12 - Isaías 53:10 al 55:13
El libro del profeta Isaías
Hasta aquí esta gran profecía de los sufrimientos y muerte del humillado Siervo de Jehová los ha tratado principalmente desde el lado humano y visible: ahora procede a cosas más profundas, fuera del alcance de la vista humana. Los versículos 10-12 predicen lo que Jehová mismo realizó, y lo que aún realizará por medio de ello.
El santo Siervo había de sufrir golpes y aflicciones, y hasta su propia alma había de ser hecha ofrenda por el pecado; y todo esto a manos de Jehová. Lo que realmente implicaba todo esto debe estar siempre fuera del alcance de nuestras mentes de criatura, aunque hayan sido renovadas por la gracia. Y que «quiso Jehová» hacer esto, puede parecernos una declaración asombrosa; sin embargo, la explicación se encuentra en la última parte del versículo: ya que los resultados que se lograrían serían de un valor y maravilla tan sobrecogedores. Un pensamiento paralelo con respecto al propio Señor Jesús parece estar en las palabras: «Quien, por el gozo puesto delante de él, soportó la cruz» (Hebr. 12:2).
¿Cuáles son los resultados que se indican en el versículo 10? Son 3. Primero, «Verá linaje». Esto lleva nuestros pensamientos a las propias palabras del Señor registradas en Juan 12:24. Cayendo en tierra y muriendo, como el «grano de trigo», produce «mucho fruto», que será “según su género”, si se nos permite tomar prestada y usar la frase que aparece 10 veces en Génesis 1. Esto se verá en su plenitud en un día venidero cuando:
Dios y el Cordero estarán allí
la luz y el templo,
y huestes radiantes compartirán para siempre
el misterio revelado.
Todos los miembros de esas huestes radiantes serán «Su semilla».
Y, en segundo lugar, «vivirá por largos días», a pesar del hecho de que iba a ser «cortado de la tierra de los vivientes», como el versículo 8 nos ha dicho. Su resurrección no se afirma con tantas palabras, pero está claramente implícita en esta maravillosa profecía. En su vida resucitada, sus días se prolongan como los días de la eternidad. Resucitado de entre los muertos, «ya no muere; la muerte no se enseñorea más de él» (Rom. 6:9). En esta vida resucitada su simiente está asociada con Él.
Y lo tercero es que en esta vida resucitada «la voluntad de Jehová será en su mano». Ha habido hombres devotos que han servido a la complacencia divina en gran medida, pero fallando en muchos detalles. En las manos del Siervo resucitado se cumplirá para siempre toda la complacencia de Dios. Tenemos que pasar al Nuevo Testamento para descubrir cuál es ese placer, y cómo alcanzará su culminación en el nuevo cielo y la nueva tierra de los que habla Apocalipsis 21. La vieja creación, en su parte terrenal, fue puesta en manos de Adán, para ser completamente estropeada. La nueva creación permanecerá en su esplendor inmaculado en manos de Cristo resucitado. La luz de esto brilla en nuestros corazones incluso ahora; porque como a veces cantamos:
“La inmaculada alegría de la nueva creación
Resplandece a través de la penumbra presente”.
El versículo 11 nos da otra gran predicción. No solo ha de cumplir el Siervo resucitado toda la complacencia de Jehová, sino que él mismo ha de quedar satisfecho al ver el resultado completo establecido como fruto de «la aflicción de su alma». Somos pequeñas criaturas de pequeña capacidad, de modo que un muy poco nos satisfará. Su capacidad es infinita; sin embargo, el fruto del trabajo de su alma será tan inconmensurable que lo satisfará. ¿No se regocijan grandemente nuestros corazones de que así vaya a ser?
La última parte del versículo 11, dice: «Por su conocimiento justificará mi siervo justo a muchos; y llevará las iniquidades de ellos». En estas palabras «los muchos» son por supuesto aquellos que por fe le pertenecen: tales reciben el doble beneficio –tanto la instrucción como la expiación. No se puede prescindir de ninguno de los 2; y, gracias a Dios, ambos son nuestros en este día de gracia, como se afirma tan claramente en Tito 2:11-14. La gracia no solo salva, sino que también nos enseña eficazmente a llevar una vida sobria, justa y piadosa. Lo que se hace por nosotros hoy se hará también por un remanente piadoso de Israel en los días venideros.
Ahora llegamos al último versículo de este gran capítulo. Observen la primera palabra: «Por tanto», Jehová habla y declara que debido a lo que Jesús hizo en el día de su humillación, se le asignará una gran porción en el día de gloria. Ahora bien, todo el pasaje comenzó con la declaración de que «Mi Siervo» ha de ser grandemente exaltado, y esto fue seguido por un desafío en cuanto a ¿quién creía eso? –en vista de su humillación, rechazo y sufrimientos. Este último versículo declara que en lugar de que sus sufrimientos sean en modo alguno contradictorios con su exaltación, son la base segura sobre la que descansarán su gloria y esplendor eternos. Y, además, lo que ha ganado no es para él solo, pues repartirá el botín con otros que son designados «los fuertes». Las palabras de nuestro Señor, registradas en Mateo 11:12, pueden ser una alusión a esto, pues se necesitaba fuerza para recibirle, cuando el rechazo de sí mismo y de sus reivindicaciones se levantaba como un maremoto para barrerlo todo ante sí. Tampoco la oposición del mundo es realmente diferente para los que hoy reciben a Cristo en la fe.
El capítulo concluye con una predicción más sobre la eficacia de su sacrificio expiatorio, unida a un detalle más que debía cumplirse en su muerte. Se cumplió cuando lo crucificaron entre dos malhechores, como consta en Marcos 15:27-28. Es notable cómo se enfatiza en este capítulo el alma de Cristo en relación con su sacrificio, pues tenemos las 2 afirmaciones: Jehová hizo de Su alma una ofrenda por el pecado, y también que derramó Su alma hasta la muerte. En Hebreos 10, el énfasis se pone en su cuerpo, que fue preparado para él, y que él ofreció, como se declara en el versículo 10 de ese capítulo. En cada uno de los 4 Evangelios su espíritu está puesto en evidencia. En el Evangelio según Juan el registro es: «Entregó el espíritu» No es de extrañar entonces que los pecados de los «muchos» –aquellos que creen en él– han sido llevados y para siempre quitados.
Al terminar el capítulo, uno se pregunta con asombro: ¿Cómo pudo Isaías escribir palabras como estas, algunos siglos antes de que se cumplieran en Cristo, si no fue por inspiración directa del Espíritu de Dios?
Isaías 54 procede a desplegar los resultados para Israel de los sufrimientos de su Mesías, y la primera palabra es: «Cántico». La lectura marginal del Salmo 65:1, es: «Aclamad a Dios con alegría, toda la tierra». Así es en verdad hoy. Pero se acerca el tiempo en que, como uno de los frutos que brotan de la muerte sacrificial de Cristo, Israel –el verdadero Israel de Dios– prorrumpirá en cánticos. Ese pueblo que era tan estéril e infructuoso bajo la Ley, cuando sobre esa base se casó exteriormente con Jehová, no solo será gozosa, sino abundantemente multiplicado y bendecido.
Se utilizan figuras gráficas para exponer esto. Su tienda debe ser ampliada, sus cuerdas alargadas, sus estacas reforzadas. La resistencia de las estacas depende mucho de la naturaleza del suelo en el que se clavan. Cuando Israel clavó sus estacas en la Ley, estas cedieron casi de inmediato. Clavadas en la gracia de Dios, que encontrará su expresión en la muerte expiatoria de su Mesías, se fortalecerán para siempre.
El que será su «Marido», será su «Hacedor» como el Señor de los ejércitos, y también su «Redentor» como el Santo de Israel, y será conocido como el Dios de toda la tierra. Las naciones gentiles que rodeaban a Israel se inclinaban a considerarle como el Dios propio de Israel, mientras que cada una tenía sus propios dioses; e incluso en Daniel, cuando se trataba de naciones gentiles, se le presenta como «el Dios del cielo». En el día milenario será conocido como el Dios de toda la tierra, aunque su centro estará en Israel.
Qué sorprendentes son los contrastes que encontramos en los versículos 7-10. Este tiempo en que Israel es «Lo-ammi», que abarca más de 2.000 años, puede parecerles largo, pero es «un breve momento» para Él. Cuando al fin sean reunidos, será con «grandes misericordias», dispensadas con justicia, puesto que el humillado Siervo de Dios había llevado sus iniquidades. Destaquemos también la palabra «misericordias», pues ningún pensamiento de mérito entrará en su bendición. Esto se corrobora plenamente en Romanos 11:30-32.
De nuevo, el judío yace nacionalmente bajo la ira. Yace sobre ellos, «hasta el extremo», como dice Pablo en 1 Tesalonicenses 2:16. Sin embargo, vista a la luz de la misericordia venidera, es vista como «un poco de ira», y la bondad que les será extendida en misericordia será «eterna». De ahí que se citen «las aguas de Noé»; porque, así como, cuando terminó aquel juicio, Dios prometió que tal juicio no volvería a repetirse, así Israel estará más allá del juicio para siempre.
El versículo 10 revela la base de esta seguridad. Se habrá establecido un «pacto de mi paz», basado en el hecho de que «el castigo de nuestra paz» (Is. 53:5), fue soportado en la muerte de su Mesías. Este pacto de paz será, sin duda, idéntico al «Nuevo pacto», que Jeremías profetizó en Jeremías 31. Sus detalles se dan allí, pero la base justa sobre la que descansará la acabamos de ver, revelada a través de Isaías. Podemos recordar también la palabra del Nuevo Testamento: «La sangre del pacto eterno» (Hebr. 13:20).
Los versículos finales de este capítulo revelan algo de las bendiciones que serán la porción de Israel cuando se establezca el pacto. Los versículos 11 y 12 pueden hablar de favores de tipo material, pero el versículo 13 indica bendición espiritual. Todos los verdaderos hijos de Israel serán enseñados por Dios –y su enseñanza es de tipo eficaz– y su paz será grande, porque estará fundada en la justicia, como indica el versículo siguiente.
Habrá adversarios, y se reunirán para perturbar la paz, si eso fuera posible. Antiguamente Dios usaba adversarios para castigar a su pueblo, pero ahora contemplado su reunión será «sin mí», y solo resultará en su propia ruina. Cuando Israel esté en la justicia divinamente forjada, ni arma ni palabra prevalecerán contra él. Es notable cómo se enfatiza aquí la justicia, obrada en su favor por el Siervo sufriente de Isaías 53. Recuerda a uno la manera en que la justicia es obrada por Dios. Nos recuerda la forma en que la justicia ocupa el primer plano del testimonio evangélico, como vemos en Romanos 1:17.
Isaías 55 se abre con una llamada a «todos los sedientos», y así pasamos más allá de los confines de Israel para considerar en un esbozo profético las bendiciones que llegarán a los gentiles a través de la obra del Siervo que ha muerto. Ilustraciones de esto vemos en Hechos 8 y 10. La sed del etíope le llevó a emprender un largo viaje a Jerusalén, buscando a Dios; la sed de Cornelio le llevó a la oración y a la limosna. En ambos casos, buscando agua para saciar su sed, obtuvieron más, incluso, «sin dinero y sin precio vino y leche». Y lo obtuvieron inclinando el oído y acercándose al Manantial. Oyeron y sus almas vivieron; tal como dijo el profeta en estos versículos. Así podemos ver cuán sorprendentemente sus palabras pronostican el Evangelio que conocemos hoy. Así que incluso los gentiles han de gozar de las bendiciones del «pacto eterno».
Predicando en la sinagoga de Antioquía, el apóstol Pablo citó las palabras «las misericordias firmes a David» y las relacionó con la resurrección del Señor Jesús. Estas palabras se conectan también con lo que encontramos en el Salmo 89, particularmente en los versículos 19 al 29. En ese Salmo se enfatizan especialmente las misericordias, y el «David» es el «Santo» de Dios (v. 19-20), que será hecho «primogénito, el más excelso de los reyes de la tierra» (v. 27), y «mi pacto será firme con él» (v. 28). Claramente el Salmo contempla al Hijo de David, de quien David no era sino el tipo. Todas las misericordias del Salmo solo se verificarán en Cristo resucitado de entre los muertos. Entre esas maravillosas misericordias destacan el perdón de los pecados y la justificación de todas las cosas, que Pablo predicó en Antioquía, y a las que respondieron tan bien los gentiles, como recoge Hechos 13.
En el versículo 4 también se hace referencia a los gentiles, ya que la palabra «pueblos» aparece 2 veces. El Santo Siervo de Dios, resucitado de entre los muertos, es dado como «Testigo a los pueblos, jefe y maestro a las naciones». Como Testigo, hace conocer Dios a los hombres. Como jefe y maestro, lleva a los hombres a someterse a Dios. Esto se verá plenamente en la era venidera, cuando «Benditas serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado» (Sal. 72:17); pero lo mismo se realiza en principio hoy, cuando hombres de 1.000 pueblos diferentes escuchan el Evangelio y descubren en Jesús a Aquel que ha sido hecho Señor y Cristo. Que cada lector interpele su corazón. ¿He recibido plenamente su testimonio? ¿Es él, el Jefe y el Maestro de mi vida?
Si el versículo 1 hace un llamamiento a todos los sedientos, y el versículo 2 presenta un argumento, destinado a reforzar el llamamiento; y el versículo 3, una invitación a la vida y a la misericordia; los versículos 4 y 5 hacen anuncios muy concretos. Solo el anuncio del versículo 4 se dirige a los hombres, mientras que en el versículo 5 encontramos el anuncio de Jehová a su Siervo resucitado de entre los muertos, declarando con diferentes palabras lo que se había dicho en Isaías 49:6. Esto tiene una aplicación definida a la era actual, cuando Dios está visitando a las naciones y tomando de ellas un pueblo para su Nombre, y está conectado en nuestro versículo con su gloria presente. Su pueblo estará dispuesto en el día de Su poder, como predice el Salmo 110; pero muchos de entre las naciones corren a él en este día, y mientras él es glorificado en lo alto.
El versículo 6 sigue ofreciendo lo que podríamos llamar una palabra de consejo, seguida en el versículo 7 por una palabra de seguridad. Hay un tiempo en que Dios está cerca y puede ser hallado en gracia, y un tiempo en que se retira de la escena para actuar en juicio. Cuán a menudo se pronuncian estas palabras cuando se predica el Evangelio, porque el día de la salvación es ahora. La seguridad es que si alguien, por malvado que sea, se vuelve arrepentido al Señor, hay misericordia para él. Lo que implica el arrepentimiento genuino es el abandono de los propios pensamientos y caminos. Sabemos que la fe también es necesaria, pero cuando Isaías escribió sobre Cristo, el gran objeto de la fe, aunque predicho, no había sido revelado. Por consiguiente, la fe no se destaca en el Antiguo Testamento como en el Nuevo.
Pero es cierto en todo momento que el alma que regresa arrepentida encuentra misericordia, y el ofrecimiento aquí no es solo de misericordia sino de perdón en medida abundante. El hebreo dice que Él “multiplicará el perdón”. Tal es la libertad y la plenitud de la misericordia divina para el verdadero arrepentido.
Ahora bien, todo esto no está de acuerdo con los pensamientos y los caminos de los hombres, como bien lo sabía Dios. De ahí lo que tenemos en los versículos 8 y 9. De hecho, toda esta magnífica profecía sobre la muerte y la resurrección de Cristo, y los gloriosos resultados que de ella se derivan, se opone totalmente a los pensamientos y caminos humanos. Cristo, cuando vino, no tenía nada que apelara a los pensamientos y maneras humanas, como se afirma en los versículos iniciales del capítulo 53, y lo que era verdad en él en persona es igualmente cierto de todos los caminos de Dios y de sus pensamientos expresados en esos caminos.
Pero el hombre caído, ¡ay! es egocéntrico, y prefiere sus propios pensamientos y caminos a los de Dios, ignorante del terrible abismo que hay entre ambos, representado como la diferencia entre la altura de los cielos y la de la tierra. En estos días de telescopios gigantes, que revelan la inimaginable altura de los cielos en contraste con nuestra pequeña tierra, quizá podamos comprender mejor la fuerza de esto. Los pensamientos de Dios se revelan en sus propósitos, con los cuales sus caminos son consistentes, y ahora que han salido a la luz en conexión con el Evangelio, forman un libro de lecciones para los ángeles, como se muestra en 1 Pedro 1:12.
Por otra parte, además de los pensamientos y los caminos de Dios, está su Palabra, con la que da a entender cuáles son sus pensamientos y sus caminos. El versículo 10 nos asegura su efecto benéfico. Así como la lluvia que desciende del cielo trae consigo vida y fertilidad en la naturaleza, haciendo que el trabajo del hombre sea fructífero para su bien, así la Palabra de Dios actúa de manera espiritual. Recibida en el corazón, es fecunda en vida y bendición; y no solo eso, sino que está llena de poder, sin fallar nunca en el efecto que Dios se propone, ya sea en gracia o en juicio. Esto fue ejemplificado en el mismo Señor Jesús. Ninguna palabra suya cayó jamás infructuosa en tierra, porque él era la Palabra Viva. Esto es igualmente cierto de la Palabra escrita de Dios. Se dice del hombre bendito del Salmo 1: «En su ley medita de día y de noche». Dichosos nosotros, ahora que tenemos «la Palabra de su gracia» (Hec. 20:32), como la Palabra de su Ley, si hacemos lo mismo.
La gracia venidera de Dios para Israel está aquí en vista, como lo muestran los 2 versículos que cierran nuestro capítulo. La paz que había sido anunciada en el capítulo anterior debería sin falta ser suya, y también el gozo. También la creación se alegrará cuando llegue el día milenario. Está garantizado aquí por la Palabra infalible de Dios, y cuando nos volvemos a una escritura como Romanos 8, se nos dice cómo la creación será liberada de la esclavitud producida por el pecado del hombre, y llevada a la libertad de la gloria de los hijos de Dios, y somos llevados más allá de lo que será verdad para Israel a la amplitud de los pensamientos de Dios para toda la creación.
Así, a lo largo de todo el maravilloso pasaje que nos ha sido presentado, podemos observar que lo que los profetas afirmaron en forma germinal llega a la plena revelación cuando, habiendo venido Cristo, muerto, resucitado y ascendido a la gloria, se le dio al Espíritu Santo que tomara de las cosas de Cristo y nos las mostrara. Ojalá tengamos corazones que las reciban y aprecien su valor único.