Índice general
7 - Los derechos de Dios (cap. 13)
El libro del Éxodo
El relato de la salida de Egipto se interrumpe con la mención de ciertas consecuencias derivadas de la redención de los hijos de Israel de Egipto y que conllevan responsabilidades para ellos. Porque, aunque todavía están en la tierra, la enseñanza de este capítulo se basa en el hecho de que Dios los sacó de ella, y de hecho anticipa su asentamiento en Canaán. Si Dios actúa en gracia para su pueblo, tiene por tanto derechos sobre él, y son estos derechos los que se presentan aquí. Un pueblo redimido se convierte en propiedad de su Redentor. Así leemos: «No sois vuestros, habéis sido comprados por precio» (1 Cor. 6:19-20). Jehová declara aquí a Moisés sobre el mismo principio: «Conságrame todo primogénito. Cualquiera que abre matriz entre los hijos de Israel, así de los hombres como de los animales, mío es» (v. 2). Pero se introduce otro elemento en relación con esto. En el capítulo anterior se instituye la Fiesta de los panes sin levadura inmediatamente después de la aspersión de la sangre. Esto fue para mostrar que las 2 cosas –la protección por la sangre y la obligación de una vida santa– nunca pueden ser separadas. Esta fiesta se menciona ahora de nuevo, con instrucciones sobre cómo observarla cuando Jehová los hubiera llevado a la tierra de los cananeos (v. 5), en relación con la santificación de los primogénitos.
7.1 - Una vida santa (cap. 13:3-16)
Añadiremos 2 o 3 observaciones sobre la Fiesta de los panes sin levadura, en relación con los detalles adicionales que se dan aquí. Iba a estar vinculado para siempre con el recuerdo de 2 hechos. Primero, con el día de su redención. «Tened memoria de este día, en el cual habéis salido de Egipto, de la casa de servidumbre» (v. 3). El Señor desea que su pueblo recuerde eternamente el día de su liberación, el día en que fue sacado de las tinieblas a la luz, alejado del juicio debido a sus pecados y llevado al perfecto favor de Dios en Cristo. En segundo lugar, no debían olvidar la fuente de su liberación. «Porque Jehová os ha sacado de aquí con mano fuerte» (v. 3). Solo a él se lo debían. Ningún otro brazo habría podido romper sus grilletes, golpear a su opresor, protegerlos del destructor y darles la liberación. Solo él podía redimirlos de la mano del enemigo. ¿No es esto lo que leyó el Señor Jesús en la sinagoga de Nazaret?: «El Espíritu del SEÑOR está sobre mí; porque me ungió para anunciar buenas noticias a los pobres; me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y a los ciegos que recobren la vista; para poner en libertad a los oprimidos; para proclamar el año de gracia del SEÑOR» (Lucas 4:18-19). Por lo tanto, es muy significativo encontrar, inmediatamente después de que estos 2 puntos hayan sido recordados, la adición: «No comerán pan con levadura». Si el Señor actúa en favor de los suyos, es para redimirlos de toda iniquidad y purificar para sí un pueblo adquirido, celoso de las buenas obras (Tito 2:14). Porque él mismo es santo, espera que sus redimidos sean santos durante todo el período (7 días) de sus vidas. No debía haber levadura en todos sus confines.
Además, cada padre debe enseñar a su hijo, año tras año, el significado de esta fiesta. Al tener la responsabilidad de sus hijos, debe explicarles cuidadosamente por qué la levadura no tiene lugar en su casa. Sería incongruente con el fundamento de la redención en el que se apoyaba. Debía decir: «Se hace esto con motivo de lo que Jehová hizo conmigo cuando me sacó de Egipto. Y te será como una señal sobre tu mano…» (v. 8-9). Todo esto para que la Ley de Jehová esté en su boca. Aquí tenemos el secreto de la separación tanto del mal como de Dios. «¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra». «En mi corazón he guardado tus dichos, para no pecar contra ti» (Sal. 119:9, 11). Es prestando atención a la Palabra de Dios y obedeciéndola que los creyentes de hoy pueden celebrar la Fiesta de los panes sin levadura en verdad.
7.2 - Dedicación y consagración
Siguen las instrucciones para la santificación del primogénito. La devoción y la consagración deben caracterizar también a los redimidos, y serán siempre fruto de una verdadera separación; por eso la Fiesta de los panes sin levadura precede a la separación de los primogénitos. Observemos primero la excepción a esta Ley general. «Todo primogénito de asno redimirás con un cordero; y si no lo redimieres, quebrarás su cerviz. También redimirás al primogénito de tus hijos» (v. 13). La conexión del primogénito de un asno con el primogénito de los hombres es aún más sorprendente porque ambos iban a ser redimidos. Hay otro punto más: el primogénito del asno debía ser redimido con un cordero, al igual que los primogénitos de Israel eran redimidos con un cordero en la noche de la Pascua. Añadamos que, si no era redimido, el asno debía ser matado como ciertamente lo habrían sido los israelitas cuando el Señor golpeó a los egipcios, y el paralelismo es completo. ¿Qué nos enseña? Que el hombre, en virtud de su nacimiento en el mundo, se equipara con el asno primogénito; que ambos son impuros y, como tales, están condenados a la destrucción, a menos que sean redimidos con un cordero.
¡Qué golpe para el orgullo del hombre natural! En lugar de jactarse de lo que es y de sus capacidades intelectuales, que considere aquí la estimación que Dios hace de su condición. No podría hacerse una comparación más humillante, y sin embargo todo creyente está dispuesto a suscribirla como divinamente verdadera. Porque tal era nuestro estado por naturaleza –perdido y miserable– y ciertamente habríamos perecido si, según las riquezas de la gracia de Dios, no hubiéramos sido redimidos por la sangre del Cordero. Por otra parte, ¡qué inmensa gracia nos ha mostrado Dios al inclinarse sobre seres como nosotros, al venir a nosotros cuando estábamos en ese estado, al traernos a sí mismo, y al asociarnos para siempre con el Cordero por el que fuimos redimidos! Si por naturaleza no podíamos caer más bajo, tampoco podíamos ser elevados más alto por la gracia; porque él nos predestinó «para ser conformes a la imagen de su Hijo, para que él fuese el primogénito entre muchos hermanos» (Rom. 8:29).
7.3 - Los derechos de Dios sobre los primogénitos
Es importante considerar la razón por la que Dios reclamó a los primogénitos de Israel. Se relaciona específicamente con la destrucción de los primogénitos en la tierra de Egipto (v. 15). Hemos visto que el pueblo se libró de esa terrible noche únicamente sobre la base de la aspersión de la sangre del cordero sacrificado, es decir, sobre la base de la muerte de otro. Por lo tanto, fue sobre el principio de la sustitución; y este es el fundamento del derecho de Dios en este capítulo. Si Dios perdonó a los primogénitos por el cordero pascual, fue para reclamarlos para sí después. ¿No es así hoy en día? Pertenecemos a aquel que nos redimió, porque tomó nuestro lugar y llevó nuestros pecados en su cuerpo en el madero. «Murió por todos, para que los que viven, ya no vivan para sí mismos, sino para el que por ellos murió y fue resucitado» (2 Cor. 5:15). Es bueno preguntarse a menudo si reconocemos sus derechos: sus derechos sobre nosotros, sobre todo lo que somos y sobre todo lo que poseemos.
Era esta verdad también la que el padre debía inculcar a su hijo (v. 14-16); porque así aprendería los derechos de Jehová sobre él como sobre su padre. Ambos, como redimidos, debían servir al Redentor. Se da un paso muy grande cuando el creyente es consciente de pertenecer al Señor con su familia. Que cada individuo reconozca este derecho es otra cuestión, y nunca se insistirá demasiado en que no hay salvación sin fe individual; pero es de suma importancia que el cabeza de familia tenga continuamente presente que él y todos los suyos pertenecen por derecho al Señor. Solo entonces, con la bendición de Dios, podrá educar a sus hijos bajo la disciplina y la amonestación del Señor, para instruirlos para Él, y como bajo su mirada. Solo si esta verdad es percibida por ellos, los hijos verán en la educación de los padres la expresión de la autoridad del Señor. Por lo tanto, que los creyentes no se cansen de recordar a sus hijos los derechos del Señor sobre la base de la redención.
7.4 - La elección del camino (cap. 13:17-22)
La narración se reanuda aquí. Lo primero que nos plantea esta parte de nuestro capítulo es la elección de Dios del camino que seguirá su pueblo en el desierto. Y, en efecto, si lleva a su pueblo al desierto, estemos seguros de que proveerá a todas sus necesidades. Lo único que les pide es que obedezcan su Palabra. Fijémonos también en la ternura que pone en esta elección. Tiene en cuenta su debilidad y sus temores. No los condujo por el camino a la tierra de los filisteos, que estaba cerca; porque Dios dijo: No sea que el pueblo se arrepienta al ver la guerra, y se vuelva a Egipto. ¡Qué maravilloso despliegue de sus tiernas misericordias! Aquí aprendemos cuán plenamente se identifica con su pueblo y se compadece de él en sus debilidades y temores. Tenía otras intenciones para con ellos, sin duda; pero es dulce pensar que eligió el camino exacto por el que los conduciría en vista de su condición. «Como el padre se compadece de los hijos, se compadece Jehová de los que le temen. Porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo» [5] (Sal. 103:13-14).
[5] La mención de que los hijos de Israel subieron a la batalla desde la tierra de Egipto (v. 18) ha dado lugar a muchas discusiones, como si esta expresión tuviera que significar necesariamente: con sus armas como guerreros. Esto es un error. No parece significar otra cosa que el hecho de que marchaban en fila y armados, un orden indispensable para el movimiento de una multitud tan grande.
7.5 - Los huesos de José
Tras la mención de su orden de marcha, encontramos la de los huesos de José. Es una cosa hermosa. Al final del libro del Génesis leemos que José, en su lecho de muerte «hizo jurar José a los hijos de Israel, diciendo: Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos» (Gén. 50:25). En la Epístola a los Hebreos, se nos informa de la apreciación de Dios sobre esta acción: «Por la fe José, al morir, hizo mención del éxodo de los hijos de Israel, y dio orden acerca de sus huesos» (Hebr. 11:22). En nuestro capítulo tenemos la respuesta de Dios a la fe de su siervo. En aquella famosa noche de Pascua, Moisés tenía ciertamente bastantes cosas en la cabeza para organizar la salida de semejante multitud. ¿Cómo pudo pensar en los huesos de José? Pero, en dependencia de Dios, José había hecho jurar a los hijos de Israel. Creyó, por lo tanto, habló; y habiendo puesto su confianza en Dios, era imposible que se confundiera. Para el ojo natural era muy improbable, en el momento de la muerte de José, que el pueblo saliera de Egipto. Pero el santo que estaba a punto de morir confiaba en la Palabra infalible y en la promesa de Dios, por lo que con plena seguridad «haréis subir mis huesos de aquí con vosotros». Pasaron unos 400 años (pues los israelitas permanecieron en Egipto 430 años, como vemos en el capítulo 12:41) y Dios visitó a los suyos. Se les recuerda el juramento y por eso los huesos del patriarca los acompañaron en su éxodo. ¿No es este un ejemplo notable de la fidelidad de Dios y del valor de la fe de su siervo?
7.6 - Conducidos por la nube
En el siguiente versículo (v. 20) encontramos los nombres de los primeros lugares donde acamparon: «Y partieron de Sucot y acamparon en Etam, a la entrada del desierto». Habían ido de Ramsés (cap. 12:37) a Sucot… como tenemos la descripción aquí. Todos estos lugares se encontraban en Egipto y, a pesar de los muchos estudios e investigaciones que se han realizado sobre ellos, su ubicación no deja de ser una conjetura. El punto que destacar es que fueron guiados divinamente en su caminar. El que había elegido su camino los guiaba, yendo delante de ellos de día en una columna de nube, y de noche en una columna de fuego, en todos sus movimientos. Nunca les retiró estos preciosos símbolos de su presencia mientras estaban en el desierto. ¿No es una hermosa ilustración de la verdad de que Jehová sigue siendo siempre el guía de su pueblo? El que los sacó de Egipto estará siempre visible ante ellos en el camino que recorran. Él nunca dice: “Ve”; pero siempre su palabra es: «Sígueme tú» (vean Juan 21:22).
Nos ha dejado un modelo, para que sigamos sus pasos (1 Pe. 2:21). Él es el Camino, la Verdad y la Vida (Juan 14:6). No tenemos la guía visible de la que disfrutaron los hijos de Israel: esto es muy cierto; pero no es menos discernible y real para el ojo espiritual. La Palabra es una lámpara para nuestros pies, y una luz para nuestro camino (Sal. 119:105).
Es interesante observar que no había tal dirección en Egipto, ni la habrá en la tierra. Esto pone de manifiesto una importante verdad: solo en el desierto se necesita dirección. Es allí donde, en su ternura y misericordia, Jehová toma la dirección de su pueblo, mostrándole el camino que debe seguir, dónde debe descansar y cuándo debe caminar. Nada se deja a su propia iniciativa; Dios mismo se encarga de todo por ellos, pidiendo solo que sus ojos se fijen en su Guía. Dichosos los que se dejan guiar por este camino y están dispuestos a seguirle.