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La paz: La falsa y la verdadera
Autor:
El nuevo nacimiento: la fe, el arrepentimiento, la paz con Dios
Tema:«Curan la herida de mi pueblo con liviandad, diciendo: Paz, paz; y no hay paz» (Jer. 6:14).
«Vino y anunció la paz a vosotros los de lejos, y paz a los de cerca» (Efe. 2:17).
1 - Hay 2 predicadores que anuncian la paz
Dos predicadores de la paz buscan la atención de todos los hombres. Ambos deben ser tomados en serio y, en cada caso, el mandato tiene la intención de producir resultados eternos. Estos predicadores son el diablo y Cristo. Ninguno de los 2 está, por supuesto, en persona en la tierra y ninguno habla con voz audible. Ambos hablan a los hombres por medio de instrumentos humanos. Hay, pues, 2 clases de predicadores entre nosotros, ambos animados por un poder sobrenatural, y ambos predicando la paz a los hombres. Uno está animado por la Gehena, el otro por el cielo. Uno proclama una paz falsa, una paz que descansa sobre fundamentos falsos y carcomidos por los gusanos, de la que tarde o temprano tendremos que salir a través de un terrible despertar. El otro proclama una paz verdadera, una paz fundada sobre la base inmutable de la sangre expiatoria del Salvador.
2 - La parábola de Lucas 11:21-22
Permítanme recordarles una parábola extraordinaria que salió de los labios del Señor Jesucristo. La encontrarán en Lucas: «Cuando el fuerte bien armado guarda su casa, todos sus bienes están seguros; pero cuando viene otro más poderoso que él y lo vence, le quitará su armadura en la que confiaba y repartirá su botín» (11:21-22). El hombre fuerte es Satanás; el más fuerte que él es Cristo mismo. El palacio del hombre fuerte es este mundo, y sus posesiones son los hombres y mujeres que viven en él. La política de Satanás es mantenerlos en paz, dormirlos, para que los pensamientos serios y trascendentales nunca perturben sus mentes. Como dice 1 Juan 5:19: «El mundo entero yace en el Maligno».
3 - ¿Cómo actúa el diablo sobre las personas?
El diablo tiene argumentos para todas las clases y edades, y todos están diseñados para mantener a las almas en un estado de descuido y muerte. Supongamos que un joven despierta a las grandes realidades de Dios y de la eternidad. Satanás predica inmediatamente la paz, diciendo: “Todavía hay tiempo. Tienen la vida por delante. No estropeen su diversión con pensamientos serios”. Supongamos que un hombre de mediana edad se está ocupando de su salvación, el destructor entra de nuevo sugiriendo que este es el momento de hacer dinero, para que el hombre que se estaba haciendo preguntas graves y solemnes caiga en el ajetreo del mundo de los negocios. “Todavía hay tiempo” es de nuevo lo que se sugiere. O supongamos que una persona religiosa se pregunta si todo le irá bien por la eternidad, Satanás protesta inmediatamente que una persona tan moralmente excelente y tan devotamente religiosa no tiene nada que temer, que todo le irá bien. Sin embargo, el sabio dijo: «Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte» (Prov. 14:12). El hombre o la mujer que confía en la religión o la moral para ser salvo está construyendo sobre arena. Ay de ellos si escuchan la voz que susurra y adormece: «Paz, paz», cuando en realidad no hay paz.
Ezequías dice en Isaías 38:17: «He aquí, amargura grande me sobrevino en la paz». Es una misericordia de Dios cuando una falsa paz está destruida. La “gran amargura” resultante no es agradable, pero es, sin embargo, el camino hacia Dios. Vean a Saulo de Tarso en Hechos 9:9, durante 3 días enteros sin comer ni beber. Cuando un hombre pasa tanto tiempo sin comer, su espíritu debe estar profundamente turbado. El hecho es que Saulo había hecho el aterrador descubrimiento de que, a pesar de toda la irreprochabilidad de su vida y su celo religioso, en el fondo era enemigo de Dios y de su Hijo. El mejor hombre de su tiempo se veía a sí mismo como «el primero» de los pecadores (1 Tim. 1:15). ¡Oh, qué amargura! ¿Hemos llegado al fondo de la cuestión?
4 - Solo Jesucristo trae la verdadera paz
Así que nuestro primer texto habla de una paz falsa; nuestro segundo habla de una paz verdadera, proclamada por el Cristo de Dios. «Vino y anunció la paz –dice el apóstol– a vosotros los de lejos, y paz a los de cerca».
Está claro que se trata de Cristo resucitado. Pero ¿qué ocurrió antes de la resurrección? La muerte. La muerte de Cristo. Cristo descendió a la muerte en favor de los pecadores. En el Calvario, la tormenta del juicio divino cayó sobre su sagrada cabeza. Todas las olas y raudales de la ira de Dios se rompieron sobre él. Pero la tempestad se disipó, volvió el sol, y Cristo muerto resucitó de entre los muertos y ahora está glorificado en el cielo. El Dios de paz ha resucitado al gran Pastor de las ovejas mediante la sangre de la alianza eterna. Ahora puede predicar la paz a los hombres de todo el mundo. La paz que proclama no es un mero sopor para la conciencia, sino el conocimiento bendito de que todos los asuntos han sido justamente resueltos por su sangre expiatoria, y que, por lo tanto, toda nube de tormenta se ha disipado para siempre.
«Él es nuestra paz», dice el apóstol (Efe. 2:14). El mismo hecho de que ahora sea aceptado en el cielo es una prueba pública de que el horizonte hacia Dios se ha despejado de una vez por todas para los que creen en su Nombre.
De ahí lo absurdo de pedir a un hombre que haga la paz con Dios. Es imposible. Ningún hombre puede liberarse de un solo pecado. Pero, en verdad, no hay paz que hacer. Cristo hizo «la paz por medio de la sangre de su cruz» (Col. 1:20), y esto lo proclama ahora a todos en el Evangelio por medio del Espíritu Santo enviado desde el cielo. Él «fue entregado a causa de nuestras ofensas, y fue resucitado para nuestra justificación… Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rom. 4:25; 5:1).
5 - ¿Quieren ustedes estar en paz con Dios?
Es bueno estar en paz con nuestros semejantes, sentir al caminar por la calle que no hay enemistad entre nosotros y una sola alma viva; pero es mucho mejor estar en paz con nuestro Dios. Esta feliz posición puede ser alcanzada hoy por todos los que se humillan en arrepentimiento hacia Dios y fe en Jesucristo y consienten en ser salvados solo por gracia.