La gracia de Cristo en la vida cotidiana
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La breve Epístola a Filemón nos ofrece un cuadro conmovedor de cómo la gracia de Cristo se manifiesta en las relaciones y circunstancias de la vida ordinaria. Pablo está escribiendo a uno de sus hermanos en la fe acerca de su esclavo Onésimo, que se había escapado de casa tal vez incluso robándole, pero que había sido llevado a Cristo a través de su contacto con el apóstol, entonces prisionero en Roma. Según la ley romana, el amo tenía plena autoridad para castigar severamente a un esclavo que huyera. El comportamiento de Onésimo se veía agravado por el hecho de que Filemón era probablemente un buen amo y no un tiránico hombre del mundo. Pablo suplica en favor del esclavo fugitivo, para que en el corazón de Filemón triunfen la gracia y el amor divinos y apaguen todo resentimiento.
Las Epístolas de Pablo suelen tratar de las grandes doctrinas del cristianismo. El apóstol fue el instrumento privilegiado para la revelación de los maravillosos consejos de Dios sobre Cristo y la Asamblea, que se habían mantenido en secreto desde la fundación del mundo. Aquí el cristianismo no solo se eleva muy alto, sino que se inclina muy bajo para ocuparse de los aspectos prácticos de la vida cotidiana. Es también en ellos donde la gracia de Cristo puede ser manifestada por los creyentes. Así, por obra del Espíritu Santo, estamos guardados de ser meros teóricos.
Pablo no se presenta como apóstol, sino como «prisionero de Cristo Jesús» (Flm. 1, 9). Podemos ver aquí la sabiduría y el tacto con que el Espíritu de Dios le lleva a actuar. Cuando habla a Timoteo y a Tito, Pablo tiene cuidado de subrayar su apostolado. En estas Epístolas, encontramos directrices divinas sobre el orden en la Casa de Dios y el correcto caminar de los creyentes. Aquí, su autoridad estaba bien situada. Por otra parte, Pablo quería que el caso de Onésimo se resolviera enteramente sobre la base de la gracia divina que, estaba seguro, llenaba el corazón de Filemón. Y para presentarle esta petición, unió sus fuerzas a las de Timoteo, para que tuviera mayor fuerza.
Filemón era activo entre los santos, pero no sabemos hasta qué punto. Pablo se limita a mencionarlo. La Epístola se dirige también a su esposa: «la hermana Apia» (V. 2). Se trata de una referencia prudente. Un problema así afectaba a la dueña de la casa tanto como al amo, y de hecho los sentimientos de la esposa por lo ocurrido podían ser más fuertes que los de su marido. Pablo quería que ambos actuasen juntos en este asunto, «como coherederos de la gracia de la vida» (1 Pe. 3:7). Entre los destinatarios de la carta se menciona también a Arquipo. Este hermano tenía un servicio en la asamblea de Colosas (Col. 4:17). Tal vez pudiera ayudar en esta circunstancia. Una palabra de gracia suya podría fortalecer los buenos sentimientos en el corazón de esta pareja. A continuación, se nombra la asamblea. El versículo 2 nos dice que los creyentes se reunían en esta casa, y Pablo quería que todos abrieran sus corazones al que estaba despidiendo y lo acogieran con amor. Todos conocían sus faltas, y todos debían poder alegrarse de la obra de la gracia de Dios en él.
Vemos en esta Epístola el poder unificador de la gracia divina. Pablo, el antiguo fariseo, Timoteo, el judío de padre griego, Filemón, Arquipo, pueblo de gentiles, y Onésimo, el pobre esclavo, se unen. Todos estaban unidos a Cristo en el mismo haz viviente; todos eran igualmente miembros de su Cuerpo por el Espíritu Santo. Por eso Pablo llama «hermano» a Filemón (v. 7) e incluso «hermano amado» a Onésimo (v. 16), que es como debía ser recibido por Filemón. ¡Qué vínculo tan precioso!
Tras su saludo habitual: «Gracia y paz a vosotros», el corazón del apóstol estalla de gratitud a Dios. Ve todo lo bueno que hay en su hermano Filemón. Da gracias a Dios por su amor y su fe en el Señor Jesús y en todos los santos. Los corazones de los santos fueron refrescados por él. Podemos ver la manera de hacer las cosas de Pablo en todas partes. En los casos en que había mucho que reprochar, si se podía ver algo de Cristo, se complacía en reconocerlo y dar gracias por ello. Esta es una lección importante para nosotros hoy. Hay muchas cosas que nos entristecen y desencadenan nuestras protestas, y nos inclinamos a no ver lo que hay de positivo a pesar de todo. El amor de Filemón «para con todos los santos» estaba a punto de pasar por una difícil prueba. Onésimo era ahora un santo; ¿lo amaría? No es fácil amar a quienes nos han hecho daño de verdad, pero Cristo no nos pide menos. Este reconocimiento de la obra de la gracia en Filemón es la base de esta Epístola. Pablo apela con delicadeza al corazón de su compañero de fatigas.
El apóstol esperaba reciprocidad. Habiendo reconocido a Cristo en Filemón, esperaba que Filemón hiciera lo mismo con él y reconociera el derecho que la gracia había establecido sobre él. Esto es lo que encontramos en los versículos 6 y 7. El apóstol encarcelado sintió gozo y consuelo al pensar en el amor de aquel colosense.
Habiendo preparado el camino, habiendo tocado las cuerdas a las que respondería el corazón de Filemón, el apóstol continúa defendiendo la causa de Onésimo. No quiere hacer uso de su autoridad: «Aunque tengo mucha franqueza en Cristo para mandarte lo que es conveniente, más bien te ruego por amor» (v. 8-9).
Pablo no se apoya en la posición de autoridad que el Señor le ha dado en la Asamblea; quizá espera que esto actúe sobre Filemón para que no se quede adherido a su posición de amo frente a un esclavo. Imaginemos que Pablo hubiera enviado a Onésimo con una misión apostólica. Seguramente Filemón habría obedecido y el fugitivo habría sido perdonado y reintegrado. Pero, ¿habría satisfecho esto a los corazones? ¿Qué habría sido de la manifestación de la gracia de Cristo, que se eleva por encima de todas las cosas, incluso del mayor mal, y no solo perdona, sino que acoge al transgresor en su corazón? Nada menos que esto podía satisfacer el deseo del corazón del apóstol, que buscaba ante todo ver a Cristo manifestado en todos sus miembros aquí. Por eso, en esta situación, no ordena, sino que suplica; menciona su autoridad, pero solo para dejarla de lado.
En cuanto a su situación personal, Pablo emplea 2 palabras muy conmovedoras: era «un anciano», «y ahora también prisionero de Cristo Jesús» (v. 9).
¿Quién podría resistirse a estos argumentos? ¿Quién iba a rechazar a alguien que había envejecido al servicio del Señor, alguien que le había servido paciente y fielmente en medio de todas las oposiciones y sufrimientos imaginables? No cabía duda de que un corazón algo sensible concedería a tal persona la gracia que pedía. Filemón, bien podemos imaginarlo, no era un hombre que rechazara esta súplica.
A continuación, Pablo esgrime otros 2 argumentos.
En primer lugar, Onésimo era su «hijo» en la fe, «mis propias entrañas» (v. 10, 12). Esto también era cierto de Tito y otros; pero Pablo podía decir de Onésimo que lo había «engendrado en prisiones». En el pasado no había sido útil a Filemón, pero ahora podía serlo para él, como lo era para Pablo. Al apóstol le habría gustado mucho mantenerlo con él, para que pudiera, en nombre de su amo, servirlo en los lazos del Evangelio. Pero Pablo no quería ignorar los derechos de Filemón.
Que nadie vea en esto una aprobación de la esclavitud. El Espíritu de Dios no habla en esta Epístola de lo que está bien o mal en este asunto. Todavía no ha llegado el momento de poner orden en el mundo. Cuando el Señor Jesús reine, el orden de Dios se establecerá en todo el universo. Hasta ese glorioso día, las cosas se dejan como están, y los creyentes reciben instrucciones divinas para comportarse con justicia en las circunstancias actuales.
Así que Pablo quería que Onésimo fuera recibido de una manera digna de Dios, no como un simple esclavo, sino como un hermano en el Señor, como alguien que ahora iba a ser una ayuda para Filemón, en contraste con su comportamiento en el pasado. Onésimo había mostrado, al parecer, una buena aptitud para servir al Señor. Siendo «hijo» de Pablo por gracia, debía ser recibido como lo sería el propio apóstol. Y si debía algo a su señor, Pablo estaba dispuesto a devolvérselo. ¡Qué despliegue de gracia y amor divinos! ¿De quién había aprendido Pablo esto, sino de Aquel que, en su inmensa gracia, había tomado la causa de los hombres perdidos y pagado su deuda? «Yo te lo pagaré» es, en cierto modo, la palabra que pronunció Jesús cuando fue a la cruz por nosotros.
En segundo lugar, Pablo recuerda amablemente a su hermano que le debe todo: «Yo te lo pagaré (por no decirte que tú también me eres deudor» (v. 19). Aquí alcanzamos el nivel más alto. El propio Filemón era un monumento de gracia. Pablo le había traído a Cristo. Habiendo “recibido gratuitamente”, ahora tenía que “dar gratuitamente” (comp. Mat. 10:8). Su deuda de 10.000 talentos había sido perdonada, por lo que podía perdonar de buen grado los 100 denarios que le debía. Las exhortaciones de Tito 3 tienen la misma base. Debemos mostrar «una perfecta mansedumbre para con todos los hombres» y actuar con ellos con espíritu de gracia, porque nosotros mismos fuimos en otro tiempo «insensatos, viviendo en malicia y envidia, odiosos y odiándonos unos a otros». Pero cuando «la bondad de Dios nuestro Salvador y su amor para con los hombres aparecieron» y «nos salvó» (v. 2-5).
Pablo quería que Filemón lo llenara de gozo, que «confortara su corazón en Cristo» (v. 20). Si tal manifestación de la gracia divina en un creyente podía alegrar al apóstol, ¡cuánto más alegraría al Señor!
Pablo termina la Epístola expresando su confianza en que su amado hermano hará aún más de lo que ha dicho. Para ello cuenta con la sobreabundancia de la gracia de Dios.
¡Que el Espíritu de Dios grabe estas cosas en nuestros corazones! Esto es cristianismo práctico. ¡Que la poderosa gracia de Dios actúe en nosotros y nos permita irradiar unos cuantos rayos del cielo en la tierra!
Traducido de «Le Messager Évangélique», año 2013, página 129