Índice general
4 - Capítulo 4
Sinopsis — Marcos
4.1 - El carácter presente en aquel tiempo, el carácter futuro y el resultado del servicio del Señor
Esto introduce el verdadero carácter y el verdadero resultado de su propio servicio, y toda la historia del servicio que debía cumplirse para un futuro más distante; así como la responsabilidad de sus discípulos con respecto a la parte que tendrían en ello; y la tranquilidad de uno que confiaba en Dios mientras trabajaba; asimismo, las tempestades que tenían que ocurrir, que tenían que ejercitar la fe mientras Jesús, aparentemente, no tenía cuidado de ellos; y la justa confianza de la fe, así como el poder que la sostenía.
4.2 - El Sembrador y la semilla
Todo el carácter de la obra en ese momento, y hasta el regreso del Señor, está descrito en este cuarto capítulo.
El Señor reanuda en este capítulo su habitual obra de instrucción, en relación con el suceso que acababa de ocurrir en sus relaciones con los judíos. Él siembra. Ya no busca fruto en su viña. En el versículo 11, vemos que la diferencia entre los judíos y sus discípulos es señalada. A estos últimos les fue dado saber el misterio del reino, pero a aquellos que estaban fuera, todas estas cosas se les daban en parábolas. Yo no repito las observaciones que hice al hablar del contenido de esta parábola en Mateo. Pero lo que viene a continuación, en el versículo 21, pertenece esencialmente al Evangelio según Marcos. Hemos visto que el Señor estaba ocupado en predicar el Evangelio del reino, y también encomendó la predicación de este Evangelio a otros. Él era un sembrador, y sembraba la Palabra. Este era su servicio, y asimismo el de ellos. Pero, ¿se enciende una luz para ser escondida? Además, nada debía ocultarse. Si el hombre no manifestaba la verdad que había recibido, Dios manifestaría todas las cosas. Que cada uno preste atención a ello.
4.3 - El objetivo del servicio encomendado a los discípulos
En el versículo 24, él aplica este principio a sus discípulos. Ellos debían prestar atención a todo lo que oían, pues Dios actuaría con ellos según su fidelidad en la administración de la Palabra encomendada a ellos. El amor de Dios envió la Palabra de gracia y del reino a los hombres. El objetivo del servicio encomendado a los discípulos era que esto alcanzara sus conciencias. Cristo se lo comunicó; ellos tenían que darlo a conocer a los demás en toda su plenitud. Según la medida con la cual ellos diesen libre curso a este testimonio de amor (proporcionalmente al don que habían recibido), así les sería medido en el gobierno de Dios. Si ellos habían prestado atención a lo que él les comunicó, recibirían más; pues, como principio general, aquel que se apropiaba de lo que le llegaba obtendría aún más; y sería quitado de aquel que no se apropiaba verdaderamente de ello.
4.4 - La ausencia del Rey; su regreso en el tiempo de la siega
El Señor, entonces, les muestra cómo debía ser con respecto a sí mismo. Él había sembrado, y del mismo modo que la semilla germina y crece sin ninguna acción de parte del sembrador, así Cristo permitiría que el Evangelio se extendiese en el mundo sin interponer ninguna forma evidente, siendo el carácter peculiar del reino el hecho de que el Rey no estaba allí. Pero cuando llega el tiempo de la siega, el sembrador tiene que ver de nuevo con esta. Así debía ser con Jesús; él volvería para encargarse de la siega. Él estaba personalmente involucrado en la siembra y en la siega. En el intervalo, todo continuó, aparentemente, abandonado a sí mismo, realmente sin la interferencia del Señor en persona.
4.5 - La semilla de mostaza: la formación de un gran poder terrenal como resultado de la verdad predicada
El Señor hace uso de otra semejanza para describir el carácter del reino. La pequeña semilla que él sembró llegaría a ser un gran sistema, exaltado hasta lo sumo en la tierra, capaz de ofrecer protección temporal a aquellos que se refugian en él. Tenemos así la obra de la predicación de la palabra; la responsabilidad de los obreros a quienes el Señor la confiaría durante su ausencia; su propia acción en el principio y en el fin, en épocas de siembra y de siega, permaneciendo él a distancia durante el intervalo; y la formación de un gran poder terrenal como el resultado de la verdad que él predicó, y que creó un pequeño núcleo a su alrededor.
4.6 - La tempestad; la presencia del Creador; la incredulidad de los discípulos
Una parte de la historia de sus seguidores tenía que mostrarse aún. Ellos debían encontrar las más serias dificultades en el camino. El enemigo haría surgir una tempestad contra ellos. Aparentemente Cristo no tuvo cuidado de la situación de ellos. Ellos lo llaman, y lo despiertan clamando, a lo que él respondió en gracia. Él habla al viento y al mar, y sobrevino una gran calma. Al mismo tiempo reprende la incredulidad de ellos. Deberían haber contado con él y con su poder divino, y no haber pensado que él iba a ser tragado por las olas. Deberían haber recordado su propia relación con él –que, por gracia, a la que ellos estaban asociados. ¡Qué tranquilidad la del Señor! La tempestad no le perturbaba. Entregado a su obra, tomó su reposo en el momento cuando el servicio no requería su actividad. Él descansó durante la travesía. Su servicio solo le permitía aquellos momentos arrebatados a la labor por las circunstancias. Su tranquilidad divina, que no sabía de desconfianza, le permitió dormir durante la tempestad.
No fue así con los discípulos; y, olvidando su poder, desconocedores de la gloria de Aquel que estaba con ellos, solo piensan en sí mismos, como si Jesús los hubiera olvidado. Una palabra de su parte exhibió en él al Señor de la creación. Este es el verdadero estado de los discípulos cuando Israel está desechado. La tempestad se levanta. Jesús parece no prestarle atención. Ahora bien, la fe debería haber reconocido que ellos estaban en la misma barca con él. Es decir, si Jesús deja crecer hasta la siega la semilla que ha sembrado, él está, no obstante, en la misma barca; comparte, y verdaderamente no en menor medida, la suerte de sus seguidores, o, más bien, son ellos los que comparten la de él. Los peligros son aquellos en los que se desenvuelven él y su obra. Es decir, no hay realmente ninguno. Y cuán grande es la insensatez de la incredulidad. ¡Piensen en la suposición de ellos de que, cuando el Hijo de Dios ha venido al mundo para cumplir la redención y los establecidos propósitos de Dios, una tempestad imprevista, a los ojos de los hombres, haría que él y toda su obra se hundiesen inesperadamente en el lago! Nosotros estamos, bendito sea su nombre, en la misma barca con él. Si el Hijo de Dios no se hunde, nosotros tampoco.