Inédito Nuevo

12 - 1 Corintios 12. Los dones del Espíritu; la Asamblea, Cuerpo de Cristo

La Primera Epístola a los Corintios


El apóstol ha presentado la Cena del Señor como la fiesta (comp. 1 Cor. 5:8) en la que se reúne la Asamblea. Ahora, trae ante nosotros los dones del Espíritu Santo, y su presencia en la Asamblea, sin los cuales no se puede mantener un orden divino cuando los santos se reúnen para participar de la Cena o para el ejercicio del ministerio.

Aprendemos de este pasaje que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, formado por el Espíritu, y que el Espíritu Santo obra en el Cuerpo distribuyendo los dones, para el bien del Cuerpo, a cada uno en particular como él quiere (v. 11), para ser utilizado bajo la guía del Espíritu (v. 3). El apóstol nos advierte así contra la intrusión de los espíritus malignos y la pretensión humana; lo hace sosteniendo los derechos del Espíritu Santo en la asamblea de Dios.

(V. 1-3). El capítulo comienza dándonos las verdaderas marcas de un ministerio por el Espíritu de Dios, permitiéndonos así detectar y rechazar cualquier ministerio que emane de un espíritu falso. Llamados de los gentiles, estos creyentes de Corinto habían estado anteriormente bajo la influencia de espíritus falsos, y así llevados a adorar ídolos mudos, y a maldecir a Jesús. Ningún hombre hablando por el Espíritu Santo conduciría a la adoración de ídolos, o a menospreciar a Cristo. Por el contrario, el Espíritu Santo siempre conducirá a la confesión de Jesús como Señor.

El tercer versículo no es exactamente una prueba que nos permita distinguir entre creyentes e incrédulos; más bien nos está dando un medio para discernir si un hombre está hablando por el Espíritu de Dios o un espíritu falso. Era de especial importancia tener tal prueba en un día en que las revelaciones todavía estaban siendo dadas por el Espíritu Santo, y en el que el diablo estaba tratando de falsificar la revelación (véase 2 Tes. 2:2). Tampoco ha cesado la importancia de la prueba, aunque la revelación está completa, porque estamos advertidos que en los últimos tiempos algunos prestarán atención a los espíritus seductores, y que, además, habrá quienes, aunque profesan ser ministros de Cristo, son en realidad ministros de Satanás. Estos pueden ser detectados por su actitud hacia Cristo. Cualquiera que menosprecie a Cristo no es guiado por el Espíritu de Dios (véase 1 Tim. 4:1; 2 Cor. 11:13-15.)

Habiéndonos preparado para discernir cuando un hombre está hablando por el Espíritu de Dios, el apóstol procede a instruirnos en cuanto al poder divino y a la autoridad para el ejercicio de los diferentes dones para el ministerio (v. 4-5).

(V. 4). Cualquiera que habla por el Espíritu Santo exaltará a Cristo, pero el Espíritu puede hablar a través de dones muy diferentes. Sin embargo, todos se ejercitan en la energía y el poder del mismo Espíritu.

(V. 5). Además, si los diversos dones están utilizados para llevar a cabo diferentes formas de servicio, es el mismo Señor quien dirige en cada servicio.

(V. 6). Por último, el ejercicio de los dones en diferentes servicios producirá diferentes efectos o «actividades», pero es el mismo Dios quien trabaja para producir los resultados en las almas.

Así aprendemos que los dones solo pueden utilizarse correctamente en la energía del Espíritu, bajo la dirección del Señor; y cualquier obra verdadera en las almas es el resultado de la operación de Dios.

Estos 3 versículos (4 al 6), correctamente entendidos, van muy útiles para rechazar, y al mismo tiempo corregir, 3 graves desórdenes en la el cristianismo

1. Se enseña muy generalmente en el mundo religioso que, para el ejercicio del don, la capacidad natural, la sabiduría humana y la formación de un colegio teológico son necesidades preliminares. El apóstol enseña que, para el ejercicio del don en la Iglesia de Dios, requerimos lo que ninguna escuela de hombres puede dar, y ningún conocimiento humano puede proporcionar: la presencia y el poder del Espíritu. Bajo su poder él puede utilizar, y lo hace, a pescadores «sin letras y del vulgo» (Hec. 4:13), como Pedro y Juan, para ocupar la alta posición de apóstoles y alterar el mundo, pero también puede utilizar a un hombre altamente educado como el apóstol Pablo. El orgullo del hombre está así dejado de lado y todo se hace para que descansemos sobre la presencia y el poder del Espíritu Santo.

2. El cristianismo afirma que antes de que un hombre pueda ejercer su don, debe recibir la ordenación mediante hombres y ser enviado por alguna autoridad humana para servir. El apóstol insiste en que el verdadero servicio solo requiere la autoridad del Señor.

3. Para obrar en las almas, los hombres cuentan en gran medida con la elocuencia, las apelaciones conmovedoras, la música, los cánticos y otros métodos que apelan a los sentidos. El apóstol nos dice que «Dios hace todas las cosas en todos». Es Dios quien obra todo lo que es divino en todos aquellos en quienes hay una obra. El apóstol, ya les ha recordado a estos creyentes: «Mi palabra y mi predicación no fueron con palabras persuasivas de sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder; para que vuestra fe no se basara en sabiduría de hombres, sino en el poder de Dios» (1 Cor. 2:4-5).

Así aprendemos que:

  • El poder para el ejercicio de los dones no es del hombre; es del Espíritu Santo.
  • La autoridad para el servicio no proviene del hombre; viene del Señor.
  • El resultado en las almas no está producido por el hombre; es la operación de Dios.

(V. 7). Habiendo hablado de la fuente divina de todos los dones, el apóstol ahora nos instruye en cuanto a la diferencia de los dones y su distribución (v. 7-11). Aprendemos que el Espíritu no concentra todas sus manifestaciones en un solo hombre, o en una sola clase de hombres. Las instrucciones del apóstol desaprueban un mal considerable de la cristiandad por el cual una clase especial de hombres está puesta aparte para el ministerio, dividiendo así al pueblo de Dios en clero y laicos. La Escritura no conoce tal distinción. La cristiandad, deja de lado el orden de Dios, y al hacerlo prácticamente dice que la manifestación del Espíritu se da a un hombre que es ordenado para presidir una congregación. Aquí es «a cada uno» a quien se le da la manifestación del Espíritu.

Además, esta manifestación del Espíritu se da «para el bien de todos». No se da para que el individuo pueda exaltarse a sí mismo, u obtener un lugar prominente entre el pueblo de Dios, o para ganar influencia y ventaja personal, sino para el bien común y el beneficio de todos. Esta instrucción dada por el apóstol tenía un alcance especial para los creyentes de Corinto que usaban dones para exaltarse.

(V. 8-10). El apóstol continúa distinguiendo entre los diferentes dones. Él está hablando, no tanto de la posesión de los dones, sino de la «manifestación», o utilización, de los dones. Por lo tanto, no solo habla de sabiduría y conocimiento, sino de «palabra de sabiduría» y «palabra de conocimiento». El término «palabra» implica la comunicación de la sabiduría y del conocimiento para ayudar a los otros.

La sabiduría es la posesión del pensamiento de Dios, de modo que todo está considerado como ante Dios, y en relación con Dios, lo que permite a su poseedor actuar correctamente en cualquier circunstancia particular. El conocimiento es más bien un conocimiento inteligente de la Palabra revelada de Dios, de modo que la doctrina puede ser claramente establecida.

La fe, en este pasaje, no es simplemente fe común a todos los creyentes, la fe en Cristo y en el evangelio; es más bien la fe especial dada a ciertos creyentes que les permite ayudar al pueblo del Señor para vencer las dificultades, superando la oposición y guiándolos en sus perplejidades.

Los dones de sanidad eran dones de señal en relación con nuestros cuerpos. La realización de milagros, que no sean curaciones, parece implicar una exhibición de poder sobre las cosas materiales y los seres espirituales (comp. Marcos 16:17-18; Hec. 13:11; 16:18; 28:5.)

La profecía era una manifestación de poder espiritual en el dominio espiritual, permitiendo a su poseedor dar el pensamiento de Dios en cuanto al presente o futuro (comp. Hec. 11:28; 1 Cor. 14:3.)

El discernimiento de espíritus es un don que, como alguien lo ha dicho, “significa la facultad de decidir, no entre verdaderos y falsos profesos del Señor Jesús, sino entre la enseñanza del Espíritu y las simulaciones hechas por espíritus malignos” (William Kelly).

Diversas clases de lenguas pueden ser dadas a uno, y la interpretación de las lenguas a otro.

(V. 11). Teniendo estos diferentes dones ante nosotros, se nos recuerda que, si bien algunos son milagrosos, todos son espirituales. «Pero todas estas cosas las hace el único y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere». El orden de Dios para su Asamblea es la diversidad de dones, distribuidos a diferentes individuos, ejercidos por una sola voluntad: el poder y la voluntad del Espíritu Santo. Todo orden verdadero en las asambleas del pueblo de Dios proviene de Dios mismo obrando en medio de su pueblo. El cristianismo, por sus arreglos humanos, por el ministerio ordenado y el ritual prescrito, ignora este orden en la práctica, si no en la doctrina.

(V. 12-13). De las diversas manifestaciones del Espíritu, el apóstol pasa a hablar de la esfera en la que actúa el Espíritu. Esto conduce a un despliegue muy bendito de la verdad de la Asamblea vista como el Cuerpo de Cristo. De acuerdo con el orden de Dios, los creyentes no ejercen estos dones como individuos aislados, sino como miembros del Cuerpo de Cristo y para el bien de todo el Cuerpo. El apóstol toma el cuerpo humano para ilustrar ciertas grandes verdades en cuanto al Cuerpo de Cristo. Como el cuerpo humano es uno y, sin embargo, está compuesto de muchos miembros, todos teniendo su lugar y parte en ese único cuerpo, «así también es Cristo». Esta es una hermosa manera de presentar la verdad. El tema es la Iglesia, pero el apóstol no dice: “así también es la iglesia”, sino «así también es Cristo». El Cuerpo es el Cuerpo de Cristo e incluye a Cristo y a los miembros. Es su Cuerpo que está ahí para así expresarlo. Esto está de acuerdo con la verdad presentada por primera vez al apóstol en su conversión, cuando el Señor le pregunta: «¿Por qué me persigues?» (Hec. 9:4). Tocar a su pueblo es tocarlo a él mismo, su Cuerpo.

Entonces se nos dice que la Iglesia está compuesta de creyentes, ya sean judíos o gentiles, bautizados en un solo Cuerpo por el Espíritu. Este bautismo del Espíritu, como sabemos por Hechos 1:5 y el capítulo 2, tuvo lugar en Pentecostés, cuando los creyentes, por el don y la habitación en el Espíritu Santo, fueron unidos a Cristo la Cabeza en el cielo, y unos a otros.

Habiendo presentado la verdad de la Iglesia como el Cuerpo de Cristo, el apóstol, en el resto del capítulo, utiliza las funciones del cuerpo humano para presentar lo que debería caracterizar en la práctica al Cuerpo de Cristo sobre la tierra. Muestra que, así como el cuerpo humano ha sido constituido para funcionar como un todo unido, excluyendo todo desorden, así debería ser en la Asamblea.

(V. 14-19). En primer lugar, se nos recuerda que en el cuerpo humano hay diversidad en la unidad. «El cuerpo no es un solo miembro, sino muchos». Esta diversidad sería completamente ignorada, y el desorden más grave surgiría, si cada miembro descuidara su propia función por envidia de los miembros que tienen quizás una función más alta. Si el pie comenzara a quejarse de que no era una mano, o el oído que no era un ojo, el cuerpo dejaría de funcionar, porque los miembros que se quejan dejan de trabajar eficazmente por el bien del cuerpo. Tal desorden solo puede evitarse mediante el reconocimiento de que es Dios, y no el hombre, quien ha colocado «a cada uno de los miembros en el cuerpo como él quiso», dando a cada uno su lugar y función designadas. La preeminencia de un miembro haría desaparecer el cuerpo. «Si todos fueran un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?».

(V. 20-25). En segundo lugar, el apóstol muestra que hay unidad en la diversidad. Si bien hay muchos miembros, solo hay un Cuerpo. Pero esta unidad del Cuerpo estaría en gran peligro si los miembros superiores miraran con desdén a los miembros inferiores. Ya hemos visto que la envidia mutua rompería la diversidad; ahora aprendemos que el desdén rompería la unidad. Si el ojo tratara la mano con desprecio, y la cabeza se burlara de los pies, toda la unidad del Cuerpo desaparecería. Una vez más, este desorden solo puede ser excluido por el reconocimiento de la presencia y el poder de Dios, que ha arreglado el Cuerpo de tal manera que ningún miembro puede prescindir de los otros miembros.

El reconocimiento de la primera gran verdad, que hay diversidad en la unidad, excluye por completo el principio mundano del clero, porque es evidente que en un solo Cuerpo ningún miembro puede reclamar preeminencia, cada miembro teniendo su propia función.

El reconocimiento de la segunda verdad, que hay unidad en la diversidad, excluye el principio de independencia. Los miembros, aunque cada uno tiene su función especial, dependen unos de otros. La verdad, entonces, del Cuerpo de Cristo es que ningún creyente tiene la preeminencia y todos dependen unos de otros.

(V. 26). El resultado es que, si «un miembro sufre, todos los miembros sufren con él; si un miembro recibe honor, todos los miembros se alegran con él». La expresión de esto se ve sin duda muy obstaculizada por el estado dividido de la cristiandad. Sin embargo, la verdad sigue siendo que los miembros tienen un efecto los unos sobre los otros, estando unidos entre sí por el Espíritu Santo; y la verdad es también que lo que depende del Espíritu permanece, incluso si nuestros fracasos pueden obstaculizar su expresión. Cuanto más espirituales seamos, más nos daremos cuenta de la verdad de que todos tenemos un efecto los unos sobre los otros. La división de la Asamblea ha debilitado nuestras sensibilidades espirituales, pero, como uno ha dicho: “Sufrimos o nos regocijamos conscientemente, en la medida de nuestro poder espiritual”.

12.1 - Versículo 27. Vosotros sois Cuerpo de Cristo

(V. 27). El apóstol ha hablado de los grandes principios que son verdaderos para toda la Asamblea de Dios en la tierra, vista como el Cuerpo de Cristo. Ahora aplica estas verdades a la asamblea local en Corinto. Él dice: «Vosotros sois cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno en particular». Él no dice: “Vosotros sois el cuerpo de Cristo”, como se traduce erróneamente en algunas versiones, sino, «Vosotros sois cuerpo de Cristo», o «Sois cuerpo de Cristo». La asamblea de Corinto no era el Cuerpo de Cristo, sino que era la expresión local del Cuerpo como parte de él. Un general podría decir a algunos soldados en una localidad determinada: «Recuerden que ustedes son Guardias nacionales»; no dice: «Ustedes son los Guardias nacionales», porque no incluyen a todo el regimiento; sin embargo, representan localmente al regimiento.

Así que hoy sigue siendo el privilegio y la responsabilidad de todos los cristianos, en cualquier localidad dada, reunirse simplemente como los miembros del Cuerpo de Cristo en la tierra, y como representantes locales de ese Cuerpo. Por el Espíritu, cada creyente es un miembro del Cuerpo de Cristo, y como tal es responsable de caminar en conformidad con esta gran verdad, rechazando a ser asociado con las sectas de la cristiandad que prácticamente niegan esta verdad. En la cristiandad, esta gran verdad está ignorada por los cristianos que se reúnen alrededor de algún siervo devoto, o por otros que forman una unión para mantener alguna verdad particular. La única unidad formada por el Espíritu es el único Cuerpo de Cristo, y la única calidad de miembro que las Escrituras reconocen es la miembro de este Cuerpo.

En este día de división, cristianos sinceros intentan reformar la unión de los cristianos estableciendo uniones para la oración, para predicar el Evangelio, para una obra misionera y para la difusión de ciertas verdades como la santidad o la venida del Señor. Muchos están preparados para unirse a estas uniones hechas por el hombre, pero muy pocos quieren dejar las diversas sectas formadas de acuerdo con la sabiduría y los arreglos del hombre, para caminar en la luz de la única unidad formada por el Espíritu y actuar bajo la guía del Espíritu. Y, sin embargo, el Señor no pide nada más. Él no impone a nuestras conciencias que nos unamos a las innumerables reuniones y uniones diversas, lo que sería, como se ha señalado, completamente impracticable para la gran mayoría de los cristianos. El Señor tampoco propone que dejemos las diferentes sectas y viajemos a algún lugar distante para reunirnos durante una semana en el año, a fin de expresar nuestra unidad en Cristo. Si fuera así, se nos pediría que hiciéramos algo completamente imposible para la gran mayoría del pueblo de Dios.

Ciertamente, lo que el Señor busca es que los suyos, en su localidad, dejen todo lo que es una negación de la verdad y se reúnan en la verdad del único Cuerpo del cual, si son creyentes, ya son miembros. Uno ha dicho verdaderamente: “Lo que el Señor pide que hagamos, es posible para todos, sin ruido y sin pompa, es verdad en su carácter y en todo tiempo”. Tal camino está abierto a los más simples y a los pobres del pueblo de Dios. Es cierto que, si algunos tienen una fe dada por Dios para reunirse en cualquier localidad, a la luz de la verdad del Cuerpo único, difícilmente podría decirse de ellos, como de la asamblea de Corinto: «Vosotros sois cuerpo de Cristo», como representativos del Cuerpo de Cristo, ya que en este día de división sería difícil encontrar una asamblea de santos que incluyera a todos los creyentes de la localidad. Sin embargo, todavía es posible para los creyentes, que están preparados a toda costa a caminar en obediencia a la Palabra, caminar juntos a la luz del único Cuerpo.

(V. 28-30). En los versículos finales está puesto ante nosotros el hecho de que Dios ha puesto en «la iglesia» –es decir, la Iglesia como un todo– diferentes dones. En la Epístola a los Efesios aprendemos que los dones son dados por Cristo, la Cabeza en el cielo del Cuerpo. En la Epístola a los Corintios aprendemos que el Espíritu Santo distribuye los dones en la Asamblea en la tierra.

Algunos de estos dones eran sin duda para la inauguración del cristianismo. Tales son los dones de signos (o dones milagrosos). No hay una palabra para decir que continuarían durante todo el período de la Iglesia. Es significativo que los dones que los hombres codician sean puestos lo más abajo en la escala.

(V. 31). El don es algo que podemos desear con razón. Sin embargo, por el hecho que, como los creyentes en Corinto, podemos abusar fácilmente de los dones al tratar de utilizarlos para exaltarnos a nosotros mismos, se nos dice que hay una manera más excelente de servirnos unos a otros. De esta manera más excelente, el apóstol procede inmediatamente a hablar.


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