«Los sufrimientos del tiempo presente»


person Autor: Frank Binford HOLE 110

flag Tema: Las tribulaciones, la persecución, los sufrimientos por Cristo


La frase que forma nuestro título está tomada de Romanos 8:18. Desde este versículo hasta el 27 estamos en una atmósfera de gemidos [1] (o suspiros). Esta palabra aparece 3 veces en estos versículos, lo cual no es sorprendente, ya que se establece un contraste entre «la servidumbre de la corrupción», que marca la época actual, y «la gloriosa libertad», que marcará la época venidera.

[1] NdT: La palabra griega original «sustenazo» puede traducirse como «gemido» o «suspiro».

En primer lugar, «toda la creación gime a una» (o suspira) y está de parto (v. 22). Este era el caso cuando el apóstol Pablo escribía esto, y ciertamente es el caso hoy*. Estas palabras se refieren en primer lugar a la creación inferior, que ha sido arrastrada por la caída del hombre. Adán había recibido potestad sobre todo lo creado en la tierra, y lo arruinó todo con su pecado. Él era, por así decirlo, el eslabón superior, conectado al Creador por la inteligencia, y todos los demás eslabones de la cadena dependían de él. Cuando cayó, toda la creación cayó con él; los animales se volvieron salvajes y depredadores. Puede que no tengamos oídos para oír el gemido del cordero o del cabrito cuando el leopardo se abalanza sobre ellos, o de la mosca atrapada en la tela cuando siente la picadura de la araña, pero el gemido está ahí.

¿Y qué hay de la raza humana? Pues bien, mientras escribimos, los periódicos nos dan noticias diarias de revoluciones, consumadas o simplemente intentadas, de luchas, disturbios y conflictos. En el mundo anglosajón, muchos dirían que la vida nunca ha sido tan buena, y sin embargo la vida cotidiana está llena de accidentes, robos, huelgas y asesinatos demasiado frecuentes. Además, los extraordinarios descubrimientos de los científicos, que hacen posible la destrucción casi total de la raza humana, nos ensombrecen. Los que están más al corriente de lo que sucede son los más conscientes de la oscuridad de esa sombra. Sí, la creación gime, desde la inteligencia más baja hasta la más alta.

¿Y qué hay de los santos? El versículo 23 responde a esa pregunta. Estamos habitados por el Espíritu de Dios, y él es la primicia del día de gloria venidero y, sin embargo, mientras esperamos ese día, también suspiramos. Notarán que se dice que «gemimos interiormente», lo que significa que nuestros suspiros son más silenciosos, menos demostrativos. El creyente sincero, serio e instruido siente las cosas profundamente; suspira en su mente y en sus oraciones, pero no está entre la multitud ruidosa y aullante, que manifiesta, expresando sus quejas y su descontento de esta manera. Pero porque es así, nuestros suspiros son precisamente más profundos y más sinceros.

El cristiano está llamado a sufrir en este mundo, como tantas veces nos recuerda la Primera Epístola de Pedro. Tememos que, en nuestras actuales circunstancias fáciles, este hecho se nos haya escapado bastante, y seamos propensos –especialmente con los jóvenes– a presentar el Evangelio como una introducción a una vida buena, agradable, casi tranquilizadora en compañía de otros jóvenes conversos de ideas afines.

Lo que está presentado en las Escrituras es muy diferente. Hay una abundancia de gozo en Dios, unida al sufrimiento por Cristo, y con Cristo, pues compartimos en cierta medida sus sentimientos cuando pasó por este mundo de muerte y aflicción.

Un tercer suspiro está mencionado en el pasaje que nos ocupa. Es el del Espíritu de Dios. Él ha venido a la tierra para morar en los santos y, por tanto, está en medio de la creación que suspira. No es insensible a ello, como tampoco lo es a las necesidades y penas de los santos en quienes habita. Por eso intercede por nosotros en nuestras debilidades. Aunque Cristo es nuestro Intercesor en lo alto, toma el lugar de Intercesor abajo, y cumple este ministerio, «con gemidos inexpresables».

Esta notable expresión nos impresiona. Cuando Pablo fue arrebatado al tercer cielo, «oyó palabras inefables, que no le es permitido al hombre expresar» (2 Cor. 12:4). Ningún término ha podido ser encontrado en ninguna lengua humana para expresar estas cosas; y del mismo modo no se pueden encontrar palabras para expresar la profundidad de los suspiros del Espíritu en y por los santos. Aquel a quien van dirigidos sabe cuál es el pensamiento del Espíritu en esos suspiros, porque el pensamiento del Espíritu es aquel de Dios Padre, y del mismo modo podemos decir que es el pensamiento de Cristo.

Esto nos lo ilustra Juan 11. En ese capítulo 2 veces se dice que Jesús se «estremecía». Mientras María y los demás lloraban con ella, «se conmovió en su espíritu» (v. 33); y más adelante dice: «Jesús, conmovido otra vez en sí mismo» (v. 38) fue al sepulcro de Lázaro. Aquí tenemos al Hijo de Dios marcado por un estremecimiento en sí mismo –en su espíritu– demasiado profundo para ser expresado; pensamos que equivale al suspiro del Espíritu de Dios, que no puede ser expresado.

Preguntémonos todos: ¿suspiramos, mientras caminamos por este mundo tan tristemente oscurecido por el pecado? Si poseemos el Espíritu de Dios en nosotros, la respuesta debe ser: «Sí».

Pero confesemos honestamente cuán ligeros son nuestros suspiros, cuán poco vivimos a la luz de la gloria venidera y de la libertad que ella traerá, de modo que solo nos damos cuenta tenuemente de la oscuridad y de la esclavitud de la corrupción que ahora llenan la tierra. Cuanto más anticipemos la «libertad» venidera, más sensibles seremos a la «esclavitud» actual que llena una tierra corrupta.

Y desearemos apartarnos más de esa esclavitud, ayudando a nuestros hermanos cristianos a hacer lo mismo, y ganando almas para el día venidero de «la gloriosa libertad de los hijos de Dios».


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