14 - Capítulo 14

Sinopsis — Marcos


14.1 - Los propósitos del hombre y las disposiciones de Dios

Este capítulo reanuda el hilo de la historia, pero con las solemnes circunstancias que pertenecen al final de la vida del Señor.

Los escribas y fariseos ya estaban consultando la manera en que podían prenderle por engaño, y matarle. Ellos temían la influencia del pueblo, el cual admiraba las obras, la bondad y la humildad de Jesús. Por lo tanto, deseaban evitar prenderle durante la fiesta, cuando la multitud se afluía hacia Jerusalén: pero Dios tenía otros propósitos. Jesús tenía que ser nuestro Cordero pascual, ¡bendito Señor! y él se ofrece como la víctima propiciatoria. Ahora bien, siendo estos los consejos de Dios y el amor de Cristo, Satanás no carecía de agentes adecuados que pudieran llevar a cabo todo lo que él podía hacer contra el Señor. Ofreciéndose Jesús mismo para esto, el pueblo pronto sería inducido a entregar, incluso a los gentiles, a aquel que les había atraído tanto; y la traición no escasearía para lanzarle, sin dificultad, en manos de los sacerdotes. Con todo, los arreglos propios de Dios, que le reconocía y le manifestaba en su gracia, debían tener el primer lugar; y la cena en Betania y en Jerusalén habían de preceder –la una, a la proposición de Judas, y la otra, a la acción de Judas. Pues, independientemente de cuál sea la maldad del hombre, Dios siempre toma el lugar que él quiere, y nunca permite que el poder enemigo oculte de la fe sus caminos, ni deja a su pueblo sin el testimonio de su amor.

14.2 - El sustento y el consuelo de Dios antes de cada manifestación del mal contra los suyos

Esta porción de la historia es digna de mucha atención. Dios presenta los pensamientos y temores de los líderes del pueblo, a fin de que podamos conocerlos; pero todo está absolutamente en sus manos; y la malicia del hombre, la traición, y el poder de Satanás, cuando obran de la manera más enérgica (nunca habían estado tan activos), solo llevan a cabo los propósitos de Dios para la gloria de Cristo. Antes de la traición de Judas, Jesús tiene el testimonio del afecto de María. Dios pone el sello de este afecto sobre aquel que iba a ser traicionado. Y, por otro lado, antes de ser abandonado y entregado, él puede testificar de todo su afecto por los suyos, y en su propia última cena con ellos. ¡Qué hermoso testimonio del interés con que Dios cuida y consuela a sus hijos en los momentos más oscuros de su angustia!

14.3 - La manifestación inteligente del amor por Cristo, en el momento oportuno

Obsérvese, también, de qué manera el amor por Cristo halla, en medio de las tinieblas que rodean su senda, la luz que dirige su conducta, y lo dirige precisamente a aquello que era adecuado para el momento. María no tenía conocimiento profético, pero el peligro inminente en que el Señor se hallaba debido al odio de los judíos, estimula su afecto para realizar un acto que había de darse a conocer dondequiera que la muerte de Cristo y su amor por nosotros hubiese de ser anunciado en todo el mundo. Esta es la verdadera inteligencia –la verdadera guía en asuntos morales. La acción de María llega a ser una ocasión de tinieblas para Judas; esta acción está revestida de la luz de la inteligencia divina por el propio testimonio del Señor. Este amor por Cristo discierne lo que es adecuado –aprehende el bien y el mal de un modo justo y conveniente. Es bueno preocuparse de los pobres. Pero en aquel entonces todos los pensamientos de Dios estaban centrados en el sacrificio de Cristo. Ellos tendrían siempre la oportunidad de aliviar a los pobres, y era correcto hacerlo. Compararlos con Jesús, en el momento de su sacrificio, era sacarlos de su lugar y olvidar todo lo que era precioso para Dios. Judas, a quien solo le importaba el dinero, se aprovechó de la situación de acuerdo a sus intereses. No vio el gran valor de Cristo, sino los deseos de los escribas. Su sagacidad venía del enemigo, así como la de María venía de Dios.

Las cosas avanzan: Judas acuerda con ellos su plan para entregarles a Jesús a cambio de dinero. El hecho mismo queda establecido de acuerdo a sus pensamientos y a los de ellos. No obstante, es muy notable ver aquí la manera en que –si permiten que me exprese de esta forma– Dios mismo domina la situación. Aunque es el momento en que la malicia humana está en su punto más alto, y cuando el poder de Satanás es ejercido a lo sumo, aun así, todo se cumple exactamente en el momento, de la manera, y mediante los instrumentos escogidos por Dios. Nada, ni siquiera lo más insignificante, escapa de él. Nada se cumple excepto aquello que él quiere, y como él quiere, y cuando él quiere. ¡Qué consuelo para nosotros! Y, en las circunstancias que estamos considerando, ¡qué testimonio sorprendente! El Espíritu Santo, por consiguiente, ha informado el deseo (fácil de ser entendido) de los principales sacerdotes y escribas de evitar la ocasión de la fiesta. ¡Deseo inútil! Aquel sacrificio se iba a cumplir en ese momento; y se cumple.

14.4 - La última Pascua durante la vida de Jesús, él es el Cordero de Dios

Se acercaba el día de la última fiesta de la Pascua que tuvo lugar en la vida de Jesús –aquella en que él mismo iba a ser el Cordero y donde no iba a dejar a la fe otro memorial que el de él y de su obra. Por tanto, él envía a sus discípulos a que preparasen todo lo necesario para celebrar la fiesta. Al anochecer se sienta con sus discípulos, para conversar con ellos, y para dar testimonio de su amor por ellos como su compañero. Pero esto es para decirle (pues él debía sufrirlo todo) que uno de ellos lo traicionaría. El corazón, por lo menos de cada uno de los once, contestó, lleno de pesar ante este pensamiento [16]. De este modo lo iba a hacer uno de aquellos que comía del mismo plato que él, pero ¡ay de aquel hombre! Con todo, ni el pensamiento de tal iniquidad, ni el dolor de su propio corazón, pudieron detener el amor que manaba de Cristo. Él les da muestras de este amor en la cena. Era él mismo, su sacrificio, y no una liberación temporal, lo que ellos deberían recordar en adelante. Todo quedaba ahora absorbido en él, y en él muriendo en la cruz. Después, al ofrecerles la copa, él pone el fundamento del nuevo pacto en su sangre (en una figura), dándola a ellos como participación en su muerte –verdadera bebida de vida. Cuando todos hubieron bebido de ella, él les anuncia que esto es el sello del nuevo pacto –algo bien conocido para los judíos, según Jeremías; añadiendo que era derramada por muchos. La muerte debía entrar para el establecimiento del nuevo pacto, y para el rescate de muchos. Para esto, la muerte era necesaria, y los lazos de las asociaciones terrenales entre Jesús y sus discípulos se disolvieron. No bebería más del fruto de la vid (la señal de esa relación) hasta que, de manera diferente, él renovaría estas asociaciones con ellos en el reino de Dios. Cuando el reino fuera establecido, él estaría nuevamente con ellos y renovaría estos lazos de asociación (sin embargo, realmente, de otra forma y de un modo más excelente, sin duda). Pero todo estaba cambiando ahora. Ellos cantan, y salen, dirigiéndose al lugar de costumbre en el monte de los Olivos.

[16] Hay algo muy hermoso y conmovedor en esta pregunta. Sus corazones se pusieron serios, y las palabras de Jesús tienen todo el peso de un testimonio divino en sus corazones. Ellos no pensaban traicionarle, excepto Judas; pero su palabra era seguramente verdadera, sus almas lo reconocían, y desconfiaban de ellos mismos en presencia de las palabras de Cristo. No hubo una certeza jactanciosa de que no le entregarían, sino una reverencia de corazón ante las solemnes y terribles palabras de Jesús. Judas evitó la pregunta, pero después, para no ser menos que los demás, la formula, solamente para ser señalado personalmente por el Señor, un seguro alivio para los otros (Mat. 26:25).

14.5 - La interrupción y reanudación de las relaciones con los discípulos

La relación de Jesús con sus discípulos aquí debía, de hecho, romperse, pero esto no sería por medio del hecho de que él los abandonara. Él fortaleció, o, por lo menos, manifestó los sentimientos de su corazón y la fortaleza (por su parte) de estos lazos, en su última cena con ellos. Pero ellos se escandalizarían a causa de su posición y lo abandonarían. No obstante, la mano de Dios estaba en todo esto. Él heriría al Pastor. Pero, una vez resucitado de entre los muertos, Jesús reanudaría sus relaciones con sus discípulos –con los pobres del rebaño. Iría delante de ellos al lugar donde comenzaron estas relaciones, en Galilea, lejos del orgullo de la nación, y donde la luz había aparecido en medio de ellos conforme a la Palabra de Dios.

14.6 - El hombre natural no puede hacer frente a la muerte, Jesús solo la debe atravesar

La muerte estaba ante él. Debía pasar por ella a fin de que cualquier relación entre Dios y el hombre pudiera ser establecida. El Pastor sería herido por el Señor de los ejércitos. La muerte era el juicio de Dios: ¿podía el hombre soportarlo? Solo había Uno que podía. Pedro, que amaba mucho a Cristo para abandonarlo de corazón, penetra tan profundamente en la senda de la muerte que retrocede ante ella, dando así un testimonio del todo sorprendente de su incapacidad de atravesar el abismo que se abría ante sus ojos en la Persona de su Maestro desconocido. Después de todo, para Pedro solo era la exterioridad de la muerte. La debilidad ocasionada por sus temores le hizo incapaz de mirar al abismo que el pecado ha abierto ante nuestros pies. En el mismo momento que Jesús anuncia lo que le va a suceder, Pedro resuelve enfrentarse a todo lo que venía. Sincero en su afecto, no sabía lo que era el hombre expuesto ante Dios, y en presencia del poder del enemigo que tiene la muerte como arma. Ya había temblado, pero la mirada de Jesús, que inspira afecto, no implica que la carne, que nos impide glorificarlo, esté muerta en un sentido práctico. Además, él no conocía nada de esta verdad. Es la muerte de Cristo la que ha sacado nuestra condición a plena luz, al tiempo que traía su único remedio –la muerte, y la vida en resurrección. Como el arca en el Jordán, Cristo tuvo que pasar solo, para que su pueblo redimido pudiera pasar en seco. Ellos no habían pasado antes por este camino.

14.7 - La perfección y la gloria manifestadas por la prueba del Señor

Jesús se acerca al final de su prueba –una prueba que solo manifestaba su perfección y su gloria, y que, al mismo tiempo, glorificó a Dios su Padre, pero una prueba que no le escatimó nada que hubiera tenido poder para detenerle, si algo pudiese haberlo hecho, y que prosiguió incluso hasta la muerte, y hasta cargar con la ira de Dios en esa muerte, una carga que trasciende todos nuestros pensamientos.

14.8 - En Getsemaní; el pleno conocimiento del Señor de lo que se presentaba ante él

Él se acerca al combate y al sufrimiento, no con la ligereza de Pedro, quien se hundió en ellos porque ignoraba su naturaleza, sino con pleno conocimiento; colocándose él mismo en la presencia de su Padre, donde todo es pesado, y donde la voluntad de aquel que le dio esta tarea es claramente declarada en su comunión con él; así que Jesús la cumple, incluso como Dios la consideraba, según el alcance y la intención de sus pensamientos y de su naturaleza, y en perfecta obediencia a su voluntad.

14.9 - La dependencia de Jesús como hombre, en plena comunión con el Padre

Jesús se adelanta a orar solo. Y, moralmente, atraviesa todo el ámbito de sus sufrimientos, conociendo toda la amargura de ellos, en comunión con su Padre. Teniéndolos ante sus propios ojos, los trae ante el corazón de su Padre, a fin de que, si fuera posible, pasara de él esa copa. De lo contrario, al menos sería de la mano de su Padre que la recibiría. Esta era la piedad a causa de la cual fue oído, y sus oraciones respondidas. Él está allí como un hombre –satisfecho de tener a sus discípulos velando con él, satisfecho por aislarse y derramar su corazón en el seno de su Padre, en la condición dependiente de un hombre que ora. ¡Qué escena!

Pedro, que quería morir por su Maestro, ni siquiera es capaz de velar con él. El Señor le muestra con dulzura su inconsistencia, reconociendo que su espíritu, verdaderamente, estaba lleno de buena voluntad, pero que la carne no servía para nada en el conflicto con el enemigo y en la prueba espiritual.

14.10 - El carácter moral de Jesús brillando en todas sus circunstancias

El relato de Marcos, que pasa tan rápidamente de una circunstancia (que exhibe la condición moral completa de los hombres con quienes Jesús estaba asociado) a otra, de tal forma que coloca estos sucesos en relación unos con otros, es tan conmovedor como el desarrollo de los detalles hallados en los otros Evangelios. Se imprime un carácter moral en cada paso que damos en esta historia, dándole, como un todo, un interés que nada puede sobrepasar (exceptuando aquello que está por encima de todas las cosas, de todos los pensamientos), sino la Persona de aquel que está aquí ante nosotros. Él, al menos, velaba con su Padre; ya que, después de todo, obediente como era por gracia, ¿qué podía el hombre hacer por él? Completamente hombre como era, ha debido apoyarse en Uno solo, y así fue el hombre perfecto. Yendo a orar otra vez, vuelve para hallarlos durmiendo nuevamente, y presenta de nuevo el caso a su Padre. Despierta a sus discípulos, pues había llegado la hora en que no podían hacer nada más por él. Judas viene con su beso. Jesús se somete. Pedro, que dormía durante la oración ferviente de su Maestro, se despierta para luchar cuando su Maestro se entrega como un cordero al matadero. Él golpea a uno de los ayudantes, y le corta su oreja. Jesús razona con aquellos que habían venido a prenderle, recordándoles que, cuando estaba, humanamente hablando, constantemente expuesto a su poder, no pusieron sus manos sobre él; pero había una razón muy diferente para que aquello sucediese así ahora –los consejos de Dios y la Palabra de Dios debían cumplirse. Fue el fiel cumplimiento del servicio que le fue encomendado. Todos le abandonan y huyen; porque, ¿quién, aparte de él, podía seguir este camino hasta el final?

Un joven intentó verdaderamente ir más allá; pero tan pronto como los oficiales de justicia le detuvieron asiéndole por su vestido de lino, huyó y lo dejó en sus manos. Más nos aventuramos, aparte del poder del Espíritu Santo, en el camino en que se hallan el poder del mundo y de la muerte, tanto mayor es la vergüenza con la que se logra escapar, si Dios permite el escape. Huyó desnudo.

14.11 - Jesús proclama fielmente la verdad, mientras que Pedro la reniega

Los testigos fracasan, no en malicia, sino en la certeza de testimonio, así como el uso de la fuerza no podía hacer nada contra él hasta el momento que Dios había asignado. Es la confesión de Jesús, su fidelidad al declarar la verdad en la congregación, que es el medio de su condenación. El hombre no puede hacer nada, aunque había hecho todo en lo que concierne a su voluntad y culpa. El testimonio de los enemigos de Jesús, el afecto de sus discípulos –todo fracasa: esto es el hombre. Es Jesús quien da testimonio de la verdad; es Jesús quien vela con el Padre –Jesús quien se entrega a aquellos que nunca fueron capaces de prenderle hasta que llegó la hora que Dios había asignado. ¡Pobre Pedro! Él fue más allá que el joven en el huerto; y lo hallamos aquí, la carne en el lugar del testimonio, en el lugar donde este testimonio debe ser rendido ante el poder del oponente y de sus instrumentos. La Palabra de Cristo será veraz, si la de Pedro es falsa –el corazón del Señor es fiel y lleno de amor, si el de Pedro (como todos los nuestros, ¡lamentablemente!), es infiel y cobarde. Jesús confiesa la verdad, y Pedro la niega. No obstante, la gracia de nuestro bendito Señor no le falla; y, tocado por ella, él cubre su rostro y llora.

14.12 - La condenación del Rey de los judíos por los gentiles

La palabra del profeta se ha de cumplir nuevamente. Debe ser entregado en manos de los gentiles. Allí es acusado de ser rey, y la confesión de que lo es, ha de causar ciertamente su muerte. Pero esto era la verdad.

La confesión que Jesús había hecho ante los sacerdotes se relaciona, como hemos visto en otros casos en este Evangelio, con su relación con Israel. Su servicio era la predicación en la congregación de Israel. Él se había presentado, de hecho, como Rey, como Emanuel. Ahora confiesa que él es para Israel la esperanza del pueblo, y que esto es lo que será en el futuro. «¿Eres tú?», había dicho el sumo sacerdote, «¿el Cristo, el Hijo del Bendito?» (14:61). Ese era el título, la gloriosa posición, de aquel que era la esperanza de Israel, según el Salmo 2. Pero añade lo que él será (es decir, el carácter que él asumiría, siendo rechazado por este pueblo, aquel carácter en el cual se presentaría al pueblo rebelde); este carácter sería el del Salmo 8 y del 110, y también de Daniel 7, con sus resultados –es decir, el Hijo del hombre a la diestra de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. El Salmo 8 solo le presenta de una manera general; es el Salmo 110 y Daniel 7 hablan del Mesías del modo particular, según lo que el propio Cristo se anuncia aquí. La blasfemia que el Sumo Sacerdote le atribuia solo era el rechazo de su Persona. Pues lo que él dijo estaba escrito en la Palabra.