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Inédito Nuevo

Pablo, esclavo de Jesucristo

Un modelo de siervo cristiano


person Autor: Bible Treasury 7

flag Temas: El servicio Pablo


Bible Treasury vol. 16, p. 53, 73, 89

1 - No menospreciar a los siervos individualmente

Es impor tante distinguir siempre entre lo que es común a toda la familia de Dios y lo que pertenece a la relación particular que cada individuo puede tener con esta familia. Lo que tenemos en común es mucho más amplio que lo que cada santo puede tener individualmente. Esto es necesariamente así, sabiendo que la unión con Cristo es el destino de todos los que creen en él, y que todas las bendiciones que se derivan de ella no solo son las más elevadas, sino también las bendiciones comunes de la Iglesia. Ahora bien, somos muy propensos a fijar nuestra atención en lo que distingue a un miembro individual del Cuerpo de Cristo, debido a un don adicional concedido por Jesús ascendido al cielo. Consideramos a esa persona aparte del Cuerpo y, por lo tanto, muy por encima de nuestra propia esfera, de modo que la creemos incapaz de simpatizar con nosotros y a nosotros mismos incapaces de seguirla.

2 - El apóstol Pablo tiene características muy particulares

Así es como hemos llegado imperceptiblemente a disminuir el valor del ejemplo apostólico y el tono de los preceptos apostólicos, sin pensar que el cambio en el aspecto de las cosas externas puede afectar a la distinción esencial entre la Iglesia y el mundo. En el caso del apóstol Pablo, por ejemplo, nos sorprenden tantas cosas singulares, y los hechos asombrosos que acompañan su conversión y su ministerio tienen un carácter tan extraordinario que, al contemplarlo así, nos maravillamos, pero no nos atrevemos a imitarlo. Y así debe ser. Porque, como apóstol, Pablo no tuvo a nadie que lo siguiera. Él sigue siendo completamente especial y aparte del Cuerpo, en cuanto a la relación particular que mantenía con la Iglesia como depositario, por visiones y revelaciones, de los consejos de Dios y los pensamientos de Cristo, y como comunicador de lo que el Señor le había revelado, tanto por la predicación como por sus escritos.

3 - Pablo presenta primero su condición de esclavo, distinta de su apostolado

Pero se nos presenta bajo otro carácter, el de esclavo de Jesucristo, y cuando menciona esto en relación con su apostolado, da prioridad al título de esclavo sobre el de apóstol (Rom. 1:1). Ahora bien, ser esclavo era el carácter que solo podía asumir en virtud del hecho de que no era libre e independiente, sino que había sido comprado con dinero –es un carácter de la redención–, este carácter pertenecía a toda la familia redimida, así como a él mismo, y, por lo tanto, era esencial no solo para la salvación, sino también para la gloria. En verdad, como apóstol, él también había sido redimido y enviado como apóstol de esta redención, cuyo poder conocía en su alma. Ahora bien, ni la salvación, ni la vida, ni la gloria eran esenciales para el apostolado, sino para el servicio. El apostolado era un don por encima de lo que era común a todos, y colocaba a un individuo en una relación distinta con los demás, no para disminuir el valor de las bendiciones comunes y esenciales, sino más bien para realzarlas. Porque, aunque Pablo era el órgano acreditado por Dios para comunicar todos los misterios a la Iglesia, él mismo habría perdido su bendición y su recompensa especial si no hubiera utilizado su apostolado como un esclavo.

4 - Servicio visible, autoridad invisible

Y esta es la prevención que el Señor mismo establece contra la exaltación en cualquier función eclesiástica: si no se utiliza en el servicio, la persona pierde su recompensa. «No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús» (2 Cor. 4:5). Esto es lo que distingue la autoridad ejercida en la Iglesia de la que se ejerce en el mundo. «Sabéis que los que parecen gobernar a los gentiles se enseñorean de ellos; y sus grandes ejercen su autoridad sobre ellos. Pero no es así entre vosotros; sino que el que quiera ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, [...] porque ni aun el Hijo del hombre vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:42-45). Un funcionario del mundo posee todos los símbolos del poder presente, y exige ser reconocido y debe ser reconocido como poseedor del poder; la fuente de su autoridad es visible y el ejercicio de esta es manifiesto a los ojos de todos. Por el contrario, la fuente de la autoridad en la Iglesia es invisible; viene de lo alto, de Jesús que subió a lo alto, y su ejercicio consiste en un control y una dirección espirituales reales; y el objetivo principal es que la persona que es el canal por el que se ejerce pierda su preeminencia, para que sea exaltado Jesús, y no el hombre mismo. Así es como se ejerce en el servicio que se le presta.

5 - El Señor tomó la forma de esclavo para que fuera glorificado Aquel que lo había enviado

Así fue en el caso del Señor Jesús mismo tomó «la forma de siervo» (Fil. 2:7). Y aunque su dignidad propia y de nacimiento como Hijo eterno brillaba constantemente, incluso conservando el carácter que había revestido, sin embargo, la mantenía estrictamente y buscaba ocultarse, para que apareciera la gloria de Aquel que le había enviado. Estaba entre ellos «como el que sirve» (Lucas 22:27), sirviéndoles por amor a Aquel que le había enviado. Así tenemos el hermoso retrato del Señor como esclavo. «He aquí mi siervo, yo le sostendré; mi escogido, en quien mi alma tiene contentamiento; he puesto sobre él mi Espíritu; él traerá justicia a las naciones. No gritará, ni alzará su voz, ni la hará oír en las calles. No quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo que humeare; por medio de la verdad traerá justicia. No se cansará ni desmayará, hasta que establezca en la tierra justicia; y las costas esperarán su ley» (Is. 42:1-4). La manera en que el Espíritu Santo aplica esto al Señor Jesús en Mateo 12 muestra los aspectos del carácter del siervo que son verdaderamente preciosos y de gran valor a los ojos de Dios. Él había sanado la mano seca –«Los fariseos salieron y confabularon contra él, sobre cómo podrían destruirle» (Mat. 12:14); pero Jesús, sabiéndolo, se retiró de allí (12:15)– No gritó, ni alzó la voz, ni hizo oír su voz contra ellos; nada se le escapó de lo que podría llamarse una indignación honesta, ninguna palabra injuriosa contra su malicia, no replicó. El Siervo paciente estaba sostenido por el brazo de Aquel a quien servía; y el Espíritu que estaba sobre él era un espíritu diferente al de los hombres; él lo guiaba mientras servía a los demás bendiciéndolos, para mostrar que no se servía a sí mismo, sino que, como Esclavo, solo pertenecía a Aquel que lo había enviado; y que los reproches y la malicia no le hacían fallar ni le desanimaban, porque su único objetivo era cumplir la obra de Aquel que le había enviado. Pero le seguimos un poco más en esta paciencia del servicio: «Se apartó de allí; y lo seguía una gran multitud, y él sanó a todos; y les ordenó que no lo descubriesen; para que se cumpliera…», etc. (Mat. 12:15-17). Como Siervo, no se dejaba desanimar por la oposición, ni exaltarse por lo que había hecho; buscaba esconderse para que Dios fuera glorificado; y cuando podría haberse vuelto contra los fariseos con las multitudes que había sanado, no permitió que nadie oyera su voz en la calle, sino que les prohibió que le dieran a conocer. He aquí el verdadero Siervo, el que se esconde para que aparezca Aquel a quien sirve, el que renuncia a todo interés personal en beneficio de los demás.

6 - El servicio del Señor hacia los suyos – Juan 13

Ahora bien, es precisamente en este carácter en el que Jesús, el Siervo perfectamente instruido y sabio, se presenta para que lo imitemos. «No está el discípulo por encima del maestro; ni el siervo por encima del señor. Bástele al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su señor; si al dueño de la casa le llamaron Beelzebú, ¡cuánto más a los de su casa! Así pues, no los temáis» (Mat. 10:24-26). Pero hay 2 esferas de servicio, y aunque ambos se rigen por los mismos principios, las circunstancias son tan diferentes que dan un carácter distinto al servicio. El mundo y la Iglesia son los 2 lugares de servicio. El ministerio del Señor se limitó principalmente al primero, ya que él vino como siervo de Dios en Israel: «Este anduvo haciendo el bien por todas partes y sanando a los oprimidos por el diablo; porque Dios estaba con él» (Hec. 10:). Se trataba de un servicio activo, tal y como el hombre podía reconocerlo, y en el que él buscaba esconderse para que Dios fuera glorificado. Este servicio también iba acompañado de resultados inmediatos, y su valor era apreciado en cierta medida por los hombres. Pero si consideramos el servicio de nuestro Señor en la Iglesia, lo vemos presentado de manera característica en un hermoso incidente que le llevó a ocupar un lugar más humilde que el que jamás había ocupado en su servicio en y para el mundo. «Sabiendo Jesús que había llegado su hora para pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin… Sabiendo [Jesús] que el Padre había puesto todas las cosas en sus manos y que de Dios había salido y a Dios iba, se levantó de la cena, se quitó el manto, y tomando una toalla, se la ciñó. Después echó agua en un lebrillo y empezó a lavar los pies de los discípulos y los secó con la toalla de que estaba ceñido… Después de lavarles los pies, tomó su manto, se volvió a sentar a la mesa y les dijo: ¿Sabéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis Maestro, y Señor; y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Señor y el Maestro, os he lavado los pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros. Porque os he dado ejemplo, para que vosotros también hagáis como yo he hecho con vosotros. En verdad, en verdad os digo: El siervo no es mayor que su señor, ni el enviado mayor que aquel que le envió. Si sabéis estas cosas, dichosos sois si las hacéis» (vean Juan 13:1-17).

7 - Pablo sirviendo como el Señor. Servicio hacia todos

Siguiendo este ejemplo, encontramos al siervo en el apóstol Pablo. El ámbito de su servicio era la Iglesia, y aunque el siervo perfecto solo se encuentra en el ejemplo anterior, los detalles del servicio están mejor ilustrados por el apóstol que por el Señor mismo. Pero observemos primero el gran principio del servicio en la Iglesia: en el Señor había una posesión consciente de todas las cosas –si le hubiera faltado algo, no habría podido servir; pero nada podía añadirse a Aquel a quien el Padre había dado todas las cosas. Además, aquellos a quienes servía no tenían ningún derecho sobre él por ese servicio: «Señor, ¿tú me lavas a mí los pies?», mostraba que el servicio era perfectamente gratuito. El apóstol también, conociendo la plenitud de Jesús como suya, se mantenía en la conciencia de quien poseía todas las cosas; y al mismo tiempo se consideraba como aquel que, sabiendo que no se pertenecía a sí mismo, sino que había sido comprado a gran precio, podía decir: «Siendo libre de todos, a todos me he esclavizado» (1 Cor. 9:19). En otro lugar dice: «Soy deudor tanto a griegos como a bárbaros, a sabios como a ignorantes» (Rom. 1:14). El hombre no podía exigirle nada, pero como siervo del Señor, se sentía obligado con todos. ¡Qué servicio tan bendito es aquel que se basa en la libertad y que, dondequiera que se ejerza, siempre se hace para el Señor!

8 - El servicio se hace en el dolor y el sufrimiento

En su primera llamada, el apóstol Pablo, como vaso escogido para llevar el nombre del Señor ante las naciones, los reyes y los hijos de Israel, aprendió cuánto tendría que sufrir por el nombre de Jesús (Hec. 9:15-16). El discípulo no debía estar por encima de su Maestro, sino que todo el que fuera perfecto debía ser como su Maestro. Y cuanto más perfecto era el siervo, más debía conformarse a la humillación, al cansancio y a todo lo que era doloroso para el hombre como hombre, como para el propio Maestro. Así es como el Maestro relaciona el servicio con todo lo contrario de lo que la carne ansía. Se sentó, cansado, junto a un pozo, sin nada a su alrededor que le aliviara, pero servir fue un alivio para su cansancio: «Mi comida es hacer la voluntad de aquel que me envió, y acabar su obra» (Juan 4:34). Y así enseñaba: «El que ama su vida, la pierde, y el que odia su vida en este mundo, la guarda para vida eterna. Si alguno me sirve, que me siga» (Juan 12:5-26). Era verdaderamente humillante para el Maestro verse privado del refrigerio habitual que su propia generosidad había dado al hombre, y así el discípulo siguió sus pasos, y si fue utilizado por el Señor para distribuir el agua viva, fue «en trabajo arduo y fatiga, con muchos desvelos, hambre y sed» (2 Cor. 11:27). En contraste con aquellos que se instalan en la comodidad y los honores del ministerio (1 Cor. 4:1, 9), él destaca sus propios sufrimientos como algo que caracteriza el verdadero servicio. Así, después de describir la apostasía bajo sus formas de egoísmo y dejadez, opone silenciosamente su propia conducta, que mostraba bien lo que es un siervo del Señor. «Pero tú has seguido de cerca mi enseñanza, conducta, propósito, fe, longanimidad, amor, paciencia, persecuciones, padecimientos, como los que me sobrevinieron en Antioquía, en Iconio, en Listra; qué persecuciones he sufrido, y de todas me liberó el Señor. Y todos los que quieren vivir piadosamente en Cristo Jesús serán perseguidos» (2 Tim. 3). De este modo, hace de su conducta un ejemplo de lo que caracteriza la fidelidad en todo momento durante la dispensación. Se podrían citar muchos otros ejemplos generales para demostrar que el servicio al Señor debe ir acompañado de dolor y sufrimiento, y que el siervo instruido siempre podrá decir: «Que nadie sea perturbado por estas aflicciones; porque vosotros mismos sabéis que a esto estamos destinados» (1 Tes. 3:3).

9 - Los sufrimientos especiales del Evangelio

Pero quisiera mencionar una categoría especial de pruebas que no son tan visibles exteriormente, pero que ponen de relieve al siervo del Señor. El apóstol las califica de «aflicciones del Evangelio» y, aunque incluyen pruebas externas, no se limitan en modo alguno a ellas. Es como si alguien que está a punto de llegar al final de su carrera se dirigiera a Timoteo, animado sin duda por los mismos sentimientos que él, pero que parecía carecer de esa resistencia por el bien de los elegidos que tanto caracterizó el servicio de Pablo. «No te avergüences del testimonio de nuestro Señor, ni de mí, su prisionero; sino participa de las aflicciones por el Evangelio, según el poder de Dios» (2 Tim. 1:8). Probablemente se trata de “sufrir el mal que acompaña al Evangelio”: Jesús, cuando estaba presente en persona, sufrió el mal; el Evangelio, cuando se predicaba, atraía el mismo mal. Pablo, como predicador, sufría por predicarlo, y ahora llamaba a Timoteo a ser compañero de sufrimiento con el Señor, con su Evangelio y con él mismo. Muchos se habían apartado y ya no seguían al Señor cuando oyeron sus duras palabras, y fue una prueba dolorosa para el apóstol ver a todos los que estaban en Asia Menor apartarse de él, mientras él mismo estaba encarcelado e incapaz de visitarlos. Cuánto podía debilitarse y desanimarse el corazón de este soldado relativamente joven, no por los ataques de enemigos declarados, sino por la deserción, la sospecha y la tibieza de sus propios amigos.

10 - La necesidad de perseverancia en los sufrimientos del servicio, sobre todo cuando se está solo. El Señor sostiene

Con qué insistencia se esforzaba el apóstol por infundir en Timoteo la confianza en el mismo poder, el de un Señor resucitado, que lo había sostenido y llevado hasta entonces. La vergüenza de apoyar una causa abandonada por tanta gente y cuyo principal promotor estaba en prisión era muy grande. En efecto, era difícil soportar el desprecio de estar comprometido con lo que, a los ojos de los hombres, era una causa vacilante, y solo la conciencia en el alma del apóstol de que Dios no buscaba ninguna suficiencia en él, sino que le proporcionaba toda la suficiencia en todas las cosas, podía darle un impulso tal que se elevaba por encima de todos los fracasos y decepciones aparentes. La confusión y el desorden en Corinto, el paso a otro evangelio en Galacia, el peligro de apostasía entre los hebreos, eran otras tantas fuentes de pruebas, ignoradas, desconocidas e imposibles de sentir por el hombre como hombre, pero que desgastaban el espíritu hasta el punto de hacerle consciente de lo que era odiar la vida en este mundo. Otra cosa que tendía a hacer que el siervo se conformara a su Maestro era que estaba solo en pie. Timoteo tenía los mismos pensamientos, pero le costaba simpatizar con el apóstol, que veía ante sus ojos que su partida sería efectivamente la ocasión para que lobos temibles se introdujeran en el rebaño. Todo parecía sostenido por la energía del Espíritu en este vaso elegido, y mientras exhorta a Timoteo a mantenerse firme, las repetidas recomendaciones –soporta los sufrimientos, ten cuidado en todo, soporta las aflicciones, fortalécete en el Señor y en el poder de su fuerza– muestran que dudaba en esperar de Timoteo esa capacidad de resistencia que tan bien había caracterizado su propio servicio en la Iglesia. Era plenamente consciente de que no iba a la batalla por su cuenta, que el Maestro al que servía no era un Maestro austero y que sostenía el alma del apóstol. Podría haber resuelto todas las cuestiones de forma sumaria y con autoridad, pero eso no habría sido servir a los demás por amor al Señor.

11 - Los sufrimientos del apóstol entre los corintios

La relación que el apóstol mantenía con los corintios me parece sobre todo la de un siervo en el sufrimiento, un siervo que se perfecciona según su Maestro. No es la persecución ni las pruebas externas, sino el hecho de entregarse en gracia para despertar la gracia que había en ellos. Los 7 primeros capítulos de la Segunda Epístola son, en mi opinión, la experiencia del apóstol como siervo de la Iglesia. Sin debilidad, sin desánimo, ni lucha, ni autoexaltación, ni apagamiento de la mecha que apenas humea, ni quebrantamiento del junco agrietado, sino una voluntad de sufrir incluso que se pusiera en duda su propia reputación de fidelidad y poder, con el fin de poder servirles como necesitaban ser servidos. La Primera Epístola a los Corintios nos informa suficientemente del grave desorden que reinaba en la iglesia, un desorden que, creo, escandalizaría a cualquiera de nuestras asambleas; ciertamente habían asegurado el orden mediante sus reglamentos, pero se trata de un orden derivado de reglamentos externos y no del que el apóstol buscaba como remedio, el que deriva del poder de la vida interior y de la gracia. Si me preguntaran qué pudo llevar al apóstol a actuar así con la iglesia de Corinto, en lugar de tomar inmediatamente medidas extremas para castigar sus faltas, diría que hay 3 cosas particularmente notables en su conducta que muestran muy claramente que su objetivo no era la simple decencia exterior, sino la vida en el Espíritu.

12 - Los motivos de la actuación de Pablo entre los corintios

12.1. El apóstol confiaba en la gracia de Jesús resucitado

Primero: el apóstol podía confiar plenamente en la abundante gracia de Jesús para un caso tan extremo. Él mismo había experimentado esa gracia cuando se encontraba al límite, vivía de ella. Eso era lo único que le impedía hundirse bajo el peso que «me oprime cada día, la solicitud por todas las iglesias» (2 Cor. 11:28). Jesús había resucitado y estaba por encima de todo. Era su propia confianza la que subrayaba a Timoteo cuando le decía, para animarle a afrontar numerosas dificultades: «Acuérdate de Jesucristo, del linaje de David, resucitado de entre los muertos según mi Evangelio» (2 Tim. 2:8). Totalmente incapaz de hacer frente a una situación tan desesperada como la de la iglesia de Corinto, salvo con la severidad inmediata del juicio, Pablo era capaz de confiar plenamente en la suficiencia que había en Cristo Jesús, pues no conocía ningún límite a los recursos de Su gracia.

12.2. El apóstol juzgaba la situación de los corintios según su posición en Cristo y buscaba fortalecerlos

Segundo: el apóstol no juzgaba según lo que veían sus ojos u oían sus oídos, por graves que fueran los informes que le habían llegado sobre sus desórdenes, sino que los juzgaba según lo que eran en Cristo, y no según sus circunstancias actuales. Él contaba con que había vida en ellos, aunque estuviera casi sofocada, y la sabiduría consistía en fortalecer lo que estaba a punto de morir. Los 9 primeros versículos de 1 Corintios 1 son muy notables a este respecto. Si se hubiera basado en pruebas, podría haber dudado de que fueran realmente cristianos. Pero el Señor le había dicho que tenía mucho pueblo (un gran pueblo) en aquella ciudad (Hec. 18:10). Ellos eran «el sello» de su apostolado (1 Cor. 9:2), porque su palabra les había llegado con demostración del Espíritu y de poder (1 Cor. 2:4). Habían confesado el nombre de Jesús; y aunque la carne y el mundo parecían haberlos casi sumergido, y la disputa parecía haber sustituido a la fe, él no quería dejar que Satanás lo empujara a dejar de lado lo que profesaban o a renegar de su propio trabajo debido a su apariencia actual. Toma a los corintios en el terreno de lo que eran en Cristo, y antes de que se le escapara una sola palabra de reprimenda, los arraigó tan profundamente en la fe que la reprimenda que siguió no tuvo ningún efecto desestabilizador, sino solo el de fortalecerlos.

12.3. El apóstol quería producir orden mediante la vida interior y no mediante restricciones externas

Y, en tercer lugar, estaba la actitud personal del propio apóstol hacia esa iglesia. Podría haber venido con una vara (un bastón), y su presencia inmediata sin duda habría puesto fin a muchos abusos y habría silenciado a más de un predicador charlatán. Era plenamente consciente del poder que tenía «para castigar toda desobediencia» (2 Cor. 10:6) y «para no usar de severidad estando presente, según la autoridad que el Señor me ha dado, para edificación y no para destrucción» (2 Cor. 13:10). Si su objetivo hubiera sido establecer su autoridad, ese habría sido el medio más rápido. Pero era plenamente consciente de su autoridad, y se trataba para él de utilizarla para la edificación. Su objetivo no era obtener la aquiescencia a sus mandamientos mediante su presencia inmediata. Su placer era ver que la obediencia brotaba de la gracia, como veía en los filipenses, que no solo “obedecían en su presencia, sino mucho más en su ausencia” (vean Fil. 12), y ser testigo del orden producido por la vida interior y no por restricciones externas. Tal era el objetivo de su Primera Epístola: ocupaba el lugar del siervo paciente, sin flaquear ni desanimarse, y esperaba pacientemente a ver el resultado. Tenía la vara (el bastón) a su disposición, pero no luchaba ni se levantaba. De hecho, decía: «Algunos están envanecidos, como si yo no hubiese a ir a vosotros. Pero pronto iré a vosotros, si el Señor quiere; y conoceré, no las palabras de esos envanecidos, sino su poder. ¿Qué queréis? ¿Que vaya a vosotros con vara, o con amor y espíritu apacible?» (1 Cor. 4:18-21).

13 - Los ataques contra Pablo en Corinto

Ahora bien, en 2 Corintios vemos que la paciencia del apóstol se había vuelto contra él, como si temiera de ir y como si se hubiera jactado de una autoridad que no poseía; sí, incluso se le reprochaba ser un hombre vanidoso e inconstante, en cuya palabra no se podía confiar. Pero eso no le perturbaba: lo soportaba todo por amor a los elegidos, y prefería su restauración a la justificación de su propio carácter; al igual que el Siervo perfecto y paciente, cuando era injuriado, no devolvía la injuria, sino que entregaba su causa a Aquel que estaba cerca para justificarlo. Solo la conciencia de estar en la posición de siervo, olvidándose completamente de sí mismo para servir a los demás por amor al Señor, podía sostenerlo en circunstancias tan difíciles. La ingratitud de aquellos para quienes había sido un padre, los reproches personales acumulados contra él por aquellos que eran reconocidos como maestros en la iglesia, las insinuaciones sobre su honestidad e integridad, todas estas pruebas, tan duras para el hombre, no le apartaron de su propósito de ser su siervo, como siervo del Señor para la bendición. Tenía en sí mismo el pensamiento que estaba en Cristo Jesús, y me parece que la Segunda Epístola a los Corintios es la manifestación de ese pensamiento en el espíritu y la conducta del apóstol.

14 - Las características particulares de 2 Corintios en relación con las otras Epístolas

Esta ocupa un lugar muy especial entre los escritos del apóstol: la Primera Epístola respondía a preguntas y corregía errores, pero en esta se expone incidentalmente toda la bendita verdad como exposición de las razones de su propia conducta. El apóstol nos da la experiencia del hombre bajo la Ley en Romanos 7. En la Epístola a los Gálatas habla como alguien identificado con Cristo en su muerte y resurrección. En la Epístola a los Filipenses nos da su valoración de todas las ventajas carnales. Pero aquí tenemos toda la dolorosa experiencia del siervo del Señor en las pruebas externas e internas. Ahora bien, la fuente de todo esto, la fuente oculta de su energía inagotable en el servicio era el conocimiento y la comunión con el pensamiento de Cristo, que le permitía triunfar siempre en Cristo. Con excepción de los capítulos 8 y 9, toda esta Epístola es de carácter personal; en los 7 primeros capítulos, habla tanto en nombre de Timoteo como en su nombre personal; en los últimos capítulos, se ve obligado, aunque sea una locura, a hablar de sí mismo. Él, que había enseñado a regocijarse en las tribulaciones, ahora se regocijaba en ellas. Comienza esta Epístola como alguien que ha triunfado: «Bendito sea Dios y Padre». Todas sus pruebas en el servicio solo habían servido para que conociera a Dios como no habría podido conocerlo de otra manera, «el Padre de misericordias y Dios de toda consolación». En esta escuela adquirió la capacidad de consolar a los demás, de modo que las aflicciones o el consuelo personales del apóstol contribuían al mismo fin, es decir, su provecho, ya que él era su siervo por amor a Jesús.

15 - El apóstol no refuta las críticas, sino que les presenta los privilegios cristianos

La forma en que el apóstol respondió a la acusación de inconstancia que se le imputaba muestra la destreza de la sabiduría divina. Admitamos que yo soy inconstante, pero Aquel a quien predico no lo es; en Él hay estabilidad, en Él está el sí, en Él está el amén. El siervo quería exaltar a su Maestro, aparentemente incluso a costa de sí mismo. Porque no había estabilidad en el siervo mismo, salvo la que tenía en común con todos, la estabilidad que Dios mismo les había dado al establecerlos en Cristo. Les aparta de mirarse a sí mismos y les orienta hacia las bendiciones que tenían en común con él como creyentes en Cristo. De este modo, los convierte, por así decirlo, en jueces de sí mismos, poniéndolos en posición de ejercer un juicio justo. Si hubiera logrado responder satisfactoriamente a la acusación, eso no habría servido para fortalecer sus almas. Tal era su objetivo: él sabía que cuando el alma no está fortalecida en la gracia, solo puede juzgar según lo que ve con sus ojos u oye con sus oídos. Pero los colocó así en una seguridad bendita, la seguridad común de la Iglesia, y les mostró que los privilegios que tenían en común con el apóstol eran los más grandes que él mismo o ellos podían tener; entonces pudo decirles solemnemente que no era por inconstancia que había renunciado a su intención, sino que era para preservarlos que no había ido a Corinto. Ciertamente, el siervo del Señor no debe flaquear ni desanimarse bajo el efecto de ideas falsas o representaciones erróneas; incluso las malas críticas son un medio para aprobarnos como ministros de Cristo; incluso considerados como engañadores, somos verdaderos. No hay egocentrismo en la posición de siervo, sino el aprovechamiento de cada ocasión para atribuirla al Maestro.

16 - Pablo no visita a los corintios porque quería hacer una labor profunda en ellos

A continuación, da la razón por la que les ha escrito en lugar de ir a verlos en persona: era para demostrarles su amor y el interés que les tenía. Conocía su valor como santos. Los estimaba viéndolos en Cristo y no según su condición actual y su conducta desordenada; solo el reconocimiento de su verdadera condición podría haber sido una verdadera reforma. Su presencia inmediata podría haber producido algo externo, pero él buscaba tocar la fuente interior. Y aquí encontramos en la conducta del siervo lo que sería juzgado censurable por aquellos que se contentan con mirar la apariencia y no buscan el pensamiento de Cristo. El siervo conocía el carácter precioso de los santos para el Señor, y también sabía cuánto estaba en juego la gloria de Su nombre en su conducta, y más aún, que su propia energía dependía de ello; de modo que, cuando tenía ante sí el doble servicio de predicar al mundo y ocuparse de los santos débiles y desordenados, vemos al siervo del Señor dejarse llevar por lo que podría haber sido considerado ociosidad por aquellos que no juzgaban según el Espíritu. «Cuando llegué a Troas para predicar el Evangelio de Cristo, y una puerta me fue abierta en el Señor, no tuve sosiego en mi espíritu, por no haber hallado a Tito, mi hermano; por lo cual, despidiéndome de ellos, partí para Macedonia» (2 Cor. 2:12-13). ¡Qué lección se nos enseña aquí! El siervo activo, diligente y celoso, a quien ni las dificultades ni los peligros podían perturbar o detener, no tiene ni el corazón ni la capacidad para predicar el Evangelio, debido a su ansiedad por los santos que están lejos y en desorden. ¡Cuánto se sentía miembro del Cuerpo el apóstol! ¡Cuán poco se sabe esto hoy en día! ¿Quién, entre los siervos del Señor, encuentra la verdadera causa de su desánimo para la obra, es decir, el estado de división del Cuerpo de Cristo?

17 - Triunfo y gozo en un camino de renuncia que es el de Cristo

Una vez más, hay que repetirlo, podría haberlo solucionado todo con su presencia directa en Corinto, podría haber expuesto todos sus errores y declarado infaliblemente la verdad de Dios; pero eso no les habría dado la vida, ni el gozo y la fuerza a sus almas. Pero luego explica cuán benditas han sido sus vías en Cristo. «Estoy lleno de consuelo, sobreabundo de gozo en medio de toda nuestra aflicción. Porque, incluso al llegar a Macedonia, nuestra carne no tuvo reposo, sino que de todas maneras estábamos afligidos; por fuera luchas, por dentro temores. Pero Dios, que consuela a los abatidos, nos consoló con la llegada de Tito, y no solo con su llegada, sino también por el consuelo con que fue consolado por vosotros» (2 Cor. 7:4-7). Es esta llegada de Tito lo que le hacía rebosar de gozo y lo que relaciona su lenguaje triunfante con su aparente fracaso de 2 Corintios 2:12-13. Porque inmediatamente después de mencionar su partida de Troas hacia Macedonia, dice: «Pero gracias a Dios, quien siempre nos conduce en triunfo en Cristo» (2 Cor. 2:14). No se refiere aquí al éxito en la predicación en Macedonia, ni siquiera a la predicación en general, sino al hecho de que el camino de Cristo que él había seguido era el camino del triunfo. Era el camino de la renuncia a sí mismo, el camino «porque… nuestra carne no tuvo reposo» (2 Cor. 7:5). Tener poder y no ejercerlo, ser capaz de justificar de la manera más satisfactoria un carácter calumniado y, sin embargo, soportar la contradicción de los pecadores contra uno mismo, ahí es donde no hay descanso para la carne, ese es el pensamiento y el camino de Cristo, ese es el camino de la gloria y la virtud que conduce a un triunfo seguro, un triunfo consciente, incluso aquí abajo. Ahora bien, si es totalmente admisible que esto se aplique a la predicación del Evangelio, y que en ella el siervo fiel conoce un triunfo constante, ya que el testimonio siempre prospera allí donde Dios lo ha enviado, tanto si la gente lo escucha como si lo rechaza, creo, sin embargo, que todo el contexto muestra que el pensamiento del Espíritu es el triunfo que siempre sigue al caminar en Cristo.

18 - El poder en la debilidad y la enfermedad. El buen olor de Cristo para la muerte o la vida

Hay 2 maneras de dar testimonio de Cristo: una es la predicación, que puede hacerse mediante luchas o mediante vanagloria, y esto no impide la bendición de Dios para las almas, porque Cristo debe ser magnificado; pero la otra manera es la de su poder vivo manifestado en el servicio. Y a esto se refiere el apóstol cuando dice: Dios «por medio de nosotros manifiesta el olor de su conocimiento en todo lugar. Porque para Dios somos el grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que se pierden; para estos, olor de muerte para muerte; para los otros, olor de vida para vida» (2 Cor. 2:14-16). El siervo elegido de Jehová era, a los ojos de los hombres, alguien sin forma ni belleza, alguien en quien no había nada que lo hiciera deseable (Is. 53). Sin embargo, siempre era un aroma agradable para Dios. Si el hombre lo despreciaba, eso solo demostraba la justicia del juicio de Dios hacia el hombre; y donde había fe, allí «la sabiduría fue justificada por las obras de ella» (Mat. 11:19). Los apóstoles, verdaderos siervos del Señor, eran “los insensatos, los débiles, los despreciados ha escogido Dios” (vean 1 Cor. 1:27-28). Sin embargo, como tales, siempre triunfaron, como su Maestro, de quien se dice, como despreciado de los hombres: «Por tanto, yo le daré parte con los grandes, y con los fuertes repartirá despojos» (Is. 53:12). Y así era como el apóstol miraba a su Maestro. «Pues, aunque fue crucificado en debilidad, sin embargo, ahora vive por el poder de Dios. Porque nosotros también somos débiles en él, pero viviremos con él, en virtud del poder de Dios para con nosotros» (2 Cor. 13:4). Su triunfo mismo en Cristo era su humillación personal a los ojos de los hombres; sabía que, en la medida en que Pablo estaba oculto, Cristo se manifestaría. Y por dolorosa que fuera la disciplina necesaria, podía decir: «Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo. Por lo cual me complazco en las debilidades, insultos, necesidades, persecuciones y aflicciones por Cristo; porque cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor. 12:9-10).

19 - El ministerio de gloria que atrae y da, por gracia, una energía que no se cansa

Al hablar de los corintios como su mejor carta de recomendación, se ve llevado a oponer el ministerio del Nuevo Testamento (nuevo pacto) al del Antiguo Testamento (antiguo pacto), y sus diferentes glorias. Moisés, como siervo de uno, manifestaba la gloria del Antiguo o de la letra, en su carácter repulsivo y oscuro; pero Pablo, como siervo del otro, tenía que manifestar su gloria atractiva, no solo en su testimonio, sino también en su servicio. Cada ministerio tenía el efecto de asimilar a su siervo a su propio carácter. Y mientras que el apóstol declara que es parte de todos tener comunión con esta gloria (2 Cor. 3:18), él mismo y sus compañeros de trabajo, gracias a este conocimiento, se veían impedidos de desfallecer. «Por lo cual, teniendo nosotros este ministerio, según la misericordia que se nos otorgó, no desfallecemos» (2 Cor. 4:1). Había motivos para desmayar: toda energía humana habría cedido bajo la presión; pero el carácter del ministerio, “vida y justicia”, y “habiendo obtenido misericordia”, le impedían desmayar. Por su autoridad oficial, podría haber castigado, pero entonces el siervo habría sido perdido de vista en el apóstol; y aunque esto lo colocaba en una posición tan baja, así podía cumplir el ministerio que su situación exigía. ¡Qué gracia saber que, por muy humildes y degradados que sean los santos, el ministerio del Nuevo Testamento puede alcanzarlos y levantarlos! Pero esto debe hacerse mediante la manifestación de la verdad, dejando a un lado al hombre para mostrar que solo Dios es suficiente. El mero ejercicio de la autoridad apostólica podría haber tendido a oscurecer el resplandor de la gloria de esta gracia; pero cuando tal ministerio era recomendado por la conducta de aquellos que manifestaban ellos mismos su gloria, solo el poder directo de Satanás podía ocultarlo. Creo que lo que aquí se pone de relieve es el carácter del servicio, ya que esto se desprende suficientemente claro del contexto en 2 Corintios 4:5: «Porque no nos predicamos a nosotros mismos, sino a Cristo Jesús como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús».

20 - La muerte llevada en el cuerpo y el poder de resurrección. Un ministerio que obra para la vida

Todo lo que sigue caracteriza el servicio en su humillación de la carne. La gloria de Dios debe ponerse en un vaso de barro, para que se manifieste como suya y no como del vaso que la contiene. El vaso elegido debe sufrir por el nombre que lleva. ¿Es este el ministerio de la vida? ¿Cómo se manifestará? Al ver la muerte del hombre impresa en el que ejerce este ministerio. Lo que debían predicar y ejercer en su ministerio era la vida en Jesús, como única vida en Él; por eso «llevando siempre en el cuerpo por todas partes la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo» (2 Cor. 4:10). Porque nosotros, los que vivimos, estamos continuamente entregados a la muerte por amor de Jesús, etc. (4:11). De las palabras así que, «la muerte obra en nosotros, pero la vida en vosotros» (4:12) se desprende muy claramente que el apóstol habla aquí de lo que ha muerto para el hombre como hombre, es decir, todo lo que tiende a elevarlo en la estima de los demás, el poder de mandar que deriva de una inteligencia superior, la influencia del nacimiento, las ventajas de la educación: sobre todo ello estaba escrita la muerte. Y el siervo del Señor debía conocer la profunda prueba de renunciar a todas estas ventajas, para que la vida pudiera actuar en los demás. Cuánta experiencia tenía el apóstol como comentario práctico al servicio de la Palabra del Señor: “¡El hombre debe aborrecer su vida en este mundo!” (vean Lucas 14:26). Es la profunda penetración del alma en el poder de la resurrección lo que le hace familiar prácticamente con la muerte como hombre. Tenía el mismo espíritu de fe que Aquel a quien servía. La fe podía decir: «Creí, por eso hablé» (Sal. 116:10; 2 Cor. 4:13); «Estando afligido en gran manera. Dije en mi apresuramiento: Todo hombre es mentiroso» (Sal. 116:11). Sí, todos los hombres son mentirosos, son vanidad; y por eso era la fe en un Dios de resurrección lo que sostenía al apóstol en su muerte diaria. Pero mientras estaba así elevado por encima de la muerte, podía considerar todos sus sufrimientos como un servicio a la Iglesia, «porque todas las cosas son para vosotros» (2 Cor. 4:15); y esa era otra razón para no desmayar. El hombre exterior podía marchitarse, pero el hombre interior se renovaba de día en día por el poder de las cosas invisibles.

21 - Comprender la resurrección del cuerpo nos hace pacientes en las pruebas

La misma idea rectora atraviesa el capítulo 5 y continúa en el capítulo 6, como se indica claramente: «No dando en nada ocasión de tropiezo, para que el ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios» (2 Cor. 6:3-4). El capítulo 5 está relacionado con la predicación por las palabras «porque sabemos». La expresión «sabemos» es dogmática en el apóstol para designar el conocimiento propio del cristiano, y parece aplicarse generalmente al conocimiento práctico. Solo el creyente puede juzgar todas las cosas como procedentes de lo alto. «Sabemos que la Ley es espiritual» (Rom. 7:14), no podríamos saberlo si no fuéramos espirituales. «Sabemos que si nuestra casa terrenal, esta tienda de campaña, es destruida, tenemos», etc. No podríamos saberlo si nuestra alma no hubiera entrado en la resurrección como participante. Por lo tanto, no era una comprensión vaga, sino una comprensión muy clara de la resurrección del cuerpo lo que hacía al apóstol paciente en todas las pruebas, gimiendo por dentro y por fuera en un ardiente deseo de ser liberado.

22 - El siervo que camina a la luz del tribunal de Cristo

Había también otra cosa que entraba en juego en la cuestión del servicio, y era la comprensión solemne de la luz en la que todo sería juzgado, cuando se quitara el velo y apareciera Cristo. Su servicio tenía todo que ver con ese día, y, por lo tanto, no debía ser juzgado por la prudencia humana, sino por el Espíritu, que era el único que podía saber cuánto se debe temer al Señor (= el temor del Señor; 2 Cor. 5:10). Él anticipaba el juicio, y había sido manifestado a Dios, y también confiaba en sus conciencias. Así es como el apóstol utilizaba en su ministerio la solemne verdad de que todos debemos ser manifestados ante el tribunal de Cristo. Pero, además, la luz del día de la resurrección tenía un efecto tan poderoso en el alma del apóstol que a menudo parecía actuar de manera extravagante o incoherente; pero podía decir: «Porque si estamos locos, es para Dios; y si estamos cuerdos, es para vosotros. Porque el amor de Cristo nos apremia» (2 Cor. 5:13-14). Trabajaba como alguien que ya había muerto, y por lo tanto de una manera que superaba el entendimiento humano. No conocía a nadie según la carne, y no quería manifestarse según la carne. Todo era nuevo para él, y trabajaba como en una nueva creación.

23 - Reconciliado por Jesucristo, tenía el ministerio de la reconciliación

Más allá de todo esto, había otro principio muy poderoso que actuaba en el alma del apóstol, que era el de apegarse tan estrechamente a Dios en su servicio que no se desanimaba en medio de las mayores pruebas. «Y todas las cosas son de Dios» (2 Cor. 5:18). Fue Dios quien primero lo reconcilió consigo mismo por medio de Jesucristo, y luego le confió el ministerio de la reconciliación. Era el ministerio de la reconciliación, y quien lo desempeñaba no debía provocar repugnancia hacia un Dios que juzga, sino que debía suscitar atracción hacia el Dios que es misericordioso. Él se colocó en el camino de la gracia paciente de Dios, como Dios manifestado en Cristo. Fue la encarnación la que puso de relieve todo el esplendor del carácter divino, «lleno de gracia y de verdad» (Juan 1:14). Así se manifestó Él al mundo, pero el mundo no le conoció. Dios estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo mismo, no teniendo en cuenta sus ofensas (2 Cor. 5:19).

23.1. En la reconciliación, Dios ya no se manifiesta personalmente, sino en gracia

Pero ya no se manifiesta personalmente en el mundo de esta manera a los ojos de los hombres. El hombre ha rechazado esta manifestación de Dios, aunque intenta ocultar su vergüenza celebrando el día de la encarnación (como los judíos ocultaban el hecho de haber matado a los profetas construyéndoles tumbas). Pero Dios, aunque no está personalmente presente de esta manera, se manifiesta hoy en la misma gracia; ¿y dónde podemos verlo así? En el ministerio de la reconciliación: «y nos dio el ministerio de la reconciliación» (2 Cor. 5:18-19). Es en este ministerio donde aún vemos a Dios en el mundo; no juzgando, no ordenando, sino sirviendo a su miseria de la única manera que puede responder a la extrema necesidad del hombre, es decir, mediante el testimonio de la cruz y la resurrección de Jesús.

23.2. La reconciliación basada en la gracia. Cristo fue hecho pecado por nosotros

Cristo está ahora personalmente ausente; pero por su parte «¡Os rogamos por Cristo, reconciliaos con Dios!» (2 Cor. 5:20). Dios había extendido sus manos durante todo el día, por medio de su Hijo, hacia un pueblo desobediente y rebelde; pero después de que esto fue rechazado, lo hizo por medio de otras personas, sobre la base de una gracia más maravillosa. «¡Os rogamos por Cristo, reconciliaos con Dios! Al que no conoció pecado, por nosotros lo hizo pecado, para que nosotros llegásemos a ser justicia de Dios en él» (2 Cor. 5:21).

23.3. El peligro de recibir la gracia de Dios en vano

Pero no solo era un testimonio de la gracia de Dios, sino que Jesús mismo era la manifestación viva de ella. Si el testimonio era el de la abundante gracia de Dios en la cruz, los apóstoles estaban allí, como hombres crucificados, el desecho de todas las cosas, dando fuerza al testimonio por su conformidad con la humillación de Jesús que predicaban. Ahí está, creo, el sentido de 2 Corintios 6:1, no trabajar con Dios, sino trabajar con su propio testimonio, –en armonía con él–, para que, mientras su boca expresaba la verdad, ellos mismos fueran hallados caminando en la verdad. Y entonces podían pedir a los corintios que no recibieran en vano la gracia de Dios. Ella seguía allí, en toda su manifestación, capaz de satisfacer todas sus necesidades y de levantarlos de su estado abyecto. Aún era tiempo de aceptación: se lo recuerda, no sea que, cuando tomaran conciencia de su estado real, se sintieran abrumados por el descubrimiento de su mal. Su situación de comodidad no estaba fuera del alcance del ministerio de la reconciliación, y Dios se manifestaba en ella. Temía obstaculizar ese ministerio tan bendito: su propia llegada a Corinto con la vara (el bastón) podría haberlo obstaculizado, y por eso su conducta no se regía por lo que el hombre podía considerar bueno y conveniente, sino por la certeza del pensamiento de Cristo. «No dando en nada ocasión de tropiezo, para que el ministerio no sea vituperado; antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en aflicciones, en necesidades, en angustias… de mala fama y buena fama; como engañadores, pero veraces… como moribundos, y he aquí que vivimos» (2 Cor. 6:3-9).

24 - Las Epístolas a los Corintios muestran la obra de la gracia en el alma del apóstol al servicio de Dios

Creo firmemente que la idea principal de estos capítulos es el carácter del servicio, correspondiente al de la gracia dispensada. No se trata de presentar a la Iglesia las dispensaciones de Dios como en la Epístola a los Romanos, ni de revelarle su rica parte como en las Epístolas a los Efesios y a los Colosenses. No se trata de argumentar como en la Epístola a los Gálatas, sino de mostrar la obra de esta gracia y esta verdad en el alma del propio apóstol al servicio de Dios, de quien era testigo elegido. Como él mismo dice: «Pero ningún caso hago de mi vida, ni la tengo por valiosa, con tal que acabe mi carrera y el servicio que recibí del Señor Jesús: anunciar el Evangelio de la gracia de Dios» (Hec. 20:24).

25 - La prueba de que Cristo hablaba por medio del apóstol era que los corintios hacían el bien

Se podrían señalar muchas otras cosas en el mismo sentido desde el capítulo 10 hasta el final, pero me abstendré de seguir adelante con este interesante tema, salvo para presentar un rasgo del siervo que destaca especialmente en el último capítulo. En efecto, era una dura provocación pedir a Corinto una prueba de que Cristo hablaba en él, cuando ellos mismos eran la prueba evidente. Pero el siervo se contentaba con ser como había sido el propio Maestro, que a los ojos de los hombres era un gusano y no un hombre. «Pues, aunque fue crucificado en debilidad, sin embargo, ahora vive por el poder de Dios. Porque nosotros también somos débiles en él, pero viviremos con él, en virtud del poder de Dios para con nosotros» (2 Cor. 13:4). Era el poder de la resurrección lo que fortalecía al apóstol, y todo lo que podía hacer glorioso y poderoso al hombre le había sido quitado para manifestar que su poder venía de lo alto, y no del hombre. Pero a pesar de su debilidad exterior, el hecho de que creyeran era la prueba de su poder, porque era él quien les había anunciado a Cristo. Si tenían la prueba de que eran cristianos, entonces tenían la prueba de que Cristo hablaba en él. Esa era la prueba que satisfacía el alma del apóstol; pero si buscaban otras, él las tenía todas preparadas, pero no quería ser puesto a prueba. La mejor prueba para él era que no hicieran «nada malo», que podría haber exigido severidad; y prefería que, haciendo ellos el bien, él siguiera siendo acusado de haber hecho alarde de pretensiones infundadas, antes que justificarlas castigándolos (2 Cor. 13:7).

26 - El modelo de todo servicio verdadero: el siervo se esconde para que Cristo aparezca

He aquí el siervo que se esconde por completo para que solo Aquel a quien sirve pueda aparecer. ¿Podía la carne hacer eso? Por supuesto que no. Era un servicio en el Espíritu, en el Evangelio del Hijo, y por lo tanto el modelo de todo servicio verdadero. Y aunque, en cuanto a las pruebas externas, hoy no encontramos las mismas pruebas que en aquellos días, sin embargo, en todo lo que emana de la Iglesia, la situación es tan dolorosa que solo la más profunda renuncia a uno mismo y la más total humillación aceptada nos permitirán servir en ella, o elevarnos por encima de la dolorosa presión de las circunstancias actuales.

27 - La necesidad de perseverancia utilizando solo las armas poderosas de Dios

Es hora de despertar de nuestra comodidad en el servicio. El Señor y los tiempos exigen un servicio enérgico. Pero debe ser perseverante. «Todo lo soporto a causa de los escogidos» (2 Tim. 2:10), con una fidelidad sin concesiones, sin hacer uso de ninguna arma carnal, sino utilizando solo las que son poderosas por Dios. El siervo bien puede decir: «Y para estas cosas, ¿quién es suficiente?» (2 Cor. 2:16). Pero hay recursos para todo. El Señor seguirá bendiciendo el servicio fiel; y aunque este tenga poco éxito en el presente, ninguna obra en el Señor es jamás vana.

28 - Pablo, siervo modelo

Los rasgos del siervo modelo vistos en Pablo y especialmente en su relación con los corintios según la Segunda Epístola. Se humilla y se desvanece para que Cristo aparezca y Dios sea glorificado. El servicio es doloroso y con sufrimientos, pero el siervo busca producir resultados internos, no coacciones externas. –Lo que significa odiar la vida y llevar en el cuerpo la muerte de Jesús para que opere el poder de la resurrección.