El tesoro escondido y la perla de gran valor

Mateo 13


person Autor: William John HOCKING 35

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La serie de parábolas de Mateo 13 consta de 7 parábolas. Nótese que Marcos registra otra parábola que Mateo omite (la del crecimiento secreto de la semilla, Marcos 4:26-29), aparentemente dicha en la misma ocasión, y da solo 2 de las 7 parábolas de Mateo 13; pero añade: «Con muchas parábolas semejantes les explicaba la palabra, conforme a lo que podían comprender» (4:33). Esta consideración justifica, si fuera necesario, el pensamiento de que las 7 parábolas de Mateo 13 fueron escogidas y dispuestas por el Espíritu Santo con un fin específico.

Sin multiplicar los ejemplos de la prevalencia del número “7” en las Escrituras, puede ser útil tomar el ejemplo de una serie bien conocida en el Antiguo Testamento y otra en el Nuevo.

La Ley ordenaba a los israelitas observar 7 fiestas en los 7 primeros meses del año santo (Lev. 23). Estas fiestas tipificaban sucesivos acontecimientos de la historia nacional. La fiesta de la Pascua tipifica el sacrificio de Cristo, como aclara 1 Corintios 5, y era seguida inmediatamente por la fiesta de los Panes sin Levadura, que tipifica el estado de santidad resultante de la sangre del Cordero de Dios derramada en la cruz (hoy esto es verdad para la fe, y será universal en un día futuro). La gavilla de las primicias evoca sin duda la resurrección de Cristo al tercer día; y la fiesta de los Panes en ofrenda mecida, cocidos con levadura, prefigura el día de Pentecostés, cuando el Espíritu Santo fue derramado desde lo alto y se formó la Iglesia. Esta cuarta fiesta tuvo lugar en el tercer mes, y la quinta no llegó hasta el séptimo mes. Después de este gran intervalo, la fiesta de las Trompetas tenía lugar en la luna nueva; tipificaba la convocatoria que Dios haría a su antiguo pueblo. Esta fiesta era seguida rápidamente por el día de las propiciaciones, cuando afligían sus almas. Esto se cumplirá cuando el Israel restaurado acepte los resultados de la muerte de Cristo. Entonces seguirá el gozo milenario del cual la última fiesta de los Tabernáculos es el tipo.

Este breve esbozo basta para mostrar que la serie de las 7 fiestas a Jehová tenía por objeto presentar un ciclo completo de acontecimientos en la historia del pueblo de Dios, parte del cual, aún hoy, espera su cumplimiento.

Las cartas dirigidas a las 7 Iglesias de Asia (Apoc. 2 y 3) son similares. Presentan fases sucesivas en la historia de la Iglesia profesa, desde la pérdida del primer amor en Éfeso hasta la profesión sin vida en Laodicea, pasando por la indiferencia y el abandono de la verdad. Estas Epístolas cubren el período desde el tiempo de los apóstoles hasta el arrebato de la verdadera Iglesia y la destrucción de la falsa iglesia.

1 - Las 7 parábolas de Mateo 13 son fases sucesivas del reino

Estos ejemplos nos llevan a comprender que las 7 parábolas de Mateo 13 son un tipo de las fases sucesivas del reino, desde su principio hasta su fin. Pero siendo así, debemos recordar que el Señor describe el reino en la forma particular que toma durante su ausencia, tras su rechazo como Rey. Y este hecho queda claro en los primeros capítulos de este Evangelio. Se muestra cuidadosamente que Jesús de Nazaret era realmente el Mesías de Israel, que cumplía perfectamente lo que Dios había predicho por boca de sus santos profetas. Se muestra con la misma claridad que, aunque era el Salvador que había de venir, e hizo milagros para demostrarlo, la nación se negó a reconocer a su Rey, de modo que el reino no pudo manifestarse entonces con la gloria de que habían hablado los profetas. Los fariseos lo rechazaron implacablemente, atribuyendo su poder milagroso a los demonios (Mat. 9:34; 12:24). Ninguna forma de pecado o blasfemia podía ser más grave. Afectaba no solo al Hijo del hombre, sino también al Espíritu Santo que lo animaba en todo momento. Dios no podía pasarlo por alto (12:31). Por eso, a partir del capítulo siguiente, el Señor comienza a enseñar, mediante parábolas, la nueva forma que adoptaría el reino a causa de la irremediable oposición de los judíos.

2 - Las 7 parábolas de Mateo 13 se dividen en 2 grupos

Las parábolas de Mateo 13 se dividen en 2 grupos: las 4 primeras se cuentan a las multitudes, y las 3 siguientes, en privado, a los discípulos en sus casas. Las primeras describen los aspectos humanos del reino; las otras muestran las características divinas que solo la fe puede discernir.

En la parábola introductoria del sembrador y los diferentes campos, el Señor muestra que todo depende de cómo se reciba la palabra del reino. Los hijos del reino no serán los descendientes naturales de Abraham, sino los que oigan la palabra y la entiendan (v. 23). En las otras 3 parábolas de este grupo (el trigo y la cizaña, el grano de mostaza que se convierte en un árbol alto y la levadura en la harina), el Maestro expone el extraño hecho de que el mal, lejos de ser extirpado del reino por el ejercicio de una justicia inflexible, surgirá junto al bien y acabará impregnando el reino hasta darle su carácter.

El cumplimiento de esta profecía puede verse, desde la partida del Señor, en la historia inspirada de los tiempos apostólicos y en el estado actual de las cosas. No existe un grupo cristiano absolutamente puro. Los hombres malvados y las falsas doctrinas se introducen inadvertidamente, de modo que los siervos del Señor son incapaces de distinguir el trigo de la paja, y ambos crecen juntos hasta la siega. La Asamblea de Dios, desposeída de su primer estado, se ha convertido en un poder mundano preeminente en la tierra, ofreciendo refugio a los emisarios del mal que, al principio, eran sus enemigos jurados. Este estado tan bajo de la cristiandad no es simplemente el resultado de una alianza impía con el poder mundano; el mal ha surgido de dentro y ha fermentado toda la masa. Por eso el apóstol previno a los ancianos de Éfeso contra los temibles lobos que entrarían y no perdonarían al rebaño, y contra los hombres que se levantarían en medio de ellos predicando doctrinas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos (Hec. 20:29-30). Las causas de la decadencia son tanto internas como externas.

Esta sería, pues, la apariencia externa del reino en la tierra, después de la partida del Señor hasta su regreso, cuando sus ángeles recogerán de su reino «a todos los que causan tropiezo, y a los que hacen iniquidad» (Mat. 13:41). Esto contrasta con las profecías del Antiguo Testamento, que describen un estado de justicia y prosperidad cuando el Señor Jesús se siente en el trono de David. Entonces se pondrá freno al mal y «la verdad brotará de la tierra, y la justicia mirará desde los cielos» (Sal. 85:11). Mientras tanto, como muestran estas parábolas, el mal está estrechamente vinculado al bien, incluso cuando se invoca el nombre del Señor.

Sin embargo, las parábolas siguientes, dirigidas solo a los discípulos, dan el aspecto del reino que solo la fe puede captar. El ojo natural nunca discerniría la verdad prefigurada en las parábolas del tesoro escondido y de la perla de gran valor. Lo que aparece entre los hombres como una masa heterogénea e indiferenciada se muestra aquí conteniendo lo que es bello y precioso. El último cuadro muestra la separación final (v. 47-50); se refiere a los buenos y no a los malos.

3 - Las 2 parábolas de los versículos 44 al 46

En las 2 parábolas de los versículos 44-46, el valor intrínseco y la belleza espiritual que han de verse en el reino de los cielos existen, a pesar de la mezcla de maldad que aparece a primera vista. El trigo mezclado con la cizaña, el árbol que extiende sus ramas y la harina que contiene levadura son visibles para todos y presentan claramente el aspecto exterior general. Pero el tesoro escondido y la perla de gran valor tienen cualidades que solo quien los encuentra puede apreciar. Así, en la gran masa de la profesión cristiana, los ojos del mundo pueden detectar muy fácilmente la iniquidad que allí se refugia bajo la cubierta de la religión; pero solo el Ojo de la gracia omnisciente puede ver el valor interior y la unidad indestructible que existen bajo un exterior tan poco atractivo.

4 - La parábola del tesoro escondido en el campo

La primera de las 2 parábolas compara el reino de los cielos con «un tesoro escondido en un campo, que un hombre halló y lo escondió, y por el gozo de su hallazgo, fue y vendió todo cuanto tenía, y compró aquel campo» (Mat. 13:44).

Los 2 puntos principales de esta parábola son: en primer lugar, el tesoro escondido en el campo y, en segundo lugar, la compra del campo a causa del tesoro.

En primer lugar, ¿qué significa la imagen del tesoro escondido? Algunos se han apresurado a suponer, a partir del versículo: «Si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios» (Prov. 2:4-5), que el tesoro es Cristo y que la parábola es una imagen de cómo adquirir las bendiciones del Evangelio. El propósito de Proverbios es, sin duda, inculcar al hombre la necesaria seriedad que debe mostrar en la búsqueda de la sabiduría. En el ámbito espiritual, debe ser como en la búsqueda de dinero y tesoros, donde la energía gastada es estimulada por la propia búsqueda. En Mateo 13, la misma imagen se utiliza con un propósito diferente; lo que se subraya es el valor del tesoro buscado más que la diligencia del buscador; y lo que se compara con un tesoro escondido en un campo es el reino, no el rey.

Si tenemos en cuenta el hilo conductor de la serie de parábolas, el significado de la imagen utilizada aquí es claro. Al hablar a la muchedumbre de la forma exterior del reino en misterio, el Señor había utilizado imágenes que mostraban el bien en relación con el mal. Luego, a sus discípulos, les había interpretado la parábola del trigo y la cizaña, cuyo significado general se asemejaba al de la harina leudada y el grano de mostaza. A continuación, el Señor compara el reino con un tesoro escondido; esta imagen sugiere la ausencia de mezcla, y no una amalgama como en las parábolas anteriores. De hecho, los términos empleados en esta nos impiden verla como otra cosa que una visión del reino de los cielos en contraste con las anteriores. En aquellas parábolas, los elementos como la cizaña, la levadura y las aves que se introducían tendían a alterar el valor que el reino tenía en sus comienzos. Pero no es este el caso aquí; su valor se da sin ningún matiz.

La primera consideración de esta verdad nos lleva a pensar que los caminos de la gracia soberana de Dios deben ser verdaderamente maravillosos para que él represente por un tesoro lo que ha encontrado, a pesar del pecado irremediable del hombre y del abuso que hace de todo lo que se le ha confiado. Porque, por muy lento que sea el corazón del hombre para creer todo lo que está escrito, permanece la verdad, aquí como en muchos otros pasajes, de que Dios ha encontrado su beneplácito en los hombres, en Cristo y por medio de él.

Aunque el Nuevo Testamento nos da sin duda esta bendita revelación en su plenitud, en el Antiguo Testamento se usa una expresión similar para referirse al pueblo elegido de Dios. En el Sinaí, la palabra del Señor llegó a los hijos de Israel: «Vosotros visteis lo que hice a los egipcios, y cómo os tomé sobre alas de águilas, y os he traído a mí. Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos» (Éx. 19:4-5). Pero debido a las transgresiones del pueblo bajo el primer pacto, el propósito de Dios nunca se cumplió. Sin embargo, no fue abrogado, y sigue siendo cierto que Jehová «ha escogido a Jacob para sí, a Israel por posesión suya» (Sal. 135:4). En el Milenio, todas las naciones lo reconocerán, de sol a sol. «Jehová está en medio de ti, poderoso, él salvará; se gozará sobre ti con alegría, callará de amor, se regocijará sobre ti con cánticos» (Sof. 3:17).

Mientras tanto, Israel está en tierra extraña, pero el Señor ve, en medio de su reino donde el mal desafía al bien, lo que su propio corazón considera un tesoro especial. Este tesoro no es la nación privilegiada de Palestina, pues no es el tema de esta serie de parábolas, sino que son los santos del Nuevo Testamento en su carácter ideal, en la mente y el propósito eternos de Dios.

En las Epístolas de Pablo, especialmente a los Efesios, este carácter se presenta doctrinalmente. En Mateo, todavía no era el momento de dar más que una imagen de lo que el apóstol de los gentiles iba a detallar más tarde. En sus escritos, muestra que la Iglesia estaba destinada a ser el medio para el despliegue de la gracia y la sabiduría divinas.

En la Epístola a los Efesios, pues, vemos la plenitud de nuestra bendición en Cristo, y el hecho inconcebible de que su santo nombre será engrandecido y exaltado por medio de nosotros. «Habiéndonos predestinado para ser adoptados para él por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad; para alabanza de la gloria de su gracia» (Efe. 1:5-6), y de nuevo: «En quien también fuimos hechos herederos, predestinados según el propósito del que todo lo hace conforme al consejo de su voluntad; a fin de que fuésemos para la alabanza de su gloria» (Efe. 1:11-12). Así pues, vemos aquí (como sugerimos) el carácter de la Iglesia correspondiente a la imagen del «tesoro» (Mat. 13:44). Un tesoro es tal por el uso que se le da; los santos son valiosos simplemente porque Dios se digna usarlos para desplegar su diversa sabiduría. Así, las Escrituras declaran que Dios quiso que «ahora sea dada a conocer a los principados y a las potestades, en los lugares celestiales, la multiforme sabiduría de Dios por medio de la iglesia» (Efe. 3:10).

Pero este tesoro está «escondido en un campo». La Iglesia, descrita por Pablo como un «misterio» (un secreto hasta ahora oculto, pero ahora revelado), se ajusta extraordinariamente bien a esta figura (véase Rom. 16:25-26; Efe. 3:4-5, 9; Col. 1:26; 2:2-3). En este sentido, la Iglesia contrasta con Israel. Cuando Israel fue llamado a salir de Egipto para convertirse en el tesoro del Señor (Éx. 19:4-6), no se dijo que estuviera escondido en un campo, pues su liberación del opresor y su introducción en Canaán no fueron sino el cumplimiento de las promesas hechas siglos antes a su padre Abraham. Pero la vocación y los privilegios de la Iglesia nunca fueron prometidos. Desde el Génesis hasta Malaquías, no se dio ninguna revelación de lo alto sobre la vocación celestial de la Iglesia. El misterio estaba oculto a los hijos de los hombres, escondido en Dios. Solo Dios conocía su existencia y apreciaba su valor. En verdad, se acerca el día en que los justos brillarán como el sol en el reino de su Padre (Mat. 13:43). Cristo previó el tesoro; se despojó de todo para obtenerlo. El valor del tesoro es el producto de su gracia, y aparte de él, el tesoro no es nada.

El segundo rasgo llamativo de esta parábola es que, para adquirir el tesoro, se compra el campo: «Que un hombre halló y lo escondió, y por el gozo de su hallazgo, fue y vendió todo cuanto tenía, y compró aquel campo».

La analogía de este punto con la verdad dada por los apóstoles inspirados es también absolutamente coherente. Mediante la obra de la redención, el Señor también ha comprado el mundo del que proceden los creyentes. Esto no es especulación, es revelación. De hecho, entre las consecuencias de la muerte del Señor, se recuerda varias veces en las Escrituras su relación con toda la humanidad, de hecho, con toda la creación. Él es Señor de todo (Hec. 10:36). Se le ha dado autoridad sobre toda carne para dar la vida eterna a todos aquellos que el Padre le ha dado (Juan 17:2). Sí mismo se entregó en rescate por todos, cuyo testimonio se dio a su debido tiempo (1 Tim. 2:6), del mismo modo que dio su vida en rescate por muchos (Mat. 20:28). Gustó la muerte por todos y por muchos hijos, a los que lleva a la gloria (Hebr. 2:9-10). No solo reconcilia a los que eran enemigos en sus mentes y malas obras, sino también todas las cosas en el cielo y en la tierra (Col. 1:20-21). Los santos de hoy son su compra o posesión (Efe. 1:14; 1 Pe. 2:9); pero también ha comprado a los falsos maestros «los cuales introducirán furtivamente herejías destructoras, negando al Señor que los compró» (2 Pe. 2:1).

Abundan, pues, los testimonios de que el Señor Jesús ha obtenido un derecho sobre todo el mundo en el que se encuentran los que llegan a ser herederos de la salvación. Así, en el pasado, fue como «Señor de toda la tierra» como Jehová expulsó a los cananeos y estableció a su pueblo elegido en la tierra prometida (Josué 3:13). Y en el día venidero, el Señor Jesús se manifestará en la plenitud de la gloria que ha adquirido. Entonces recibirá en herencia a las naciones y en posesión los confines de la tierra (Sal. 2:8). Pero todavía no es así. En Juan 17:9, el Hijo dice al Padre: «Yo ruego por ellos; (el tesoro); no ruego por el mundo (el campo), sino por los que tú me has dado; porque tuyos son».

Además de esta afirmación de la parábola sobre el señorío universal de Cristo, hay otros 2 puntos que merece la pena subrayar: 1) el gozo de encontrar el tesoro y anticipar su posesión, y 2) la renuncia a todo para adquirir el tesoro.

Los profetas habían dado testimonio del gozo que tendría Jehová con la restauración de su pueblo Israel. «Nunca más te llamarán Desamparada, ni tu tierra se dirá más desolada; sino que serás llamada Hefzi-bá (mi complacencia), y tu tierra, Beula (la esposa); porque el amor de Jehová estará en ti, y tu tierra será desposada… y como el gozo del esposo con la esposa, así se gozará contigo el Dios tuyo» (Is. 62:4-5; comp. Is. 65:19; Sof. 3:17). Esto se realizará en la edad bienaventurada, cuando «la tierra será llena del conocimiento de Jehová, como las aguas cubren el mar» (Is. 11:9). Pero la parábola muestra que incluso durante el tiempo en que la cizaña, la levadura y las aves inmundas contaminan el reino de los cielos, los santos son un tesoro tal para el Señor que le proporcionan abundante gozo.

Es incomprensible que la gracia se regocije por cosas como nosotros, pero así es. En efecto, se dice que hay gozo ante los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente (Lucas 15). ¿Quién puede concebir, pues, el abundante gozo con que los redimidos serán presentados irreprensibles ante su gloria (Judas 24)?

Suponer que es imposible que Cristo encuentre gozo en la adquisición de los suyos, o que estos tengan algún valor a sus ojos, es lo que sin duda ha llevado a muchos a interpretar que el actor de la parábola es el pecador y no Cristo. Un conocido autor ha dicho que ver a Cristo en este pasaje “invierte extrañamente toda la cuestión”, y ha calificado este punto de vista de “ingenioso” en el mejor de los casos.

Pero estando sometidos a la Escritura, la frase «por el gozo de su hallazgo» es una dificultad insuperable si se dice que la parábola describe la entrada del hombre en el reino. De hecho, la Palabra no enseña en ninguna parte que el pecador recibe el Evangelio con gozo, aunque el gozo seguirá a su debido tiempo (Rom. 5:2-3, 11). De hecho, lo mismo puede decirse de la parábola del sembrador en este capítulo. Allí vemos que el que recibió la palabra «con gozo» es el que «no tiene raíz… cuando llega la tribulación o la persecución por causa de la Palabra, al momento se escandaliza» (v. 21), y que no se menciona el gozo en el caso de los oyentes de la «buena tierra». Es cierto que la verdad cura, pero lo hace porque comienza hiriendo. Conduce al Salvador, lo que es ciertamente un gozo, pero comienza por convencer del pecado, lo que nunca es agradable. Así pues, este punto de vista no corresponde con lo que dice la Escritura en otros lugares. Por otra parte, los pasajes ya citados muestran que el Señor se regocija en la redención de sus santos. Hebreos 12:2 dice de Jesús: «Por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, despreciando la vergüenza, y se ha sentado a la derecha de Dios».

Por tanto, podemos concluir que fue Cristo quien, «por el gozo puesto delante de él», vendió todo lo que tenía y compró el campo. Nunca se le dice al pecador que venda todo lo que tiene para comprar el Evangelio, pues este es sin dinero y sin precio. No podemos referirnos a las palabras dirigidas al joven rico: «Vete, vende cuanto tienes» (Mat. 19:21), pues se trataba de una prueba para saber si un observador tan rígido de la Ley era capaz de tomar el camino y la posición de un discípulo del Mesías rechazado; fracasó, al igual que los demás, y esto condena la teoría de los que roban fuerza a la parábola. Aludir al hecho de que Pablo renunció a todo por amor de Cristo (Fil. 3:4-9), también es inútil, pues se trata de la experiencia de alguien que ya conoce a Cristo. Es muy distinto renunciar a todo por Cristo, después de haberlo encontrado, que renunciar a todo como condición para encontrarlo. Esta última condición existe en la imaginación de los hombres, pero no en el Evangelio.

Esto nos lleva al segundo punto: el que encuentra, vende todo lo que tiene y compra el campo. ¿Cómo lo hizo Cristo?

Vino a la casa de Israel como simiente de Abraham y de David, prometió reinar sobre la casa de Jacob para siempre, pero renunció a esa gloria terrena, que es suya por juramento y promesa, para adquirir a los santos del llamamiento celestial; no habría podido ser así si el reino se hubiera establecido con poder. Por eso, cuando habla de la Asamblea, que estará formada por los que confiesen su nombre en la hora de su rechazo, dice a sus discípulos que no digan a nadie que él es el Cristo (Mat. 16:20). Deja a un lado su título judío y se presenta ante ellos como el Hijo del Dios vivo. Sin embargo, es rechazado y crucificado (Mat. 16:16; Juan 19:7). Pero una vez resucitado, se ofrece a todos, no solo a los judíos; el Evangelio libera a todos los que creen, independientemente de lo que los distinga en la tierra, y los asocia a Cristo en lo alto. Y así es como el Señor renuncia siempre a sus derechos judíos y recoge su tesoro del campo.

Si consideramos estas 2 parábolas, no podemos dejar de notar su similitud. En ambas, el que ha encontrado el tesoro lo valora tanto que se ve obligado a renunciar a todo para adquirirlo.

5 - La parábola de la perla de gran valor

Podemos concluir que los temas principales de estas parábolas están estrechamente relacionados, si no son idénticos. Así, el tesoro designa un núcleo donde existen la verdad y la fidelidad en medio de una masa profesa heterogénea; y la perla de gran valor representa ese mismo núcleo, bajo un aspecto diferente. Estas 2 parábolas dan una doble visión del «bien» en el reino de los cielos, del mismo modo que la tercera y la cuarta de la serie daban 2 caracteres del «mal», a saber, la conformidad externa con el mundo y sus costumbres, mostrada por el gran árbol, y la corrupción que penetra en la masa, mostrada por la levadura.

6 - La comparación detallada entre las 2 parábolas

La parábola del tesoro difiere de la de la perla en que considera a los santos individuales como preciosos a los ojos del Señor, mientras que la segunda parábola considera la notable unidad de los hijos de Dios, característica de la época actual. Un «tesoro» puede incluir oro, plata o cualquier otro objeto valioso; su naturaleza puede ser muy compuesta; pero la belleza y el valor de una perla dependen enteramente de su homogeneidad. En esta última parábola, se dice que el mercader ha encontrado «una perla de gran valor».

Es importante tener presente la distinción que hacen estas 2 parábolas a la hora de establecer lo que Dios ha establecido hoy. Hacer hincapié en los privilegios y responsabilidades de la Iglesia por encima de los del individuo está tan lejos de la verdad como hacer lo contrario. Ignorar, o incluso debilitar, cualquiera de los 2, conducirá a la confusión de la mente y al fracaso del testimonio.

Sin duda era necesario presentar esta doble relación de los santos en este punto, para no sugerir que su notable unidad haría que dejaran de ser reconocidos como individuos. La parábola del tesoro precede, pues, a la de la perla. Muestra que el interés de Cristo por su pueblo es personal antes que colectivo. Se dice que son suyos, primero individualmente, luego colectivamente.

Encontramos este orden en la presentación de estas verdades en la Epístola a los Efesios. Allí el apóstol escribe a los santos y a los fieles, exponiendo el propósito eterno de Dios para ellos. Enumera sus bendiciones individuales antes que las colectivas. Han sido bendecidos con toda bendición espiritual en Cristo (1:3). Fueron elegidos en él antes de la fundación del mundo (1:4). Fueron predestinados para ser adoptados como hijos (1:5). Tuvieron redención por su sangre, el perdón de los pecados (1:7). Fueron hechos herederos en él (1:11). Y en él fueron sellados con el Espíritu Santo de la promesa cuando creyeron (1:13). Todos estos elementos constituyen la parte de cada persona redimida en este día de gracia, en Éfeso como en todas partes, ya sea judío o gentil. Estas bendiciones son comunes a todos, como lo es el poder de Dios para vivificarlos y resucitarlos de entre los muertos en sus delitos y pecados.

Pero, además, se insiste especialmente en que el judío y el gentil, estrictamente separados durante tanto tiempo, son considerados ahora uno y otro, que una vez fueron hijos de ira muertos en sus pecados, vivificados juntos, resucitados juntos, e incluso sentados juntos en Cristo Jesús (cap. 2). Por la fe, se muestra que en los lugares celestiales queda abolida la antigua distinción entre judíos y gentiles. De hecho, un privilegio puramente terrenal no podría persistir en los lugares celestiales, especialmente porque todos son considerados como estando en Cristo Jesús. No podría haber una declaración más contundente del establecimiento de un orden de cosas completamente nuevo que la que se da aquí. Los que estaban lejos se han acercado en Cristo Jesús. Los 2 se han convertido en uno por medio de él. Él ha creado a ambos en sí mismo en un hombre nuevo (kainos –«nuevo» en naturaleza, no solo en sentido temporal). Los 2 están reconciliados con Dios en un solo Cuerpo por medio de la cruz. Anunció la paz a los que estaban lejos y a los que estaban cerca. Ambos tienen acceso al Padre por medio de él, por un solo Espíritu. Así pues, los gentiles que eran extranjeros y forasteros comparten no solo las bendiciones individuales: «conciudadanos de los santos y de la familia de Dios», sino también las colectivas: están «edificados sobre el fundamento de los apóstoles y profetas, siendo Cristo Jesús mismo la piedra angular; en quien todo el edificio bien coordinado crece hasta ser un templo santo en el Señor; en quien también vosotros sois juntamente edificados para morada de Dios en el Espíritu» (Efe. 2:19-22).

Es evidente que se trata de una revelación de la que nunca antes se había hablado, ni siquiera aludido. Ni la historia ni las profecías del Antiguo Testamento hablaban de judíos y gentiles al mismo nivel. El misterio de Cristo «en otras generaciones no fue dado a conocer a los hijos de los hombres, como ahora ha sido revelado a sus santos apóstoles y profetas por el Espíritu: que los gentiles son coherederos y miembros del mismo cuerpo, y copartícipes de la promesa en Cristo Jesús mediante el evangelio» (Efe. 3:5-6). También aquí se dice que las naciones no solo son «coherederas», lo que no excluye distinciones de clase, sino que son del «mismo cuerpo». La «unidad del Espíritu» (Efe. 4:4) tiene así un carácter único que nunca antes se había conocido ni profetizado.

Durante el Milenio, Israel no se unirá con las demás naciones, ni estas serán elevadas al mismo nivel que los judíos. En ese día, el antiguo pueblo de Dios será la «cabeza» y no la «cola». La simiente de Israel «heredará naciones, y habitará las ciudades asoladas» (Is. 54:3). Se reconocerá la supremacía del pueblo, pues «vendrán muchos pueblos y fuertes naciones a buscar a Jehová de los ejércitos en Jerusalén, y a implorar el favor de Jehová. Así ha dicho Jehová de los ejércitos: En aquellos días acontecerá que diez hombres de las naciones de toda lengua tomarán del manto a un judío, diciendo: Iremos con vosotros, porque hemos oído que Dios está con vosotros» (Zac. 8:22-23). Y de nuevo: «Vendrán muchas naciones, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, y a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará en sus caminos, y andaremos por sus veredas; porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y él juzgará entre muchos pueblos, y corregirá a naciones poderosas hasta muy lejos; y martillarán sus espadas para azadones, y sus lanzas para hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se ensayarán más para la guerra» (Miq. 4:2-3). Estos pasajes son suficientemente explícitos para ver que la perla no es una imagen del reino establecido en el poder, donde los gentiles estarán subordinados a los judíos, y no serán llevados a una unidad íntima con ellos, como la que existe actualmente y que se describe en la Epístola a los Efesios.

En las Epístolas, la imagen utilizada para esta unidad es la del cuerpo humano. «Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también es Cristo. Porque todos nosotros fuimos bautizados en un mismo Espíritu para constituir un solo cuerpo, seamos judíos o griegos, seamos esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un solo Espíritu» (1 Cor. 12:12-13; comp. Rom. 12:5; Efe. 4:12; Col. 1:18). Esta imagen ilustra claramente la unidad resultante de la coordinación de las diversas partes que la constituyen. Los diversos miembros son armonizados por el Espíritu de Dios y llevados a ser mutuamente interdependientes; y cada miembro es esencial para la perfecta unidad del Cuerpo y el cumplimiento de sus funciones. (Cabe añadir que el término «Cuerpo» se utiliza también para expresar la relación íntima entre la Cabeza y sus miembros, y entre los propios miembros). La diferencia entre las 2 imágenes es que –la «perla» presenta la unidad en su belleza y valor, mientras que el «Cuerpo» presenta la unidad en su actividad y cooperación mutua. En la parábola, la Iglesia es vista según el pensamiento y el propósito divinos, pero en las Epístolas, es vista en la vida práctica real y su conducta en la tierra, de ahí las diferentes imágenes.

7 - La belleza incomparable de la perla de gran valor, imagen de la Asamblea (Iglesia)

La belleza y el valor de esta perla superaban a todas las demás. Aquí tenemos el hecho inconcebible de que el Señor Jesús vio en la Asamblea lo que era el deleite de su corazón. No tenemos que preguntarnos si esta cualidad le es inherente o imputada, aunque estamos seguros de que nunca encontraremos en nosotros mismos un motivo de deleite. Más bien debemos meditar con admiración y adoración lo que dice la Escritura: «Como también Cristo amó a la iglesia y sí mismo se entregó por ella, para santificarla, purificándola con el lavamiento de agua por la Palabra; para presentarse a sí mismo la iglesia gloriosa, que no tenga mancha, ni arruga, ni nada semejante, sino santa e inmaculada» (Efe. 5:24-27). Él ama a su Asamblea; se entregó por ella, nada menos. Su propósito es presentársela a sí mismo en gloria, perfecta y sin mancha. Los reclama por su sacrificio. Cuando vino a Israel, fue por «los suyos»; en cambio, «se dio por nosotros» (Tito 2:14). Así pues, el Señor toma a la Iglesia sobre la base de su obra en la cruz, no sobre la base de promesas o profecías. En los términos expresos de esta parábola, «fue y vendió cuanto tenía, y compró aquel campo».

Este estudio del reino de los cielos en su forma corrupta, entonces, nos ha mostrado que 2 parábolas son dadas para asegurar los corazones de los santos; por grande que sea la influencia de falsas doctrinas y falsos maestros sobre aquellos que profesan su nombre, los santos están tanto en su corazón que él no permitirá que su propósito para ellos sea frustrado. El Señor conoce, ama y se deleita en aquellos que le pertenecen.