6 - 1 Corintios 6. La santidad individual

La Primera Epístola a los Corintios


(V. 1). Después de haber tratado de la inmoralidad no juzgada en medio de ellos, el apóstol ahora expone la incoherencia de los cristianos que acuden ante los tribunales del mundo para resolver disputas entre hermanos en cosas relacionadas con esta vida. En lenguaje sencillo, desaprueba a cualquier hermano que, teniendo una disputa con otro hermano, se atreve a buscar un acuerdo judicial de los «injustos», en lugar de apelar a los santos. Al calificar de «injusto» a los tribunales del mundo, considera a los hombres de este mundo en su relación con Dios.

(V. 2). Para mostrar la incoherencia de esta forma de obrar, el apóstol les pide que vean sus acciones a la luz del mundo venidero. Ellos saben que en ese día los santos estarán asociados con Cristo cuando él gobierne sobre el mundo y los ángeles. Qué incoherencia, entonces, buscar el juicio de parte de aquellos a quienes vamos a juzgar.

(V. 3-4). Además, muestra la inutilidad de apelar al mundo, porque, si los santos van a juzgar al mundo y a los ángeles, seguramente deben ser capaces de juzgar en los asuntos comparativamente pequeños de la vida cotidiana. Siendo así, si surgen asuntos que pertenecen a esta vida entre hermanos, los menos estimados en la asamblea pueden estar capacitados para resolverlos, ya que no requieren una gran espiritualidad o don, sino más bien sentido común y honestidad.

(V. 5-6). Si el apóstol debía hablar así, es realmente para vergüenza de ellos, porque el hecho de ir ante los tribunales del mundo parecería probar que, a pesar de todo el conocimiento y los dones en los que se jactaban, no había entre ellos un hombre sabio capaz de resolver estos pequeños asuntos, y así el hermano iba ante el tribunal contra el hermano, y eso ante los incrédulos. Es evidente que el apóstol está hablando de asuntos que no necesitan ser llevados ante la asamblea, porque estos podían estar resueltos por algún «sabio» entre los hermanos.

(V. 7-8). Habiendo condenado este procedimiento de obrar mundano, el apóstol ahora trata del bajo estado moral que conducía a tales prácticas. Como a menudo, detrás de las malas prácticas, hay un estado de espíritu equivocado y la ignorancia de los principios divinos. Evidentemente no estaban preparados para sufrir injusticia o daño, por amor a Cristo. Por el contrario, yendo al tribunal uno contra el otro, cometían injusticia y, en consecuencia, se causaban daño mutuamente. ¿Dónde estaba, entonces, la paciencia y el sufrimiento por hacer el bien? Como uno ha dicho: “No estaban en retraso para recibir dones, pero no iban hacia adelante en la gracia”, y nuevamente: “Si puedo guardar el carácter de Cristo, preferiría hacer eso que guardar mi manto» (J.N. Darby). Podemos mostrar mucha irritación y resentimiento cuando creemos ser objeto de abuso, pero así demostramos que preferimos perder el carácter de Cristo que a perder nuestro dinero.

(V. 9-11). El apóstol pasa a hablar de los males que han provocado las demandas judiciales. Él da una descripción solemne del mal que había en Corinto en su corrupción, en lugar de su violencia, pero eso no tiene cabida en el reino de Dios. Habiendo dado esta terrible lista de las corrupciones de la carne, dice: «Esto erais algunos». ¡Es una gracia maravillosa que ha podido llevarnos desde la más baja degradación en el país lejano y asociarnos con Cristo en el lugar más alto de gloria en la Casa del Padre! Habiendo vivido en tales condiciones, estos santos estaban en especial peligro de recaer en viejos hábitos, a menos que se mantuvieran aferrados a Cristo.

(6:11a). Lavados. Por tristes que sean los males que necesitaban ser tratados, el apóstol todavía puede decir: «pero habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados». Al decir que están lavados, es evidente que el apóstol no se refiere a la necesidad constante de la aplicación de la palabra para eliminar todas las impurezas diarias que nos ponen fuera de contacto con Cristo, y que el lavado de pies da una imagen. Se refiere más bien a la obra del Espíritu en el nuevo nacimiento, que ha sido hecha una vez por todas, y donde está conferida una nueva naturaleza a la que repugna la inmundicia de la carne.

(6:11b). Santificados. La santificación nos lleva más lejos, porque, si por el lavado estamos apartados de la inmundicia de la carne, por la santificación estamos apartados para Dios. Otras Escrituras, como Juan 17:19 y 1 Tesalonicenses 5:23, hablan de la santificación por la cual el creyente se vuelve cada vez más dedicado a los intereses de Dios. Aquí, sin embargo, es el apartamiento absoluto del creyente, del cual leemos en Hebreos 10:10: «Por esta voluntad hemos sido santificados, por la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez por todas». La piedra, una vez retirada de la cantera, ha sido separada de ella para siempre, aunque después puede ser trabajada y tallada para hacerla más adecuada para el propósito del diseñador.

(6:11c-d). Justificados. Por la justificación, el alma ha sido disculpada por de la obra de Cristo de cualquier cargo de acusación ante Dios. Por el Espíritu Santo estas grandes verdades están hechas en nuestras almas.

(V. 12-20). Como tenemos una nueva naturaleza (lavados), hemos sido puestos aparte para Dios (santificados) y estamos justificados de la culpa de nuestros pecados, el apóstol nos recuerda en el resto del capítulo, que nuestros cuerpos son para el Señor. Por un lado, por lo tanto, guardémonos de utilizarlos para la satisfacción de la carne; por otro lado, usémoslos para la gloria de Dios (v. 20).

«Todas las cosas» (y aquí habla de cosas correctas, alimentos y relaciones naturales) están permitidas (o legítimas) para el cristiano, pero aun así debemos tener cuidado, porque, aunque permitidas, de ninguna manera se deduce que todas las cosas sean oportunas. Existe el peligro de que, al usar las cosas correctas, podamos caer bajo el poder de ellas. El apóstol se refiere especialmente a los alimentos. Los alimentos son necesarios para el cuerpo, y se adaptan naturalmente uno al otro, tenemos la libertad de usar los alimentos. Es posible, sin embargo, usar los alimentos y el cuerpo por placer y convertirse en un glotón.

El apóstol luego pasa a hablar de lo que no está permitido para el cuerpo: el pecado efectivo. Aquí, se nos recuerda que el cuerpo es para el Señor, y el Señor para el cuerpo. También nos recuerda, que estos cuerpos están destinados a un alto honor porque, así como Dios ha resucitado al Señor, igualmente resucitará estos cuerpos por Su propio poder. Además, nuestros cuerpos son miembros de Cristo, y el que está unido al Señor es un solo Espíritu. El apóstol aprendió algo de esta gran verdad en su conversión, porque el Señor le dijo: «¿Por qué me persigues?» (Hec. 9:4). Tocar los cuerpos de los santos, era tocar a Cristo. Cuán solemne es todo pecado, pero cuán especialmente solemne es el pecado contra el cuerpo que está habitado por el Espíritu Santo y pertenece a Dios, y nuestro privilegio y responsabilidad usarlo para la gloria de Dios. Para insistir sobre nosotros en la profunda importancia de la santidad, el apóstol nos recuerda en el curso del capítulo:

  • que estamos lavados, santificados y justificados,
  • que nuestros cuerpos son para el Señor, unidos al Señor, habitados por el Espíritu Santo,
  • que nuestros cuerpos pertenecen a Dios, que deben ser utilizados para la gloria de Dios,
  • que el Señor es para el cuerpo, y Dios lo resucitará por Su poder.

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