9 - 1 Corintios 9. El abuso de la libertad que hace caer personalmente
La Primera Epístola a los Corintios
Habiendo mantenido en el capítulo anterior la libertad del creyente en el uso de alimentos, y advertido contra su abuso, el apóstol en este capítulo pasa a hablar de la libertad y los derechos de los siervos del Señor, y nuevamente nos advierte contra cualquier abuso de estos privilegios. Pero, al establecer los derechos de los siervos del Señor en tales asuntos, establece el importante principio de que tales derechos están subordinados a los intereses de Cristo y los suyos, y no para la autoglorificación o la satisfacción del cuerpo.
(V. 1-2). Sabemos por la Segunda Epístola que algunos cuestionaban el apostolado de Pablo; por lo que abre esta parte de su carta afirmando brevemente su apostolado, así como su libertad. Tenía la marca extraordinaria de un apóstol, porque había visto a «Jesús nuestro Señor». Además, ¿cómo podían los corintios tener alguna duda en cuanto a su apostolado, puesto que ellos mismos eran el sello y la prueba de ello, ya que su existencia como asamblea era el resultado de su «obra en el Señor»? Había quienes, en sus celos del apóstol, estaban listos para sugerir que predicaba por motivos interesados, buscando obtener un beneficio de su servicio (2 Cor. 11:9-12). El apóstol responde a tales sugerencias, primero, haciendo valer los derechos del siervo (v. 3-14) y, segundo, mostrando la forma en que había usado de estos derechos (v. 15-27).
(V. 3-7). En cuanto a los derechos del siervo del Señor, Pablo, al igual que otros apóstoles, tenía un derecho perfecto a participar de las misericordias ordinarias de la vida presente, un derecho a comer y beber, un derecho de tener a una hermana como esposa, un derecho a abstenerse de trabajar con sus propias manos. Además, tenía derecho a recibir ayuda en cosas materiales a cambio de su ministerio en cosas espirituales. Que esto es así, lo demostraría la naturaleza y el sentido común, porque, pregunta el apóstol, «¿Quién sirve jamás como soldado pagando sus propios gastos? ¿Quién planta una viña, y no come de su fruto? ¿O quién apacienta un rebaño, y no se alimenta de la leche del rebaño?».
(V. 8-11). Además, no solo la naturaleza, sino también la Escritura afirma estos derechos: «Porque en la ley de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla». Al hablar así, Dios no está pensando solo en los bueyes. Por está escrito para enseñarnos que, si el que ara y el que trilla se benefician de sus labores, así los siervos del Señor, si han sembrado «bienes espirituales», tienen perfecto derecho a recibir a cambio «bienes materiales».
(V. 12). Si otros se valieron de este derecho para tomar de sus cosas carnales, ¡cuánto más podía el apóstol, que les había servido tan fielmente! Si se había abstenido de tomar de sus cosas carnales, no era prueba de que no era un apóstol, ni de que no tenía derecho a recibir tales cosas de ellos, sino que juzgaba, en su caso, que los intereses del Evangelio de Cristo estaban mejor servidos por el hecho de soportar «todo», en lugar de tomar de sus «cosas materiales». En su servicio, el apóstol no estaba gobernado por el pensamiento de la ganancia, sino por los intereses de Cristo y de su Evangelio.
(V. 13-14). Sin embargo, los derechos del siervo permanecían, de acuerdo con la enseñanza típica del servicio en relación con el templo y su altar. Por encima de todo, el apóstol afirma que estos derechos están de acuerdo con lo que el Señor ha ordenado, «que los que anuncian el evangelio, vivan del evangelio». Ya sea la naturaleza (v. 7), la Escritura (v. 9-10) o la ordenanza directa del Señor (v. 13-14), todo coincide en mantener los derechos a recibir bienes carnales de los santos para el sirvo que ministra en los bienes espirituales.
(V. 15). Habiendo afirmado cuidadosamente los derechos del siervo, el apóstol, en los últimos versículos del capítulo, muestra cómo él personalmente había usado sus derechos en la asamblea de Corinto. Los había convertido en una ocasión para sacrificarse sí mismo por los intereses de Cristo y de su evangelio. Como uno ha dicho: “Este privilegio se transforma en sus manos en otro tipo de privilegio: el privilegio de sacrificarse por Cristo y por su servicio”. Renunciaba a un privilegio para disfrutar de un privilegio superior. Por lo tanto, puede decir: «No he usado de ninguno de estos derechos». Tampoco escribió esta carta para buscar de ellos ayuda en las cosas temporales. Él no quería recibir ayuda de ellos, y así permitir a cualquiera anular su gloria a este respecto.
(V. 16-17). Sin embargo, si habla de gloriarse, tiene cuidado de declarar que no estaba buscando glorificarse a sí mismo porque predicaba el Evangelio, sino que lo hizo gratuitamente. Se le había encomendado una administración para predicar y, lo hiciera voluntariamente o no, era responsable de llevar a cabo el trabajo que se le había confiado. Su recompensa no sería por haber hecho el trabajo designado, sino por hacerlo voluntariamente.
(V. 18). ¿Cuál era, entonces, su recompensa? Era que, al predicar el Evangelio, renunciaba a sus derechos, para que el Evangelio no tuviera cargos. No utilizaba [1] sus derechos como perteneciéndole, para utilizarlos de acuerdo a su propia voluntad, sin tener en cuenta las instrucciones del Señor. El apóstol fue enviado por el Señor para predicar, y según la orden del Señor, tenía derecho a ser sostenido. Sin embargo, no utilizaba este derecho como si fuera una posesión que pudiera usar como quisiera. Pensaba en Cristo y Su gloria, y así usaba, o se abstenía de usar este derecho según la estimación que tenía de la mente del Señor, llevando a cabo su servicio de la mejor manera para la gloria de Cristo.
[1] Puede ser bueno notar que la palabra «abuso», usada en este pasaje y también en el capítulo 7:31, no tiene en ningún caso el significado con el que generalmente usamos la palabra. La fuerza de la palabra es “usar como alguien que tiene posesión de una cosa”, o una persona “usarla como quiera, como propia” (J.N. Darby).
(V. 19-23). Así, completamente libre respecto a todos, utilizaba su libertad para convertirse en el siervo de todos. Cuando predicaba a los judíos, podía encontrarse con ellos en su propio terreno, se adaptaba a sus modos de pensamiento y evitaba herir sus escrúpulos. Con aquellos bajo la Ley, podía apelar a ellos como entrando en todos los ejercicios de los que estaban bajo la Ley, aunque tiene cuidado de agregar: «No estando yo bajo la ley». En cuanto a los que estaban sin Ley, podía apelar a ellos en su terreno, aunque nuevamente se protege diciendo que estaba «como sin ley (no estando yo sin ley de Dios, sino bajo la ley de Cristo)». Para los débiles podía llegar a ser como uno débil. Se hizo todo para todos, para que por todos los medios pudiera salvar a algunos. Además, actuaba así por el amor del Evangelio, que personificaba diciendo: «Para hacerme copartícipe de él».
9.1 - Versículos 24-27. El apóstol no se acomodaba al mundo. El servicio de un camino de abnegación
(V. 24-27). No hay que deducir de estas expresiones del apóstol, que se acomodaba al mundo para escapar del reproche y salvar la carne. Para disipar tal concepto erróneo, el apóstol muestra en los versículos finales de este capítulo que el camino del servicio es un camino de abnegación. Hay, de hecho, una recompensa por servicio mucho mejor que el premio que se obtiene en los juegos del mundo; allí corren por una corona corruptible, pero el cristiano por una incorruptible. Sin embargo, si para obtener una corona terrenal se requiere una vida de sobriedad, cuánto más necesario es la sobriedad en todas las cosas para obtener la corona incorruptible. El apóstol corría sin incertidumbre en cuanto al glorioso final del camino. El conflicto para él no era una mera broma, como si golpeara el aire. Tuvo cuidado de no complacer el cuerpo, sino más bien de mantenerlo en sujeción, para que no fuera un obstáculo para él en su servicio. Los santos de Corinto se jactaban de sus dones y buscaban su tranquilidad (cap. 4:6-8). Cuidémonos de predicar sin que siga la práctica, porque el apóstol nos advierte que es posible predicar y, sin embargo, ser un reprobado. Sabemos que el creyente nunca perecerá, y el apóstol no dice que es posible haber nacido de nuevo, o convertido, y ser no obstante un réprobo. Predicar a los demás no lo es todo. Primero, debemos ser cristianos y luego predicadores, si somos llamados por el Señor.