7 - Capítulo 7 – Ester da a conocer su origen
Estudios sobre el libro de Ester
Ha llegado la hora de la fiesta; Asuero repite a Ester por tercera vez la oferta de la mitad de su reino. Pase lo que pase, ella puede tener plena confianza, ya que la promesa ha sido confirmada 2 veces por boca del rey; así que está completamente envalentonada: «Si he hallado gracia en tus ojos, y si al rey place, séame dada mi vida por mi petición, y mi pueblo por mi demanda. Porque hemos sido vendidos, yo y mi pueblo, para ser destruidos, para ser muertos y exterminados. Si para siervos y siervas fuéramos vendidos, me callaría; pero nuestra muerte sería para el rey un daño irreparable» (v. 3-4). Ha llegado el momento de que la esposa judía revele su origen al poder gentil cuyo favor se ha ganado.
Esta es la segunda fase de la historia de Ester, la historia del remanente. En la primera, Ester fue esclavizada por las naciones; su belleza y su gracia solo sirvieron para acentuar esta servidumbre. Se le prohíbe darse a conocer hasta que el poder de la iniquidad, representado por Amán, haya alcanzado su apogeo. Pero cuando Mardoqueo, en quien hemos visto un tipo de Cristo, es atacado por el enemigo que pretende deshacerse de él; cuando, ya exaltado por el poder supremo, los designios del adversario contra él parecen próximos a cumplirse, Ester se revela y, no pudiendo dejar que Amán obtenga la victoria, proclama su parentesco con el pueblo de Dios al que llama «Mi pueblo»; y lo hace ante el soberano que le es infinitamente favorable y la aprecia. Ella ha seguido, por así decirlo, todos los pasos por los que pasó Mardoqueo. Cuando él estaba oculto, ella también lo estaba, aunque ocupaba un lugar especial en el corazón del soberano, y nadie sabía aún que era judía. Cuando Mardoqueo fue exaltado, antes de adquirir la omnipotencia sobre las naciones, Ester se dio a conocer inmediatamente como perteneciente al pueblo de Aquel que aún no tenía en sus manos el gobierno de las naciones, pero que era exaltado a los ojos de todos, manifestándose como poseedor del derecho a la dignidad real. Ha llegado el tiempo señalado; Jehová se levantará y tendrá compasión de Sion (Sal. 102:13). El tiempo ha llegado; ya se ha manifestado la gloria de Mardoqueo antes de que se establezca su gobierno; ¿cómo no declarar abiertamente que pertenecemos al pueblo de Dios?
La primera manifestación de la gloria no es todavía el establecimiento del reino. De esto se dice en Zacarías 2: «Tras la gloria me enviará él a las naciones que os despojaron; porque el que os toca, toca a la niña de su ojo» (v. 8). Así, después de la gloria de Mardoqueo, Ester fue reconocida como la esposa judía, y los enemigos de Israel se convirtieron en la presa del pueblo al que habían esclavizado. Si se hubiera tratado de aumentar aún más la servidumbre de Israel «si para siervos y siervas fuéramos vendidos», Ester podría haber guardado silencio, pero ¿puede seguir haciéndolo cuando su protector es elevado a la dignidad y se habla de aniquilar a su pueblo? Es en este momento cuando Amán el agagueo es juzgado; será también el momento en que el Anticristo, en quien se personificará Satanás, será arrojado desde su altura y destrozado en el abismo.
Después de estas cosas, veremos la tercera fase de la historia de Ester: la posesión pacífica del reino, bajo el poder soberano y la administración de Mardoqueo, el tipo de Cristo a quien será confiada esta administración; pero, en nuestro capítulo, estamos todavía en la segunda fase, aquella en la que Ester obtiene, como muestra de lo que le ha sido prometido, la venganza sobre el enemigo: Se revela finalmente como “el Adversario, el Enemigo, el Malvado”, los nombres dados en la Palabra a Satanás y al Anticristo. Es demasiado tarde para él; la angustia asalta a este hombre que había buscado la muerte de los justos, y cuya locura había llegado al extremo de atacar al protector de Israel. La cólera del rey solo se aplacó cuando Amán fue ahorcado en la horca que había destinado a Mardoqueo. Este juicio de Amán se llevó a cabo, como lo será el del Anticristo, antes de que Dios hubiera intervenido para la completa liberación de su pueblo; pero Ester (el remanente de Judá) fue reconocida en su dignidad real y como parte del pueblo de Dios, antes de que el Anticristo fuera abatido.