10 - 1 Corintios 10 al 11:1. El abuso de la libertad que compromete la comunión

La Primera Epístola a los Corintios


En el capítulo 10, el apóstol nos advierte primero de la posibilidad de hacer profesión del cristianismo participando en las ordenanzas cristianas y, a pesar de todo, perecer. Luego nos da el verdadero significado de la copa y del pan, de los cuales participamos en la Cena del Señor; y termina advirtiéndonos contra el uso de nuestra libertad individual de una manera que comprometa la comunión cristiana u ofenda a los judíos, a los gentiles o a la Asamblea de Dios.

(V. 1-5). El apóstol ya ha advertido sobre la posibilidad de predicar y a pesar de todo estar reprobado; ahora advierte a los profesos que es posible estar bautizado y participar de la Cena del Señor y, sin embargo, estar perdido. No dice que podemos tener parte en la muerte de Cristo y perecer, sino que es posible tener parte en los símbolos de Su muerte y perecer. Por lo tanto, expone la trampa, en la que ha caído la gran masa de la cristiandad, de hacer un sistema sacramental en el que la salvación depende de tener parte en el bautismo y la Cena del Señor. Para ilustrar este hecho solemne, el apóstol se refiere a la historia de Israel. Nos recuerda que todo Israel fue bautizado a Moisés en la nube y en el mar, y que todos comieron del maná y participaron del agua que fluía de la roca, cosas que en figura hablaban de Cristo. Sin embargo, Dios no se complació con «la mayoría de ellos», y perecieron en el desierto.

(V. 6-11). Ahora, dice el apóstol, estas cosas sucedieron como tipos y ejemplos. Evidentemente, establecen como tipo el rito iniciático del cristianismo, el bautismo, así como el rito recurrente de la Cena del Señor. Sin embargo, por muy importantes que sean estos ritos, no imparten vida a los participantes. Por desgracia, es posible tener parte en ellos y, sin embargo, vivir de una manera que llama al desagrado de Dios. Los participantes pueden así demostrar que son meros profesos y al final perecer.

Para advertirnos contra este peligro, el apóstol nos recuerda los males en los que cayeron muchos en Israel, con la intención de que no actuáramos como ellos lo hicieron.

  • En primer lugar, codiciaron las cosas malas de este mundo y se cansaban de la provisión celestial (Núm. 11:4-6).
  • En segundo lugar, cediendo a estos deseos, permitieron a las cosas visibles y tangibles interponerse entre sus almas y Dios; cayeron en la idolatría y se abandonaron a la satisfacción de sus deseos; «Y se sentó el pueblo a comer y a beber, y se levantó a regocijarse» (Éx. 32:1-6).
  • En tercer lugar, habiéndose alejado de Dios, cayeron en pecados graves, en alianza impía con el mundo y bajo el juicio de Dios (Núm. 25:1-9).
  • En cuarto lugar, esta alianza profana con el mundo destruyó todo sentido de la presencia de Jehová. Tentaron a Jehová para probar su presencia diciendo: «¿Está, pues, Jehová entre nosotros, o no?» (Éx. 17:7). Esta palabra en contra de Dios condujo a una prueba solemne de su presencia por sus tratos en el juicio (Núm. 21:5-6).
  • En quinto lugar, murmuraron contra los caminos de Dios para con ellos y cayeron bajo el poder de sus enemigos (Núm. 14:2-4, 45).

El orden en que están enunciados estos males es evidentemente moral y no histórico. La codicia encabeza la lista, porque, como nos dice el apóstol Santiago: «La concupiscencia, tras concebir, engendra el pecado» (Sant. 1:15). Conduce a la idolatría, porque lo que codiciamos se convierte en un ídolo entre el alma y Dios. Entonces, a través del ídolo, se forma una alianza profana con el mundo, que a su vez destruye todo sentido de la presencia de Dios en medio de su pueblo, y conduce a murmurar y a rebelarse contra los caminos de Dios por los cuales él viene para castigar a los hombres debido a sus malos caminos.

Estos males hicieron descender el juicio de Dios sobre los israelitas. Cayeron «en el desierto»; «cayeron»; «perecieron por las serpientes»; perecieron «por el exterminador». Además, las cosas que les sucedieron son tipos para nosotros, advirtiéndonos para que no actuemos como ellos lo hicieron, temiendo que mientras participamos en los ritos cristianos, cedamos a la codicia y caigamos bajo el poder del pecado, de Satanás y de la muerte.

(V. 12-14). El apóstol, en palabras escrutadoras, continúa aplicando estas advertencias a los cristianos profesos. Nos advierte contra la confianza natural en la carne en nosotros mismos: «El que piensa estar firme, mire que no caiga». No pensemos que, porque hemos participado de la Cena, estamos a salvo de caer en los pecados más groseros. Pero, se nos recuerda, que Dios es nuestro recurso. Las tentaciones que nos asaltan son comunes entre los hombres, y Dios nunca permite que seamos tentados sin hacer un camino de escape, aunque, por desgracia, podemos descuidar el camino. «Por tanto», dice el apóstol: «Huid de la idolatría». Evitad que todo lo que despierte codicia, se interponga entre el alma y Dios, y conduzca a una caída (pública).

(V. 15-17). Después de habernos advertido contra el abuso de las ordenanzas cristianas, el apóstol nos presenta el verdadero significado de los símbolos de la Cena del Señor, la copa y el pan. Para nosotros, la copa es una «copa de bendición», un símbolo de la sangre de Cristo, recordándonos su muerte, cuando la sangre que limpia de todo pecado fue derramada en la Cruz. Para él fue una copa de juicio, pero la copa que trajo juicio sobre él, nos asegura la bendición. La copa de juicio para Cristo se convierte así en una copa de bendición para el creyente. Por esta copa, podemos bendecir, o dar gracias. Al hablar de bendecir la copa, no se piensa en un individuo consagrando los elementos de acuerdo con las ideas de la cristiandad corrupta. El apóstol dice: «bendecimos», «partimos» y «participamos». Es un acto de acción de gracias en el que todos los que participan tienen su parte.

Al participar del pan expresamos dos grandes verdades. Primero, en el pan partido: «El pan que partimos», está expuesta la gran verdad de que participamos en la muerte de Cristo, su cuerpo dado por nosotros. En segundo lugar, en el pan no partido tenemos un símbolo del Cuerpo místico de Cristo, que incluye a todos los verdaderos creyentes, y, al participar de «un solo pan», expresamos nuestra identificación con el único Cuerpo del cual Cristo es la Cabeza y todos los creyentes los miembros. El «un solo pan» no solo expresa que aquellos que en un momento dado participan del pan son uno, ni que los creyentes en cualquier localidad particular son uno, sino que expresa la unidad de todo el Cuerpo que incluye a todos los verdaderos creyentes.

(V. 18-22). Después de haber expuesto el profundo significado de la copa y del pan, el apóstol nos advierte contra el hecho de participar en comunidades humanas que están puestas de lado, o condenadas, por la muerte de Cristo. Primero alude a Israel para establecer el importante principio de que, al participar de un sacrificio, expresamos comunión con todo lo que este representa. Esto hace que sea tan intensamente solemne para un cristiano tener parte de cualquier cosa que exprese comunión con ídolos. Los creyentes de Corinto sabían que los ídolos mismos no eran nada, y los alimentos ofrecidos a los ídolos no eran diferentes de otros alimentos; por lo tanto, corrían el peligro de argumentar que podían asistir a un templo pagano y comer alimentos ofrecidos a los ídolos. No, dice el apóstol, olvidáis que las cosas sacrificadas a los ídolos están realmente sacrificadas a los demonios, que son los instigadores de esta adoración de ídolos.

El ídolo puede, de hecho, no ser nada, pero los demonios detrás de ellos son muy reales, al conducir a los hombres a adorar ídolos, conducían a los hombres a adorar demonios, usurpando así el homenaje debido solo a Dios. ¿Cómo, entonces, podrían los cristianos, que al beber de la copa del Señor expresaban comunión con el Señor, con su muerte y con los suyos, atreverse a beber de una copa que expresaba comunión con los demonios? Si nos sentamos a la Mesa del Señor, donde él preside, y participamos de las bendiciones que él provee, ¿cómo podríamos participar en las malas cosas que los demonios proveen para la satisfacción de la carne en su mesa? El Señor ciertamente está celoso de que los afectos de su pueblo se alejen de sí mismo hacia otro. ¿Puede un creyente que se ha desviado en su afecto al Señor, puede impunemente ignorar al Señor? ¿Somos más fuertes que él? Cuidémonos de provocar al Señor para que actúe en tratos gubernamentales hacia nosotros, como Dios tuvo que hacerlo con Israel.

(V. 10:23 al 11:1). Después de habernos advertido contra toda comunión idólatra, el apóstol responde a las preguntas que pueden surgir en cuanto a comer alimentos fuera del templo de los ídolos. Pueden surgir dificultades en los mercados, o en las fiestas en casas privadas, donde alimentos que se han ofrecidos a los ídolos pueden ser vendidos o servidos. En tales casos, que cada uno recuerde que, si todas las cosas están permitidas, de ninguna manera se deduce que todas las cosas sean ventajosas, y que debemos considerar lo que contribuye a la edificación y ventaja de los demás. En los mercados, o en las fiestas, no necesitamos hacer preguntas, en la medida en que podemos el alimento como siendo del Señor y de dado por él. Sin embargo, si se señala que los alimentos han sido sacrificados a los ídolos, entonces el cristiano debe abstenerse de comer por amor a un creyente que tiene conciencia al respecto, y para evitar que los incrédulos se pongan a acusar a los creyentes de comer alimentos ofrecidos a los mismos ídolos que ellos condenan.

Por lo tanto, al comer o beber, como en todo lo demás que hacemos, debemos considerar, no solo a nosotros mismos y a nuestra libertad, sino a la «gloria de Dios», y las conciencias de nuestros hermanos y hermanas, y así evitar ofender a los judíos, o a los gentiles, o a la Asamblea de Dios. Además, no solo debemos evitar ofender a cualquiera, sino que debemos seguir al apóstol, que complacía a todos los hombres en todas las cosas, no buscando su propio interés, «sino el de muchos, para que se salven». ¿Y cómo buscó agradar «a todos»? No, podemos estar seguros, que asociándonos con lo que es malo en ellos, no lo podremos hacer, sino siguiendo a Cristo en toda su humilde gracia. El apóstol puede así concluir esta parte de su Epístola con la exhortación: «Sed imitadores míos, así como yo lo soy de Cristo».


arrow_upward Arriba