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«Nos gloriamos en las tribulaciones»
Autor: Frank Binford HOLE 132
Tema: Las tribulaciones, la persecución, los sufrimientos por Cristo
Scripture Truth, 1922, p. 41 y siguientes
Nuestro título es una cita del apóstol Pablo escrita durante su presentación del Evangelio a los romanos (5:3). No lo dijo en un discurso apasionado, pues los mejores hombres también pueden exagerar. Él lo vivía de verdad, no consideraba la tribulación como un mal necesario que hubiera que evitar en la medida de lo posible. Más bien la consideraba como algo bueno y motivo de gozo, pues conocía los efectos saludables y deseables que produce en el interior, como dice en los versículos siguientes (5:3-5).
¿Consideramos la tribulación de esta manera?, o hemos caído en la trampa común de desear un cristianismo tranquilo y respetable, cultivando diligentemente el conocimiento de la Biblia y asistiendo a las reuniones del pueblo de Dios; manteniéndonos alejados del mundo, al tiempo que evitamos ofender susceptibilidades mundanas y carnales o involucrarnos en las luchas que rodean la obra del Señor.
Si esta idea engañosa nos lleva a tratar de evitar la tribulación, seremos grandes perdedores, y probablemente de 2 maneras.
En primer lugar, no escaparemos de ella. Si no se debe a nuestra fidelidad a Cristo, se deberá a nuestra infidelidad, a través de la disciplina. En segundo lugar, nos perderemos el mejor de sus frutos. Bien podemos aprovechar una disciplina de la mano del Padre, pero no tan ricamente como una tribulación debida a nuestra identificación con Cristo y sus intereses.
La tribulación es para el alma lo que el ejercicio físico es para el cuerpo. Desarrolla la resistencia espiritual. De hecho, comúnmente usamos la palabra ejercicio en este sentido espiritual. Nada es más importante para un cristiano que mantener un sano ejercicio espiritual. Cuando el camino parece cerrado, cuando las decisiones son complicadas y pesadas y la situación parece desesperada, los tiempos difíciles de tribulación y presión, si se viven en comunión con Dios, invariablemente resultan ser los más espiritualmente edificantes y estimulantes.
En la Segunda a los Corintios vemos cómo esta tribulación, de la que Pablo podía jactarse, obró en él; es muy instructivo. El relato se divide en 3 partes.
1 - En Asia (Menor): «Perder la esperanza de salir con vida»
En los versículos 8 al 11 del capítulo 1, Pablo alude a este episodio significativo de su historia. Lo menciona de forma muy secundaria, como hace con los otros episodios que veremos.
En Éfeso, la capital de Asia, el Evangelio estaba teniendo uno de sus mayores triunfos a través de la predicación de Pablo. Era allí donde «¡con tal poder crecía y prevalecía la palabra del Señor!» (Hec. 19:20); en consecuencia, era también allí donde el diablo, como un león rugiente, realizaba uno de sus ataques más feroces. Se sirvió, como suele hacer, de la codicia de los hombres. Demetrio, el orfebre, y sus amigos estaban listos para ser empleados. Provocaron una revuelta asesina en el teatro de Éfeso.
En 2 Corintios 1, Pablo comenta: «Fuimos abrumados más allá de nuestras fuerzas, hasta el punto de perder la esperanza de salir con vida» (v. 8). Parecía estar a punto de morir. ¡Qué experiencia! Sin embargo, la presión venía totalmente de fuera. A primera vista nos inclinaríamos a decir que esta era la prueba más severa a la que podía enfrentarse un siervo del Señor. Pero, pensándolo bien, debe ser la menor de las 3 que estamos considerando.
Hubo una gran presión externa sobre Pablo, pero fue sostenido y permaneció en paz. Dice: «Teníamos dentro de nosotros mismos la sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos». Se enfrentó a la prueba con la sentencia de muerte encima y con Dios como objeto de su fe. Así que no solo fue liberado, como indica el versículo, sino que fue enriquecido espiritualmente, confortado y consolado, de modo que pudo «consolar a los que están en cualquier aflicción, por medio de la consolación con que nosotros mismos somos consolados por Dios» (v. 4).
2 - En Troas: «No tuve sosiego en mi espíritu» (2 Cor. 2:12)
Terminada la revuelta en Éfeso, Pablo salió «camino hacia Macedonia» (Hec. 20:1), con intención de pasar por Corinto (vean 2 Cor. 1:16). Resulta que primero fue a Troas, donde se había abierto una puerta inesperada para el servicio del Evangelio. A pesar de esta puerta abierta de par en par, pasó allí poco tiempo porque, cambiando de planes, se dirigió de repente directamente a Macedonia. La razón de este cambio repentino se ha registrado para nuestra instrucción.
Poco antes, el apóstol había escrito una Primera Epístola a los Corintios y la había enviado por mano de Tito. La había escrito «con gran aflicción y angustia de corazón, os escribí con muchas lágrimas» (2 Cor. 2:4), por lo que, después de enviarla, esperaba ansiosamente noticias de su efecto en los corintios. Evidentemente, esperaba encontrarse con Tito en su camino de regreso de Troas; ¡pero no vino!
Esto sumió el corazón lleno de amor de Pablo en ejercicios diferentes, pero más profundos. En Éfeso, la tribulación exterior había sido terrible, pero breve. En Troas, todo era próspero y alentador por fuera, pero por dentro tenía grandes temores. «No tuve sosiego en mi espíritu», dice (2:13). Su gran amor y preocupación por la gloria de Cristo en las asambleas no hacían sino aumentar sus preocupaciones. Finalmente, incapaz de aguantar más, a pesar de la puerta abierta del Evangelio, se despidió de ellos y se fue «para Macedonia».
¿Hizo bien? ¿Perdió una gran oportunidad que nunca más se le presentó? Son preguntas a las que difícilmente podemos responder, pues poco sabemos del ardiente amor y celo que le caracterizaban, e igualmente ignoramos todos los elementos del caso. Lo que sí sabemos es que el propio Pablo podía mirar atrás y ver que Dios lo gobernaba todo y lo conducía triunfante en Cristo, y que se regocijaba (2:14-17).
Muchos de nosotros también hemos experimentado momentos de ansiedad en los que la mente no descansaba. Pero esto puede haber sido por asuntos personales y mundanos. ¿Cuántos han sido tocados, como Pablo, solo por la preocupación por los intereses de Cristo?
3 - En Macedonia: «De todas maneras estábamos afligidos» (2 Cor. 7:5)
El relato del apóstol se interrumpe en el capítulo 2:13, y se reanuda en el capítulo 7:5. Parece que su precipitada partida de Troas a Macedonia no hizo sino aumentar sus problemas y ejercicios, pues allí su «carne no tuvo reposo». Estaba afligido: «Por fuera luchas; por dentro temores».
No sabemos cuáles eran estas «luchas», pero dado que el capítulo 8 describe la feliz condición espiritual de los santos macedonios, podemos suponer que estaban sufriendo persecuciones por parte del mundo. Estas eran claramente persistentes y no daban tregua a Pablo. A diferencia de los problemas en Éfeso, que provenían de un ataque agudo pero breve, estos eran de carácter más crónico. Para colmo, en lugar de poder confiar en paz en el Dios que resucita a los muertos, tenía temores internos sobre el estado espiritual de los corintios y el efecto de su carta; además, quizá también temía haber fallado al Señor al abandonar precipitadamente Troas.
Estaba muy preocupado. No lo habría estado si no se hubiera preocupado por los intereses de Cristo. ¿Se arrepintió? ¿Deberíamos lamentarlo nosotros si tuviéramos tales ejercicios, aunque fuera en menor grado?
El Señor velaba por su fiel siervo, y finalmente se le concedió alivio. Llegó Tito, trayendo buenas noticias: la primera carta había sido reconocida como procedente de Dios. La situación estaba salvada. Consolado el apóstol, su corazón estalló en conmovedoras expresiones de gozo en los capítulos siguientes; lo que dice en el capítulo 2:14-17 es en vista de esto. Cristo había triunfado, y él se sentía como un cautivo –un cautivo dispuesto y gozoso– en la comitiva triunfal de Cristo.
¿Se están diciendo ustedes a sí mismos?: “Nunca he tenido una experiencia tan estimulante”. La razón es sencilla. Nunca han conocido la tribulación y el ejercicio que la precede. Siendo «partícipes de los padecimientos» como tendremos también «de la consolación» (2 Cor. 1:7).
¡Cuántas cosas se pierde un cristiano no ejercitado y mundano! Oh, que haya una mayor dedicación a Cristo.