14 - 1 Corintios 14. El ejercicio del ministerio en la Asamblea: amor, edificación y orden

La Primera Epístola a los Corintios


En el capítulo 14, tenemos el despliegue del orden de Dios para el ejercicio de los dones en la Asamblea. Los dones, como hemos aprendido, han sido distribuidos por el Espíritu a cada uno para la utilidad común (cap. 12:7). Sin embargo, no basta con haber recibido un don; para que pueda beneficiar a otros, su utilización debe ser regulada según Dios. En este capítulo, se contempla la Asamblea como reuniéndose en un solo lugar (v. 23, 26, 28, 33-35); y estamos instruidos sobre la manera de ejercer los dones en tales ocasiones según el orden de Dios.

Hay 2 maneras de poner de lado el orden de Dios: primero, permitiendo el desorden del hombre, y, segundo, adoptando el orden del hombre. Los creyentes de Corinto evidentemente habían dejado de lado el orden de Dios tolerando un grave desorden. Incluso había habido embriaguez en la Cena. Además, parecería que los dones de señales, dados por el Espíritu Santo, eran utilizados sin en tener cuenta la voluntad del Señor, y eran un medio de exaltar a los creyentes y servir su propia vanidad.

En la cristiandad actual, es raro ver ultrajes contra la decencia ordinaria tan desenfrenados como los de Corinto. Sin embargo, por todas partes, vemos asambleas de cristianos profesos conducidas según principios muy contrarios a las claras indicaciones de la Palabra de Dios. Para la cristiandad actual, no se trata tanto del desorden humano, como en Corinto, sino más bien del orden humano que ha sustituido al orden divino. El orden humano es igualmente grave, incluso más, que el desorden humano, porque una conducta grosera ofende incluso a la conciencia natural y exige corrección, mientras que el orden humano puede calmar la conciencia y ser aceptado sin que se detecte su carácter malvado.

Para apreciar la gravedad de este mal, debemos recordar que, muy temprano en la historia de la Iglesia, la masa profesa ha abandonado las grandes verdades características de la dispensación. La presencia de Cristo en gloria como la Cabeza de su Asamblea, la presencia del Espíritu Santo en la tierra, y la formación y el llamado de la Asamblea, son grandes verdades que fueron perdidas casi por completo poco después de la muerte de los apóstoles. El cristianismo fue mezclado a la levadura del judaísmo; con el resultado de que hombres sinceros, pero ignorantes, intentaron mantener el orden mediante la creación de una clase sacerdotal diferente de los laicos según el modelo del sacerdocio judío. El orden humano, por medio del clericalismo, fue adoptado y todavía prevalece en todas las grandes sectas religiosas de la cristiandad.

La gravedad de adoptar este orden humano radica en el hecho de que ignora la presencia y la dirección del Espíritu Santo. Somos tan lentos para aceptar el hecho de que la gran verdad cardinal del momento presente es que estamos viviendo en el tiempo en que una Persona divina –el Espíritu Santo– está presente en la tierra por los intereses de Cristo, y para consolar, enseñar, guiar, para mostrarnos todas las cosas, y para conducirnos en el ejercicio del don y la oración (Juan 14:16-26; 16:13-15; 1 Cor. 12:3; Judas 20). Si hemos entendido el Cuerpo de Cristo y la presencia del Espíritu Santo, y que nos hemos separado de todo sistema hecho por el hombre que, en la práctica, niega estas grandes verdades, podemos preguntarnos: ¿La Escritura proporciona alguna luz en cuanto a la forma en que los creyentes deben actuar cuando se reúnen para el ministerio de la Palabra?

El capítulo 14 de esta Epístola muestra claramente que Dios nos ha dado instrucciones muy explícitas para el ejercicio del ministerio en las asambleas de los suyos cuando están reunidos. El hecho de que los principios establecidos en este capítulo no pueden llevarse a cabo en los sistemas religiosos de la cristiandad solo condena estos sistemas y pone de manifiesto cuán lejos se han apartado del orden de Dios. Sin embargo, si nuestros ojos han sido abiertos sobre el mal de estos sistemas, y nos mantenemos alejados de ellos, nos encontraremos en una posición en la que es posible, bajo la dirección del Espíritu Santo, actuar de acuerdo con el orden de Dios.

En el ejercicio de los dones del Espíritu Santo se afirman 3 grandes principios en este capítulo:

1. Debemos proseguir el amor (v. 1).

2. Los dones deben servir para la edificación (v. 2-25).

3. Los dones deben ser ejercidos según el orden divino (v. 26-40).

14.1 - Versículo 1. El amor es el motivo del ejercicio de los dones

(V. 1). El mantenimiento del amor, la edificación y el orden divino en la Asamblea depende enteramente de la libre acción del Espíritu Santo. Ya el apóstol ha insistido en los derechos del Espíritu Santo en la asamblea (cap. 12:4-13) y nos ha revelado las benditas cualidades del amor (cap. 13). Ahora comienza esta nueva porción, que habla del ejercicio de los dones, con la exhortación: «Seguid el amor».

Si el amor hubiera estado en ejercicio en la asamblea de Corinto, habría escapado a muchos desórdenes graves, incluso si ella no hubiera sido instruida en cuanto al orden de Dios. El amor, como lo ha mostrado el apóstol, lleva a la renuncia de sí mismo. Por lo tanto, la exhortación a proseguir el amor precede a la exhortación a desear los dones espirituales y a la instrucción en cuanto a su utilización. El amor guardará un motivo puro, tanto en el deseo de un don espiritual como a la utilización del don. El amor no piensa en sí mismo, sino en el bien de los demás. Careciendo de amor, los creyentes en Corinto habían estado utilizando los dones de señales de sanidad y de lenguas para exaltarse a sí mismos. Para hacer frente a esta tendencia, el apóstol los exhorta a buscar más bien profetizar.

14.2 - Versículos 2-25. La edificación es la gran finalidad del ejercicio de los dones

(V. 2-4). La exhortación a desear el don de profecía lleva al apóstol a mostrar que el gran final del ejercicio del don es la edificación. A lo largo de su instrucción, insiste sobre esto. En el versículo 3, habla de «edificación, exhortación y consolación»; En el versículo 5, escribe: «Para que la iglesia reciba edificación»; en el versículo 12, «, procurad abundar en ellos para la edificación de la iglesia»; y en el versículo 26, «que todo se haga para edificación».

El que habla en una lengua desconocida puede hablar a Dios de misterios, pero si «nadie le entiende» no hay edificación. A menos que haya un intérprete, tanto el «amor» como la «edificación» excluirían el uso de lenguas. En contraste con las lenguas, la que profetiza habla a los hombres para edificación, aliento y consuelo. Esta no es una definición de la profecía, sino más bien el resultado de profetizar. Pensando en los profetas del Antiguo Testamento, podríamos estar inclinados a limitar la profecía a predecir eventos futuros. Esto, sin embargo, era una parte limitada de la obra del profeta, incluso en los días del Antiguo Testamento. Su gran misión era aplicar la Palabra de Dios a la conciencia y al corazón para la edificación. Esto todavía se aplica al servicio del profeta en los tiempos cristianos; y en este sentido el don permanece. Del lugar que el apóstol da a este don en este pasaje, podemos deducir que es el mayor de todos los dones que le quedan a la Iglesia, y el que más debe ser deseado.

(V. 5-6). Las lenguas tenían, de hecho, su lugar; pero el apóstol pregunta: «¿De qué utilidad os sería yo, si no os hablo con revelación?» Si la Asamblea ha de ser edificada, solo puede serlo a través de una palabra de revelación, o de conocimiento, o de profecía, o de doctrina. En los días del apóstol, todavía había quienes hablaban por revelación. Ahora que la Palabra de Dios está completa, tenemos el don de revelación confinado en las Escrituras. El conocimiento implica transmitir a los creyentes lo que ya ha sido revelado. La profecía es más bien la aplicación de la verdad a la conciencia, mientras que la doctrina, o enseñanza, es la instrucción sobre una verdad particular.

(V. 7-11). Además, para la edificación no solo es necesario impartir el conocimiento, aplicar la Palabra por profecía a la conciencia y enseñar verdades particulares, sino hacerlo con «palabras inteligibles». La oscuridad no es espiritualidad. Si no hubiera «distintos sonidos», la música no transmitiría ninguna melodía. Si el sonido es «confuso», la trompeta no producirá ningún efecto sobre los oyentes. Así que el ministerio puede ser presentado de una manera tan confusa que no transmite ningún significado, o puede ser expresado con tal incertidumbre que no tiene ningún efecto sobre los oyentes. Para que el ministerio edifique, debe estar presentado con palabras «inteligibles» y con la certeza de los oráculos de Dios. Cada sonido en la naturaleza tiene un significado especial, por lo que las palabras tienen un significado particular. Si utilizamos palabras que no transmiten ningún significado a los oyentes, prácticamente nos convertimos en bárbaros [2] hablando en una jerga extraña.

[2] Los romanos llamaban a bárbaros los pueblos de habla extranjera desconocida; esta palabra no tiene pues una connotación despreciativa.

(V. 12). Si, entonces, deseamos con ardor dones espirituales, que no sea para exaltarnos a nosotros mismos y sobresalir por encima de nuestros hermanos, sino para que podamos preponderar en la edificación de la Asamblea. Nada que deje de lado este gran principio de edificación puede ser del Espíritu. Donde el Espíritu Santo no tiene obstáculos, prevalece el amor, y donde prevalece el amor, toda expresión será para edificación.

(V. 13-17). Estas palabras pueden tomar otras formas que el ejercicio de dones específicos. Puede ser por esta razón que en el versículo 1, estamos exhortados a anhelar «manifestaciones espirituales», en lugar de «dones espirituales», como en nuestra traducción. Por lo tanto, se deja espacio para toda forma de expresión bajo la conducción del Espíritu. En estos versículos, leemos acerca de orar, de cánticos y de acciones de gracias, formas de ministerio que nunca son llamadas dones. Pero, cualquiera que sea la forma de expresión, la edificación debe ser el objetivo. Si el Espíritu Santo preside, y si el amor prevalece en la Asamblea, cada expresión será en una forma que los ignorantes podrán seguir inteligentemente y agregar su Amén. La comunión, de la cual el Amén es la expresión externa, será mantenida así.

(V. 18-20). Al condenar el abuso de lenguas, el apóstol no estaba animado por los celos, porque él mismo hablaba en lenguas más que todos; pero utilizaba el don de manera correcta, ante el buen auditorio y con un buen propósito. En la Asamblea, 5 palabras pronunciadas con inteligencia, para que otros pudieran ser enseñados, eran mejores que «10.000 palabras en una lengua extraña». En su afición por el uso de lenguas, los corintios actuaban como niños, que se deleitan en cualquier cosa que haga un espectáculo. El apóstol los exhorta a ellos, y a nosotros mismos, a no ser niños en entendimiento, sino a ser inocentes como un bebé de toda malicia. Tenemos la carne en nosotros y puede, si no fuera por la gracia de Dios, utilizar la oración o el ministerio para vehicular un poco de malicia contra un hermano. Pero, como alguien ha dicho, esta es una forma de maldad espiritual en los lugares celestiales. Busquemos, pues, seguir el amor y la edificación.

(V. 21-25). El apóstol cita libremente Isaías 28:11-12 para mostrar que, en el día de la ruina de Israel, cuando los profetas habían errado, Dios les habló en lenguas de extranjeros, como una señal de la incredulidad de aquellos que no querían escuchar la clara Palabra de Dios. Así que, el ejercicio del don de lenguas al principio del cristianismo era una señal, no para los creyentes, sino para los incrédulos, y esta señal dejaba al auditor sin excusa.

En contraste con las lenguas, el don de profecía es útil no solo para el incrédulo, sino también para el creyente. Cuando los santos se reunían en un solo lugar, el ejercicio de lenguas sin un intérprete habría llevado a un incrédulo, o a una persona sin instrucción, a concluir que la Asamblea estaba loca. En cambio, si profetizaban, convencería la conciencia de un incrédulo, manifestaría los secretos de su corazón y lo convencería de estar en la presencia de Dios.

14.3 - Versículos 26-40. El orden divino para mantener en ejercicio los dones

(V. 26). En vista de sus instrucciones para el mantenimiento del orden divino en las reuniones en asamblea, el apóstol se informa de cómo obraban estos creyentes en Corinto. Había estado dando plena libertad para orar, cantar, bendecir, dar gracias y profetizar, siempre que todo se llevara a cabo en un espíritu de amor y edificación. Estaban aprovechando al máximo su libertad, porque “todos” estaban listos para participar. Sin embargo, habían abusado de su libertad al no actuar «decorosamente y con orden». La libertad del Espíritu se había cambiado en licencia para la carne. El hecho de corregir este abuso no sugiere que el ministerio de un solo hombre debería remplazar la libertad que pertenece a cada uno. La cristiandad lo ha hecho y ha perdido la libertad buscando corregir el abuso. El apóstol dice: «Que todo se haga para edificación», y para que esto sea así, presenta el orden de Dios; manteniendo así plena libertad para el ministerio, mientras lo protege del abuso.

(V. 27-28). Primero, se ocupa de las lenguas. Si alguno habla en lengua, que sean «2, a lo más 3», y cada uno a su vez, y que alguien interprete. Si no hay intérprete, no se permite el ejercicio de este don.

(V. 29-31). Si los profetas hablan, también deben ser solo 2 o 3, mientras los otros juzgan. Los oradores y lo oyentes tienen cada uno su responsabilidad. Los oyentes deben juzgar si lo que se dice es del Espíritu. Cada orador debe dejar espacio para otro a quien se le pueda dar una palabra, porque todos pueden profetizar uno por uno, para que todos puedan aprender y ser exhortados. En cuanto al ministerio único (de un solo hombre) en una reunión de asamblea, está claro que en todos los aspectos es un desorden.

(V. 32-33). Además, los espíritus de los profetas están sometidos a los profetas; esta declaración excluye toda idea de estar animados por un impulso incontrolable. Sería de otra manera con gente hablando bajo el poder de los demonios, siendo el resultado una excitación profana y desorden. Dios no es el autor del desorden, sino de la paz. Cualquier escena de desorden en las asambleas del pueblo de Dios claramente no es de Dios.

(V. 34-35). La libertad de cada uno para profetizar uno por uno en la asamblea no se aplica a las mujeres. Ellas deben guardar silencio en las asambleas. Su capacidad no está en cuestión. El silencio en público por parte de las mujeres es según el orden de la creación, así como de la Ley. La esfera de libertad de la mujer está en el hogar. Hablar en público es cubrirse de vergüenza.

(V. 36-38). Las instrucciones del apóstol se terminan con una afirmación expresa de que son los mandamientos del Señor y, como tales, tienen toda la autoridad de la Palabra de Dios que se dirige, no solo a la asamblea de Corinto, sino a todas las asambleas del pueblo de Dios. Descuidar las instrucciones del apóstol, es rechazar la aplicación universal de la Palabra de Dios a la Iglesia. El lugar de la Iglesia es estar sometida a la Palabra de Dios, recordando que la Palabra de Dios viene a, y no de, la Iglesia. La Asamblea, como tal, está enseñada, y no puede enseñar. La espiritualidad de un hombre será vista por el reconocimiento de que las cosas que Pablo ha escrito son los mandamientos del Señor. Ignorar estas instrucciones, es ignorar los mandamientos directos del Señor. Puesto que esto es así, el apóstol es muy breve y decisivo con cualquiera que rechace la sumisión. Con tal persona no discutirá. Simplemente dice: «Si alguno lo ignora, que lo ignore».

(V. 39-40). El apóstol resume sus instrucciones insistiendo nuevamente para que deseen profetizar, sin prohibir hablar en lenguas, sino: «Que todo se haga decorosamente y con orden». Cualquiera que sea la forma que tomen las manifestaciones espirituales en la Asamblea, que todos los que participan se pregunten: “¿Será en amor, será para edificación, será según el orden divino?”. Recordemos entonces las 3 grandes exhortaciones del capítulo:

1. «Seguid el amor» (v. 1).

2. «Que todo se haga para edificación» (v. 26).

3. «Que todo se haga decorosamente y con orden» (v. 40).