. «Oirán mi voz, y habrá un solo rebaño y un solo pastor» (Juan 10:16). Esto estaba a punto de cumplirse.

1.3.4.4. La Palabra de Dios como Juez

Volvamos una vez más al significado del fuego en relación con las lenguas divididas. Como ya hemos visto, el fuego habla de juicio. En relación con las lenguas divididas, esto subraya claramente el poder penetrante y juzgador de la Palabra de Dios; verdaderamente «penetra… hasta la división del alma y del espíritu, de las coyunturas y los tuétanos; y ella discierne (griego kritikos = capaz de juzgar, un crítico) los pensamientos y propósitos del corazón. Y no hay criatura que no esté manifiesta ante él, sino que todo está desnudo y descubierto a los ojos de aquel a quien tenemos que rendir cuentas» (Hebr. 4:12-13).

Así que podemos decir que las lenguas repartidas como de fuego hablan de los resultados de la Palabra de Dios en las almas de los hombres, sean ya salvos o no. Si alguien no se somete a la Palabra que trata de poner su conciencia a la luz de Dios, esa Palabra lo juzgará en el último día (Juan 12:48). ¡Qué solemne es esto!

En lugar de creer lo que Dios dice en su santa Palabra, algunas personas se erigen en jueces por encima de esa Palabra, y se ven en posición de ser sus críticos. Si permanecen en esta posición (¡Dios quiera que se arrepientan de ello!) un día tendrán la experiencia de que es esta Palabra la que será su “crítica”. Entonces no tendrán respuestas a sus 1.000 preguntas, y esta Palabra será un testigo despiadado contra ellos.

El alma creyente, en cambio, se somete a la Palabra de Dios y se deja conducir por ella. Esta es siempre la etapa que precede a la bendición, una bendición inmensa, que esta Palabra proporciona después en el poder del Espíritu Santo.

Un buen ejemplo de la manera en que la Palabra de Dios actúa poderosamente sobre las conciencias de los hombres se da en nuestro capítulo, cuando 3.000 judíos «se sintieron compungidos de corazón» al oír la palabra de Pedro, y en la angustia de sus almas gritaron: ¡Hermanos! «¿Qué tenemos que hacer?» (2:37).

3.5 - Lo que tuvo lugar el día de Pentecostés, ¿era el bautismo de fuego?

Permítanme hacer un comentario antes de seguir adelante. Lo que sucedió en Pentecostés, y en particular las lenguas divididas como de fuego, no tuvo nada que ver con el bautismo de fuego del que habló Juan el Bautista en relación con el Señor Jesús: «Él os bautizará en Espíritu Santo y fuego» (Mat. 3:11). El bautismo del Espíritu Santo y el bautismo de fuego no son la misma cosa. Se mencionan al mismo tiempo en la misma frase, pero se refieren a acontecimientos completamente distintos, separados en el tiempo. El día de Pentecostés, Cristo bautizó a los suyos con el Espíritu Santo. Cuando venga a la tierra con poder y gloria para establecer su reinado, primero bautizará a su pueblo apóstata en «fuego»: «Limpiará su era y recogerá su trigo en el granero; pero quemará la paja en fuego inextinguible» (Mat. 3:12).

El hecho de que 2 cosas tan distintas estén reunidas en la misma frase no debe llevarnos a concluir que son la misma cosa. La Escritura a menudo omite por completo el aspecto temporal; con frecuencia quiere mostrarnos las cosas en sí, no su sucesión en el tiempo. Es como 2 picos de montaña que, vistos desde lejos, parecen estar muy cerca el uno del otro, pero que, una vez que nos hemos acercado, en realidad están separados el uno del otro por grandes valles.

Así, en Juan 5:28-29, el Señor nos habla de 2 resurrecciones, de carácter totalmente diferente y separadas por al menos 1.000 años en el tiempo: la resurrección de vida y la resurrección de juicio. Según las Escrituras, no existe una única resurrección de todos los muertos a la vez. Es una invención del que es «padre de mentira» (Juan 8:44), que siempre trata de borrar la diferencia entre justos e injustos.

Otro ejemplo de esta forma compacta de presentar las cosas se encuentra en 1 Pedro 1. Los profetas del Antiguo Testamento profetizaron 2 cosas que, vistas de lejos, parecían muy próximas, pero que en realidad están separadas de 2.000 años: los sufrimientos de Cristo y las glorias que seguirían (1 Pe. 1:11). Ahora vivimos en el valle entre estas 2 “cimas”.

3.6 - Repletos del Espíritu Santo – Llenos del Espíritu – Hechos 2:4

«Todos fueron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en diversas lenguas, según el Espíritu les daba que hablaran» (2:4).

En este versículo encontramos una expresión que volveremos a encontrar una y otra vez a lo largo del libro de los Hechos: la expresión «llenos del Espíritu Santo». Se trata de una condición que debe distinguirse del bautismo del Espíritu Santo o de la recepción fundamental del Espíritu Santo. Esto queda claro por el hecho de que en Hechos 4:31 se utiliza precisamente la misma frase para aquellos que ya habían recibido el Espíritu Santo mucho antes, a saber, los propios apóstoles y “los suyos”.

«Habiendo así suplicado, fue sacudido el lugar donde estaban reunidos, y todos fueron llenos del Espíritu Santo; y hablaron la palabra de Dios con denuedo» (4:31).

Si comparamos los 2 versículos, vemos que después de haber estado llenos del Espíritu Santo, cada vez sigue una actividad o servicio espiritual significativo. En el primer caso, empezaron a hablar en otras lenguas, a medida que el Espíritu les daba que hablasen. En el segundo caso, proclamaron con valentía la Palabra de Dios a pesar de las amenazas de sus enemigos. No es difícil reconocer que estar llenos del Espíritu Santo no significa una nueva recepción del Espíritu Santo, sino que el Espíritu se apodera de manera práctica del creyente en el que habita, hasta el punto de que puede controlar completamente sus sentidos, sus pensamientos, sus capacidades, todas sus acciones y gestos, de modo que lo que el creyente hace en el servicio del Señor corresponde precisamente a lo que el Espíritu Santo quería.

Así fue el día de Pentecostés y después. Los vasos para el servicio fueron llenados con el Espíritu Santo en momentos particulares y obviamente para servicios particulares, y permanecieron en esa condición para la realización de ese servicio particular bajo el completo control del Espíritu Santo. Cuando Pedro fue interrogado ante el Sanedrín «acerca de la buena obra hecha a un hombre enfermo», y fue puesto en medio de ellos, leemos (4:8): «Entonces Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo…». Cuando el mago Elimas se resistió a los 2 siervos de Dios, Bernabé y Saulo, y trató de apartar de la fe al procónsul Sergio, leemos esto de Saulo: «Entonces Saulo, llamado también Pablo, lleno del Espíritu Santo, clavando en él sus ojos, dijo: …» (13:9).

Estos ejemplos muestran también que lo contrario de lleno no es vacío. En ocasiones particulares, Dios concedió un poder concreto, que por lo general ni siquiera se pidió. El hecho de estar lleno del Espíritu Santo no depende de que el Espíritu Santo habite en el creyente (las 2 cosas son muy distintas): esto es lo que se desprende de pasajes (véanse Éx. 28:3; Deut. 34:9; Lucas 1:15, 41, 67), donde en todos los casos se trata de personas que aún no habían recibido el Espíritu Santo (y con razón, pues en aquella época él todavía no moraba en la tierra), pero que fueron llenas del Espíritu Santo para el cumplimiento de una misión concreta.

Estoy seguro de que también nosotros hoy podemos hacer la experiencia de este hecho de estar llenos del Espíritu Santo, o incluso que ya la hemos experimentado; –que podemos orar por ello cuando nos enfrentamos a una situación particular, o a un servicio difícil, etc. ¿No dice Efesios 5:18: «Sed [constantemente] llenos del Espíritu»? En este pasaje hay, sin embargo, una diferencia visible con respecto a los ejemplos anteriores, y he intentado dejarla clara poniendo la palabra constantemente entre corchetes. Mientras que, en los pasajes citados anteriormente, la forma verbal utilizada para lleno marca algo momentáneo, puntual, en Efesios 5:18 el Espíritu Santo utiliza una forma verbal que indica un estado que perdura. De ahí «sed [constantemente] llenos». No deberíamos contentarnos con estar llenos del Espíritu Santo en determinadas ocasiones, para realizar tal o cual tarea bajo su control y con su poder, sino que debemos procurar estar llenos de él y ser guiados por él todo el tiempo, en toda nuestra vida y en todas las cosas.

Por eso debemos apartar de nuestras vidas las cosas que lo contristan (Efe. 4:30), y estas no son solo cosas malas, sino también a menudo cosas que consideramos inofensivas. Si le damos preferencia sobre Cristo, son cualquier cosa menos inofensiva. Pero el Espíritu quiere ocuparnos con Cristo, y él está disminuido en su acción si otras cosas se le oponen en nuestros corazones. Así que, si queremos estar llenos del Espíritu Santo, habrá muchas cosas “inofensivas” que tendremos que eliminar de nuestras vidas.

Esto nos lleva a otra expresión que aparece aquí y allá en los Hechos: llenos del Espíritu Santo. Corresponde a un estado habitual del alma, y está utilizado de personas que están constantemente controladas por el Espíritu. Se encontró a la perfección en el caso de nuestro Señor (Lucas 4:1) y también en cierta medida en Esteban y Bernabé (Hec. 6:3, 5; 7:55; 11:24). ¡Qué hermosa expresión: «lleno del Espíritu Santo y de fe» (11:24; 6:5)! ¿Podría decir lo mismo el Espíritu Santo de nosotros?

3.7 - Otras lenguas

El día de Pentecostés, el Espíritu Santo llenó a los discípulos y les permitió hablar en otras lenguas, lenguas que nunca habían aprendido. Podemos suponer que los 120 recibieron este poder. Dios se disponía, en su gracia, a franquear las barreras que en otro tiempo había establecido para frenar el orgullo de los hombres mediante la confusión de lenguas (Gén. 11:1-9). No eliminó las barreras de las lenguas –que siguen existiendo– pero las superó. Permitió que sus siervos hablaran los diferentes dialectos de los pueblos: era una señal de que su buen mensaje debía llegar a todos los pueblos y lenguas de la tierra. Así que, en cierto sentido, había una tercera señal de la venida y presencia del Espíritu Santo, a saber, la manifestación audible de lenguas divididas como de fuego, que había venido sobre cada uno de ellos.

4 - Resumen

Resumamos lo que hemos visto en los primeros 4 versículos del capítulo 2 de Hechos. Nos han sido mostradas 3 cosas en estos versículos en relación con el descenso del Espíritu Santo:

1. El momento: fue el día de Pentecostés;

2. El arte y la manera, más precisamente las señales que lo acompañaron: el sonido de un soplo violento, y lenguas como de fuego;

3. Un resultado de su venida: el hablar en lenguas.

Lucas es el único escritor del Nuevo Testamento al que Dios encargó que nos contara lo que sucedió la noche en que nació el Señor Jesús. También es el único que nos cuenta lo que sucedió la mañana en que el Espíritu Santo fue derramado. Lo que nos comunica es de sumo interés y valor. ¡Alabado sea Dios por los relatos que nos ha dado a través del «médico amado» (Col. 4:14)!