Índice general
La Epístola a Filemón
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1 - Las personas mencionadas en Colosenses 4
Después de leer esta breve epístola, convendría leer los últimos doce versículos de la Epístola a los Colosenses, observando especialmente los diversos nombres que menciona Pablo. No menos de ocho de los mencionados en Filemón se encuentran en Colosenses, y varios de ellos de una manera que arroja luz sobre su historia.
Filemón, un amigo muy amado y colaborador del apóstol, vivió evidentemente en Colosas. Apia parece haber sido su esposa, y Arquipo su hijo, que también era un hombre dotado con un servicio muy definido encomendado por el Señor. La casa de Filemón era un lugar de reunión para el pueblo de Dios, por lo que Pablo pudo escribir de «la iglesia que está en tu casa».
Onésimo, de quien se ocupa principalmente la epístola, había sido antes un siervo o esclavo de Filemón, como muestra el versículo 16. Había agraviado a su amo cristiano y luego había huido (v. 15, 18). Sin embargo, por la gran misericordia de Dios, el esclavo fugitivo había sido puesto en contacto con Pablo en Roma durante su encarcelamiento y, por su mediación, se convirtió (v. 10); se convirtió tan contundentemente que Pablo pudo hablar de él poco después como de un «fiel y amado hermano» (Col. 4:9).
2 - Circunstancias
En ese momento, Tíquico salía de Roma hacia Colosas, llevando la carta de Pablo a esa asamblea, y el apóstol aprovechó esta ocasión favorable para enviar a Onésimo, en su compañía, de vuelta a su propio pueblo, para que pudiera reunirse de nuevo con el amo, al que una vez había perjudicado tanto. No era un asunto fácil para Onésimo estar de nuevo en presencia de Filemón, aunque la gracia de Dios había obrado en su conversión desde el momento de su agravio, y Pablo escribió cuidadosamente una carta explicativa y de intercesión a Filemón, haciendo que Onésimo fuera el portador de la misma. Esa breve carta (la epístola que tenemos ante nosotros) Dios ha tenido a bien consagrarla, como una producción inspirada, en su Palabra. Ocupa su propio nicho en el esquema de la verdad, revelada a nosotros en la Escritura.
3 - Perdón, confesión, restitución
En primer lugar, nos muestra cómo el pecador convertido tiene sus pies vueltos a caminos de justicia práctica. Cuando Onésimo perjudicó a su amo Filemón, era un hombre inconverso. Ahora se ha convertido en un hermano amado, pero esto no le exime de las obligaciones contraídas por su anterior pecado. En lo que respecta a Dios, ese pecado fue perdonado entre todos sus otros pecados, pues queda «justificado todo aquel que cree» (Hec. 13:39); pero en lo que respecta a Filemón, era necesaria la confesión y algún tipo de restitución. La epístola muestra cómo se hizo la restitución en este caso. Aquí nos encontramos de inmediato con una importante lección. Si hemos hecho algún mal palpable a otro, no se puede dar una prueba más eficaz de nuestro arrepentimiento que la confesión y la restitución, en la medida en que esté a nuestro alcance. Siempre es un proceso difícil, pero es la justicia práctica, la más efectiva como testimonio y la que más glorifica a Dios.
4 - Conveniencias en las relaciones (v. 7)
Una vez más, la Epístola respalda y enfatiza la cortesía como una gracia que corresponde al cristianismo. Es muy evidente que el cristiano debe caracterizarse por una honestidad, un candor, una transparencia que es todo lo contrario de la hipocresía y la adulación que tanto caracteriza al mundo. Sin embargo, no debe permitir que la sinceridad degenere en una rudeza insensible. Debe considerar y reconocer los derechos de los demás y expresarse con refinamiento de sentimientos y cortesía. Obsérvese la forma alegre en que Pablo expresa en el versículo 7 su aprobación de la gracia y la amabilidad que caracterizaban a Filemón.
5 - El tema de Onésimo es planteado
Obsérvese también el tacto y la delicadeza con que introduce el tema de Onésimo, en los versículos 8 al 10; suplicando cuando podría haber usado la autoridad apostólica y haber ordenado; presentando a Onésimo como su hijo espiritual, que le fue dado durante el tiempo de su prueba en su cautiverio, una consideración bien calculada para conmover el corazón de Filemón.
6 - Los derechos de Filemón y el porvenir de Onésimo (v. 13-17)
El tacto y la cortesía divinos se ven también en los versículos 13 y siguientes. A Pablo le hubiera gustado retener a Onésimo como ayudante en su tiempo de prueba, pero hacerlo sin consultar a Filemón hubiera sido, según él, una libertad improcedente. Su antiguo amo tenía ciertos derechos que Pablo observaba escrupulosamente; reconociendo que para él tener la ventaja de la ayuda de Onésimo habría sido un “beneficio” conferida por Filemón. Este beneficio no se lo apropiaba primero dejando que Filemón se enterara después, cuando no podría hacer otra cosa que consentir “por obligación”. No; envía a Onésimo de vuelta, contentándose con tener el beneficio, si acaso, fruto de la acción de Filemón como algo «voluntario».
Tal vez, sin embargo, Onésimo volvía al lugar donde una vez había servido al pecado y al amo al que había agraviado para poder estar más plenamente y para siempre a su servicio; la VMA 2020 traduce el final del versículo 15, «para que pudieras recibirlo para siempre». Pero, en cualquier caso, ahora todo iba a tener una nueva base. Obsérvese de nuevo el tacto y la cortesía con la que el apóstol transmite este hecho a Filemón, señalándole que ahora va a tenerlo no como un simple sirviente, sino como un hermano amado. En estas nuevas circunstancias, Filemón obtendría de Onésimo un servicio de mucha más calidad, aunque fuera menor en cantidad o si lo cediera voluntariamente para volver a Roma a ayudar al apóstol, o para ir a otro lugar al servicio de Cristo.
7 - La restitución (v. 18-19)
Pero, aparentemente, Onésimo había perjudicado a Filemón en aquellos primeros días, cuando aún no se había convertido. Su antiguo amo había sufrido pérdidas por su servicio infiel o sus desfalcos. Sabiendo o sospechando esto, Pablo asume toda la responsabilidad de hacer una restitución adecuada. El daño ocasionado debe anotarse en la cuenta de Pablo y este escribe de su puño y letra una nota: «yo te lo pagaré». Pero, ¡qué golpe maestro son las palabras que siguen: «por no decirte que tú mismo me eres deudor»!
8 - Obligaciones de Filemón (v. 19)
Así que el propio Filemón se había convertido por medio de Pablo; y si abriera en su libro de contabilidad una cuenta encabezada con el nombre de Pablo y le debitara la pérdida pecuniaria sufrida por medio de Onésimo, tendría que acreditarle el valor de ese servicio abnegado, que le había traído a través de una oposición y un sufrimiento terribles: la vida y la salvación para los días eternos.
No tenemos más que meditar en silencio para sentir cuán irresistible debe haber sido el efecto de estas palabras. Si hasta este momento Filemón se había inclinado a ser demasiado justo y severo, qué derretimiento debe haber sobrevenido. ¡Cuál fue su pérdida después de todo! Qué insignificante debió parecer todo, aunque se elevara a miles, en presencia de la poderosa deuda de amor que tenía con el apóstol. El efecto sobre Filemón debe haber sido simplemente abrumador.
9 - Confianza en Filemón (v. 20-21)
El apóstol era consciente de que así sería, como revelan los versículos 20 y 21. De hecho, era tal su confianza en Filemón que esperaba que fuera incluso más allá de lo que le había prescrito en cuanto a su trato con Onésimo. ¡Un maravilloso tributo a Filemón! No es de extrañar que Pablo se dirigiera a él como «amado... nuestro».
10 - Lo que hay que retener
Sabiendo el temible daño que el buen nombre de Cristo sufre entre el pueblo de Dios en relación con episodios similares, sentimos que no podríamos destacar suficientemente esta importante epístola. Ella inculca:
- En cuanto al ofensor, el regreso con toda humildad al que ha sido ofendido, con la confesión y el reconocimiento de sus derechos en cuanto a la restitución.
- En cuanto al ofendido, la recepción del ofensor arrepentido en la gracia con el mayor reconocimiento posible de todo lo que Dios ha hecho en él; ya sea a través de la conversión como en el caso de Onésimo, o a través de la restauración como podría ser el caso de muchos de nosotros.
- En cuanto al mediador, la ausencia de cualquier cosa que se acerque a un espíritu dictatorial, junto con un ardiente amor tanto hacia el ofendido como hacia el ofensor, que se exprese en súplicas marcadas por la cortesía y el tacto.
No debemos dejar esta epístola sin notar la manera sorprendente en que toda la historia ilustra lo que significa e implica la mediación; ilustrando realmente la afirmación: «hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, el hombre Cristo Jesús» (1 Tim. 2:5). Dios es el ofendido por el pecado; el hombre, el ofensor; el hombre Cristo Jesús, el Mediador.
Podemos vernos representados en Onésimo y su triste historia. Nosotros también fuimos «inútiles». Hemos «perjudicado» a Dios y, en consecuencia, éramos sus deudores, debiendo lo que no podíamos pagar. También nosotros nos «apartamos» de él, pues le temíamos y deseábamos estar lo más lejos posible de su presencia. Nuestro alejamiento era fruto del pecado.
La mediación de Pablo entre Filemón y Onésimo ilustra, aunque solo débilmente, lo que Cristo ha hecho. ¿No podemos casi oír al bendito Salvador hablar así cuando en la cruz se cargó con nuestras iniquidades y asumió el juicio que merecíamos? ¿No le bendecimos para siempre porque, con respecto a todo lo que debíamos a causa de nuestros pecados, él dijo a Dios: “Ponlo a mi cuenta”?
Sin embargo, existe la diferencia de que, mientras que Pablo tuvo que escribir «yo te lo pagaré», nuestro Salvador resucitado no utiliza el tiempo futuro. Su palabra para nosotros en el evangelio como fruto de su muerte y resurrección es: “Lo he pagado”. Él ha sido entregado por nuestras ofensas y ha sido resucitado para nuestra justificación. De ahí que, justificados por la fe, tenemos paz con Dios. Por lo tanto, en este punto la ilustración queda muy corta frente a la realidad ilustrada.
Nuestra ilustración también falla en esto, que Dios no necesita tal persuasión para el pleno ejercicio de la gracia como fue necesario en el caso de Filemón. Él mismo es la fuente de la gracia. Sin embargo, sí que necesita una base justa sobre la cual desplegar su gracia, al igual que Pablo proporcionó a Filemón una razón justa para la gracia al asumir todas las deudas de Onésimo. La mediación implica la aceptación de tales compromisos si ha de ejercerse plena y eficazmente, pues solo entonces puede reinar la gracia mediante la justicia.
Alabado sea Dios por la eficaz mediación de nuestro Señor Jesús, cuyos resultados son eternos. En cuanto a esto, nuestra ilustración nos ayuda de nuevo.
En primer lugar, la palabra de Pablo en cuanto a Onésimo es: te lo he «enviado de vuelta» (v. 12). No debía ser ignorado y mucho menos rechazado, sino recibido. Cuán plena y realmente nos ha recibido Dios a los que hemos creído.
En segundo lugar, la palabra fue: «recibirlo para siempre». Anteriormente las relaciones entre Onésimo y su amo eran de un tipo que podía romperse, y de hecho se rompieron por la mala conducta de Onésimo. Ahora, habría nuevas relaciones de un orden que no podía romperse. Así sucede en los tratos de gracia de Dios con nosotros. Como fruto de la obra de Cristo, estamos ante Dios en relaciones indefectibles y eternas.
En el tercer lugar tenemos a Pablo haciendo una petición a Filemón que podría parecer completamente más allá de sus poderes para cumplirla. «Si, pues, me tienes por compañero», dice, «recíbele como a mí». Filemón bien podría haber respondido: “Con toda la buena voluntad del mundo, simplemente no puedo hacerlo. Recibirlo, lo haré. Recibirlo para siempre, lo haré. Pero sería una mera hipocresía pretender que puedo llegar al punto de recibirlo como, mi amado Pablo, te recibiría a ti”.
Lo que Filemón difícilmente podría haber hecho, como nos aventuramos a pensar, Dios lo ha hecho. Todo creyente, desde el mismo Pablo hasta nosotros, y hasta el más débil de nosotros y los más recientemente convertidos, no tenemos otra posición ante Dios que la de «colmados de favores en el Amado» (Efe. 1:6). Hemos sido recibidos en toda la aceptación y el favor de Cristo mismo, una cosa asombrosa más allá de las palabras, y totalmente increíble si no fuera así declarada en la Palabra de Dios.
En esto, la ilustración es totalmente acertada, así como en lo que respecta a los hechos subyacentes que rigen el conjunto. Como ya se ha señalado, el vínculo entre Pablo, el mediador, y Onésimo, el ofensor, era el amor. Entre Pablo y Filemón, la parte ofendida, era el de colaborador (compañero).
Cuando miramos por fe al hombre glorificado, Cristo Jesús, el único mediador, reconocemos con adoración que su vínculo con Dios es el de colaborador (compañero), porque él es Dios. Por lo tanto, es lo suficientemente grande como para «que ponga su mano sobre nosotros dos» (Job 9:33). Puede poner su mano sobre Dios mismo, siendo su «compañero» (Zac. 13:7). Sin embargo, ha puesto su mano sobre nosotros para nuestra bendición eterna. Nos ha traído a su propio lugar y relación, uniéndonos en el poder de su eterno amor.
No obstante, aquí también tenemos que notar cómo la ilustración se queda corta, porque Dios el Padre ama, igualmente junto con Cristo el Hijo. El amor del Padre y el amor de Cristo están dulcemente entrelazados. Cantamos con toda razón:
«Padre, tu amor soberano ha buscado
A los cautivos del pecado, de Ti alejados.
La obra que tu propio Hijo ha realizado
nos ha devuelto en paz y liberados».