10 - Isaías 49:5 al 51:16
El libro del profeta Isaías
En este notable capítulo tenemos algo parecido a un diálogo. La Palabra de Jehová al Mesías, a quien se dirigió como el verdadero “Príncipe de Dios”, la encontramos en el versículo 3. El lamento del Mesías, por haber cortejado a Israel en vano, se encuentra en el versículo 4, y se verificó históricamente, como se nos dice en Lucas 13:34. A partir del versículo 5 tenemos la respuesta de Jehová a este lamento. La última parte del versículo 5 es en realidad un paréntesis, que nos da la confianza del Mesías, basada en lo que Jehová está a punto de decir. Puede que Israel se niegue y se muestre obstinado, pero a los ojos de Jehová será glorioso, y siendo así, nada del propósito de Dios fallará.
La respuesta de Jehová comienza en el versículo 6. Se nos advierte proféticamente que en la venida del Señor Jesús estaban implicados propósitos más amplios y de mayor peso que la reunión y bendición de Israel y Jacob. La luz había de brillar para todas las naciones, y la salvación había de hacerse posible y llegar hasta los confines de la tierra. He aquí una predicción que –¡alabado sea Dios!, se está verificando hoy. Él es la salvación. No puede ser desconectada de él, como el apóstol Pedro dejó tan claro ante el concilio judío (vean Hec. 4:12).
Pero si hoy podemos ver el cumplimiento del versículo 6, esperamos ver el cumplimiento del versículo 7 en un día futuro que, confiamos, se acerca. Jehová es verdaderamente el Redentor de Israel, aunque Aquel a quien envió sea despreciado y aborrecido como siervo. Se acerca la hora en que, en presencia de este Siervo, los reyes se levantarán de sus asientos y los príncipes rendirán homenaje ante él. Los hombres lo han rechazado, pero Dios lo ha elegido.
De nuevo en el versículo 8 tenemos la voz de Jehová. El Siervo humillado a quien los hombres no querían oír ha sido oído por Dios, ayudado y levantado. Y esto ha sucedido en «tiempo aceptable» y en «el día de salvación». Es posible que los lectores del Antiguo Testamento no hayan comprendido el significado de este hecho, pero el apóstol Pablo se apoderó de él en 2 Corintios 6:2. El rechazo del Mesías, predicho en el versículo 7 resultaría en su muerte, pero sería «oído» y «ayudado» por la resurrección de entre los muertos, y esto iba a inaugurar el «tiempo aceptable» y el «día de salvación».
Hace casi 20 siglos, Pablo recordó a los santos de Corinto que estaban viviendo en esa época maravillosa: era ahora. La época de la gracia y la salvación aún persiste. Sigue siendo ahora. Que todos nos animemos a evangelizar, recordando que puede que no dure mucho tiempo.
Pero en la última parte del versículo 8, y hasta el final del versículo 13, la profecía nos lleva a la era venidera. El Mesías rechazado en otro tiempo ha de ser «por pacto al pueblo», pues este no entrará en la bendición sobre la base del pacto de la Ley. Él, y solo él, llevará a cabo la bendición en la tierra tan brillantemente descrita en estos versículos, de modo que los mismos cielos, así como la tierra, prorrumpirán en jubilosos cánticos.
El versículo 13, sin embargo, parece indicar que un remanente afligido de Israel está principalmente, si no exclusivamente, en vista aquí. Algunos serán prisioneros, otros se esconderán en lugares oscuros; vendrán a través de las montañas desde puntos distantes del norte y del oeste, e incluso desde «la tierra de Sinim», que algunos identifican con China. Por fin, el consuelo anunciado en el versículo inicial de Isaías 40 habrá alcanzado a «su pueblo», y los que durante tanto tiempo habían sido «sus afligidos» encontrarán misericordia. Misericordia, nótese; no mérito, como se demuestra tan concluyentemente al final de Romanos 11.
Y será una misericordia inesperada, como muestran los versículos siguientes. Sion, que representa a la simiente piadosa que recibirá la misericordia, se verá tentada a pensar en su extremo que está abandonada y olvidada por su Dios; pero no es así. Entre la humanidad no hay vínculo más fuerte que el amor maternal. Sin embargo, bajo una presión extrema, incluso ese vínculo puede romperse. Los piadosos en Israel tienen un lazo con Jehová que nunca se romperá. Mientras que son repudiados nacionalmente y apartados, Dios tiene propósitos más amplios de bendición, alcanzando a los pueblos más remotos. Sin embargo, él se caracteriza por la máxima fidelidad a todas sus promesas, dadas a aquellos que son la simiente de Abraham en un sentido tanto espiritual como material.
Esto sucederá en tal abundancia que en el versículo 18 se dice a Sion que levante los ojos y vea a sus hijos acudiendo a su lado. En los días de su desolación pecaminosa todos sus hijos se perdieron; ahora aparecen en tal número que la tierra no puede contenerlos, y los gentiles –incluso sus reyes y reinas– les harán honor, y eso debido a la gloria y el poder de su Dios.
Pero cuando esta gran misericordia alcance a Israel, su situación será muy grave, como podemos deducir del versículo 24, y los versículos iniciales de Zacarías 14 confirman la deducción. Justo cuando parezcan ser los cautivos indefensos de sus enemigos, habrá una tremenda intervención de Jehová para su liberación. El Nuevo Testamento aclara abundantemente que el Jehová que, según Zacarías 14:3, «saldrá… y peleará con aquellas naciones», no es otro que nuestro bendito Señor Jesucristo; y por sus manos “serán llevados los cautivos de los poderosos, y liberada la presa de los terribles”.
Esta será una obra de redención por el poder, pero, como sabemos, encontrará su base justa en la redención por la sangre realizada en su primera venida. En la actualidad el pobre judío todavía rechaza la base justa mientras espera la liberación nacional. Será de otra manera cuando su Redentor aparezca en poder. Entonces se manifestará como el «Poderoso» del pobre «Jacob» torcido; y no meramente como el Poderoso de Israel.
Esta tensión profética cesa ahora, pues en Isaías 50:1 volvemos al estado existente del pueblo, alejado de su Dios. No por parte de Dios, sino por parte de ellos. Si Dios hubiera dictado una sentencia de divorcio contra ellos, habría sido permanente y habrían sido «rechazados» (Rom. 11:1), a lo que Pablo dice: «De ninguna manera». El hecho era que se habían vendido al desastre por sus muchas transgresiones.
Y hubo más que esto, pues los versículos siguientes son una acusación profética contra el pueblo por haber rechazado a su Mesías en su primer advenimiento. Cuando vino, como predice el versículo 2, no había nadie entre los líderes del pueblo que respondiera a su llamado. Según los Evangelios, vino anunciando que el reino estaba cerca. ¿No tenía poder para traerlo? ¿Fracasó el establecimiento del reino porque él no tenía la energía redentora? Él se movía en los mares y en los cielos con el poder del Creador. Sin embargo, iba a ocupar un lugar humilde y sometido.
La palabra «sabio» en el versículo 4, realmente significa un discípulo o alguien que es instruido, y nuestro Señor tomó ese lugar humilde y sujeto cuando vino como el Siervo de la voluntad de Dios. En verdad tenía el oído abierto, como también se predijo en el Salmo 40, y tomó ese lugar para poder ser el verdadero prójimo del hombre, y hablar la Palabra a tiempo al que está cansado. Mañana tras mañana oía las palabras que había de decir a los demás; de ahí su propia declaración a sus discípulos: «Las palabras que os hablo, no las hablo por mi propia cuenta» (Juan 14:10).
Y habiendo tomado este humilde lugar de Siervo, tuvo que enfrentar el despreciativo rechazo de los hombres. Los azotes, la vergüenza y los escupitajos iban a ser su porción, aunque vino en tal gracia con bendición para los hombres. Sin embargo, nada le apartó del camino de la devoción a la voluntad de Dios. Su rostro estaba puesto como un pedernal en esa dirección, y por lo tanto el poder de Dios estaba con él.
Además, como se insinúa en los versículos 8 y 9, llegará el día en que él será vindicado y sus adversarios confundidos y sometidos a juicio. Así que aquí de nuevo, como sucede tan a menudo en estas profecías, los 2 advenimientos se juntan, aunque transcurran muchos siglos entre ellos. Los versículos 5 al 7 se han cumplido, cuando él vino en gracia. Los versículos 8 y 9 se cumplirán cuando venga en juicio.
Luego, en los 2 versículos que cierran el capítulo, pasamos de las declaraciones proféticas a las palabras de consejo y advertencia. Había quienes temían a Jehová y, sin embargo, caminaban en una oscuridad comparativa. Así lo reconoció el apóstol Pedro, cuando en su Primera Epístola recordó a los conversos del judaísmo, a quienes escribía, que habían sido llamados «de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pe. 2:9). Pero mientras aún moraban en las tinieblas, esperando la luz, debían confiar en el nombre de Jehová, porque así se les había revelado, y apoyarse en su fidelidad. Así lo hicieron, como muestran los primeros capítulos del Evangelio según Lucas. Jesús era «un amanecer desde lo alto… para resplandecer sobre los que están sentados en tinieblas» (Lucas 1:78-79); y en Lucas 2 se nos da una visión de las almas piadosas que obedecían la instrucción dada en el versículo 10 de nuestro capítulo.
Pero hubo muchos en aquellos días que no temieron a Jehová ni obedecieron la voz de su Siervo cuando vino en gracia, y hay hoy una multitud que es de la misma opinión. Encienden un fuego propio para iluminar las tinieblas, y a la luz de él y de sus chispas siguen su camino. Este es un lenguaje figurado; ¡pero qué gráfico e impactante es!
En este siglo 21, los hombres han creado una enorme hoguera que lanza chispas en todas direcciones, y parece que la “ciencia” está añadiendo combustible a sus llamas a un ritmo que empieza a ser alarmante. Las chispas que genera la astucia humana saltan por todas partes. Así pues, no perdamos de vista la aplicación de estos 2 versículos a nosotros mismos. Si los santos de antaño confiaban en su Dios, mientras esperaban la luz, ¿no deberíamos nosotros, que caminamos en la maravillosa luz del Evangelio, estar llenos de fe en el Dios tan perfectamente revelado en el Señor Jesús? Sin embargo, a nuestro alrededor hay multitudes encantadas y embriagadas con la miríada de chispas brillantes que brotan del fuego de las invenciones e ingenios humanos, aunque algunos de ellos –los que saben más y piensan con más claridad– tienen muchas punzadas de temor en cuanto al fin de todo esto. El versículo 11 indica el final. La humanidad yacerá en tristeza bajo la pesada mano juzgadora de Dios.
Isaías 51 comienza con un llamamiento a los piadosos, pues tales son los que “buscan la justicia”. Se utiliza la figura de una cantera para dirigir sus pensamientos a su origen como descendientes de Abraham, que había sido llamado originalmente, y en quien se habían depositado las promesas. Cuando Isaías escribió, el pueblo había estado durante siglos bajo la Ley de Moisés y podían suponer fácilmente que finalmente alcanzarían la bendición sobre una base legal. Pero no será así. La bendición solo será suya que sobre la base del pacto con Abraham. No será suya por sus méritos, sino por la misericordia de Dios, como dice tan claramente el final de Romanos 11.
Por lo tanto, recordando su pacto con Abraham, Dios todavía «consolará a Sion» y traerá ricas bendiciones terrenales. En la actualidad, el trabajo diligente de los judíos que han regresado está produciendo en la tierra fertilidad donde la esterilidad ha prevalecido durante muchos siglos, pero hay presentimientos y angustia y una voz de ansiedad más que de melodía. Por el momento no es más que un movimiento nacional y puramente humano.
Los versículos 4 y 5 muestran lo que sucederá cuando el movimiento proceda de Dios y sean obedientes a su Ley y ordenamiento. Entonces se manifestará su salvación basada en la justicia. Habrá bendición, no solo para aquellos a quienes él reconoce como «pueblo mío» y «nación mía», sino también para «los pueblos», pues el término al final del versículo 4 y en medio del versículo 5 está en plural. Las islas lejanas serán puestas bajo el dominio divino en aquel día. El secreto de todo esto es: «En mi brazo ponen su esperanza». Ese brazo nos fue presentado en Isaías 40:10, y es una designación de nuestro Señor Jesús en el poder y la gloria de su segundo advenimiento.
Anteriormente en el versículo, se mencionan: «Mi brazo»; creemos que se trata de santos glorificados, que gozan de una porción celestial, como aquellos a quienes el Señor dirigió las palabras registradas en Mateo 19:28. En aquel día la confianza de los hombres, que son bienaventurados, se centrará en el poderoso de Jehová, pero los santos actuarán como sus «brazos», enviados por él para «juzgar a los pueblos».
Qué día tan maravilloso será ese, porque nada, ni en el cielo ni en la tierra, es estable, como declara el versículo 6. Las cosas materiales y los hombres mismos pasan, pero la salvación que Dios llevará a cabo en justicia permanecerá. En los versículos 7 y 8 se nos pide que escuchemos la Palabra de Dios; y nosotros, que conocemos «la justicia», no podemos sino alegrarnos de que solo lo que está establecido en justicia permanecerá y todo lo demás será devorado por los gusanos y destruido. En la seguridad de esto ningún santo necesita temer el reproche y las injurias de los hombres.
Estos versículos han desplegado ante nuestras mentes una perspectiva gloriosa y deseable, que solo se realizará cuando el Señor Jesús venga de nuevo. De ahí el llamado del versículo 9: «Despiértate, despiértate, vístete de poder, oh brazo de Jehová». En visión profética Juan lo vio hacerlo así, en Apocalipsis 19:11-16, cuando será exhibido como Rey de reyes y Señor de señores. El Señor Jesús ha sido siempre el Ejecutor de los propósitos de Dios. Él actuó en las poderosas escenas de la creación. Fue él quien cortó en pedazos a Rahab –nombre que significa “arrogancia”, dado a Egipto en desprecio– y secó el mar, cuando Dios sacó al pueblo bajo Moisés de la tierra de su esclavitud. Cuando Él se fortalezca y actúe en el día futuro, habrá una liberación mucho mayor, y los rescatados del Señor volverán a Sion cantando, y su gozo será eterno y no pasajero y fugaz como han sido hasta ahora todas las liberaciones gozosas en este mundo pecador. Hoy podemos invocar al Brazo del Señor para que despierte, solo que el lenguaje que usamos es: «¡Ven, Señor Jesús!».
A partir del versículo 12 tenemos ante nosotros otro llamado a los piadosos. Su tendencia era, como es nuestra tendencia hoy, tener los ojos puestos en el hombre, y temer, al observar todas sus malas tendencias y actividades. Pero los hombres mueren y Aquel que consuela a su pueblo es el Hacedor de los cielos y de la tierra. Cuando Dios actúe, ¿dónde estará la furia del opresor? Estos impactantes versículos pretenden infundir ánimo en los santos de Dios de todas las épocas. Lo han hecho en el pasado y sin duda lo están haciendo hoy, especialmente donde los santos se enfrentan «el furor del que aflige», ya sea comunista o democrático.
Dios está muy por encima de las acciones y agitaciones de los hombres. Las naciones son como el mar con sus olas rugientes, pero él las divide a su antojo. En el versículo 16 se habla de Aquel que es el Brazo de Jehová, porque es Aquel que habla en nombre de Dios, estando en su boca la Palabra divina; así como es Aquel que actúa bajo la Mano divina, y se da el resultado del hablar y del actuar.
El resultado va a ser triple, como afirma este notable versículo. El primero es que los cielos van a ser plantados. La referencia aquí no es a la creación, pues eso se mencionó en el versículo 13, sino, como creemos, a lo que Dios está haciendo hoy. El propio Señor Jesús dijo: «Toda planta que no plantó mi Padre celestial, será arrancada de raíz» (Mat. 15:13); mostrando así que plantar es una expresión figurada para establecer en un lugar de bendición. Por el Evangelio de hoy, los hombres son llamados de entre las naciones para Su nombre, y el suyo es un «llamamiento celestial» (Hebr. 3:1). La era venidera mostrará que los cielos han sido plantados por la gracia de Dios en esta era.
En segundo lugar, los cimientos de la tierra estarán bien y verdaderamente puestos. Una vez más, no se trata de la creación material, sino de poner los cimientos morales en justicia, porque en la actualidad «tiemblan todos los cimientos de la tierra» (Sal. 82:5). A través de los siglos los hombres se han esforzado en vano por establecer un orden justo de las cosas y los mejores de ellos han fracasado completamente. No han podido lograrlo más de lo que podrían llegar a plantar los cielos.
Pero hay una tercera cosa que va a suceder: Sion será reconocida formalmente como pueblo especial de Dios. El profeta Oseas vivió en la época de Isaías, y fue a través de él que Dios dijo: «Vosotros no sois mi pueblo, ni yo seré vuestro Dios» (1:9). Así que hasta el momento presente son repudiados, aunque no apartados para siempre. Llegará el día en que serán poseídos y bendecidos.
Y estos maravillosos resultados se producirán por medio de Aquel que se nos presenta en Isaías no solo como el humilde Siervo, sino también como el poderoso Brazo de Jehová: nuestro bendito Señor Jesucristo. No es de extrañar que las siguientes palabras de la profecía sean el llamado: «Despierta, despierta». Jerusalén despertará pronto; nosotros, que hemos sido llamados para ser plantados en los cielos, procuremos estar muy despiertos hoy; despiertos a nuestro Dios; despiertos a su servicio. Se nos exhorta a esto en Efesios 5:14.