Inédito Nuevo

Cómo afrontar la tribulación

Salmo 37


person Autor: Frank Binford HOLE 132

flag Tema: Las tribulaciones, la persecución, los sufrimientos por Cristo


De Scripture Truth Vol. 28, 1936, página 60

Si el Salmo 36 presenta a los impíos en contraste con el carácter de Dios, el Salmo 37 los presenta en contraste con los santos. El contraste es doble. En el presente, los impíos son mayoría y llevan las de ganar; en el siglo venidero, los impíos serán juzgados y eliminados, y los santos entrarán en la libertad de la gloria. En la época presente, los santos están a menudo oprimidos y siempre más o menos en tribulación; necesitan las exhortaciones de Dios para saber cómo atravesarla y conocer el espíritu con el que afrontarla.

Visto en su carácter profético, el Salmo da ciertamente instrucciones a los santos que sufrirán la furia de la gran tribulación, aunque no aparece un elemento importante de ella. Es el Nuevo Testamento, y en particular el libro del Apocalipsis, el que muestra que la gran tribulación no solo será un tiempo en el que la ira humana alcanzará su clímax, y el diablo será arrojado a la tierra, «con gran ira, sabiendo que tiene poco tiempo» (Apoc. 12:12), sino cuando, lo que es más grave, las copas de la ira de Dios serán derramadas sobre la tierra. La ira de Dios será derramada sobre las naciones de este mundo, y en particular sobre los judíos que han sido culpables del asesinato del Hijo amado.

Debe entenderse que este carácter terrible marca la gran tribulación de la profecía, pues resuelve inmediatamente la controversia sobre si la Iglesia debe pasar por ella. Tenemos la seguridad explícita de que «Dios no nos ha destinado a la ira, sino para obtener la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes. 5:9). Puesto que la gran tribulación está marcada por el derramamiento de la ira de Dios, no estamos destinados a ella, sino que obtendremos la salvación en la venida del Señor por sus santos (1 Tes. 4).

La tribulación es la situación común de los santos en esta época, pero nunca verán la gran tribulación. Por tanto, podemos leer el Salmo 37 con provecho, y encontrar en él aplicaciones muy oportunas para nosotros. La interpretación estricta se refiere al remanente piadoso de Israel y al siglo venidero, cuando serán liberados y «heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella» (v. 29). Pero podemos hacer una feliz aplicación de esto, con las necesarias adaptaciones debidas al cambio de dispensación. No esperamos poseer la tierra, sino ser transportados a nuestro hogar celestial por la venida del Señor. Ellos serán liberados y nosotros también, pero de un modo y forma diferentes.

Observemos ahora las instrucciones que nos da el Salmo; puesto que comienza con consejos sobre lo que no debemos hacer, tomemos primero las instrucciones negativas.

En primer lugar, no debemos “irritarnos” a causa de los malvados. Este «enojo» es muy común, y los cristianos no están exentos de él; de hecho, como tienen un mayor sentido del mal y una apreciación más aguda de la justicia, quizá sean más propensos a él que cualquier otra persona. Basta mirar el mundo que nos rodea para ver innumerables injusticias, y es natural que seamos sensibles a las que nos afectan incluso desde la distancia. Entonces hacemos comparaciones que nos perturban. A menudo parece que nos encontramos en situaciones difíciles, mientras que los malvados tienen una vida fácil. No hay nada más fácil que envidiarles y que sentirse irritado por ellos.

Es esta envidia la que está en la raíz de la irritación. Estamos bajo prueba, y el obrador de iniquidad parece tener una vida fácil. No podemos soportarlo. Somos como el niño que se enfurruña y se irrita porque otro tiene una manzana más grande que él –¡y el que tiene la manzana grande es un niño travieso! ¡Qué maldad, qué miseria y qué pecado no produce la envidia en el corazón de un santo!

Además, ¡esta envidia es inútil! El obrador de iniquidad no continuará para siempre, nos dice el versículo 2. Los versículos siguientes lo dejan muy claro. «Los malignos serán destruidos» (v. 9); «De aquí a poco no existirá el malo» (v. 10), pero el juicio que pondrá fin a su carrera vendrá de Dios, no de nosotros. Es Dios quien debe intervenir, porque nosotros somos demasiado pequeños, nuestros pensamientos demasiado parciales y egoístas, para que se nos confíe esa tarea. Nuestra cólera y nuestra ira contra el pecado no pueden estar marcadas por la grandeza y la santidad de Dios.

De ahí una segunda instrucción –aún negativa– en el versículo 8. Nuestro enojo e ira serían inútiles, incluso en el día del juicio. Así que dejemos una y abandonemos la otra, hoy. Si esta instrucción era apropiada en los días del salmista, lo es mucho más en los nuestros, pues este es el día de la gracia y de la salvación. No podemos dejar de ver las tristes acciones de los obradores de iniquidad; eso sería cerrar los ojos a los hechos. Debemos sentir siempre los agravios y las opresiones; de lo contrario, sofocaríamos todas las sensibilidades y simpatías divinas que hay en nosotros, pues hemos nacido de Dios. Pero no debemos irritarnos ni cultivar la ira al respecto, pues eso solo nos llevaría a lo que está mal.

Continúa diciendo: «No te excites en manera alguna a hacer lo malo». Esto es exactamente lo que dice. Cuando la ira y el enojo se apoderan de nosotros –aunque sea causado por el pecado–, nuestra perspectiva y nuestro juicio nos vuelven irritables, y terminamos atrapándonos en algo malo. Qué trágico: ¡pecamos porque nos enfadamos con el pecado!

Y, sin embargo, lo hemos hecho y lo hemos visto hacer. Esta tragedia se repite en el pueblo de Dios, en las reuniones de los santos. El estado de cosas es débil, se cometen errores; se cuelan pensamientos o prácticas erróneas. Entonces se levanta un hermano más instruido y lúcido que los demás, quizá más espiritual que nadie. Quiere defender la verdad y arreglar las cosas. Pero si no deja la ira y abandona el enojo, no podrá tener paciencia y esperar al Señor con plena confianza en Él. En consecuencia, no hará bien a los demás y solo se perjudicará a sí mismo.

Por eso sigue una tercera instrucción negativa: «Apártate del mal» (v. 27). Va un poco más allá que el versículo 8; debemos alejarnos del mal en todas sus formas. En presencia del mal abundante, debemos caracterizarnos por la ausencia del mal. Todos podemos ver la importancia de esto, pues sin ello, cualquier testimonio que podamos dar será nulo. El salmista añade: «y haz el bien». Estas palabras nos llevan al lado positivo. El lado negativo, que hemos visto, es importante, pero no suficiente en sí mismo. El bien positivo debe ir unido a él, pues los caminos de Dios en el ámbito moral, como en el de las cosas creadas, aborrecen el vacío.

Volvamos ahora a los primeros versículos del Salmo, para fijarnos en las instrucciones positivas. En el versículo 3 también se recomienda hacer el bien, pero aquí se menciona en relación con la fuente de la que procede.

Dice: «Confía en Jehová, y haz el bien». La irritación es como una raíz de la que procede el mal; la confianza en Dios es una raíz de la que solo brota el bien. Da descanso al corazón, calma la mente y libera de la irritación. Los malvados pueden ser muy irritantes, incluso provocadores hasta el último grado, pero el Señor, en lo alto, siempre tiene el control. Él es infinitamente bueno y digno de confianza. Confiar en él hará que nuestro corazón descanse, y así, libres de nuestras preocupaciones, podremos seguir tranquilamente nuestro camino y ocuparnos de lo bueno.

Es bueno confiar en el Señor, y confiar plenamente en él; quien confía absolutamente en él, lo encontrará absolutamente verdadero.

Pero nunca debemos olvidar que su lealtad no depende de nuestra dignidad o confianza. «Si somos infieles, él permanece fiel; porque no puede negarse a sí mismo» (2 Tim. 2:13). Felizmente, pues, los que son débiles en la fe, y por eso no confían plenamente en Él, verán que él es absolutamente fiel. Este hecho fortalece y aumenta, sobre todo, la confianza en el Señor.

La última parte del versículo 3 confirma lo que estamos diciendo. No esperamos “habitar en la tierra”, pues nuestro hogar es el cielo, pero lo que sigue se aplica a nosotros: «Te apacentarás de la verdad». Confiando sinceramente en el Señor, nos alimentaremos de la fidelidad de Dios. Experimentaremos su fidelidad hasta el punto de que se convierta en nuestro alimento y nuestra bebida.

Una segunda instrucción positiva se encuentra en el versículo 4: «Deléitate asimismo en Jehová». El salmista no distingue nada que despierte gozo en quienes le rodean; al contrario, los malvados le presionan por todas partes con persecuciones y provocaciones. Ante todo, es bueno estar confiado en vez de irritado, pero también es bueno encontrar una fuente inagotable de gozo, totalmente fuera del mundo que los malvados dominan. Esta fuente de gozo se encuentra en el Señor. El salmista anticipa aquí lo que Pablo dirá más de una vez a los filipenses: «Regocijaos en el Señor» (3:1).

Al regocijarnos en el Señor, estamos seguros de gozar de la feliz consecuencia indicada por el salmista: las peticiones de nuestro corazón nos serán concedidas. El cambio de dispensación no cambia esto. Si uno se pregunta por qué es así, la respuesta es sencilla: al alegrarnos en el Señor, nos alegramos en su santa voluntad; sus pensamientos se convierten en nuestros pensamientos, y sus deseos, en los nuestros. Si nuestros pensamientos y deseos son totalmente distintos de los Suyos, es normal que nuestros deseos no se vean satisfechos. Si nuestros deseos coinciden solo en parte con los suyos, serán satisfechos solo en parte. Si coinciden totalmente con los suyos, entonces, y solo entonces, todos nuestros deseos quedarán satisfechos. Es bueno complacerse en los santos, y gozarse en la obra del Señor; pero si nos regocijamos en estas cosas en vez de regocijarnos en el Señor, estamos expuestos a una gran desilusión.

El Señor es digno no solo de nuestra confianza, sino también de nuestro gozo, porque encarna todo lo que es amable, todo lo que atrae al corazón renovado, como fuente de gozo.

Una tercera instrucción se encuentra en el versículo 5: «Encomienda a Jehová tu camino». ¿No nos encontramos a menudo en circunstancias tan desconcertantes y difíciles que nuestro camino parece cerrado e imposible: podemos ser denigrados, oprimidos e incluso perseguidos? ¿Qué podemos hacer? Podemos entregar la responsabilidad de nuestro camino al Señor, y descansar en Él. Es un gran alivio. La carga se levanta de nuestros débiles hombros y se coloca sobre sus poderosos hombros.

El hecho de confiar nuestro camino al Señor, por supuesto, significa que estamos en medio de tribulaciones y pruebas de los adversarios. Recordemos que este no es el primer punto de la instrucción, ni el segundo, sino el tercero. Da por sentado que confiamos en el Señor y encontramos deleite en Él. Entonces, y solo entonces, estaremos dispuestos a confiar en él y a saber, por tanto, que «él hará».

¿Cómo actuará? nos preguntamos. Llevará a cabo la bendición que se propone hacer en relación con nuestras pruebas, y en particular, aquella de la que habla el versículo 6. Él se deleita en justificar plenamente a sus santos, cuando su disciplina ha llegado al máximo. La opresión y la calumnia son muy difíciles de soportar, y más aún cuando provienen de los amigos. Cuando Job fue calumniado por sus amigos, lo sintió muy intensamente; pero luchó durante mucho tiempo por su propio bien en lugar de confiar en Jehová. Cuando por fin lo hizo, Dios no tardó en «exhibir su justicia como la luz, y su derecho como el mediodía» (v. 6). En cuanto se juzgó a sí mismo y justificó a Dios, su justicia se hizo patente y Dios mismo dio testimonio de que por fin había dicho lo que era justo. Entonces su justicia fue como el día a mediodía, pues fue justificado ante los hombres y bendecido por Dios.

La verdadera piedad lleva al alma a la presencia de Dios. Lleva a la conciencia de que Dios actúa en las circunstancias de la vida, donde el hombre de mundo solo ve confusión, o “casualidad”. La exhortación: «Espera en Jehová» es difícil de escuchar cuando falta la piedad. Donde la piedad es fuerte, esta exhortación es fácil y un valioso alivio.

Sigue una cuarta instrucción en el versículo 7: «Guarda silencio ante Jehová, y espera en él». Sigue una secuencia obvia. Habiendo entregado la responsabilidad y el peso de nuestro camino al Señor, de modo que ahora son Suyos, descansamos en él y esperamos a que actúe. Puede parecer que los malvados siguen prosperando y llevando a cabo sus malvados planes, pero ya no tenemos miedo de ello. Dios es plenamente competente para tratar con todo esto en su propio tiempo y a su propia manera. Esperamos pacientemente, descansando mientras tanto. El asunto es ahora suyo, no nuestro.

La expresión hebrea «guarda silencio ante Jehová» es muy expresiva. Parece significar que le hemos entregado nuestro camino, y que estamos dispuestos a esperar pacientemente su intervención, hasta el punto de que no tenemos nada más que añadir. Cuando nuestra fe es débil, nos volvemos como niños quejumbrosos, irritados porque otros parecen estar mejor, y que se quejan constantemente a sus padres. Somos bendecidos cuando nuestra fe es fuerte, y en lugar de quejarnos guardamos silencio ante el Señor.

El versículo 34 añade algo más. No solo debemos esperar pacientemente al Señor, sino esperar en el Señor, y «guardar su camino». Esperar en él significa confiar pacientemente en él hasta que él intervenga. Esperar en él significa tener una relación santa y una comunión con él que garantice la obediencia a su voluntad, mientras esperamos su intervención.

Este es el resultado feliz al que conducen todas estas instrucciones. La tribulación, la opresión y las dificultades que nos rodean pueden persistir todavía por un tiempo –«de aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar, y no estará allí» (v. 10)– sin embargo, podemos estar aliviados de nuestra ansiedad natural, y así estar liberados para regocijarnos en el Señor, para mantener comunión con él, y en consecuencia para «guardar Su camino» y hacer su voluntad en gozosa obediencia.


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