Inédito Nuevo

9 - El cántico de la liberación (cap. 15:1-21)

El libro del Éxodo


Este capítulo ocupa un lugar muy importante; por un lado, marca la nueva posición en la que los hijos de Israel están ahora introducidos, y por otro expresa los sentimientos, producidos en ellos sin duda por el Espíritu Santo, que se adaptan a esa posición. Es un verdadero cántico de liberación; y, al mismo tiempo, tiene un carácter profético, ya que abarca los consejos de Dios hacia Israel hasta el Milenio, cuando «Jehová reinará eternamente y para siempre» (v. 18). Este himno, por tanto, tiene un doble carácter: en primer lugar, en relación con Israel y, en segundo lugar, en la medida en que el cruce del mar Rojo tiene un carácter esencialmente simbólico, también en relación con la posición del creyente. Si tenemos esto en cuenta, comprenderemos más fácilmente el significado de este capítulo.

9.1 - El primer cántico (cap. 15:1-19) [8]

Lo primero que hay que señalar sobre este estallido de gozo es que en las Escrituras no encontramos ningún cántico que no esté más o menos directamente relacionado con la redención. Incluso de los ángeles nunca se dice que canten. Al nacer el Señor, «apareció con el ángel una multitud de las huestes celestiales, alabando a Dios, y diciendo: ¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, y su buena voluntad para con los hombres!» (Lucas 2:13-14). Asimismo, en el Apocalipsis, Juan dice: Oí «la voz de muchos ángeles alrededor del trono, de los seres vivientes y de los ancianos, su número era miríadas de miríadas, y millares de millares, diciendo a gran voz: ¡El Cordero que fue sacrificado es digno de recibir el poder, la riqueza y la sabiduría, la fortaleza y el honor, la gloria y la bendición!» (Apoc. 5:11-12). Por lo tanto, solo los seres redimidos pueden cantar, y de ello aprendemos cuál es el verdadero carácter del cántico cristiano. Debe ser una expresión del gozo de la salvación, los acentos de alabanza y de gozo que produce en el alma el conocimiento de la redención. «¿Alguno está feliz? Que cante alabanzas» (Sant. 5:13). En otras palabras, si alguien rebosa de verdadero gozo, un gozo que surge de una redención conocida, un gozo en el Señor como Redentor, debe expresarlo en alabanza a Dios. «Entonces cantó Moisés y los hijos de Israel este cántico a Jehová». Fue entonces, cuando contemplaron por primera vez lo que era la redención, cuando expresaron el gozo de sus corazones en un cántico. No debería haber, y de hecho no hay, ningún otro verdadero cántico para el creyente. Tener cualquier otro en los labios sería olvidar su verdadero carácter de cristiano, así como la única fuente de su gozo.

[8] NdT: En el versículo 2, la traducción «y le prepararé una morada» es más que dudosa. La Septuaginta, la Vulgata y Lutero lo interpretan: «Él es mi Dios, y lo celebraré (o: glorificaré), el Dios de mi padre, y lo exaltaré».

9.2 - El gozo de la salvación

El cántico en sí puede considerarse bajo 2 aspectos: su tema general y las verdades que contiene. En cuanto al tema, es simplemente Jehová mismo y lo que ha hecho. Pero esto abarca muchas cosas. Es Jehová mismo revelado y conocido en la redención. «Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación» (v. 2). Porque solo en la redención puede ser conocido. Así que hasta la cruz de Cristo no fue, no pudo ser revelado plenamente. Se manifestó a los hijos de Israel en el carácter de la relación a la que fueron llevados, pero solo después de que se llevó a cabo la redención, de la cual el relato que tenemos aquí no fue más que un tipo, se reveló plenamente, en todos los atributos de su carácter. Pero cualquiera que haya sido el grado de su manifestación en cada dispensación sucesiva, no podía ser conocido de otra manera que, por la redención, tipo o real, y por la relación en la que introdujo a los redimidos. Los hijos de Israel lo conocieron como Jehová; por gracia lo conocemos como nuestro Dios y Padre, porque es el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Pero en cada dispensación él es siempre, según se revela, el tema de los cánticos de su pueblo, pues en todas las épocas se regocijan solo en Él. Sin embargo, como hemos señalado, hay otra cosa: lo que él ha hecho; y esto aparece muy claramente en el cántico de Moisés y de los hijos de Israel.

9.3 - 2 motivos para los elogios

Esta obra tiene necesariamente 2 aspectos: la salvación de su pueblo y la destrucción de sus enemigos. Esto se expresa de varias maneras, y con toda la grandeza que correspondía a la majestad de Aquel que había obrado así por ellos. No se trata de lo que ellos habían logrado, sino de lo que Jehová había hecho. No estaban celebrando su triunfo, sino el de Él. En presencia de un despliegue tan maravilloso de poder redentor, se olvidan de sí mismos. «Cantaré yo a Jehová, porque se ha magnificado grandemente; ha echado en el mar al caballo y al jinete» (v. 1). Magnifican a Jehová, porque, como inspirados divinamente, entienden que la obra que hizo Jehová fue para su propia gloria. «Tu diestra, oh Jehová, ha sido magnificada en poder»; y de nuevo, «¿Quién como tú, oh Jehová, entre los dioses? ¿Quién como tú, magnífico en santidad, terrible en maravillosas hazañas, hacedor de prodigios?» (v. 6, 11). Los creyentes de la presente dispensación ciertamente tendrían mucho que aprender de este primer himno redentor, en cuanto al carácter que debe tener su alabanza cuando se reúnen para adorar en el poder del Espíritu Santo. Este cántico de redención, al ser el primero, contiene los principios de alabanza para todas las generaciones venideras. Por lo tanto, merece ser considerado en oración por cada creyente.

Es al considerar las verdades contenidas en este cántico que descubrimos su plenitud y variedad. La primera de estas verdades es que ahora los hijos de Israel son redimidos, siendo la redención, como hemos comentado, el estribillo de su himno. «Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación». Y de nuevo: «Condujiste en tu misericordia a este pueblo que redimiste» (v. 13). Hasta ese momento, los israelitas no estaban redimidos, no conocían la salvación. Habían sido puestos a salvo, de manera perfecta, del destructor en Egipto, pero no podía decirse que estuvieran salvados hasta que hubieran sido sacados de Egipto y liberados de Faraón, es decir, del poder de Satanás. La misma distinción puede hacerse hoy en día en cuanto a los ejercicios de un alma. Hay muchos que saben que sus pecados les son perdonados por la sangre de Cristo, pero que luego, al no conocer la naturaleza de la carne que llevan dentro, ni el poder de Satanás que opera para acosar y molestar, no solo pierden el gozo que el perdón les había proporcionado, sino que a veces se ven reducidos, por las dificultades que les acechan por todas partes, a un estado de abatimiento y temor. La comprensión de su completa incapacidad para hacer algo o resistir al Enemigo les hace gritar, como en Romanos 7: «¡Soy un hombre miserable! ¿Quién me liberará de este cuerpo de muerte?» (v. 24).

Es entonces cuando estas personas aprenden que el Señor Jesús no solo ha provisto el lavado de sus pecados por su preciosa sangre, sino que por su muerte y resurrección los ha sacado de su vieja condición y los ha colocado en una nueva posición en Él, más allá de la muerte y el juicio. Al estar abiertos sus ojos, ven que en él han sido enteramente liberados de todo lo que estaba en contra de ellos; que Satanás ha perdido sus derechos sobre ellos, y por lo tanto no tiene más poder sobre ellos. Así son liberados; su mala naturaleza ya ha sido juzgada; el poder de Satanás ha sido derrotado en la muerte de Cristo; y, liberados, sus corazones están ahora llenos de gratitud y alabanza.

Es tristemente cierto que esta bendición completa elude a muchos, pero, sin embargo, es la porción de cada creyente. Y nunca podrá haber una plena seguridad de salvación, una paz firme e inquebrantable, hasta que se conozca esta plena liberación. Sin duda, debe aprenderse por experiencia, pero depende total y exclusivamente de lo que Cristo es y ha hecho; así que esta bendición en su totalidad se presenta a los pecadores en el Evangelio de la gracia de Dios. El alma puede llegar a conocer primero el perdón de los pecados; pero aun así una redención completa es adquirida y proclamada a todos los que reciban el mensaje del Evangelio. Es de suma importancia que se conozca esta verdad, pues su ignorancia hace que miles de personas sean presa de la duda y el temor, impidiéndoles regocijarse en el Señor, como el Dios de su salvación. Las almas en tal estado tienen poca libertad en la oración, la adoración o el servicio; pero una vez que la verdad de la redención se vuelve clara para ellos, se ven obligados, como los hijos de Israel en la escena que nos ocupa, a dar rienda suelta a su nuevo gozo, en cánticos de alabanza.

9.4 - Una nueva posición

Pero hay más. Su posición ha cambiado. «Los llevaste [a este pueblo] con tu poder a tu santa morada». Fueron llevados a Dios en cuanto a la nueva posición que ocupaban. En el mismo momento en que entraron en el desierto (y esto enfatiza su carácter de peregrinos), fueron llevados a la morada de la santidad de Dios. Esto corresponde a nuestra posición como creyentes en el Señor Jesús. Él «padeció una vez por los pecados, [el] justo por los injustos, para llevarnos a Dios» (1 Pe. 3:18). Este es nuestro lugar como sus redimidos. Es decir, somos llevados a Dios, en plena concordancia con todo lo que él es; Dios en toda su naturaleza moral, habiendo estado perfectamente satisfecho con la muerte de Cristo, puede ahora encontrar perfecta satisfacción en nosotros.

Este lugar, es cierto, nos es dado en gracia, pero no lo es menos en justicia; de modo que no solo están comprometidos todos los atributos del carácter de Dios para llevarnos a él, sino que él mismo es glorificado al hacerlo. Es un pensamiento muy solemne, y muy apropiado, si nos detenemos en él, para fortalecer y animar nuestras almas, saber que incluso ahora somos llevados a Dios. Toda la distancia entre nosotros y Dios, cuya medida nos da la muerte de Cristo en la cruz cuando fue hecho pecado por nosotros, ha sido franqueada, y nuestra posición de cercanía está asegurada por el lugar que él ocupa ahora, glorificado a la derecha de Dios. Incluso en el cielo no estaremos más cerca de Dios de lo que estamos ahora en cuanto a nuestra posición, pues está en Cristo. No olvidemos, sin embargo, que nuestro disfrute de esta verdad, e incluso nuestra capacidad para comprenderla, dependerá de nuestro estado práctico. Dios espera un estado que corresponda a nuestra posición, es decir, que nuestra responsabilidad sea acorde con nuestros privilegios. Pero hasta que no conozcamos nuestra posición, no puede haber ningún estado que le corresponda. Primero debemos aprender que somos llevados a Dios para que podamos, en alguna medida, caminar de acuerdo con esa posición. El estado y la marcha siempre deben fluir a partir de una relación conocida. Por lo tanto, a menos que se nos enseñe la verdad de nuestra posición ante Dios, nunca responderemos a ella en nuestras almas, ni en nuestra conducta.

9.5 - Una heredad segura

El tercer aspecto de la verdad es que la posición actual de los israelitas garantizaba el cumplimiento de todo lo demás. «Los introducirás y los plantarás en el monte de tu heredad, en el lugar de tu morada, que tú has preparado, oh Jehová, en el santuario que tus manos, oh Jehová, han afirmado. Jehová reinará eternamente y para siempre» (v. 17-18). El poder que Dios había desplegado en el mar Rojo era una garantía de que, en primer lugar, él cumpliría todos sus propósitos hacia Israel; y en segundo lugar, que este poder tendría su manifestación final en su reinado eterno. La fe, producida por el conocimiento de la redención, se apodera de estos hechos; comprende todo el alcance de las palabras de Dios, y las considera como si ya se hubieran cumplido. Esto es lo que tenemos en la Epístola a los Romanos. «A los que predestinó, también los llamó; y a los que llamó, también los justificó; y a los que justificó, también los glorificó» (Rom. 8:30).

Dios no sería Dios si sus propósitos pudieran ser frustrados. Puede haber enemigos en el camino, y pueden tratar de oponerse a la ejecución de la voluntad declarada de Dios. Pero la fe grita: «Si Dios está por nosotros, ¿quién puede estar contra nosotros?» (Rom. 8:31). Así pudo cantar Israel: «Lo oirán los pueblos, y temblarán; se apoderará dolor de la tierra de los filisteos. Entonces los caudillos de Edom se turbarán; a los valientes de Moab les sobrecogerá temblor; se acobardarán todos los moradores de Canaán. Caiga sobre ellos temblor y espanto; a la grandeza de tu brazo enmudezcan como una piedra; hasta que haya pasado tu pueblo, oh Jehová, hasta que haya pasado este pueblo que tú rescataste» (v. 14-16). Del mismo modo, el apóstol clama: «¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Tribulación, o angustia, o persecución, o hambre, o desnudez, o peligro, o espada? Como está escrito: Por tu causa somos muertos todos los días; somos contados como ovejas de matadero. Al contrario, en todas estas cosas somos más que vencedores, por medio de aquel que nos amó. Porque estoy persuadido de que ni muerte, ni vida, ni ángeles, ni principados, ni poderes, ni cosas presentes, ni cosas por venir, ni altura, ni profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios, que está en Cristo Jesús nuestro Señor» (Rom. 8:35-39). La eficacia de la sangre asegura el cumplimiento de todo lo que Dios dice, presenta todo lo que él es: su majestad, su verdad, su misericordia, su amor, su omnipotencia, en favor de los suyos.

Por tanto, no es presunción, sino sencillez de fe, anticipar el resultado completo de nuestra redención. No se trata de subestimar el carácter y la fuerza de nuestros enemigos; pero, midiéndolos con lo que es Dios, el alma tiene enseguida la seguridad de ser más que vencedora por aquel que nos amó. Esto es para sacar a relucir el pleno y bendito consuelo de la verdad de que Dios obra por su propio poder, aparte de nosotros, y para su propia gloria. Los ejércitos de Satanás (los gobernantes de Edom, los hombres fuertes de Moab y los habitantes de Canaán) bien pueden tratar de impedir el camino de la heredad, pero cuando Dios se levanta con su poder, en favor de su pueblo colocado bajo la aspersión de la sangre, están dispersados, como la paja por el viento. Así, el resultado es seguro desde el principio, y el cántico triunfal de la victoria puede elevarse antes de que hayamos dado un solo paso en el camino del desierto. El resultado será para la gloria de Aquel que nos redimió. «Jehová reinará eternamente y para siempre». Así, leemos en la Epístola a los Filipenses que es según el propósito y el decreto de Dios, «para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los seres celestiales, de los terrenales y de los que están debajo de la tierra; y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre» (Fil. 2:9-11).

Qué gozo es para el corazón del creyente saber que el resultado de la redención, que lo lleva a una bendición inexpresable, es la exaltación del Redentor. En este pasaje, el reino mencionado se aplica, sin duda, primero a la tierra. Es el reino eterno de Jehová, el reino milenario del Mesías, que gobernará hasta que haya puesto a todos sus enemigos bajo sus pies. Pero, en cuanto al principio, va más allá, pues reinará por los siglos de los siglos; y esto también será el fruto de la obra de la cruz. Allí se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y la muerte de cruz, y la consecuencia es que ahora es exaltado y lo será para siempre.

9.6 - Alabar a Dios

Hasta ahora, todo lo que hemos considerado está en relación con los propósitos de Dios. Pero en el versículo 2 hay una excepción. Tan pronto como los israelitas pueden decir: «Jehová es mi fortaleza y mi cántico, y ha sido mi salvación», añaden: «Él es mi Dios, y lo alabaré, [9] –Dios de mi padre, y lo enalteceré». Esto es diferente del «santuario… que tus manos han afirmado», en el versículo 17. Este último se refiere al cumplimiento del consejo de Dios en el establecimiento del reino y el templo en Jerusalén. Pero esta iba a ser algo presente: “Le prepararé una morada”. Esto es, de hecho, el tabernáculo. Esto se nos presentará de manera más clara en los capítulos siguientes; pero podemos notar que esta es la primera vez que se menciona una morada para Jehová en medio de su pueblo. Dios tuvo antes santos, pero no un pueblo; y nunca habitó en la tierra hasta que se cumplió la redención. Visitó a sus santos, se les manifestó de diversas maneras, pero nunca tuvo su morada entre ellos. Sin embargo, tan pronto como la expiación del pecado se llevó a cabo por la sangre del Cordero, y tan pronto como el pueblo fue sacado de Egipto, después de haber sido salvado por la muerte y la resurrección, Dios puso en el corazón de su pueblo el preparar una morada para Él [10]. Desde el principio de su éxodo, Jehová los guio, yendo delante de ellos de día en una columna de nube y de noche en una columna de fuego. Pero no podía tener una morada en Egipto, en el territorio del enemigo. Una vez que los israelitas se sitúan en un terreno nuevo, Jehová puede identificarse con ellos, habitar en medio de ellos, ser su Dios y ellos su pueblo.

[9] NdT: Es dudoso que la palabra hebrea se traduzca correctamente aquí (vean la nota anterior). Pero los comentarios hechos sobre el texto francés pueden mantenerse, ya que la verdad es de suma importancia.

[10] La idea de construir un santuario provino de Dios, no de Israel (vean cap. 25:8). El deseo de Jehová era habitar en medio de sus redimidos.

Lo mismo ocurre con el cristianismo. Solo cuando se cumplió la expiación y Cristo resucitó de entre los muertos y ascendió a lo alto, Dios estableció su actual morada en la tierra por medio del Espíritu (Hec. 2; Efe. 2). Y lo mismo ocurre con el creyente individual. Solo después de haber sido lavado por la sangre de Cristo, su cuerpo se convierte en el templo del Espíritu Santo. La verdad que se desprende, pues, es que la morada de Dios en la tierra se basa en una redención completa. Y ¡qué inmenso privilegio! Aunque el desierto no era parte del propósito de Dios, sin embargo, en su manera de tratar con los suyos, los hizo caminar allí 40 años. Qué privilegio, entonces, para estos cansados peregrinos que avanzaban hacia la heredad, tener en medio la morada de Dios; un lugar donde podían acercarse a él a través de los sacerdotes designados, con sacrificios e incienso; el centro también de su campamento. ¡Cuánto se animaron los piadosos israelitas al ver este tabernáculo sobre el que descansaba la nube, símbolo de la presencia divina! Así podemos entender el grito de angustia de Moisés después de la caída del pueblo: «Si tu presencia no ha de ir conmigo, no nos saques de aquí. ¿Y en qué se conocerá aquí que he hallado gracia en tus ojos, yo y tu pueblo, sino en que tú andes con nosotros?» (Éx. 33:15-16).

No deberíamos olvidar que ahora también Dios tiene su morada en la tierra. Esta verdad corre el peligro de ser ignorada en medio de la confusión de la cristiandad. Pero, a pesar de nuestros defectos, Dios habita en la casa que él ha establecido, y habitará allí hasta que el Señor regrese. Esta verdad, también, debería animarnos y consolarnos; porque no es poca cosa ser sacado de la esfera y del poder de Satanás, y llevado en la escena de la presencia y del poder de Dios. Este es el único lugar de bendición en la tierra, y benditos son los que han sido hechos partícipes de él por la gracia de Dios, en el poder del Espíritu Santo.

9.7 - María y su pandero

No era un gozo ordinario el que se expresaba en este cántico de alabanza triunfal. Todo el campamento se llenó de él, pues «María la profetisa, hermana de Aarón, tomó un pandero en su mano, y todas las mujeres salieron en pos de ella con panderos y danzas» (v. 20). Y María, dirigiendo el cántico, les respondía: «Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; ha echado en el mar al caballo y al jinete» (v. 21). Esta es la primera vez que se menciona a María por su nombre, y es sumamente interesante observar que era una profetisa. Era ella, muy probablemente, la que había vigilado la caja de eneas en la que habían metido a Moisés, su hermano pequeño, y que había sido el medio por el que el niño había sido devuelto a su madre. Por tanto, ocupa un lugar de honor en Israel, no solo por su conexión con Moisés, sino también por su propio y distinto don. Esta es la manera en que Dios bendice a todos los que están relacionados con el hombre de su consejo; y nos revela al mismo tiempo cuán sagrado es el vínculo de la familia a sus ojos. Pero en la escena que nos ocupa, María tuvo el honor y el privilegio de dirigir a las mujeres de Israel y de ser la intérprete de su gozo. Todos los corazones estaban llenos de gozo y encontraron su expresión en la música, la danza y el coro. El pueblo fue redimido y lo supo en este feliz día; desbordado por el gozo de su salvación, lo expresó con estos acentos de gratitud y alabanza.