Inédito Nuevo

6 - Isaías 28:1 al 35:10

El libro del profeta Isaías


Después de esta predicción de la reunión en Jerusalén de un remanente de países afligidos, que adorarán a Jehová allí, el profeta volvió de nuevo a la denuncia de la situación existente del pueblo. Primero Efraín, es decir, las 10 tribus (v. 1-13). Estaban degradados como borrachos y, llevaban el orgullo como una corona. Contra ellos Jehová traería «uno que es fuerte y poderoso», como una devastadora tormenta o inundación –sin duda el ejército asirio.

Sin embargo, aun así, debería haber un «remanente de su pueblo», que no debía tener una corona de orgullo, sino una corona de gloria, en el Señor mismo. Aunque la masa del pueblo haya sido «erraron con el vino» y que «tropezaron en el juicio», estos últimos deberían ser como niños pequeños, que aprenden poco a poco, paso a paso.

El profeta continúa mostrando que, aunque Dios condescienda a tratar de esta manera sencilla con la masa del pueblo, incluso usando «lengua de tartamudos y en extraña lengua», se niegan a escuchar y son quebrantados. El apóstol Pablo se refiere a este pasaje en 1 Corintios 14:21-22, para mostrar que las lenguas son una señal para los incrédulos y no para los creyentes.

En el versículo 14, el mensaje profético pasa de Efraín a los hombres desdeñosos, que gobernaban las 2 tribus desde Jerusalén. Habían hecho pactos y formado alianzas y, por tanto, se sentían independientes de Dios. Su alianza con algún poder o poderes de este mundo –probablemente Egipto– era en realidad un acuerdo con la muerte y la Gehena. Todo era mentira y no se sostendría. Lo que se mantendría, sería la propia obra de Dios que se realizaría en el Mesías venidero.

El apóstol Pedro cita el versículo 16 en su Primera Epístola (2:6) y Pablo alude a él en Romanos 10:11. El viejo Jacob, al morir, aludió a Cristo como «la Roca de Israel» (Gén. 49:24) y aquí también se le ve en conexión con Israel. En Pedro descubrimos que lo que será verdad para ellos en el día venidero tiene una aplicación para nosotros hoy. Cristo fue en verdad probado en su primer advenimiento, y revelado como el fundamento seguro, y aunque todavía no se ha manifestado como la piedra angular, su preciosidad es la porción de los que creen, como nos dice Pedro. Por lo tanto, no debemos “apresurarnos”, alarmados o confundidos –la traducción en el Nuevo Testamento de esta palabra es «avergonzado». Nótese también que esta maravillosa Roca está colocada en Sion, lo cual es simbólico de Dios actuando en su misericordia.

Pero si la misericordia trae una base sólida en bendición para el creyente, ella implica el juicio para el incrédulo, como muestran los versículos subsiguientes. «Ajustaré el juicio a cordel, y a nivel la justicia», y esto resulta en que el granizo del juicio de Dios barre los refugios de la mentira y los pactos con la muerte que hacen los hombres. Esto sucedió en Israel poco después de los días de Isaías, y sucederá a escala mundial al final de esta era, aunque se declara que el juicio es la «extraña operación» de Dios (v. 21).

Los últimos versículos de nuestro capítulo hablan así de los implacables juicios de Dios, descritos como «destrucción ya determinada sobre toda la tierra» (v. 22), por lo que no deben limitarse a Israel. Esto muestra, en efecto, que el fin de la era está principalmente en vista, y la figura usada en los versículos 23-29, indica que la cosecha del juicio que ha de recogerse es el resultado del arado y la siembra que la han precedido por parte del hombre.

Isaías 29 continúa en este camino solemne. La ciudad donde habitó David se llamaba entonces Ariel, que significa: “El león de Dios”, pero debía ser humillada. Aunque Ezequías, un rey piadoso, estaba en el trono o pronto subiría a él, el estado del pueblo era como se describe en los versículos 9-13. Sus ojos estaban cerrados a Dios y a su Palabra. Ni los doctos ni los indoctos tenían referencia alguna a su Palabra, y el temor de Dios que los habitaba era enseñado por «mandamiento de hombres». En consecuencia, su religión era una mera profesión de labios sin realidad de corazón, y por lo tanto ofensiva para Dios. No es de extrañar que el juicio viniera de la mano de Dios.

Y así debe ser siempre. Encontramos al apóstol Pablo aludiendo a esta Escritura en Hechos 13:41, pues hablaba de profetas –en plural–, por lo que no solo tenía presente a Habacuc 1:5. Si los hombres cierran los ojos a la luz y ponen las cosas al revés, tienen que cosechar el fruto de sus actos. ¿en qué medida la religión actual consiste en acercarse a Dios con la boca mientras que el corazón está lejos de él? Cada uno de nosotros debe tener su propia opinión sobre este asunto.

Aunque el juicio contra Ariel fue ejecutado poco después de la época de Isaías, los términos de la profecía van mucho más allá, pues la destrucción de sus enemigos se anuncia claramente en el versículo 7, y de nuevo al final del capítulo. El adversario será juzgado, y los que, de entre ellos, velaban la iniquidad y convertían a un hombre en delincuente por una palabra, serán eliminados. Esto solo sucederá al final de la era, y entonces el nombre del Dios de Israel será temido y santificado, y los que erraron serán correctamente enseñados.

Pero en ese momento había que llamar al pueblo «hijos que se apartan» (Is. 30:1), y el profeta vuelve sobre lo que estaban haciendo en ese momento. Dijo de ellos: «Para tomar consejo, y no de mí; para cobijarse con cubierta, y no de mi Espíritu». Confiaban en Egipto, en vez de volverse a Jehová, y se les dice claramente que Egipto sería para ellos una vergüenza y un oprobio en vez de algún provecho.

Esto ya era bastante malo, pero en los versículos siguientes tenemos algo peor. El pueblo no quiso escuchar la Palabra de Jehová. No toleraban la profecía verdadera. Solo querían y escucharían cosas «halagüeñas», aunque fueran «mentiras». Las palabras «correctas», las rechazaban. Así que cuando Jehová les dijo que serían salvos volviendo a él y descansando en él, y que su fuerza se encontraría consecuentemente en la quietud y confianza en él, ellos dijeron: «No» (v. 16). Como resultado, el juicio debía caer.

Esta confianza en Egipto era especialmente hiriente para Dios, ya que de ese mismo pueblo los había liberado mediante sus juicios al comienzo de su historia nacional. Es igualmente ofensivo para Dios si el cristiano, que ha sido liberado del sistema mundial y de su juicio venidero, vuelve a él, confiando en su poder o en su sabiduría, en vez de encontrar su recurso en Dios cuando surgen las emergencias. Egipto tenía sus placeres y sus tesoros, de los cuales Moisés se apartó, y ellos tipifican las cosas que no son para el creyente.

En el versículo 18 de nuestro capítulo suena una nota diferente, que continúa hasta el final. Jehová habla de la misericordia que aún les será mostrada, ya que él se deleita en ella. Justo cuando todo parece perdido, y son dejados como un solitario «este es el camino, andad por él», la misericordia les será mostrada, y al leer estos versículos (18-33), vemos que, aunque Jehová los afligirá en su santo gobierno, sin embargo, finalmente los guiará, de modo que cuando puedan desviarse a la derecha o a la izquierda, él dirá: «Este es el camino, andad por él» (v. 21). Entonces desecharán los ídolos que una vez amaron.

La prosperidad se establecerá entonces, pero los detalles de los versículos 25 y 26 van mucho más allá de todo lo que aún se ha realizado, y por lo tanto miran hacia los últimos días. Así también los tremendos juicios sobre las naciones, de los versículos 28 y 30, que harán que se eleve el cántico y se guarde la santa solemnidad en el monte de Jehová, que será conocido como «el Fuerte de Israel».

Los versículos finales son notables. Tofet era un valle cercano a Jerusalén, profanado por horribles prácticas paganas (vean 2 Reyes 23:10; Jer. 7:31-32), de modo que se convierte en símbolo del juicio ardiente. No solo el Asirio será arrojado allí, sino también está «preparado para el rey». No se especifica quién puede ser este «rey», pero sin duda se trata de aquel rey obstinado del que habla Daniel;11:36, y que identificamos con la segunda «Bestia» de Apocalipsis 13; aquel que vendrá en su propio nombre, como predijo el Señor Jesús en Juan 5:43, y que será recibido por los judíos apóstatas como su rey. Será el enemigo interior, como el Asirio el enemigo exterior. La perdición de ambos está fijada.

En Isaías 31 el profeta vuelve a la denuncia de su propio pueblo que se volvía hacia Egipto. Desde un punto de vista político, sin duda parecía algo prudente. Pero implicaba alejarse de Dios, apoyarse en lo material e ignorar lo espiritual. Esto es algo muy fácil de hacer, y es mucho menos excusable en nosotros que en ellos. ¡Cuántas veces hemos hecho algo parecido! Pero, a pesar de esta desviación de su parte, Jehová no iba a abandonarlos del todo, como muestran los versículos 4 y 5. De ahí la invitación a volverse a Jehová y a deshacerse de sus ídolos, que eran la causa de todos los problemas. Si lo hacían, Jehová intervendría en su favor y el Asirio sería destruido.

Pero ¿cómo se lograría todo esto? Isaías 32 da la respuesta: aparecería el Rey de Dios, reinando en justicia, y se establecería un nuevo orden de cosas. Nos retrotraemos en pensamiento a Isaías 11, donde Cristo fue presentado como el «renuevo» de Isaí en su humanidad, y como la «raíz» de la que brotó Isaí, en cuanto a su Deidad. Él ha de ser Rey, y en el versículo 2 se enfatiza especialmente su humanidad, en consonancia con el hecho de que, como Rey, se caracteriza por el Espíritu séptuple de Jehová, de quien es el representante visible.

En efecto, este mundo ha sido barrido por las tempestades del poder satánico, puesto que él es «el príncipe de la potestad del aire» (Efe. 2:2). A pesar de toda la habilidad del hombre, ha demostrado ser «un lugar seco», carente de verdadero refrigerio, y también «una tierra cansada», donde los hombres pasan la vida persiguiendo lo que resulta estar vacío. La futilidad de los esfuerzos del hombre se manifiesta diariamente, y el grito de muchos puede resumirse como “¡Buscad un hombre!” El hombre de Satanás aparecerá primero, llevando el mal al apogeo, pero para ser destruido por el Hombre del propósito de Dios, que cumplirá esta palabra. Él introducirá las 3 cosas indicadas: salvación, satisfacción y revigorización en una tierra ya no cansada, sino más bien descansada.

Si el versículo 2 da una hermosa imagen de lo que será Cristo en su poder real, los versículos 3 y 4 revelan que habrá una obra realizada en las almas de aquellos que entrarán en estas escenas milenarias y disfrutarán de la bendición del reinado de Cristo. Se habrán convertido en un pueblo de visión clara, de oídos abiertos, de corazones comprensivos y de palabra clara y contundente. Observen el orden. Hoy es exactamente igual. Primero la comprensión; luego el entendimiento del corazón; y por último la expresión clara de lo que se cree, porque de la abundancia del corazón habla la boca.

Pero el hecho de que la gracia obre así en los corazones de algunos debe hacer más manifiesto el mal que aún controlará a muchos otros, y de esto hablan los versículos siguientes. Otras Escrituras nos muestran que los tales vendrán bajo juicio y no entrarán en el reino.

En vista de estas predicciones, el profeta hace ahora un llamamiento al pueblo de su tiempo, dirigiéndolo a aquellos sobre quienes recae la menor responsabilidad. Los hombres de la nación eran los principales responsables, pero las mujeres también eran descuidadas y complacientes, y sobre ellas también caerían los dolores hasta que Dios intervenga, no solo por Cristo, el Rey que reina en justicia, sino también por la efusión del Espíritu de lo alto, de la que Joel, en su profecía, habla más específicamente.

Así, en este capítulo hemos reunido tanto lo que será establecido externamente por Cristo como Rey y Salvador, como lo que será obrado internamente por el Espíritu derramado. Entonces en verdad se alcanzarán la paz, la tranquilidad y la seguridad para siempre como obra y efecto de la justicia. Estas cosas las buscan los hombres hoy, pero no tienen la base segura sobre la cual puedan establecerse. Vendrán en la edad futura, pero mientras esperamos eso, nosotros que creemos disfrutamos de ellas de una manera espiritual e individual, a través de la fe de la obra de Cristo y en el poder del Espíritu de Dios que mora en nosotros.

Israel conocerá estas cosas incluso cuando el juicio caiga sobre otros, como indica el versículo 19; y con esa seguridad, las semillas de la verdad pueden ser sembradas y cultivadas «junto a todas las aguas» con confianza en el resultado final.

Isaías 33, 34 y 35 tienen los mismos temas generales: Los juicios de Dios sobre los enemigos de Israel; Sus tratos disciplinarios con su pueblo, llevándolos finalmente a que se vuelvan a él; luego su bendición bajo su mano. Observemos en breve detalle cómo se estas cosas están presentadas.

En primer lugar, se pronuncia un ay contra algunas personas que pérfidamente buscan arruinar al pueblo; y esto conduce, en el versículo 2, a una conmovedora oración por la intervención de Jehová, cuando él será exaltado, y se cumplan la salvación y la estabilidad. Sin embargo, las desolaciones del versículo 8 precederán a esto, y cuando se haya creado el desierto, Jehová se levantará y será exaltado al juzgar al enemigo. Puede haber habido algún cumplimiento de todo esto poco después de los días de Isaías, pero el cumplimiento completo espera hasta el fin de la era, cuando se levantará un hombre de quien se podrá decir: «Ha anulado el pacto… tuvo en nada a los hombres» (v. 8). Habrá grandes poderes antagónicos en los últimos días.

Después, a partir del versículo 13, aprendemos cuál será el efecto de estos juicios sobre el propio Israel. Tendrán un efecto de aventamiento, separando a los impíos de los justos. Se encontrarán a los pecadores, incluso en Sion, a causa de su hipocresía, pero estarán expuestos y temerosos del juicio ardiente; mientras que los realmente piadosos, que caminan en justicia, morarán en lo alto con seguridad y con las necesidades suplidas; y además el «Rey en su hermosura» estará ante sus ojos. El pueblo feroz habrá desaparecido y meditarán sobre el terror que una vez dominó, cuando sus recursos tenían que ser contados y pesados.

El capítulo termina con un llamamiento a considerar Sion y Jerusalén como una ciudad de paz imperturbable, de estabilidad inquebrantable. Jehová será para ellos como un río ancho y plácido, no perturbado por las naves de guerra de los hombres, todas dispersadas, según el versículo 23. Los cojos hacen presa; los habitantes son salvados de sus iniquidades y de sus enfermedades, puesto que Jehová es Juez, Rey y Salvador. No hace falta añadir que todo esto no se ha cumplido todavía.

Isaías 34 comienza con un llamamiento a todo el mundo para que preste atención, ya que todas las naciones tienen que enfrentarse a los juicios de Dios, que alcanzarán incluso al «ejército de los cielos», ya que se producirá ese conflicto en los cielos del que leemos en Apocalipsis 12:7-8; y como resultado Satanás perderá su posición allí y será confinado en su furia a la tierra. Pero de una manera muy especial la espada del Señor descenderá sobre Idumea; es decir, sobre Esaú en su descendencia, que está especialmente bajo la maldición.

En el último libro del Antiguo Testamento encontramos a Dios diciendo que odiaba a Esaú, y uno de los profetas menores, Abdías, está enteramente ocupado con predicciones contra él. Aquí encontramos lo mismo, y se nos dice en el versículo 8 que la venganza cae sobre ellos en recompensa por «el pleito de Sion». En Sion Dios eligió tener misericordia de Jacob, mientras que Edom los persiguió con odio eterno, como vemos en el Salmo 83:3-6. Como resultado, caerán sobre la tierra de Idumea juicios de especial severidad, y el resto del capítulo 34 nos da los solemnes detalles de ello.

Los movimientos preliminares que conducirán a todo esto, están teniendo lugar hoy. Israel tiene ahora un pie en su propia tierra, sin embargo, entre los miles hay pocos “justos y devotos”, como lo fue Simeón de antaño. Hay demasiados «pecadores… en Sion» que tendrían miedo. Los hijos de Esaú y de Ismael los rodean con ánimo muy antagónico y agresivo. ¿Quién puede decir lo que pronto puede suceder? Pero podemos deducir de esta escritura lo que finalmente sucederá, y cómo Dios intervendrá en el juicio.

Habiendo tenido lugar la intervención divina, la bendición para Israel y la tierra, predicha en Isaías 35, se hará realidad. El cuadro es encantador: una escena deliciosa de bendición terrenal. La maldición de Génesis 3:17-18 será levantada, de modo que los mismos desiertos serán abundantemente fructíferos. La venganza de Dios significará liberación y seguridad para Israel. Pero no solo eso, ya que ellos mismos serán transformados. Verán espiritualmente, oirán, cantarán con gozo y todas sus esperanzas se harán realidad.

La figura del versículo 7 es sorprendente, porque la palabra traducida «tierra» reseca significa en realidad «espejismo», la extraña apariencia de lo que parece un lago en alguna región seca, pero que es solo una ilusión. La ilusión que el pobre Israel ha perseguido, mientras estaba lejos de Dios, cesará, y un verdadero lago de refresco ocupará su lugar. Bien podemos utilizar la misma figura en el Evangelio de hoy, ya que los hombres persiguen una satisfacción y un gozo ilusorios de diversas maneras, mientras que la satisfacción permanente solo se encuentra en Cristo.

El versículo 8 hace hincapié en la santidad, que debe marcar siempre la presencia de Dios, y el camino de la santidad puede ser recorrido por el más humilde de los hombres, que sería considerado un necio según los criterios de mundo. Podemos dar gracias a Dios de que sea así.

La descripción de la bienaventuranza termina con la imagen seductora presentada en el versículo 10. Los que entren en el gozo y la alegría eternos serán los rescatados del Señor. Podemos regocijarnos hoy en este pronóstico de la bienaventuranza de la Sion terrenal, mientras recordamos con gozo que estamos bendecidos «con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo» (Efe. 1:3). Y «como son más altos los cielos que la tierra», como nos recuerda actualmente el mismo Isaías (55:9).


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