Índice general
Pensamientos sobre la última cena
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1 - ¿Por qué, cuándo, dónde y cómo participar en la cena del Señor?
Después de la cena de pascual, la noche en que Jesús fue traicionado: «Tomó un pan y tras dar gracias, lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado. Haced esto en memoria de mí. Tomó también la copa, después de cenar, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros es derramada» (Lucas 22:19-20).
Jesús estaba a punto de ir a la cruz y ascender a su Padre, dejando a sus amados discípulos en el mundo. Iba a preparar un lugar para ellos, y luego volvería para tomarlos consigo, para que estuvieran con él en la Casa del Padre. Y sabiendo lo olvidadizo que es el corazón, y lo fría que es la influencia de este mundo, les dejó, antes de su partida, esta sencilla y afectuosa recomendación: «Haced esto en memoria de mí».
Él mismo habiéndose ofrecido, la verdadera Pascua, en la cruz, y habiendo sido puesto en la tumba, fue resucitado por la gloria del Padre, y ha ocupado su lugar a la derecha de Dios (Rom. 6:4). Desde la gloria, sigue hablando a los corazones de sus redimidos a través de su siervo Pablo (véase 1 Cor. 11:23). Ahora bien, los escritos de los apóstoles son palabras enseñadas por el Espíritu Santo (1 Cor. 2:13).
Hace 20 siglos que el Señor está esperando, mostrando gracia y misericordia a los pecadores; y es por esta gracia, querido lector cristiano, que usted y yo hemos sido salvados. ¿Qué respuesta daremos, pues, a quien es nuestro Salvador y nuestro todo? No es algo difícil lo que nos pide, sino solo que nos acordemos de él, que nos amó y se entregó por nosotros (Efe. 5:25). Él ha hecho la paz a través de su preciosa sangre, y ahora apela a nuestros corazones. ¿Podría alguno de sus amados negarle esta alegría no respondiendo a su deseo?
Es de suma importancia, para todo cristiano, conocer el pensamiento del Señor en lo que respecta a esta bendita institución; porque la cristiandad en general se ha alejado mucho de la simplicidad de las Escrituras, despojando a la cena del Señor de su verdadero significado, de modo que muchos se encuentran en la mayor confusión a este respecto. Algunos con la misa, otros con los sacramentos, han distorsionado su verdadero carácter y lugar en la Iglesia. Los primeros consideran la cena del Señor como un nuevo sacrificio, negando así el sacrificio de Cristo, hecho una vez por todas; los segundos suelen hacer de la cena del Señor un medio para obtener la salvación. Y también ocurre que se admiten inconversos en ella. Sin embargo, vemos claramente, por la Palabra de Dios, que la participación en la cena del Señor es el privilegio de los verdaderos cristianos. Y los verdaderos cristianos son los que creen en Jesús, que tienen vida eterna y el Espíritu Santo (Juan 6:47; 1 Cor. 6:19). La cena del Señor nunca debe tomarse como un medio para obtener la bendición, sino como un alimento de culto y de acción de gracias en memoria de Aquel que ya nos ha bendecido. Una fe verdadera, una doctrina pura y una conducta piadosa, dan derecho a los miembros del Cuerpo de Cristo a un lugar en la mesa del Señor. Este es el privilegio de todos los hijos de Dios que caminan según las Escrituras.
Hay cuatro puntos que deseamos exponer ahora al lector: ¿Por qué, cuándo, dónde y cómo, debemos tomar la cena del Señor? Primero responderemos a estas cuatro preguntas, con citas de la Palabra, y luego trataremos de explicarlas.
2 - Las citas de la Palabra
2.1 - ¿Por qué?
«Haced esto en memoria de mí» (Lucas 22:19).
«Porque siempre que comáis de este pan y bebáis de esta copa, la muerte del Señor proclamáis hasta que él venga» (1 Cor. 11:26).
2.2 - ¿Cuándo?
«El primer día de la semana, como estábamos reunidos para partir el pan…» (Hec. 20:7).
«Porque siempre que comáis de este pan y bebáis de esta copa, la muerte del Señor proclamáis hasta que él venga» (1 Cor. 11:26).
«Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones» (Hec. 2:42).
2.3 - ¿Dónde?
«Donde dos o tres se hallan reunidos a mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mat. 18:20).
«Si, pues, toda la iglesia se reúne en un mismo lugar» (1 Cor. 14:23).
«Estábamos reunidos para partir el pan… Había muchas lámparas en el aposento alto donde estábamos reunidos» (Hec. 20:7:8).
2.4 - ¿Cómo?
«Porque yo recibí del Señor lo que también os enseñé: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que es por vosotros. Haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de cenar, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto, siempre que la bebáis, en memoria de mí. Porque siempre que comáis de este pan y bebáis de esta copa, la muerte del Señor proclamáis hasta que él venga» (1 Cor. 11:23-26).
«Como a sensatos os hablo; juzgad lo que digo. La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque nosotros, siendo muchos, somos un solo pan, un solo cuerpo; porque todos participamos de un solo pan» (1 Cor. 10:15-17).
Ahora queremos llamar su atención, querido amigo cristiano, sobre los pasajes que acabamos de citar. Que el Señor le conceda responder a su deseo con feliz sumisión, haciendo lo que le es agradable.
3 - ¿Por qué debemos participar en la cena del Señor?
Es en memoria de Jesús. La fracción del pan nos habla de su cuerpo entregado por nosotros en la cruz; la copa nos habla de su sangre derramada por nosotros. Al participar en el memorial de su amor, anunciamos la muerte del Señor. En presencia de Dios y de los santos ángeles; rodeados por los poderes invisibles de las tinieblas y de maldades –Satanás y sus ángeles–; en medio de un mundo culpable y de pecadores perdidos, anunciamos el hecho maravilloso de que el Señor de gloria, Jesús, el Cristo de Dios, sufrió y murió en la cruz del Calvario. Proclamamos el acontecimiento más maravilloso que ha sucedido en el universo, cómo el Creador todopoderoso, como hombre (sin pecado), soportó la vergüenza y el juicio para que Dios fuera glorificado, el poder de Satanás anulado, y la cuestión del pecado resuelta de una vez por todas.
Pero Dios lo resucitó de entre los muertos y le dio gloria, mostrando así el valor que esta ofrenda perfecta tiene a sus ojos. El que obtuvo tan resonante victoria está ahora a la derecha de la Majestad en el cielo, esperando el glorioso momento, conocido solo por Dios, en que descenderá en el aire para llamar a sus amados y llevarlos a la Casa del Padre (1 Tes. 4:15-18). Por eso, los cristianos están llamados a responder a su deseo, tomando la cena en recuerdo suyo, anunciando así su muerte hasta que venga.
«Si alguno me ama, guardará mi palabra…» (Juan 14:23).
«El que no me ama, no guarda mis palabras» (Juan 14:24).
4 - ¿Cuándo debemos participar en la cena del Señor?
El Señor no ha dado ningún mandamiento positivo para esto; pero en su Palabra ha indicado perfectamente cuál es su pensamiento a este respecto, y el creyente espiritual, cuya conciencia está ejercitada, no dejará de discernirlo. Y su respuesta será sin duda: “Deseo recordarlo a menudo”.
Veamos qué encontramos en la Palabra a este respecto. En Hechos, capítulo 2:42, leemos que 3.000 almas, que habían sido añadidas: «Perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan [1] y en las oraciones». Este pasaje muestra claramente cómo entendían los discípulos las palabras de su Señor; para ellos la fracción del pan no era un acto ocasional, sino que se repetía con frecuencia.
[1] Partir el pan es el término comúnmente utilizado, para una comida ordinaria, y lo tenemos a veces con este significado (véase Lucas 24:30-35; Hec. 20:11; 27:35-36); pero se utiliza en otras ocasiones para la cena del Señor.
En Hechos 20:7, se dice: «El primer día de la semana, como estábamos reunidos para partir el pan… Pablo… les predicaba».
El primer día de la semana, o el Día del Señor, es el día después del sábado (Mat. 28:1). Nuestro Señor salió de la tumba en este día. Este pasaje nos dice que era costumbre de los primeros discípulos reunirse en este día para partir el pan en memoria del Señor. Este era el objetivo de su reunión. Pablo, como podemos ver en el versículo citado anteriormente, estaba allí para partir el pan, y les dio un discurso. Los cristianos estaban reunidos para escuchar a Pablo predicar, sino para recordar la muerte de su Señor.
Al leer esto, alguien puede pensar que no hay nada en este pasaje que muestre que los cristianos deben reunirse cada primer día de la semana. Pero, querido lector, permítame recordarle que, cuando nos reunimos el primer día de la semana, es para anunciar la muerte del Señor hasta que venga, y que quizá sea por última vez. La venida de Cristo está presenta así en la Palabra para que los redimidos sean mantenidos a la espera de su venida (Lucas 12:35-36; 1 Tes. 1:9-10). Y, mientras estamos en este mundo, si abrimos nuestra Biblia en Hechos 20:7, encontraremos que dice: «El primer día de la semana, como estábamos reunidos para partir el pan».
También encontramos en Juan 20:19-26: «Aquel día, el primero de la semana… Ocho días después… Vino Jesús, estando cerradas las puertas, y se puso en medio de ellos, y dijo: Paz a vosotros, etc.».
Y de nuevo, en 1 Corintios 11:25-26, leemos: «Haced esto, siempre que la bebáis, en memoria de mí. Porque siempre que comáis de este pan y bebáis de esta copa, la muerte del Señor proclamáis hasta que él venga».
En muchos lugares se ha perdido de vista la importancia de la cena del Señor, siendo considerada como algo secundario. La exposición de la Palabra tiene preeminencia y, sin embargo, el bendito recuerdo del Señor queda relegado a un segundo plano, como algo que viene después del servicio una vez al mes, o incluso con menos frecuencia. Que Dios, en su gracia, conduzca a cada cristiano que lea estas líneas a escudriñar la Palabra de Dios, y a seguir sus enseñanzas en lugar de las tradiciones de los hombres.
Vemos, pues, por los pasajes ya citados, que el deseo del Señor es que sus redimidos partan el pan al menos cada primer día de la semana, y tan a menudo como surja la ocasión, y que perseveren en ello.
5 - ¿Dónde debemos participar en la cena del Señor?
Leemos en Mateo 18:20: «Porque donde dos o tres se hallan reunidos a mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos». Que mi lector sopese estas palabras; contienen un significado más profundo de lo que generalmente se supone.
Cristo ha dejado este mundo, y durante su ausencia desea tener a los suyos reunidos en su nombre. Observad las palabras: «A mi nombre». Solo allí el Señor ha prometido su bendita presencia. ¿Dónde? “Dondequiera que dos o tres” (o dos o trescientos, según el caso) “se reúnan a mi nombre”. Esto excluye toda asociación humana, y toda independencia. Cristo no ha prometido estar en medio de esas cosas. Los hombres han hecho sectas, partidos, sistemas y muchas organizaciones; es realmente Babel de un extremo a otro de la cristiandad. Pero como alguien ha dicho: “Que caigan los nombres, las sectas y los partidos y que Jesucristo lo sea todo”.
En medio de toda la confusión, nuestro recurso está en Dios y en la Palabra de su gracia; y la promesa es verdadera hoy como lo fue el día en que Jesús la hizo. Su presencia está entre los dos o tres reunidos en su nombre. En su nombre, y en ningún otro, el nombre del Santo de Dios. Estar reunidos como miembros de una iglesia establecida, o sociedad religiosa, por muy buena que sea la intención, no es lo mismo que estar reunidos ¡en el nombre de Cristo! Pero quizás se responda: “Sin embargo, tenemos la presencia del Señor con nosotros”. Como individuos, lo concedo. Esto es cierto en el caso de todo cristiano, y puede ser que se dé cuenta de esto cuando escuche la predicación de la Palabra de Dios, y el cántico de sus alabanzas, etc. Pero la presencia de Cristo, en medio de los dos o tres reunidos en su nombre, es muy distinta de eso. Y a menos que esté entre esos dos o tres, nunca conocerá la realidad de esta preciosa verdad. No hay nada parecido en ningún otro lugar para el pueblo de Dios en la tierra. ¿Se ha reunido así en su nombre?
Permítame añadir que el primer acto, cuando estamos reunidos en el nombre del Señor, debe ser recordarlo en su muerte. Los dos o tres, o 20, o 30, o 200 o 300 reunidos en su nombre se encuentran así en el terreno de la Asamblea de Dios, y Cristo está allí. Lo mismo ocurre con todas las reuniones de cristianos reunidos de esta manera sobre la faz de la tierra. Aunque hay miles de reuniones, cada una con una responsabilidad local como representando el conjunto, sin embargo, son todas estas reuniones juntas las que forman la Iglesia de Dios en la tierra. Todos los cristianos forman la Iglesia de Dios; pero solo los que se reúnen en el nombre de Cristo están en el verdadero terreno de la Iglesia de Dios.
Cristo murió para reunir en uno a los hijos de Dios dispersos (Juan 11:49-52). «El que no está conmigo, contra mí está; y el que conmigo no recoge, dispersa» (Mat. 12:30). «El lobo arrebata y dispersa a las ovejas» (Juan 10:12).
A pesar de la caída, la voluntad propia del hombre y la confusión general de la cristiandad, la inmutable Palabra de Dios dice aún: «Hay un solo cuerpo y un solo Espíritu» (Efe. 4:4); y la responsabilidad del cristiano para guardar la unidad del Espíritu en el vínculo de la paz no cesará mientras esté en la tierra (Efe. 4:3). Todos los cristianos son uno con Cristo, y están unidos entre sí; forman un solo Cuerpo (Col. 3:15); pertenecer a una secta es ser sectario; ser caritativo, y muy amplio (como se dice), e ir a cualquier lugar donde haya cristianos, es ser aún sectario [2]. Reunirse en el nombre del Señor, reconociendo prácticamente que hay un solo Cuerpo y un solo Espíritu, perseverando en la doctrina y en la comunión de los apóstoles, en la fracción del pan y en las oraciones, es ser no sectario. Estimado lector, ¿cuál es su caso?
[2] Nota bíblica: – porque es aprobar y favorecer las sectas.
6 - ¿Cómo debemos participar en la cena del Señor?
Que la palabra de Dios responda: «Porque yo recibí del Señor lo que también os enseñé: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y después de dar gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que es por vosotros. Haced esto en memoria de mí». Asimismo, después de la cena, tomó la copa, diciendo: «Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto, siempre que la bebáis, en memoria de mí. Porque siempre que comáis de este pan y bebáis de esta copa, la muerte del Señor proclamáis hasta que él venga» (1 Cor. 11:23-26).
Si usted considera este pasaje con atención, verá que no se menciona (como en todas partes en el Nuevo Testamento) que un hombre designado, ya sea papa, cardenal, arzobispo, obispo, párroco o pastor, presida la mesa del Señor.
Esta es la mesa del Señor y la cena del Señor.
El Señor mismo estaba a la cabeza de la mesa cuando instituyó la cena, y es esencialmente su mesa todavía. Un hombre que preside allí, bajo cualquier forma, cualesquiera que sean sus intenciones, desconoce los derechos de Cristo. El Señor encarga a sus discípulos que pongan su mesa, y los invita como sus invitados de honor a participar en ella en recuerdo suyo. Se reúne con ellos allí. Estando los suyos sentados alrededor de la mesa, disfrutando de su comunión, el Espíritu Santo, que mora en la Asamblea de Dios, produce en sus corazones alabanza y acción de gracias, esa adoración que es aceptable a Dios (Juan 4:23; Hebr. 10:19-22; 13:15; 1 Pe. 2:5). Él se basta a sí mismo, y conduce a quien quiere a dar gracias, y a partir el pan del que todos participan, pasándoselo unos a otros, e igualmente la copa. Si dependemos del Señor, el Espíritu Santo dirigirá todo para la gloria de Dios. «Porque Dios no es Dios de desorden, sino de paz. Como en todas las iglesias de los santos» (1 Cor. 12:7-11; 14:23-40).
Además, el apóstol dice: «Como a sensatos os hablo; juzgad lo que digo. La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Porque nosotros, siendo muchos, somos un solo pan, un solo cuerpo; porque todos participamos de un solo pan» (1 Cor. 10:15-17).
El apóstol se dirige a los cristianos como personas inteligentes, instándoles a juzgar lo que estaba diciendo; y los versículos anteriores dejan claro cómo hemos de participar en la mesa del Señor. Se usa constantemente el plural, mostrando que no se trata de que un solo hombre tenga el cargo de presidente: es la copa que bendecimos, el pan que partimos; porque nosotros, que somos muchos, somos un solo pan, un solo cuerpo. El pensamiento de Dios es que el pan y el vino de la cena pasen de uno a otro, mostrando así un interés común en la muerte de Cristo.
Es importante notar también que el apóstol, escribiendo a los corintios, dice: «La copa… que bendecimos… el pan que partimos», no “que bendecís, que partís”, como si la asamblea en Corinto hubiera sido independiente. Y continúa diciendo: «Porque nosotros, siendo muchos, somos un solo pan, un solo cuerpo», lo que muestra claramente la unidad de todos los santos en todas partes. Cristo es la cabeza del Cuerpo, la Iglesia (Col. 1:18). «Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo, etc.» (1 Cor. 12:12-13).
El Señor, en los días de Pablo, tenía una sola mesa, y todos los santos de todas partes eran uno; y los que eran fieles se acordaban del Señor en esa mesa. Desde entonces, el hombre ha levantado muchas mesas; pero la caída y la propia voluntad del hombre no han alterado en absoluto la Palabra de Dios; y cada cristiano es responsable, en medio de la ruina actual, de ver dónde se encuentra la mesa del Señor para recordar su muerte.
Pero no olvidemos, al disfrutar de este precioso privilegio, juzgarnos a nosotros mismos. Participar en el memorial del amor de Cristo sin esto, es comer indignamente, sin distinguir el cuerpo, y ser culpable del cuerpo y de la sangre del Señor (1 Cor. 11:27-29). Semejante indiferencia nos acarrearía seguramente el juicio gubernamental de Dios, como en el caso de los corintios; porque no quiere condenarnos con el mundo (1 Cor. 11:30-32). «Por tanto, que cada uno se examine a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa» (1 Cor. 11:28).
Podríamos dar muchos más detalles en relación con esta importante verdad, pero lo anterior será suficiente para el propósito que nos ocupa. –Querido lector cristiano, que el Señor le conceda meditar sobre este tema, y, como los bereanos de antaño, escudriñar las Escrituras para ver si las cosas son así; y estando persuadido del pensamiento del Señor a este respecto, responder a toda costa para Su gloria.
«Si tu ojo es simple, todo tu cuerpo estará lleno de luz» (Mat. 6:22).