El mundo contra Cristo y contra el cristiano

Juan 12:23-33; 15:18-24; 1 Juan 2:15-17; 4:1-6


person Autor: William John HOCKING 35

flag Temas: El mundo Las tribulaciones, la persecución, los sufrimientos por Cristo


Deseo, por medio de los pasajes citados, y sin entrar en todos sus detalles, llamar la atención de los lectores sobre lo que la Palabra de Dios nos dice sobre el mundo y su relación con Cristo y con los hijos de Dios.

El «mundo» constituye una verdadera dificultad práctica para la mayoría de los que creen en el Señor Jesucristo. Hay una gran variedad de declaraciones solemnes a propósito de él en las Escrituras. Es difícil no darse cuenta de su importancia, pero a menudo parece difícil encontrar su significado exacto y su aplicación. Por ejemplo, cuando se dice: «No améis al mundo» (1 Juan 2:15), ¿cómo podemos saber qué es el mundo?, ¿dónde empieza y dónde acaba?

También, en lugar de seguir la enseñanza de la Escritura sobre el tema, se deja de lado como algo de poca importancia en la vida cotidiana. Esto es un grave error, que hace daño al alma. La dificultad que encontramos en este tema en realidad radica dentro de nosotros mismos, porque abordamos el problema por el lado equivocado.

Sin ninguna duda que no es fácil definir o describir con palabras el significado escritural del término «mundo», pero sin definirlo es fácil, incluso para el nuevo creyente en Cristo, decidir por sí mismo lo que es el mundo, si lo considera desde el punto de vista de la Escritura. Esto último apunta al carácter esencial del mundo, que es una actitud de hostilidad hacia Dios y hacia su Hijo. Esta hostilidad ha sido particularmente fuerte contra el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado. Así, para el hijo de Dios, el mundo incluye todo lo que se opone a Dios y a Cristo.

Este carácter de enemistad del mundo es puesto en evidencia en el Evangelio y en las Epístolas de Juan, donde aparece junto a las maravillosas revelaciones del Padre por medio del Hijo, y las hechas por el Espíritu Santo de la persona adorable del Hijo de Dios, el Señor Jesucristo. La verdadera naturaleza del mundo se enseña por contraste, como la oscuridad de las tinieblas se enseña por el brillo de la luz.

Este profundo contraste entre Dios y el mundo es de inmensa importancia práctica para el creyente. Los límites del mundo son fácilmente delimitados. Si camino con el Señor, penetrado de sus pensamientos y enseñanzas, sé que lo que no es de él es del mundo. Todo lo que poseo como hijo de Dios no es del mundo. Las bendiciones que son mías, como morada que soy del Espíritu Santo, están en notable contraste con las cosas del mundo, como las de las tinieblas lo están con las de la luz. ¿No es fácil para los que son del día distinguir entre la luz y las tinieblas?

1 - El «mundo» es moral, no material

Al principio de su evangelio, Juan distingue entre el mundo en su sentido material y el mundo en su sentido moral. Comienza con el Señor Jesús, el Verbo hecho carne, el que hizo todas las cosas que existen. Vino al mundo que él mismo había creado, pero el mundo, tal como lo había organizado el hombre, no lo conoció. En este mundo material, encontró un mundo moral, un mundo de tinieblas espirituales.

La luz brilló en estas tinieblas, pero, a diferencia de las leyes del mundo material, las tinieblas del mundo moral no comprendieron la luz, ni fueron disipadas por ella (1:5). La presencia de Aquel que es la luz del mundo ha sido sin disipar el espesor de las tinieblas del mundo y su ceguera. A lo largo de este evangelio, se subraya de muchas maneras que el Hijo de Dios estaba en el mundo, pero que el mundo no lo conoció.

Así, el evangelista Juan utiliza el término «mundo», para describir la condición moral de esa vasta organización que el hombre estableció para sí mismo después de haber sido expulsado del jardín del Edén. Por su habilidad e inteligencia, el hombre ha formado gradualmente un vasto sistema para conducir todos los asuntos de esta vida, sin la ayuda de Dios y sin reconocerlo. La indulgencia en cuanto al pecado y el egoísmo se convirtieron en los primeros elementos del mundo organizado por el hombre, y cuando el Hijo de Dios vino a él, fue despreciado, odiado y crucificado.

Existe una analogía entre Génesis 1 y Juan 1. En el Génesis se habla del estado de caos en el mundo en el momento de la creación. La tierra estaba sin forma y vacía. Las tinieblas estaban sobre la faz del abismo. Después de su creación original, había caído en un estado de desorden y confusión, y fue entonces cuando el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Juan nos muestra una desolación, una confusión moral. Las tinieblas cubren la faz del mundo. Y también vemos este hecho sorprendente: cuando la luz brilla sobre esta oscuridad, esta última le resiste. Algo así no se conocía antes. Cuando el sol se levanta en el cielo, las tinieblas huyen, pero cuando el Señor Jesús viene al mundo como la Luz, la oscuridad del mundo permanece e incluso se fortalece. La absoluta dureza del corazón del hombre, tanto en el individuo como en la colectividad, fue puesta de manifiesto una vez por todas. Y la inveterada enemistad del sistema mundial contra Dios y contra su Hijo fue finalmente establecida en la cruz del Calvario.

2 - El testimonio del Hijo hacia el Padre

El Evangelio de Juan nos muestra, con una perfección divina, al Hijo presentándose al mundo como Aquel que revela al Padre. El Espíritu de Dios escoge y presenta algunas de las maravillas celestiales de su gracia y bondad; y las destaca en las palabras y los hechos de nuestro Señor. El doctor de Israel, la samaritana junto a la fuente, una mujer pecadora, un paralítico, un ciego, todos se convierten en oportunidades para que el Hijo difunda en esta pobre tierra alterada los torrentes de gracia de Dios Padre.

El Evangelio hace brillar esta luz celestial sobre el fondo oscuro del pecado humano. Capítulo tras capítulo atestigua que los hombres han amado más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. El mundo no conoció a su Creador; no reconoció al Hijo que está en el seno del Padre, cuando vino al mundo. Siempre y en todas partes el Hijo dio testimonio del Padre, pero el mundo no recibió su testimonio. Cuando el Hijo dejó el mundo, confesó al Padre: «El mundo no te conoció» (Juan 17:25). La perfección de su testimonio no hizo más que despertar la profunda ira del mundo contra el Padre y el Hijo, como dice el propio Señor: «Pero ahora… me han odiado tanto a mí como a mi Padre».

3 - El testimonio del Padre hacia el Hijo

Porque el Hijo hacía la voluntad de Aquel que lo había enviado, su servicio estaba acompañado por el testimonio del Padre hacia él. Sin querer seguir en detalle este testimonio a través del Evangelio, citaremos el bello y sorprendente ejemplo de los capítulos 11 y 12. La muerte había entrado en una familia a la que el Hijo había revelado el amor del Padre, y esta lo gozaba. Dos hermanas afligidas estaban en un gran dolor por la muerte de su hermano, pero Lázaro, el muerto, debía ser llamado a salir de la tumba por orden del Hijo. Por este acto de resurrección, el nombre del Hijo era glorificado, y el Espíritu Santo muestra en estos capítulos que era la mano del Padre la que siempre dirigía todos los movimientos del Hijo con el propósito de darle testimonio.

Cuando el Señor recibió el mensaje urgente de las dos hermanas comunicándole la enfermedad de su hermano, se quedó donde estaba al otro lado del Jordán. Sabía lo que tendría que hacer, conocía el sufrimiento y la angustia de Lázaro, Marta y María. Todo estaba preparado para la gloria de Dios, pero es solo a la hora de Dios, que Jesús se puso en marcha hacia la casa de Betania, en la inalterable dependencia del Hijo de Dios obediente.

El Señor sabía que iba a ser «determinado Hijo de Dios con poder, por la resurrección» de Lázaro. Toda su simpatía estaba en actividad hacia las afligidas hermanas. No entendían porqué tardaba en responder a su llamada. Tenían dificultad en creer que este retraso era parte del plan de Dios, y que su propósito era glorificar a su Hijo no a la cabecera de Lázaro, sino ante su tumba.

El hecho de que el Señor conociera el plan de Dios de resucitar a Lázaro, nada disminuía de su exquisita simpatía por los afligidos. Sus lágrimas fluyen espontáneamente, si se me permite decirlo. Llora porque su corazón lleno de amor está conmovido de compasión ante este triste cuadro de la muerte.

Ante la tumba, el Hijo dio testimonio al Padre y manifestó su propia dependencia. «Padre», dijo, «Padre, te doy gracias porque me has oído. Yo sabía que siempre me oyes» (Juan 11:41-42). Dijo esto para que la multitud supiera que él era el enviado del Padre. Había ido al sepulcro en el mismo momento en que el Padre quería que estuviera allí. Obedeciendo la voluntad del Padre, resucita a Lázaro y lo devuelve a sus hermanas. Y mediante el acto de la resurrección, el Padre glorificó al Hijo en Betania, respondiendo a su oración.

El capítulo 12 nos muestra de nuevo que el Padre en el cielo escucha al Hijo en la tierra. Cuando el Hijo dice: «¡Padre, sálvame de esta hora!… Padre, glorifica tu nombre», vino una voz del cielo: «Ya lo he glorificado, y otra vez lo glorificaré» (Juan 12:27-28). Esta comunión era un nuevo testimonio dado por el Padre al Hijo del hombre como ya lo había hecho en la orilla del Jordán y en el monte de la transfiguración.

4 - El carácter del mundo revelado

En este momento se introduce la solemne declaración del Señor: «Ahora es el juicio de este mundo» (v. 31). La hostilidad del mundo contra el Hijo era implacable. El mundo no quería recibir el testimonio del Padre. «Esta voz», dijo el Señor, «no se ha oído por mi causa, sino por la vuestra». No se les podría dar una afirmación más positiva de los derechos del Hijo. Antes, el Señor había dicho: «El Padre que me envió, él mismo ha dado testimonio de mí. Vosotros nunca habéis oído su voz ni habéis visto su apariencia» (Juan 5:37).

El Evangelio relata el testimonio del Padre y del Hijo. El mismo Hijo de Dios está allí, haciendo obras que nadie había hecho y pronunciando palabras que son espíritu y vida. El mundo había oído y visto sus obras, y no podía negar su verdad. Pero se negaba a recibir al Hijo y a aceptar su ministerio. Con la voz del Padre haciéndose oír desde el cielo, se completó la presentación del Hijo al mundo. Y ante esta negativa a aceptar el testimonio del Padre, el Hijo, que lo sabía todo, declaró: «Ahora es el juicio de este mundo».

Estas palabras del Señor tienen lugar inmediatamente antes de su arresto por los soldados y los judíos en el jardín. Así terminaría el tiempo de la prueba del mundo; su verdadero carácter era manifestado. No solo era pasivamente ciego ante la belleza de Cristo, sino que le era activamente hostil y desconocía sus derechos; lo odiaba y tenía sed de su sangre. Los planes para su arresto y crucifixión estaban hechos, y como resultado el Señor dijo: «Ahora es el juicio de este mundo».

No había venido para juzgar al mundo, sino para que el mundo fuese salvado por Él.

Ahora, el mundo habiéndolos rechazado, a él y a su Padre, el Señor pronuncia este juicio: «Ahora será echado fuera el príncipe de este mundo». El mundo que no había conocido a Dios estaba bajo el dominio de un jefe rival. Y con el juicio del mundo, había la expulsión virtual de Satanás, su príncipe, que era pecador desde el principio. Todo pecador en el mundo es del diablo, y el Hijo de Dios fue manifestado para destruir las obras del diablo (1 Juan 3:8).

Hablando desde el punto de vista divino, el Hijo ve al jefe del mundo expulsado. Históricamente, Satanás no fue expulsado en ese momento. Pero, como la muerte de Cristo era la hora del juicio del mundo, esa muerte anulaba el poder de Satanás y ponía fin a su dominio sobre el mundo (Hebr. 2:14). El fundamento para la liberación del mundo de la presencia y el poder del diablo durante 1.000 años se estableció en la cruz, cuando el Hijo del hombre fue elevado.

En el Apocalipsis tenemos otro testimonio de la expulsión del príncipe de este mundo. Primero, como el gran dragón rojo, se le ve arrojado del cielo a la tierra por Miguel y sus ángeles (Apoc. 12). Y el diablo está muy enojado, sabiendo que tiene poco tiempo.

Entonces el profeta, al viendo venir al Hijo del Hombre como un Rey guerrero, ve al jefe de este mundo arrojado al abismo (Apoc. 20). Un ángel lo ata con una gran cadena, y es encarcelado durante 1.000 años. El reino terrenal de nuestro Señor (Dios) y de su Cristo está establecido. El Hijo del hombre reina en gloria sobre el mundo liberado del poder y la astucia de la serpiente antigua, el diablo, pues es arrojado al lago de fuego preparado para él y sus ángeles.

Es esta hora de triunfo que el Hijo de Dios veía en la hora de su rechazo por el mundo, y que anunciaba antes de abandonarlo, como advertencia a sus enemigos y consuelo para los suyos. No debemos temer el poder del gran adversario, ni el mundo sobre el que gobierna. El Señor da seguridad a nuestros corazones con estas palabras. Nos dice que el mundo que nos odiará y perseguirá está juzgado, y que el gran príncipe que lo gobierna es desposeído. Su poder ya está roto y neutralizado, y él mismo está condenado al castigo eterno.

5 - La elevación del hijo

Llegamos a la tercera declaración del Señor. Dice, hablando de la muerte que tendría que sufrir: «Y yo, si soy elevado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo» (12:32). Este Evangelio menciona su elevación tres veces. Como Hijo del hombre, debía ser elevado como la serpiente fue elevada en el desierto. Así llegaría a ser objeto de fe para los hombres de todo lugar (Juan 3:14-15).

Luego, dirigiéndose a los judíos incrédulos, dijo: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces conoceréis que yo soy» (8:28). Después de que lo crucificaran, reconocerían, no inmediatamente, pero sí en su tiempo, la gloria de su persona, y que había venido como portavoz del Padre.

Puedo mencionar de paso que Isaías utiliza dos veces esta expresión de la elevación en el sentido de Su exaltación en la gloria. Vio al Señor en un trono «alto y sublime», las faldas de su manto llenaban el templo y la tierra estaba llena de su gloria (Is. 6). Esta era una visión de la gloria del Señor Jesucristo y, en este mismo capítulo, Isaías anunció la ceguera que sobrevendría al pueblo por su incredulidad en el Mesías (v. 9). El capítulo 12 del Evangelio según Juan, que nos ocupa, se refiere a este pasaje (v. 39-41).

Isaías también utiliza este término cuando habla de Cristo como el Siervo de Jehová (52:13). Con respecto a la gloria que Dios le daría, el profeta dice: «Será engrandecido y exaltado». Esta profecía se cumplió cuando Dios resucitó a Jesús crucificado y lo hizo Señor y Cristo a su derecha. Como tal, los judíos creerán en él. Cuando lo vean elevado en la gloria, confesarán el pecado que cometieron al levantarlo en el madero, y lo llorarán como se registra en Zacarías 12:10.

En el capítulo 12 de Juan, el Señor habla por tercera vez de su elevación en la cruz y declara que será un centro de atracción para todos los hombres. Como Hijo del hombre crucificado, atraerá hacia sí no solo a los judíos, sino a los gentiles, a los griegos, como los que acababan de expresar su deseo de verlo (cap. 12:21); todos los hombres, en el sentido más amplio y completo. Ahora, el Evangelio está predicado en todo el mundo, y todo el que cree es salvado. Las palabras del Señor también abarcan el tiempo futuro en el que el mundo entero doblará la rodilla bajo su cetro.

6 - El mundo y los que pertenecen a Cristo

Pasemos a la segunda parte de nuestro tema: el mundo y los creyentes. Hemos visto que, cuando el Señor vino al mundo, fue recibido con un odio sin paliativos y con la determinación definitiva de poner fin con su muerte a su inoportuno testimonio. Consideremos ahora cuál es la actitud del mundo hacia sus discípulos. ¿Se declarará el mundo satisfecho con la muerte del Señor y adoptará una actitud de libertad y tolerancia hacia los que lo siguen?

Antes de su partida, el Señor mismo dijo a los suyos de manera perfectamente clara cuál sería la futura relación del mundo con ellos. Mientras estaba en el mundo, sus discípulos habían estado a salvo de los ataques de los judíos. Pero él se iba al Padre, y el pequeño rebaño de los que creían en él se quedaba en el mundo. ¿Cuál sería su destino? El Señor les anunció, como leemos en Juan 15, que en su ausencia el mundo se opondría a ellos, así como a él mismo.

Los grandes principios morales del sistema mundial no cambian. Desde el principio vemos el antagonismo del mal contra el bien: desde el odio traicionero de Caín contra el justo Abel, hasta la feroz enemistad de los judíos contra Cristo. Este mismo espíritu de animosidad continuaría en el mundo contra los que llevan el nombre de Cristo. Como el mundo ha odiado a Dios, a su Hijo y a su Espíritu Santo, odiaría a los que pertenecen a Cristo.

Es importante observar que el Señor atribuye el odio del mundo contra sus discípulos al hecho de que le pertenecen. Son sus siervos, y el siervo no es mayor que su amo. «Si me han perseguido a mí, también os perseguirán» (15:20). El mundo los odiaría porque el Señor los había elegido y apartado del mundo para ser suyos.

La conformidad de su conducta con la de Cristo, despertaría la ira del mundo. El Señor les había hablado de esta semejanza con él mismo en la alegoría de la vid, al principio del capítulo 15. Él era la verdadera vid, que daba fruto para el Padre. «Vosotros los sarmientos», dijo, y los sarmientos debían dar el fruto de la vid. Sus frutos demostrarían que pertenecían a la vid.

Una característica especial del fruto de la vid, era que el cultivador lo apreciaba y lo valoraba. La vida de nuestro Señor era una fuente inagotable de gozo para el Padre.

Los sarmientos de la vid, sus discípulos, están en íntima comunión con el Hijo. Deben dar para el Padre el fruto que el mismo Señor dio. Deben guardar sus mandamientos y permanecer en su amor, como él guardó los mandamientos de su Padre y permaneció en su amor.

Debían amarse unos a otros. El mundo los odiaría y perseguiría porque buscarían agradar al Padre y porque amarían a Cristo, siguiéndolo y actuando en su nombre. Tal conducta demostraría que no eran del mundo. «Si fueseis del mundo, el mundo os amaría como a cosa suya» (15:19), les dijo el Señor. Fuera de la vid, el mundo tiene sus asociaciones, sus sociedades, sus hermandades que estima. Los que se alejan de sus actividades sociales son culpados, despreciados y perseguidos.

Los discípulos del Señor tuvieron que experimentar esta persecución inmediatamente después de su partida. Los poderes del mundo conspiraron contra ellos para exterminarlos, tal como lo habían hecho contra el propio Señor. Los había advertido de lo que les esperaba, pero ¿no contribuiría la persecución a la limpieza que el Padre operaba, para que los sarmientos dieran más fruto?

Pero el Señor no quería que los suyos temieran el poder del mundo. Les dio el ejemplo de su sumisión. No les pidió que soportaran más de lo que él mismo había soportado. No temáis, dijo, lo que me han hecho a mí, os lo harán a vosotros. «Si me han perseguido a mí, también os perseguirán». «Todo esto os harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me envió» (15:20-21).

¿Podríamos considerar como una injusticia que tengamos que pasar por la persecución? Por la gracia de Dios, los cristianos, en nuestros países, han estado al abrigo de persecuciones durante dos o tres siglos. Pero el mundo no ha perdido su espíritu de persecución; y la persecución violenta podría ser revivida por los “poderes actuales”. Tendríamos que soportarla porque pertenecemos a Cristo, y soportar el odio porque llevamos la imagen de nuestro Señor ausente. ¡Que podamos ser encontrados fieles, si la prueba ardiente llegara!

7 - El mundo no debe ser amado

Pero la relación entre el mundo y los creyentes tiene otro aspecto que se encuentra en los versículos 15 al 17 de 1 Juan 2. Es lo contrario de lo que hemos considerado hasta ahora. En el Evangelio hemos visto la actitud del mundo hacia los que siguen a Cristo, en la Epístola es la actitud de los hijos de Dios hacia el mundo. No deben amar el mundo ni las cosas del mundo.

Esta exhortación se dirige especialmente a los miembros de la familia de Dios que el apóstol llama «jóvenes». Dice: «Sois fuertes, y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al maligno» (v. 14). La última de estas tres afirmaciones es una repetición de un versículo anterior (v. 13) mostrando así que la victoria sobre el maligno, el jefe de este mundo, es la característica distintiva de los jóvenes.

Esta clase de creyentes había salido del estado de infancia espiritual. Habían adquirido fuerza e inteligencia espirituales. Además, habían resistido a la poderosa persecución del malvado príncipe de este mundo y eran vencedores.

Estos jóvenes habían resistido al diablo, que había huido ante ellos. ¿No tenían nada más que temer de él? Al tratar de derribar la fe de los que son de Cristo, ¿no tiene Satanás otra táctica a su disposición que la persecución? No deberíamos ignorar sus designios. Si, como león rugiente, no logra devorar a los santos, como serpiente engañosa, tratará de atraerlos para su destrucción. Cuando nos enfrentamos a sus terrores con la fuerza del Señor y el poder de esa fuerza, se esfuerza por seducir, engañar y hacer caer en la trampa.

Los jóvenes deben protegerse de las influencias seductoras del mundo. Satanás pone ante ellos sus innumerables objetos agradables y atractivos. Así fue como la serpiente antigua sedujo a Eva en el jardín del Edén. Le señaló las cualidades del fruto prohibido. Sus palabras persuasivas engañaron a la mujer; ella tomó el fruto y le dio a su marido. Ambos fueron vencidos por el maligno, no por la fuerza, sino por el fraude.

Por lo tanto, los que han vencido el poder del maligno están advertidos contra su primer artificio. El enemigo pone ante los jóvenes las cosas del mundo, que están hábilmente preparadas para excitar los afectos del corazón y los deseos de la mente. Por eso Juan les exhorta: «No améis al mundo, ni las cosas que hay en el mundo» (v. 15). Amar el mundo es servir a Satanás, su príncipe.

La defensa del apóstol se hace en términos fáciles de entender. Todo el sistema del mundo y todo lo que lo compone debe ser excluido de la esfera de los afectos del creyente; el amor al dinero, por ejemplo, fuente de toda clase de males; el amor a la ganancia, que es un chancro del alma. Las ventajas de las llanuras bien regadas del Jordán llevaron a Lot a la puerta de Sodoma. Los jóvenes no deben amar el mundo, ni ninguna de las cosas que le pertenecen.

Esta advertencia, ¿tiene para nosotros todo el peso que debería tener? ¿No ha perdido gran parte de su fuerza para nosotros? Puede ser que tengamos cuidado de no permitir que nuestros corazones sigan al mundo como organización humana, y que evitemos aquellas cosas que no tienen una atracción especial para nosotros. Pero, olvidando que el mandato incluye todo lo que hay en el mundo, mostramos indulgencia con lo que consideramos de poca importancia. Por ejemplo, leemos en particular lo que nos negaríamos a escuchar en público.

El apóstol insiste en este hecho de que el amor al mundo es incompatible con el amor al Padre. «Si alguien ama al mundo, el amor del Padre no está en él». Es solo en este pasaje, creo, que encontramos el amor al Padre, en el sentido del amor que tenemos por el Padre; nuestro amor al Padre puesto en oposición con nuestro amor al mundo. Se excluyen mutuamente.

El amor al Padre es el más alto privilegio cristiano. En el Hijo, se ve y se conoce al Padre. Es en Cristo donde el amor del corazón del Padre es revelado y desarrollado para nosotros. Esta revelación del Padre está oculta al mundo. «¡Padre justo! El mundo no te conoció» (17:25), dijo el Señor al final de su ministerio. Él había manifestado el nombre del Padre a los suyos, y los había elegido para sacarlos del mundo. Por lo tanto, en cada uno de ellos, el amor del mundo destruía el amor del Padre en ellos. Amando al mundo, habrían amado lo que el Amado del Padre odiaba.

Nada en el mundo es «del Padre». Las cosas que hay en el mundo –las concupiscencias de la carne por dentro, las concupiscencias de los ojos por fuera y el orgullo de la vida– son «del mundo»; todas ellas excluyen a Dios y se exaltan a sí mismas, mientras que el Padre tiene en vista la gloria del Hijo. Nadie puede servir a Dios y a Mamón (las riquezas) (véase Lucas 16:9). Pero mientras el mundo y sus concupiscencias pasan, «el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre» (1 Juan 2:17).

8 - La invasión por el mundo

Para el creyente es sencillo discernir el mundo; no presenta ninguna dificultad siempre que utilicemos el criterio que nos da la Escritura. Lo que no es del Padre es del mundo. Satanás busca, para nuestra pérdida, engañarnos en cuanto a la naturaleza de esta distinción. Muchos razonan sobre la vaga cuestión de hasta dónde puede llegar un creyente hacia el mundo sin poner en peligro su alma. Algunos se han visto abocados a asociaciones y ocupaciones mundanas, y han resuelto la cuestión por experiencia.

Pero, ¡ay!, no cabe duda de que el mundo y las cosas del mundo han invadido, de forma acusada, poco a poco, la vida de los hermanos en los últimos tiempos. Sin hacer acusaciones directas y sin atribuir este abandono del amor del Padre a nadie en particular, los que pueden mirar hacia atrás en un período de 40 años por ejemplo (ahora cerca de 80, este escrito data de 1940), saben perfectamente que el mundo ha hecho pie entre nosotros. El mundo ha influenciado nuestro lenguaje, nuestras acciones, nuestras costumbres; se ha infiltrado en nuestras reuniones, en nuestro culto, en nuestro servicio, en nuestros hogares, en nuestras ocupaciones. La mundanalidad es como un gusano roedor en la vida espiritual de todo hijo de Dios.

El resultado es desastroso. El fruto para Dios se marchita. La debilidad paraliza las asambleas y no hay fuerza para hacer volver a los que se han extraviado en el mundo. Familias piadosas han sido destruidas por el amor al mundo y las cosas que hay en él. No tengo necesidad de continuar esta lamentable enumeración.

¿Porqué se extiende la ruina por toda la cristiandad? ¿No se debe al amor al mundo? ¿No han mordido los hermanos el anzuelo de Satanás? El gran jefe de este mundo tiene sus ojos puestos en ellos, como siendo testigos de la verdad de Cristo. Ha tratado de destruir su testimonio, no como al principio mediante una persecución violenta, sino mediante el engaño y la adulación, mediante el orgullo de la vida, y ha conseguido enfriar el amor del Padre en muchos.

Usted sabe cuán grande es la debilidad espiritual, no solo en su círculo inmediato, sino en toda la cristiandad. Debe reconocer aún mejor lo que ella es en su propio corazón y en su vida. ¿Dónde está la fidelidad a la verdad? ¿Dónde está el espíritu de la verdadera piedad? ¿Dónde está la vida santa que da testimonio a los que no conocen ni a Dios ni a Cristo? El Espíritu Santo está contristado, y está obstaculizado en su trabajo y en el ministerio y la predicación del Evangelio. ¿Porqué? ¿No es bajo la influencia de la mundanalidad, que ensucia y paraliza a los hijos de Dios?

9 - La falsa enseñanza del mundo

Unas palabras sobre los versículos 1 al 6 del capítulo 4 de la Primera Epístola de Juan. También tienen una importancia práctica para nosotros. Los versículos citados en el capítulo 2 tenían que ver con la conducta, estos con la enseñanza y la doctrina. Los primeros se refieren a nuestro amor, los segundos a nuestra fe.

Juan escribe: «Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus para ver si son de Dios». Y muestra cómo los creyentes pueden protegerse de los efectos de la falsa doctrina, y de la enseñanza del espíritu del anticristo que ya está en el mundo.

Dice que han salido por el mundo muchos falsos profetas, hombres que pretendían que sus palabras eran pronunciadas con la autoridad de Dios, pero que solo eran mentirosos y engañadores; es decir, emisarios de Satanás. Generalmente se piensa que, porque se dice que «salieron de nosotros», podrían ser maestros de falsa doctrina que habían dejado las asambleas por el mundo.

Sin duda la descripción incluye a esta clase de personas, pero seguramente también se aplica a los que hacen un trabajo destructivo en la propia Asamblea, ahí donde están los hijos de Dios y donde pueden engañar. El «mundo» en Juan tiene, en general, como ya hemos visto, un significado moral. Ir al mundo puede no significar desplazarse, sino adoptar principios, formas de actuar y de pensar mundanos.

El que enseña una doctrina errónea trata las Escrituras desde un punto de vista mundano, considerándolas como documentos puramente humanos. El resultado es que malinterpreta la revelación de Dios, y como resultado, en lugar de enseñar la verdad, presenta herejías por las que los hijos de Dios se alejan de la verdad. Así es cómo, el mundo puede, mediante una enseñanza religiosa, no solo desviar hacia sí mismo los afectos que deberían ser para el Padre, sino también desviar la mente de la verdad de Dios y hacer que la gente crea la mentira de Satanás.

Juan advierte a los hijos de Dios de este peligro, y les insta a probar los espíritus antes de creer. ¿Hablan estos hombres según Dios o según el mundo? Debido a que el falso profeta tiene el espíritu del mundo, también tiene la voz del mundo; por lo tanto, habla en contra de Cristo, no a favor de Él. No confiesa a Jesucristo como el Hijo de Dios. Entonces puedo discernir que es un engañador y un anticristo, aunque yo no pueda refutar sus argumentos. Utilizando esta piedra de toque, incluso los nuevos convertidos de la familia de Dios serán preservados del error, estando sus corazones llenos de amor y respeto por Jesucristo, el Hijo de Dios.

La falsa doctrina siempre afecta a la vida espiritual y a la comunión de los que la abrazan. ¿Cómo puedo adorar a Dios en espíritu y en verdad si tengo una doctrina falsa? La falsa enseñanza envenena la mente y el corazón de quien la cree. La introducción de elementos mundanos en la oración y el culto destruye el sentido de dependencia del Espíritu Santo. La oración pierde su poder, su intimidad y su fervor; se convierte en una forma vana.

10 - El espíritu de verdad y el espíritu de error

Por lo tanto, debemos evitar el error en la enseñanza divina, –todo error que tenga alguno de los caracteres del mundo, y no confundir los espíritus que no son de Dios con el Espíritu de Dios. El apóstol nos da la marca que nos permitirá distinguir este de los otros. La enseñanza del Espíritu de Dios está marcada por la confesión de Jesucristo venido en carne, mientras que el espíritu del anticristo que está en el mundo no hace tal confesión. «En esto», dice Juan, «conoced el Espíritu de Dios». Debemos probar los espíritus y toda enseñanza, por su fidelidad a Jesucristo venido en carne.

Es bueno notar la interpretación exacta de este importante pasaje: «Todo espíritu que confiesa que Jesucristo ha venido en carne, es de Dios» (4:2). Se trata de reconocer a Jesucristo, venido en carne en toda la majestuosidad de lo que es en sí mismo, el eterno Hijo de Dios, y no un mero hecho histórico. El Hombre Jesucristo debe ser reconocido como Dios manifestado en carne, el Verbo hecho carne. En él, venido en carne, estaba y se encuentra la plenitud de la Divinidad. Esto es inseparable de la enseñanza del Espíritu de Dios. Pero, si esta confesión no se encuentra en una doctrina, demuestra que proviene del espíritu del anticristo y no de Dios.

Pero el apóstol no quería alarmar a los niños pequeños; eran de Dios, habían vencido a los falsos profetas, porque el Espíritu de Dios estaba en ellos, y es más grande que el del anticristo que está en el mundo. Los falsos maestros son del mundo, y hablan según los principios del mundo para complacer al mundo que los escucha. Tenemos la enseñanza apostólica que es de Dios, por la cual podemos discernir cuál es el espíritu de la verdad y cuál es el espíritu del error.

Para terminar, permítanme recordarles lo que estos pocos pasajes nos han enseñado sobre el mundo. En el Evangelio, vimos al mundo rechazar el testimonio del Padre y del Hijo, y su implacable hostilidad contra el propio Cristo y los suyos. En la Epístola de Juan, primero está la advertencia sobre las atracciones del mundo que no deben atraer nuestros afectos. Luego se nos exhorta a estar atentos a lo que escuchamos y a probarlo. Tenemos una piedra de toque infalible: la prueba que Jesucristo ha venido en carne.

Caminemos con Cristo, no con el mundo; guardemos nuestras vestiduras de las mancillas del mundo. Amemos la verdad que está en Cristo Jesús para que seamos preservados de los errores que hay en el mundo. Procuremos ser los amigos del Señor Jesús, y evitemos la amistad del mundo, que es enemistad contra Dios.

Traducido de «Le Messager Évangélique», año 1939, página 19