Índice general
8 - Capítulo 8
Sinopsis — Marcos
8.1 - La infatigable intervención de Dios en poder a pesar del rechazo
Es a propósito de esto, me parece, que tenemos en este capítulo el segundo milagro de la distribución de los panes. El Señor actúa nuevamente a favor de Israel, pero ya no más como administrando el poder mesiánico en medio del pueblo (lo que estaba implícito, como hemos visto, en el número 12, como en Mat. 14:29), sino que, a pesar de su rechazo por parte de Israel, continuando ejerciendo su poder de un modo divino y aparte del hombre. El número 7 [6] tiene siempre la fuerza de la perfección sobrehumana –aquello que es completo; esto, no obstante, se aplicaba a lo que era completo tanto en el poder del mal como en el poder del bien, cuando no es humano y está subordinado a Dios. Aquí esto es divino.
[6] Se puede hacer notar aquí que 7 es el número primo más alto, es decir, es indivisible; 12, es el número más divisible que existe.
Es aquella intervención de Dios que es incansable, y que es según su propio poder, lo cual es el principal objetivo de la repetición del milagro.
8.2 - La condición de los jefes de Israel y del remanente es exhibida
Acto seguido se muestra la condición de los principales de Israel y del remanente. Los fariseos piden una señal; pero ninguna señal sería dada a esa generación. Se trataba simplemente de incredulidad cuando pruebas abundantes sobre quién era él estaban ante ellos; estas eran las cosas mismas que habían llevado a la demanda. El Señor se aleja de ellos. La ciega y poco inteligente condición del remanente es manifestada también. El Señor les advierte que se guarden del espíritu y de la enseñanza de los fariseos, de los que falsamente pretendían un celo santo por Dios; y de los herodianos, serviles seguidores del espíritu del mundo, quienes, con tal de complacer al emperador, dejaban totalmente de lado a Dios.
Al emplear la palabra «levadura» (8:15), el Señor da a los discípulos la ocasión de mostrar su falta de inteligencia espiritual. Si los judíos no aprendían nada de los milagros del Señor, sino que aún pedían señales, ni siquiera los discípulos comprendían el poder divino manifestado en ellos. No dudo que esta condición es presentada en el ciego de Betsaida.
8.3 - El ciego de Betsaida; la condición de los discípulos; el anuncio de la muerte y resurrección del Señor
Jesús lo toma de la mano y lo saca fuera de la ciudad, lejos de la multitud, y usa aquello que era de él mismo, para efectuar la curación [7]. El primer efecto describe bien la condición de los discípulos. Ellos vieron, indudablemente, pero de manera confusa, a «hombres como árboles… caminar» (Marcos 8:24). Pero el amor de Dios no desmaya ante la incrédula lentitud de entendimiento de ellos; él actúa conforme al poder de su propia intención hacia ellos, y les hace ver con claridad. Después –lejos de Israel– la incertidumbre de la incredulidad es vista en yuxtaposición a la certidumbre de la fe (por muy oscura que pueda ser su inteligencia), y Jesús, prohibiendo a los discípulos hablar de lo que ellos ciertamente creían (había pasado el tiempo de convencer a Israel de los derechos de Cristo como Mesías), les anuncia lo que le iba a suceder, para la consumación de los propósitos de Dios en gracia como Hijo del hombre, después de su rechazo de parte de Israel [8]. Así que todo está ahora, podríamos decir, en su lugar. Israel no reconoce al Mesías en Jesús; por consiguiente, él ya no se dirige al pueblo en ese carácter. Sus discípulos creen que él es el Mesías, y él les habla de su muerte y resurrección.
[7] La saliva, en relación con la santidad de los rabinos, era muy apreciada por los judíos en este sentido; pero aquí su eficacia está relacionada con la Persona de aquel que la utilizó.
[8] No tenemos aquí nada referente a la Iglesia, ni a las llaves del reino. Estas dependen de lo que no se presenta aquí como parte de la confesión de Pedro –el Hijo del Dios vivo. Tenemos la gloria del reino viniendo en poder, en contraste con el Cristo rechazado, el profeta-siervo en Israel.
8.4 - La oposición de Pedro como el instrumento de Satanás
Ahora bien, puede haber (y esto es una verdad práctica de la mayor importancia) fe verdadera, sin que el corazón sea formado de acuerdo a la plena revelación de Cristo, y sin que la carne esté, en forma práctica, crucificada en proporción al conocimiento que uno tiene del objeto de la fe. Pedro reconoció, verdaderamente, por la enseñanza de Dios, que Jesús era el Cristo; pero él estaba lejos de tener el corazón puro conforme a los pensamientos de Dios en Cristo. Y cuando el Señor anuncia su rechazo, humillación y muerte, y todo eso ante todo el mundo, la carne de Pedro –herida por la idea de un Maestro así rechazado y menospreciado– muestra su energía atreviéndose a reconvenir al Señor mismo. Este esfuerzo de Satanás para desalentar a los discípulos por medio de la deshonra de la cruz, estremece el corazón del Señor. Todo su afecto por sus discípulos, y la vista de aquellas pobres ovejas ante las cuales el enemigo ponía una piedra de tropiezo, traen una vehemente censura sobre Pedro, como siendo el instrumento de Satanás y hablando de parte de él. ¡Ay de nosotros! la razón era evidente –él saboreaba las cosas de los hombres, y no las de Dios; porque la cruz comprende en sí misma toda la gloria de Dios. El hombre prefiere la gloria del hombre, y de este modo Satanás le gobierna. El Señor llama al pueblo y a sus discípulos, y les explica claramente que si querían seguirle debían tener parte con él y llevar su cruz. Porque de este modo, al perder su vida, la salvarían, y el alma valía más que todo lo demás. Además, si alguno se avergonzaba de Jesús y de sus palabras, el Hijo del hombre se avergonzaría de él cuando viniera en la gloria de su Padre con sus santos ángeles. Porque la gloria le pertenecía a él, cualquiera que pudiese ser su humillación. Él, entonces, expone esto ante sus principales discípulos a fin de fortalecer la fe de ellos.