8 - Isaías 40:9 al 45:14
El libro del profeta Isaías
A pesar de que la revelación de la gloria del Señor saca a la luz, como ninguna otra cosa, la pecaminosidad y la fragilidad del hombre, también trae «buenas nuevas», y esto es lo que proporciona el «consuelo» para «mi pueblo». Sion y Jerusalén son representadas como alzando la voz y diciendo a las ciudades de Judá «¡Ved aquí al Dios vuestro!».
Hacia la hora sexta del día de la crucifixión, Pilato sacó a Jesús y dijo a la multitud de Jerusalén: «¡He aquí a vuestro Rey!» (Juan 19:14). Esto provocó el grito violento: «¡Quítalo… crucifícalo!». En nuestra Escritura el profeta ve a la misma maravillosa Persona, pero viniendo en el esplendor de la Deidad con «poder». Serán buenas nuevas, después de la dolorosa demostración del pecado y de la debilidad absoluta de los hombres.
Es el Señor Jehová quien viene con poder; pero es «su brazo» que gobernará por él. A medida que avancemos en estos últimos capítulos de Isaías, encontraremos al Señor Jesús presentado como el Brazo de Jehová unas 10 o 12 veces. En este carácter se le ve como Aquel que ejecuta con poder toda la voluntad y el propósito de Jehová. También se le presenta como el «Siervo», que ha de llevar a cabo la obra aún más maravillosa de cargar con el pecado y sufrir. En los pasajes que hablan de él como el Siervo vemos predicciones que lo ven en su primer advenimiento en gracia; en los que lo presentan como el «Brazo» nuestros pensamientos se trasladan a su segundo advenimiento en gloria.
Es así aquí en el versículo 10. El Brazo va a gobernar para Jehová en vez de sufrir por él. Dispensará recompensa y galardón a otros en el día de su gloria; y al mismo tiempo será un tierno Pastor para aquellos que son su rebaño, reuniendo incluso a los corderos en su seno. En otras palabras, mientras gobierna con poder en su segundo advenimiento, mostrará a los suyos toda la gracia que resplandeció en él en su primer advenimiento. Cuando miramos a la tierra hoy, vemos cuán urgentemente se necesita el poder gobernante de una mano fuerte, y los hombres desean asir ese poder para gobernar en sus propios intereses. El Brazo de Jehová gobernará «por Él», y ¡qué día será aquel en que se hará la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo!
Los versículos que siguen nos presentan la grandeza y la gloria del Dios Creador en el lenguaje más exaltado. Tan grande es Él que los poderosos océanos yacen en el hueco de su mano como unas pocas gotas de agua; la extensión de los cielos, ilimitable para nosotros, no es más que el palmo de su mano; el polvo de la tierra, así como las montañas y las colinas, no son más que pequeñas cosas, pesadas en su balanza. En cuanto al entendimiento, el Espíritu del Señor está muy por encima de cualquier consejo del hombre.
Vivimos en una época en la que las naciones se levantan, se imponen y se arman hasta los dientes para imponer su voluntad. ¿Qué son en presencia de Dios? Son como una pequeña gota que puede colgar en la yema de un dedo, cuando se saca de un cubo de agua; o como el pequeño polvo que queda en la balanza cuando se ha quitado la sustancia pesada en ella –tan insignificante que nadie le presta atención. Las naciones que nos parecen tan imponentes y amenazadoras son consideradas por él como «nada, y vuestras obras vanidad» (41:24). Es bueno que las midamos con los criterios de Dios y no con los nuestros.
Dios, pues, es grande más allá de todos nuestros pensamientos, como indica el versículo 18, y en presencia de su gloria, qué insensatos y despreciables, como dicen los versículos 19 y 20, son los fabricantes de imágenes esculpidas que ni siquiera tienen el poder del movimiento. Y, además, cuán débiles e insignificantes son los hombres, que no parecen sino saltamontes, y sus príncipes y jueces, nada y vanidad, y como hojarasca ante el torbellino. También podemos levantar los ojos y contemplar la poderosa creación fuera de nuestra pequeña tierra; todos numerados y nombrados por él, y sostenidos también por él, de modo que ni uno solo falta. Aquel que las creó no tiene igual y no puede ser comparado a ningún otro. Hacemos bien en reflexionar sobre este magnífico pasaje, porque este Dios de inefable poder y majestad nos ha sido dado a conocer en Cristo como nuestro Padre.
Los versículos finales del capítulo, aunque no lo revelan como Padre, sí dan a conocer su cuidado y apoyo a quienes confían en él. Donde todo poder humano falla, él da fuerza a los que expresan su confianza esperando en él. Mientras esperan, sus fuerzas son renovadas y concedidas cuando las necesitan. Algunos pueden necesitar la fuerza que eleva, otros la fuerza que lleva a cabo los recados señalados por Dios, y otros de nuevo la que permite caminar firme y continuamente por la vida para el placer de Dios. Al esperar en Dios, cada uno recibirá la fuerza necesaria. La grandeza de nuestro Dios, así como su bondad, es la garantía de ello.
En vista de esta revelación de la gloria de Dios, se hace un llamamiento a toda la humanidad al comienzo del capítulo 41, ya que la palabra «pueblo» en el versículo 1 debería ser en plural «pueblos». Dios razonará con ellos acerca de sus métodos de gobierno en la tierra. El versículo 2 menciona a un rey, procedente del este de Palestina, que será un conquistador que gobernará sobre los reyes. Parece que se trata de una profecía relativa a la época en que escribió Isaías, y que se cumplió en Ciro, a quien se nombra en el versículo que abre Isaías 45. Dios levanta a quien quiere para llevar a cabo sus designios en la tierra. En contraste con esto, los hombres, en su locura y ceguera, fabrican sus ídolos, como se dice en los versículos 6 y 7. Esta controversia con Israel en cuanto a su persistente conversión a los ídolos continúa hasta que llegamos al final de Isaías 48.
En los versículos 8 y 9 de nuestro capítulo se recuerda a Israel que, como descendencia de Abraham, a quien se honra como: «Mi amigo», es un pueblo elegido y llamado a ser siervo de Dios. ¡Qué insensato, pues, volverse a los ídolos! Y en los versículos siguientes encontramos las palabras más tranquilizadoras de aliento y apoyo que, de haber sido recibidas con fe, los habrían elevado muy por encima de cualquier confianza en cosas idólatras. Debían estar sostenidos y sus enemigos confundidos. El Santo de Israel sería su Redentor, y los haría como un trillo que dispersa a sus enemigos. Además, él sería como una fuente de agua para ellos, satisfaciendo todas sus necesidades.
Es en esta perspectiva que se inscribe el desafío a los ídolos y a sus seguidores. Que produzcan su causa; que predigan el futuro y “declaren las cosas por venir”. Esto no pudieron hacerlo, y ellos y sus seguidores fueron una abominación. En los versículos 25 y 26 se hace otra referencia al venidero conquistador del nordeste, y el capítulo se cierra con palabras de desprecio hacia los hombres que apoyaban a los ídolos y los consejos que daban.
Esto pone de relieve el comienzo de Isaías 42, donde la profecía se aparta de Israel, como siervo de Dios fracasado, para presentar al Señor Jesús como el verdadero Siervo de Dios. Nuestra atención debe fijarse en él, porque es el Elegido en quien descansa el deleite de Dios. Él es quien traerá el juicio para las naciones, y no solo para Israel. Aquí encontramos de nuevo una profecía que se cumplió en parte en su primer advenimiento, pero que espera su segundo advenimiento para el cumplimiento de otros detalles.
La profecía se cita en Mateo 12:14-21, como muestra de la humildad y paciencia de su venida en gracia. Los fariseos eran en verdad tan poco confiables y sin valor como una caña cascada, y tan objetables como el lino humeante; sin embargo, él ni los quebró ni los apagó. No era un agitador que enardecía a la multitud. Los poderes que estaban en su contra estaban calculados para hacer que cualquier siervo de Dios se desanimara y fracasara; sin embargo, él continuó su servicio hasta el fin. Produjo un juicio conforme a la verdad mediante su muerte sacrificial y su resurrección, aunque debemos esperar a la segunda venida para ver el establecimiento público del juicio en la tierra, de modo que la isla más distante esperará su ley.
Habiendo llamado nuestra atención sobre este verdadero Siervo, tenemos en los versículos 5-9, palabras proféticamente dirigidas a él. En el versículo 5 se destacan los actos de Dios en la creación. No solo los cielos y la tierra son obra de sus manos, sino también la humanidad. Nos ha dado no solo el aliento de nuestros cuerpos, sino también el espíritu, que es el rasgo distintivo del hombre en contraste con las bestias. Ahora este poderoso Creador ha llamado a su verdadero Siervo en justicia y lo ha establecido como pacto para el pueblo y luz para las naciones. En el versículo 9 se presenta a Jehová declarando cosas nuevas, por lo que podemos discernir que aquí se predice el nuevo pacto, aunque no se afirma con la plenitud que se encuentra en Jeremías 31.
Podemos observar que Ezequiel 36 predice el nuevo nacimiento, que es necesario para que los ojos ciegos sean abiertos, como en el versículo 7 de nuestro capítulo, para «ver el reino de Dios» (Juan 3:3); mientras que en Jeremías hemos predicho el nuevo pacto, bajo el cual se establecerá el reino. En Isaías se predicen muchas de las cosas nuevas que caracterizarán al reino cuando se establezca finalmente bajo el reinado de Cristo.
Estas cosas nuevas moverán a los que entren en ellas a cantar «a Jehová un cántico nuevo»; y el pensamiento, de cómo se manifestará la gloria del Señor y se cantará su alabanza, llena los versículos 10-12. Pero los versículos siguientes muestran que lo que traerá bendición a su pueblo significará juicio y destrucción para sus enemigos. A medida que se llame a muchos sordos y ciegos para que oigan y vean, se revelará la insensatez y el juicio de aquellos que se volvieron a los ídolos.
El capítulo termina con un llamamiento a los de la época de Isaías en vista de estas cosas. Israel había sido llamado como siervo de Dios y debería haber sido un mensajero a las naciones en su nombre, sin embargo, habían sido ciegos en todas las cosas esenciales. En cuanto al privilegio eran «perfectos», en cuanto a su estado moral eran ciegos. Sin embargo, como indica el versículo 21, Dios no ha sido derrotado. Su justicia será establecida y su ley magnificada y honrada, sin duda en relación con su verdadero Siervo. Pero por el momento todo fue un fracaso por parte de Israel y, en consecuencia, fueron despojados y robados, y la Ley deshonrada por su desobediencia.
Podríamos haber esperado, por tanto, que Isaías 43 contuviera más advertencias y juicios, pero se abre más bien con una nota de gracia. El apóstol Pedro escribió a los dispersos creyentes judíos de su tiempo cómo «los profetas que profetizaron de la gracia que os estaba reservada, se informaron e inquirieron con interés», gracia que significaba «salvación» (1 Pe. 1:10); y aquí tenemos un ejemplo. En presencia de su maldad, Dios vuelve sobre su propósito original y su obra redentora. La redención por el poder era lo que el pueblo esperaba, y era principalmente el tema aquí, como muestran los versículos siguientes; pero en seguida vendrá ante nosotros la obra mucho más profunda del Siervo sufriente: la redención por la sangre.
Todo el capítulo se caracteriza por 2 cosas. Primero, por la declaración de lo que Dios hará en su misericordia soberana por su pobre pueblo ciego y sordo, que fue establecido para ser sus testigos ante las demás naciones. Derribará a sus enemigos, ya sean Babilonia y los caldeos u otros pueblos, y se ocupará de sus pecados, como se indica en el versículo 25. Cómo hará esto en justicia no se revela en este capítulo; pero el resultado será que este pueblo que él había formado para sí mismo manifestará finalmente su alabanza, como se afirma en el versículo 21.
Pero, en segundo lugar, aunque toda esta gracia se promete de manera tan sorprendente, no se pasa por alto el estado existente del pueblo en rebelión y pecado. Se les hace enfrentarse de nuevo a su estado caído. Existe la promesa de una nueva reunión de su descendencia desde el este y el oeste, desde el norte y el sur, pero en ese momento se habían apartado de Jehová, como dice el versículo 22; no le honraban con ofrendas y sacrificios, sino que le fatigaban con sus iniquidades. Así como su primer padre –Adán– había pecado, ellos habían seguido sus pasos. Por eso cayeron sobre ellos la maldición y el oprobio impuestos por la mano de Dios.
Pero, una vez más, Isaías 44 comienza con una palabra de misericordia. A pesar de su torpeza, Jacob era siervo de Dios, elegido por él, y Dios siempre es fiel a su propósito y capaz de llevarlo a cabo. Este hecho debería dar consuelo y fuerza a todo creyente de hoy. La historia de la Iglesia, como la de Israel, es una historia de fracasos y desviaciones del llamado y del camino divinos; sin embargo, el propósito de Dios para nosotros no permanecerá menos seguro que su propósito para Israel. El fracaso y el pecado no son excusados, aunque en presencia de ellos la gracia soberana de Dios es magnificada.
Los primeros ocho versículos de este capítulo exhalan esa gracia en términos inequívocos. Se declara la soberanía de Dios, porque él es el primero y el último, y fuera de él no hay «Dios» o «Roca», como se lee en el margen. Por consiguiente, aunque castigará en su santo gobierno, finalmente bendecirá de acuerdo con su propósito original.
Pero en la época en que Isaías escribía, existía entre el pueblo esta persistente tendencia a volverse hacia sus ídolos y falsos dioses. Por eso, una vez más, en los versículos 9 al 20 de nuestro capítulo, Dios razona con el pueblo sobre su insensatez en este asunto. Se describe el trabajo del herrero y del carpintero, como resultado del cual se construye una imagen, «en forma de un varón», que puede guardarse en la casa. A continuación, nuestros pensamientos se trasladan al trabajo de plantar árboles, o de talarlos, y luego a lo absurdo de utilizar parte de la madera para calentarse, o para hornear pan y asar carne, y luego con el resto fabricar un «dios», ¡ante el que uno se postra y pide ser liberado!
La locura y el absurdo de tales acciones deberían haber sido evidentes para todo el pueblo, pero no fue así. ¿Por qué se les cerraron los ojos y se les oscureció el entendimiento? El problema radicaba en sus corazones, que estaban engañados. De ahí que fueran incapaces de considerar y discernir la mentira en su «mano derecha». La posición hoy es exactamente la misma. ¿Por qué tantos toman los cultos religiosos erróneos que abundan? El problema no radica tanto en sus intelectos como en sus corazones. Es verdad para ellos como para Israel de antaño que, «un corazón engañado lo ha desviado».
Después de haber razonado así con el pueblo, el profeta anuncia una vez más la interposición misericordiosa de Dios, tanto en su despliegue final, que todavía es futuro, como en su despliegue más inmediato en el levantamiento de un monarca oriental, que les sería favorable. En cuanto al futuro, todavía serían siervos de Dios, sus transgresiones y pecados borrados. Esto se llevaría a cabo sobre la base de la redención, de modo que tanto los cielos como la tierra entonarían cánticos y el Señor mismo sería glorificado.
Luego, en los versículos finales, se predice una liberación que les llegaría unos 2 siglos más tarde, y se nombra a Ciro mucho antes de que naciera. La declaración de que Jerusalén y el templo debían ser reconstruidos indicaba claramente que debían ser destruidos, y esto confundiría las señales de los adivinos mentirosos, que siempre decían cosas suaves y prósperas, como muestran otras escrituras. El juicio caería, pero la misericordia se mostraría a su tiempo, y se nombra al hombre a través del cual les llegaría.
En los versículos iniciales de Isaías 45, el profeta habla a Ciro en nombre de Dios, aunque todavía no existía. Había de ser levantado como ungido para este servicio particular y su mano sería sostenida por Dios hasta que se cumpliera. Los detalles dados en los versículos 1 al 3 se cumplieron asombrosamente, como encontramos registrado en el libro de Daniel, aunque Darío el medo es el conquistador mencionado allí. Era el comandante del ejército medo-persa, pero detrás de él estaba el creciente poder de Ciro el Persa. Al leer estos versículos, vemos a Belsasar, y «se debilitaron sus lomos, y sus rodillas daban la una contra la otra» (Dan. 5:6). Vemos las grandes puertas de Babilonia abiertas y rotas; y luego, como resultado de la caída de la gran ciudad «los tesoros escondidos, y los secretos muy guardados» están en manos de Ciro (45:3). Vemos aquí una alusión a la devolución de los utensilios de la Casa de Jehová, que Nabucodonosor había llevado a Babilonia, como se registra en Esdras 1:7-11.
He aquí, pues, una profecía notable que se cumplió literalmente a los 200 años de haber sido pronunciada. Dios lo llamó por su nombre y lo citó, aunque Ciro no lo había conocido. Sin embargo, las palabras del decreto de Ciro, registradas en 2 Crónicas 36:23, y de nuevo en Esdras 1:2, hacen suponer que de alguna manera la profecía de Isaías le fue comunicada.
Con la idolatría penitente de Israel aún en mente, Jehová declara en los versículos siguientes su grandeza sobrecogedora. Todas las cosas están en sus manos. Él crea la luz y las tinieblas, la paz y el «mal», en el sentido de desastre. El hombre no es más que un tiesto de la tierra, ¡el trozo roto de una vasija! Que el hombre reconozca su propia pequeñez. Que luche con otro tiesto como él si quiere, pero que no luche con el Creador. No conviene que un hombre se pelee con su padre o con su madre, y mucho menos con su Creador. Los versículos 5, 13 y 14 se refieren de nuevo a Ciro y a la forma en que Dios lo revelaría. Sería “en justicia”, porque llevaría a efecto la voluntad de Dios; y hacer la voluntad de Dios es justicia.
El levantamiento de Ciro y la concesión a este de tan amplio dominio fue un acto sorprendente, en vista del poder y magnificencia anteriores de Babilonia. No es de extrañar que se reivindique como una muestra del poder sobrecogedor de Dios, ante el cual los ídolos no son nada.