El bautismo del Espíritu Santo


person Autor: William Wooldridge FEREDAY 15

flag Temas: El bautismo del Espíritu Santo El Espíritu Santo


La expresión del título, se oye con frecuencia hoy en día, y se utiliza a menudo con poca comprensión divina, ¡Ay! Algunos dirán que la han experimentado recientemente, como una especie de segunda bendición; otros, individual y colectivamente, claman constantemente a Dios para obtenerla, tanto para ellos como para la Iglesia en general. Pero, ¿qué dicen las Escrituras? El bautismo del Espíritu es mencionado por primera vez por Juan el Bautista: «Yo, en verdad, os bautizo en agua para arrepentimiento; pero el que viene después de mí, más poderoso es que yo, cuyas sandalias no soy digno de llevar, él os bautizará en Espíritu Santo y fuego. Tiene su aventador en la mano, limpiará su era y recogerá su trigo en el granero; pero quemará la paja en fuego inextinguible» (Mat. 3:11-12).

La obra de Juan era muy importante. Era el mensajero de Jehová, enviado ante él para preparar sus caminos (pues el que venía al mundo era nada menos que Jehová). Denunció severamente el estado moral de Israel y llamaba al arrepentimiento y a la sumisión. Israel no estaba en condiciones de recibir al que venía. Aunque sus esperanzas nacionales se centraban en Él, no estaban preparados para Él; y a pesar del testimonio de Juan el Bautista, no lo reconocieron, sino que lo rehusaron y rechazaron, para su propia destrucción. Por lo tanto, Dios está haciendo una obra de carácter diferente en el mundo. El reino está en suspenso, a la espera de que Israel se arrepienta y reconozca al Mesías, y Dios reúne a los que van a ser coherederos celestiales de Jesús, bautizándolos en un solo Cuerpo por un solo Espíritu, como dice el apóstol.

En el Evangelio según Juan, el Bautista habla de la doble obra del Señor Jesús: Él es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, y el que bautiza con el Espíritu Santo. En cuanto a la primera, dice: «He aquí el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo» (Juan 1:29). No es que lo estaba quitando cuando hablaba Juan; la palabra indica un carácter –Él es el que quita. La obra por la cual el pecado será totalmente quitado fue cumplida en el Calvario; pero el pecado todavía permanece en el mundo. Por lo tanto, el versículo, en su aplicación completa, mira a los nuevos cielos y la nueva tierra donde habitará la justicia. Pero la segunda obra del Señor Jesús es presentada especialmente ante nosotros al mismo tiempo. «Juan dio testimonio, diciendo: Yo vi al Espíritu que descendió como una paloma desde el cielo y permaneció sobre él. Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar con agua, ese me dijo: Aquel sobre quien veas al Espíritu descender y permanecer sobre él, ese es el que bautiza con el Espíritu Santo» (Juan 1:32-33). El propio Señor Jesús fue sellado con el Espíritu como hombre en la tierra; resucitado y en la gloria, Él es quien bautiza con el Espíritu Santo.

Que esto no haya sido hecho hasta que fue glorificado queda claro en Hechos 1:5 y 11:16. Estando resucitado, recuerda las palabras de Juan y dice: «Vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo, dentro de pocos días» (Hec. 1:5). Juan añadía: «y fuego», pero el Señor lo omite, pues su cumplimiento no había aún tenido lugar. El fuego es un emblema del juicio divino, como explicó el propio Juan, y Cristo es el administrador divinamente designado. Israel es «su era» y, a su regreso, la limpiará, tratando con la masa apóstata de la nación –la paja quemada con fuego inextinguible, y bendiciendo el remanente– el trigo recogido en el granero. Es un grave error creer que el bautismo de fuego está teniendo lugar de alguna manera ahora. Es un juicio puro y simple, mientras que nosotros estamos en el día de la gracia. Se ha observado a menudo que, cuando el Señor estaba leyendo Isaías 61 en la sinagoga, se detuvo en medio del versículo 2: «el año de gracia del Señor», dejando «y el día de venganza del Dios nuestro» para un día aún por venir (Lucas 4:18-19). Algunos pueden haber encontrado dificultad en el hecho de que el descenso del Espíritu fue acompañado por lenguas de fuego. Hay un gran contraste entre la forma de paloma, en el caso del Señor Jesús, y las lenguas de fuego, en el caso de los discípulos.

La forma estaba adaptada al carácter de los destinatarios y del testimonio que debían dar. El testimonio del Señor estaba marcado por la gracia. No vino a condenar al mundo, no gritó en las calles, no quebró la caña cascada, ni apagó el pábilo que humea. La paloma era el emblema apropiado de esta gracia paciente y modesta. La obra de los discípulos tenía un carácter muy solemne, aunque bendito. Convencían a los hombres del pecado, la Palabra de Dios por medio de ellos, juzgando todas las cosas ante ella, mientras impartían la bendición eterna a cada alma que creía en el Evangelio. Debían ser testigos –de ahí lo de «lenguas»; el testimonio debía extenderse a las naciones –de ahí lo de «repartidas»; eran de «como de fuego» por la razón expuesta anteriormente. Pero no era en absoluto un bautismo de fuego, como muestra un examen cuidadoso de estos pasajes.

El bautismo del Espíritu se realizó el día de Pentecostés. Según la promesa del Señor Jesús, vino del Padre para habitar en los santos y estar con ellos para siempre. Vino a formar una cosa nueva en la tierra: la Iglesia, el Cuerpo de Cristo. Tal cosa no existía hasta que el Señor tomó su lugar en el cielo y el Espíritu descendiera. Un pueblo terrenal era llamado y bendecido temporalmente, pero la unión con Cristo en la gloria era completamente desconocida. Por el descenso del Espíritu, los discípulos que esperaban se convirtieron en lo que no eran antes. Antes, eran creyentes con expectativas judías; después de su descenso, eran miembros del Cuerpo de Cristo, unidos a Él, la Cabeza glorificada, por el bautismo del Espíritu Santo. No digo que lo hayan entendido todo al principio; de hecho, está claro que no lo entendieron. La verdad del único Cuerpo –el misterio– no fue revelado hasta que Pablo fue suscitado; pero el Cuerpo existía desde el día de Pentecostés.

A Pablo le pertenecía escribir: «Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo, seamos judíos o griegos, seamos esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu» (1 Cor. 12:12-13). ¡Qué lugar para el cristiano! Aceptado en su aceptación, amado con el amor con el que el Padre lo ama, bendecido con sus bendiciones. Los santos fueron bautizados con el Espíritu Santo desde el principio y así se convirtieron en la Iglesia, el Cuerpo de Cristo; y esto nunca se repite. Cada nuevo creyente es llevado a la bendición por la recepción del Espíritu que fluye de la fe en el Evangelio. El bautismo en agua introduce en la profesión externa (verdadera o falsa); el bautismo en el Espíritu trae al creyente a la unidad del Cuerpo de Cristo con todos sus privilegios y bendiciones. Es deplorable que todo esto se haya olvidado y descuidado. La Iglesia ha olvidado su verdadera relación con Cristo y se ha abandonado al mundo. En su misericordia, en estos últimos días, el Señor ha llamado la atención sobre preciosas verdades largamente enterradas e ignoradas; pero, ¿cuántas personas, incluso ahora, ignoran todo esto?, y piden al Señor lo que ya ha dado: ¡el Espíritu, desde el cielo!

Creemos plenamente que la Iglesia necesita valerse una vez más de la presencia y del poder del Espíritu; pero que necesite un nuevo bautismo del Espíritu, como muchos dicen, es un oscuro error en cuanto a una de las verdades más vitales de la presente dispensación.

De la revista «The Bible Treasury» Vol. N° 1, página 213


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