1 - Capítulo 1 – Asuero y Vasti
Estudios sobre el libro de Ester
La narración comienza con una descripción de las solemnidades celebradas durante 6 meses por el rey Asuero (Jerjes) en Susa, capital del Imperio persa. El profeta Daniel había predicho este esplendor, diciendo: «He aquí que… el cuarto (rey de Persia) se hará de grandes riquezas más que todos ellos; y al hacerse fuerte con sus riquezas, levantará a todos contra el reino de Grecia» (Dan. 11:2). «El tercer año de su reinado» (Est. 1:3) corresponde, según la historia, a aquel en que fue decretada su formidable expedición contra Grecia, que ya había resistido victoriosamente a Darío, su padre. No nos cabe duda de que todo este despliegue de lujo y poder tenía por objeto preparar esta expedición poniéndose de acuerdo con los príncipes, nobles y jefes de las 127 provincias de este inmenso imperio. Un término especial que caracteriza a algunos de ellos nos parece indicar este propósito. Habla de los poderosos, que vienen en primer lugar después de los príncipes del reino. Esta palabra, «los poderosos», significa propiamente el poder armado, es decir, los jefes o generales del ejército. Aparte de este detalle, no hay la menor alusión a la finalidad de esta suntuosa recepción.
Como dijimos en la introducción, estos inmensos preparativos solo tienen interés, en la Palabra, en la medida en que conciernen al pueblo de Dios, o preparan –como era el caso aquí– la caída del imperio de las naciones, que no había cumplido el propósito de Dios, que le había confiado el poder soberano a raíz de la infidelidad de su pueblo. Para el creyente, ¡cuánto disminuye esta observación todos los planes políticos humanos! Basta que Dios diga al mar que amenaza con cubrir el mundo: ¡No irás más lejos!, para que su esfuerzo se desvanezca como el viento que lo desató. Y es que, en medio de este esplendor sin precedentes –pues, además de sus fabulosas riquezas, Asuero reinaba sobre 127 provincias, mientras que Darío el medo, por poderoso que fuera, solo tenía 120 bajo su cetro (Dan. 6:1)–, Dios se acordó de un pueblo disperso, aniquilado, objeto del desprecio y del odio de sus opresores. Estamos a punto de ver a este pueblo aparecer en escena.
Digamos primero unas palabras sobre Asuero, y veamos cómo lo retrata la Palabra. Su carácter natural resalta en este libro de una manera muy llamativa, y la semejanza del retrato bíblico quedaría confirmada, si fuera necesario, por lo que la historia nos cuenta de él. Asuero ofrece una singular mezcla de orgullo y debilidad. Su orgullo se sustentaba en la costumbre establecida en todos los tiempos por los grandes y los gobernantes, de que la ley de los medos y persas era irrevocable. Esta costumbre daba al rey la ilusión de ser una persona sagrada e inmutable, al tiempo que proporcionaba a los nobles un medio de escapar a la arbitrariedad del trono. Es lo que estos habían invocado una vez bajo Darío el medo, para perder al profeta Daniel. Las peticiones y oraciones realizadas en todo el imperio durante 30 días solo debían estar dirigidas a Darío, lo que lo elevaba, como monarca, a rango divino. El orgullo de Asuero le llevó a desplegar la fastuosidad más hiperbólica para deslumbrar a sus señores y a su pueblo. También se decretó que, si alguien se presentaba ante él sin ser invitado, sería condenado a muerte. Nadie podía ver el rostro de un dios y vivir, a menos que, como prueba adicional de su voluntad soberana, el rey le tendiera su cetro de oro y lo recibiera en gracia.
La orgullosa conciencia que tenía Asuero de su omnipotencia se combinaba con una terrible violencia de carácter cuando un obstáculo o una resistencia se interponían en su camino. Muchas veces, en el transcurso del relato, el rey se enfada mucho y su furia estalla (1:12; 2:1; 7:7, 10). La violencia nunca es signo de fortaleza, sino que denota, por el contrario, la debilidad de un hombre incapaz de controlarse. Esta debilidad se revela además en el hecho de que Asuero, a pesar de sus pretensiones de soberano divinizado, es el juguete de sus favoritos y les permite usurpar su posición, aunque ello signifique vengarse de ellos cuando le desagradan. Añadamos que, teniendo que tomar una decisión sobre la reina Vasti que solo le concernía a él, se rodeó de consejeros que le persuadieron de que la acción de la reina afectaba a la propia organización del Estado.
Pero, si Asuero era débil y violento, también era indiferente a la miseria de sus súbditos; autoriza los más crueles actos, siempre que le ahorraran la molestia de una investigación, y entrega miles de cabezas de su imperio a un villano, su favorito. De hecho, este hombre temible carece de carácter en medio del aparato de la omnipotencia.
Y, sin embargo, curiosamente, encontramos en Asuero, arrogándose prerrogativas divinas, un tipo del poder de Dios; pues, en una época en que Dios ocultaba su rostro a su pueblo, confiaba la soberanía a los gobernantes de las naciones. Así, Dios se sirve de este monarca –cuya ambición desenfrenada solo busca igualarse a Él, complaciendo sus pasiones– para representarnos la autoridad y el poder divinos ejerciéndose soberanamente, con el fin de mostrar gracia a su pueblo y entregar el poder administrativo al hombre de su elección. Así pues, es el Soberano el único que tiene derecho a conceder gracia; y esta verdad, oculta bajo las sombras, traía algo de consuelo a este pueblo afligido y miserable. Nunca insistiremos bastante en ello. Mientras Dios se había apartado de su pueblo, quedaba, a los ojos de la fe, un principio de autoridad, el derecho de elevar y humillar, el derecho de mostrar gracia, personificado en el soberano de las naciones, a quien Dios lo había confiado a raíz de la infidelidad de su pueblo. Así pues, Asuero, que en realidad usurpaba el lugar de Dios, tiene, en el tipo, la autoridad divina y la representa. Tiene el poder supremo, manifestado como figura en un libro en el que Dios está oculto, pero en el que le conviene mostrar que su autoridad subsiste a pesar de todo. Asuero es también el tipo del poder divino para Ester y para Mardoqueo, como veremos más adelante.
Esta verdad, familiar para quienes conocen los tipos del Antiguo Testamento, nos lleva a otras observaciones. En este capítulo vemos a Vasti, la esposa gentil, mostrarse rebelde, insubordinada y desobediente hacia el hombre cuyo favor la había elevado al trono. Orgullosa de su posición y de sus prerrogativas, no temió mostrar su independencia frente al gobernante del que dependía, y se negó a exhibir públicamente su belleza. Esta rebelión provocó su repudio como esposa, y la virgen judía, cautiva, fue llamada a ocupar un lugar que nunca había tenido, como esposa del gran rey. Según los sabios que rodeaban a Asuero, la rebelión de Vasti, si se toleraba, sancionaría la independencia individual en todo el reino, por lo que debe ponerse orden; la esposa gentil fue completamente repudiada. Y esto es lo que le sucederá a la Iglesia, emergiendo de las naciones, considerada en su carácter de cristiandad responsable. Será abandonada a su suerte y no será mejor para el Soberano que la última de las rameras. Desaparecerá y nunca se volverá a hablar de ella.
Desde un punto de vista moral, el capítulo 1 también tiene sus lecciones. El poder ilimitado de Asuero se ve frenado por una débil mujer que se le resiste. Un grano de arena socava todo el orgullo de este Imperio desproporcionado y bien organizado. Vasti puede ser repudiada, pero su acto permanece, y el humillado rey es impotente para obligarla a comparecer. Si se hubiera arrepentido, ¿cuál habría sido el resultado? Aquí, desde el principio, encontramos la Providencia oculta de Dios en acción. El hombre está lleno de planes grandiosos; un festival de 7 días, la coronación de estas largas solemnidades, conduce a la rebelión de Vasti contra la decisión del rey. Su repudio, decretado e irrevocable, no se completó hasta el regreso de Asuero, cuando la esposa judía, preparada por la Providencia, pudo entrar en escena y ser sustituida, en el momento oportuno, a la esposa gentil.