Índice general
La observancia de la Cena del Señor tal como se registra en los Hechos y en las Epístolas
Notas de un discurso sobre Hechos 2:41-47; 20:6-7; 1 Corintios 10:16-17; 11:20-29
Autor: Tema:
En lo que precede, hemos citado los pasajes de los Evangelios que se refieren a la Cena. Nos dan las circunstancias en las que el Señor habló a sus discípulos en la Pascua y les dio el pan y el vino como emblemas de su cuerpo y de su sangre, diciéndoles que los tomaran en memoria de él. También es interesante y útil considerar en las Escrituras los casos bíblicos de la observancia de la Cena del Señor. Muestran que los primeros discípulos comprendieron su deseo y respondieron a él con gran acierto, naturalidad y espontaneidad; y que solían conmemorar la muerte del Señor del modo prescrito por él. Estos pasajes arrojan luz sobre las palabras del Señor para que las sigamos hoy.
1 - El partimiento del pan en Jerusalén
En el primer pasaje, Hechos 2:41, vemos que los discípulos de Jerusalén, inmediatamente después de Pentecostés, solían partir el pan juntos en un mismo lugar. Estaban los apóstoles, los discípulos que habían conocido al Señor en los días de su carne, y otros que habían creído en la predicación de los apóstoles por medio del Espíritu de Dios. Estaban unidos por el mismo Espíritu que había descendido del cielo el día de Pentecostés y les había dado unidad de pensamiento y propósito. Todos sus corazones y afectos estaban concentrados en la persona de Jesús, que había resucitado y se había ido al cielo; había desaparecido de su vista, pero estaba presente en sus mentes, al igual que sus palabras. Todos los discípulos estaban convencidos de que no había nadie en la tierra ni en el cielo comparable al Señor Jesucristo; y las palabras del Señor Jesús tenían más autoridad sobre ellos que todo lo que habían dicho antes Moisés e Isaías. Había en el corazón de cada uno de ellos el deseo y la voluntad de responder a la petición expresa del Señor. Su palabra les había sido transmitida y les correspondía a ellos responder a ella. Él había dicho: «Haced esto en memoria de mí». Había otras cosas que mantenían cuidadosamente –la doctrina, la comunión de los apóstoles, las oraciones–, pero vinculaban a ellas el partimiento del pan, dándole toda su importancia.
Creo, queridos amigos, que debemos recordar que, a propósito del partimiento del pan, requiere amor y devoción personal del corazón al Señor Jesucristo. La ceremonia no es nada; el acto mismo de comer y beber no es nada en sí mismo, y, como vemos en algunos pasajes, el formalismo puede engañar y llevar a uno a una posición llena de peligro y riesgo para sí mismo. Pero si la Cena se observa en la sencillez de su carácter, no hay nada más dulce y al mismo tiempo nada más poderoso como servicio espiritual en la tierra que el partimiento del pan. Su observancia no requiere un grado avanzado de crecimiento espiritual, pero sí exige que el corazón de los que participan en ella responda fielmente al Señor mismo. Detrás del pan y del vino, él debe hacerse presente a nuestra fe y hacernos comprender que aprueba nuestra presencia y nuestra acción, realizadas con el amor y la devoción de nuestro corazón.
En nuestra conducta habitual, el Señor está ante nuestros corazones en su gloria, como aquel en lo alto, nuestra Cabeza, nuestro Señor, como aquel a quien seremos hechos semejantes; y es hacia él mismo, Cristo ascendido al cielo, que dirige nuestra energía en todos nuestros servicios. Pero en la Cena nuestra posición es diferente. No miramos a Cristo en la gloria, a quien servimos y a quien vamos, sino a aquel que nos conduce al pie de la cruz, donde él fue la víctima, el Salvador, aquel que sufrió bajo el peso de nuestros pecados. Es allí donde él destruye en nosotros, por este recuerdo, todos los movimientos del pecado y del egoísmo y atrae hacia sí mismo nuevos afectos producidos en nuestros corazones por el Espíritu Santo. Por eso la Cena del Señor es tan valiosa tanto para los cristianos jóvenes como para los ancianos.
¿Podría haber cristianos más jóvenes que los descritos en Hechos? Acababan de “nacer de nuevo” por obra del Espíritu de Dios, pero perseveraban con firmeza en la enseñanza de los apóstoles y en la comunión, en el partimiento del pan y en las oraciones. Sus corazones percibían, en la comunión, la presencia viva del Señor Jesucristo. Repito: esta toma de conciencia tiene una importancia esencial en la vida espiritual de todo creyente. Puede decirse que no hay ocupación colectiva en la tierra en la que la vida espiritual esté en contacto más íntimo con Cristo que en la Cena del Señor.
Solo aludo a estos versículos de Hechos 2, que cada cual puede meditar a su gusto, pero vemos que los discípulos que estaban todos juntos en Jerusalén podían partir el pan cada día; lo hacían en sus casas. Se reunían en muchos lugares diferentes y en el templo, pero era en sus casas, en sus aposentos superiores, donde partían el pan. No les parecía demasiado frecuente recordar al Señor Jesús todos los días en el partimiento del pan. El Señor había dicho: «Haced esto en memoria de mí». Estas palabras son una negación formal de la idea que algunos asumen con aire de superioridad al decir: “Me puedo acordar del Señor en cualquier parte, en mi habitación o incluso en la calle”. En cuanto a recordar, puede ser cierto; pero la Cena del Señor tiene otro carácter. Solo haciendo el memorial somos obedientes. El Señor no nos ha dado un gran número de actos para hacer en su nombre, una multitud de ritos y ceremonias; pero este acto especial tenemos que hacerlo en memoria de él.
2 - El partimiento del pan en Troas
El segundo pasaje de los Hechos (20:6-7) nos cuenta una historia de lo más interesante. El apóstol Pablo estaba en Troas, y Lucas, el autor del libro de los Hechos, estaba allí con él. Se reunieron para partir el pan el primer día de la semana. Los discípulos no podían reunirse con este fin todos los días, como hacían en Jerusalén. Muchos se habían reunido en Jerusalén para celebrar la Pascua y la fiesta de las Semanas, y al estar liberados de sus ocupaciones y deberes cotidianos, tenían ocasión de reunirse todos los días; pero no era así en Troas. Vemos que el apóstol tenía que esperar hasta el primer día de la semana para poder partir el pan. Esto es sorprendente porque tenía tanta prisa por llegar a Jerusalén; incluso tenía tanta prisa que no pudo detenerse a visitar la importante asamblea de Éfeso, sino que hizo venir a sus ancianos a Mileto. El gran apóstol permaneció 7 días en Troas para poder disfrutar del incomparable privilegio de partir el pan con los discípulos.
El relato nos dice que el propósito específico de su reunión era partir el pan. El texto dice: «Como estábamos reunidos para partir el pan», expresando la unidad de los visitantes y los creyentes locales. Las circunstancias de esta reunión eran únicas: el gran apóstol de los gentiles estaba allí; los discípulos iban a escuchar cosas importantes de él. Se podría haber supuesto que se reunían específicamente para escuchar las valiosas exhortaciones e instrucciones del apóstol; pero dice que se reunieron para partir el pan. Comprendieron que había un orden en las cosas divinas, y que el primero es el Señor mismo, el Señor, por tanto, por encima de todo. Que cada uno de mis lectores haga de esto el lema de su vida.
Por eso, cuando se reunieron aquel primer día de la semana, el único propósito que tenían en mente era obedecer la palabra del Señor. Era como si hubieran dicho: Vamos a aprender algo del apóstol, pero sobre todo debemos obedecer el mandamiento del Señor.
Amados, recordemos siempre que el partimiento del pan debe ser lo primero y lo más importante que nos pide el Señor; es su deseo expresado en su Palabra; es una exigencia que nos plantea; no debemos negarle la adoración de nuestro corazón. Estemos dispuestos a sufrir toda clase de disgustos antes que faltar al partimiento del pan; y, cuando nos reunamos, tengámosle a él como único objeto de nuestros pensamientos.
3 - El primer día de la semana
Este ejemplo de Troas es de especial interés por la asociación del partimiento del pan con el primer día de la semana. Hay un vínculo precioso entre estas 2 cosas. ¿Acaso no fue el primer día de la semana cuando el Señor salió victorioso de la tumba? ¿No fue en ese día memorable cuando se apareció a sus discípulos y se manifestó a ellos? Y es en este día cuando le gusta mostrarse, en el poder de la resurrección y en su gloria, a los fieles. Es un día especial en la historia del cristianismo. En Troas, por ejemplo, se reunieron ese día para partir el pan antes del discurso del apóstol, que continuó hasta medianoche, a pesar de que su partida estaba prevista para el día siguiente.
4 - La Cena en Corinto
Pasemos ahora a la Epístola a los Corintios. Aquí encontramos instrucciones completas sobre el partimiento del pan. El capítulo 11 de la Primera Epístola las da en detalle, y exigen toda nuestra atención. Los corintios se reunían para comer y no daban a la Cena su verdadero significado. Nótese la repetición de la palabra Señor en este capítulo: la Cena del Señor; el Señor Jesús; la muerte del Señor; el cuerpo del Señor. La razón de esto es fácil de entender. ¿No parece que los corintios estaban olvidando que él era el Señor? La expresión «el Señor Jesús» nos recuerda su poder y autoridad que deben estar presentes cuando lo recordamos como aquel que fue crucificado. Jesús en el Calvario estaba en un lugar de aparente debilidad, «crucificado en debilidad» (2 Cor. 13:4) entre 2 malhechores; pero Dios lo resucitó de entre los muertos y lo hizo Señor y Cristo. Él es Señor de todo, Señor de cada uno de nosotros, él tiene el control absoluto y el mando sobre todas nuestras acciones. No hay un movimiento en nuestro ser que escape a la estricta autoridad de nuestro Señor. Somos responsables ante él de lo que hacemos, de lo que decimos, de lo que pensamos; y cuánto más cuando participamos de la Cena. Los corintios habían olvidado esto y habían convertido la Cena en su propia cena. Seguían sus propias convenciones y habían perdido de vista las del Señor. Cuando olvidamos la presencia del Señor, se pierde el verdadero valor de la Cena. Lo que impacta los sentidos y los complace atrae a muchas personas, y cuando eso falta, les resulta difícil concentrar sus corazones y sus mentes en el recuerdo del Señor y en la adoración. Sin embargo, este recuerdo debería captar la atención de las personas más descuidadas, y dirigirla enteramente a la Persona del Señor Jesucristo. Él recoge los pensamientos extraviados, calma las mentes ansiosas, habla a los corazones turbados y les dice: «Paz a vosotros» (Juan 20:19). El Señor mismo se nos presenta cuando nos reunimos para la Cena y para pensar en él. Recordarlo desarrolla en nuestro corazón y en nuestra mente su recuerdo y el sentimiento de su presencia.
No sé qué palabras utilizar para inculcar a todos mis lectores la importancia de la Cena del Señor y el privilegio de experimentar la presencia personal del Señor Jesucristo en tal ocasión. Ustedes saben y han experimentado que pueden encerrarse en su habitación y sentir la presencia íntima del Señor con ustedes; pero esta experiencia debe ser también verdadera colectivamente cuando nos reunimos en asamblea; y solo puede ser así si nuestros corazones y nuestras mentes están ocupados con las cosas del Señor Jesucristo y olvidados de nuestros propios asuntos y de lo que nos rodea. Hay, como bien sabemos, un esfuerzo continuo por parte del enemigo para desviar nuestros pensamientos de la Persona y obra del Señor Jesucristo. Él suscita en nuestras almas cosas que no son apropiadas para la Cena del Señor y la mesa del Señor: por eso necesitamos una vigilancia constante. Los corintios habían fracasado completamente en este aspecto; habían caído hasta el punto de profanar la Cena del Señor, reduciéndola al nivel de una comida ordinaria. El corazón del apóstol estaba horrorizado por esto, y les escribió urgentemente para que volvieran a comprender el verdadero carácter de la Cena del Señor.
5 - La Cena del Señor y el día del Señor
Estas palabras «la Cena del Señor» son bastante especiales en la Escritura, y el mismo término se aplica solo al día del Señor. El día del Señor y la Cena del Señor son, pues, 2 cosas santas a los ojos del Señor mismo. El día es santo. Este término está lleno de significado para el cristiano; es el día de la resurrección. Si Cristo no ha resucitado, seguimos en nuestros pecados; pero él ha resucitado. Todo pertenece al que ha resucitado, y el primer día de la semana es su día; el primer día de un nuevo orden de cosas, el comienzo de una nueva creación de Dios.
Pero también está la Cena del Señor. Esta sencilla comida es suya. Él está presente; es su fiesta; la preside; eso es lo que le da su carácter. Si se quita al Señor, ¿qué queda? En Corinto esta comida se había convertido en ocasión de glotonería para los ricos, de envidia y descontento para los pobres. En lugar de tener pensamientos santos, en lugar de adorar, orar y dar gracias, en lugar de postrarse a los pies del trono de gloria y gracia, los corintios estaban dominados por sentimientos terrenales. La Cena se había convertido para ellos en una ocupación profana. A través del apóstol, el Señor se lo recuerda a sus corazones en términos que nos son familiares.
Hay una instrucción muy importante en nuestro capítulo. El apóstol Pablo había recibido una revelación especial acerca de la Cena del Señor. Dice: «Porque yo recibí del Señor lo que también os enseñé» (1 Cor. 11:23). Ustedes saben que Pablo no fue uno de los que vio a Cristo en la carne, sino que lo vio en la gloria. El Señor no tenía comunicación directa con el apóstol de la incircuncisión; pero tenía en vista para él una obra especial e instrucciones especiales.
Habría podido darle a conocer este servicio de memoria por medio de los 12; pero el apóstol recibió instrucciones relativas a la Cena del mismo Señor, para que pudiera comunicarlas. ¿No nos parece que este hecho realza su importancia como institución cristiana? Hemos visto antes la hermosa y conmovedora imagen del Señor en el aposento alto distribuyendo el pan y el vino a sus discípulos. Les dio una significación que nunca antes habían tenido. También se nos ha recordado la solemnidad de las circunstancias que rodearon la institución de la Cena y lo que significaba para el Señor; nuestros corazones han sido llamados a ver, a la luz de estas cosas, su belleza y su valor. Ahora aprendemos algo más: ya no fue el Señor en la mesa, sino el Señor en el trono quien comunicó al apóstol los detalles relativos al partimiento del pan. El Señor en la gloria consideró necesario hablar directamente con Pablo y decirle lo que pensaba acerca de la Cena; ¿no es esto de la mayor importancia?
El apóstol dijo a los corintios: ¿Qué estáis haciendo? Os habéis desviado completamente del verdadero significado de la Cena del Señor. Sabed que recibí esta ordenanza del Señor; ella no viene de mí, ni la he recibido de Pedro, de Santiago o de Juan, sino directamente del Señor.
No piensen que la Cena del Señor puede tomarse a la ligera; es sagrada, y el Señor quiere que pongan en ella todo tu corazón. El apóstol hablaba naturalmente por el Espíritu Santo; decía: No solo les hablo como apóstol, les comunico lo que he recibido del Señor.
Recuerden siempre que esta Epístola no solo se dirige a los santos de Corinto, sino a «todos los que en todo lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (1 Cor. 1:2). Como gentiles, estamos dentro del ámbito de esta comunicación hecha al apóstol de los gentiles; la Cena del Señor, por tanto, nos viene del Señor mismo a través del apóstol Pablo.
6 - La noche de la traición
«El Señor Jesús, la noche que fue entregado». ¿Han meditado ustedes esta expresión en la mesa del Señor? ¿Por qué se introducen estas palabras en este pasaje? Creo que la traición se menciona aquí para recordar a los santos que la Cena debe observarse en la tierra, no en el cielo. La traición era fruto del pecado. En el cielo no habrá nada que esté relacionado con el pecado; nada que ver con el yo; por lo tanto, nada será necesario para traer de vuelta nuestros corazones errantes.
«La noche que fue entregado, tomó pan». Los corintios estaban expuestos al peligro de hacer, no en el mismo grado, lo que hizo Judas, traicionando a su Maestro. No debemos odiar a Judas olvidándonos de nosotros mismos. El Señor no le habló con dureza. Su abominable acción se relata en la Sagrada Escritura como una advertencia para nosotros, no para que nuestros ojos se fijen en Judas, sino en el Señor. Piensen en su tristeza cuando dijo: «Uno de vosotros me entregará». Amaba a Judas y Judas lo traicionó. Recordemos lo que hizo por cada uno de nosotros. ¿Es posible que yo pueda indignarme con el memorial de su muerte, olvidándolo? ¿Que pueda apartar los ojos de él y tener malos pensamientos en la Cena?
Amados, bendito sea Cristo, a quien adoramos y servimos, que en la noche en que fue traicionado pensó en despertar los corazones débiles y olvidadizos de los suyos, para que no se apartaran de él y mantuvieran el recuerdo de la cruz y de sus sufrimientos. Con esta intención instituyó este memorial del pan y del vino, después de la Pascua, «después de cenar» (v. 15). Judas no estaba presente; había salido inmediatamente después de la cena. ¿Se imagina al Señor pidiéndole a Judas que hiciera “esto en memoria de él”? Por supuesto que no. Está hablando a corazones rectos; quiere nuestra comunión con sus sufrimientos. El Señor dijo a Pedro en el huerto de Getsemaní: «No habéis podido velar conmigo una sola hora» (Mat. 26:40). ¿Estaríamos cansados? Recordemos estas palabras: «No habéis podido velar conmigo una sola hora».
7 - «Esto es mi cuerpo»
El Señor Jesús, la noche en que fue entregado, tomó pan y, después de dar gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que es por vosotros. Haced esto en memoria de mí» (1 Cor. 11:24). Estas palabras son preciosas: «Esto es mi cuerpo». Soy muy consciente de que este versículo ha sido distorsionado y abusado para llevar a hombres y mujeres a prácticas idolátricas. No implica que el pan se convierta en el cuerpo de Cristo. El pan sigue siendo pan. Entonces, ¿qué quería decir el Señor con estas palabras? Hablaba de sí mismo en toda su absoluta perfección: «Esto es mi cuerpo» ofrecido en sacrificio a Dios por vosotros, totalmente, completamente y sin reservas. Piensen en él, el amado Señor, el Cristo, el Santo, lo que él fue en la tierra en los días de su carne, perfectamente hombre y perfectamente Dios; caminando en este mundo en absoluta perfección: Él vino a la cruz, se colocó en el altar y fue ofrecido enteramente como sacrificio. No retuvo nada, fue el holocausto completo, agradable y de buen olor a Jehová para siempre.
Nuestra tendencia natural es reservarnos algo aparte del Maestro. Es un gran día cuando, por la gracia de Dios, un hombre llega al punto en que es capaz de entregarse con toda su alma al Señor, como se nos invita a hacer en el capítulo 12 de Romanos, poniendo nuestro espíritu, alma y cuerpo al servicio y alabanza del Señor. Se habla de la consagración como de un gran acontecimiento, y así es; pero, de hecho, hemos sido consagrados desde el principio de nuestra historia espiritual. Pertenecemos al Señor por compra y santificación, enteramente, todo nuestro ser; pero a menudo estamos dispuestos a reservarnos algo de nosotros mismos y a hacer lo que nos plazca; por ejemplo, dar al Señor solo un día a la semana y utilizar los otros 6 para nuestros propios placeres y negocios.
Qué maravillosa palabra pronunció el Señor: «Esto es mi cuerpo», y este cuerpo es para vosotros. Dios había preparado este cuerpo para él. Era algo santo, nacido en este mundo, nunca tocado por el pecado; el Señor lo guardó de principio a fin en este mundo, puro y sin mancha; luego, cuando llega al final de su ministerio, dice: «Esto es mi cuerpo»; lo he guardado para que sea sacrificado por vosotros. Yo daré mi vida. «Nadie me la quita, sino que la pongo de mí mismo» (Juan 10:18). Si tal abnegación no habla al corazón del hombre, ¿qué puede hacerlo? Si este sacrificio perfecto no produce alabanza y adoración, ¿qué lo hará? Pero es en la tierra donde comenzamos a aprenderlo, y es particularmente en la mesa del Señor donde él nos dice lo que hizo por nosotros en la cruz. La Cena del Señor es siempre refrescante, hermosa y feliz para quienes se dan cuenta de las palabras que el Señor les dirige: «Esto es mi cuerpo, que es por vosotros».
8 - La copa del pacto
«Tomó también la copa, después de cenar, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre» (1 Cor. 11:25). Estas palabras nos dicen la importante verdad de que él mismo se ofreció e hizo expiación por nuestros pecados. Esta nueva alianza se refiere especialmente a la prometida por Jeremías, que Dios hará con su pueblo arrepentido cuando sus pecados sean quitados y el Señor escriba sus leyes en sus corazones.
«Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre». Cuando llegamos a estas palabras, aprendemos cuál es el terreno sobre el que podemos estar en la mesa del Señor. Él está en medio de nosotros; gozamos de su presencia; nos habla de sus sufrimientos, de cosas que le conciernen y de cosas ocultas al mundo. ¿Por qué podemos encontrarnos sin temor en su santa presencia? ¿Cómo es que no estemos llenos de vergüenza cuando pensamos en nuestros pecados? El Señor mismo nos dice que su sangre fue derramada para la remisión de nuestros pecados, para que sean quitados y podamos estar con él, lavados por su sangre, con la multitud de los redimidos que cantarán su alabanza por la eternidad. Las realidades más profundas del fundamento de nuestras vidas espirituales están puestas ante nosotros en esta maravillosa Cena.
9 - En memoria de mí
«Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto, siempre que la bebáis, en memoria de mí» (1 Cor. 11:25). Al repetir «en memoria de mí», hay de nuevo una especie de reprimenda a los corintios. Se habían olvidado. El pan y el vino de los cuales participaban estaban allí, pero no se acordaban de él. El Señor no estaba ante ellos; estaban pensando en su propia cena; no era la Cena del Señor.
Queridos amigos, puede que piensen que no es necesario que repita esta advertencia; pero si piensan honestamente en su propia experiencia, tendrán que reconocer que es necesaria. Necesitamos que se nos recuerde nuestra debilidad. No olvidemos que hay alguien que nos insta a ignorar este peligro: es el que estaba en la cena pascual, Satanás, que se introdujo en el corazón de Judas; busca, si es posible, desviar nuestros pensamientos del verdadero objeto de nuestra reunión, es decir, el recuerdo de la muerte del Señor. Esta fue la derrota y será la destrucción final de Satanás. Fue en el Calvario donde hizo un esfuerzo supremo contra Aquel que había venido a destruir sus obras. Ha fracasado, ahora trata de arrastrar los corazones de los fieles lejos del Señor Jesús, especialmente cuando participan en la Cena. Velemos cómo nos exhorta el Señor.
10 - El que come el pan o bebe la copa del Señor indignamente…
Esto nos lleva a la última parte de nuestro pasaje. Al comer el pan y beber la copa, anunciamos la muerte del Señor «hasta que él venga» (v. 26). Desde el momento en que fue entregado hasta el momento de su regreso, la observancia de la Cena debe ser mantenida.
A continuación, el apóstol dirige un reproche especial a los corintios que tan mal se comportaban en la Cena. «Cualquiera que coma del pan del Señor o beba de la copa del Señor indignamente, será culpable del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, que cada uno se examine a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa» (v. 27-28). Recordemos que, al escribir estas palabras, el apóstol estaba haciendo una alusión directa a la forma en que los corintios habían tomado la Cena. Digo esto porque es un error común suponer que el apóstol está hablando de la dignidad de las personas. Si de ello dependiera la participación en la Cena, ¿dónde encontraríamos personas dignas? Nadie sería digno, ni siquiera uno. El hecho mismo de que el Señor, a través de este memorial, dirija nuestra atención a su cuerpo y a su sangre, nos muestra que no somos dignos en este sentido, sino que nos ha sacado de nuestra condición ruinosa y nos ha lavado con su preciosa sangre. Así nos ha capacitado para ser un reino de sacerdotes para su Dios y Padre (Apoc. 5:10). Así es como nos dio la paz de la conciencia y el derecho a participar de la Cena. Este derecho es el resultado de lo que él ha hecho; su obra nos lo ha dado, no nuestra capacidad personal.
¿Qué hacían los corintios? Actuaban con descuido culpable. ¿Qué hacían? Ignoraban el significado del pan y del vino; olvidaban las solemnes realidades expresadas por estos emblemas, y participaban de ellos como de una comida ordinaria; perdiendo así el significado de la Cena.
Examínese usted a este respecto y, el día que vaya a la Cena del Señor, pregúntese: “¿Por qué estoy aquí?”. ¿Es por costumbre? Una razón pobre e inadecuada. La verdadera razón es que el Señor nos ha invitado, que está presente y que, en el pan y en el vino, nos muestra por el Espíritu su cuerpo entregado por nosotros y su sangre derramada por nosotros. Si tenemos esta verdad en nuestros corazones, discerniremos el cuerpo del Señor, lo contemplaremos por fe y pensaremos en su muerte, que realizó en Jerusalén.
11 - La preparación espiritual para la Cena del Señor
Que estas palabras del apóstol no mantengan a nadie lejos de la Cena del Señor; es una oportunidad para cumplir su deseo. Pero nos exhorta a pensar seriamente en lo que debe ser para nosotros.
«Que cada uno se examine a sí mismo». Que nuestra mente, antes de participar de la Cena, esté ocupada. La verdadera preparación para la Cena del Señor, es tener en nuestra mente algunos de los muchos pasajes del Libro Sagrado inspirados por el Espíritu Santo, para que produzca pensamientos santos y rectos sobre el sacrificio y la muerte del Señor Jesucristo. Llenemos nuestros corazones con las palabras del Espíritu Santo relativas a ello; no los dejemos que se ocupen de nuestros propios asuntos. La persona que aprecia más rectamente la muerte de Cristo, es la que más sometida está a la Palabra de Dios y no se permitirá expresarse sobre esa muerte en otros términos que no sean los de la Escritura.
A lo largo de la Escritura, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, encontramos pasajes que se refieren al gran tema de la muerte del Señor Jesucristo presentados de diferentes maneras; el estudio en oración de estos pasajes prepara nuestros corazones y los mantiene en sintonía con la verdad de Dios sobre su amado Hijo cuando estamos reunidos.
12 - Un pan, una copa
Hemos mencionado algunos versículos del capítulo 10 de 1 Corintios que se refieren al pan y al vino como símbolos de unidad. El pan no es solo figura del cuerpo de Cristo entregado por nosotros, sino también de su Cuerpo espiritual formado por el Espíritu Santo en el mundo. Todos los creyentes son bautizados por Él en un solo Cuerpo (1 Cor. 12:13). Esta verdad está puesta ante nosotros en el pan único. Nosotros, que somos muchos, somos un solo Cuerpo en Cristo. Este aspecto de la verdad está mencionado en este capítulo y no puede pasarse por alto en silencio porque, al participar del único y mismo pan y del vino, formamos parte de un conjunto, un Cuerpo en el que están unidos todos los creyentes de todas partes; y es en este espíritu en el que se reúnen.
El único pan habla de la unidad invisible del Cuerpo místico de Cristo, y es importante recordar que en estos emblemas no hay ningún pensamiento de división. Hay una copa y un pan que muestran la unidad inalterable que permanece verdadera a pesar de la desunión que existe en la Iglesia profesa.
No olvidemos el propósito principal de los pasajes de la Escritura que acabamos de meditar en relación con la Cena. El Espíritu está presente para escudriñar nuestros corazones cuando están reunidos en santa unidad, en adoración espiritual, en gozo y poder, para recordar la muerte y los sufrimientos de nuestro amado Señor y Maestro. Necesitamos que este tema sea constantemente presentado y representado a nuestras mentes para que llene nuestras almas de devoción y alabanza.
A veces podemos oír observaciones hechas por creyentes que piensan que, en vez de reunirse solo para la Cena, sería más provechoso que hubiera también exhortaciones útiles; pero, ¿qué puede ser mejor que oír en nuestros corazones los murmullos del amor del Señor? Una voz humana está lejos de ser esencial; puede borrar la voz divina de nuestro Maestro.