1 - Hebreos 1
Epístola a los Hebreos
La Epístola empieza de la manera más majestuosa. Hebreos es el único libro de la Biblia que comienza con la palabra Dios. De inmediato nos encontramos cara a cara con el tremendo hecho de que Dios, que había hablado a los padres de Israel por profetas en días anteriores, ahora había hablado en plenitud divina y con finalidad en su Hijo. Notemos de paso que este primer versículo atestigua que la Epístola es a los hebreos, pues la expresión «los padres» no tendría significado para un gentil.
Siendo Dios el Dios vivo, es de esperar que hable. Antes de que llegara el pecado, hablaba libremente a Adán, cara a cara; después solo se dirigió a hombres escogidos, que se convirtieron así en sus portavoces. Los profetas tenían que hablar solo lo que él les daba, y a menudo pronunciaban palabras cuyo pleno significado les estaba oculto, como se nos dice en 1 Pedro 1:10-12. Cuando el Señor Jesús vino para llevar a cabo la redención, Dios dijo todo lo que pensaba. No habló meramente por él como su portavoz, sino en él. La distinción no se hace en nuestra versión autorizada (inglesa), pero debería hacerse, porque la preposición en griego en el versículo 2 es «en» como lo indica la versión JND en inglés. Es una distinción importante, porque preserva a la vez el carácter único de nuestro Señor. Cuando el Hijo hablaba, era Dios quien hablaba, por la sencilla razón de que el Hijo era Dios.
Habiendo mencionado al Hijo, el Espíritu Santo procede a desplegar su gloria, no solo la que le corresponde esencialmente como Dios y Creador, sino también la que le corresponde por razón de su obra redentora. Esto conduce a una larga, pero muy necesaria digresión, que dura hasta el final del capítulo; tanto que todos estos versículos podrían colocarse entre paréntesis. Deberíamos entonces leer directamente desde la palabra «Hijo» hasta el comienzo del capítulo 2 y encontrar el sentido completo. «Dios… nos ha… hablado en [el] Hijo… por lo que debemos prestar más atención». De hecho, no es sino hasta que llegamos al versículo 3 del capítulo 2 que descubrimos cuál es la intención principal y el tema de esta comunicación divina. Fue «una salvación tan grande. La cual fue anunciada al principio por el Señor». Cuando Dios formuló sus exigencias a los hombres, fue suficiente que los ángeles le sirvieran, y que un hombre como Moisés fuera su portavoz. Ahora que su gran salvación es el tema, el Hijo mismo esta presentado y habla.
Sin embargo, el tema inmediato del capítulo 1, es la gloria única del Hijo. Inmediatamente que se le menciona, nuestros pensamientos se dirigen hacia el momento en que su gloria se manifestará plenamente, y luego hacia el momento en que apareció por primera vez, en lo que se refiere a todos los seres creados. Por una parte, él es el Heredero no solo del trono de David, sino de «todo», y esta expresión abarca las cosas en los cielos y no solo las cosas en la tierra. Por otra parte, cuando los mundos fueron creados, él fue su Creador. Dios creó ciertamente, como se nos dice en Génesis 1:1, pero cuando se distinguen las Personas, como en esta Escritura, la creación no se atribuye al Padre sino al Hijo. El Hijo –a quien conocemos como nuestro bendito Señor Jesús– fue el poderoso Actor en aquellas escenas creadoras de inconcebible esplendor.
El versículo 3 nos presenta 3 grandes cosas sobre él. En primer lugar, tenemos lo que él es, como el resplandor de la gloria de Dios y la expresión exacta de todo lo que Dios es. En segundo lugar, se nos dice lo que él ha hecho. Por sí mismo ha hecho la obra que purga los pecados. Cómo lo hizo no se nos dice por el momento, pero sabemos que fue por la muerte de cruz. En tercer lugar, se nos dice dónde está. Ha tomado su asiento a la diestra de la Majestad en los cielos; es decir, está sentado en el lugar del poder supremo, desde donde todo será administrado a su debido tiempo. ¡Cuán maravillosamente van juntas estas 3 cosas! La eficacia de la obra que él hizo dependía del hecho de quién y qué era él; mientras que la prueba y demostración de la eficacia de su obra se encuentra en dónde está él, en el hecho de que está sentado en el lugar del poder supremo. Si algún creyente en Jesús todavía está plagado de dudas y recelos en cuanto a si sus pecados están real y efectivamente quitados, que mire por fe a ese lugar en lo alto donde Jesús está sentado, y no dude más.
En el versículo 3 también encontramos el maravilloso hecho de que el Hijo es el Sustentador de todas las cosas. El versículo anterior lo ha presentado ante nosotros como el Creador de todo, y como Aquel que heredará todas las cosas, ahora descubrimos que todas las cosas están sostenidas y unidas por la palabra de su poder. A veces podemos hablar de las leyes del universo. Podemos observar el funcionamiento de la ley de la gravitación, aunque desconocemos el verdadero por qué y para qué. Puede que incluso, antes de mucho tiempo, tengamos que escuchar a la voluble “ciencia” alterar o anular todo lo que había afirmado anteriormente en cuanto a estas leyes. Pues bien, ¡que así sea! Sabemos que la ley del universo es la palabra de su poder, y esto es todo lo que realmente importa. Cualquiera ley que podamos observar, o pensar observar, es muy secundaria, y si los líderes de la especulación científica repentinamente revirtieran sus pronunciamientos, no nos moveremos ni un pelo.
Resumamos esto brevemente. El Hijo es el Creador, el Sustentador y el Heredero de todas las cosas. Es además la expresión exacta de todo lo que Dios es; siendo Dios mismo, y siendo esa expresión exacta, ha venido para ser el Portavoz divino, por un lado, y el Redentor por el otro. Si solo hubiera hablado, todos nos habríamos aterrorizado; pero como ha hecho la purificación por los pecados, además de hablar, podemos recibir con gozo la revelación que ha hecho.
En el versículo 4 se le contrasta con los ángeles, y este contraste no se menciona simplemente y luego se descarta; el tema se elabora con considerable extensión, y continúa hasta el final del capítulo. Se trata definitivamente de un contraste. Al decir esto, estamos señalando uno de los rasgos característicos de esta Epístola. A medida que avancemos encontraremos continuas referencias al antiguo orden de cosas, establecido cuando la Ley fue dada por Moisés. Estas cosas antiguas y materiales tenían una cierta semejanza con las cosas nuevas y espirituales establecidas e introducidas por el Señor Jesús, y por lo tanto estaban diseñadas para actuar como patrones o tipos. Sin embargo, cuando estos tipos se ponen al lado de las realidades que tipificaban, se ve un inmenso contraste. Como los cielos están por encima de la tierra, así el antitipo supera al tipo. En nuestra Epístola, la semejanza se da por supuesta, y lo que se subraya es el contraste.
Cabe preguntarse, sin embargo: ¿Por qué se elabora tanto el contraste con los ángeles y se prolonga hasta el capítulo siguiente? ¿Qué sentido tiene? Todos los judíos sabían que los ángeles desempeñaron un papel muy importante en la entrega de la Ley por Moisés, aunque en el Éxodo se habla muy poco de ellos. Las palabras de Esteban, registradas en Hechos 7:53, nos lo dicen, así como el versículo 2 de nuestro segundo capítulo. Este despliegue de poder angélico dio una sanción muy poderosa a Moisés y a la Ley que les trajo, en las mentes del pueblo. Y ahora aparece entre los hombres el portavoz divino, aunque para ellos no es más que Jesús de Nazaret, un hombre humilde y despreciado. No hay ninguna belleza en él para que lo deseen a él o a sus palabras, ni hay ningún despliegue de ángeles que lo acredite. Por lo tanto, era de la mayor importancia insistir en la verdadera gloria de su persona como inconmensurablemente superior a todos los ángeles. Si hubiera estado visiblemente visto por 10.000 veces 10.000, eso no le habría añadido nada.
En el versículo 4 se dicen 2 cosas. Primero, él tiene un nombre más excelente que los ángeles por herencia; segundo, él ha sido hecho superior que ellos. Las palabras: «Hecho superior», también pueden traducirse: “Habiendo llegado a ser”, o, “Tomando un lugar”. La primera, se refiere a su superioridad debido a su gloria divina; la segunda, al lugar que ahora ocupa en su humanidad, como el Consumador (o Realizador) de la redención. Y observen que su superioridad es igualmente pronunciada en ambos, como lo evidencian estas pequeñas palabras en la oración: «Cuanto ha heredado». Vuelvan a leer el versículo y compruébenlo.
Estos hechos, tal como se exponen en el versículo 4, están apoyados y probados por una notable serie de citas del Antiguo Testamento, que se extienden desde el versículo 5 hasta el final del capítulo. Fijémonos en cómo discurre el argumento.
Los versículos 5 y 6 contienen 3 citas que dan los pronunciamientos de Dios al presentar al Señor Jesús a los hombres. Apoyan definitivamente lo que se dice en el versículo 4, especialmente la afirmación de que es superior a los ángeles por herencia.
En el versículo 7 tenemos una cita que establece claramente la naturaleza de los ángeles y la razón por la que existen. Son espíritus por naturaleza y existen como ministros al servicio de la voluntad divina. Esto contrasta con lo que precede y también con lo que sigue.
En los versículos 8 al 12 tenemos 2 citas en las que Dios se dirige a Cristo, y en ambas se dirige a él como Hombre y, sin embargo, se le saluda como Dios y como Creador.
En el versículo 13 viene la cita que da el decreto que lo ha exaltado a la diestra de la Majestad en las alturas, y esto, se nos asegura, es algo que nunca se dijo a los ángeles. No son más que espíritus que se complacen en servir, según la voluntad divina, a criaturas tan humildes como las que en otro tiempo fueron pecadores caídos, pero que serán herederos de la salvación. Todo esto, y particularmente los versículos 9 y 13, nos muestran que él es más excelente que los ángeles, por cuanto ha ocupado un lugar mucho más elevado que el de ellos.
En estos versículos hay en total 7 citas del Antiguo Testamento: una relativa a los ángeles y 6 a Cristo. Estas últimas proceden de los Salmos 2:7; 7:14; 97:7; 45:6-7; 102:25-27; 110:1; y cada una merece ser estudiada por separado.
La primera, es profundamente interesante, pues muestra que, incluso como Hombre nacido en el tiempo, él es el Hijo de Dios. Estas palabras del Salmo 2 anticipan el nacimiento virginal, y su cumplimiento está anunciado en Lucas 1:35. Podemos decir que nos dan la declaración de Dios a Cristo en su encarnación.
La segunda, es notable porque muestra cómo el Espíritu Santo siempre tiene a Cristo en mente. Leyendo a Samuel podríamos pensar que las palabras solo se referían a Salomón. Inmediatamente, Salomón estaba en el punto de mira, como muestran las palabras que siguen a las citadas; pero en última instancia, Cristo era el epicentro en el que convergían.
La tercera, nos da el decreto concerniente a Cristo en el momento de su reintroducción en el mundo en poder y gloria; no su primera venida, sino su segunda. Leemos el Salmo y el «él» es claramente Jehová. Leemos Hebreos y el «él» es claramente Cristo. ¿Qué nos enseña esto? Notemos también que el término «dioses» puede usarse para referirse a cualquiera que represente a Dios, ya sean ángeles, como aquí, u hombres, como en el Salmo 82:6, –el pasaje que el Señor Jesús citó en Juan 10:34.
La cuarta, es lo que Dios dice al Hijo en la apertura del reino milenario. Él es un hombre, pues Dios es su Dios; sin embargo, se dirige a él como Dios. Como hombre tiene sus semejantes o compañeros, pero posee un gozo que está por encima de ellos, y ¡cuánto nos alegramos de que así sea!
La quinta, nos da la palabra divina dirigida a él en los momentos de su más profunda humillación y dolor –casi podríamos decir, en el jardín de Getsemaní. Aquel que está siendo cortado en medio de sus días es declarado el poderoso Creador, que finalmente consumirá o cambiará todo lo que necesite ser cambiado en la creación, y sin embargo él mismo permanecerá eternamente el mismo.
La sexta, vuelve nuestros pensamientos a Cristo como el resucitado y nos da la expresión de Dios a él cuando ascendió a los cielos. Así somos conducidos al lugar donde está Cristo; y estamos preparados para verlo allí y para aprender el significado de su sesión en la gloria cuando lleguemos a Hebreos 2.
Todo este maravilloso despliegue de la excelencia de nuestro bendito Salvador es para que quedemos impresionados con la grandeza de Aquel en quien Dios nos ha hablado. Él es, como dice Hebreos 3:1: «El apóstol… de nuestra confesión». Un apóstol es un “enviado”, alguien que sale de Dios hacia nosotros, trayendo el mensaje divino. Nuestro Señor Jesús ha salido así, trayéndonos la revelación divina completa; solo él mismo es Dios. Este hecho eleva de inmediato todo lo que él nos ha dicho a un plano muy por encima de todo lo anterior. Los profetas de la antigüedad estaban plenamente inspirados por Dios y, en consecuencia, todo lo que decían era fiable y se cumplía, pero nunca pudieron transmitirnos la revelación que tenemos en Cristo.
Los hebreos fueron llevados a la maravillosa luz de esa revelación. Y nosotros también, ¡gracias a Dios!