11 - Sansón y su matrimonio
Jueces 14 al 16
Autor:
El hogar según el plan de Dios
Serie:(Fuente autorizada: creced.ch – Reproducido con autorización)
Algunos quizá se sorprendan de que mi artículo contenga también un capítulo sobre Sansón. En el caso de Sansón, dicen: ¡No se puede hablar de una familia! Es verdad, pero se trata de un matrimonio: Su historia en Jueces 14 al 16 comienza con el relato de su boda.
Sansón vio en Timnat a una mujer de las hijas de los filisteos, y se empeñó en casarse con ella. ¡Amor a primera vista! Pero, ¿era esto amor o, como parece, simplemente un deseo carnal? Cuando es así, es un pobre y egoísta sucedáneo de un amor verdadero y desinteresado, el cual solo considera la felicidad mutua. Sansón era consciente del hecho de que esta mujer pertenecía al pueblo de los filisteos y que un matrimonio con ella no podía corresponder a la voluntad de Dios. Más tarde también veremos que, en su vida, la pasión siempre dominó a la razón.
Salomón dijo que aquel que se enseñorea de su espíritu es mejor que uno que toma una ciudad (Prov. 16:32). Sansón era muy capaz de tomar una ciudad. Pero, aparentemente, nunca aprendió a gobernar su espíritu.
Desearía que este capítulo llegase a manos de muchos jóvenes que todavía no están casados. Querido amigo, sin duda conoces a muchas jóvenes, y quizá una de ellas despierte en ti el deseo de hacer de ella tu esposa. ¿Amor a primera vista? Entonces te preguntas: “Ese deseo ¿viene de Dios? ¿Es ella la mujer que Dios me ha destinado?” Y una joven creyente se preguntará: “¿Puedo confiarme a él y amarlo? ¿Es él el marido que Dios ha puesto en mi camino?” Encontrar las respuestas correctas implica, tanto para uno como para el otro, que hará falta tiempo para examinar la situación con oración.
Sucede que los jóvenes se echan uno en los brazos del otro con precipitación. Consideran como amor el simple deseo, y no se han preguntado suficientemente, o de ninguna manera, si su matrimonio sería en el Señor. El resultado podría ser una vida de pareja amargamente desilusionante, que incluso a veces puede llegar a dos vidas paralelas, o a una separación oficial.
Sansón pidió a sus padres arreglar el compromiso. En esa época, era difícil obrar de otra manera. Pero su padre y su madre, con razón, le desaconsejaron su petición de la manera más categórica.
El tiempo en que los padres escogían un cónyuge para sus hijos ha pasado, al menos en nuestra cultura occidental; pero espero que los hijos pidan todavía el consentimiento de sus padres antes de tomar una decisión, y tengan en cuenta sus consejos con seriedad. La aprobación de los padres concerniente a sus proyectos debería ser de gran valor para los hijos.
Desgraciadamente, Sansón despreció el consejo de sus padres, por fundado que fuere en la Escritura. Las consecuencias fueron terribles. Se habría podido esperar algo mucho mejor de un hijo que tenía tales padres y que, además, había sido llamado a servir a Dios. A propósito de la unión de creyentes con incrédulos, o del «yugo desigual», la Palabra es muy clara. «No os unáis en yugo desigual con los incrédulos» (2 Cor. 6:14). Esta declaración del apóstol Pablo, aunque en un contexto un poco diferente, ciertamente tiene mucho valor. Antes de decir “sí”, cada uno de los jóvenes creyentes debe estar totalmente convencido de que la fe del otro en el Señor Jesús es real. Si falta esta unidad en la fe, el matrimonio es una grave desobediencia. Los creyentes buscan y encuentran en la Palabra de Dios la solución a sus preguntas vitales y el consuelo a sus dificultades. Para ellos, la Biblia es la regla de conducta de sus vidas. En cambio, un incrédulo jamás lo comprenderá; este se deja conducir por otros motivos. Resultarán, pues, un sin fin de conflictos.
Mientras haya amor y tolerancia recíprocos, todo puede ir más o menos bien. Pero queda la pregunta del pasaje ya citado: «¿Qué parte tiene un creyente con un incrédulo?» (v. 15). La respuesta siempre será: ¡Ninguna! Las diferencias son demasiado grandes, demasiado fundamentales, demasiado determinantes en la vida. Sin embargo, ¿qué hacer si solo después de haberse frecuentado durante algún tiempo el foso entre ambos se descubre claramente, o si ese foso aparece, después de haberse comprometido, por la conversión de uno de los dos? A ello respondo sin titubeos: romper. El quebrantamiento de una promesa de casamiento es una cosa extremadamente lamentable, pero muy preferible a un matrimonio infeliz. El noviazgo no es el matrimonio, sino solamente un tiempo de preparación para este. Durante este tiempo, los compromisos del matrimonio todavía no existen. Sin embargo, tanto para el noviazgo como para el matrimonio, se puede aplicar la regla de oro: “¡Reflexionar antes de obrar!” Si el foso aparece o se crea después del casamiento, es diferente. El creyente no puede volver atrás. Un marido creyente no puede repudiar a su mujer incrédula por esta razón; la mujer creyente tampoco (1 Cor. 7:12-17).
Pablo no da instrucciones a los cónyuges incrédulos. Estos deben primero convertirse antes de tener la sabiduría y la fuerza espiritual para someterse a la Palabra de Dios. Está claro que Dios no permite al creyente divorciarse para escapar de un yugo desigual, por más opresora e insoportable que sea esta situación.
Un joven creyente, en el entorno de su trabajo, estuvo en contacto con una joven que le era muy simpática, lo mismo que él para ella. Sus sentimientos se transformaron hasta convertirse en un ardiente amor, resultando ello en estrechos lazos. Pero, durante sus conversaciones, surgió que un gran foso los separaba. Cuando se trataba de la fe, no se comprendían. A él le resultó claro que había sido culpable de declarar su amor a esta joven antes de saber cuál era su posición en cuanto a la fe. Entonces, aunque demasiado tarde, puso todo esto en oración y hablaron del asunto abiertamente. También la chica había sentido claramente la diferencia. Ella provenía de una familia no creyente y no había sido criada en el conocimiento de la Palabra. Los dos comprendieron que esta incompatibilidad los separaba, y que no podía haber un matrimonio feliz entre ellos. Con el corazón triste, decidieron poner fin a sus relaciones. Se separaron y no volvieron a encontrarse ni a escribirse.
Mucho más tarde, la joven asistió a una reunión de evangelización. Se convirtió y su vida fue transformada. Cuando el joven se enteró de que ella se había convertido y de que daba claras evidencias de ello en su vida, vio con razón la respuesta a sus oraciones y volvió a tomar contacto con ella. Luego, se comprometieron y ya hace varios años que están casados y felices. Evidentemente, yo sé que los lazos rotos por los mismos motivos no terminan todos de la misma manera feliz.
Una joven creyente mantenía relaciones amistosas con un joven que tenía una concepción diferente de la vida y que perseguía otras ambiciones. A ella le era muy simpático y pensaba que podría ser feliz con él. Le hice observar que consideraba esta cuestión desde un punto de vista muy egoísta. Antes debería preguntarse si ella podría hacerlo feliz. Intenté hacerle comprender que, como creyente, ella jamás podría ser una verdadera ayuda para el cumplimiento de sus aspiraciones, sino que le sería más bien un obstáculo. Lo más grave aún era que esta unión se convertiría en un «yugo desigual» contra el cual la Palabra de Dios nos pone en guardia.
Después de algunos días, ella me escribió diciéndome que había puesto fin a esta relación. Años más tarde, me enteré de que iba a casarse con un joven creyente. Este suceso también tuvo un final feliz, aunque diferente del precedente.
De todas maneras, estoy persuadido de que cada decisión tomada en obediencia al Señor conduce a un final feliz, aunque este no se discierna de inmediato. El Señor prometió que cualquier sacrificio hecho por amor a él recibiría recompensa.
He aquí otro relato, pero con un desarrollo triste: Una mujer creyente me contó que su matrimonio no era feliz. Su esposo era totalmente indiferente, no quería saber nada del cristianismo y también rehusaba el contacto con los creyentes. No obstante, le permitía ir a las reuniones. Se le había advertido que ese casamiento iba a ser un yugo desigual. Pero en aquel momento, su futuro marido no mostraba oposición; no se podía decir con certeza que era incrédulo. Ella creyó que él la acompañaría, y que todo iría bien. En estas situaciones, a menudo se toman los propios deseos por la realidad. Pero la realidad llegó a ser muy diferente, y ahora ella debía soportar las graves consecuencias de ese yugo desigual. Así es como ella terminó su triste relato. Le pregunté si conocía la primera significación de la imagen del «yugo desigual». “Sí –me respondió– se trata de un buey y de un asno juntos bajo el yugo”. Entonces le pregunté si había descubierto cuál de los dos era el buey, y cuál el asno. “Evidentemente –dijo ella– yo soy el pobre asno”.
No obstante, le respondí: “Yo creo que su marido es el pobre asno; no posee nada, ni Dios, ni la fe, ningún sustento en la vida, ninguna esperanza para la eternidad. Cuando busca divertirse a la manera del mundo, está solo. Usted no puede acompañarlo. En cambio, usted conoce las consolaciones de la Palabra de Dios, la fuerza recibida por la oración, la comunión con los creyentes. Su esposo, nada posee de todo eso. ¿Cuál de los dos es digno de compadecer?” Ella admitió que yo tenía razón. No había considerado la situación de esta manera. Para terminar, leímos juntos 1 Pedro 3:1-2: «Igualmente vosotras, esposas, estad sumisas a vuestros maridos para que aun si alguno no obedece a la Palabra, sea ganado sin una palabra por la conducta de su esposa, al observar vuestra conducta casta y respetuosa». Ganar a un marido incrédulo sin palabras, solo por la conducta, no es una tarea fácil para una mujer. Conseguirlo no está asegurado. Sin embargo, es la única posibilidad ofrecida por la Palabra de Dios y, por consiguiente, es por la que debe optar toda persona que se halle en tal situación.
Este relato no termina de una manera feliz. No sé si esta triste situación ha cambiado. Perdí de vista a esta familia y no he tenido más noticias.
El casamiento de Sansón fue una amarga decepción, y de corta duración. Enojado, dejó a su mujer y volvió a casa de su padre. No podemos aprobar la conducta que esta mujer observó. La indignación de Sansón es comprensible. Pero huir furioso, abandonando a su mujer, no era la actitud adecuada.
El capítulo 15 nos hace saber que, algún tiempo más tarde, decidió visitar a su mujer. No sabemos cuánto tiempo había pasado. Le llevaba un regalo, quizá como medio de reconciliación. Pero había dejado pasar el momento propicio. Llegó demasiado tarde.
A veces se oye la opinión de que jamás hubo una verdadera boda entre Sansón y esta mujer. No creo que sea así. El matrimonio se consumó con el consentimiento de los respectivos padres, por medio de ellos mismos, y fue confirmado oficialmente con un gran banquete.
Tanto uno como otro tenían parte de responsabilidad en la ruptura, y la forma de actuar del suegro llevó las cosas a una separación definitiva. Es raro que en un conflicto matrimonial las dificultades sean provocadas únicamente por uno de los esposos. Si, afortunadamente, fuerzas exteriores obran en favor de la reconciliación, está bien. Pero ¡que desgracia si se produce lo contrario, como aquí!
La separación jamás produce la solución deseada. Además, leemos en Malaquías 2:16: «Jehová Dios de Israel ha dicho que él aborrece el repudio». Y antes está escrito: «Guardaos, pues, en vuestro espíritu, y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud» (v. 15). Es triste comprobar que Sansón aprendió poco de lo que había ocurrido.
En el capítulo 16, lo vemos en Gaza –otra ciudad de los filisteos entablando relaciones con una prostituta y pasando la noche con ella. Aquí no es cuestión de casamiento. 1 Corintios 6:13-20 nos recuerda la gravedad del pecado de fornicación a los ojos de Dios.
Luego, vemos que amó a otra mujer de entre los filisteos, la cual se llamaba Dalila (Jueces 16:4). Pero otra vez surge ante nosotros la pregunta: ¿De qué amor se trataba? Esta relación duró más tiempo, y finalmente le fue fatal. Reveló los secretos de su nazareo. Perdió así su marca exterior, sus largos cabellos, y comprobó, demasiado tarde, que Dios se había apartado de él. Los filisteos le sacaron los ojos, lo ataron y lo metieron en la cárcel.
El creyente que se une al mundo en vez de separarse de este para Dios, pierde la comunión con Él y luego la fuerza espiritual. Afortunadamente, al final de la vida de Sansón, esta comunión fue restablecida. Al mismo tiempo, volvió a recuperar su extraordinaria fuerza. Con su muerte, consiguió una victoria mayor que todas las precedentes.
Uno de los aspectos trágicos de la vida de Sansón era que no podía controlar sus pasiones; al contrario, lo dominaban. El instinto sexual no es un pecado ni algo que deba darnos vergüenza. Dios –el Creador– hizo a sus criaturas de esta manera; el hombre no es una excepción. Quiere conservar así las diferentes especies.
Sin embargo, entre el hombre y el animal hay una diferencia fundamental. El animal sigue sus instintos, mientras que, para el hombre, Dios tiene otro propósito. Une marido y mujer en una unidad duradera. Incluso cuando ya no es cuestión de contribuir a la conservación de la especie, los esposos ejercen un mutuo atractivo. Este es un don inapreciable que, en el matrimonio, puede conducir a un estado de felicidad inaudito.
En contraste con el animal, Dios proveyó al hombre de razón y de voluntad. Un médico escribió lo siguiente: “La razón está en condiciones de someter, de dominar el instinto sexual e incluso de conducirlo correctamente. Vemos, pues, repetidas veces, que la razón, unida a la voluntad del hombre, se pone por encima del instinto, como una facultad de orden superior”.
“El amor es ciego”. Tal es el dicho popular. Desgraciadamente, la verdad de esta afirmación se confirma demasiado a menudo. Por otro lado, tampoco hay que olvidar que el amor es una condición indispensable para vivir un matrimonio feliz. Pero no hay que poner de lado la razón y la voluntad, ni sobre todo los principios bíblicos que conciernen al matrimonio. Si no se hace más que ceder al instinto de la naturaleza, se corre grave peligro. «Mejor es… el que se enseñorea de su espíritu, que el que toma una ciudad» (Prov. 16:32).
Sansón era muy capaz de tomar una ciudad; desgraciadamente, jamás aprendió a gobernar su espíritu. Los creyentes deben aprender a hacerlo, y lo pueden hacer con la ayuda del Señor por la potestad del Espíritu Santo. Por los medios de comunicación, estamos confrontados casi todos los días a informaciones sobre conductas que las Escrituras llaman pecado. Aquel que se deja influenciar pone trabas o atenta contra la felicidad conyugal que Dios quiere acordar.
Si en el matrimonio uno solamente piensa en sus propios privilegios, en lo que recibe de bueno, parte de una base mala y peligrosa. Si los cónyuges no ven lo que deben aportar, tendrán muy poco que recibir. Un hogar feliz resulta no de motivos egoístas, sino de la abnegación de cada uno. El bien del otro cónyuge debe ser prioritario. Marido y mujer no podrán alcanzar la gran felicidad que Dios ha previsto para ellos en el matrimonio si cada cónyuge procura reivindicar sus propios derechos como supremos.
El apóstol Pedro estaba casado. Leemos en los evangelios que tenía una suegra; cuando esta estuvo enferma, fue curada por el Señor Jesús (Lucas 4:38-39). El apóstol Pablo escribió que Pedro estaba acompañado por su mujer en sus viajes (1 Cor. 9:5). Desde este enfoque, el alcance de sus palabras tiene mucho más valor para nosotros: «De igual manera vosotros, maridos, vivid con ellas con inteligencia, como con un vaso más frágil, que es el femenino; dándoles honor como a las que también son coherederas de la gracia de la vida, para que vuestras oraciones no sean interrumpidas» (1 Pe. 3:7).
Creo que en cada hogar se presentan situaciones en las que el marido debe someter sus deseos a su razón y a su voluntad. La mujer, a veces, también. Para aquellos que tienen problemas de esa índole, se les puede aconsejar que se dirijan a un médico creyente o a una persona que les inspire confianza, y de quienes puedan recibir ayuda de acuerdo con los principios de la Palabra de Dios.
Al decir esto ¿me opongo a que haya familias numerosas? Ciertamente no. Dios ha bendecido nuestro matrimonio dándonos ocho hijos. A menudo hemos debido renunciar a cosas que otros podían ofrecerse. Sabemos lo que son las inquietudes, las enfermedades, el cansancio y las noches en vela. Nuestros hijos son ahora independientes desde hace mucho tiempo. Igualmente somos felices de tener muchos nietos y biznietos. Cuando pensamos en los años difíciles ya pasados, nuestros corazones se llenan de agradecimiento. Nos hemos esforzado en educar a nuestros hijos de la mejor manera posible. También hemos experimentado que estos hijos contribuían a darnos una formación muy benéfica. ¡A Dios damos gracias!
Quizá el lector tenga la impresión que he hecho una descripción demasiado sombría del personaje de Sansón. Efectivamente, además era un nazareo, un hombre puesto aparte para el servicio de Dios. Liberó al pueblo de Dios de la dominación de los filisteos. Su nombre figura en Hebreos 11 entre los héroes de la fe. ¿Y qué debemos pensar de Jueces 14:4? «Mas su padre y su madre no sabían que esto venía de Jehová, porque él (Sansón) buscaba ocasión contra los filisteos». Con certeza, la intención de Sansón era buena; y Dios le ayudó a alcanzar su propósito, lo que no significa que Dios aprobara su manera de obrar.
Dios es soberano. Cumple sus designios. Escoge a sus instrumentos. Aquellos que conocen las Escrituras saben que puede servirse de las astucias de Satanás, de las actividades de sus enemigos, de los pecados y de las debilidades de sus hijos. A veces se dice que Dios puede dar un golpe derecho con un palo torcido. Es lo que hizo con Sansón, y no podemos más que admirar su gracia en ello. Pero de ninguna manera debemos ver una incitación a convertirnos en palos torcidos.
11.1 - Preguntas de la 11a parte
- ¿Por qué el matrimonio de Sansón no era bueno?
- ¿Qué dice la Biblia en cuanto a casamientos entre creyentes e inconversos? Busque otros ejemplos.
- ¿Qué disposición debe tener el creyente antes de un compromiso matrimonial?
- ¿En qué podemos ver que Sansón nunca aprendió el dominio propio? Léase Proverbios 16:32.
- Muestre cómo Sansón, por el hecho de no tener bajo control sus pasiones, fue de mal en peor.
- ¿Cómo podemos ver la verdad de Oseas 7:8-10 en la vida de Sansón?