Inédito Nuevo

2 - Hebreos 2

Epístola a los Hebreos


Visto que Dios se ha dirigido a nosotros en Cristo, que es muy superior, no solo a Moisés, sino también a aquellos ángeles por cuyas manos Moisés recibió la Ley, debemos prestar más abundante atención a todo lo que él ha dicho. Con esto se abre el segundo capítulo, y es imposible eludir su fuerza solemne. La Palabra de Dios hablada por medio de los ángeles no era en modo alguno cosa con la que se pudiera jugar, como descubrió Israel antes de haber ido muy lejos en su viaje por el desierto; ¿qué se dirá entonces de la Palabra que nos ha llegado ahora en y por medio del Hijo de Dios?

Una mejor interpretación del primer versículo es quizás: «No sea que nos vayamos a la deriva». Dejar escapar las cosas oídas significaría olvido, pero apartarse uno mismo de ellas podría significar incluso apostasía. Así también en el versículo 3 la palabra «despreciar» conlleva el pensamiento de no preocuparse por la gran salvación de Dios cuando estaban dentro de la compañía cristiana como habiendo profesado la fe, y no simplemente descuidar el Evangelio cuando les era predicado. En estas palabras tenemos, pues, la primera de las solemnes advertencias contra la apostasía que encontramos repetidas a lo largo de la Epístola; pero siendo así, el uso común de estas palabras en conexión con el Evangelio está plenamente justificado. Si el maestro en el cristianismo que descuida la gran salvación de ningún modo escapará, menos aún escaparán quienes no le presten atención cuando la oigan.

Sin embargo, el punto en los versículos 2 y 3 es que es más grave jugar con la salvación de Dios que transgredir su Ley, porque no hay mayor pecado que el de despreciar la gracia de Dios. Antiguamente Moisés había sido el enviado, y había recibido el encargo de anunciar a sus hermanos la salvación fuera de Egipto, y luego, por medio de Moisés, esa salvación se había llevado a cabo debidamente. La grandeza de nuestra salvación puede verse en el hecho de que Aquel que la ha anunciado es el Señor, cuya gloria ha sido expuesta ante nosotros en Hebreos 1, y por el hecho de que los apóstoles, que confirmaron su mensaje después de su exaltación a los cielos, fueron ellos mismos acreditados por amplias muestras del poder divino en la energía del Espíritu Santo que les había sido dado. Más adelante encontraremos que no solo el Señor Jesús actuó como apóstol al anunciar la gran salvación, sino que todo se lleva a cabo por medio de él como Fiador, Mediador y Sacrificio.

En nuestro capítulo encontraremos que es su sacerdocio lo que se enfatiza. En el presente se va a establecer un nuevo orden de cosas, del que se habla en el versículo 5 como «el mundo habitado por venir». Todo judío esperaba que ese nuevo orden fuera introducido por el advenimiento del Mesías. Ahora bien, en ese mundo venidero los ángeles no serán la autoridad suprema, aunque tendrán ciertos servicios que prestar en él, como lo demuestran otras Escrituras. Están en su totalidad sometidos a Cristo como Hijo del hombre, tal como lo había predicho el Salmo 8, y cuando el Señor asuma su gran autoridad «será sacerdote sobre su trono» (Zac. 6:13, LBLA).

La cita del Salmo 8, abarca no solo el versículo 7, sino también la primera frase del versículo 8. En el resto del versículo 8 y en el versículo 9 tenemos una explicación inspirada de cómo se aplica el salmo en el momento presente. La cita comienza en el punto en que David, tras haber contemplado las maravillas del universo, se pregunta cuánto vale el hombre. Utilizó una palabra hebrea que tiene el sentido de «hombre frágil» u «hombre mortal». Pues bien, ¿cuánto vale? Evidentemente no vale nada. ¿Qué se dirá entonces del Hijo del hombre? Ahora tenemos una historia muy diferente. Incluso en el salmo David cambió la palabra por hombre, y escribió «el Hijo del hombre [Adán]»; y esto sabemos que era nuestro Señor, como se ve en Lucas 3:38. Él lo vale todo. Aunque una vez fue hecho un poco menos que los ángeles, será coronado de esplendor y establecido en dominio absoluto, con todas las cosas bajo sus pies.

Es muy notable que la cita se detiene justo en el punto donde, en el salmo, se añaden palabras que parecen limitar el «todo» puesto bajo sus pies a todas las cosas en la tierra y en el mar. La visión veterotestamentaria de las cosas no iba por el momento más allá de eso. En nuestro capítulo, sin embargo, en el momento en que pasamos de la cita a la explicación, se nos presenta una gama mucho más amplia de cosas. Se nos asegura que a la pequeña palabra «todo» se le debe dar todo su valor, sin la menor sombra de calificación. Si buscamos en el universo, no encontraremos nada que no esté sometido a él. En ese mundo venidero, el hombre, en la persona del Hijo del hombre, será absolutamente supremo.

Este es un hecho sumamente maravilloso y glorioso, y nos ilustra cómo Dios siempre ve el fin desde el principio, y nunca es derrotado ni desviado de su propósito en nada en lo que pone su mano. Dios nunca hizo a los ángeles para gobernar: los hizo para servir. La única criatura, de la que tenemos conocimiento, que fue hecha para gobernar fue el hombre. Solo del hombre se dijo: «Hagamos… y señoree… Y Dios creó al hombre» (Gén. 1:26-27). El hombre cayó; dejó de gobernar a la creación inferior en un sentido propio; de hecho, dejó de gobernarse a sí mismo. ¿Qué ocurrió entonces? ¿Ha fracasado el propósito de Dios? No solo no ha fracasado, sino que, cuando el Hijo del hombre aparezca en su gloria, el propósito divino será visto establecido, con una plenitud y una gloria superiores a cuando Adán fue creado, por nadie excepto por Dios mismo. En lugar de fracasar, Dios ha triunfado gloriosamente.

Algunos se dirán: “Puede ser, pero en este momento no hay signos muy evidentes de ello en el mundo”. Así es. Todavía no vemos todas las cosas sometidas a Cristo. Incluso aquellos que profesan ser sus seguidores muestran muy pocas señales de estar realmente sometidos a él. El hecho es que estamos viviendo en un tiempo durante el cual hay muy poco que ver, a menos que poseamos esa clase de vista telescópica que da la fe.

La fe es la que ve. Esto lo veremos elaborado cuando lleguemos a Hebreos 11, especialmente en los versículos 8 al 22, y en el versículo 27. Estos grandes hombres de la antigüedad penetraron por la fe

en el mundo invisible, pero nunca vieron lo que brilla ante nosotros, si realmente poseemos la aguda visión de la fe. Vemos a Jesús, una vez humillado, coronado de gloria y honor en lo más alto del cielo. ¿Poseían los hebreos la vista telescópica de la fe, que penetra hasta Jesús coronado de gloria y hasta las cosas que están por encima del sol? ¿Lo hacemos? Si lo hacemos, no descuidaremos la gran salvación; no la abandonaremos ni caeremos en la apostasía. Mirando a Jesús correremos la carrera cristiana con la energía divinamente dada.

Pero ¿qué significa esta afirmación del salmo 8 de que el Hijo del hombre es «poco menor que los ángeles»? ¿No hemos leído en Hebreos 1 que él es «tanto superior a los ángeles»? Aquí hay una aparente contradicción.

Estos pasajes en los que las contradicciones verbales aparecen en la superficie nos hacen un buen servicio si nos hacen detenernos y pensar. Viéndolos en su contexto y meditándolos, descubrimos armonías y enseñanzas que de otro modo habríamos pasado por alto. Veamos cómo sucede en el caso que nos ocupa. En el capítulo 1 la Deidad de nuestro Señor es el gran punto, conectado con su apostolado. Sin embargo, se ha hecho hombre, de modo que Dios, es su Dios. Sin embargo, viendo que es Dios quien se ha hecho Hombre, él es necesariamente «hecho tanto superior a los ángeles».

En el capítulo 2 se hace hincapié en la humanidad del Señor Jesús. Se hizo Hombre con vistas al sufrimiento de la muerte. El hombre fue creado de tal manera –espíritu, alma y cuerpo– que podía morir, al separarse su parte espiritual del cuerpo. En este sentido, el hombre fue hecho un poco inferior a los ángeles. Ahora bien, el Hijo de Dios se ha convertido en Hijo del hombre en un sentido tan real que, como hombre, ha asumido la pena de muerte y ha muerto por los hombres. Desde este punto de vista ha sido hecho un poco inferior a los ángeles, porque los ángeles nunca mueren.

En estos maravillosos versículos una expresión se repite 6 veces: 3 veces en el versículo 8, 1 en el 9 y 2 en el 10. Es la palabra “para todo” o “todas las cosas”, y solo al final del versículo 9 se traduce de otra manera. El Señor Jesús ha probado la muerte por «todos» y no solo por los judíos. En el momento presente «todo» está sometido a él, y en el siglo venidero veremos que así será.

En el versículo 10 encontramos un segundo objetivo que se perseguía con los sufrimientos y la muerte de Cristo. No solo cumplió la propiciación por todos, sino que con ello se cualificó a sí mismo –si podemos decirlo así– para la posición que iba a ocupar según el propósito de Dios. Dios ha instituido una nueva peregrinación. Antiguamente se valió de Moisés y Josué para llevar a una nación de Egipto a Canaán. Ahora ha puesto su mano en la poderosa tarea de llevar a la gloria a muchos hijos recogidos de todas las naciones. No fracasará en esta gloriosa empresa porque, en primer lugar, Aquel que la ha iniciado tiene todas las cosas a su disposición y, en segundo lugar, Aquel a quien se le ha confiado como Líder es Cristo resucitado. Él pasó aquí por todos los sufrimientos posibles para tener pleno conocimiento experimental de todas las penas bajo las que se encuentran los que ahora son los hijos en camino hacia la gloria.

¿No es algo maravilloso que el Señor Jesús haya condescendido a convertirse en el Líder de nuestra salvación? Por maravilloso que sea, es un hecho. Habiendo muerto y resucitado, se ha colocado a la Cabeza de la gran familia redimida que está siendo reunida de entre las naciones y conducida a la gloria. Ellos son los santificados de los que habla el versículo 11, es decir, los apartados para Dios, pero él es el Santificador. Son apartados para Dios en virtud de su conexión con él.

Nuestra conexión con él es de un orden muy estrecho e íntimo, tanto que puede decirse del Santificador y del santificado que son «todos de uno». ¿De qué uno? Pues no se nos dice. Pero en la medida en que continúa diciendo, «por eso no se avergüenza de llamarlos hermanos», parecería que el pensamiento debe ser que él y ellos son de un mismo linaje, de una misma vida y naturaleza. Ahora ha llegado el día en que sabemos, según las propias palabras del Señor en Juan 14:20, que él está en el Padre, que nosotros estamos en él, y él en nosotros; como también el día en que, según Juan 17:19, él se ha apartado en el cielo para que nosotros seamos apartados por medio de la verdad.

En los versículos 12 y 13 se citan 3 Escrituras del Antiguo Testamento para mostrar cuán plenamente estamos identificados con él y él con nosotros, y también que este inmenso privilegio fue previsto, aunque no realizado, en los días anteriores a su advenimiento. El primero de los 3 es especialmente notable. Proviene de la última parte del Salmo 22, justo en el punto en que la profecía pasa de su muerte a su resurrección, y la palabra «congregación» se traduce por «Iglesia». La Iglesia (es decir, la ecclesia, los llamados) es aquello a lo que todos pertenecemos, y aquí se identifica definitivamente con los «muchos hijos» y los «santificados» de los versículos anteriores.

Pero si de esta manera maravillosa íbamos a ser identificados con él, era necesario primero que él en su gracia se identificara con nosotros en nuestra necesidad, y esto lo hizo en todo, aparte del pecado. No vino a salvar a los ángeles, sino a los hombres. Por consiguiente, no asumió la naturaleza de los ángeles, sino la de los hombres; y en particular, la de la descendencia de Abraham, pues, como sabemos, nuestro Señor surgió de Judá. La palabra usada aquí significa «asir», y se ha afirmado que se usa constantemente para “tomar a una persona para ayudarla”, aunque también en otros sentidos. Asombrosa gracia esta, cuando vemos que implicó que tomara parte en carne y sangre, que es la condición común de la humanidad; y que la tomó para poder morir.

El versículo 14 es tan claro al respecto como lo había sido antes el versículo 9. Solo la muerte podía hacer frente a la trágica situación en la que nos encontrábamos. La muerte es posible para el hombre, puesto que es partícipe de carne y sangre. Su sangre puede ser derramada, su carne ir a la corrupción, su espíritu partir hacia Dios que lo dio –y todo esto es imposible para los ángeles. En realidad, la muerte es la sentencia divina que pesa sobre todos los hombres a causa del pecado, y Satanás, que al principio llevó al hombre a la desobediencia, ejerce ahora el poder de la muerte en la conciencia de los hombres, atemorizándolos y manteniéndolos así en la esclavitud. ¿Qué podría destruir (es decir, anular o dejar sin efecto) al demonio y el poder que ejerce? Una sola cosa. Nada más que la muerte podría anular la muerte. Y debía ser la muerte de un Hombre, la que anulara la muerte de los hombres. Todo esto se cumplió. El Líder de nuestra salvación, al tomar parte en carne y sangre, se hizo verdadero Hombre, y por nosotros murió.

Carne y sangre es un término que describe el estado y la condición de la humanidad, sin referencia a la cuestión del pecado. Cuando Adán salió de las manos creadoras de Dios, era un participante de carne y sangre, pero su humanidad era inocente. Cayó, y él y su posteridad siguieron siendo partícipes de carne y sangre, pero la suya es una humanidad caída. Nuestro bendito Señor Jesús participó de carne y sangre y su humanidad es la esencia misma de la santidad.

Sin embargo, en todas las cosas le convenía ser semejante a aquellos cuya causa había asumido, como declara el versículo 17. Esta es una declaración muy fuerte, y la realidad que presenta será un tema de asombro y adoración para nosotros por la eternidad. Pensemos en cómo le habría complacido rebajarse y rescatar a sus criaturas pecadoras y degradadas sin haberse hecho semejante a ellas en absoluto. Sin embargo, eso no habría encajado en su amor, aunque hubiera podido hacerlo en conformidad con su justicia. Habiendo tomado parte en la carne y la sangre, se haría semejante a ellas en todas las cosas. Sería tentado y sufriría, como dice el versículo 18, y así entraría en todas sus experiencias excepto en las que implicaban pecado; y esto con vistas a convertirse en el Sumo Sacerdote de su pueblo.

A lo largo de la última parte de este capítulo, el Señor es presentado bajo la misma luz. Ya sea como Líder de nuestra salvación, o Santificador, o Sumo Sacerdote, se le ve como estando en nuestro favor ante Dios, y no como estando en favor de Dios ante nosotros; como lo está cuando se cuestiona su Apostolado. Como Sumo Sacerdote actúa en las cosas relacionadas con Dios, como también es capaz de socorrernos en nuestras tentaciones. Para con nosotros es siempre misericordioso, mientras mantiene los propósitos y la gloria de Dios con la mayor fidelidad. Pero mientras esto es así, su gloria personal y preeminencia están plenamente establecidas. Él no se avergüenza de llamarnos hermanos, pero en ninguna parte se nos anima a volvernos y usar ese mismo término hacia él, como a veces se hace.

Antes de dejar el capítulo, obsérvense cómo todo está moldeado de forma adecuada para las mentes judías. Cada punto se apoya en citas del Antiguo Testamento, mostrando cómo lo que ahora se establece en Cristo había sido previsto e indicado. Esto podría no significar nada para un gentil, pero sería muy significativo para un judío. Además, la verdad se expone en términos que les recordarían instantáneamente la forma en que su antigua religión había presagiado estas cosas buenas por venir. El final del versículo 17 es una ilustración de lo que queremos decir, donde se habla de la obra del Señor Jesús como haciendo «reconciliación» (o «propiciación», como realmente es) «por los pecados del pueblo». ¿Por qué decirlo así? ¿Por qué no decir “por nuestros pecados” o “por los pecados de los hombres”? Porque entonces la verdad no habría sido tan impactante para las mentes judías. Tal como está redactada, les haría pensar de inmediato en la bien conocida obra de Aarón y de los sumos sacerdotes subsiguientes, en el gran día de la expiación, de la cual leemos en Levítico 16, y que era un tipo sorprendente de la obra de Cristo.

Ningún libro del Nuevo Testamento arroja más luz sobre el Antiguo Testamento, y ninguno muestra con mayor claridad la necesidad que tenemos de leer y comprender el Antiguo Testamento. Si leemos la Epístola a los Hebreos aparte de esto, es muy fácil caer en nociones erróneas.


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