11 - Isaías 51:17 al 53:9
El libro del profeta Isaías
Es digno de mención que en el pasaje que tenemos ante nosotros hay 3 llamados a escuchar y 3 a despertar. Aquellos llamados a escuchar en la primera parte del capítulo (v. 1, 4, 7) son aquellos que «siguen la justicia… que buscan a Jehová»; aquellos reconocidos como: Pueblo mío»; y aquellos «que siguen la justicia… de mí saldrá la Ley». El énfasis está claramente en la justicia, porque nada que contravenga eso va a permanecer.
El primer llamado a despertar se dirige al: «Brazo de Jehová» (v. 9), pues todo depende de él. Cuando llegue la hora de que despierte y se fortalezca, se producirá el despertar de Jerusalén, como se indica en el versículo 17, y de nuevo en el primer versículo de Isaías 52. El despertar que se producirá no será meramente político o nacional, sino que implicará una profunda obra espiritual, como queda claro al llegar al capítulo 52. Solo se producirá cuando Jerusalén se despierte y se fortalezca. Solo sucederá cuando Jerusalén haya sufrido plenamente el castigo de Dios, cuando haya bebido hasta el fondo la copa de su furor y de su temblor.
Así que, en primer lugar, en los versículos finales de Isaías 51, tenemos un recital del efecto de estos tratos disciplinarios, y luego la declaración de cómo Dios invertirá el proceso, y castigará a los que infligieron el juicio sobre Israel. Pero no solo los afligirá la espada de sus enemigos, sino también el hambre, que viene de la mano de Dios. Bajo la aflicción se les describe como “ebrios”, pero se añade: «no de vino». Cuando el Brazo de Jehová despierte en favor de ellos, llegará la hora de su liberación, y el «cáliz de aturdimiento» les será arrebatado de las manos y puesta en las de sus opresores.
Entonces Sion y Jerusalén no solo despertarán, sino que se fortalecerán, como dice el primer versículo del capítulo 52. El lenguaje es figurado, pero su significado es muy claro. Por fin la santidad marcará la ciudad y todo lo que la contamina quedará fuera. Será como una resurrección del polvo de la muerte y una liberación de las ataduras del cautiverio. Sí mismos se habían vendido con su idolatría y su pecado, y no habían ganado nada con ello. Ahora conocerán la redención, pero no mediante un pago de dinero, como se acostumbraba en los días de la esclavitud. El precio de su redención se despliega cuando llegamos a Isaías 53.
En el versículo 4 se menciona a Egipto y Asiria. En Daniel 11, se hace referencia a ellos como «el rey del sur» y «el rey del norte», y en la actualidad estas 2 potencias están adquiriendo prominencia. Dios se ha fijado en ellas, y de ellas será redimido Israel; pero solo cuando se cumpla la predicción del versículo 6.
Cuando sean considerados como «pueblo mío», habrán llegado a conocer realmente a Jehová. Él se les presentará como: «Yo soy… he aquí que soy yo». La Nueva Traducción de J.N. Darby (en inglés) nos informa que tenemos aquí la misma expresión que en el capítulo 41:4, y podría traducirse: «Yo el mismo». Todos sus largos siglos de pecado y defección no han alterado Su naturaleza y carácter en lo más mínimo. Lo que Él era para ellos al principio, eso sigue siendo para ellos.
Descubrirán también que el Mesías, a quien crucificaron, es «el mismo, ayer, y hoy, y por los siglos» (Hebr. 13:8); y entonces se anunciarán las gloriosas nuevas del versículo 7. A Sion se le dirá: «¡Tu Dios reina!», y a la luz del Nuevo Testamento conocemos bien a la Persona de la Divinidad que realmente ascenderá al trono. Entonces por fin habrá la paz, el bien, la salvación, de que habla este versículo. Los pies de aquel que anuncie tales noticias serán realmente hermosos. Como cristianos ya conocemos estas cosas de un modo espiritual, y las regiones celestiales, más que Jerusalén y sus montañas, son nuestro lugar. Pero, aunque así sea, regocijémonos en la próxima liberación de Sion y en la belleza de Aquel que va a llevarla a cabo.
Los versículos que siguen exponen los felices efectos que se verán cuando en la Persona del que fue una vez rechazado como Mesías, Dios reine en Sion. Los centinelas suelen alzar la voz para advertir, pero ahora será para cantar, y además no habrá desarmonía porque estarán de acuerdo en lo que ven. Y, en efecto, el cántico gozoso será universal, irrumpiendo incluso en las «soledades de Jerusalén». Será un cántico basado en la redención que el Señor ha obrado para ellos.
Es notable comprobar que, a lo largo de las Escrituras, el cántico está considerado como la respuesta a la redención. Aunque los cánticos se mencionan como algo que podría haber tenido lugar, en Génesis 31:27, el primer registro real de cántico se encuentra en Éxodo 15, cuando Israel había sido redimido de Egipto. Luego, en el Salmo 22, donde se profetiza la muerte de Cristo para nuestra redención, el primer resultado mencionado es un cántico, aunque la palabra no aparece realmente en el Salmo. Sin embargo, sí aparece en Hebreos 1:12, donde se cita el Salmo. De nuevo, justo después de los versículos que tenemos ante nosotros, tenemos la maravillosa profecía de la muerte de Cristo en Isaías 53; y la primera palabra de Isaías 54 es: «Cantad».
En el versículo 9 de Isaías 51, el brazo de Jehová fue llamado a despertar: en el versículo 10 de nuestro capítulo ha despertado, y el poderoso efecto del despertar se ha desvelado a los ojos de todas las naciones. No solo Israel, sino todos los hombres verán cumplirse la salvación de Dios.
Los versículos 11 y 12 son autosuficientes y revelan otro efecto de esta gran obra de Dios. Hasta entonces la impureza había marcado al pueblo, ya fuera personal o causada por la falta de separación de las cosas impuras. El doble grito de «Apartaos» indica urgencia. Ni Israel ni nosotros, que somos cristianos, debemos involucrarnos en actividades impías. La separación es esencial, porque como nos dice Tito 2:14, Cristo «sí mismo se dio por nosotros para redimirnos de toda iniquidad». Esto tenemos que aprenderlo, e Israel también lo aprenderá en el día venidero.
Y si ellos o nosotros sintiéramos que apartarnos así de la iniquidad seguramente nos costará mucho, no tenemos por qué temerlo. En nuestro pasaje, el versículo 12 da a Israel la seguridad necesaria. Dios será su Defensor y cubrirá su retaguardia cuando se aparten del mal. Una seguridad similar se nos da en 2 Corintios 6:17-18, donde Dios en su Omnipotencia y Majestad declara que él tendrá como hijos e hijas a los santos que estén separados del mundo y sus males.
Con el versículo 13 comienza el capítulo central de los 27 últimos. Como ya se ha señalado, los 27 se dividen en 3 secciones de 9 capítulos; cada sección termina con un juicio solemne sobre los impíos (Is. 48:22; 57:21; 66:24). En este capítulo central de esta sección alcanzamos la altura suprema de la profecía, y al mismo tiempo nos enfrentamos con una de las mayores paradojas divinas, ya que al mismo tiempo tocamos las profundidades a las que el Mesías descendió por nuestro bien.
En Isaías 49 se presentaba al Siervo de Jehová como aparentemente fracasado en su misión a Israel, y sin embargo glorioso a los ojos de Dios. Ahora se declaran su exaltación y gloria públicas, puesto que ha actuado con tan gran prudencia, o sabiduría; y en 1 Corintios 1:23-24, se nos dice que «Cristo crucificado» no solo es el poder, sino también «sabiduría de Dios». Su exaltación estará definitivamente relacionada con su humillación previa. «Como se asombraron de ti muchos» ante la profundidad de su sufrimiento y degradación; «Así… los reyes cerrarán ante él la boca», silenciosos y avergonzados. Algunos traducen «asombrar» en lugar de «cerrar». Sin embargo, si se mantiene la palabra «cerrar», debemos relacionarla con el uso de esa palabra en Ezequiel 36:25, donde claramente tiene la fuerza de un acto de bendición hacia Israel.
La fuerza general de estos 3 versículos que concluyen nuestro Isaías 52, es perfectamente clara. Este manso y humilde Siervo de Jehová, que descendió a tan inauditas profundidades de humillación, va a salir con un poder y un esplendor que asombrarán a toda la humanidad. Su exaltación en las alturas será proporcional a las profundidades a las que llegó. Ahora, ¿quién cree eso?
Esta es exactamente la pregunta con la que se abre Isaías 53. Siendo este el informe profético, ¿quién lo cree? Y, además, ¿quién reconoce que el Siervo sufriente y el Brazo glorioso de Jehová son la misma Persona? Debemos subrayar en nuestras mentes la última palabra del versículo 1, pues nunca la habríamos discernido si no se hubiera hecho una revelación. Un pensamiento paralelo ocurre en Mateo 16:17, donde el reconocimiento y confesión de Pedro de Cristo como «el Hijo del Dios vivo», fue declarado por nuestro Señor como el fruto de una revelación del Padre. Confiamos en que esa revelación –ya sea que la expresemos como dada en Isaías o en Mateo– haya llegado a cada uno de nuestros lectores, y se trata de una revelación emocionante. El capítulo procede a mostrar que el rechazo y la muerte del Siervo humillado no contradice en modo alguno las predicciones de su gloria venidera como el Brazo de Jehová, sino que es más bien el gran fundamento sobre el que se basa con seguridad.
El versículo 2 nos lo presenta de 2 maneras. Primero, como era a los ojos de Dios. La humanidad en general, e Israel en particular, habían demostrado ser «tierra seca», totalmente improductiva de todo lo que era bueno; sin embargo, de allí brotó esta “tierna planta”, que obtuvo su vida y alimento de otra parte. El Señor Jesús brotó verdaderamente de Israel, a través de la Virgen María, su madre, pero la excelencia de su santa virilidad no se debió a ella, sino a la acción del Espíritu Santo de Dios.
Pero, en segundo lugar, se le presenta tal como era a los ojos de los hombres. No tenía «parecer en él, ni hermosura», ni el tipo de belleza que los hombres admiran y desean. Algún hombre altivo, imperioso y de apariencia imponente habría captado la atención popular; pero en lugar de esto, él era: «Varón de dolores, experimentado en quebranto», como dice el versículo 3. Siendo quien era, no podía ser de otra manera, ya que entró y caminó a través de una creación arruinada con toda su degradación y aflicción. Esto no lo entendieron los hombres, pues eran insensibles a su propia degradación, y en consecuencia lo despreciaron y rechazaron, como predice aquí el profeta.
¿Cómo vamos los cristianos por el mundo de hoy? Pongamos nuestros corazones a prueba. El mundo de hoy es, en principio, lo que era entonces. Aquí y allá pueden verse más lustres en la superficie, pero, por otra parte, la población de la tierra ha aumentado enormemente, con lo que sus miserias se han multiplicado. De ahí que, como nos ha dicho el apóstol, «toda la creación gime a una, y a una sufre dolores hasta ahora» (Rom. 8:22), y nosotros, que tenemos las primicias del Espíritu, estamos implicados en ello y gemimos en nuestro interior. Ahora bien, los gemidos son la expresión del dolor. El que hoy entra más ampliamente en los gozos del cielo, sentirá más vivamente las penas de la tierra.
El lenguaje utilizado aquí es notable. El profeta está llevado a predecir el rechazo de Cristo en palabras que expresarán los sentimientos de un remanente piadoso de Israel en los últimos días, cuando se cumpla Zacarías 12:10-14. Entonces dirán: «escondimos de él el rostro… no lo estimamos». Identificándose con el pecado de sus antepasados, confesarán, no que los antepasados lo hicieron, sino que nosotros lo hicimos. Este será un arrepentimiento genuino.
Además, se les abrirán los ojos para que vean el verdadero significado de su muerte, como muestran los versículos 4 y 5. En los días de su carne los hombres observaron sus dolores y su aflicción, y dedujeron que él era desaprobado por Dios y por lo tanto afligido por Él. Ahora la verdad irrumpe en sus corazones. Descubrirán lo que nos ha sido revelado, según consta en el Evangelio: Él ejerció su poder milagroso con tal efecto compasivo en la curación de los cuerpos de los hombres, «de modo que se cumpliera lo que dijo el profeta Isaías: Él mismo tomó nuestras debilidades, y cargó con nuestras enfermedades» (Mat. 8:17).
Pero si el versículo 4 es su confesión de la verdad concerniente a su maravillosa vida de servicio compasivo y doloroso, el versículo 5 da la confesión que harán cuando el verdadero significado de su muerte caiga sobre ellos. Descubren que murió como sustituto, e incluso por ellos mismos. Este descubrimiento lo hacemos todos hoy cuando creemos en el Evangelio. La palabra sustitución no aparece en este versículo, pero la verdad que expresa esa palabra sí aparece 4 veces en este versículo, y aparece 10 veces en este capítulo.
He aquí un hecho notable: tal como está impreso en nuestras Biblias inglesas, el versículo 5 es el versículo central de este capítulo, que realmente comienza con el versículo 13 de Isaías 52. Por lo tanto, es el versículo central del capítulo central de la sección central de esta última parte de Isaías. Y sin duda predice una verdad que es absolutamente central para la salvación de nuestra alma, y en la experiencia de nuestra alma. Las transgresiones, las iniquidades fueron mías, tiene que decir cada uno de nosotros, pero la herida, la contusión no fueron mías sino Suyas. La paz, la curación son mías, pero el castigo, los golpes que las procuraron, no fueron míos sino Suyos. En todo esto él fue mi Sustituto.
Este pensamiento se enfatiza de nuevo en el versículo 6, y queda claro que su obra sustitutoria fue el fruto de un acto de Jehová, pues fue él quien cargó nuestros pecados sobre el Señor. En estos versículos, debemos recordar, el «nosotros» son aquellos que creen, ya sea nosotros hoy o el remanente piadoso de Israel en el presente. Y aquellos que creen son aquellos que primero han confesado su pecaminosidad; todos se extraviaron como ovejas perdidas, aunque el camino que tomamos puede haber diferido en cada caso. El pecado es anarquía; hacer nuestra propia voluntad, sin tener en cuenta la voluntad de Dios, e ir por nuestro propio camino independientemente de Él.
En los versículos 7-9, tenemos una serie de profecías notables, todas las cuales se cumplieron el mismo día de la muerte de nuestro Señor. De hecho, se ha señalado con razón que al menos 24 profecías del Antiguo Testamento se cumplieron en las 24 horas que comprendió ese día de todos los días, cuando el Hijo de Dios inclinó la cabeza en la muerte.
El versículo 7 subraya su silencio ante los acusadores. Cuando los hombres son oprimidos y afligidos injustamente, protestar es natural y de lo más normal, así que Su silencio fue contrario a toda experiencia, y se nota en los Evangelios (Mat. 27:11-14; Marcos 15:3-4; Lucas 23:9; Juan 19:9). En verdad, una oveja es muda ante los esquiladores, como cualquiera puede observar hoy en día si se para y observa a los esquiladores trabajando, pero él no era como una oveja siendo esquilada, sino más bien como un cordero llevado al matadero. Él era en verdad «el Cordero de Dios», como proclamó Juan el Bautista, y sin embargo ninguna palabra de protesta escapó de sus labios.
Además, «por cárcel [opresión] y por juicio fue quitado», pues es todavía lo que los hombres le hicieron lo que tenemos ante nosotros en estos versículos. Si volvemos a Hechos 8:26 al 40, encontramos que el etíope había llegado exactamente a este punto en su lectura de Isaías, cuando Felipe lo interceptó en su carro. Sin duda estaba leyendo la versión griega de la Septuaginta, que dice: “En su humillación fue quitado su juicio”. Así fue en verdad, porque el juicio de nuestro Señor, que resultó en su condena y crucifixión, fue el error judicial más atroz que el mundo haya visto jamás. Un experto legal ha analizado la evidencia de los Evangelios, y ha declarado que cada paso dado por sus acusadores y jueces, ya fueran judíos o gentiles, fue irregular e injusto.
Y la declaración profética del resultado es: «Fue cortado de la tierra de los vivientes», o como lo leyó el etíope: «Su vida fue quitada de la tierra». De ahí que el profeta diga: «Su generación ¿quién la contará?» Y a esta pregunta los hombres responderían unánimemente que, habiéndosele quitado la vida, no había generación posible. Cuando lleguemos al versículo 10 de nuestro capítulo encontraremos la respuesta que Jehová da a esta pregunta, y es muy diferente, ya que fue cortado y herido no por lo que él mismo hubiera hecho, sino por la transgresión de aquellos a quienes Jehová llama: «Mi pueblo». Hemos dejado los versículos que dan confesiones que los israelitas piadosos, y nosotros también, tenemos que hacer, por declaraciones oraculares hechas por el profeta en nombre de Jehová.
Así también en el versículo 9 oímos la voz del Señor, declarando cómo anularía las circunstancias relacionadas con Su sepultura: «Se dispuso con los impíos su sepultura, mas con los ricos fue en su muerte». Y así sucedió. Fue crucificado entre 2 malhechores, aunque uno de ellos se salvó gloriosamente antes de morir; y si los hombres se hubieran salido con la suya habrían arrojado su sagrado cuerpo con los de los malhechores en una fosa común, pero por la intervención de José de Arimatea esto se impidió, y Su cuerpo yació en la nueva tumba perteneciente a José. Dios siempre dispone del hombre necesario para su obra. José nació en el mundo para cumplir esa línea de la Escritura. Ese único acto abarca todo lo que sabemos de José. Al hacerlo, sirvió a la voluntad de Dios. Aunque crucificado entre 2 malhechores, su muerte fue majestuosa– 10.000 veces 10.000 y miles de miles de muertes en una.
Por el acto de José se cumplió también la profecía del Salmo 16:10. Al Santo de Dios no se le permitió ver corrupción. No había hecho violencia, ni había engaño, ni astucia en su boca. La violencia y la corrupción son las 2 grandes formas del mal en la tierra. Ambas estaban totalmente ausentes en él. Sin corrupción en su persona y en su vida, no hubo nada de corrupción en su muerte ni en su sepultura. Hasta aquí hemos visto cómo Dios anuló los propósitos de los hombres malvados. En los versículos restantes vamos a ver lo que Dios mismo logró en la muerte del Señor y los poderosos resultados que van a seguir para él y –bendito sea Dios– también para nosotros, que creemos en su nombre.