7 - 1 Corintios 7. La santidad en las relaciones de familia

La Primera Epístola a los Corintios


(V. 1-2). Después de haber exhortado a los santos a mantener la santidad en la asamblea (cap. 5) y la santidad individual (cap. 6), el apóstol ahora nos instruye a mantener la santidad en las relaciones naturales de la vida. El cristianismo de ninguna manera deja de lado el orden de la naturaleza, aunque corrija los abusos por los cuales el hombre caído puede haber corrompido estas relaciones. Cada hombre tiene la libertad de tener su propia esposa, y cada mujer su propio marido, y de hecho esta es una manera legítima de evitar la tentación contra la santidad. La falsa afirmación de una espiritualidad superior al insistir en el ascetismo es, por lo tanto, totalmente condenada.

(V. 3-5). El apóstol da su consejo a los que están casados. La relación debe ser vivida con la consideración que conviene del uno por el otro, como siendo mutuamente dependientes el uno del otro.

(V. 6-9). Al decir: «Que cada hombre tenga su propia mujer, y cada mujer su propio marido», tiene cuidado de explicar que no está dando una orden, sino que habla como consintiendo en el matrimonio. Su propio deseo es que todos sean como él mismo, libres de estas relaciones. Pero reconoce que Dios no da a todos permanecer solteros, y donde no está dado es «mejor casarse».

(V. 10-11). A los casados les da, no simplemente su consejo, sino el mandato directo del Señor. La esposa no debe estar separada de su marido. Si se ha separado, debe permanecer no casada, o reconciliarse con su marido. Que el marido no abandone a su esposa.

(V. 12-17). El apóstol entonces considera la difícil posición de un hermano con una esposa incrédula, o la mujer con un esposo incrédulo. Aquí da su consejo. Esto no contempla por un momento el caso de un creyente que se casa con un incrédulo, lo cual es claramente contrario al pensamiento del Señor (2 Cor. 6:14). Aquí es el caso de los matrimonios mixtos, donde una de las partes fue convertida después del matrimonio. En este caso, el creyente no está mancillado por la unión con el incrédulo. Por el contrario, el incrédulo es santificado y los niños santos.

Aquí, la santificación y la santidad no significan una condición espiritual que los ponga en relación con Dios, sino que a través del creyente la relación es limpia y reconocida por Dios, de manera que el creyente puede continuar en los lazos del matrimonio. Sin embargo, si el incrédulo se va, el creyente está liberado de la esclavitud de estar atado a un incrédulo y no debe plantear ninguna disputa con el que se ha ido, porque estamos llamados a la paz. Esto no le da al creyente ninguna licencia para romper el lazo apartándose del incrédulo, ni le otorga al creyente abandonado permiso para volver a casarse. Lejos de que el creyente se separe del incrédulo, el hermano o hermana debe permanecer a toda costa en la relación, contando con Dios para la salvación del incrédulo. Por lo tanto, habrá sumisión a lo que el Señor ha permitido, y un caminar de acuerdo con su voluntad. Se nos recuerda que este también es el orden para todas las asambleas. Por lo tanto, la independencia eclesiástica está excluida. Las asambleas no son grupos independientes, donde cada una tiene libertad para adoptar sus propias prácticas. La Palabra de Dios sigue siendo nuestra única guía, y las asambleas que caminan a la luz de la Palabra estarán unidas para someterse a sus instrucciones.

(V. 18-19). El apóstol ha hablado del llamado de Dios que ha venido a un creyente cuando está vinculado con un incrédulo. Ahora habla del llamado que viene a un creyente cuando está circuncidado o sin circuncisión. Sabemos que la educación judía conducía a algunos a dar gran valor al rito de la circuncisión, incluso yendo tan lejos como para decir que, sin la circuncisión, los creyentes gentiles no podían ser salvos (Hec. 15:1). Aquí el apóstol afirma que, para el cristiano, ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen ningún valor. La obediencia a la Palabra de Dios es valiosa a sus ojos, no meras distinciones religiosas en la carne.

(V. 20-24). Luego el apóstol pasa a hablar del llamado de Dios que viene a los creyentes en diferentes posiciones sociales. Una vez más, aprendemos que, como la circuncisión o la incircuncisión no tiene nada que ver con nuestro llamado como cristianos, así la posición social como esclavo o hombre libre no tiene nada que ver con el llamado cristiano. Como regla general, por lo tanto, que cada uno permanezca en la posición en la que fue llamado. No necesita preocuparse por ser un esclavo. Sin embargo, si puede llegar a ser libre, tanto mejor. En cualquier caso, que el esclavo cristiano recuerde que él es el hombre libre del Señor, y el hombre libre que él es el esclavo de Cristo. Ambos han sido comprados por precio, y Aquel que nos ha comprado con el precio de su preciosa sangre tiene, él primero, derecho sobre nosotros. Por lo tanto, mientras estamos exhortados a permanecer en nuestra vocación, ya sea como esclavos u hombres libres, lo importante es estar «con Dios». Esto seguramente indica que, aunque puede ser correcto seguir siendo esclavo, no sería correcto continuar a practicar algún comercio deshonesto en el que sería imposible estar «con Dios» o «ante de Dios».

(V. 25-34). Después de haber hablado a los llamados que se encuentran en la relación matrimonial; el apóstol da ahora su consejo a los solteros. A causa de la condición actual del mundo en todas sus angustias y necesidades, y que el tiempo es corto, y su llanto y regocijo pronto terminarán, porque la figura de este mundo pasa –juzga que es bueno para un cristiano estar libre de las ataduras terrenales. Esto, sin embargo, no significa que, si un hombre está atado a una esposa que deba buscar ser libre, pero si es libre es mejor permanecer así. Sin embargo, los cristianos que entran en el estado matrimonial no hacen nada malo; pero tendrán problemas en la carne y aumentarán sus preocupaciones. El apóstol hubiera querido, en la medida de lo posible, que estuviéramos sin inquietud, para que pudiéramos servir al Señor sin estar distraídos. Naturalmente, y hasta ahora con razón, los casados buscan complacerse mutuamente, mientras que los solteros son más libres para servir al Señor sin distracciones en espíritu y en cuerpo.

(V. 35-40). Al hablar así, el apóstol tiene nuestro provecho en mente. Él no tiene ningún deseo de poner una trampa ante nosotros que pueda llevarnos a la ilusión de los monjes o monjas, que ha llevado a tanta corrupción en una gran parte de la cristiandad profesa. Deja a cada cual libre de casarse, y agrega una palabra en cuanto a las viudas, sobre quienes puede surgir la pregunta, si ella es libre de casarse, responde: «Siempre que sea en el Señor». Pero estima tener el pensamiento del Señor al pensar que ella sería más feliz de permanecer libre.


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