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Capítulo 1

1 Ya que muchos han intentado coordinar una relación de las cosas que entre nosotros han sido del todo certificadas, 2 según nos las entregaron aquellos que desde el principio fueron testigos de vista y ministros de la palabra, 3 hame parecido bueno también a mí, después de haber averiguado exactamente todas las cosas desde su origen, escribírtelas por orden, dignísimo Teófilo; 4 a fin de que conozcas la exacta verdad de las historias en las que has sido oralmente instruído.

5 Hubo en los días de Herodes, rey de Judea, cierto sacerdote llamado Zacarías, de la clase de Abías; y su mujer era de las hijas de Aarón, y su nombre, Elisabet. 6 Y ambos eran justos delante de Dios, andando irreprensiblemente en todos los mandamientos y estatutos del Señor. 7 Y no tenían hijo, porque Elisabet era estéril; y ambos eran ya bien avanzados en días. 8 Aconteció, pues, que mientras él ministraba como sacerdote delante de Dios, en el orden de su clase, 9 conforme a la costumbre del sacerdocio, le cayó en suerte quemar el incienso, entrando en el Santuario del Señor. 10 Y toda la muchedumbre del pueblo estaba fuera orando a la hora del incienso. 11 Y le apareció un ángel del Señor, que estaba de pie a la derecha del altar del incienso. 12 Y al verle, Zacarías se turbó, y cayó temor sobre él. 13 Mas el ángel le dijo: No temas, Zacarías; porque tu oración ha sido oída, y tu mujer Elisabet te dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Juan. 14 Y tendrás gozo y alegría, y muchos se regocijarán en su nacimiento: 15 porque será grande a la vista del Señor; no beberá vino ni licor fermentado; y será lleno del Espíritu Santo, aun desde el seno de su madre: 16 y a muchos de los hijos de Israel hará volver al Señor su Dios. 17 E irá delante de su faz, en el espíritu y poder de Elías, para hacer volver el corazón de los padres hacia los hijos, de los desobedientes también a la cordura de los justos; aparejando así un pueblo preparado para el Señor. 18 Y dijo Zacarías al ángel: ¿En qué conoceré esto? pues yo soy viejo, y mi mujer es avanzada en días. 19 Y respondiendo el ángel, le dijo: Yo soy Gabriel, que asisto en la presencia de Dios; y he sido enviado para hablar contigo, y para darte estas buenas nuevas. 20 Y he aquí que estarás mudo y no podrás hablar, hasta el día en que esto sea hecho; por cuanto no creíste mis palabras, las cuales se cumplirán a su tiempo.

21 Y el pueblo estaba esperando a Zacarías; y se maravillaban de su tardanza dentro del Santuario. 22 Mas cuando salió, no les podía hablar; y percibieron que había visto una visión en el Santuario: pues les hablaba por señas, y permaneció mudo. 23 Y sucedió que cuando se cumplieron los días de su ministerio, se fué a su casa.

24 Y después de aquellos días, concibió su mujer Elisabet, y se ocultó por cinco meses, diciendo: 25 Así ha hecho conmigo el Señor, en los días en que me ha mirado para quitar mi afrenta entre los hombres.

26 Y al sexto mes, el ángel Gabriel fué enviado de Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, 27 a una virgen desposada con un varón llamado José, de la casa de David; y el nombre de la virgen era María. 28 Y entrando en donde ella estaba, le dijo: ¡Dios te guarde, oh altamente favorecida! el Señor es contigo:¡bendita tú entre las mujeres! 29 Mas ella se turbo mucho con este dicho, y discurría consigo misma que clase de salutación sería ésta. 30 Y el ángel le dijo: ¡No temas, María; porque has hallado favor con Dios! 31 Y he aquí que concebirás en tu seno, y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre JESÚS. 32 Él será grande y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de su padre David: 33 Y reinará sobre la casa de Jacob eternamente; y de su reino no habrá fin. 34 María entonces dijo al ángel: ¿Cómo será esto, pues yo no conozco varón? 35 Y el ángel respondiendo, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te hará sombra: por lo cual también la criatura santa que ha de nacer, será llamada Hijo de Dios. 36 Y he aquí que tu parienta Elisabet, ella también ha concebido un hijo en su vejez; y este es el sexto mes con aquella que fué llamada estéril. 37 Pues para con Dios ninguna cosa será imposible. 38 Y dijo María: He aquí la sirvienta del Señor; hágase conmigo conforme a tu palabra. Y el ángel se fué de ella.

39 Y levantándose María en aquellos días, fué apresuradamente a la serranía, a una ciudad de Judá; 40 y entrando en casa de Zacarías, saludó a Elisabet. 41 Y fué así que cuando oyó Elisabet la salutación de María, la criatura dio saltos en su seno; y Elisabet fue llena del Espíritu Santo, 42 y exclamó con voz grande, y dijo: ¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu seno! 43 ¿Y de dónde esto a mí, que venga a mí la madre de mi Señor? 44 Pues, he aquí, en cuanto llegó a mis oídos la voz de tu salutación, la criatura dió saltos de alegría en mi seno. 45 ¡Y bienaventurada la que ha creído! porque tendrán cumplimiento las cosas que le fueron dichas por parte del Señor.

46 Dijo entonces María: ¡Engrandece mi alma al Señor; 47 y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador! 48 por cuanto ha mirado benignamente la bajeza de su sirvienta; pues, he aquí, desde ahora me llamarán bienaventurada todas las generaciones. 49 Porque me ha hecho grandes cosas el Poderoso, y santo es su Nombre. 50 Y su misericordia es de generación en generación sobre los que le temen. 51 Con su brazo hace prodigios: esparce a los soberbios en el pensamiento de su corazón. 52 Depone a los poderosos de sus tronos, y ensalza a los humildes. 53 A los hambrientos los llena de bienes, y a los ricos los envía con las manos vacías. 54 Ha auxiliado a Israel su siervo, teniendo en memoria la misericordia prometida 55 (según habló a nuestros padres) a Abraham y a su simiente para siempre.

56 Y María se detuvo con ella como tres meses; y se volvió a su casa.

57 A Elisabet, pues, se le cumplió el tiempo de dar a luz; y dió a luz un hijo. 58 Y oyeron sus vecinos y sus parientes que Dios había engrandecido para con ella su misericordia; y se alegraron con ella. 59 Y aconteció que al octavo día vinieron para circuncidar al niño; y le llamaban, según el nombre de su padre, Zacarías. 60 Pero respondiendo su madre, dijo: No, sino que será llamado Juan. 61 Y le dijeron: Nadie hay de tu parentela que se llame de este nombre. 62 E hicieron señas a su padre, preguntándole cómo quería llamarle. 63 Y pidiendo la tablilla, escribió, diciendo: Juan es su nombre. Y todos se maravillaban. 64 Y al instante fué abierta su boca, y suelta su lengua, y habló, bendiciendo a Dios. 65 Y cayó temor sobre todos los que moraban en derredor de ellos; y por toda la serranía de Judea se hablaba de todas estas cosas. 66 Y todos los que las oían, las guardaban en su corazón, diciendo: ¿Qué, pues, será este niño? Y la mano del Señor estaba con él.

67 Y Zacarías su padre fué lleno del Espíritu Santo, y profetizó, diciendo: 68 ¡Bendito sea el Señor Dios de Israel! porque ha visitado a su pueblo y obrado su redención; 69 y a levantado para nosotros un cuerno de salvación, en la casa de su siervo David -- 70 (como habló por boca de sus santos profetas, que han sido desde el principio del mundo), 71 salvación del poder de nuestros enemigos, y de la mano de todos los que nos aborrecen; 72 para dar efecto a la misericordia prometida a nuestros padres, teniendo en memoria su santo pacto; 73 el juramento que juró a Abraham nuestro padre; 74 que él nos daría el que, libertados de la mano de nuestros enemigos, le sirviésemos, sin temor, 75 en santidad y justicia, delante de él, todos nuestros días. 76 ¡Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo! pues irás ante la faz del Señor, para preparar sus caminos; 77 dando conocimiento de salvación a su pueblo, en la remisión de sus pecados; 78 a causa de las entrañas de misericordia de nuestro Dios, en las que nos visitará el Sol naciente, descendiendo de las alturas, 79 para dar luz a los que están sentados en tinieblas y en sombra de muerte; para dirigir nuestros pies en el camino de la paz.

80 Y el niño crecía, y se iba fortaleciendo en espíritu; y estuvo en los desiertos hasta el día de su manifestación a Israel.

Capítulo 2

1 Y ACONTECIÓ en aquellos días que salió un edicto de parte de César Augusto, mandando que todo el mundo fuese empadronado. 2 Este empadronamiento primero fué hecho siendo Cirenio gobernador de la Siria: 3 y para ser empadronados, todos iban cada cual a su propia ciudad. 4 José, pues, subió de Galilea, de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David, que se llama Bet-lehem (por cuanto era de la casa y familia de David), 5 para ser empadronado con María su mujer, que estaba desposada con él; la cual estaba encinta. 6 Y aconteció que mientras ellos estaban allí, se le cumplieron los días en que había de dar a luz: 7 y dió a luz su hijo primogénito, y le envolvió en pañales, y acostóle en un pesebre; porque no había lugar para ellos en el mesón.

8 Y había pastores en aquella región posando a campo raso, guardando, por turnos, las vigilias de la noche sobre su rebaño. 9 Y un ángel del Señor brilló en derredor de ellos; y temieron con gran temor. 10 Pero el ángel les dijo: ¡No temáis! pues, he aquí, os traigo buenas nuevas de gran gozo, el cual será para todo el pueblo de Dios; 11 porque hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el cual es Cristo, el Señor. 12 Y esto os será la señal: Hallaréis a un niñito envuelto en pañales y acostado en un pesebre. 13 Y repentinamente apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, alabando a Dios, y diciendo: 14 ¡Gloria en las alturas a Dios, y sobre la tierra paz; entre los hombres de buena voluntad!

15 Y aconteció que cuando los ángeles se fueron de ellos al cielo, los pastores se decían unos a otros: Pasemos ahora hasta Bet-lehem, y veamos esta cosa que acaba de suceder, la cual el Señor nos ha hecho saber. 16 Y fueron a toda pisa, y hallaron a María, y a José, y al niñito acostado en el pesebre. 17 Y cuando lo vieron, divulgaron la noticia que se les había dado acerca de este niñito. 18 Y cuantos lo oyeron se maravillaban de lo que les fué dicho por los pastores. 19 María empero guardaba todas estas cosas, confiriéndolas en su corazón. 20 Y se volvieron los pastores, glorificando y alabando a Dios por todas las cosas que habían oído y visto, así como les fué dicho.

21 Y cuando se cumplieron los ocho días para circuncidarle, fué llamado JESÚS; nombre que le puso el ángel antes que fuese concebido en el seno de su madre. 22 Asimismo, cuando se cumplieron los días de la purificación de ella, conforme a la ley de Moisés, le llevaron a Jerusalem, para presentarle al Señor; 23 como está escrito en la ley del Señor: Todo varón primer nacido será llamado santo al Señor: 24 y para ofrecer el sacrificio, conforme a lo dicho en la ley del Señor: Un par de tórtolas, o dos palominos.

25 Y he aquí que había en Jerusalem un hombre llamado Simeón; y este hombre era justo y piadoso, que esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él. 26 Y le había sido revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte, antes que viese al Cristo del Señor. 27 Y por el Espíritu él entró en el Templo: y cuando los padres trajeron adentro al niño Jesús, para hacer con él conforme al rito de la ley, 28 él también le tomó en sus brazos, y bendijo a Dios, diciendo: 29 Ahora despide a tu siervo, Señor, conforme a tu palabra, en paz. 30 porque mis ojos han visto tu salvación, 31 la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; 32 luz para iluminación de las naciones, y gloria de tu pueblo Israel. 33 Y José y su madre se estaban maravillando de las cosas que se decían acerca de él. 34 Y Simeón los bendijo; y a María su madre le dijo: He aquí que este niño es puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para blanco de contradicción, 35 (a tu misma alma también traspasará una espada), a fin de que sean manifestados los pensamientos de muchos corazones.

36 Había también cierta profetiza, llamada Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser; era de grande edad, habiendo vivido con su marido siete años desde su doncellez; 37 y era viuda de hasta ochenta y cuatro años; la cual no se apartaba del Templo, sirviendo a Dios noche y día, en ayunos y oraciones. 38 Y ésta, presentándose en aquella misma hora, daba gracias al Señor, y hablaba de aquel niño a todos los que esperaban la redención en Jerusalem.

39 Y como lo hubiesen cumplido todo, conforme a la ley del Señor, volviéronse a Galilea, a su misma ciudad de Nazaret. 40 Y el niño crecía, y se iba fortaleciendo en espíritu, llenándose de sabiduría: y la gracia de Dios era sobre él.

41 E iban sus padres a Jerusalem todos los años, a la fiesta de la Pascua. 42 Y cuando él llegó a ser de doce años, subieron conforme a la costumbre de la fiesta. 43 Y habiéndose cumplido los días, al volver ellos, el niño Jesús se quedó atrás en Jerusalem, sin que sus padres lo supiesen. 44 Pensando pues que estaba entre la compañía, anduvieron camino de un día; y le buscaban entre los parientes y los conocidos. 45 Y como no le hallasen, volvieron a Jerusalem, buscándole. 46 Y sucedió que tres días después le hallaron en el Templo, sentado en medio de los doctores, oyéndoles y preguntándoles. 47 Y todos los que le oían, quedaban asombrados de su inteligencia y de sus respuestas. 48 Y viéndole ellos, fueron atónitos; y le dijo su madre: Hijo, ¿por qué has hecho así con nosotros? ¡He aquí que tu padre y yo te hemos buscado angustiados! 49 A lo que les dijo: ¿Cómo es que me buscabais? ¿No sabíais que debo ocuparme en las cosas de mi Padre? 50 Mas ellos no entendieron lo que les decía. 51 Y descendiendo con ellos, vino a Nazaret; y les estaba sujeto. Y su madre guardaba todos estos dichos suyos en su corazón.

52 Y Jesús avanzaba en sabiduría y en estatura, y en favor para con Dios y los hombres.

Capítulo 3

1 En el año quince del reinado de Tiberio César, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes, tetrarca de Galilea, y su hermano Filipo, tetrarca de Iturea y de la región de Traconite, y Lisanias, tetrarca de Albinia, 2 bajo el sumo-sacerdocio de Anás y Caifás fué hecha revelación de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. 3 Y pasó por toda la región alrededor del Jordán, predicando el bautismo de arrepentimiento, para remisión de pecados: 4 como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías: Voz de uno que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, haced derechas sus sendas! 5 ¡Todo valle será llenado, y todo monte y collado abatido; y lo torcido será convertido en vía recta, y las vías ásperas en caminos llanos: 6 y toda carne verá la salvación de Dios.

7 Y decía a las multitudes que salían a ser bautizadas por él: ¡Linaje de víboras! ¿quién os enseñó a huir de la ira venidera? 8 Dad, pues, frutos propios de arrepentimiento; y no comencéis a decir dentro de vosotros mismos: A Abraham tenemos por padre; porque yo os digo, que puede Dios, aun de estas piedras, levantar hijos a Abraham. 9 Y ahora mismo el hacha está puesta a la raíz de los árboles; todo árbol, pues, que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego. 10 Y las gentes le preguntaban: ¿Qué hemos, pues, de hacer? 11 Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos vestidos, comparta con el que no tiene ninguno; y el que tiene alimento, haga lo mismo. 12 Vinieron también los publicanos para ser bautizados, y le dijeron, Maestro, ¿qué hemos de hacer nosotros? 13 Y les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. 14 Le preguntaron también los soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué hemos de hacer? Y les dijo: No hagáis violencia a nadie, ni defraudéis a ninguno con falsía; y estad contentos con vuestras pagas.

15 Así que estando el pueblo en expectativa, y discurriendo todos en sus corazones respecto de Juan, si acaso él sería el Cristo, 16 Juan respondió a todos, diciendo: Yo en verdad os bautizo con agua; viene empero aquel que es más poderoso que yo, de quien no soy digno de desatar la correa de sus zapatos: él os bautizará con el Espíritu Santo y fuego: 17 cuyo aventador está en su mano, para limpiar perfectamente su era, y recoger el trigo en su granero; mas quemará la paja en fuego inextinguible.

18 Y con otras muchas exhortaciones predicaba la buena nueva al pueblo.

19 Mas Herodes el tetrarca, siendo reprendido por él a causa de Herodías, mujer de su hermano, y por todas las maldades que había hecho Herodes, 20 añadió ésta también sobre todas las demás, que encerró a Juan en la cárcel.

21 Y aconteció que cuando fué bautizado todo el pueblo, y siendo Jesús también bautizado, y estando orando, abrióse el cielo, 22 y descendió sobre él el Espíritu Santo en forma corporal, como paloma; y hubo una voz, procedente del cielo, que decía: Tú eres mi Hijo amado; en ti hallo mi complacencia.

23 Y Jesús mismo era como de treinta años cuando comenzó a predicar, siendo hijo (según se creía) de José, hijo de Elí, 24 hijo de Matat, hijo de Leví, hijo de Melquí, hijo de Jané, hijo de José, 25 hijo de Matatías, hijo de Amós, hijo de Nahum, hijo de Eslí, hijo de Naggé 26 hijo de Maat, hijo de Matatías, hijo de Simei, hijo de José, hijo de Judá, 27 hijo de Joanán, hijo de Resa, hijo de Zorobabel, hijo de Sealtiel, hijo de Nerí, 28 hijo de Melquí, hijo de Adí, hijo de Cosam, hijo de Elmodam, hijo de Er, 29 hijo de Jesús, hijo de Eliezer, hijo de Jorim, hijo de Mata, hijo de Leví, 30 hijo de Simeón, hijo de Judá, hijo de José, hijo de Jonán, hijo de Eliaquim, 31 hijo de Melea, hijo de Mena, hijo de Matata, hijo de Natán, hijo de David, 32 hijo de Isaí, hijo de Obed, hijo de Booz, hijo de Salmón, hijo de Naasón, 33 hijo de Aminadab, hijo de Aram, hijo de Esrom, hijo de Farés, hijo de Judá, 34 hijo de Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham, hijo de Taré, hijo de Nacor, 35 hijo de Serug, hijo de Ragau, hijo de Peleg, hijo de Heber, hijo de Selah, 36 hijo de Cainán, hijo de Arfaxad, hijo de Sem, hijo de Noé, hijo de Lamec, 37 hijo de Matusalem, hijo de Enoc, hijo de Jared, hijo de Mahalaleel, hijo de Cainán, 38 hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adam, hijo de Dios.

Capítulo 4

1 Y JESÚS, lleno del Espíritu Santo, volvió del Jordán, y era conducido por el Espíritu al desierto, 2 siendo, por cuarenta días, tentado del diablo. Y no comió nada en aquellos días; mas acabados que fueron, tuvo hambre. 3 Y el diablo le dijo: Si Hijo eres de Dios, di a esta piedra que se haga pan. 4 Y Jesús le respondió: Está escrito: No de pan solamente vivirá el hombre. 5 Y subiéndole en un monte alto, le mostró todos los reinos de la tierra habitada, en un momento de tiempo. 6 Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de estos reinos: porque a mí me ha sido entregada, y a quien yo quiera se la doy; 7 si pues tú te prosternares delante de mí, todo ello será tuyo. 8 Y respondiendo Jesús, le dijo: ¡Apártate de mi vista, Satanás! porque está escrito: ¡Al Señor tu Dios adorarás, y a él solamente servirás! 9 Y le condujo a Jerusalem, y le puso sobre la almena del Templo, y le dijo: Si Hijo eres de Dios, échate de aquí abajo: 10 porque escrito está: A sus ángeles dará encargo acerca de ti, que te guarden; 11 y sobre las palmas de sus manos te elevarán, para que no tropieces con tu pie en alguna piedra. 12 Y respondiendo, le dijo Jesús: Dicho está: No tentarás al Señor tu Dios. 13 Y cuando hubo acabado toda suerte de tentación, el diablo se apartó de él por algún tiempo.

14 Y Jesús volvió en el poder del Espíritu a Galilea; y salió su fama por toda aquella tierra en derredor. 15 Y enseñaba en las sinagogas de ellos, siendo glorificado de todos.

16 Y vino a Nazaret, donde había sido criado; y entró, como era su costumbre, el día de sábado, en la sinagoga, y levantóse a leer. 17 Y le fué dado el libro del profeta Isaías; y habiendo desarrollado el libro, halló el lugar donde estaba escrito: 18 El Espíritu del Señor está sobre mí; por cuanto me ha ungido para anunciar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y a los ciegos recobro de la vista; para poner en libertad a los oprimidos; 19 para proclamar el año de la buena voluntad del Señor. 20 Y habiendo arrollado el libro, lo entregó al asistente, y se sentó. Y los ojos de todos los que estaban en la sinagoga se clavaron en él. 21 Y comenzó a decirles: Hoy es cumplida esta Escritura en vuestros oídos. 22 Y todos le daban testimonio; y se maravillaban de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es éste el hijo de José? 23 Y él les dijo: Sin duda me diréis este refrán: ¡Médico, cúrate a ti mismo! todo cuanto hemos oído que has hecho en Capernaum, hazlo también aquí en tu misma patria. 24 Y les dijo: En verdad os digo, que ningún profeta es acepto en su misma patria. 25 De cierto os digo, que muchas viudas había en Israel, en los días de Elías, cuando el cielo fué cerrado por tres años y seis meses, de manera que hubo grande hambre en toda la tierra; 26 y a ninguna de ellas fué enviado Elías, sino a Sarepta, de la tierra de Sidón, a una mujer viuda. 27 Muchos leprosos también había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; y ninguno de ellos fué limpiado, sino Naamán el siro. 28 Y llenáronse de ira todos los que estaban en la sinagoga, al oír estas cosas. 29 Y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y le llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, para despeñarle. 30 Mas él, pasando por en medio de ellos, se fué.

31 Y bajó a Capernaum, ciudad de Galilea, y les enseñaba en los sábados. 32 Y quedaban atónitos de su enseñanza; porque su palabra era con autoridad.

33 Y había en la sinagoga un hombre que tenía espíritu de un demonio inmundo; y gritó a gran voz: 34 ¡Ea! ¿qué tenemos nosotros que ver contigo, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? ¡Yo te conozco, y sé quién eres; eres el Santo de Dios! 35 Y Jesús le reprendió, diciendo: ¡Enmudece, y sal de él! Y habiéndole derribado el demonio en medio de ellos, salió de él, sin hacerle daño. 36 Y apoderóse asombro de todos ellos, y hablaban unos a otros, diciendo: ¿Qué palabra es ésta? porque con autoridad y poder manda a los espíritus inmundos, y salen. 37 Y se iba divulgando su fama por todo lugar de la comarca.

38 Y levantándose de la sinagoga, entró en casa de Simón; y la suegra de Simón yacía postrada de una grande fiebre; y le rogaron por ella. 39 E inclinóse sobre ella, y reprendió a la fiebre, y la fiebre la dejó; y ella, levantándose al instante, les servía,

40 Mas al ponerse el sol todos los que tenían enfermos de diversas dolencias, los traían a él; y poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los sanó. 41 Demonios también salían de muchos, clamando y diciendo: ¡Tú eres el Hijo de Dios! Mas él, reprendiéndoles, no les permitía hablar; porque sabían que era él el Cristo.

42 Y cuando se hacía de día, Jesús salió a un lugar desierto; y las gentes le buscaban, y vinieron a él, y procuraban detenerle, para que no se apartase de ellos. 43 Mas él les dijo: Es menester que también a las otras ciudades yo predique el reino de Dios; porque para esto fuí enviado. 44 Y andaba predicando en las sinagogas de Galilea.

Capítulo 5

1 Y ACONTECIÓ que un día, cuando la muchedumbre se echaba sobre él para oír la palabra de Dios, él estaba en pie en la orilla del lago de Genesaret; 2 y vió dos barcas que estaban a la orilla del lago; mas los pescadores habían salido de ellas, y estaban lavando sus redes. 3 Y entró en una de las barcas, que era de Simón, y pidióle que la desviase de tierra un poco: y él se sentó, y enseñaba desde la barca a las gentes.

4 Y cuando cesó de hablar, dijo a Simón: Hazte a lo profundo, y echad vuestras redes para pescar. 5 Y Simón respondiendo, le dijo: Maestro, toda la noche nos hemos cansado, sin coger nada: mas en tu palabra echaré las redes. 6 Y habiendo hecho esto, encerraron una tan grande multitud de peces, que las redes se rompían. 7 E hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, que viniesen a ayudarles. Y llegándose ellos, llenaron ambas barcas, de manera que se iban anegando. 8 Simón Pedro, pues, viendo esto, cayó a los pies de Jesús, diciendo: ¡Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador! 9 Pues asombro se había apoderado de él, y de todos los que con él estaban, a causa de la presa de peces que habían cogido: 10 y asimismo de Santiago y de Juan, hijos de Zebedeo, que eran socios de Simón. Y Jesús dijo a Simón: ¡No temas; desde ahora te ocuparás en pescar hombres! 11 Y habiendo traído sus barcas a tierra, dejándolo todo, le siguieron.

12 Y sucedió que estando él en una de las ciudades, vino un hombre lleno de lepra, y cuando vió a Jesús, cayó sobre el rostro, y le rogaba, diciendo: ¡Señor, si quieres, puedes limpiarme! 13 Y extendiendo Jesús la mano, le tocó, diciendo: Quiero; sé limpio. Y al instante la lepra apartóse de él. 14 Y le mandó que no lo dijese a nadie; sino vé (le dijo), muéstrate al sacerdote, y ofrece por tu purificación, conforme mandó Moisés, para que les conste. 15 Pero tanto más se extendía la fama de él: y se juntaban grandes multitudes para oírle, y para ser sanados de sus enfermedades. 16 Mas él, mientras tanto, salía a los desiertos, y oraba.

17 Y aconteció en uno de aquellos días, que estaba enseñando, y había allí sentados fariseos y doctores de la ley, que habían venido de todas las aldeas de Galilea, de Judea, y de Jerusalem: y el poder del Señor estaba presente con él, para sanar a los enfermos. 18 Y he aquí, unos hombres traían sobre un lecho a un hombre que era paralítico: y buscaban por dónde meterle, y ponerle delante de él. 19 Y no hallando cómo meterlo, a causa del gentío, subieron al terrado, y por el techo le bajaron con su camilla, poniéndole en medio, delante de Jesús. 20 Y él, viendo la fe de ellos, dijo: Hombre, tus pecados te son perdonados. 21 Y los escribas y fariseos comenzaron a discurrir, diciendo: ¿Quién es éste que habla blasfemias? ¿quién puede perdonar pecados, sino solo Dios? 22 Mas Jesús, que conocía los pensamientos de ellos, respondióles, diciendo: ¿Qué discurrís en vuestros corazones? 23 ¿Qué es más fácil, decir: Tus pecados te son perdonados, o decir: Levántate, y anda? 24 Pues para que sepáis que el Hijo del hombre tiene potestad en la tierra de perdonar pecados (dice al paralítico): A ti te digo: ¡Levántate, y alzando tu lecho, véte a tu casa! 25 Y al instante, levantándose delante de ellos, y tomando aquello en que yacía, se fué a su casa, glorificando a Dios. 26 Y apoderóse espanto de todos, y glorificaban a Dios: y se llenaron de temor, diciendo: ¡Hemos visto maravillas hoy!

27 Y después de estas cosas salió, y vió a un publicano, llamado Leví, sentado en el banco de los tributos, y le dijo: ¡Sígueme! 28 Y dejándolo todo, se levantó y le siguió. 29 E hizo Leví un gran banquete en su casa; y había numerosa compañía de publicanos y de otros que se sentaban a la mesa con ellos. 30 Pero los fariseos y los escribas de ellos, murmuraban contra sus discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? 31 Y respondiendo Jesús, les dijo: Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos: 32 no he venido a llamar justos, sino pecadores a arrepentimiento.

33 Y ellos le dijeron: Los discípulos de Juan Bautista ayunan muchas veces, y hacen oraciones, y asimismo los de los fariseos; pero los tuyos comen y beben. 34 Y Jesús les dijo: ¿Podéis acaso hacer que los compañeros del novio ayunen, mientras el esposo está con ellos? 35 Empero vendrán días para esto; y cuando el esposo les fuere quitado, entonces ayunarán en aquellos días. 36 Y les dijo también una parábola: Nadie rompe un vestido nuevo para echar remiendo a un vestido viejo; pues de otra manera no solamente se romperá el nuevo, sino también al viejo no le quedará bien el retazo quitado al nuevo. 37 Y nadie echa vino nuevo en odres viejos; de otra suerte el vino nuevo romperá los odres, y él mismo se derramará, y los odres se perderán: 38 sino que el vino nuevo se debe echar en odres nuevos. 39 Y ninguno, habiendo bebido vino añejo, desea el nuevo; porque dice: El añejo es mejor.

Capítulo 6

1 Y ACONTECIÓ en un día de sábado, que Jesús iba pasando por entre los sembrados, y sus discípulos arrancaban espigas, y comían, estregándolas entre las manos. 2 Y algunos de los fariseos dijeron: ¿Por qué hacéis lo que no es lícito hacer en el sábado? 3 Y respondiendo Jesús, les dijo: ¿No habéis leído ni siquiera esto que hizo David, cuando tuvo hambre, él y los que con él estaban; 4 cómo entró en la Casa de Dios, y tomó y comió los panes de la proposición, y dió también a los que con él estaban; panes que no era lícito a nadie comer, sino sólo a tos sacerdotes? 5 Y les decía: El Hijo del hombre es Señor del sábado.

6 Aconteció también en otro sábado, que entró en la sinagoga y enseñaba: y había allí un hombre que tenía seca la mano derecha. 7 Y los escribas y los fariseos le estaban acechando, por ver si le sanaría en el sábado, a fin de hallar cómo podrían acusarle. 8 Mas él conocía sus pensamientos, y dijo al hombre que tenía la mano seca: Levántate, y ponte en medio. Y él, poniéndose en pie, se estuvo esperando. 9 Jesús entonces les dijo: Yo os pregunto: ¿Es lícito en el sábado hacer bien, o hacer mal? ¿salvar la vida, o destruirla? 10 Y mirándolos a todos en derredor, le dijo al hombre: Extiende tu mano. Y él lo hizo así: y su mano le fué restaurada. 11 Mas ellos se llenaron de rabia, y conferenciaban entre sí de lo que pudieran hacer a Jesús.

12 Y sucedió en aquellos días que fué a la montaña a orar; y pasó toda la noche en oración a Dios. 13 Y cuando fué de día, llamó a sus discípulos, y escogió de entre ellos doce, a quienes también dió el nombre de apóstoles: 14 a saber, Simón, a quien también llamó Pedro, y Andrés su hermano, Santiago y Juan, Felipe y Bartolomé, 15 Mateo y Tomás, Santiago hijo de Alfeo, y Simón, llamado el Celote, 16 y Judas hermano de Santiago, y Judas Iscariote, el cual vino a ser el traidor.

17 Y al bajar con ellos, se detuvo en un lugar llano, con un numeroso concurso de sus discípulos, y una inmensa muchedumbre del pueblo, procedente de toda la Judea, de Jerusalem, y del litoral de Tiro y Sidón; que habían venido para oírle, y para ser sanados de sus enfermedades: 18 y también los atormentados de espíritus inmundos fueron sanados. 19 Y toda la multitud procuraba tocarle; porque salía de él poder que sanaba a todos.

20 Y él, alzando los ojos sobre sus discípulos, les decía: Bienaventurados vosotros, los pobres; porque vuestro es el reino de Dios. 21 Bienaventurados los que tenéis hambre ahora; porque seréis saciados. Bienaventurados los que lloráis ahora; porque reiréis. 22 Bienaventurados sois cuando los hombres os aborrecieren, y cuando os apartaren de su trato, y os vituperaren, y desecharen vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. 23 Regocijaos en aquel día, y saltad de gozo; porque, he aquí, vuestro galardón es grande en el cielo; pues que del mismo modo hacían los padres de ellos con los profetas. 24 Mas ¡ay de vosotros, los ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo. 25 ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados ahora! porque tendréis hambre. ¡Ay de vosotros, los que reís ahora! porque os lamentaréis y lloraréis. 26 ¡Ay de vosotros cuando todos los hombres hablaren bien de vosotros! pues que del mismo modo hacían los padres de ellos con los falsos profetas.

27 Mas a vosotros que oís, yo digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, 28 bendecid a los que os maldicen, y orad por los que os injurian. 29 Al que te hiriere en una mejilla, preséntale también la otra; y al que te quitare la capa, no le niegues ni aun la túnica. 30 A todo aquel que te pidiere, dale; y al que tomare lo que es tuyo, no se lo vuelvas a pedir. 31 Y como quisiereis que los hombres hicieren con vosotros, haced vosotros también de la misma manera con ellos. 32 Pues si amáis a los que os aman ¿qué gracia tenéis? porque los pecadores también aman a los que los aman a ellos. 33 Y si hacéis bien a los que os hacen bien, ¿qué gracia tenéis? porque aun los pecadores hacen lo mismo. 34 Y si prestáis a aquellos de quienes esperáis recibir, ¿qué gracia tenéis? porque pecadores también prestan a pecadores, para volver a recibir otro tanto. 35 Vosotros, al contrario, amad a vuestros enemigos, y haced bien y prestad, no esperando de ello nada; y será grande vuestro galardón, y seréis hijos del Altísimo; porque él es benigno para con los ingratos y los malos. 36 Sed vosotros misericordiosos, así como vuestro Padre es misericordioso.

37 No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados. 38 Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando, darán en vuestro regazo; porque con la misma medida que midiereis, se os volverá a medir.

39 Y les dijo también una parábola: ¿Puede el ciego guiar al ciego? ¿no caerán ambos en el hoyo? 40 El discípulo no es mejor que su maestro; mas cada uno, cuando fuere hecho perfecto, será como su maestro. 41 Y ¿por qué miras la paja que está en el ojo de tu hermano, y no adviertes la viga que está en tu mismo ojo? 42 O ¿cómo puedes decir a tu hermano: Hermano, deja; echaré fuera la paja de tu ojo; cuando tú mismo no ves la viga que está en tu ojo? ¡Hipócrita! echa fuera primero de tu ojo la viga, y entonces verás claramente para echar fuera la paja que está en el ojo de tu hermano. 43 Pues no es árbol bueno el que lleva fruto malo, ni tampoco árbol malo el que lleva fruto bueno; 44 porque cada árbol por su propio fruto es conocido. Porque de los espinos no se cogen higos, ni de las zarzas se vendimian uvas. 45 El hombre bueno del buen tesoro de su corazón, saca lo que es bueno; y el hombre malo, del mal tesoro de su corazón, saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla la boca.

46 ¿Y por qué me decís: ¡Señor! ¡Señor! y no hacéis lo que yo digo? 47 Todo aquel que viene a mí, y oye mis palabras, y las hace, os enseñaré a quien es semejante: 48 semejante es a un hombre que edificando una casa, cavó y ahondó, y echó el cimiento sobre la roca. Y cuando hubo avenida de aguas, el río dió con ímpetu contra aquella casa, y no la pudo mover, porque estaba fundada sobre la roca. 49 Mas el que oye, y no hace, semejante es a un hombre que, sin cimiento, edificó su casa sobre tierra; contra la cual el río dió con ímpetu, y en el acto cayó: y fué grande la ruina de aquella casa.

Capítulo 7

1 Y DESPUÉS que Jesús hubo concluido todos sus dichos a oídos del pueblo, entró en Capernaum, 2 Y el siervo de cierto centurión, a quien éste estimaba mucho, estaba enfermo, y a punto de morir. 3 Y cuando el centurión oyó hablar de Jesús, envió a él los ancianos de los judíos, rogándole que viniese y sanase a su siervo. 4 Y ellos, viniendo a Jesús, le rogaron, diciendo: Digno es de que hagas esto por él; 5 porque ama a nuestra nación; y él nos edificó la sinagoga. 6 Y Jesús fué con ellos. Mas cuando ya no estaba lejos de la casa, el centurión le envió unos amigos suyos, diciéndole: Señor, no te molestes; porque no soy digno de que entres debajo de mi techado: 7 por lo cual no me tuve yo por digno de ir a ti; pero di la palabra, y mi criado quedará sano. 8 Porque también yo, siendo hombre subalterno, tengo soldados sujetos a mí; y digo a éste: ¡Vé! y va; y al otro: ¡Ven! y viene; y a mi siervo: ¡Haz esto! y lo hace. 9 Y cuando Jesús oyó esto, maravillóse de él; y volviéndose al gentío que le seguía, dijo: Os digo, que ni aun en Israel he hallado fe tan grande. 10 Y volviéndose a la casa los enviados, hallaron sano al siervo.

11 Y aconteció al día siguiente, que iba Jesús a una ciudad llamada Naín; y le acompañaban sus discípulos y gran multitud de gente. 12 Y cuando llegó cerca de la puerta de la ciudad, he aquí que sacaban a un difunto, hijo único de su madre, y ella era viuda. Y mucha gente de la ciudad estaba con ella. 13 Y viéndola el Señor, tuvo compasión de ella, y le dijo: ¡No llores! 14 Y acercándose, tocó las andas; y los que le llevaban se pararon. Y dijo ¡Mancebo, yo te digo: Levántate! 15 E incorporóse el muerto, y comenzó a hablar; y lo dió a su madre. 16 Y temor apoderóse de todos; y alababan a Dios, diciendo: ¡Un gran profeta se ha levantado entre nosotros! y: ¡Dios ha visitado a su pueblo! 17 Y este dicho respecto de él salió por toda la Judea, y por toda la región de alrededor.

18 Y los discípulos de Juan Bautista le dieron noticia de todas estas cosas. 19 Juan entonces, llamando a sí a dos de sus discípulos, los envió al Señor, diciendo: ¿Eres tú aquel que había de venir, o debemos esperar a otro? 20 Y cuando los hombres hubieron venido a él, dijeron: Juan el Bautista nos ha enviado a ti, diciendo: ¿Eres tú aquel que había de venir, o debemos esperar a otro? 21 En aquella hora sanó a muchos de dolencias, y de plagas, y de espíritus malignos; y a muchos que eran ciegos les dió vista. 22 Y él respondiendo, les dijo: Id, y declarad a Juan las cosas que habéis visto y oído: Los ciegos reciben la vista y los cojos andan, los leprosos son limpiados y los sordos oyen, los muertos son resucitados y a los pobres es predicado el evangelio; 23 ¡y bienaventurado aquel que no hallare tropiezo en mí!

24 Y cuando se fueron los mensajeros de Juan, comenzó a decir a las multitudes respecto de Juan: ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿una caña meneada por el viento? 25 Mas ¿qué salisteis a ver? ¿a un hombre vestido de ropas delicadas? He aquí, los que visten ropas preciosas y viven en delicias, en las cortes de los reyes están. 26 Mas ¿qué salisteis a ver? ¿un profeta? Sí, yo os lo digo, y más que profeta. 27 Éste es aquel de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero ante tu faz, que preparará tu camino delante de ti. 28 Yo os digo que entre los nacidos de mujer, ninguno hay mayor que Juan; sin embargo, el menor en el reino de Dios mayor es que él. 29 Y todo el pueblo y los publicanos, al oír esto, justificaron a Dios, habiendo sido bautizados con el bautismo de Juan. 30 Los fariseos empero y los doctores de la ley, desecharon contra sí mismos el consejo de Dios, no habiendo sido bautizados por Juan.

31 Y dijo el Señor: ¿A quién, pues, he de comparar los hombres de esta generación, y a qué son semejantes? 32 Son parecidos a niños sentados en la plaza, que dan voces los unos a los otros, y dicen: ¡Os tañimos flauta, y no bailasteis; cantamos lamentos fúnebres, y no plañisteis! 33 Porque ha venido Juan el Bautista, que no come pan, ni bebe vino, y decís: ¡Demonio tiene! 34 El Hijo del hombrea venido, que come y bebe, y decís: ¡He aquí un hombre comilón, y bebedor de vino, amigo de publicanos y de pecadores! 35 Pero la sabiduría es vindicada por parte de todos sus hijos.

36 Y rogóle uno de los fariseos que comiera con él: y entrando en casa del fariseo, se recostó a la mesa. 37 Y he aquí una mujer que había en la ciudad, la cual era pecadora, habiendo entendido que él estaba a la mesa en casa del fariseo, trajo un frasco de alabastro de ungüento; 38 y poniéndose detrás de él, junto a sus pies, llorando, comenzó a regar éstos con lágrimas, y los limpiaba con los cabellos de su cabeza; y los besaba fervorosamente, y los ungió con el ungüento. 39 Mas al ver esto el fariseo que le había convidado, habló dentro de sí, diciendo: Éste, si fuera profeta, hubiera conocido quién y qué tal es la mujer que le toca; porque es pecadora. 40 Y respondiendo Jesús, le dijo: Simón, tengo una cosa que decirte. Y él dice: Di, Maestro. 41 Dícele Jesús: Cierto acreedor tenía dos deudores; el uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta. 42 Mas no teniendo ellos con que pagar, a entrambos les perdonó la deuda. ¿Cuál de ellos, pues, le amará más? 43 Simón respondiendo, le dijo: Pienso que aquel a quien más perdonó. Y él le dijo: Has juzgado rectamente. 44 Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿ves a esta mujer? Yo entré en tu casa, y no me diste agua para mis pies; mas ésta ha regado mis pies con lágrimas, y los ha limpiado con sus cabellos. 45 No me diste beso; mas ésta, desde el tiempo que entré, no ha cesado de besar mis pies. 46 No ungiste mi cabeza con aceite; mas ésta con ungüento me ha ungido los pies. 47 Por lo cual, a ti digo: ¡Perdonados son los muchos pecados de ella! pues que amó mucho; mas al que poco se perdona, poco ama. 48 Y a ella le dijo: Los pecados te son perdonados. 49 Y los que estaban a la mesa con él comenzaron a decir entre sí: ¿Quién es éste que aun perdona pecados? 50 Mas él dijo a la mujer: Tu fe te ha salvado: véte en paz.

Capítulo 8

1 Y ACONTECIÓ un poco después, que caminaba por todas las ciudades y aldeas, predicando, y proclamando las buenas nuevas del reino de Dios; y con él iban los doce, 2 y ciertas mujeres que habían sido sanadas por él de espíritus malignos, y de enfermedades; como María, que se llamaba Magdalena, de quien habían salido siete demonios; 3 y Juana, mujer de Chuza, mayordomo de Herodes, y Susana, y otras muchas, que les servían de sus bienes.

4 Y cuando se iba reuniendo una inmensa muchedumbre de pueblo, y las gentes de ciudad tras ciudad venían acudiendo a él, les habló por una parábola, diciendo: 5 Salió un sembrador a sembrar su simiente; y como iba sembrando, parte cayó a lo largo del camino; y fué hollada, y las aves del cielo se la comieron. 6 Y otra parte cayó sobre la roca; y cuando nació, se secó, porque no tenía humedad. 7 Y otra parte cayó entre espinos; y los espinos, naciendo juntamente con ella, la ahogaron. 8 Y otra parte cayó entierra buena; y creciendo, llevó fruto a ciento por uno. Al decir estas cosas, clamó: ¡El que tiene oídos para oír, oiga!

9 Y sus discípulos le preguntaron cuál sería el sentido de esta parábola. 10 Y él dijo: A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios; mas a los otros les hablo por parábolas; para que viendo no vean, y oyendo no entiendan. 11 Es pues ésta la parábola: La simiente es la palabra de Dios. 12 Los de a lo largo del camino son los que cuando han oído, viene luego el diablo y quita de sus corazones la palabra, para que no crean y se salven. 13 Los de sobre la roca son los que cuando oyen, reciben la palabra con gozo: pero éstos no tienen raíz; los cuales por algún tiempo creen, y en tiempo de tentación se apartan. 14 Y la que cayó entre espinos, son los que habiendo oído, siguen su camino, y son ahogados con las afanes y las riquezas y los placeres de esta vida, y no maduran fruto. 15 Mas la que cayó en tierra buena, son los que con corazón leal y bueno, habiendo oído la palabra, la retienen, y llevan fruto con paciencia.

16 Ninguno cuando enciende una luz, la cubre con una vasija, o la pone debajo de una cama; sino que la pone en el candelero, para que los que entren vean la luz. 17 Porque no hay cosa cubierta, que no haya de ser manifestada; ni cosa encubierta que no haya de ser conocida, y venir en plena manifestación. 18 Mirad, pues, cómo oís; porque al que tiene, le será dado; y al que no tiene, aun lo que parece tener le será quitado.

19 Entonces vinieron a él su madre y sus hermanos; mas no podían llegar a él a causa del gentío. 20 Y le fué dicho: Tu madre y tus hermanos están fuera, que quieren verte. 21 Mas él respondiendo, les dijo: Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios, y la hacen.

22 Y aconteció en uno de aquellos días, que entró en una barca con sus discípulos, y les dijo: Pasemos a la otra orilla del lago: y partieron. 23 Y navegando ellos, él se durmió. Y descendió un torbellino de viento sobre el lago; de manera que se iban anegando, y peligraban. 24 Y llegándose a él, le despertaron, diciendo: ¡Maestro, Maestro, perecemos! Y él despertó, y reprendió al viento y a la furia del agua; y cesaron, y se siguió la calma. 25 Entonces les dijo: ¿Dónde está vuestra fe? Mas ellos, llenos de pavor, se maravillaban, diciéndose unos a otros: ¿Quién, pues, es éste, que aun a los vientos y al agua los manda, y le obedecen?

26 Y arribaron al país de los Gadarenos, que está frente a Galilea. 27 Y habiendo salido a tierra, le vino al encuentro cierto hombre de aquella ciudad, que hacía mucho tiempo que tenía demonios, y no vestía ropa alguna, ni moraba en casa, sino en los sepulcros. 28 Mas cuando vió a Jesús, gritó, y cayó en tierra delante de él, y dijo a gran voz: ¿Qué tengo yo que ver contigo, Jesús, Hijo del Dios Altísimo? ¡Ruégote no me atormentes! 29 Pues mandaba al espíritu inmundo que saliese del hombre: porque hacía mucho tiempo que se había apoderado de él: y aunque procuraban sujetarle, amarrándole con cadenas y con grillos, rompía las prisiones, y era arrebatado del demonio a los desiertos. 30 Y Jesús le preguntó: ¿Cuál es tu nombre? Y él dijo: Legión; porque muchos demonios habían entrado en él. 31 Y le rogaban que no los mandase ir al abismo. 32 Pero había allí una piara de muchos cerdos paciendo en la montaña: y le rogaron los demonios que les permitiese entrar en ellos. Y se lo permitió. 33 Entonces los demonios, saliendo del hombre, entraron en los cerdos; y la piara lanzóse furiosamente por un despeñadero en el lago, y se ahogó. 34 Mas los que los apacentaban, al ver lo sucedido, huyeron, y lo contaron en la ciudad y por los campos. 35 Y salieron las gentes a ver lo que había acontecido: y vinieron a Jesús, y hallaron al hombre de quien habían salido los demonios, a los pies de Jesús, sentado, vestido, y en su juicio cabal; y tuvieron temor. 36 También los que lo habían visto, les contaron cómo fué sanado el que había sido endemoniado. 37 Y toda la muchedumbre de la región de los Gadarenos en derredor, le rogaron que se retirase de ellos; porque se había apoderado de ellos un gran temor: y subiendo en la barca, él se volvió. 38 Mas el hombre de quien habían salido los demonios, le rogaba le permitiese estar con él. Jesús empero la despidió, diciendo: 39 Vuelve a tu casa, y cuenta cuán grandes cosas ha hecho Dios por ti. Y él se fué, publicando por toda la ciudad cuán grandes cosas había hecho por él Jesús.

40 Y al volver Jesús, la multitud le recibió gozosa; porque todos le estaban esperando. 41 Y he aquí un hombre llamado Jairo, el cual era jefe de la sinagoga, vino, y cayendo a los pies de Jesús, le rogaba que entrase en su casa; 42 porque tenía una hija única, como de doce años, que se estaba muriendo. Pero mientras iba Jesús, el tropel de gente le apretaba.

43 Y una mujer que hacía doce años que padecía flujo de sangre, la cual había gastado en médicos todo su sustento, y no había podido ser sanada por ninguno, 44 llegándose por detrás de él, tocó el borde de su vestido; y al instante se detuvo el flujo de su sangre. 45 Y dijo Jesús: ¿Quién es el que me ha tocado? Y negándolo todos, dijo Pedro, y los que con él estaban: ¡Maestro, las turbas de gente te aprietan y oprimen! y tú dices: ¿Quién me ha tocado? 46 Pero Jesús dijo: Alguien me tocó; porque yo sentí que ha salido virtud de mí. 47 Viendo pues la mujer que no se escondía, vino temblando, y postrándose delante de él, declaró en presencia de todo el pueblo por qué causa le había tocado, y cómo al instante había sido sanada. 48 Y él le dijo: Hija, tu fe te ha sanado; véte en paz.

49 Estando él aún hablando, viene uno de casa del jefe de la sinagoga, diciendo: Ya murió tu hija; no molestes al Maestro. 50 Pero Jesús, habiéndolo oído, le respondió: No temas; cree solamente, y ella sanará. 51 Entrando entonces en la casa, no permitió entrar consigo a nadie sino a Pedro, y a Juan, y a Santiago, y al padre y a la madre de la niña. 52 Entretanto todos lloraban, y la plañían. Mas él dijo: No lloréis; porque no ha muerto, sino que duerme. 53 Y ellos se reían de él, sabiendo que estaba muerta. 54 Mas él, tomándola de la mano, clamó, diciendo: ¡Niña, levántate! 55 Y volvió el espíritu de ella, y al instante se levantó. Y él mandó que le diesen de comer a la niña. 56 Y sus padres quedaron asombrados, mas él les mandó que a nadie dijesen lo que había sucedido.

Capítulo 9

1 Y HABIENDO convocado a los doce, les dió poder y autoridad sobre todos los demonios, y para curar enfermedades. 2 Y los envió a predicar el reino de Dios, y a sanar los enfermos. 3 Y les dijo: No toméis nada para el camino, ni báculo, ni alforja, ni pan, ni dinero; ni tengáis dos túnicas. 4 Y en cualquiera casa que entrareis, permaneced allí, y de allí partid. 5 Y dondequiera que no os recibieren, al salir de aquella ciudad, sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos. 6 Ellos, pues, partieron, y pasaron por las aldeas, predicando el evangelio, y sanando por todas partes.

7 Mas Herodes el tetrarca oyó todo lo que iba sucediendo; y estaba sumamente perplejo; porque se decía por parte de algunos, que Juan Bautista había resucitado de entre los muertos; 8 y de otros, que Elías había aparecido; y por otros, que alguno de los antiguos profetas había resucitado. 9 Y dijo Herodes: A Juan yo le corté la cabeza; ¿quién, pues, es éste de quien oigo tales cosas? Y deseaba verle.

10 Y habiendo regresado los apóstoles, le declararon cuantas cosas habían hecho. Y él tomándolos consigo, se retiró aparte a un lugar desierto, que pertenecía a una ciudad llamada Betsaida. 11 Y al saberlo las multitudes, le siguieron; y él las recibió, y les hablaba del reino de Dios, y sanaba a los que tenían necesidad de ser curados. 12 Mas el día comenzó a declinar; y llegándose los doce, le dijeron: Despide a la multitud, para que se vayan a las aldeas y los campos de alrededor, y se alberguen, y hallen vituallas; porque estamos aquí en un lugar desierto. 13 Pero él les dijo: Dadles vosotros de comer. Ellos dijeron: No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar alimentos para toda esta gente. 14 Pues eran como cinco mil hombres. Y él dijo a sus discípulos: Hacedlos recostar por partidas, como de cincuenta en cincuenta. 15 Y lo hicieron así, haciéndolos recostar a todos. 16 Tomando entonces los cinco panes y los dos peces, miró al cielo, y los bendijo; y los partió, y los dio a los discípulos para que los pusiesen delante de la multitud. 17 Y comieron todos y se saciaron: y alzaron de los pedazos que les sobraron, doce cestos.

18 Y aconteció, que estando él orando aparte, los discípulos estaban con él; y les preguntó, diciendo: ¿Quién dicen las gentes que yo soy? 19 Y ellos respondiendo, dijeron: Juan el Bautista; otros, Elías; y otros, que alguno de los antiguos profetas ha resucitado. 20 Díjoles entonces: Pero vosotros, ¿quién decís que soy? Pedro respondiendo, dijo: El Cristo de Dios. 21 Mas él, con mandamiento riguroso, les mandó que a nadie hablasen de esto; 22 diciendo: Es menester que el Hijo del hombre padezca muchas cosas, y sea desechado por los ancianos y los jefes de los sacerdotes y los escribas, y sea muerto, y que resucite al tercer día. 23 Y decía a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, y tome su cruz cada día, y sígame. 24 Pues el que quisiere salvar su vida la perderá; mas el que perdiere su vida por causa de mí, la salvará. 25 Porque ¿qué aprovecha el hombre con ganar todo el mundo, mas destruyéndose a sí mismo o perdiéndolo todo? 26 Porque el que se avergonzare de mí y de mis palabras, de éste, el Hijo del hombre se avergonzará, cuando viniere en su propia gloria, y la del Padre y de los santos ángeles. 27 Mas os digo con verdad, que hay algunos de los aquí presentes, que no probarán la muerte, hasta que hayan visto el reino de Dios.

28 Y aconteció, como ocho días después de dichas estas palabras, que tomando consigo a Pedro y a Juan y a Santiago, subió al monte para orar. 29 Y mientras oraba, la apariencia de su rostro se hizo otra y su vestido se tornó blanco y resplandeciente. 30 Y he aquí que dos varones hablaban con él, los cuales eran Moisés y Elías, 31 que aparecieron en gloria, y hablaban de su partida, que iba a verificarse en Jerusalem. 32 Pedro empero y sus compañeros estaban cargados de sueño; mas habiendo sacudido el sueño, vieron su gloria, y a los dos varones que estaban con él. 33 Y sucedió que al tiempo que ellos se apartaban de él, Pedro dijo a Jesús: ¡Maestro, bueno es que nos estemos aquí! hagamos, pues, tres enramadas: una para ti, otra para Moisés, y otra para Elías: sin saber lo que decía. 34 Mientras él decía esto, vino una nube y les hizo sombra; y ellos tuvieron temor al entrar en la nube. 35 Y hubo una voz, procedente de la nube, que decía: ¡Éste es mi amado Hijo! ¡oídle a él! 36 Y pasada la voz, Jesús fué hallado solo. Y ellos callaron, y por aquellos días nada dijeron a nadie de lo que habían visto.

37 Y sucedió al día siguiente, cuando bajaban del monte, que una gran muchedumbre de gente vino a encontrarle. 38 Y, he aquí, un hombre de entre el gentío levantó la voz, diciendo: ¡Maestro, ruégote que atiendas a mi hijo! porque es mi unigénito: 39 y he aquí que un espíritu le toma, y él de repente da voces; y le arroja en convulsiones, haciéndole echar espumarajos; y a duras penas se aparta de él, después de estropearle. 40 Y rogué a tus discípulos que le echasen fuera; mas no han podido. 41 Jesús entonces respondiendo, dijo: ¡Oh generación incrédula y perversa! ¿hasta cuándo he de estar con vosotros y sufriros? ¡Trae acá a tu hijo l 42 Pero en tanto que se acercaba el muchacho, el demonio le derribó, y arrojóle en convulsiones. Pero Jesús reprendió al espíritu inmundo, y sanó al muchacho; y sedo volvió a su padre. 43 Y todos estaban atónitos de la grandeza de Dios.

Empero mientras todos se maravillaban de todas las cosas que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: 44 Penetren estas palabras en vuestros oídos: porque el Hijo del hombre va a ser entregado en mano de los hombres. 45 Mas ellos no entendían este dicho, y les estaba encubierto, para que no lo entendiesen: y temían preguntarle acerca de este dicho.

46 Y suscitóse entre ellos una disputa, sobre cuál de ellos sería el mayor. 47 Mas viendo Jesús los pensamientos de su corazón, tomó un niño, y poniéndole de pie junto a sí, 48 les dijo: Quien recibiere a este niño en mi nombre, a mí me recibe; y el que me recibiere a mí, recibe al que me envió. Porque aquel que es el menor entre todos vosotros, ése es grande.

49 Y Juan respondiendo, le dijo: Maestro, hemos visto a cierto hombre que echaba fuera demonios en tu nombre; y se lo vedamos, porque no te sigue con nosotros. 50 Y Jesús les dijo: No se lo vedéis; porque el que no es contra vosotros, por vosotros es.

51 Y aconteció que cuando se iba cumpliendo el tiempo en que él había de ser recibido arriba, él afirmó su rostro resueltamente para ir a Jerusalem. 52 Y envió mensajeros delante de sí, los cuales fueron y entraron en una aldea de los Samaritanos a prepararle hospedaje. 53 Mas éstos no le recibieron, porque su rostro estaba dirigido hacia Jerusalem. 54 Y viendo esto sus discípulos Santiago y Juan, dijeron: Señor, ¿quieres que mandemos que baje fuego del cielo, que los consuma, como también lo hizo Elías? 55 Mas volviéndose él, les reprendió, y dijo: No sabéis de qué espíritu sois; 56 pues el Hijo del hombre no vino para perder las vidas de los hombres, sino para salvarlas. Y se fueron a otra aldea.

57 Y andando ellos por el camino cierto hombre le dijo: Yo te seguiré a dondequiera que fueres. 58 Y le dijo Jesús: Las zorras tienen cuevas, y las aves del cielo nidos, mas el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza. 59 Y dijo a otro: ¡Sígueme! Mas él dijo: Señor, permíteme que vaya primero y entierre a mi padre. 60 Jesús empero le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; mas anda tú y publica en derredor el reino de Dios. 61 Y otro también le dijo: Te seguiré, Señor; mas permíteme primero que me despida de los que están en mi casa. 62 Pero Jesús le dijo: Ninguno que pusiere la mano en el arado y mirare atrás, es apto para el reino de Dios.

Capítulo 10

1 DESPUÉS de estas cosas, el Señor designó otros setenta, y los envió de dos en dos delante de su rostro, a toda ciudad y lugar adonde él mismo había de ir. 2 Y les decía: La mies en verdad es mucha, mas los trabajadores son pocos: rogad, pues, al Señor de la mies que envíe trabajadores a su mies. 3 Andad; he aquí, yo os envío como a corderos en medio de lobos. 4 No llevéis bolsa, ni alforja, ni zapatos; ni saludéis a nadie por el camino. 5 Y al entrar en cualquiera casa, decid primeramente: ¡Paz sea a esta casa! 6 Y si hubiere allí algún hijo de paz, descansará vuestra paz sobre ella; mas si no, se volverá a vosotros. 7 Y permaneced en aquella misma casa, comiendo y bebiendo lo que os dieren; porque el trabajador es digno de su salario; no paséis de casa en casa. 8 Y en cualquiera ciudad donde entrareis, y os recibieren, comed lo que os pusieren delante; 9 y sanad los enfermos que en ella hubiere, y decidles: ¡Se ha acercado a vosotros el reino de Dios! 10 Mas en cualquiera ciudad en que entrareis, y no os recibieren, salid a sus calles, y decid: 11 ¡Aun el polvo de vuestra ciudad que se ha pegado a nuestros pies, sacudimos contra vosotros; esto empero sabed, que se ha acercado a vosotros el reino de Dios! 12 Yo os digo que será más llevadera la condena de Sodoma en aquel día, que la de esa ciudad. 13 ¡Ay de ti, Corazín! ¡ay de ti, Betsaida! que si en Tiro y Sidón se hubieran hecho los milagros que han sido hechos en vosotras, ya ha mucho que se hubieran arrepentido, sentadas en cilicio y ceniza. 14 Empero será más llevadera la condena de Tiro y Sidón en el juicio, que la de vosotras. 15 Y tú, Capernaum, que has sido elevada hasta el cielo, hasta la perdición serás abatida. 16 El que oye a vosotros, a mí me oye; y el que a vosotros os desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí desecha al que me envió.

17 Y volvieron los setenta con gozo, diciendo: ¡Señor, hasta los demonios se nos sujetan en tu nombre! 18 Y él les dijo: Yo veía a Satanás que caía del cielo como un rayo. 19 He aquí, os he dado potestad para hollar serpientes y escorpiones, y sobre todo el poder del enemigo; y nada os dañará. 20 Sin embargo, no os regocijéis de esto, que los espíritus os estén sujetos; mas regocijaos de que vuestros nombres están escritos en el cielo.

21 En aquella misma hora, Jesús regocijóse sobre manera en el Espíritu Santo, y dijo: ¡Gracias te doy, oh Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a los niños! ¡Sí, Padre, gracias te doy; porque así pareció bueno a tu vista! 22 Todas las cosas me son entregadas por mi Padre; y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quisiere revelar.

23 Y volviéndose hacia sus discípulos, les dijo aparte: Bienaventurados los ojos que ven las cosas que vosotros veis; 24 porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver las cosas que vosotros veis, y no las vieron; y oír las cosas que vosotros oís, y no las oyeron.

25 Y, he aquí, un doctor de la ley se puso en pie, y para tentarle, le dijo: Maestro, ¿haciendo qué cosa, poseeré la vida eterna? 26 Y él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿cómo lees? 27 Y él respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. 28 Y Jesús le dijo: Bien has respondido: haz esto, y vivirás. 29 Mas él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo? 30 Jesús respondiendo, dijo: Cierto hombre iba bajando de Jerusalem a Jericó, y cayó en manos de ladrones; los cuales le quitaron hasta la ropa, y habiéndole cubierto de heridas, se fueron, dejándole medio muerto. 31 Mas por casualidad un sacerdote venía bajando por el mismo camino; y cuando le vió, pasó de largo, enfrente de él. 32 De igual manera un levita también, cuando vino al lugar, le miró, y pasó de largo, enfrente de él. 33 Mas un samaritano que iba de camino, vino cerca de él; y cuando le vió, le tuvo compasión; 34 y llegándose, le vendó las heridas, echando en ellas aceite y vino, y poniéndole sobre su misma bestia, le llevó al mesón, y cuidó de él. 35 Y al otro día cuando iba a partir, sacando dos denarios, los dió al mesonero, y le dijo: Cuida de él; y todo lo que gastares de más, yo a mi regreso te lo pagaré. 36 ¿Quién de estos tres te parece haber sido prójimo de aquel que cayó en manos de los ladrones? 37 Y él dijo: Aquel que usó con él de misericordia. Jesús entonces le dijo: Vé, y haz tú lo mismo.

38 Y mientras iban de camino, entró en cierta aldea; y cierta mujer, llamada Marta, le recibió en su casa. 39 Y ésta tenía una hermana llamada María, la cual, habiéndose sentado a los pies de Jesús, escuchaba su palabra. 40 Pero Marta se afanaba en muchos servicios; y presentándose de repente, dijo: Señor ¿no se te da nada que mi hermana me ha dejado sola para servir? Dile, pues, que me ayude. 41 Pero Jesús respondiendo, le dijo: ¡Marta, Marta, cuidadosa estás, y te dejas turbar en cuanto a muchas cosas; 42 mas una sola cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, que no le será quitada.

Capítulo 11

1 Y ACONTECIÓ que, estando él orando en cierto lugar, cuando acabó, uno de sus discípulos le dijo: Señor, enséñanos a orar, como también Juan enseñó a sus discípulos. 2 Y les dijo: Cuando oréis, decid:

Padre, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Sea hecha tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. 3 Danos día por día nuestro pan cotidiano. 4 Y perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a cada uno que nos debe. Y no nos dejes caer en tentación.

5 Y les dijo: ¿Quién de vosotros tendrá un amigo, y acudirá a él a media noche, y le dirá: Amigo, préstame tres panes; 6 porque un amigo mío ha venido a mí de camino, y no tengo qué poner delante de él; 7 y él, respondiendo desde adentro, le dirá: No me seas molesto; la puerta está ya cerrada, y mis hijos, juntamente conmigo, están en la cama; no puedo levantarme y darte. 8 Dígoos que aunque no se levante a darle por ser su amigo, sin embargo, por causa de su importunidad, se levantará y le dará cuanto hubiere menester. 9 Y yo os digo a vosotros: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá. 10 Porque todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá. 11 ¿Y cuál de vosotros, que es padre, si su hijo le pidiere un pan, le dará una piedra? ¿o si le pidiere un pescado, en lugar de pescado le dará una serpiente? 12 ¿o si le pidiere un huevo, le dará un escorpión? 13 Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?

14 Y estaba echando fuera un demonio, que era mudo; y sucedió que al salir el demonio, habló el mudo; y las multitudes se maravillaron. 15 Mas algunos de entre ellos dijeron: ¡En unión con Beelzebub, príncipe de los demonios, echa fuera los demonios. 16 Y otros, por tentarle, pedían de su parte una señal que procediese del cielo. 17 Mas él, que conocía los pensamientos de ellos, les dijo: Todo reino dividido contra sí mismo, se destruye; y casa dividida contra casa, cae. 18 Si pues Satanás también está dividido contra sí mismo, ¿cómo permanecerá su reino? porque decís que en unión con Beelzebub yo echo fuera los demonios. 19 Mas si yo echo fuera los demonios en unión con Beelzebub, vuestros hijos ¿en unión con quién los echan fuera? por tanto ellos serán vuestros jueces. 20 Empero si yo con el dedo de Dios echo fuera los demonios, es evidente que el reino de Dios os ha sobrevenido. 21 Cuando un hombre poderoso, bien armado, guarda su mismo palacio, todos sus bienes están seguros. 22 Mas cuando sobreviniere otro, más poderoso que él, y le venciere, le quitará su armadura completa en que confiaba, y repartirá sus despojos. 23 El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama. 24 El espíritu inmundo, cuando ha salido de una persona, anda por lugares sin aguas, buscando reposo; y no hallándolo, dice: Me volveré a mi casa de donde salí. 25 Y venido a ella, la halla barrida y arreglada. 26 Entonces va y toma consigo otros siete espíritus peores que él; y entrando, se establecen allí; y viene a ser peor el postrer estado de aquel hombre, que el primero.

27 Y aconteció que mientras él decía estas cosas, una mujer de en medio de la multitud, levantando la voz, le dijo: ¡Bienaventurado el seno que te trajo, y los pechos que mamaste! 28 Mas él dijo: Antes, bienaventurados los que oyen la palabra de Dios, y la guardan.

29 Y cuando las multitudes se apiñaban en derredor de él, comenzó a decir: Esta es una generación mala; busca con empeño una señal; y ninguna señal le será dada, sino la señal de Jonás profeta. 30 Porque de la manera que Jonás fué señal a los Ninivitas, así también lo será el Hijo del hombre a esta generación. 31 La reina del Austro se levantará en el juicio con los hombres de esta generación, y la condenará: porque ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón; y he aquí uno mayor que Salomón en este lugar. 32 Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás; y he aquí uno mayor que Jonás en este lugar.

33 Nadie, cuando ha encendido una luz, la pone en un sótano, ni debajo del celemín, sino en el candelero, para que los que entran vean la luz. 34 La lumbrera del cuerpo es el ojo: por tanto, cuando tu ojo sea sencillo, todo tu cuerpo también estará lleno de luz; mas cuando sea malo, todo tu cuerpo también estará lleno de tinieblas. 35 Mira, pues, que la luz que en ti hay, no sea tinieblas. 36 Por tanto, si todo tu cuerpo está lleno de luz, no teniendo parte alguna tenebrosa, estará completamente lleno de luz, como cuando una lámpara con su resplandor te alumbra.

37 Mientras él hablaba, un fariseo le rogó que comiera con él; y al entrar, se sentó a la mesa. 38 Mas el fariseo cuando vió esto, se maravilló de que no hubiese sido bautizado primero, antes de comer. 39 El Señor entonces le dijo: Así pues vosotros, los fariseos, limpiáis lo exterior de la copa y del plato; mas vuestro interior está lleno de rapacidad y de maldad. 40 ¡Insensatos! ¿el que hizo lo de afuera, no hizo también lo de adentro? 41 Antes más bien dad limosna de lo que tenéis; y he aquí que todas las cosas os son limpias.

42 Mas ¡ay de vosotros, fariseos! porque diezmáis la hierbabuena, y la ruda, y toda suerte de hortalizas; y pasáis de largo la justicia y el amor de Dios. Estas cosas deberíais hacer, sin desatender aquéllas. 43 ¡Ay de vosotros, fariseos! que amáis los primeros asientos en las sinagogas, y las salutaciones en las plazas. 44 ¡Ay de vosotros! porque sois como sepulturas que no se ven; y los hombres que andan por encima de ellas no lo saben.

45 Respondiendo entonces uno de los doctores de la ley, le dice: ¡Maestro, con decir estas cosas nos afrentas a nosotros también! 46 Mas él dijo: ¡Ay de vosotros también, los doctores de la ley! porque cargáis a los hombres con cargas difíciles de llevar, y vosotros ni siquiera tocáis las cargas con un dedo. 47 ¡Ay de vosotros! porque edificáis los sepulcros de los profetas, y vuestros padres los mataron. 48 ¡Verdaderamente vosotros sois testigos de que consentís en las obras de vuestros padres; porque ellos en verdad los mataron, y vosotros edificáis sus sepulcros! 49 Por esto también la sabiduría de Dios ha dicho: Les enviaré profetas y mensajeros; y a muchos de ellos matarán y perseguirán; 50 para que de esta generación sea demandada la sangre de todos los profetas, que ha sido derramada desde la fundación del mundo; 51 desde la sangre de Abel, hasta la sangre de Zacarías, que fué muerto entre el altar y el Santuario: en verdad os digo, esto será demandado de esta generación. 52 ¡Ay de vosotros los doctores de la ley! porque habéis quitado la llave de la ciencia; vosotros no entrasteis, y a los que iban entrando se lo impedisteis.

53 Y mientras les decía estas cosas, los escribas y los fariseos comenzaron a exasperarse en gran manera, y a provocarle a que hablase de muchas cosas; 54 asechándole, y procurando cazar alguna cosa de su boca, para poderle acusar.

Capítulo 12

1 ENTRETANTO, habiéndose juntado a millares y millares las gentes, de manera que unos a otros se atropellaban, comenzó Jesús a decir a sus discípulos primeramente: Guardaos de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía; 2 pues nada hay encubierto que no haya de ser descubierto, ni escondido, que no haya de saberse. 3 Por eso, cuanto habéis dicho en tinieblas, en la luz del día será oído; y lo que habéis hablado al oído en las alcobas, será pregonado sobre los terrados. 4 Mas yo os digo, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después no tienen más que puedan hacer. 5 Os enseñaré empero a quién debéis temer: Temed a Aquel que después de matar, tiene poder de echar en el infierno; en verdad os digo: Temedle a él. 6 ¿No se venden cinco pajarillos por dos cuartos? y ni uno de ellos está olvidado delante de Dios. 7 Mas aun los cabellos de vuestra cabeza están todos contados. ¡No temáis: vosotros valéis más que muchos pajarillos!

8 Y yo os digo, que todo aquel que me confesare delante de los hombres, el Hijo del hombre también a él le confesará delante de los ángeles de Dios. 9 Mas el que me negare delante de los hombres, será negado delante de los ángeles de Dios. 10 Y cualquiera que dijere palabra contra el Hijo del hombre, se le perdonará; mas al que blasfemare contra el Espíritu Santo, no le será perdonado. 11 Y cuando os trajeren ante las sinagogas, y a los magistrados, y a las autoridades, no tengáis cuidado de cómo o de qué hayáis de responder, o de lo que hayáis de decir: 12 porque el Espíritu Santo os enseñará en aquella misma hora lo que conviene decir.

13 Y uno de en medio de la multitud le dijo: Maestro, di a mi hermano que parta conmigo la herencia. 14 Mas él le dijo: Hombre ¿quién me ha puesto a mí sobre vosotros por juez o repartidor? 15 Les dijo, pues: Mirad, y guardaos de toda suerte de codicia; porque la vida del hombre no consiste en la abundancia de los bienes que posee.

16 También les habló una parábola, diciendo: El campo de cierto hombre rico había producido mucho: 17 y él discurría dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré? porque no tengo donde pueda recoger mis frutos. 18 Y dijo: Haré esto: derribaré mis graneros, y los edificaré mayores; y allí recogeré todos mis productos y mis bienes: 19 y diré a mi alma: ¡Alma, tienes muchos bienes almacenados para muchos años! ¡descansa! ¡come, bebe, huélgate! 20 Pero Dios le dijo: ¡Insensato! esta noche tu alma te será demandada; y lo que has prevenido ¿de quién será? 21 Así es el que atesora para sí, y no es rico para con Dios.

22 Y dijo a sus discípulos: Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, sobre lo que habéis de comer; ni por vuestro cuerpo, sobre lo que habéis de vestir. 23 Porque la vida es más que la comida, y el cuerpo que el vestido. 24 Considerad los cuervos, que ellos ni siembran ni siegan; los cuales no tienen almacén ni troje; y Dios los alimenta: ¿cuánto más valéis vosotros que las aves? 25 Y ¿quién de vosotros, por mucho que se afane, podrá añadir un codo a lo largo de su vida? 26 Pues si ni siquiera una cosa tan mínima así podéis hacer, ¿por qué os afanáis respecto de lo demás? 27 Considerad los lirios, cómo crecen: no trabajan ni hilan; mas yo os digo que ni aun Salomón, en toda su gloria, fué vestido como uno de éstos. 28 Y si a la hierba, que está hoy en el campo, y mañana es echada en el horno, Dios la viste así, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca fe? 29 Así que no andéis buscando qué hayáis de comer, o qué hayáis de beber, ni seáis de ánimo dudoso. 30 Porque las naciones del mundo buscan ansiosamente todas estas cosas: y vuestro Padre sabe que tenéis necesidad de estas cosas. 31 Antes bien, buscad primeramente el reino de Dios y su justicia; y estas cosas os serán dadas por añadidura.

32 No temáis, manada pequeña, porque al Padre le place daros el reino. 33 Vended lo que poseéis, y dad limosna; haceos bolsas que no se envejecen, tesoro en los cielos que nunca se agota, donde ladrón no llega, ni polilla consume: 34 porque donde estuviere vuestro tesoro allí estará vuestro corazón.

35 Estén ceñidos vuestros lomos, y vuestras lámparas encendidas; 36 y sed vosotros mismos como hombres que aguardan a su señor, cuando haya de volver de las bodas; a fin de que cuando venga y llame, le abran al instante. 37 ¡Bienaventurados aquellos siervos, a quienes su señor, cuando viniere, los hallare velando! en verdad os digo, que él mismo se ceñirá, y haciendo que ellos se sienten a la mesa, se llegará y les servirá. 38 Y si viniere en la segunda vigilia, o en la tercera vigilia, y los hallare así, bienaventurados son aquellos siervos. 39 Esto empero sabed, que si supiera el padre de familia a qué hora había de venir el ladrón, velaría, y no dejaría minar su casa. 40 Estad vosotros también prevenidos; porque a la hora que no pensáis, el Hijo del hombre vendrá.

41 Pedro entonces dijo: Señor, ¿dices esta parábola a nosotros, o también a todos? 42 Y el Señor dijo: ¿Quién es pues el mayordomo fiel y prudente, a quien su señor pondrá sobre su familia, para darles la ración a su tiempo? 43 Bienaventurado aquel siervo, a quien su señor cuando viniere, le hallare haciendo así. 44 En verdad os digo, que le pondrá sobre todos sus bienes.

45 Mas si aquel siervo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a pegar a los criados y a las criadas, y a comer, y a beber, y a embriagarse; 46 vendrá el señor de aquel siervo en el día que él no espera, y a la hora que él no sabe; y le azotará con la mayor severidad, y le señalará su parte con los criados infieles. 47 Pues el siervo que conoció la voluntad de su señor, y no se preparó, ni hizo conforme a su voluntad, será castigado con muchos azotes: 48 mas el que no supo, e hizo cosas dignas de azotes, será castigado con pocos azotes: porque a todo aquel a quien se ha dado mucho, mucho le será exigido; y a quien se ha encomendado mucho, más será demandado de él.

49 Vine a echar fuego en la tierra; ¿y qué quiero, si ya está encendido? 50 Empero yo tengo un bautismo de que he de ser bautizado; ¡y cómo me angustio hasta que se cumpla! 51 ¿Pensáis que he venido para dar paz en la tierra? Os digo que no, sino antes división. 52 Porque de ahora en adelante habrá cinco en una misma casa divididos, tres contra dos, y dos contra tres. 53 Serán divididos padre contra hijo, e hijo contra padre; madre contra hija, e hija contra madre; suegra contra nuera, y nuera contra suegra.

54 Decía también a las gentes: Cuando veis una nube que se eleva desde el poniente, decís luego: Viene una tempestad; y así sucede. 55 Y cuando sopla el Austro, decís: Hará calor; y lo hace. 56 ¡Hipócritas! sabéis interpretar la variada apariencia de la tierra y del cielo, ¿pues cómo no sabéis interpretar las señales de este tiempo? 57 ¿Y también por qué de vosotros mismos no juzgáis lo que es justo? 58 Cuando vas, pues, con tu adversario ante el magistrado, haz lo posible en el camino por librarte de él; no sea que te arrastre ante el juez, y el juez te entregue al alguacil, y el alguacil te eche en la cárcel. 59 Yo te digo que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último maravedí.

Capítulo 13

1 HABÍA presentes en aquel tiempo algunos que le contaron de aquellos galileos, cuya sangre Pilato había mezclado con la de sus sacrificios. 2 Y él respondiendo, les dijo: ¿Pensáis acaso que esos galileos eran mayores pecadores que todos los galileos, por cuanto sufrieron estas cosas? 3 Os digo que no; antes bien, si vosotros no os arrepintiereis, todos pereceréis de igual manera. 4 O aquellos diez y ocho, sobre quienes cayó la torre en Siloé y los mató ¿pensáis que ellos eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalem? 5 Os digo que no; antes bien, si vosotros no os arrepintiereis, todos asimismo pereceréis.

6 Y dijo esta parábola: Cierto hombre tenía una higuera plantada en su viña; y vino buscando fruto en ella, mas no lo halló. 7 Dijo, pues, al viñero: He aquí, hace ya tres años que vengo buscando fruto en esta higuera, y no lo hallo: ¡córtala! ¿por qué también inutiliza la tierra? 8 Mas él respondiendo, le dijo: Señor, déjala este año también, hasta que yo cave en derredor de ella, y le eche estiércol: 9 y si con esto diere fruto, bien; mas si no, tú entonces la cortarás.

10 Y estaba enseñando en una de las sinagogas en un día de sábado.

11 Y he aquí una mujer que tenía un espíritu de enfermedad ya por diez y ocho años, y estaba agobiada, y no podía en manera alguna enderezarse. 12 Y como Jesús la viese, llamóla a sí, y le dijo: Mujer, libre eres de tu enfermedad. 13 Y puso sobre ella las manos; y al instante ella se enderezó, y glorificaba a Dios. 14 Mas el jefe de la sinagoga, indignado de que Jesús hiciera curación en el sábado, respondió y dijo al pueblo: Seis días hay en que se debe trabajar; en éstos pues venid, y sed curados, y no en el día de sábado. 15 El Señor entonces le respondió, y dijo: ¡Hipócritas! ¿cada uno de vosotros, no desata del pesebre su buey o su asno en el sábado, y los lleva a abrevar? 16 ¿Y acaso esta mujer, siendo hija de Abraham, a quien, he aquí, hace diez y ocho años que Satanás la ligó, no debiera ser desatada de esta ligadura en día de sábado? 17 Y diciendo él esto, todos sus adversarios quedaron avergonzados, y todo el pueblo se regocijaba de todas las cosas gloriosas que eran hechas por él.

18 Dijo entonces: ¿A qué es semejante el reino de Dios, y a qué lo he de asemejar? 19 Semejante es a un grano de mostaza, que un hombre tomó y lo sembró en su huerto; y creció, y vino a ser árbol; y las aves del cielo posaron en sus ramas. 20 Y dijo otra vez: ¿A qué semejaré el reino de Dios? 21 Semejante es a la levadura, que tomó una mujer y la encubrió en tres medidas de harina, hasta que el todo quedó fermentado.

22 Y pasaba por entre las ciudades y aldeas, enseñando y caminando hacia Jerusalem. 23 Y le dijo uno: Señor, ¿son pocos los que se salvan? Y él les dijo: 24 Esforzaos para entrar por la puerta estrecha; porque yo os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán. 25 Una vez que se haya levantado el padre de familia, y haya cerrado la puerta, y comenzareis, estando fuera, a llamar a la puerta, diciendo: Señor, ábrenos; y él respondiendo, os dijere: No os conozco ni sé de dónde sois. 26 Entonces comenzaréis a decir: En tu presencia hemos comido y bebido, y tú has enseñado en nuestras plazas; 27 mas él dirá: Dígoos que no sé de dónde sois: apartaos de mí todos los obradores de iniquidad. 28 Allí será el lloro y el crujir de dientes, cuando viereis a Abraham, y a Isaac, y a Jacob, y a todos los profetas en el reino de Dios, mas a vosotros echados fuera. 29 Y vendrán del Oriente y del Occidente, y del Norte y del Mediodía, y se sentarán a la mesa en el reino de Dios. 30 Y he aquí que hay postreros que serán primeros, y hay primeros que serán postreros.

31 En aquella misma hora vinieron ciertos fariseos que le decían: Sal, y véte de aquí; porque Herodes quiere matarte. 32 Mas él les dijo: Id y decid a aquella zorra: He aquí que echo fuera demonios, y hago curaciones hoy y mañana, y el tercer día soy hecho perfecto. 33 Empero es menester que yo camine hoy, y mañana, y pasado mañana; porque no es posible que un profeta perezca fuera de Jerusalem. 34 ¡Oh Jerusalem, Jerusalem! tú que matas a los profetas, y apedreas a los que a ti son enviados, ¡cuántas veces quise recoger tus hijos, como la gallina recoge sus polluelos debajo de sus alas; y no quisiste! 35 He aquí, vuestra casa os es dejada desierta; y yo os digo: No me veréis más, hasta que venga el tiempo cuando digáis: Bendito el que viene en el nombre del Señor.

Capítulo 14

1 Y ACONTECIÓ que al entrar en casa de uno de los principales de los fariseos en un día de sábado, a comer pan, ellos le estaban observando disimuladamente. 2 Y he aquí que había delante de él un hombre hidrópico. 3 Y respondiendo Jesús, habló a los doctores de la ley y a los fariseos, diciendo: ¿Es lícito curar en el sábado o no? 4 Mas ellos callaron. Tomándole entonces, le sanó, y le despidió. 5 Y a ellos les dijo: ¿Cuál de vosotros tendrá un asno o un buey que cayere en un pozo, y no le sacará luego en día de sábado? 6 Y no le podían responder a estas cosas.

7 Y dijo una parábola a los convidados, al observar cómo escogían los primeros asientos, diciéndoles: 8 Cuando fueres convidado por alguno a bodas, no te sientes en el más alto puesto, no sea que otro de mayor distinción que tú haya sido convidado por él; 9 y viniendo aquel que te convidó a ti y a él, te diga: Da lugar a éste; y entonces comiences con vergüenza a ocupar el puesto más bajo. 10 Antes bien, cuando fueres convidado, vé y siéntate en el puesto más bajo; para que cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba; entonces tendrás gloria delante de todos los que se sientan a la mesa contigo. 11 Porque todo aquel que se ensalza, será humillado; y el que se humilla, será ensalzado.

12 Dijo también al que le había convidado: Cuando haces una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; no sea que ellos también te vuelvan a convidar, y te sea hecha recompensa. 13 Mas cuando haces banquete, llama a los pobres, a los mancos, a los cojos, a los ciegos; 14 y serás bienaventurado, porque ellos no tienen con que recompensarte: pues serás recompensado en la resurrección de los justos.

15 Oyendo esto uno de los que estaban sentados a la mesa con él, le dijo: ¡Bienaventurado aquel que comerá pan en el reino de Dios! 16 Mas él dijo: Cierto hombre hizo una gran cena, y convidó a muchos. 17 Y al tiempo de la cena envió a su siervo a decir a los convidados: Venid, que ya todo está aparejado. 18 Y todos a una comenzaron a excusarse. El primero le dijo: He comprado un campo, y he menester salir y verlo: ruégote que me tengas por excusado. 19 Y otro dijo: He comprado cinco yuntas de bueyes, y voy a probarlos: ruégote que me tengas por excusado. 20 Y otro dijo: Acabo de casarme, y por eso no puedo ir. 21 Y habiendo vuelto el siervo, hizo saber estas cosas a su señor. Entonces airóse el padre de familia, y dijo a su siervo: Sal presto a las calles y a los callejones de la ciudad, y trae acá los pobres, los mancos, los ciegos y los cojos. 22 Y dijo el siervo: Señor, hecho está lo que mandaste, y aun hay lugar. 23 Y dijo el señor al siervo: Sal a los caminos, y a los vallados, y a cuantos hallares fuérzalos a entrar, para que se llene mi casa. 24 Porque os digo, que ninguno de aquellos hombres que fueron convidados, gustará de mi cena.

25 Y grandes multitudes le iban acompañando: y volviéndose, les dijo: 26 Si alguno viene a mí, y no odia a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y a su misma vida también, no puede ser mi discípulo. 27 Y el que no carga con su cruz y sigue en pos de mí, no puede ser mi discípulo. 28 Porque ¿cuál de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula el gasto, a ver si tiene con qué acabarla? 29 no sea que, habiendo echado el cimiento y no pudiendo acabarla, todos los que lo vieren comiencen a burlarse de él, 30 diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar. 31 ¿O cuál rey, saliendo al encuentro de otro rey, no se sienta primero y consulta, si puede hacer frente con diez mil al que viene contra él con veinte mil? 32 O si no, mientras el otro está todavía lejos, envía una embajada, y pide condiciones de paz. 33 Así, pues, cada uno de vosotros que no renuncia a todo cuanto posee, no puede ser mi discípulo.

34 Buena es la sal; mas si la sal hubiere perdido su sabor, ¿con qué será ella misma sazonada? 35 Ni para la tierra, ni siquiera para el muladar sirve ya; sino que la echan fuera. Quien tiene oídos para oír, oiga.

Capítulo 15

1 MAS todos los publicanos y los pecadores se le iban acercando, para oírle. 2 Y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Éste recibe a los pecadores, y con ellos come.

3 Y él les dijo esta parábola: 4 ¿Quién hay de vosotros que teniendo cien ovejas, si perdiere una de ellas, no deja las noventa y nueve en el desierto, y va en busca de la perdida, hasta que la halle? 5 Y habiéndola hallado, la pone sobre sus hombros gozoso. 6 Y cuando llega a casa, convoca a sus amigos y vecinos, y les dice: Regocijaos conmigo, porque he hallado la oveja mía, que se había perdido. 7 Dígoos, que así habrá gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, más bien que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de arrepentimiento.

8 ¿O qué mujer, teniendo diez pesetas, si perdiere una peseta, no enciende luz, y barre la casa, y busca con diligencia hasta hallarla? 9 Y cuando la ha hallado, convoca a sus amigas y vecinas, y les dice: Regocijaos conmigo; porque he hallado la peseta que había perdido. 10 De esta manera, yo os lo digo, hay gozo en presencia de los ángeles de Dios, por un solo pecador que se arrepiente.

11 Dijo además: Cierto hombre tenía dos hijos: 12 y el menor de ellos dijo a su padre: Padre, dame la parte que me toca de tus bienes. Y él les repartió la hacienda. 13 Y no muchos días después, juntándolo todo el hijo menor, partió para una región lejana; y allí desperdició su caudal, viviendo disolutamente. 14 Y cuando lo hubo gastado todo, sucedió una grande hambre en aquel país; y él comenzó a padecer necesidad. 15 Y fué, y arrimóse a uno de los ciudadanos de aquel país; el cual le envió a sus campos para apacentar los puercos. 16 Y deseaba hartarse de las algarrobas que comían los puercos; y nadie le daba nada. 17 Mas cuando volvió en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen sobreabundancia de pan, y yo aquí perezco de hambre! 18 Me levantaré, e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y delante de ti; 19 ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo: haz que yo sea como uno de tus jornaleros. 20 Y levantóse, y fué a su padre. Y estando todavía lejos, le vió su padre; y conmoviéronsele las entrañas; y corrió, y le echó los brazos al cuello, y le besó fervorosamente. 21 Y el hijo le decía: Padre, he pecado contra el cielo, y delante de ti: ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. 22 Mas el padre dijo a sus siervos: Sacad al momento la ropa más preciosa, y vestidle con ella; y poned un anillo en su mano, y zapatos en sus pies; 23 y traed el becerro cebado, y matadle, y comamos, y regocijémonos; 24 porque este mi hijo muerto era, y ha vuelto a vivir; habíase perdido, y ha sido hallado. Y comenzaron a regocijarse.

25 Pero el hijo mayor estaba en el campo: y cuando vino y se acercó a la casa, oyó la música y las danzas. 26 Y llamando a sí a uno de los criados, le preguntó qué podía ser aquello. 27 Y él le dijo: Tu hermano ha venido; y tu padre ha hecho matar el becerro cebado, por haberle recibido sano y salvo. 28 Mas él se airó, y no quiso entrar: su padre, pues, salió fuera, y le rogaba. 29 Pero él respondiendo, dijo a su padre: He aquí, tantos años ha que te sirvo como un esclavo, sin haber nunca traspasado tu mandamiento; y jamás me has dado un cabrito para regocijarme con mis amigos; 30 mas luego que vino éste tu hijo, que ha devorado tu hacienda con las rameras, has matado para él el becerro cebado. 31 Él, entonces, le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas. 32 Mas era menester hacer fiesta y regocijarnos; porque este tu hermano muerto era, y ha vuelto a vivir; y habíase perdido, y ha sido hallado.

Capítulo 16

1 DIJO también a sus discípulos: Había cierto hombre rico, que tenía un mayordomo, el cual fué acusado ante él como disipador de sus bienes. 2 Y habiéndole llamado, le dijo ¿Qué es esto que oigo decir de ti? da cuenta de tu mayordomía; porque ya no podrás ser mayordomo. 3 Y dijo el mayordomo consigo mismo: ¿Qué haré, pues que mi señor me quita la mayordomía? Cavar no puedo; de mendigar tengo vergüenza. 4 Ya sé lo que he de hacer, para que cuando sea destituído de la mayordomía, mis favorecidos me reciban en sus casas. 5 Y llamando a sí a cada uno de los deudores de su señor, dijo al primero: ¿Cuánto debes tú a mi señor? 6 Y éste dijo: Cien batos de aceite. Y le dijo: Toma tu obligación, y siéntate presto, y escribe cincuenta. 7 Luego dijo a otro: Y tú, ¿cuánto debes? Y él dijo: Cien coros de trigo. Dijo a éste: Toma tu obligación, y escribe ochenta. 8 Y su señor alabó al mayordomo infiel, porque había obrado con cordura: porque los hijos de este siglo son en lo relativo a su propia generación, más cuerdos que los hijos de la luz. 9 Y a vosotros os digo yo: Haced para vosotros amigos por medio de las riquezas de injusticia, para que cuando falleciereis, ellos os reciban en las moradas eternas. 10 El que es fiel en lo que es muy poco, también en lo mucho es fiel; y el que en lo muy poco es infiel, también en lo mucho es infiel. 11 Por tanto si en cuanto a las riquezas injustas no habéis sido fieles, ¿quién os confiará las riquezas verdaderas? 12 Y si en lo ajeno no habéis sido fieles, ¿quién os dará lo vuestro propio? 13 Ningún siervo puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o será adicto al uno, y despreciará al otro. No podéis servir a Dios y al Dinero.

14 Y los fariseos que eran amadores del dinero, oían todas estas cosas, y se mofaban de él. 15 Y Jesús les dijo: Vosotros sois los que os justificáis delante de los hombres; pero Dios conoce vuestros corazones; porque lo que entre los hombres es ensalzado es abominación a la vista de Dios. 16 La Ley y los Profetas llegaron hasta Juan, desde entonces el reino de Dios es predicado, y cada uno entra en él con violencia. 17 Más fácil empero es que pasen el cielo y la tierra, que deje de cumplirse una tilde de la ley. 18 Todo aquel que repudia a su mujer, y se casa con otra, comete adulterio; y aquel que se casa con la repudiada por su marido, comete adulterio.

19 Había cierto hombre rico, que se vestía de púrpura y de lino fino blanco, y tenía banquetes espléndidos todos los días. 20 Había también cierto mendigo llamado Lázaro, a quien echaban a la puerta de aquél, lleno de llagas, 21 y que deseaba saciarse de las migajas que caían de la mesa del rico; y hasta los perros venían y le lamían las llagas. 22 Mas aconteció que murió el mendigo, y fué llevado por los ángeles al seno de Abraham: el rico también murió, y fué sepultado. 23 Y entre los muertos alzó sus ojos, estando en los tormentos, y vió a Abraham, de lejos, y a Lázaro en su seno: 24 y clamando, dijo: ¡Padre Abraham, ten piedad de mí, y envía a Lázaro para que moje la punta de su dedo en agua, y refresque mi lengua: porque estoy angustiado en esta llama! 25 Mas Abraham dijo: Hijo, acuérdate que en tu vida recibiste los bienes tuyos, y Lázaro de igual manera los males suyos: ahora empero él aquí es consolado, y tú, angustiado. 26 Y sobre todo esto, entre nosotros y vosotros está colocada una sima grande, de modo que los que quisieran pasar de aquí a vosotros, no puedan, ni de allí pueda nadie pasar a nosotros. 27 Dijo entonces: ¡Ruégote, pues, padre, que le envíes a casa de mi padre: 28 porque tengo cinco hermanos; para que les testifique solemnemente a ellos, de modo que no vengan ellos también a este lugar de tormento! 29 Mas Abraham dijo: Tienen a Moisés y a los Profetas; oigan a ellos. 30 Y él dijo: ¡Eso no, padre Abraham; mas si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán! 31 Él empero le dijo: Si no oyen a Moisés y a los Profetas, tampoco se dejarán persuadir, aun cuando alguno se levantare de entre los muertos.

Capítulo 17

1 DIJO también a sus discípulos: Imposible es que no vengan tropiezos: mas ¡ay de aquel por quien vienen! 2 Más ventajoso le sería que se le colgara al cuello una piedra de molino de asno, y que fuese echado al mar, que no que hiciera tropezar a uno de estos pequeñitos.

3 ¡Mirad por vosotros mismos! Si pecare contra ti tu hermano, repréndele; y si se arrepintiere, perdónale. 4 Y aun cuando siete veces al día pecare contra ti, y siete veces al día volviere a ti, diciendo: Me arrepiento; le perdonarás. 5 Y dijeron los apóstoles al Señor: Auméntanos la fe. 6 Y el Señor dijo: Si tuvierais fe, como un grano de mostaza, diríais a este sicómoro: Desarráigate, y plántate en el mar; y os obedecería.

7 ¿Mas quién de vosotros que tenga un siervo que ara o apacienta ganado, le dirá luego, cuando vuelva del campo: Ven, y siéntate a comer? 8 ¿no le dirá más bien: Adereza para que cene yo; y cíñete, y sírveme, hasta que yo haya comido y bebido; y después de esto tú comerás y beberás? 9 ¿Le da gracias al siervo porque hizo lo que le fué mandado? Me parece que no. 10 De igual manera vosotros también, cuando hubiereis hecho todo lo que os es mandado, decid: Siervos inútiles somos; porque lo que era de nuestra obligación hacer es lo que hemos hecho.

11 Y aconteció, como iba caminando hacia Jerusalem, que pasaba a lo largo del borde limítrofe de Samaria y Galilea. 12 Y al entrar en cierta aldea, le encontraron diez hombres leprosos, los cuales se detuvieron a lo lejos, 13 y alzaron la voz, diciendo: ¡Jesús, Maestro, ten piedad de nosotros! 14 Y cuando los vió, les dijo: Id, mostraos a los sacerdotes. Y sucedió que mientras iban, fueron limpiados. 15 Y uno de ellos, viendo que había sido sanado, volvió atrás, glorificando a Dios a grandes voces; 16 y cayó sobre su rostro a los pies de Jesús, dándole gracias. Y éste era samaritano. 17 Y Jesús respondiendo, dijo: ¿No fueron limpiados los diez? ¿mas dónde están los nueve? 18 No fué hallado ninguno que volviese a dar gracias a Dios, sino este extranjero. 19 Y le dijo: Levántate, véte; tu fe te ha sanado.

20 Y preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió, diciendo: El reino de Dios no viene con manifestación exterior. 21 Ni dirán: ¡Helo aquí! o: ¡Helo allí! porque he aquí que el reino de Dios dentro de vosotros está.

22 Mas a sus discípulos les dijo: Días vendrán en que desearéis ver uno de los días del Hijo del hombre, y no lo veréis. 23 Y os dirán: ¡Hele allí! o: ¡Hele aquí! No vayáis a ninguna parte, ni los sigáis: 24 porque como el relámpago, cuando relampaguea desde el un extremo debajo del cielo, resplandece hasta el otro extremo debajo del cielo, así también será el Hijo del hombre en su día. 25 Pero es menester que primero padezca muchas cosas, y sea desechado por esta generación. 26 Y como aconteció en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del hombre. 27 Comían, bebían, se casaban y se daban en matrimonio, hasta el día en que entró Noé en el arca; y vino el diluvio, y los destruyó a todos. 28 De igual manera también como aconteció en los días de Lot: comían, bebían, compraban, vendían, plantaban, edificaban; 29 mas el día que Lot salió de Sodoma, llovió fuego y azufre desde el cielo, y los destruyó a todos. 30 De la misma manera sucederá en el día en que el Hijo del hombre sea revelado.

31 En aquel día, el que estuviere sobre el terrado, y sus efectos en la casa, no descienda para llevárselos; y asimismo el que estuviese en el campo, no vuelva atrás. 32 Acordaos de la mujer de Lot. 33 El que procurare salvar su vida, la perderá; y el que perdiere su vida la salvará. 34 Os digo que en esa noche dos estarán en una cama; el uno será tomado, y el otro será dejado. 35 Estarán dos mujeres moliendo juntas; la una será tomada, y la otra será dejada. 36 Estarán dos hombres en el campo; el uno será tomado, y el otro será dejado. 37 Y ellos respondiendo, le dicen: ¿Dónde, Señor? Y les dijo: Donde estuviere el cuerpo, allí también se juntarán las águilas.

Capítulo 18

1 Y LES dijo una parábola sobre lo necesario que es orar siempre y no desalentarse; 2 diciendo: Había en cierta ciudad un juez que no temía a Dios, ni respetaba a hombre. 3 Había también en aquella ciudad una viuda, la cual venía muchas veces a él, diciendo: Hazme justicia de mi adversario. 4 Y él no quiso por algún tiempo; mas después dijo consigo mismo: Aunque no temo a Dios, y no respeto a hombre, 5 sin embargo, porque esta viuda me es molesta, le haré justicia; no sea que viniendo de continuo, me agote la paciencia.

6 Y dijo el Señor: Oíd lo que dice el juez injusto. 7 ¿Y acaso Dios no defenderá la causa de sus escogidos, que claman a él día y noche, aunque dilate largo tiempo acerca de ellos? 8 Yo os digo que defenderá su causa presto. Sin embargo, cuando viniere el Hijo del hombre, ¿hallará fe sobre la tierra?

9 Y dijo también esta parábola a ciertos de los presentes, que confiaban en sí mismos que ellos eran justos, y despreciaban a los demás: 10 Dos hombres subieron al Templo a orar; el uno era fariseo, y el otro publicano. 11 El fariseo se puso en pie, y oraba consigo mismo de esta manera: Dios, te doy gracias que no soy como los demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni siquiera como este publicano. 12 Ayuno dos veces en la semana; doy diezmos de cuanto poseo. 13 Mas el publicano, estando en pie allá lejos, no quería ni aun alzar los ojos al cielo; sino que se daba golpes de pecho, diciendo: ¡Dios, ten misericordia de mí, pecador! 14 Os digo que éste descendió a su casa justificado más bien que el otro: porque todo aquel que se ensalza, será humillado; mas el que se humilla, será ensalzado.

15 Y traíanle también niños recién nacidos, para que los tocase, mas al ver esto los discípulos, los reprendieron. 16 Jesús empero llamólos a sí, y dijo: Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo vedéis; porque de los tales es el reino de Dios. 17 En verdad os digo: El que no recibiere el reino de Dios como un niño, no entrará en él.

18 Y cierto hombre principal le preguntó, diciendo: Buen Maestro, ¿haciendo qué cosa, heredaré la vida eterna? 19 Mas Jesús le dijo: ¿Por qué me dices bueno? ninguno es bueno, sino uno solo, a saber, Dios. 20 Sabes los mandamientos: No cometas adulterio; No mates; No hurtes; No digas falso testimonio; Honra a tu padre y a tu madre. 21 Él entonces dijo: Todas estas cosas he guardado desde mi juventud. 22 Cuando Jesús oyó esto, le dijo: Te falta una cosa todavía: Vende todo cuanto tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme. 23 Mas él, cuando oyó esto, se puso muy triste, porque era muy rico. 24 Y viéndole Jesús cómo se puso triste, dijo: Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas. 25 Más fácil es que pase un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. 26 Y los que lo oyeron, dijeron: ¿Quién entonces podrá salvarse? 27 Mas él dijo: Las cosas que son imposibles para con los hombres, posibles son para con Dios. 28 Pedro entonces dijo: He aquí nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido. 29 Y él les dijo: En verdad os digo: Ninguno hay que haya dejado casa, o mujer, o hermanos, o padres, o hijos por el reino de Dios, 30 que no haya de recibir muchas veces más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna.

31 Y Jesús, tomando aparte a los doce, les dijo: He aquí que vamos subiendo a Jerusalem, y serán cumplidas todas las cosas escritas por los profetas acerca del Hijo del hombre. 32 Porque será entregado a los gentiles, y será escarnecido e injuriado, y escupido; 33 y le azotarán, y le harán morir; y al tercer día resucitará. 34 Mas ellos nada entendían de estas cosas; y esta declaración les era encubierta, y no comprendían lo que se decía.

35 Y sucedió que cuando él se acercaba a Jericó, un ciego estaba sentado junto al camino, mendigando. 36 Y cuando oyó el tropel de la gente que pasaba, preguntó qué era aquello. 37 Y le dijeron que Jesús de Nazaret iba pasando. 38 El entonces clamó, diciendo: ¡Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí! 39 Y los que iban delante le reprendían, para que callase; pero él levantaba más el grito: ¡Oh, Hijo de David, ten piedad de mí! 40 Jesús entonces se detuvo, y mandó traerle a sí. Y cuando él se acercó, le preguntó: 41 ¿Qué quieres que te haga? Y él dijo: ¡Señor, que yo vea! 42 Y Jesús le dijo: Recibe la vista; tu fe te ha sanado. 43 Y al instante recibió la vista, y le seguía, glorificando a Dios. Y todo el pueblo, viendo esto, dió alabanza a Dios.

Capítulo 19

1 Y JESÚS, habiendo entrado, iba pasando por Jericó. 2 Y he aquí un hombre llamado Zaqueo, el cual era sujeto principal entre los publicanos, y era rico. 3 Y procuraba ver a Jesús, quién fuese; mas no podía, a causa del gentío, porque era pequeño de estatura. 4 Y, corriendo delante, se subió en un sicómoro para verle; porque había de pasar por allí. 5 Y cuando llegó Jesús al lugar, mirando hacia arriba, le dijo: Zaqueo, date prisa y desciende, porque hoy es menester que me hospede en tu casa. 6 Y él bajó con prisa, y le recibió gozoso. 7 Y al ver esto, todos murmuraban, diciendo: ¡Ha ido a hospedarse con un hombre pecador! 8 Mas Zaqueo se puso en pie, y dijo al Señor: He aquí, la mitad de mis bienes, Señor, la doy a los pobres; y si he defraudado a cualquiera con falsía, se lo devuelvo con los cuatro tantos. 9 Y Jesús le dijo: Hoy la salvación ha venido a esta casa; por cuanto éste también es hijo de Abraham. 10 Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.

11 Y mientras escuchaban estas cosas, él prosiguió, y dijo una parábola, por estar cerca de Jerusalem; y porque ellos pensaban que el reino de Dios iba a ser manifestado inmediatamente. 12 Dijo pues: Cierto hombre de ilustre nacimiento partió para un país lejano, a recibir para sí un reino, y volver. 13 Y habiendo llamado diez siervos de los suyos, les dió diez minas, y les dijo: Negociad con esto hasta que yo venga. 14 Sus conciudadanos empero le odiaban: y enviaron tras él una embajada, diciendo: No queremos que éste reine sobre nosotros. 15 Y aconteció que a su regreso, habiendo recibido el reino, mandó llamar a sí a aquellos siervos, a quienes había dado el dinero, para saber lo que había negociado cada uno. 16 Vino, pues, el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. 17 Y le dijo: Muy bien, buen siervo: por cuanto has sido fiel en lo que es muy poco, ten autoridad sobre diez ciudades. 18 Y vino el segundo, diciendo: Tu mina, Señor, ha ganado cinco minas. 19 Y dijo asimismo a éste: Sé tú también sobre cinco ciudades. 20 Y vino otro, diciendo: Señor, he aquí tu mina, la cual he tenido guardada en un pañuelo. 21 Porque tuve miedo de ti, por cuanto eres un hombre austero; tomas lo que no depositaste, y siegas lo que no sembraste. 22 A éste le dice: ¡Por tu misma boca te juzgaré, siervo malvado! ¿Sabías que soy un hombre austero, que tomo lo que no deposité, y siego lo que no sembré? 23 ¿por qué, pues, no diste mi dinero al banco, para que en viniendo yo, lo demandara con el logro? 24 Y dijo a los que estaban presentes: Quitadle la mina, y dadla al que tiene las diez minas: 25 (y ellos dijeron: ¡Señor, ya tiene diez minas!) 26 porque os digo, que a todo aquel que tiene, le será dado; mas al que no tiene, aun lo que tiene le será quitado. 27 Empero en cuanto a aquellos mis enemigos, que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos acá, y degolladlos delante de mí.

28 Y dichas estas cosas, iba él delante, subiendo a Jerusalem. 29 Y sucedió que al llegar cerca de Betfage y Betania, junto al monte que se llama del Olivar, envió a dos de los discípulos, 30 diciendo: Id a la aldea que está en frente, y al entrar en ella, hallaréis un pollino atado, en que ningún hombre aún se ha sentado: desatadle y traedle. 31 Y si alguien os preguntare: ¿Por qué le desatáis? diréis así: Porque el Señor le ha menester. 32 Fueron, pues, los enviados, y lo hallaron así como él les había dicho. 33 Y al desatar ellos el pollino, sus sueños les dijeron: ¿Por qué desatáis el pollino? 34 Y ellos dijeron: El Señor le ha menester. 35 Y trajéronle a Jesús: y habiendo echado sus vestidos sobre el pollino, pusieron encima a Jesús. 36 Y caminando él así, tendían sus vestidos por el camino. 37 Y como iba ya acercándose a la bajada del Monte de los Olivos, toda la muchedumbre de los discípulos comenzaron a regocijarse y a alabar a Dios a gran voz, por todas las maravillas que habían visto; 38 diciendo: ¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo, y gloria en las alturas!

39 Y algunos de los fariseos de entre el gentío le dijeron: ¡Maestro, reprende a tus discípulos! 40 Mas él respondiendo, dijo: Os digo que si éstos callasen, las piedras clamarían. 41 Y cuando llegó cerca y vió la ciudad, lloró sobre ella, 42 diciendo: ¡Oh si hubieras conocido, tú, siquiera en este tu día, las cosas que hacen a tu paz! ¡mas ahora están encubiertas de tus ojos! 43 ¡Porque vendrán días sobre ti, en que tus enemigos abrirán trincheras en derredor de ti, y te pondrán cerco, y te estrecharán por todas partes, 44 y te derribarán al suelo, y a tus hijos en medio de ti; y no dejarán en ti piedra sobre piedra: por cuanto no conociste el tiempo de tu visitación!

45 Y entrando en el Templo, comenzó a echar fuera a los que vendían y compraban en él, 46 diciéndoles: Está escrito: Mi Casa será Casa de Oración: pero vosotros la habéis hecho cueva de ladrones.

47 Y enseñaba cada día en el Templo: mas los jefes de los sacerdotes, y los escribas, y los hombres principales del pueblo procuraban destruirle: 48 y no podían hallar cosa alguna que pudieran hacer; porque todo el pueblo estaba pendiente de sus labios, escuchándole.

Capítulo 20

1 Y ACONTECIÓ que en uno de aquellos días, mientras enseñaba al pueblo en el Templo, y predicaba el evangelio, vinieron sobre él los jefes de los sacerdotes, y los escribas, con los ancianos, 2 y hablaron, diciéndole: Dinos, ¿con qué autoridad haces estas cosas? ¿o quién es aquel que te ha dado esta autoridad? 3 Mas él respondiendo, les dijo: Yo también os preguntaré una cosa; y respondedme vosotros: 4 El bautismo de Juan ¿era del cielo, o de los hombres? 5 Mas ellos discurrían entre sí, diciendo: Si dijéremos: Del cielo; dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? 6 pero si dijéremos: De los hombres, todo el pueblo nos apedreará; porque están persuadidos de que Juan era profeta. 7 Y respondieron que no sabían de dónde fuese. 8 Y Jesús les dijo a ellos: Ni yo tampoco os digo con qué autoridad hago estas cosas.

9 Comenzó entonces a decir al pueblo esta parábola: Un hombre plantó una viña, y la arrendó a labradores, y se fué al extranjero por largo tiempo. 10 Y al tiempo envió un siervo a los labradores, para que le diesen del producto de la viña: mas los labradores le apalearon, y le enviaron con las manos vacías. 11 Y volvió a enviar otro siervo: mas a éste también le apalearon y afrentaron, y le enviaron con las manos vacías. 12 Y volvió a enviar otro tercero: y a éste también le hirieron, y le echaron fuera. 13 Dijo entonces el señor de la viña: ¿Qué haré? Enviaré a mi amado hijo; quizá le tendrán respeto a él. 14 Mas cuando le vieron los labradores, discurrían entre sí, diciendo: ¡Éste es el heredero! ¡matémosle, para que la herencia sea nuestra! 15 Y habiéndole arrojado fuera de la viña, le mataron. ¿Qué hará pues con ellos el señor de la viña? 16 Vendrá, y destruirá a aquellos labradores, y dará la viña a otros. Y cuando lo oyeron, dijeron: ¡No lo permita Dios! 17 Mas él mirándolos fijamente, dijo: ¿Pues qué es esto que está escrito: La piedra que desecharon los edificadores, ella misma ha venido a ser cabeza del ángulo? 18 Todo aquel que cayere sobre esta piedra, será quebrantado; mas sobre quien ella cayere, le desmenuzará. 19 Y los escribas y los jefes de los sacerdotes procuraban echarle mano en aquella misma hora; mas temieron al pueblo: porque percibieron que contra ellos había dicho esta parábola.

20 Y armándole asechanzas, enviaron espías, que se fingiesen justos, para cogerle en alguna palabra suya, a fin de entregarle a la jurisdicción y potestad del gobernador. 21 Y éstos le preguntaron, diciendo: Maestro, sabemos que dices y enseñas rectamente, y no aceptas la persona de nadie; antes bien enseñas el camino de Dios con verdad: 22 ¿Nos es licitó, al pueblo de Dios, dar tributo a César, o no? 23 Mas él, que entendía la astucia de ellos, les dijo: 24 Mostradme un denario. ¿Cúya es la imagen e inscripción que tiene? Y le dijeron: De César. 25 Y él les dijo: Pagad, pues, a César lo que es de César; y a Dios lo que es de Dios. 26 Y no pudieron asirse de sus palabras delante del pueblo; y maravillados de su respuesta, callaron.

27 Llegándose entonces ciertos de los saduceos (los cuales dicen que no hay resurrección), le preguntaron, 28 diciendo: Maestro, Moisés nos escribió: Si el hermano de alguno muriere, teniendo mujer, mas sin tener hijos, tome su hermano a la mujer, y levante sucesión a su hermano. 29 Eran, pues, siete hermanos; y el primero, habiendo tomado mujer, murió sin hijos; 30 y la tomó el segundo; 31 y el tercero la tomó; y de igual manera también los siete no dejaron hijos, y murieron. 32 Después murió también la mujer. 33 En la resurrección, pues, ¿de cuál de ellos será mujer? porque los siete la tuvieron por mujer. 34 Y Jesús les dijo: Los hijos de este siglo se casan, y se dan en matrimonio: 35 pero los que serán tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo venidero, y la resurrección de entre los muertos, ni se casan, ni se dan en matrimonio; 36 porque no pueden ya más morir; pues que son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, siendo hijos de la resurrección. 37 Empero el que los muertos hayan de resucitar, Moisés mismo lo manifestó en el pasaje acerca de la zarza, cuando llama al Señor, Dios de Abraham, Dios de Isaac, y Dios de Jacob. 38 Dios no es Dios de muertos, sino de vivos; porque para con él, todos ellos viven. 39 Entonces ciertos de los escribas respondiendo, dijeron: Bien has dicho, Maestro. 40 Y no osaban ya preguntarle nada.

41 Mas él les dijo a ellos: ¿Cómo dicen que el Cristo es hijo de David? 42 Porque David mismo dice en el libro de los Salmos: Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a mi diestra, 43 hasta tanto que yo ponga a tus enemigos por escabel de tus pies. 44 David, pues, le llama su Señor; ¿y cómo es su Hijo?

45 Y oyéndole todo el pueblo, dijo a sus discípulos: 46 Guardaos de los escribas, que gustan andar en derredor con ropas largas, y aman las salutaciones en las plazas, y las primeras sillas en las sinagogas, y los primeros puestos en las cenas; 47 los cuales se tragan las casas de las viudas, y, por un disfraz, hacen largas oraciones: éstos recibirán más abundante condenación.

Capítulo 21

1 Y ALZANDO los ojos, vió a los ricos que echaban sus dones en el arca de las ofrendas. 2 Y vió también a una viuda pobre, que echaba allí dos blancas. 3 Y dijo: En verdad os digo, que esta viuda pobre ha echado más que todos. 4 Porque todos éstos, de lo que les sobra, han echado para las ofrendas de Dios; mas ella, de su indigencia, ha echado todo el sustento que tenía.

5 Y hablándole algunos del Templo, cómo estaba adornado de hermosas piedras y de ofrendas votivas, dijo: 6 En lo que toca a estas cosas que veis, días vendrán, en que no quedará aquí piedra sobre piedra que no sea derribada. 7 Y ellos preguntaron, diciendo: Maestro, ¿pues cuando serán estas cosas? ¿y qué será la señal, cuando estas cosas van a suceder? 8 Y él dijo: Mirad que no seáis engañados; porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: ¡Yo soy el Cristo! y el tiempo se acerca. No vayáis en pos de ellos. 9 Y cuando oyereis hablar de guerras y conmociones, no os alarméis; porque es menester que estas cosas acontezcan primero; mas no es inmediato el fin.

10 Entonces les dijo: Se levantará nación contra nación, y reino contra reino; 11 y habrá grandes terremotos, y hambres y pestes por todas partes; y habrá cosas espantosas, y grandes señales procedentes del cielo. 12 Pero antes de todas estas cosas, os echarán mano, y os perseguirán, entregándoos a las sinagogas; y metiéndoos en las cárceles; y seréis llevados ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. 13 Esto os servirá de testimonio. 14 Fijad pues en vuestros corazones que no habéis de premeditar lo que debéis responder: 15 porque yo os daré boca y sabiduría que todos vuestros adversarios no podrán contrarrestar, ni contradecir. 16 Y seréis entregados aun por padres y hermanos, y por parientes, y por amigos; y a algunos de vosotros os harán morir: 17 y seréis aborrecidos de todos, por causa de mi nombre; 18 mas ni un cabello de vuestra cabeza perecerá. 19 En vuestra paciencia ganaréis vuestras almas.

20 Empero cuando viereis a Jerusalem cercada de campamentos, entonces sabed que su destrucción está cerca. 21 Entonces los que estuvieren en Judea, huyan a las montañas, y los que estuvieren en medio de ella, salgan fuera, y los que estuvieren en los campos, no entren en ella. 22 Porque días de venganza son éstos, para que se cumplan todas las cosas que están escritas. 23 ¡Ay de las que estén encinta y de las que críen, en aquellos días! porque habrá grande aprieto sobre la tierra e ira sobre este pueblo. 24 Y caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalem será hollada por los gentiles hasta que los tiempos de los gentiles sean cumplidos.

25 Y habrá señales en el sol, y en la luna, y en las estrellas; y sobre la tierra angustia de naciones, en perplejidad, a causa de los bramidos del mar y la agitación de las ondas; 26 desfalleciendo los hombres de temor, y en expectativa de las cosas que han de venir sobre la tierra habitada; porque los poderes de los cielos serán conmovidos. 27 Y entonces verán al Hijo del hombre viniendo en una nube con poder y grande gloria. 28 Mas en comenzando a suceder estas cosas, erguíos y alzad vuestras cabezas; porque vuestra redención se va acercando.

29 Y les dijo una parábola: Mirad la higuera y todos los árboles. 30 Cuando ya brotan, lo veis, y sabéis de vosotros mismos que el verano está cerca. 31 Asimismo también vosotros, cuando viereis que van sucediendo estas cosas, sabed que está cerca el reino de Dios. 32 En verdad os digo, que no pasará esta generación, hasta que todo sea hecho. 33 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán.

34 Mirad, pues, por vosotros mismos, no sea que vuestros corazones sean entorpecidos con la glotonería, y la embriaguez, y los cuidados de esta vida, y así os sobrevenga de improviso aquel día, 35 como un lazo; pues así vendrá sobre todos los que habitan sobre la haz de toda la tierra. 36 Velad, pues, en todo tiempo, y orad, a fin de que logréis evitar todas estas cosas que van a suceder, y estar en pie delante del Hijo del hombre.

37 Y de día enseñaba en el Templo; mas por la noche salía, y posaba en el monte que se llama del Olivar. 38 Y todo el pueblo acudía a él de madrugada, en el Templo, para oírle.

Capítulo 22

1 EMPERO se acercaba la fiesta de los Ázimos, que se llama la Pascua. 2 Y los jefes de los sacerdotes y los escribas buscaban cómo pudieran destruirle: porque temían al pueblo. 3 Pero Satanás entró en Judas, llamado Iscariote, que era uno de los doce: 4 Y él fué, y trató con los jefes de los sacerdotes, y los capitanes del Templo, de cómo él le entregaría. 5 Y ellos se alegraron, y convinieron en darle dinero. 6 Y él se obligó; y buscaba ocasión oportuna para entregárselo, sin estar presente la multitud.

7 Vino, pues, el día de los Ázimos, en que era menester sacrificar la pascua. 8 Y Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: Id, aderezadnos la pascua, para que la comamos. 9 Ellos le dijeron: ¿Dónde quieres que la aderecemos? 10 Y él les dijo: He aquí, como entréis en la ciudad, os encontrará un hombre que lleva un cántaro de agua: seguidle hasta la casa donde entrare: 11 y diréis al dueño de la casa: El Maestro te dice: ¿Dónde está el aposento en que he de comer la pascua con mis discípulos? 12 Y él os mostrará un gran aposento alto, amueblado: aderezadla allí. 13 Ellos fueron, y lo hallaron así como él les había dicho; y aderezaron la pascua.

14 Y cuando fué la hora, se reclinó a la mesa, y los doce apóstoles con él. 15 Y les dijo: Con deseo he deseado comer con vosotros esta pascua, antes que padezca; 16 porque os digo, que no comeré más de ella, hasta que sea cumplida en el reino de Dios. 17 Y tomó una copa, y habiendo dado gracias, dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros. 18 porque os digo, que no beberé en adelante del fruto de la vid, hasta que venga el reino de Dios.

19 Y tomando un pan, después de haber dado gracias, lo partió, y se lo dió a ellos, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado. Haced esto en memoria de mí. 20 Tomó asimismo la copa también, después que hubieron cenado, diciendo: Esta copa es el Nuevo Pacto en mi sangre, la cual es derramada por vosotros.

21 Mas he aquí, la mano de aquel que me entrega, está conmigo en la mesa. 22 Porque en verdad el Hijo del hombre se va, según ha sido determinado, pero ¡ay de aquel hombre por quien es entregado! 23 Y ellos comenzaron a cuestionar entre sí cuál de ellos era aquel que iba a hacer esto.

24 Hubo también entre ellos una contienda sobre quién de ellos debía estimarse el mayor. 25 Pero él les dijo: Los reyes de las naciones se enseñorean de ellas; y los que tienen sobre ellas autoridad, son llamados hacedores de merced. 26 Mas no así vosotros; al contrario, el mayor de entre vosotros hágase como el más joven, y el que es principal, como el que sirve. 27 Porque ¿cual es mayor, el que se sienta a la mesa, o el que sirve? ¿no es aquel que se sienta a la mesa? pero yo soy entre vosotros como el que sirve. 28 Vosotros empero sois los que habéis permanecido conmigo en mis tentaciones: 29 y yo os señalo un reino, así como el Padre me lo ha señalado a mí; 30 para que comáis y bebáis a mi mesa, en mi reino, y os sentéis sobre tronos, juzgando las doce tribus de Israel.

31 Dijo además el Señor: Simón, Simón, he aquí que Satanás os ha pedido para zarandearos como a trigo. 32 Mas yo he rogado por ti, para que tu fe no falte; y tú, vuelto á mí, fortalece a tus hermanos. 33 A lo que dijo él: Señor, dispuesto estoy para ir contigo a la cárcel, y a la muerte. 34 Mas él dijo: Te digo, Pedro, que el gallo no cantará hoy, sin que tú hayas negado tres veces que me conoces.

35 Y les dijo: Cuando os envié sin bolsa, y sin alforja, y sin zapatos, ¿os faltó algo? Y ellos dijeron: Nada. 36 Él entonces les dijo: Mas ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también su alforja; y el qué no tenga bolsa, venda su capa y compre espada. 37 Porque os digo, que esto que está escrito tiene que cumplirse en mí: Y con los inicuos fué contado. Porque las cosas escritas respecto de mí tienen su cumplimiento. 38 Y le dijeron: ¡Señor, he aquí dos espadas! Y él les dijo: Basta.

39 Y saliendo, se fué, según su costumbre, al Monte de los Olivos; y los discípulos también le siguieron. 40 Y cuando hubo llegado al lugar, les dijo: Orad, para que no entréis en tentación. 41 Y él se apartó de ellos como un tiro de piedra; y puesto de rodillas, oraba, 42 diciendo: Padre, si tú quieres, aparta de mí esta copa; pero no sea hecha mi voluntad, sino la tuya. 43 Y se le apareció un ángel del cielo, que le fortalecía. 44 Y estando en agonía, oraba con mayor fervor: y su sudor vino a ser como grandes gotas de sangre engrumecida, que caían sobre la tierra. 45 Y levantándose de su oración, fué a los discípulos, y los halló durmiendo de tristeza; 46 y les dijo: ¿Por qué dormís? Levantaos, y orad, para que no entréis en tentación.

47 Estando él aún hablando, he aquí una turba de gente; y aquel que se llamaba Judas, uno de los doce, ibadelante de ellos, y acercóse a Jesús para besarle. 48 Mas Jesús le dijo: Judas, ¿con beso entregas al Hijo del hombre? 49 Viendo entonces los de en derredor de él lo que iba a suceder, dijeron: Señor, ¿heriremos con la espada? 50 Y en efecto, uno de ellos hirió al siervo del sumo sacerdote, y le quitó la oreja derecha. 51 Mas Jesús respondiendo, dijo: Sufrid aún esto. Y tocándole la oreja, le sanó. 52 Dijo entonces Jesús a los jefes de los sacerdotes, y a los capitanes del Templo, y a los ancianos, que habían venido contra él: ¿Como contra algún ladrón habéis salido, con espadas y con palos? 53 Mientras todos los días yo estaba con vosotros en el Templo, no extendisteis las manos contra mí: ésta empero es la hora vuestra, y la potestad de las tinieblas.

54 Entonces prendiéndole, le llevaron, y le trajeron dentro de la casa del sumo sacerdote: y Pedro le seguía de lejos. 55 Y habiendo encendido lumbre en medio del patio, y sentándose todos juntos, Pedro se sentó en medio de ellos. 56 Mas cierta criada, viéndole sentado a la lumbre, le miró detenidamente, y dijo: Éste también estaba con él. 57 Y él lo negó, diciendo: No le conozco, mujer. 58 Y después de un poco, otro, viéndole, dijo: Tú también eres uno de ellos. Y Pedro dijo: ¡Hombre! no lo soy. 59 Y pasada como una hora, otro afirmó confiadamente, diciendo: De verdad que éste estaba con aquél, porque él también es galileo. 60 Y Pedro dijo: Hombre, no sé lo que tú dices. Y al momento, estando él todavía hablando, cantó un gallo. 61 Y volviéndose el Señor, fijó la mirada en Pedro. Y acordóse Pedro de la palabra del Señor, como le había dicho: Antes que cante el gallo, hoy, me negarás tres veces. 62 Y saliendo fuera, lloró amargamente.

63 Y los hombres que tenían a Jesús se mofaban de él, golpeándole; 64 y habiéndole vendado los ojos, le daban de bofetadas, y le preguntaron, diciendo: Profetiza, ¿quién es el que te pegó? 65 Y otras muchas cosas decían, blasfemando contra él.

66 Y cuando fué de día, reunióse la asamblea de los ancianos del pueblo, así de jefes de los sacerdotes como de escribas, y le trajeron ante su Sinedrio, diciendo: 67 Si tú eres el Cristo, dínoslo. Mas él les respondió: Aun cuando os dijere, no me creeréis: 68 y aunque yo os preguntare, no me responderéis, ni me soltaréis. 69 Mas de ahora en adelante el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios. 70 Dijeron entonces todos ellos: ¿Luego tú eres el Hijo de Dios? Y les dijo: Vosotros decís que lo soy. 71 Y dijeron: ¿Qué más necesidad tenemos de testimonio porque nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca?

Capítulo 23

1 Y LEVANTÁNDOSE toda la muchedumbre de ellos, le llevaron ante Pilato. 2 Y comenzaron a acusarle, diciendo: A éste hemos hallado pervirtiendo a nuestra nación, y vedando pagar tributo a César, y diciendo que él mismo es Cristo, el Rey. 3 Pilato entonces le preguntó, diciendo: ¿Eres tú el rey de los judíos? Y respondiendo Jesús, le dijo: Tú lo dices. 4 Y Pilato dijo a los jefes de los sacerdotes y a las turbas de gente: Ninguna culpa hallo en este hombre. 5 Ellos empero insistían más y más, diciendo: Incita al pueblo, enseñando por toda la Judea; y comenzando desde Galilea, llega hasta aquí.

6 Y Pilato, oyendo esto, preguntó si el hombre era galileo. 7 Y luego que supo que era de la jurisdicción de Herodes, le envió a Herodes; el cual estaba en Jerusalem en aquellos días.

8 Y Herodes, cuando vió a Jesús, alegróse sobremanera; pues hacía mucho que deseaba verle; porque había oído hablar de él; y esperaba ver algún milagro hecho por él. 9 Hízole, pues, muchas preguntas, mas él no le respondió nada. 10 Mientras tanto los jefes de los sacerdotes y los escribas estaban acusándole porfiadamente. 11 Y Herodes con sus soldados le trató con desprecio; y haciendo burla de él, le vistió de una ropa esplendorosa, le volvió a enviar a Pilato. 12 Y Herodes y Pilato se hicieron amigos en aquel mismo día; porque antes estaban enemistados entre sí.

13 Pilato entonces, habiendo convocado a los jefes de los sacerdotes y a los magistrados y al pueblo, 14 les dijo: Vosotros me habéis traído a este hombre, como pervertidor del pueblo; y he aquí que yo, habiéndole examinado delante de vosotros, no he hallado en este hombre culpa alguna de aquellas de que le acusáis: 15 ni Herodes tampoco; porque él le ha vuelto a enviar a nosotros; y he aquí, ninguna cosa digna de muerte ha sido cometida por él. 16 Por tanto le castigaré, y le soltaré: 17 porque de necesidad había de soltarles algún preso en cada fiesta. 18 Mas ellos gritaron todos juntos, diciendo: ¡Quita a éste, mas suéltanos a Barrabás! 19 el cual por cierto motín hecho en la ciudad, y por un homicidio, había sido echado en la cárcel. 20 Y Pilato volvió a hablarles, deseando soltar a Jesús. 21 Mas ellos clamaron a gritos: iCrucifícale! ¡crucifícale! 22 Él entonces les dijo por tercera vez: Pues ¿qué mal ha hecho? ¡Ninguna cosa digna de muerte he hallado en él; le castigaré, pues, y le soltaré! 23 Mas ellos insistían a grandes voces, pidiendo que fuese crucificado: y las voces de ellos y de los jefes de los sacerdotes prevalecieron. 24 Pilato, pues, dió sentencia que fuese hecho lo que pedían. 25 Y soltó a aquel que por motín y homicidio había sido echado en la cárcel, a quien pedían; mas a Jesús le entregó a la voluntad de ellos.

26 Y como le conducían al suplicio, echaron mano de cierto Simón natural de Cirene, que venía del campo; y cargaron sobre él la cruz, para que la llevase en pos de Jesús. 27 Y le seguía una inmensa muchedumbre del pueblo, y de mujeres que le plañían y lamentaban. 28 Mas Jesús, volviéndose hacia ellas, dijo: Hijas de Jerusalem, no lloréis por mí, mas llorad por vosotras mismas y por vuestros hijos. 29 Pues he aquí que vienen días en los cuales dirán: Dichosas las estériles, y los vientres que nunca concibieron, y los pechos que no amamantaron. 30 Entonces comenzarán a decir a las montañas: Caed sobre nosotros; y a los collados: Cubridnos. 31 Porque si tales cosas se hacen en el árbol verde, ¿cuáles no se harán en el seco?

32 Había también otros dos, que eran malhechores, llevados juntamente con él para hacerlos morir. 33 Y cuando hubieron llegado al lugar llamado Calvario, allí le crucificaron, y a los malhechores, uno a su derecha y otro a su izquierda. 34 Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Y partiendo entre sí sus vestidos, echaron suertes. 35 Y el pueblo estaba de pie mirando: y los magistrados también, juntamente con ellos, se mofaban de él, diciendo: A otros salvó; sálvese a sí mismo, si éste es el Cristo de Dios, su escogido. 36 Los soldados también hacían burla de él, llegándose, y ofreciéndole vinagre, 37 y diciendo: Si tú eres el Rey de los judíos, sálvate a ti mismo. 38 Y había también una inscripción sobre él: ÉSTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS.

39 Y uno de los malhechores que estaban crucificados, le escarnecía, diciendo: ¿No eres tú el Cristo? sálvate a ti mismo, y a nosotros. 40 Mas respondiendo el otro, le reprendió, diciendo: ¿Tú ni siquiera temes a Dios, aunque estás en la misma condenación? 41 y nosotros a la verdad justamente; porque recibimos la pena debida a nuestros hechos: pero éste ningún mal ha hecho. 42 Y dijo a Jesús: Señor, acuérdate de mí, cuando vinieres en tu reino. 43 Y Jesús le respondió: En verdad te digo, que hoy estarás conmigo en el Paraíso.

44 Y era ya como la hora de sexta; y hubo tinieblas sobre toda la tierra hasta la hora de nona. 45 Y obscurecióse el sol; y el velo del Templo se rasgó por medio. 46 Y Jesús, clamando a gran voz, dijo: ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! y habiendo dicho esto, expiró. 47 Y cuando el centurión vió lo que había acontecido, dió gloria a Dios, diciendo: Ciertamente este hombre era justo. 48 Y todas las multitudes que se habían juntado para presenciar este espectáculo, cuando vieron las cosas que habían acontecido, se volvieron, dándose golpes de pecho. 49 También todos sus conocidos, y las mujeres que le habían acompañado desde Galilea, se estaban de pie a lo lejos, mirando estas cosas.

50 Y he aquí un hombre, llamado José, que era del concilio, hombre bueno y justo, 51 (él no había consentido en el consejo ni en la obra de los demás), de Arimatea, ciudad de los Judíos, el cual también esperaba el reino de Dios; 52 éste, acudiendo a Pilato, pidió para sí el cuerpo de Jesús. 53 Y bajándole, le envolvió en un lienzo; y le puso en un sepulcro labrado a pico en una peña, en el cual nadie había sido puesto todavía. 54 Y era el día de la Preparación, y el sábado ya rayaba. 55 Y las mujeres que le habían acompañado desde Galilea, siguiendo tras ellos, vieron el sepulcro, y cómo fué puesto el cuerpo. 56 Y al volverse, prepararon especias y ungüentos; y el sábado descansaron, según el mandamiento.

Capítulo 24

1 MAS el primer día de la semana, muy de mañana, vinieron al sepulcro, trayendo las especias que habían preparado. 2 Y hallaron la piedra removida del sepulcro: 3 y entrando dentro, no hallaron el cuerpo del Señor Jesús. 4 Y aconteció que mientras estaban sumamente perplejas a causa de esto, he aquí que dos varones se pusieron junto a ellas, con vestiduras resplandecientes; 5 y estando ellas espantadas, y teniendo inclinados los rostros a tierra les dijeron: ¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? 6 No está aquí, sino que ha resucitado. Acordaos de cómo os habló, estando aún en Galilea, 7 diciendo: Es necesario que el Hijo del hombre sea entregado en manos de hombres pecadores, y que sea crucificado, y resucite al tercer día. 8 Y ellas se acordaron de sus palabras; 9 y volviéndose del sepulcro, refirieron estas cosas a los once, y a todos los demás. 10 Y eran María Magdalena, y Juana, y María madre de Santiago, y las otras mujeres con ellas, las que dijeron estas cosas a los apóstoles. 11 Y sus palabras les parecían un desvarío; y no las creían. 12 Mas Pedro se levantó y corrió al sepulcro; e inclinándose, vió los lienzos puestos aparte: y se fué a casa, maravillándose de lo que había acontecido.

13 Y he aquí que dos de ellos iban aquel mismo día a una aldea, llamada Emaus, que distaba de Jerusalem sesenta estadios. 14 Y conversaban entre sí de todas estas cosas que habían sucedido. 15 Y aconteció que, mientras ellos así hablaban y se preguntaban mutuamente, Jesús mismo se acercó, y caminaba con ellos. 16 Mas los ojos de ellos estaban embargados, para que no le reconociesen. 17 Y él les dijo: ¿Qué palabras son estas que os decís el uno al otro, mientras camináis? Y ellos se detuvieron, con rostros entristecidos. 18 Entonces uno de ellos, llamado Cleopas, le dijo: ¿Eres tú solamente un recién llegado a Jerusalem, que no sabes las cosas ocurridas en ella en estos días? 19 Y él les dijo: ¿Qué cosas? A lo que ellos dijeron: Las cosas con respecto a Jesús el Nazareno, que fué profeta, poderoso en obra y palabra, delante de Dios y de todo el pueblo; 20 y cómo los jefes de los sacerdotes y nuestros gobernantes le entregaron, para que fuese condenado a muerte, y le crucificaron. 21 Mas nosotros esperábamos que él era aquel que había de redimir a Israel. Empero, y además de todo esto, éste es el tercer día desde que acontecieron estas cosas. 22 Y también ciertas mujeres de los nuestros nos han dejado asombrados, las cuales al amanecer estaban junto al sepulcro; 23 y no hallando su cuerpo, se volvieron, diciendo que habían visto una visión de ángeles, los cuales han dicho que él vive. 24 Y algunos de los nuestros fueron al sepulcro, y hallaron que era cierto así como las mujeres habían dicho: mas a él no le vieron. 25 Entonces él les dijo: ¡Oh hombres sin inteligencia, y tardos de corazón para creer todo cuanto han hablado los profetas! 26 ¿Acaso no era necesario que el Cristo padeciese estas cosas, y entrase en su gloria? 27 Y comenzando desde Moisés y todos los Profetas, les iba interpretando en todas las Escrituras las cosas referentes a él mismo. 28 Y se acercaron a la aldea adonde iban, y él hacía como que iba más lejos. 29 Mas ellos a fuerza de ruegos le obligaban, diciendo: Quédate con nosotros; porque ya es la hora de la tarde, y el día se va acabando. Entró, pues, para quedarse con ellos. 30 Y aconteció que, estando él sentado a comer con ellos, tomó el pan, y lo bendijo; y partiéndolo, se lo dió. 31 Con esto fueron abiertos los ojos de ellos, y le conocieron: y él se hizo invisible a ellos. 32 Dijeron entonces entre sí: ¿No ardía nuestro corazón dentro de nosotros, mientras hablaba con nosotros por el camino, y mientras nos abría Escrituras? 33 Y levantándose en aquella misma hora, volvieron a Jerusalem; y hallaron reunidos a los once y a los que estaban con ellos; 34 los cuales decían: El Señor ha resucitado verdaderamente, y ha aparecido a Simón. 35 Ellos entonces contaron lo que les había sucedido en el camino, y cómo él fué conocido de ellos, en el acto de partir el pan.

36 Y mientras que estaban hablando de estas cosas, él mismo se puso de pie en medio de ellos; y les dijo: Paz a vosotros. 37 Mas ellos quedaron aterrados y espantados, pareciéndoles que veían un espíritu. 38 Él entonces les dijo: ¿Por qué estáis turbados? ¿y por qué se suscitan cavilaciones en vuestros corazones? 39 Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpadme y ved, porque un espíritu no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo. 40 Y dicho esto, les mostró sus manos y sus pies. 41 Y mientras todavía no creían de gozo, y se maravillaban, les dijo: ¿Tenéis aquí algo de comer? 42 Y le dieron parte de un pez asado y de un panal de miel. 43 Y él tomándolo, comió delante de ellos.

44 Y les dijo: Éstas son mis palabras, que os hablé, estando todavía con vosotros, que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, y en los Profetas, y en los Salmos. 45 Entonces les abrió la mente, para que entendiesen las Escrituras; 46 y les dijo: Así está escrito, y así era necesario que el Cristo padeciera, y que resucitase de entre los muertos al tercer día; 47 y que arrepentimiento y remisión de pecados fuesen predicados en su nombre a todas las naciones, comenzando desde Jerusalem. 48 Vosotros sois testigos de estas cosas. 49 Y he aquí que yo envío sobre vosotros la promesa de mi Padre; mas quedaos en la ciudad de Jerusalem hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto.

50 Y los condujo fuera de la ciudad hasta enfrente de Betania; y alzando las manos, los bendijo. 51 Y sucedió que, mientras los bendecía, separóse de ellos, y fué llevado arriba al cielo. 52 Y ellos, habiéndole adorado, volviéronse a Jerusalem con gran gozo: 53 y estaban de continuo en el Templo, alabando y bendiciendo a Dios.

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