Inédito Nuevo

4 - Capítulo 4 – La gran tribulación

Estudios sobre el libro de Ester


Se pronuncia la sentencia de muerte. Todo el remanente de Judá y Benjamín está bajo esta amenaza, que ninguna ley humana puede cambiar, porque el decreto es irrevocable [10].

[10] Como hemos dicho antes, aunque en todo el plan de este libro, que forma un episodio típico de la historia del pueblo cautivo, no se menciona al pueblo devuelto a Judea, no hay duda de que debe estar incluido en la matanza; pues lo vemos, en Esdras y Nehemías, enfrentado al odio encarnizado de sus enemigos.

Mardoqueo, con las ropas rasgadas, cubierto de saco y ceniza, deambula por la ciudad, dando rienda suelta a su desolación con un «grande y amargo clamor» (4:1). Ya ni siquiera podía entrar por la puerta del rey, pues en su presencia no se toleraban duelos ni lamentaciones. Por todas partes, en las provincias, los judíos estaban en duelo, ayunaban, lloraban y se lamentaban. Ester misma estaba muy angustiada. ¿No vemos aquí una tenue imagen que anticipa la futura «gran tribulación», «como no ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni jamás la habrá», de modo que «si no se acortaran aquellos días, nadie podría salvarse»? (Mat. 24:21-22). Pero, ¿dónde encontrar recursos cuando no los hay, y cuando todo acceso a un Dios justamente airado está interceptado? Esto es lo que constituirá esta tribulación sin ejemplo. Cuando el soberano de las naciones, indiferente al mal, entrega al pueblo en manos de su enemigo implacable, desalmado y sin escrúpulos, ¿a quién podemos recurrir? ¡Ni un rayo de esperanza!

Había una esperanza, sin embargo, pero era una esperanza débil: que Ester «fuese ante el rey a suplicarle y a interceder delante de él por su pueblo» (v. 8). Mardoqueo le ordenó que lo hiciera; pero ¿de qué servía esta orden cuando el acceso, incluso al rey, estaba cerrado? Ester ordena a su mensajero que se lo haga saber a Mardoqueo: «Todos los siervos del rey, y el pueblo de las provincias del rey, saben que cualquier hombre o mujer que entra en el patio interior para ver al rey, sin ser llamado, una sola ley hay respecto a él: ha de morir; salvo aquel a quien el rey extendiere el cetro de oro, el cual vivirá; y yo no he sido llamada para ver al rey estos treinta días» (v. 11). Si Ester se presenta ante Asuero sin ser invitada, y él la ha desatendido durante 30 días, será condenada a muerte, a menos que… un pobre recurso… a menos que le plazca al rey extenderle el cetro de oro. La única forma de escapar, entonces, es a través de la gracia de quien tiene la autoridad soberana. ¿Pero puede Ester contar con esta gracia? En absoluto; todo depende de la buena voluntad del Rey. ¿Podemos contar con el beneplácito de alguien que acaba de borrar de la faz de la tierra a todo un pueblo con una sola palabra? ¿Debemos recurrir a Dios? Dios se esconde. ¿Humillarse? Sí, por supuesto, llorar, lamentarse, reconocer el pecado que ha llevado al pueblo, antaño llamado pueblo de Dios, a tales extremos.

Pero, ¿encontrará eco el grito grande y amargo? Este tiempo de tribulación solo puede llegar a su fin por la palabra de gracia de la boca del Juez soberano. Mardoqueo lo comprende: «No pienses», dice, «que escaparás en la casa del rey más que cualquier otro judío» (v. 13); si no buscas el único camino para escapar, «si callas absolutamente en este tiempo, respiro y liberación vendrá de alguna otra parte para los judíos; mas tú y la casa de tu padre pereceréis». Aquí podemos ver la fe de Mardoqueo: está resueltamente apegado a la liberación, de cualquier manera, de cualquier lado que venga. «¿Y quién sabe si para esta hora has llegado al reino?» (v. 14). ¿No es posible que los caminos secretos y providenciales que te colocaron en el trono tuvieran en mente este tiempo de angustia? La respuesta de Ester a Mardoqueo muestra su sabiduría, su fe, su devoción, su abnegación, su amor a su pueblo: «Ve y reúne a todos los judíos que se hallan en Susa, y ayunad por mí, y no comáis ni bebáis en tres días, noche y día; yo también con mis doncellas ayunaré igualmente, y entonces entraré a ver al rey, aunque no sea conforme a la ley; y si perezco, que perezca» (v. 16). El débil recurso de una gracia posible, pero erizada de dificultades insuperables, la hace considerar “la ley” como nula y sin valor, y si no encuentra la gracia, sufrirá, si es necesario, la muerte bajo la Ley. Y así como Ester obedece el mandato de Mardoqueo, Mardoqueo actúa ahora según el mandato de Ester.

¡Qué escena tan maravillosa! La tribulación hace surgir en los corazones de estos creyentes una comunión perfecta y todos los sentimientos de devoción y abnegación que Dios puede aprobar y reconocer. El trato de Dios con ellos produce fe en este pueblo afligido, que no tiene otro recurso que una gracia, todavía incierta, de la que no se siente digno. Pero, sea como fuere, «la fe es la certidumbre de las cosas esperadas» (Hebr. 11:1), y las palabras de Mardoqueo son prueba de ello: «Respiro y liberación vendrán de otra parte». ¿No es esto la contrapartida de las palabras: «Hasta cuándo»? Repetidas tantas veces en los Salmos en circunstancias similares.

Pero todo esto lleva a la conclusión de que Ester debe ahora darse a conocer: la gran tribulación sacará a la luz el carácter del remanente judío. Hasta entonces Ester había permanecido oculta; ahora, en la prueba, su origen saldrá a la luz. Cuando Dios intervenga, la nación será reconocida públicamente. El testimonio de la Esposa nace de la persecución, brillará en todo su esplendor, se produce en la tribulación; pero se basa en la gracia.

Llegará por fin la hora en que las naciones ya no dirán: «¿Dónde está vuestro Dios?».


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