Inédito Nuevo

6 - El nuevo orden sacerdotal (Hebr. 7)

La Epístola a los Hebreos


Después de haber dado la palabra de advertencia y de aliento contenida en la porción parentética que va desde Hebreos 5:11 hasta el final de Hebreos 6, el redactor retoma el gran tema de Hebreos 5. En ese capítulo nos había presentado la dignidad del sacerdocio de Cristo, recordándonos que, como resucitado, se dirige a Cristo como Sumo Sacerdote según el orden de Melquisedec. En Hebreos 7 el redactor procede a exponer el carácter exaltado de este orden sacerdotal mostrando su superioridad sobre el sacerdocio aarónico.

Es importante distinguir entre el orden del sacerdocio y el ejercicio de las funciones sacerdotales. Cuando se trata del orden o rango del sacerdocio, Melquisedec es el tipo apropiado del sacerdocio de Cristo. Cuando se trata del ejercicio de su obra como Sacerdote en favor de los cristianos, Aarón es el tipo que prefigura en gran medida la obra de Cristo. El sacerdocio aarónico introduce el sacrificio, la intercesión y el mobiliario del santuario, de los cuales no tenemos ninguna mención en relación con Melquisedec. Así se nos recuerda que ninguna persona puede, ni siquiera típicamente, manifestar las glorias de Cristo.

(V. 1-2). El autor se refiere al sorprendente episodio de la historia de Abraham, cuando, por un breve instante, el patriarca se encuentra con Melquisedec, una persona más grande que él. Este hombre está rodeado a propósito de un aire de misterio para que, siendo en ciertos aspectos «asemejado al Hijo de Dios», pueda prefigurar adecuadamente a nuestro gran Sumo Sacerdote, el Hijo de Dios. El pasaje de Génesis 14:17-24, en el que se describe esta escena, es típico del Milenio. Después de la matanza de los reyes que habían llevado cautivo al pueblo de Dios (parientes y gente relacionados con Abraham, temerosos de Dios).

Melquisedec sale al encuentro de Abraham. Su nombre y el de su país significan que era Rey de justicia y Rey de paz. Además, era el «sacerdote del Dios Altísimo», el Dios que, mediante la matanza de los reyes, había demostrado que podía liberar a su pueblo de sus enemigos y derrocar todo poder rival.

En cuanto a su posición, Melquisedec era un rey. Su reinado se caracterizó por la justicia y la paz, y en el ejercicio de su sacerdocio se interpuso entre Abraham y Dios. Como representante de Dios ante el hombre, bendijo a Abraham en nombre de Dios; como representante del hombre ante Dios, bendijo al Dios Altísimo en nombre de Abraham. Lleva la bendición de Dios al hombre, y dirige la alabanza del hombre a Dios.

Así, en los días milenarios venideros, Dios será conocido como el Dios Altísimo, que liberará a su pueblo terrenal y tratará en juicio con todo poder hostil. Entonces Cristo brillará como Rey y Sacerdote. Como se nos dice por profecía directa: «Él llevará gloria, y se sentará y dominará en su trono, y habrá sacerdote a su lado; y consejo de paz habrá entre ambos» (Zac. 6:13). Él será el verdadero Rey de Justicia, Rey de Paz y Sacerdote del Dios Altísimo.

(V. 3). Además, Melquisedec está revestido a propósito de misterio, en la medida en que no se da constancia de su ascendencia, su nacimiento o su muerte. Por lo que se refiere a la historia, es «sin padre, sin madre, sin genealogía; sin comienzo de días ni fin de vida». Llega a la escena sin ningún detalle sobre su origen, y se va sin ninguna secuela de su historia. Por lo que se refiere al registro, «permanece sacerdote a perpetuidad», en sorprendente contraste con Aarón.

En todos estos aspectos se asemeja al Hijo de Dios y, por tanto, expone adecuadamente la dignidad del sacerdocio del Hijo de Dios, que permanece como Sacerdote continuamente.

(V. 4-7). Se nos pide además que consideremos otros incidentes de esta historia que muestran la superioridad del sacerdocio de Melquisedec sobre el de Aarón. En primer lugar, este rey-sacerdote es tan grande en dignidad que incluso el patriarca Abraham le dio la décima parte del botín. De Abraham, sin embargo, descienden los hijos de Leví, quienes, en el ejercicio de su sacerdocio, «toman los diezmos del pueblo». Pero, aunque tomaban diezmos, ellos mismos pagaban diezmos a Melquisedec en la persona de Abraham, su padre.

Además, Melquisedec no solo recibió diezmos de Abraham, sino que bendice al que es el destinatario de las promesas. Aquel de quien se dijo que sería una bendición, y a través de su simiente todas las naciones de la tierra serían bendecidas, es él mismo bendecido, y sin contradicción «el menor es bendecido por el superior».

(V. 8-10). Además, en el caso de Aarón y sus hijos, los moribundos reciben los diezmos. Pero de Melquisedec no tenemos ningún indicio de su muerte. Por lo que cuenta la historia, «se da testimonio que vive».

Así, en la persona de su padre Abraham, los sacerdotes según el orden aarónico pagaban los diezmos y recibían la bendición, en lugar de recibir los diezmos y dispensar la bendición. Además, como moribundos pagaban los diezmos a alguien de quien se da testimonio que vive. Claramente, entonces, el rango del sacerdocio de Melquisedec está muy por encima del de Aarón.

(V. 11). Sin embargo, si el sacerdocio de Melquisedec es superior al aarónico, es una prueba clara de la imperfección del sacerdocio aarónico. Era transitorio en su carácter e imperfecto en su obra. Más adelante en la Epístola aprendemos que no daba alivio permanente a la conciencia y no permitía al oferente acercarse a Dios. Esta misma imperfección demostró la necesidad de que se levantara otro Sacerdote según el orden de Melquisedec. Este Sacerdote se encuentra en Cristo, en quien solo hay perfección.

(V. 12-14). Este cambio en el orden del sacerdocio exige un cambio en la Ley, pues es evidente que Cristo pertenecía a la tribu de Judá, de la que ningún hombre es llamado al servicio sacerdotal según la Ley de Moisés.

(V. 15-17). Está igualmente claro que, aunque el Señor procedía de la tribu de Judá, fue llamado a ser sacerdote. Siendo sacerdote según la semejanza de Melquisedec, lo es, pero no según ningún mandamiento carnal, que reconoce que el sacerdote está en la carne y, por tanto, sujeto a la muerte, para lo cual se ha dispuesto una sucesión de sacerdotes. Por el contrario, el sacerdocio de Cristo está solo en toda su dignidad solitaria, porque es según el poder de una vida sin fin. Es como resucitado en el poder de una vida más allá de la muerte como el Señor es llamado a ser Sacerdote, y por tanto no para toda la vida, sino «para siempre».

(V. 18-19). El mandamiento de Moisés en cuanto al sacerdocio es, por tanto, dejado de lado por su debilidad e inutilidad. Era débil porque el sacerdote, al estar sujeto a la muerte, no podía continuar. Era inútil porque no podía poner al oferente en la presencia de Dios con una conciencia libre del temor del juicio. La Ley apuntaba a cosas mejores, pero en sí misma no hacía nada perfecto. Con el sacerdocio de Cristo se trae una esperanza mejor. Tiene en vista que el creyente sea llevado a la gloria, aunque antes de que alcancemos la gloria podemos acercarnos a Dios por medio de nuestro Sumo Sacerdote (comp. Hebr. 10:21-22).

(V. 20-22). Además, la superioridad del sacerdocio de Cristo sobre el de Aarón queda garantizada por el hecho de que, a diferencia de Aarón, el llamamiento de Cristo al sacerdocio se confirma con un juramento. Para demostrarlo, el redactor vuelve a citar el Salmo 110:4. El juramento implica que el sacerdocio de Cristo no puede ser revocado ni anulado, como en el caso del sacerdocio levítico. El juramento hace aún más seguras las bendiciones del nuevo Pacto, que descansan sobre Jesús y su obra.

(V. 23-24). Bajo la Ley se nombraban sacerdotes a hombres que no podían continuar en su oficio por causa de muerte. Un sacerdote podía, en su medida, compadecerse y socorrer a aquellos para quienes ejercía su función sacerdotal, pero la muerte lo cortaba y surgía otro sacerdote que sería ajeno a las penas de los que se habían acercado a sus predecesores. Con Cristo, ¡qué diferencia! Habiendo triunfado sobre la muerte, él continúa siempre en el ejercicio de un sacerdocio inmutable: «Tú permaneces» y «tú eres el mismo» (Hebr. 1:11-12).

(V. 25). Después de haber mostrado la superioridad del sacerdocio de Cristo, el redactor = autor resume las bendiciones que fluyen al creyente a través de este sacerdocio. Como tenemos un Sumo Sacerdote que siempre vive y nunca cambia, tenemos la seguridad de que él es capaz de salvar hasta el último punto de nuestro viaje por el desierto, mientras que por medio de él podemos acercarnos a Dios durante el viaje. Él puede salvarnos de todo enemigo, llevarnos a Dios e interceder por nosotros en todas nuestras debilidades.

(V. 26-27). El escritor concluye esta parte de la Epístola mostrándonos que «tal sumo sacerdote» nos convenía. En Hebreos 2:10 aprendemos que tal Sumo Sacerdote convenía a Dios; aquí aprendemos que él «nos convenía». Debido a quién es Dios en toda su santidad, nadie menos que Cristo como gran Sumo Sacerdote sería adecuado para Dios. A causa de lo que somos en toda nuestra debilidad, nadie menos que Cristo nos serviría. Él nos convenía por su santidad intrínseca; por la pureza de sus motivos –él es inofensivo, sin un solo pensamiento malvado; porque al pasar por esta escena él no fue contaminado– no fue manchado por las corrupciones del mundo; por su exaltación en lo alto; sobre todo, por su obra consumada por los pecados, cuando sí mismo se ofreció en la cruz.

(V. 28). Así, el Hijo, consagrado para ser Sacerdote para siempre por la palabra del juramento, es declarado en sorprendente contraste con los hombres, rodeados de enfermedad, que fueron llamados a ser sacerdotes por la Ley.

Para resumir la enseñanza del capítulo, pasa ante nosotros:

  • En primer lugar, la dignidad del orden del sacerdocio de Cristo tipificado por Melquisedec (v. 1-3);
  • en segundo lugar, la grandeza del sacerdocio de Cristo, como lo demuestra la superioridad del sacerdocio de Melquisedec sobre el sacerdocio levítico (v. 4-10);
  • en tercer lugar, la imperfección del sacerdocio levítico, que hace necesario un cambio de sacerdocio (v. 11);
  • en cuarto lugar, el cambio de sacerdocio hace necesario un cambio de la Ley en relación con el sacerdocio terrenal (v. 12-19);
  • en quinto lugar, el sacerdocio de Cristo confirmado con juramento (v. 20-22);
  • en sexto lugar, el sacerdocio de Cristo continuo e inmutable (v. 23, 24);
  • en séptimo lugar, la perfecta competencia de Cristo para su obra sacerdotal (v. 25);
  • en octavo lugar, la idoneidad personal de Cristo para su oficio sacerdotal (v. 26-28).

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