Inédito Nuevo

3 - Isaías 9:8 al 14:32

El libro del profeta Isaías


En este punto el profeta reanuda la denuncia del pueblo y sus pecados, que había sido suspendida para que pudiera relatar su visión de Jehová de los Ejércitos y dar la predicción relativa a Emanuel. Ahora aprendemos cómo la mano de Dios se extendió sobre ellos con ira y disciplina. En Isaías 5, el ay fue pronunciado sobre ellos 6 veces, y ahora tenemos la mano de Dios extendida en ira 4 veces más: versículos 12, 17, 21, e Isaías 10:4. Parece que la severidad aumenta a medida que avanzamos.

Las 10 tribus habían sido castigadas con muchas destrucciones, pero en su orgullo declararon que eso les daba la oportunidad de reconstruir a una escala mucho mejor. Hablaban entonces como hablan hoy los hombres al ver la destrucción causada en la reciente guerra [1]. Jehová les advirtió que su aliado, Rezín de Siria, sería derrocado, una señal del derrocamiento que vendría sobre ellos mismos.

[1] Primera guerra mundial (1914-1918).

Pero, una vez más, el pueblo no aceptó la disciplina ni se volvió a Dios que la había enviado. En consecuencia, serían engañados por profecías que eran falsas, y desde el más alto hasta el más bajo se enfrentarían a la exterminación y el desastre. Pero esto tampoco tendría ningún efecto verdadero.

De ahí que les sobrevinieran más miserias y luchas inter tribales. La ira de Jehová oscurecería el país, pero ella sería como un fuego y el pueblo como combustible. Y su ira permanecería.

Seguirían practicando el engaño, la traición y la opresión, y atraerían sobre ellos lo que se describe como «el día del castigo» (10:3). Habiendo abandonado a su Dios, él no sería refugio para ellos en esa hora de angustia, y su mano seguiría estando contra ellos. Esto nos lleva al asirio, en el versículo 5.

Pero nos detenemos un momento para observar que, como ocurre tan a menudo en las profecías del Antiguo Testamento, hay un cumplimiento final además de otro más inmediato, y sin duda este es el caso aquí. Por ejemplo, había profetas que hablaban falsedades en tiempos de Isaías, pero el muy especial “profeta que habla mentiras”, que es “la cola”, se refiere al Anticristo de los últimos días; al igual que «el día del castigo» se refiere a ese día especial de prueba que aún está por venir. Del mismo modo, «el asirio», que ahora vamos a considerar, tiene esta doble aplicación: el gran poder existente entonces, centrado en Nínive, y también ese «rey del Norte», que era Asiria, del que oímos hablar en los últimos días.

En tiempos de Isaías, el poder de Asiria amenazaba a todas las naciones. Dios había tomado a ese pueblo como vara de su ira para castigar a muchas naciones que estaban lejos de él, e Israel entre ellas. Más tarde Dios utilizó a los caldeos de la misma manera, y esto fue lo que perturbó la mente de Habacuc, y lo llevó a protestar que, por malo que fuera Israel, los caldeos, a quienes Dios iba a utilizar contra ellos para disciplinarlos, eran peores. Vemos aquí lo que vemos también en Habacuc: que Dios puede utilizar a una nación malvada para castigar a su pueblo infiel, pero solo bajo su estricta supervisión y control. Dios lo estaba enviando ahora, como dice el versículo 6, contra una nación hipócrita –evidentemente las 10 tribus y Samaria.

Pero el propio asirio no se dio cuenta de esto y, por lo tanto, no quiso decir eso, sino que pretendía asolar Jerusalén, así como Samaria, haciendo con ellas lo que ya había hecho con muchos de los pueblos circundantes. Como sabemos por las Escrituras históricas, aunque angustió y amenazó a Jerusalén, no la tomó. Como da a entender el versículo 12, sería utilizado para hacer en Jerusalén lo que Dios quería y entonces él mismo sería castigado y humillado. Él era solo como un hacha o una vara en la mano de Jehová y no podía dictar su conducta a Aquel que lo empuñaba. El Santo de Israel lo consumiría y derribaría su orgullo e importancia.

Sabemos cómo se cumplió todo esto en los días de Ezequías. Samaria fue llevada cautiva, pero cuando Senaquerib intentó con orgullosa jactancia tomar Jerusalén, sus fuerzas recibieron un golpe concluyente directamente de la mano de Dios, y él mismo fue muerto poco después por 2 de sus hijos, como leemos en 2 Reyes 19:37.

La doble aplicación de la última parte de Isaías 10 es, creemos, bastante evidente. En los versículos 20-23, Dios se compromete a preservar un remanente, aunque iba a permitir una gran consumación en el país, de acuerdo con su santo gobierno. La promesa de un remanente abarca a toda la «casa de Jacob», pues debió ser dada algunos años antes de que las 10 tribus fueran llevadas al cautiverio. Dios preservó un remanente en aquellos lejanos días en que fue dada la profecía, y aún lo hará en los días venideros, al fin de esta era.

De nuevo, en los versículos 24-34, los habitantes de Jerusalén recibieron la clara seguridad de que no debían temer al asirio. Los afligiría como con vara, pero Dios acabaría por destruirlo. Esto sucedió, como hemos visto, aunque llegaría hasta las mismas puertas de la ciudad y «alzará su mano al monte de la hija de Sion, al collado de Jerusalén». Su progreso a través de las ciudades, a medida que se acercaba, se describe muy gráficamente. Parecería como un gran cedro del Líbano, extendiendo su poderosa rama sobre la ciudad, pero Jehová de los ejércitos cortaría su rama con terror.

Todo esto tiene también una aplicación a los últimos días, como se pone de manifiesto cuando comenzamos a leer Isaías 11, pues realmente no hay ruptura entre los 2 capítulos. El Señor Jesús es la «Vara [o Rama] del tronco de Isaí» y el «Renuevo», y el capítulo lo presenta en el poder y la gloria de su segunda venida. El hecho de que el Espíritu del Señor, en su séptuple plenitud, reposaba sobre él en su primera venida es muy cierto, y cuando leemos de nuestro Señor que «Dios no le limita el Espíritu» (Juan 3:34), puede haber una referencia a lo que se declara aquí, como también la hay en «los siete Espíritus», mencionados en Apocalipsis 1:4; 3:1; 4:5; 5:6; y en esta última referencia son «enviados por toda la tierra», como sucederá cuando surja el retoño de Isaí dotado de esta plenitud séptuple.

También nos recuerda el candelabro del Tabernáculo, con sus 6 brazos que brotaban del tallo principal. El aceite, típico del Espíritu Santo, alimentaba sus 7 lámparas. El «Renuevo» debe crecer o, más exactamente, “ser fructífero”, y cuando Cristo, en la plenitud del Espíritu, llene la tierra, el fruto abundará, porque no solo habrá sabiduría, sino también el poder para hacer cumplir sus dictados, y todo controlado por el temor del Señor.

Además, no dependerá, como los jueces humanos, de las cosas externas, de lo que vea o escuche, ya que poseerá esa “inteligencia viva” que le dará ese conocimiento intuitivo que brota de su naturaleza divina, de modo que sus acciones, ya sea a favor de los pobres y mansos o contra los malvados, estarán marcadas por la justicia absoluta. Por fin habrá amanecido una era de justicia.

Como resultado de ello, la paz descenderá sobre la tierra, hasta el punto de que todo antagonismo y ferocidad desaparecerán, incluso de la creación animal. La criatura fue sometida a la vanidad, no por su propia voluntad, sino a causa del pecado de Adán, y ha de ser «liberada de la servidumbre de la corrupción» (Rom. 8:20-21); pero el apóstol nos da un detalle no dado a conocer a Isaías, pues será el tiempo en que no solo se manifestará el retoño de Jesé, sino también la manifestación y la gloria de los hijos de Dios.

La imagen de la bienaventuranza milenaria que nos está presentada en los versículos 6-9, es muy agradable. Los misioneros nos dirían, lo creemos, que matar y comer un cabrito es una atracción especial para el leopardo, así como el lobo naturalmente mata a los corderos. Toda la creación estará en paz, abolida toda ferocidad; incluso la serpiente venenosa privada de su veneno y de su deseo de morder. La tierra en aquel día, en vez de estar llena de la confusión y de los conflictos creados por la caída del hombre, estará llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mar. ¿Cómo cubren las aguas el fondo del mar? Lo hacen por completo, sin que quede una sola grieta sin cubrir. Tal es el hermoso cuadro que nos está presentado aquí.

¿Y cómo pueden producirse cosas tan maravillosas, no solo para Israel sino para toda la creación? El versículo 10, pensamos, arroja luz sobre esto, pues allí descubrimos que el Señor Jesús es predicho como la «Raíz de Jesé», así como un «Vástago» de su tallo. Esto nos recuerda de inmediato que en el último capítulo de la Biblia el Señor se presenta a nosotros como «la raíz y el vástago de David»; una alusión sin duda a nuestro capítulo. Creemos que aquí se utiliza «Jesé» para acentuar el contraste, pues David se había convertido en un nombre de gran renombre, mientras que Jesé solo nos recuerda al agricultor, por lo demás desconocido, de quien surgió David. Era de un hombre pequeño y desconocido debía brotar el gran Mesías, incluso siendo la Raíz de la que brotó Jesé.

Así, si, como brote, pensamos en Cristo en su santa humanidad, como raíz tenemos que pensar en él en su Deidad. En su humanidad surgió de Israel, y tiene vínculos especiales con ese pueblo. Si introducimos su Deidad, todos los hombres aparecen inmediatamente. Así sucede, como se ha observado a menudo, en el Evangelio según Juan, donde la palabra «mundo» aparece con gran frecuencia; y así sucede aquí, pues la palabra «pueblo» en nuestra versión debería ser «pueblos»; es decir, las naciones en general, para quienes la Raíz se erigirá como «enseña» o «estandarte», y a él buscarán los gentiles; y «su reposo será gloria», como se puede leer en el margen. La codicia desaparecerá y entrará la gloria. ¡Qué día será ese para la tierra!

Esta maravillosa corriente profética continúa hasta el final de Isaías 12, y 4 veces tenemos la expresión «en aquel día». La primera la hemos visto en el versículo 10, cuando el Mesías prometido se manifestará en la gloria de su Divinidad y traerá bendición a los pueblos más remotos. La segunda está en el versículo 11, porque en aquel día habrá una nueva reunión de Israel, y las predicciones relativas a esto continúan hasta el final del capítulo. No debemos confundir la migración actual de los judíos a Palestina con esto, ya que el versículo 11 habla de lo que se llevará a cabo en el día de la manifestación de Cristo, y será un acto de Dios y sin duda realizado por medio de Cristo; porque «Señor» en el versículo 11 no es «Jehová» sino «Adonai», el título usado por ejemplo en el Salmo 110:1, cuando David por el Espíritu habló del Mesías venidero como «mi Señor».

Además, cuando se produzca esa reunión, la división entre las 10 tribus y las otras 2 habrá desaparecido, las naciones que rodean a Israel habrán sido sometidas y habrá una modificación de las condiciones geográficas tanto en lo que respecta a Egipto como a Asiria. Ninguna de estas cosas ha sucedido todavía.

Pero estas cosas se cumplirán, y «en aquel día», cuando hayan sucedido, estallará en Israel un cántico de alabanza mucho más profundo y sincero que el que se entonó en Éxodo 15. Pero recapitulemos un momento. En el versículo 10, el Mesías aparece en su Deidad y gloria como el centro de reunión de toda la humanidad. Atrae a todos hacia él, según Juan 12:32. Pero esto significa, como muestra el resto del capítulo, que Israel obtendrá la bendición de la redención, mucho más maravillosa que su pasada redención de Egipto. Luego sigue, como abre Isaías 12, el cántico triunfal de esta nueva redención. Jehová había estado enojado con ellos, y con razón en vista de su trágico pasado de maldad, pero ahora se ha convertido en su Consolador, su Fuerza y su Salvación.

Si los versículos 1 y 2 nos recuerdan a Éxodo 14 y 15, el versículo 3 recuerda a Elim, que se menciona en el último versículo del capítulo 15. Los pozos de Elim eran muy bienvenidos y refrescantes, pero aquí hay algo mucho más maravilloso, de lo que Elim era solo un tenue tipo, ya que la salvación que Israel recibirá entonces no será solo de tipo temporal, sino también espiritual y eterna.

Nuestro breve capítulo termina con alabanzas en vista de lo que será el punto culminante de su bendición: el «Santo de Israel» en medio de ellos. Esto fue prefigurado cuando, redimidos de Egipto, el Tabernáculo fue erigido en medio de ellos con la nube de gloria descansando sobre él. Lo que sucederá «en aquel día» superará con creces lo que se realizó bajo Moisés. Con esta sorprendente profecía se cierra una división definitiva del libro.

Lo que hemos visto casi podríamos llamarlo, la aflicción de Jacob. El juicio tiene que «comenzar por la casa de Dios» (1 Pe. 4:17). Israel era eso de antaño, pero, aunque su pesada culpa trae sobre ellos un fuerte juicio, un brillante futuro les espera al final. Habiendo comenzado el juicio por ellos, ahora encontramos juzgadas a las naciones circundantes. Una aflicción pesa sobre ellos de la mano de Dios, y cuando el profeta la pronunció, sin duda también estaba sobre su propio espíritu. Isaías 13 comienza con la «profecía sobre «Babilonia». El Espíritu de Dios previó que esta ciudad se convertiría en la principal opresora y en la sede original del poder gentil cuando se iniciaran los «tiempos de los gentiles».

La destrucción predicha llegará cuando comience «el día de Jehová», como muestran los versículos 6 y 9; de ahí que el terrible derrocamiento, detallado en los versículos 1-10, se producirá en los últimos días, y se ejecutará sobre el orgulloso poder gentil del cual Babilonia era la cabeza y el frente, como vemos en Daniel 2 y 7. El versículo 11 habla del castigo del «mundo» por su iniquidad, y de convulsiones en los cielos y en la tierra, tales como Jehová también predijo en su discurso profético. Pero en el versículo 17 la profecía desciende a un juicio más inmediato, que fue ejecutado por los medos, como registra el libro de Daniel. Es en este contexto donde se afirma que la destrucción de Babilonia sería completa e irremediable. La predicción se ha cumplido hasta el día de hoy y sigue valedera. Todo lo que pudiera parecer contrario se aplica, a nuestro juicio, al poder gentil dominante, que todavía existe, y del cual Babilonia fue el principio, o a esa «misteriosa» Babilonia de Apocalipsis 17, que representa a la falsa iglesia profesa, dejada para el juicio cuando el Señor venga por sus verdaderos santos.

Los 3 primeros versículos de Isaías 14 muestran que el juicio de Babilonia despeja el camino para que fluya la misericordia hacia Israel. Esto tuvo un cumplimiento parcial en los días de Ciro, como registran los versículos iniciales de Esdras. Tendrá un cumplimiento mucho mayor y más completo cuando los tiempos de los gentiles lleguen a su fin. Entonces, Israel no solo se establecerá una vez más en su propia tierra, sino que será la nación suprema, gobernando sobre las otras naciones que antes le oprimían, y completamente en reposo. En ese día retomarán el proverbio contra el rey de Babilonia, que llena los versículos 4 al 23 del capítulo.

Cuando Isaías pronunció esta profecía, Babilonia aún estaba dominada por el poder asirio. Más o menos un siglo después se convirtió en “la ciudad de oro” bajo el gran rey Nabucodonosor, del que se habla como «cabeza de oro» (Dan. 2:38). Con él comenzaron los tiempos de los gentiles, que concluirán bajo el potentado llamado «la Bestia» en el Apocalipsis. Con él comenzaron los tiempos de los gentiles, y se cerrarán bajo el potentado, llamado «la bestia» en Apocalipsis 13, que será levantado e inspirado por Satanás, llamado «el Dragón». Todo el mundo adorará a la bestia y al dragón que, aunque invisible, está detrás de ella.

La profecía de Isaías en estos versículos se aplica primero al rey visible (v. 4-11). El Señor romperá su cetro y lo arrojará a la Gehena, como se explica más detalladamente en Apocalipsis 19. Pero en los versículos 12-15, parece que pasamos del rey visible a Satanás, del que será el representante. Satanás, cuyo pecado original fue un intento de autoexaltación hasta alcanzar la igualdad con Dios, será «lanzado al lago de fuego y azufre», como también vemos en Apocalipsis 20.

Los versículos 13 y 14 son los más llamativos. Nótese la quíntuple repetición de «subiré, levantaré, me sentaré, subiré y seré». La esencia misma del pecado es la afirmación de la voluntad de la criatura contra el Creador. En Génesis 2, Dios le dijo a Adán: «No comerás»; pero en Génesis 3, tentado por Satanás, Adán virtualmente dijo: “Comeré”. El completo contraste con esto se encuentra en Filipenses 2; donde Aquel que era «el Altísimo», cuyo trono estaba «junto a las estrellas de Dios», que no podía «ascender», puesto que no había lugar más alto que el que Él ocupaba, descendió y tomó la forma de Siervo. Satanás trató de ensalzarse y ha de ser abatido. Cristo se humilló, y es y será exaltado.

En los versículos siguientes parece que volvemos al juicio del rey visible, de su ciudad y de todos los que le siguen. No será un trato parcial o provisional de Dios, sino un juicio final que hará tabla rasa de su poder y reino, un juicio más severo que el que ha caído sobre otros.

En el versículo 24 volvemos de nuevo al juicio más inmediato de Asiria. Sobre los montes de Israel, que Jehová llama “mis montes”, debía ser quebrantado. Esto no se había cumplido en el año en que murió el rey Acaz, pues era el tercer año del rey Oseas de las 10 tribus, y Samaria fue llevada cautiva por el Asirio en el noveno año de Oseas. En los versículos 29 y 31 «Filistea» es el país al suroeste de Jerusalén. En ese momento todo podía parecer pacífico, pero su juicio se acercaba, y su única esperanza y confianza descansaba en Sion.

Ahora bien, Sion no significa simplemente Jerusalén, pues esa ciudad también caería finalmente bajo el juicio de Dios. Sion fue fundada por el Jehová en su misericordia cuando intervino y levantó a David, de modo que se ha convertido en un símbolo de la misericordia y de la gracia de Dios. Esto lo vemos en la Escritura, en Hebreos 12:22. En esa gracia, que Sion representa, confiarán los pobres piadosos del pueblo. Así lo hicieron en días pasados. Lo harán en los días venideros.

Hoy, lo hacen. ¿Estamos entre ellos?


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