16 - El hogar en Betania

Mateo 26 ; Marcos 14 ; Lucas 10 ; Juan 11 y 12


person Autor: Harm WILTS 19

library_books Serie: El hogar según el plan de Dios

flag Tema: María de Betania

(Fuente autorizada: creced.ch – Reproducido con autorización)


Al leer el título de esta porción, cualquiera que conoce la Biblia pensará inmediatamente en Marta, María y Lázaro. También se puede añadir a Simón llamado «el leproso». En Mateo 26:6-7 y en Marcos 14:3 se puede ver que María ungió a Jesús en la casa de Simón, aunque después no se mencione más su nombre. En Lucas 10:38 leemos que Marta recibió a Jesús en su casa; allí nada leemos de Simón, tampoco en Juan 12. Quizás Simón era el esposo de Marta, lo que explicaría el asunto. Puede que haya sido curado de su lepra por el Señor Jesús, aunque no encontremos en la Biblia suficiente información. En este estudio nos limitaremos a las personas principales, Marta, María y Lázaro, y a lo que leemos referente a ellas en Mateo 26:6-13, Marcos 14:3-9, Lucas 10:38-42, Juan 11 y 12:1-11.

Aquí no tenemos un hogar formado por padres e hijos. Sin embargo, vale la pena estudiarlo a causa de las relaciones que tenían entre sí, y por el lugar central que ocupaba el Señor Jesús en esta casa.

Era un hogar muy hospitalario, donde al Señor le agradaba quedarse, especialmente en la última semana antes de su muerte. Después de su entrada en Jerusalén, conversaba diariamente con los judíos. Al mismo tiempo se manifestó un creciente odio de parte de los líderes, el cual se incrementó hasta rechazar públicamente al Señor y crucificarlo. Pero para Él esta casa de Betania era como un santuario donde podía retirarse, siendo el objeto del afecto y de los cuidados de todos los miembros de este hogar. Ello puede servirnos de modelo acerca de la hospitalidad. Ellos mismos recibieron una gran bendición por este medio. “Donde entra Jesús, allí bendice”.

Si bien hoy en día no podemos recibir al Señor físicamente en nuestra casa, sí podemos recibir a los suyos como a él mismo. El Señor dijo: «El que recibe a un profeta… recompensa de profeta recibirá» (Mat. 10:41) y «el que recibe en mi nombre a un niño como este, a mí me recibe» (Marcos 9:37). En Hechos 28:7-10 leemos que Publio recibió y hospedó solícitamente al prisionero Pablo y a sus compañeros. Fue grandemente recompensado.

Los obispos (supervisores) deben ser hospedadores (1 Tim. 3:2; Tito 1:8). Además, todos los creyentes son exhortados a la hospitalidad. En Hebreos 13:2, leemos: «No os olvidéis de la hospitalidad, porque por ella algunos, sin saberlo, hospedaron ángeles». Las relaciones con otros creyentes y las conversaciones acerca del Señor y su Palabra pueden ser una gran bendición para los hijos.

Muchos adultos recuerdan cuánto se gozaron de niños escuchando las conversaciones de creyentes en su casa, y cuánto aprendieron de estas. Es importante que los padres siempre tengan presente que el Señor es el oidor silencioso de todas las conversaciones. Pues ocurre que los jóvenes sufren daños espiritualmente a causa de las malas conversaciones. El mismo Señor dijo cuán grave es hacer tropezar a uno de estos pequeños que creen en él (Marcos 9:42).

En Lucas 10 encontramos por primera vez a la familia de Betania. Marta recibió al Señor Jesús con sus discípulos en su casa. Ya se nota la gran diferencia entre ella y su hermana. A Marta le ocasionó mucho trabajo el hecho de tener que cuidar de tantos huéspedes. Se dedicó de lleno a esta tarea. María aprovechó esta oportunidad para sentarse a los pies del Señor y escuchar Su palabra. Marta también se paró unas veces allí, pero estaba demasiado ocupada y tensa para escuchar detenidamente Sus palabras. Se irritó por la conducta de su hermana, y llegó hasta reprochar a Jesús: «Señor ¿no te importa que mi hermana me haya dejado sola para servir? Dile, pues, que me ayude. El Señor le respondió: ¡Marta, Marta!, estás ansiosa e inquieta por muchas cosas; pero una sola cosa es necesaria; y María ha escogido la buena parte, que no le será quitada» (v. 40-42).

En estas dos hermanas vemos a dos clases de creyentes. Los primeros ven sobre todo el trabajo que hacer. Se dejan llevar de una actividad a otra; constantemente están haciendo cosas. Estas personas se vuelven preocupadas y tensas. Corren el riesgo de perder su equilibrio espiritual y de proferir críticas hacia creyentes que tienen otras disposiciones, como las de María. Estos últimos saben tomar el tiempo para orar y estudiar la Biblia a fin de llegar a conocer mejor a Jesús. En consecuencia, su amor por él siempre va en aumento, y aprenden a servirlo mejor y con más dedicación.

Frecuentemente se interpretan con demasiada severidad las palabras del Señor a Marta. No la reprendió a causa de todo su servicio; lo agradeció y lo apreció. Seguramente no le hubiera hablado de esta manera si el hecho no merecía que se le expresaran estos reproches. De las palabras «una sola cosa es necesaria», algunos han deducido que a Marta le faltaba la única cosa necesaria, a saber, la fe en Jesucristo. A partir de otros versículos resulta muy claro que Marta era una creyente que amaba al Señor de todo corazón y que hallaba su gozo en servirlo. Lo que le faltaba era el deseo de María de escuchar sus palabras y así aprender a conocerlo mejor. María tenía más conocimiento de su Persona y de su obra; por eso pudo más tarde servirlo de una manera que tenía más valor para él que cualquier otro servicio. Quizás tengamos la tendencia de poner a Marta en oposición a María y de escoger a una de las dos. Al contrario, ¡de ambas podemos aprender mucho!

Visitando una familia, me encontré una vez con un joven creyente, inteligente, el que seguía una buena carrera. Le pregunté si tenía tiempo para estudiar la Biblia. No lo tenía. Por cierto, había muchos libros de estudios bíblicos en su casa, y los había hojeado de vez en cuando, pero los encontraba demasiado pesados para estudiarlos. Además, no le parecía necesario, ya que nunca predicaría. Le llamé la atención sobre 1 Corintios 14:29: «En cuanto a los profetas, que dos o tres hablen, y los otros juzguen». Nunca se vería en condiciones de “juzgar” sin suficiente conocimiento de la Palabra. Más aún, se privaba del gozo de un tiempo regular de oración y de meditación de la Palabra, con el crecimiento espiritual resultante. Tampoco se preparaba para cumplir, quizás más tarde, su responsabilidad de esposo y padre en su propio hogar. Estas personas bien pueden demostrar las actividades de una Marta, pero nunca llegan a la profundidad espiritual de una María. Se dice que Lutero comentó que cuanto más tenía que hacer, necesitaba el mayor tiempo posible para orar. El que tiene esta actitud será guardado de excesos y de inestabilidad espiritual.

En Juan 11 hallamos otra visita del Señor a este hogar. Las dos hermanas estaban afligidas: su querido hermano, Lázaro, estaba gravemente enfermo. Las casas de creyentes no son inmunes a las enfermedades o a la muerte.

El sufrimiento y la tristeza unieron los corazones de Marta y de María. ¡Ojalá hubiera estado allí su gran Amigo Jesús! Pero estaba lejos, del otro lado del Jordán. Le enviaron un mensaje, breve y claro: «Señor, el que amas está enfermo» (Juan 11:3). No hablaron del amor de Lázaro; apelaron a los sentimientos del Señor, que bien conocían. Sin embargo, el Señor esperó dos días antes de ir a ellas. Esto era una prueba muy dura para las hermanas. El Señor tenía un propósito al actuar así, como lo tiene también con nosotros en tales circunstancias. Él viene a ayudarnos en su tiempo y a su manera.

En el camino, él, el Todopoderoso, anunció a sus discípulos: «Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy para despertarle» (v. 11). Los discípulos pensaron que ya el peligroso viaje a Judea era innecesario. Si Lázaro estaba durmiendo, seguramente que se aliviaría. No habían entendido que el Señor no habló del descanso del sueño, sino de la muerte de Lázaro. Este error era comprensible. Se nota que los discípulos consideraron este viaje muy peligroso, porque Tomás dijo: «Vamos también nosotros para que muramos juntamente con él» (v. 16), es decir con Jesús. Al mismo tiempo, Tomás mostró su gran amor hacia el Maestro.

La noticia de la venida del Señor llegó a las hermanas antes de su llegada a Betania. Otra vez se vio la gran diferencia entre Marta y María. Marta, impulsiva y activa, no pudo esperar su venida, sino que corrió a su encuentro. María quedó tranquila en la casa con todos los amigos que habían venido de Jerusalén para consolarlas. Marta le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano». Mostró su fe en él por las palabras que siguieron: «Pero yo sé que aun ahora, todo cuanto pidas a Dios, Dios te lo dará». La conversación que sigue muestra que ella no entendió bien al Señor. ¿Era el resultado de que, antes, había escuchado al Señor demasiado superficialmente? Se fue para llamar a su hermana y le dijo: «El Maestro está aquí y te llama». Juntas con todos los amigos se fueron al lugar donde el Señor estaba esperándolas.

María se postró a los pies del Señor. Allí, donde antes había recibido preciosas enseñanzas, buscó y encontró el consuelo. Llorando, demostró su tristeza, y el Señor Jesús mostró su simpatía, llorando con ella. Pero él hizo más. Se dejó llevar al sepulcro de Lázaro y mandó que quitasen la piedra del sepulcro. Marta objetó: «Señor, ya hiede; porque hace cuatro días que está sepultado». Jesús respondió: «¿No te he dije que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces clamó con gran voz: «¡Lázaro, ven fuera!» Lázaro salió, y después de que le desataron las vendas, lo dejaron ir.

En 1 Tesalonicenses 4:16-18 leemos: «El Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel y con trompeta de Dios, descenderá del cielo, y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros, los que vivamos, los que quedamos, seremos arrebatados con ellos en las nubes para el encuentro del Señor en el aire; y así estaremos siempre con el Señor. Consolaos, pues, los unos a los otros con estas palabras». En verdad, con estas palabras podemos consolarnos los unos a los otros cuando estemos ante el sepulcro de un creyente amado. El Señor Jesús le dijo a Marta: «Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá» (Juan 11:25). Espiritualmente, todos los creyentes ya han muerto y resucitado con Él, y pueden decir: «Con Cristo estoy crucificado; y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe en el Hijo de Dios, el cual me amó y sí mismo se dio por mí» (Gál. 2:20). «Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando Cristo, quien es nuestra vida, sea manifestado, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria» (Col. 3:3-4).

¡Qué expresiones maravillosas! La muerte no tiene la última palabra. Nosotros también nos ponemos tristes cuando mueren nuestros seres queridos, porque sentimos su ausencia con gran tristeza. Sin embargo, el apóstol Pablo nos escribe que no estemos tan tristes como los otros que no tienen esperanza (1 Tes. 4:13), que viven sin Cristo y mueren en sus pecados. Un día, ellos también resucitarán para ser juzgados ante el gran trono blanco. En aquel día, él no será más el Salvador, sino el Juez (Apoc. 20:11-15). ¡Qué terrible pertenecer a estos últimos, para quienes estas palabras de consuelo no tienen ningún significado, y que andan sin esperanza! Si alguien, anciano o joven, vive así, todavía tiene la oportunidad de confesar sus pecados y creer en Jesucristo. Quien llega a conocerle como su Salvador, no tiene que considerarlo como juez.

En Juan 12:1-8 leemos por última vez sobre el hogar de Betania: «Jesús entonces, seis días antes de la Pascua, vino a Betania, donde estaba Lázaro, a quien él había resucitado de entre los muertos. Le hicieron allí una cena. Marta servía, y Lázaro era uno de aquellos que estaban a la mesa con él. Entonces María, tomando como medio litro de perfume de nardo puro, de mucho valor, ungió los pies de Jesús, y los enjugó con sus cabellos; y la casa se llenó del olor del perfume. Dijo entonces uno de sus discípulos, Judas Iscariote hijo de Simón, el que le iba a entregar: ¿Por qué no fue vendido este perfume por trescientos denarios, para darlos a los pobres? Esto lo dijo, no porque le importaran los pobres, sino porque era ladrón, y teniendo la bolsa, se llevaba lo que se echaba en ella. Jesús entonces le dijo: Déjala; para el día de mi sepultura ella ha guardado esto. Porque a los pobres los tenéis siempre con vosotros; pero a mí no siempre me tenéis».

En esta circunstancia se mencionan los nombres de los tres miembros de esta familia. Lázaro, el que había muerto, y a quien Jesús había resucitado, era uno de los que estaban a la mesa con Él. Aquí también leemos que ni siquiera una sola palabra salió de su boca. Era un testigo silencioso que dio testimonio por el simple hecho de que vivía; una prueba indiscutible de que Jesús había hecho un milagro con él. Por eso muchos de los judíos creyeron en Jesús; y por eso los principales sacerdotes lo odiaban y querían matarlo (Juan 12:9-11).

De Marta leemos que otra vez estaba sirviendo, pero ahora lo hacía silenciosamente, sin criticar. María ungió al Señor con un perfume muy costoso. Escuchando al Señor con mucha atención, había adquirido mayor entendimiento de su Persona y de su obra que los mismos discípulos. Por eso, no entendieron lo que ella hizo, y aun la criticaron (Mat. 26:6-13). En Juan 12, Judas expresó el pensamiento del conjunto de los discípulos. Él, un ladrón, ya había calculado el precio de este perfume: 300 denarios, el sueldo de 300 días de trabajo de un jornalero, es decir, de casi un año. ¡Y María “malgastó” esta suma de dinero en un solo momento!

Pobre María. Primeramente, su hermana la criticó, y luego, uno de los discípulos. Pero el Señor expresó su aprobación y apreció la actitud de su comportamiento. Para ella, era suficiente. Nosotros también podemos vivir experiencias como las de María. Es desagradable cuando nuestras buenas intenciones no son entendidas y nuestros hechos son mal juzgados. Pero tenemos que aprender a poner esto en las manos del Señor.

16.1 - Preguntas de 16a parte

  1. ¿Por qué le agradaba al Señor estar en el hogar de Betania?
  2. ¿Qué vemos de sus relaciones entre ellos, y con el Señor?
  3. ¿Qué podemos aprender de la actitud de cada uno de ellos?
  4. ¿Por qué la lectura personal de la Escritura es necesaria para cada creyente y qué resulta de esto?
  5. ¿Qué dijo el Señor Jesús sobre la resurrección?
  6. Busque otros versículos que hablen de la resurrección.

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