7 - Hebreos 7
La Epístola a los Hebreos
En el último versículo del capítulo 6 se nos ha presentado al Señor Jesús bajo 2 caracteres. Primero, como Precursor; siendo su llegada al cielo el preliminar de la llegada allí de los hijos que Dios le ha dado. Segundo, como Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec, cuyo ministerio asegura la llegada segura de los hijos y la plenitud de su bendición. Este último versículo también ha completado la digresión que comenzó con Hebreos 5:11, y nos ha devuelto al punto exacto al que habíamos llegado en Hebreos 5:10.
Por consiguiente, en el versículo 1 del capítulo 7 reanudamos el flujo interrumpido del pensamiento, y todo el capítulo está ocupado con el contraste entre el sacerdocio de Cristo y el de Aarón. Se nos hace ver la inconmensurable superioridad de Cristo como sacerdote del orden de Melquisedec; y oímos al menos algunas de esas cosas, que eran difíciles de expresar a un pueblo que era sordo de oído. Nosotros, siendo gentiles, no podemos tener nuestras mentes tan llenas de las glorias descoloridas del sacerdocio aarónico, y por lo tanto no podemos encontrar el tema tan difícil.
En los 3 primeros versículos de nuestro capítulo se nos da un resumen muy gráfico de todo lo que se dice de Melquisedec en la última parte de Génesis 14. Aprendemos que se le presenta allí con el propósito de proporcionarnos un tipo del Hijo de Dios. Aprendemos que allí está le presentado con el propósito de mostrarnos un tipo del Hijo de Dios. Su mismo nombre tenía un significado, como sucede tan a menudo con los nombres bíblicos, e interpretado, significa Rey de justicia. Se le presenta como Rey de Salem, que interpretado significa Rey de Paz. En la era milenaria venidera el Señor Jesús se manifestará precisamente con ese doble carácter.
Además, en la historia del Antiguo Testamento, Melquisedec está introducido bruscamente; no se da ninguna genealogía, no se menciona su nacimiento, su muerte, ni el número de sus años, no se da ningún indicio de que surgiera otro para sucederle en su oficio sacerdotal. Esto es tanto más notable cuanto que el Génesis es exactamente el libro que nos proporciona precisamente esos detalles con respecto a los otros personajes sorprendentes que pasan por sus páginas. ¿Por qué entonces se omitieron estos detalles con respecto a Melquisedec? Simplemente para que fuera un tipo más exacto del Hijo de Dios. Creemos que este es el significado del tercer versículo, y no, como algunos han imaginado, que fuera una especie de personaje sobrenatural.
Teniendo entonces este resumen condensado en nuestras mentes, se nos pide en el versículo 4 que consideremos en detalle su grandeza en contraste con Aarón o incluso Abraham; y eso en primer lugar, como se muestra en relación con la ley en cuanto a los diezmos. Esto ocupa los versículos 4 al 10.
Aarón y sus descendientes, que salieron de la tribu de Leví, se mantenían con los diezmos que recibían del resto de los hijos de Israel. Sin embargo, el patriarca Abraham, de quien procedían Leví y Aarón y todos sus descendientes, pagó los diezmos a Melquisedec. Por lo tanto, se argumenta que Leví y Aarón, que de esta manera fueron reconocidos como superiores por el resto de Israel, ellos mismos reconocieron a Melquisedec como su superior, por Abraham su padre.
Y, además, Abraham, que pagó diezmos a Melquisedec, también recibió bendición de él; y se dice, «sin controversia, el menor es bendecido por el superior» (v. 7). Así que de esta manera también se establece la superioridad de Melquisedec sobre Abraham y sus descendientes. El punto aquí, recuérdese, no es que Melquisedec fuera un hombre más grande que Abraham en cuanto a su carácter, o que sabía más de Dios –en cuanto a eso no tenemos ninguna información, de una manera u otra–, sino simplemente que debe ser reconocido como sosteniendo de Dios una posición más alta; y en esa posición más alta u orden era típico de Cristo.
Los versículos 11 al 14 están ocupados con otro punto del argumento, basado en el hecho de que nuestro Señor surgió de Judá, y por lo tanto no tenía ningún vínculo con los sacerdotes de la orden de Aarón. Era un sacerdote completamente distinto y de un orden diferente. ¿Qué demostraba esto? Demostraba que el orden levítico no había alcanzado la perfección e indicaba que se había producido un cambio en todo el sistema de la Ley del que formaba parte el sacerdocio levítico. Encontraremos más detalles sobre ese cambio cuando leamos el próximo capítulo.
En los versículos 14 al 19 el argumento se ve reforzado por otra consideración. El sacerdocio de Aarón fue instituido en conexión con la Ley. El sacerdocio de Cristo se sostiene en el poder de la vida eterna. Aquí se habla de la Ley como «la ley de un mandamiento carnal», ya que todos sus mandamientos estaban dirigidos a frenar y suprimir las malas tendencias de la carne, o a sacar de ella el bien que agrada a Dios. Pero entonces, como se nos dice en la Epístola a los Romanos, la carne no está sometida a la Ley de Dios, y en ella no mora el bien.
De ahí que el mandamiento anterior a Cristo haya sido dejado de lado, como nos informa el versículo 18. Aunque en sí mismo era santo, justo y bueno, se hizo débil e inútil a causa de la naturaleza mala e imposible de la carne con la que tenía que tratar. El versículo 18 no significa ni por un momento que las santas exigencias de Dios hayan disminuido, o que hayan sido dejadas de lado para que ahora los hombres puedan actuar como les plazca. Pero sí significa que todo el sistema de la Ley ha sido dejado de lado en favor de algo mucho más elevado y mejor.
Para que esto se vea claramente, citamos el pasaje tal como se traduce: «Porque hay abrogación del mandamiento anterior, a causa de su debilidad e inutilidad (porque la ley no perfeccionó nada), y la introducción de una mejor esperanza, mediante la cual nos acercamos a Dios». Como en Hebreos 6, así aquí, el cristianismo está descrito como «una esperanza». Solo que es «una esperanza mejor». Cuando Israel entró en la tierra prometida, lo hizo como un anticipo de cosas mejores y más grandes que vendrían con el advenimiento de su Mesías. Nosotros los cristianos hemos entrado en cosas buenas de tipo espiritual. Tenemos el perdón de los pecados, la vida eterna y el don del Espíritu; sin embargo, no son más que anticipos de la plenitud de la bendición celestial que está por venir. Se ha introducido una esperanza mejor, y por medio de esa esperanza –puesto que se centra en Cristo, que como Sumo Sacerdote ha entrado por nosotros dentro del velo– nos acercamos a Dios, en lugar de ser mantenidos a distancia como era el caso del santo más eminente bajo la Ley. Este pensamiento se verá muy ampliado cuando lleguemos al capítulo 10.
La Ley, como se nos recuerda aquí, no hizo nada perfecto. Dios no se dio a conocer perfectamente en relación con ella, ni se cumplió perfectamente la redención, ni se perfeccionó la conciencia de los creyentes. Entró por el camino como una medida provisional, llenando el tiempo hasta que Cristo viniera. Ahora, una vez que Cristo ha venido, es reemplazada por algo que la supera con creces, tanto en la norma que establece como en lo que da y realiza.
En los versículos 20 al 22 vamos un paso más allá. Nuestra atención se dirige al hecho de que el Señor Jesús fue instituido Sacerdote para siempre por el juramento de Dios. No hubo una palabra tan impresionante y solemne cuando Aarón fue instituido en el oficio sacerdotal. Esto indica que hay una mejor alianza, o pacto, conectado con Jesús. Además, él está relacionado con ese pacto de una manera que ni Moisés ni Aarón lo estuvieron nunca con el antiguo pacto. Él se ha convertido en la garantía de este, es decir, ha aceptado toda la responsabilidad con respecto a él, se ha convertido en fianza por él, de modo que, si algo saliera mal, el costo recaería sobre él. Esto es, por supuesto, una garantía total de que nada saldrá mal por la eternidad. Todo lo que se establezca en relación con el nuevo pacto permanecerá.
En los versículos 23 y 24 se nos presenta otro contraste. Aarón y sus descendientes ejercieron su oficio uno tras otro y murieron. El Señor Jesús permanece para siempre y, en consecuencia, su sacerdocio es inmutable (non intercambiable), es decir, nunca tiene que ser transmitido a otro. El feliz resultado que se deriva de esto se expone en el versículo 25. Aquellos que se valen de sus servicios sacerdotales, acercándose a Dios por medio de él, son salvos «completamente», porque él siempre vive para interceder por ellos. La salvación de la que aquí se habla es esa salvación diaria y momentánea de todo poder adverso, que todo creyente necesita durante todo el camino a la gloria.
Este versículo se cita a menudo para mostrar que el Señor es capaz de salvar al peor de los pecadores. Eso es felizmente cierto, y el versículo que lo afirma es 1 Timoteo 1:15. Si esa hubiera sido la significación aquí, nuestro versículo sin duda habría terminado, “habiendo muerto por ellos, y resucitado”. Pero la palabra es, «viviendo siempre para interceder por ellos». Por lo tanto, la salvación es la que fluye hacia nosotros por su vida de ininterrumpida intercesión sacerdotal.
Supongamos que un judío afligido se hubiera dirigido al sumo sacerdote de su tiempo en busca de esa compasión y ayuda que debería estar dispuesto a darle, según Hebreos 5:2. Tal vez lo encuentre un hombre de lo más amable y servicial. Pero al ir un poco más tarde, justo cuando ha llegado la crisis de su caso, se entera de que ¡ese mismo día ha muerto! Es fácil imaginar la angustia del judío. Otro hombre que no sabe nada de su caso, y posiblemente de una disposición totalmente diferente, se convierte en sumo sacerdote. No había salvación hasta el extremo para él en el sumo sacerdote anterior, y si ahora obtiene alguna salvación, solo puede obtenerla comenzando de nuevo con el hombre nuevo. Gracias a Dios, ninguna experiencia parecida a esta puede ocurrirnos jamás. Nuestro Sumo Sacerdote vive eternamente.
No dejemos el versículo 25 sin notar que en él se describe a los creyentes como aquellos «que se acercan a Dios por medio de él». Es un pensamiento muy destacado en esta Epístola que el cristiano tiene audacia y libertad para acercarse a Dios, mientras que en la dispensación anterior estaba prohibido todo acceso verdadero a Dios. Estas palabras también indican que el gran objetivo de todo el servicio sacerdotal de Cristo es llevarnos a Dios y mantenernos allí. Por un lado, no hay acceso a Dios sino por Él. Por otro lado, todo su servicio compasivo en nuestro favor, compadeciéndonos, socorriéndonos, salvándonos, es un medio para un fin. El fin es este: que así, elevados por encima de las cosas que de otro modo nos abrumarían, podamos estar mantenidos en la presencia de Dios.
Los 3 últimos versículos de nuestro capítulo parecen remachar todo el argumento y resumir la situación, y encontramos que todo depende de la grandeza de Aquel que es nuestro Sumo Sacerdote.
¡Qué declaración tan extraordinaria se hace en el versículo 26! Ciertamente tendríamos que haberla invertido, y haber afirmado que viendo que nuestro Sumo Sacerdote era tan maravilloso, un pueblo más bien notable era adecuado para él. Pero no, la declaración aquí es que un Sumo Sacerdote de este notable carácter era adecuado para nosotros. Tal como el Espíritu Santo ve las cosas, los muchos hijos que son llevados a la gloria, la compañía cristiana, tienen un carácter tal que no menos que este Sumo Sacerdote les conviene.
El carácter de nuestro Sumo Sacerdote nos está presentado bajo 7 aspectos, y cada uno de ellos nos ofrece un punto de contraste con los sacerdotes de antaño. Los 3 primeros elementos, santo, inocente, sin mancha, no presentan ninguna dificultad. Es obvio que ninguna de estas 3 cosas caracterizaba de manera absoluta a ningún sacerdote de la raza de Aarón.
La cuarta es: «Separado de los pecadores» (v. 26). Se refiere no solo al hecho de que siempre estuvo totalmente separado para Dios en su espíritu y en sus caminos, incluso mientras comía y bebía con publicanos y pecadores, sino al hecho de que ahora en la resurrección está completamente separado de toda la escena en la que se mueven los pecadores. «En cuanto murió, murió al pecado una vez por todas; pero en cuanto vive, vive para Dios» (Rom. 6:10). Podemos citar también las propias palabras del Señor en Juan 17:19: «Por ellos me santifico a mí mismo, para que ellos también sean santificados en la verdad». La raíz del significado de «santificar» es apartar, y el Señor estaba aludiendo al lugar que estaba a punto de ocupar en la resurrección y en la gloria. En nuestro versículo, el pensamiento de su gloria viene en el quinto punto que lo cierra, «elevado por encima de los cielos». Nuestro Sumo Sacerdote no es simplemente un hombre resucitado, sino exaltado por encima de todo. Los cielos y todo lo que contienen están bajo sus pies. Si consideramos solamente estos 5 puntos, podemos ver que ningún sumo sacerdote constituido bajo la Ley es digno de mención fuera de Él.
Pero hay más. Un sexto contraste llena el versículo 27. Ellos ofrecían sacrificios diarios, no solo por los pecados del pueblo, sino también por sus propios pecados. Él ofreció un sacrificio, y lo ofreció una vez para siempre. En verdad era por el pueblo, pero no era por él mismo. Era «Él mismo», en lugar de ser para él mismo. Él era tanto el sacrificio como el oferente. Aquí tenemos la gran verdad aludida, que encontraremos ampliada en todos sus gloriosos detalles cuando lleguemos a Hebreos 9 y 10.
En séptimo y último lugar, viene el contraste entre las personas que tenían el oficio sacerdotal bajo la Ley, y la Persona que es nuestro Sumo Sacerdote hoy. Ellos eran hombres justos, con las debilidades usuales de los hombres. Él es el Hijo mismo. Este es, por supuesto, el hecho fundamental sobre el que se asienta todo. Quien es él lo resuelve todo. Conlleva todos los contrastes en los que se ha insistido en este capítulo. Detengámonos en ello: Él es el Hijo, que está consagrado para siempre.
La palabra «hecho perfecto», como mostrará el margen de una Biblia de referencia. Aquí volvemos a tener la palabra «perfecto», que ya teníamos en Hebreos 5:9. Allí se afirmaba que todo su curso de pruebas y obediencia en la tierra, habiendo sido llevado a término en la muerte y resurrección, se convirtió en el Autor de la salvación eterna. Aquí encontramos que de la misma manera llegó a ser Sumo Sacerdote. El Hijo estaba eternamente con el Padre. Era Creador y Sustentador de todas las cosas. Pero no fue entonces cuando asumió este cargo. Fue cuando se hizo Hombre, probó todas las penas posibles, soportó todas las pruebas posibles, sufrió la muerte y alcanzó la perfección en su gloria resucitada, que fue constituido Sumo Sacerdote por el juramento de Dios.
Ahora meditemos en estas cosas, dándoles tiempo para que penetren en la mente y el corazón, y seguramente nos llenaremos de confianza en su capacidad de salvar hasta lo sumo, y nuestros corazones se llenarán de alabanza y de acciones de gracias a Dios.