Inédito Nuevo

2 - Isaías 5:1 al 9:7

El libro del profeta Isaías


Isaías 5 comienza con lo que podemos llamar el Cántico de Isaías. Si nos remontamos al Deuteronomio 32; podemos leer el cántico de Moisés, que es en parte retrospectivo y en parte profético. Moisés pronunció su cántico al comienzo de la historia nacional de Israel; Isaías pronunció el suyo hacia el final. El testimonio de ambos es el mismo. El fracaso del pueblo fue completo.

Israel había sido la viña de Jehová, y Él había ordenado todo a su favor. Un lugar muy fructífero había sido su ubicación, con todo el equipo necesario. La Ley, dada por medio de Moisés, los había rodeado, con el fin de protegerlos de la contaminación del exterior, si la habían observado. Además, eran su «vid», pues descendían de Abraham, uno de los santos más escogidos de Dios. Así pues, todo estaba a su favor. ¿Cuál había sido el resultado?

Resultado hubo, pero de un tipo totalmente inútil y malo. Donde debía haber juicio, había opresión; donde justicia, solo un grito de angustia. Una vez más tenemos que notar que la acusación contra ellos se refiere a la depravación moral más que a la falta de observancias ceremoniales.

Cuando el Señor Jesús habló de sí mismo como «la Vid verdadera» (Juan 15:1), las mentes de sus discípulos bien pudieron haberse vuelto a esta escritura, como también pueden hacerlo las nuestras. Israel fue la muestra escogida de la humanidad en la cual tuvo lugar el juicio de toda la raza. La condenación de Israel es la condenación de todos nosotros; pero fue en la cruz de Cristo que la condenación fue formal y finalmente pronunciada. El primer hombre y su raza condenados y rechazados. El segundo Hombre, y los que son de él y en él, aceptados y establecidos para siempre.

Terminado el cántico de Isaías, el profeta abandonó el lenguaje figurado por los hechos duros y claros del pecado de Israel. En los versículos 8 al 25, pronuncia 6 veces un «¡Ay!», sobre ellos, y de nuevo observamos que fueron sus males morales los que despertaron la ira divina. El primer ay se dirige contra los hombres de codicia avariciosa, que pretendían acaparar para sí casas y tierras. Sobre ellos caería el juicio en forma de desolación, tanto para las casas como para las tierras.

El segundo ay es contra el borracho y el buscador de placeres. El juicio que les espera se describe hasta el versículo 17. Podemos observar que una catástrofe similar sigue siempre a un pueblo entregado al placer y al libertinaje. El gran Imperio romano lo hizo en sus últimos años, y luego se derrumbó.

El tercer ay (v. 18) se pronuncia contra los que pecan abiertamente, con violencia, desafiando a Dios. El cuarto es contra los hombres de un tipo más sutil, que trastornan todos los fundamentos del bien y del mal. Aceptando sus ideas y enseñanzas, la multitud se confunde y se pervierte, condenando lo que es bueno y aplaudiendo lo que es malo; es verdaderamente una situación terrible

Esto conduce, sin duda, a lo que se denuncia en el quinto ay. Los hombres que así pervierten el estado mental de sus semejantes se hacen pasar por líderes sabios y prudentes de los demás. Al menos se consideran a sí mismos como tales. Y el efecto de sus enseñanzas –nuevas y progresistas, como ellos las llamarían– sobre aquellos que las absorben, conduce a la denuncia del sexto ay. Vuelven a la bebida y al libertinaje, y pervierten todo lo que es correcto en su trato con los demás. Si aceptan la enseñanza, indicada en el versículo 20, eso es lo que harán.

Después del segundo ay no se dan detalles de lo que implicaría hasta que llegamos al versículo 24. Entonces se hace evidente la ira contenida, merecida por los últimos 4 ayes. Y en los versículos 26-30, se revela cómo los 6 ayes traerían sobre ellos castigo desde fuera. Las naciones que pronto descenderían sobre ellos como un león rugiente, y que sin duda estaban encabezadas por el poderoso Asirio de aquellos días, a quien Jehová llamó «vara y báculo de mi furor» (Is. 10:5).

Después de haber pronunciado esta séxtupla desgracia, Isaías tuvo una visión de la gloria de Jehová en su trono, asistido por los serafines angélicos. De sus 6 alas, solo 2 se utilizaban para volar. Primero

se cubrían el rostro en presencia de la gloria inescrutable; luego se cubrían los ojos de su propio camino; por último, se activaban al servicio de su Dios; una lección adecuada para nosotros mismos. Un espíritu de adoración y olvido de sí mismo precede al servicio. La misma puerta del templo se conmovió ante la presencia divina y esto fue seguido por un movimiento espiritual en Isaías. El resultado fue una profunda convicción de pecado y de impureza, de modo que, habiendo pronunciado en nombre de Jehová 6 desgracias sobre otros, pide ahora una desgracia sobre sí mismo.

Aquí vemos ejemplificada la afirmación: «Ciertamente es completa vanidad todo hombre que vive» (Sal. 39:5). Esto le sucedió a Isaías en el año en que murió el rey Uzías, que fue uno de los mejores reyes, pero terminó sus días como leproso porque se atrevió a abrirse paso en el templo de Dios. Aquí Isaías se encontró ante Dios en Su templo, e instintivamente utilizó el lenguaje de un leproso (vean Lev. 13:45) dándose cuenta de que el pecado es una lepra de tipo espiritual. Apenas hubo hecho su confesión, le fue revelado el camino de la purificación. Carbón vivo, que había estado en contacto con el sacrificio, fue aplicado a sus labios y el pecado y la impureza fueron eliminados. Solo el sacrificio puede limpiar el pecado; una prefiguración de la muerte de Cristo.

Luego vino el desafío en cuanto al servicio, y la respuesta de Isaías; que fue enviado especialmente como mensajero a Israel. Como se ha señalado a menudo, el orden invariable es: primero, la convicción; segundo, la purificación; tercero, la misión al servicio de Dios. Isaías dijo: «Heme aquí; envíame a mí». (v. 8) Cuando Dios estaba a punto de comisionar a Moisés, tuvo la respuesta, en efecto, «Envía, te ruego, por medio del que debes enviar», como vemos en Éxodo 4:13; aunque lo anuló y Moisés fue enviado. Demos todos –especialmente el joven cristiano– la respuesta de Isaías y no la de Moisés, no sea que Jehová se pase de nosotros, lo que sería nuestra pérdida en el tribunal de Cristo.

Resulta instructivo observar las referencias del Nuevo Testamento a esta escena. En Juan 12:41, el rechazo ciego de Jesús es el tema, y descubrimos que Isaías «vio su gloria y habló de él». Luego, en Hechos 28:25, Pablo se refiere a nuestro capítulo y dice: «Bien habló el Espíritu Santo…». Así que aquí tenemos una de esas alusiones a la Trinidad, que están incrustadas en el Antiguo Testamento. En el versículo 3 tenemos «Santo», repetido, no 2 ni 4 veces, sino 3; y Jehová de los ejércitos está ante nosotros. En el versículo 5, «el Rey, Jehová de los ejércitos», que resulta ser el Señor Jesús. En el versículo 8, «la voz de Jehová», que se afirma como la voz del Espíritu Santo. Dios es Uno y a la vez Tres: Tres y, sin embargo, Uno. De ahí: «¿A quién enviaré, y quién irá por nosotros?» (v. 8).

Los versículos 9-15, nos dan el mensaje que Isaías fue comisionado a dar. Era ciertamente de gran solemnidad. Las cosas habían llegado a tal estado que el endurecimiento y la ceguera iban a caer sobre el pueblo, de modo que la conversión y la curación no serían suyas, y serían expulsados de su tierra. El único rayo de esperanza en cuanto a ellos mismos se encontraría en el hecho de que Dios tendría su décimo en una simiente santa: en otras palabras, preservaría para sí un remanente piadoso. La posición era la misma entre los judíos en los días de Pablo, como muestra Romanos 11, y es exactamente la misma hoy. La ceguera nacional todavía persiste y todavía hay un remanente creyente, pero ahora incorporado en la Iglesia.

Con Isaías 7 pasamos a algunos detalles históricos del reinado de Acaz, que se registran en 2 Reyes 15 y 16. Hizo muchos males y ahora estaba amenazado por una alianza contra él de Peka, el usurpador del trono de las 10 tribus, y Rezín de Siria. Si hubieran matado o destituido a Acaz, habrían roto la línea de descendencia, por la cual, según la carne, vino Cristo, como se indica en Mateo 1:9. Como Dios no iba a permitir esto, Isaías recibió instrucciones de tomar a su joven hijo, Sear-jasub, que significa “El remanente regresará”, e interceptar a Acaz, diciéndole que su plan no tendría éxito, y que dentro de 65 años el reino del norte sería destruido.

Invitado a pedir un signo que confirmara esta profecía, Acaz declinó, no porque tuviera una fe implícita en la palabra de Jehová, sino porque, influido por sus ídolos, se mostró indiferente. Sin embargo, se dio la gran señal –Emanuel, nacido de una virgen– que era realmente válida, tanto «en lo profundo», como «en lo alto». Fíjese en el orden de estas 2 expresiones, y luego lea Efesios 4:9, donde se subraya que el descenso precede a la ascensión a lo alto.

Después de que esta profecía se cumpliera con la venida de Cristo, los judíos hicieron grandes esfuerzos para evitar dar a la palabra hebrea la fuerza de “virgen”, tratándola como si significara simplemente una mujer joven; y hasta el día de hoy los incrédulos han seguido su ejemplo. La versión (latina) Septuaginta, hecha por judíos mucho antes de que surgiera el prejuicio, tradujo el vocablo por la palabra griega que sin duda alguna significa virgen. Este hecho destruye efectivamente el esfuerzo por destruir la profecía.

El versículo 15 es ciertamente oscuro, pero creemos que significa que el que vendrá, aunque «Dios con nosotros», todavía tiene que crecer corporal y mentalmente, como nacido de una virgen, según las leyes que rigen la vida humana. Así lo vemos en Lucas 2:40-52.

El versículo 16 parece aludir a Sear-jasub, que estaba con Isaías, pues la palabra traducida «niño» no es la que se traduce así en el capítulo 9:6, sino una que significa “muchacho” o “joven”. La predicción de ese versículo se cumplió por el poder y la rapacidad de los reyes asirios, como se afirma en los versículos finales de este capítulo. A continuación, se describen las desolaciones que seguirían.

En todo esto solo hay una esperanza para Israel, o para cualquiera de nosotros, y es que Dios mismo entra en escena por medio del nacimiento virginal. Así se cumplió la profecía más antigua de todas: que «la Simiente de la mujer» sería Aquel que heriría la cabeza de la serpiente, la causante de todo pecado y dolor. El nacimiento virginal de Cristo no es un mero detalle, una insignificante cuestión secundaria en el plan divino. Es fundamental y esencial. Por medio de él se rompió el vínculo del pecado y de la muerte, inherente a la raza de Adán. Cristo no era «de la tierra, terrenal», sino «el segundo Hombre… es del cielo» (1 Cor. 15:47). En él, resucitado de entre los muertos, se inicia una nueva raza humana.

En el capítulo 8 se menciona a un segundo hijo de Isaías. Su largo nombre era significativo de la inminente conquista por Asiria de las 2 potencias que en ese momento amenazaban a Judá. Como una crecida del río, el rey de Asiria se desbordaría incluso a través de Judá, aunque no se le permitió tomar Jerusalén en tiempos de Ezequías. Asiria no sabía entonces, y las naciones no lo han sabido desde entonces, que la tierra pertenece en primer lugar a Emanuel y solo en segundo lugar al judío.

Los versículos 9 y 10 tenían sin duda una aplicación a la época en que escribió Isaías, pero su fuerza perdura. Palestina (hoy parcialmente Israel) ocupa una posición muy central y cada vez es más evidente que sus riquezas potenciales son grandes. Los pueblos pueden asociarse en ligas rivales para poner la mano sobre ella, pero serán despedazados, «porque Dios está con nosotros»; literalmente «por Emanuel». Cristo es Dios y cuando se manifieste en su gloria, las naciones serán como nada ante él –solo “como una gota de agua en un cubo” (vean Is. 40:15), como nos dice actualmente Isaías. Entre las naciones hoy la idea de una confederación es fuerte, pero esto será el fin de ello.

Sin embargo, Isaías fue advertido contra la idea de una confederación para él y su pueblo. Sería doblemente erróneo en su caso, ya que se les había dado el conocimiento de Dios, y Él debía ser su confianza. Esto lo vemos en los versículos 11-18. Acaz en su día estaba ansioso de una confederación, y en los últimos días habrá una fuerte confederación entre el hombre, que se convertirá en el rey obstinado y falso profeta en Jerusalén, y la cabeza predicha del Imperio romano revivido; y esto en lugar del temor a Jehová.

La razón de esto se revela en el versículo 15. Emanuel es verdaderamente el santuario de su pueblo, pero se convertiría en «piedra de tropiezo y roca de escándalo» por el hecho de su rechazo. Esto queda bastante claro en 1 Pedro 2:8. Lo es para «las dos casas de Israel», aunque fue rechazado principalmente por la casa de Judá.

En estos sorprendentes versículos, los piadosos son considerados «discípulos» de Emanuel. Aunque la masa del pueblo caiga y sea quebrantada, como dijo el Señor en Mateo 21:44, el testimonio y la Ley no fallarán, sino que se mantendrán entre los que realmente temen al Señor. Los tales esperarán en el Señor en vez de recurrir a confederaciones con los hombres, y esperarán la aparición de Emanuel. Cuando él aparezca en su gloria, los que le sean entregados, y llevados a través del tiempo de tribulación, serán para señal y maravilla. Esto se aplica también hoy, como vemos por la cita en Hebreos 2:13. Los santos que hoy le son entregados se manifestarán con él en gloria. Y qué señal y qué maravilla será cuando él muestre así las «inmensas riquezas de su gracia» (Efe. 2:7).

El versículo 19 vuelve a lo que estaba ocurriendo entonces en Israel. Estaban recurriendo a las prácticas espiritistas de los paganos con nigromantes y adivinos, tratando de obtener guía para los vivos de los que estaban muertos, cuando tenían a su disposición la Ley y el testimonio, en los que brillaba la luz de Dios. Si no hablaban de acuerdo con eso, no habría «luz en ellos»; o, “para ellos no hay amanecer”. El principio de todo esto es más abundantemente cierto para nosotros hoy, en la medida en que la venida de Cristo ha ampliado tanto la Palabra y el testimonio de Dios, consagrados en las Escrituras del Nuevo Testamento. Si los hombres se desvían de eso hacia las chispas ilusorias, generadas por la sabiduría y los logros del hombre, no habrá luz en ellos, ni amanecerá para ellos cuando Cristo regrese.

En lugar del amanecer habrá tinieblas y oscuridad, tan gráficamente descritas en los 2 versículos que cierran este capítulo y en el versículo inicial de Isaías 9. Existían estas tinieblas en los días de Acaz. Existían en los días en que vino Cristo, y sin duda serán muy pronunciadas al final de la era. La forma en que esta profecía se aplica al Señor Jesús y a su primer ministerio, cuando leemos Mateo 4:13-16, es muy sorprendente. Qué maravillosa luz espiritual brotó de él, tanto en sus palabras como en sus milagros, para bendición de los que habían estado sentados en tinieblas, tuvieran o no ojos para verla.

Los versículos iniciales de Isaías 9 se suceden en una secuencia muy instructiva y deliciosa. El versículo 1 continúa el cuadro de gran oscuridad y aflicción que cerró el capítulo 8. El versículo 2 habla de la gran luz que irrumpe en las tinieblas. El versículo 3, del gran gozo que sigue; pues los expertos en materia de traducción nos dicen que la palabra «no» debería suprimirse. El versículo 4 habla de la gran liberación que se concederá. El versículo 5 habla de la eliminación, mediante el fuego, de todo lo que evoca la guerra, de modo que se establece una gran paz.

Refiriendo esto al primer advenimiento del Señor Jesús, como lo hace Mateo, reconocemos que estas grandes cosas han sido el resultado de un punto de vista espiritual. Son justamente lo que trae el Evangelio, ya sea para el judío o para el gentil. Se lograrán para Israel, y de hecho para las naciones salvadas, en el día venidero cuando el Señor aparezca en su gloria. Entonces todo opresor será completamente destruido y la paz descenderá sobre la tierra.

El versículo 6 comienza con «Porque», es decir, proporciona la razón básica o el fundamento sobre el que descansa la profecía. Se nos desvelan el significado y las implicaciones del gran nombre Emanuel. Es verdaderamente el «Niño» nacido de la virgen, pero es también el «Hijo» dado. A la luz más completa del Nuevo Testamento podemos ver lo apropiado que es aquí la palabra «dado» en lugar de «nacido». El que era «Hijo» se convirtió en la «descendencia de David, según la carne» (Rom. 1:3); es decir, por su nacimiento de la virgen. Por lo tanto, su filiación precedió a su nacimiento y, como fruto de la inspiración, la profecía fue redactada de tal manera que estuviera en armonía con la verdad que más tarde sería revelada.

El gobierno ha de descansar sobre el hombro de Emanuel, y el significado completo del nombre se nos da ahora bajo 5 encabezamientos. El primero es: «Admirable», es decir, singular y más allá de todo poder de escrutinio humano. Luego es: «Consejero», que participa en el consejo que precede a los actos divinos, como: «Hagamos al hombre…» (Gén. 1:26). Esto debe ser así en la medida en que él es: «Dios Fuerte». Además, siendo así, cuando él toma carne y sangre, su nombre debe ser, por supuesto, «Dios con nosotros». Además, él es: «Padre eterno», como se puede leer más literalmente. La eternidad tiene su origen en él. La adscripción de la Deidad al Niño nacido no podría ser más clara.

Por último, siendo todo esto, él es: «Príncipe de Paz», el único que, en este mundo rebelde, puede establecerla sobre una base permanente. Esto lo hará mediante los juicios guerreros, predichos en los versículos 4 y 5. Convertido en la «Descendencia de David», como hemos visto, se sentará en el trono de David, y habiendo aplastado la rebelión y el mal del hombre, gobernará con juicio y justicia para gloria de Dios y bendición de los hombres. El segundo advenimiento de nuestro Señor verá cumplidas al pie de la letra estas grandes predicciones.

La época en que vivimos no es el día del gobierno de Dios sobre la tierra, sino el día de su gracia, cuando el gobierno está todavía en manos de los gentiles y Dios está reuniendo de entre las naciones un pueblo para su nombre. El tiempo de gracia puede terminar pronto, y entonces Dios se levantará para tratar con los problemas mundiales creados por el pecado del hombre. Poner a toda la tierra en sujeción será ciertamente una tarea colosal, pero como dice nuestra Escritura: «El celo de Jehová de los Ejércitos hará esto». Bien podemos alegrarnos de que así será.


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