Inédito Nuevo

La sangre preciosa


person Autor: William Wooldridge FEREDAY 29

flag Tema: La cena del Señor


Las palabras del Señor a sus discípulos acerca de la copa, relatadas por el Espíritu en el primer Evangelio, tienen un significado muy amplio. En la noche solemne en que fue entregado, después de dar el pan a los discípulos, «tomando la copa, dio gracias, y se la dio, diciendo: Bebed de ella todos; porque esto es mi sangre, la del pacto, la cual es derramada por muchos, para remisión de pecados» (Mat. 26:27-28). El contraste es enorme entre la nueva alianza, cuya base es la sangre preciosa, y la alianza que Jehová hizo con Israel cuando los sacó de Egipto. En el Sinaí, Dios propuso a su pueblo la Ley –sus exigencias hacia el hombre en la carne– precisando que tendrían la bendición si obedecían, y la condenación y la muerte si fallaban y pecaban. Y esta alianza no fue consagrada sin derramamiento de sangre. Porque cuando Moisés hubo dado al pueblo todos los mandamientos de la Ley, «tomó la sangre de los terneros y de los machos cabríos, con agua y lana escarlata e hisopo, y roció al libro mismo, así como a todo el pueblo, diciendo: Esta es la sangre del pacto que Dios os ordenó» (Hebr. 9:19-20; Éx. 24). La sangre así rociada era el signo de la muerte, consecuencia de la desobediencia y el pecado. Sabemos cómo terminó esto para ese pueblo: en desastre y ruina. Dios apenas había escrito la Ley cuando el primer mandamiento fue quebrantado en el campamento, con la edificación del becerro de oro. Todo estaba perdido; y si Dios se hubiera atenido a los estrictos términos de su compromiso, habría destruido a Israel en un instante.

Pero hubo la intercesión de Moisés, que subió al monte y abogó por ellos ante Jehová, pidiendo que él mismo fuera borrado del libro que había escrito (vean Éx. 32:32). Jehová escuchó a su siervo y declaró que era «misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad» (Éx. 34:6); sobre esta base, Israel fue perdonado por el gobierno e introducido en el país.

¿Y qué hacían cuando Cristo estaba en la tierra? Se gloriaban en la Ley, ensanchaban sus filacterias, observaban escrupulosamente el ritual; y, sin embargo, estaban a punto de llenar su copa de iniquidad hasta el borde, traicionando y matando a su Mesías. Así pues, todo había terminado en lo que respecta al primer pacto: el hombre se había mostrado desesperadamente malo y corrupto, transgresor desde el momento en que se promulgó la Ley, y ahora enemigo. ¿Cómo buscar aún la bondad en el primer hombre? Era imposible encontrarla, aunque Dios había soportado durante mucho tiempo y con paciencia. ¡Cuán precioso era oír al Señor hablar de la nueva alianza y de su propia sangre como fundamento de esta! Jeremías había hablado en otro tiempo de una nueva alianza que se establecería con la casa de Israel y la casa de Judá en los últimos días, diferente de la alianza que Dios hizo con sus padres cuando los sacó de la tierra de Egipto. Jehová pondría su Ley en ellos, la escribiría en sus corazones y no se acordaría más de sus pecados (Jer. 31).

Es la gracia, la gracia soberana; el fundamento justo es la sangre preciosa. ¡Cuán maravillosamente ha obrado Dios! La sangre preciosa, derramada por el culpable Israel, que deseaba que cayera sobre él y sobre sus hijos, es el fundamento justo de toda bendición que este pueblo transgresor de la Ley tendrá en un día futuro. Nosotros, que formamos la Iglesia, lo anticipamos, disfrutamos de las bendiciones, aunque no tenemos relación directa con los pactos, que pertenecen a Israel, como dice el apóstol en Romanos 9:4. Ahora disfrutamos de todo lo que ellos disfrutarán pronto y, por supuesto, de mucho más. ¿Acaso la sangre de Cristo no fue «derramada por muchos»? Fijémonos bien en cómo se expresan las cosas en el Evangelio según Mateo. En el relato de Lucas, tenemos la expresión «por vosotros es derramada»: un lenguaje personal muy valioso para todos los que estaban sentados a la mesa en aquella noche solemne; pero en el primer Evangelio, la expresión es intencionadamente más general, «derramada por muchos». Ahora bien, Mateo, como es bien sabido, presenta al Señor como el Mesías de Israel; pero al ser rechazado por este pueblo, se abre la puerta a la bendición de aquellos que están fuera del círculo judío. Encontramos un lenguaje similar: «Así también Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos» (Hebr. 9:28). ¿No formamos parte de esos «muchos»? La incredulidad de Israel no ha detenido el flujo de la gracia divina, sino que ha sido la ocasión, en la sabiduría de Dios, para desviarla (solo por un tiempo) y hacerla pasar por encima de toda barrera, a fin de que pudiera alcanzar a personas ajenas como nosotros.

Por eso, la «remisión de pecados» es nuestra parte feliz: la redención por medio de esta sangre que habla mejor que la de Abel. En cuanto al disfrute del alma, hay una gran diferencia entre «haber pasado por alto» y «remisión». El primero es la palabra utilizada por el Espíritu en Romanos 3:25, y se refiere a los pecados del pasado, es decir, los cometidos antes de que se cumpliera el sacrificio de Cristo.

Estos fueron perdonados, no sobre la base de la sangre de toros y machos cabríos –aunque sus sacrificios fueron la ocasión para pronunciar el perdón– sino sobre la base del sacrificio incomparable de Cristo, que siempre estaba ante Dios. Ahora quedaba demostrado que Dios era justo en todos sus caminos hacia sus santos de antaño. Pero el «haber pasado por alto» no proporcionaba la paz duradera de la que disfruta el cristiano; la bendición de una conciencia purificada era desconocida. Pero ahora todo es nuestro, en virtud de la sangre de Cristo que fue derramada, nuestros pecados son perdonados, tenemos una conciencia purificada y caminamos en el gozo de una paz sin nublar.


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